No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.


ÁMAME

16

Cullen entró en el estudio de Christopher St. John poco después de las diez de la noche. El famoso pirata estaba paseando entre su escritorio y la ventana tan intranquilo como el conde nunca lo había visto antes. No llevaba casaca y tenía el nudo del pañuelo torcido. Parecía preocupado y nervioso, cosa que erizó el vello de la nuca de Cullen . Cuando vio el carruaje que había preparado en la entrada principal, le quedó claro que el pirata había planeado un viaje largo.

—Milord —lo saludó St. John distraído.

—Hola, St. John. —El conde fue directo al grano—. ¿Qué ha pasado?

El pirata rodeó el escritorio, se acercó a la consola y levantó el decantador mirando a Cullen en silenciosa interrogación. Éste negó con la cabeza y se sentó en uno de los sillones gemelos de delante de la chimenea. Había ido a buscar a Bella para su habitual ronda nocturna por las diferentes fiestas y eventos. No era propio de ella hacerlo esperar. Su puntualidad era una de las cosas que más le gustaban de la joven.

—No puedo revelarle lo que ha ocurrido hoy con delicadeza —empezó a decir St. John, sirviéndose una buena cantidad de licor.

—No me importa. Prefiero la sinceridad.

El pirata asintió y se sentó en el sillón de enfrente de él.

—La señora St. John y la señorita Swan han ido hoy a la ciudad. Me han dicho que iban a pasarse el día comprando, pero ahora sé que estaban buscando al hombre enmascarado de Bella .

Cullen arqueó las cejas.

—Entiendo.

—Por alguna extraña coincidencia, vieron al conde Montoya, si ése es su verdadero nombre, saliendo de Londres en su carruaje. La señorita Swan cogió un coche de alquiler y fue tras él; mi mujer la siguió poco después.

—Cielo santo.

—¿Aceptaría ahora ese trago, milord?

El conde lo consideró con seriedad y luego negó con la cabeza.

—Yo también he hecho algunas investigaciones sobre este tema. Esperaba que lady Langston pudiera arrojar cierta luz sobre la identidad del desconocido, pero ella nunca mandó ninguna invitación para el conde Montoya.

St. John frunció los labios con seriedad.

—No tengo ni idea de cómo afrontar esta situación. Si ese hombre pretendiese lastimarla de alguna forma, o bien seducirla, ¿por qué querría abandonar Londres?

Había ciertos celos y posesividad en las emociones que Cullen estaba experimentando en ese momento, pero también resignación. Una parte de él siempre había sabido que Bella se resistía a que se casaran porque necesitaba más. No tenía ni idea de qué era lo que ella sentía que le faltaba, pero sabía que su relación no podría seguir progresando hacia un final feliz si no resolvían antes esa carencia.

—Me sorprende que siga usted en casa —comentó entonces—. Bella no es mi esposa y, sin embargo, siento un fuerte impulso de ir tras ella.

El pirata le lanzó una seca mirada.

—Yo me estoy volviendo loco por esa misma necesidad de seguirla, pero no tengo ni idea de dónde está. Estoy esperando a que alguien venga a decírmelo.

—Discúlpeme, no pretendía ofenderlo. Sólo era una simple observación.

—Valoró sus opciones y entonces añadió—: Me gustaría ir con usted, si no tiene inconveniente.

St. John parecía a punto de discutírselo, pero entonces dejó de fruncir el cejo y asintió.

—Si quiere venir conmigo, puede hacerlo. Pero su ropa habitual no servirá.

Cullen se puso de pie al mismo tiempo que el pirata.

—Me cambiaré y prepararé un equipaje ligero. Si se va antes de que vuelva, por favor, déjeme una nota para que pueda seguirlo.

—Por supuesto, milord. —St. John esbozó una condescendiente sonrisa—. Yo también tengo que disculparme con usted. Ha hecho mucho por Bella desde que la corteja. La señora St. John y yo le estamos muy agradecidos, igual que la propia Bella .

—St. John… —Cullen se rio con pesar—, en este momento mi orgullo no cuenta, lo único que importa es la seguridad de Bella .

Se estrecharon la mano con mutuo respeto y después el conde se apresuró a partir para poder regresar antes de que el pirata se marchara y lo dejara allí. En cuanto su carruaje abandonó el sendero de la residencia St. John, Cullen empezó a hacer una lista mental de lo que debía llevarse.

Su espadín y la pistola estaban entre las cosas que catalogó. Si alguien ponía el honor de Bella en entredicho, consideraría su derecho y su deber corregir esa falta de respeto.

Cuando Edward acabó de desabrochar el vestido de Bella , los pensamientos bullían en su cabeza, considerando cómo aquella noche cambiaría sus vidas para siempre.

—¿Has traído doncella?

La venda habría intimidado a muchas mujeres, pero no era el caso de Bella , cuya voz resonó con seguridad y firmeza.

—No. He visto tu carruaje y he corrido tras él.

Mientras Edward luchaba contra la primitiva necesidad de hacerla suya, se dio cuenta de que su corazón seguía queriendo protegerla incluso a costa de sí mismo.

—Te va a resultar imposible esconder que te has entregado. En el calor de la pasión la razón nos abandona. Quizá por la mañana te arrepientas de lo que ahora deseas tanto.

—Yo me conozco muy bien —dijo ella con obstinación.

—Dejarás a Cullen . —Le bajó una de las mangas con suavidad y luego hizo lo mismo con la otra—. Y serás sólo mía.

—Creo que lo más probable es que seas tú quien me pertenezca a mí.

Edward sonrió, se agachó y le bajó el vestido. Bella salió de la prenda sin prisa, apoyándose en la puerta para no perder el equilibrio. Él alargó deliberadamente el placer que le producía verla en ropa interior y se tomó su tiempo para dejar el vestido sobre el respaldo de un sillón orejero, procurando que no se arrugara.

—Eres tan tranquilo… —murmuró ella—. Tan controlado… Debes de haber tenido muchas aventuras.

—Esto no es una aventura.

Edward volvió la cabeza y recorrió su esbelto cuerpo con una ardiente mirada.

Seguía llevando demasiada ropa, pero sabía que en ese momento la estaba viendo como no lo había hecho ningún otro hombre.

Bella se puso en jarras y una de sus finas cejas se arqueó por encima del pañuelo.

—Quizá yo sí quiera una aventura.

—Pues no la vas a tener conmigo —replicó él, alcanzándola en dos zancadas y levantándola del suelo—. Y no la tendrás nunca, porque ningún hombre yacerá contigo después de mí.

Bella se rio y le rodeó el cuello con los brazos.

—Madre mía… eres encantador cuando te pones posesivo.

Edward le dijo al oído:

—Espera a sentirme dentro de ti. Ya verás cuánto te gusta entonces mi actitud posesiva.

—Provocador —contestó ella casi sin aliento y con cierta ansiedad—. A este paso, habrá salido el sol antes de que esté desnuda del todo.

—No tienes por qué estar desnuda para que te follen —le susurró él, desafiándola deliberadamente—. Podría levantarte las enaguas, quitarme los calzones y empotrarte contra la puerta.

—Si estás intentando asustarme, deberías saber que soy una mujer difícil de acobardar.—La ansiedad había desaparecido de su voz, disipada por su impresionante fuerza interior—. Yo he vivido siempre en el campo y he visto a los animales hacer todo tipo de cosas.

Sonriendo, Edward besó el suave cuello de Bella .

—No te rías de mí —prosiguió ella—. Tu amenaza no tiene ningún fundamento. Sé que no me arrebatarás la virginidad de una forma tan cruel. Me reverencias demasiado.

—Así es, su alteza.

Entonces la volvió a dejar en el suelo y se puso de rodillas para besarle los pies.

Bella se rio y él fue subiendo y deslizándose bajo sus enaguas para darle besos sobre las medias que le cubrían las piernas. La risa de Bella se convirtió en un jadeo y luego en un suave gemido.

Percibir su íntimo aroma lo volvió loco y no pudo evitar probarla con un dedo indeciso. Tuvo que apretar los dientes al descubrir que estaba húmeda y caliente.

Bella , sorprendida por su atrevida caricia, se tambaleó hasta apoyarse contra la puerta.

—¡No me hagas eso mientras estoy de pie! —protestó.

Edward le dio un último beso detrás de la rodilla y se irguió delante de ella. La giró con suavidad y empezó a ocuparse de las cintas del corsé. Se tomó un respiro para recuperar el control y trató de concentrarse en su respiración y en la de Bella , en lugar de pensar en la necesidad animal que clavaba las garras en su interior.

Por fin, ella se quedó sólo con la camisola, una prenda hecha de un tejido tan fino que casi era transparente. Fue más que suficiente: esa vaga vislumbre del cuerpo de Bella por debajo de la tela lo volvió loco del todo.

—Quiero que te quites tú el resto —le dijo, dando un paso atrás.

—¿Por qué?

—Porque me gustaría verlo.

—No es tan fácil como crees. Nunca he estado desnuda delante de un hombre.

—Hazlo, Bella —le ordenó, casi desesperado por verla desnuda del todo.

Ella no vaciló. Alargó los brazos y se quitó los zapatos. El borde de la camisola se levantó cuando buscó las cintas que le sostenían las medias. A Edward se le hizo la boca agua ante aquella imagen y cada movimiento suyo borraba recuerdos de situaciones similares del pasado. Ninguna otra mujer podía competir con la inocente y natural forma que tenía Bella de desnudarse. Sus movimientos no estaban estudiados, ni tenían intención de seducir a nadie y, sin embargo, lo excitaban de una forma insoportable.

La necesidad que sentía de ella le dolía tanto que se abrió los calzones y se agarró el pene con la mano. Lo tenía grueso y duro, con la punta húmeda de deseo. Se acarició con suavidad, gruñendo en voz baja.

Bella se quedó quieta al oír el sonido. No estaba segura de qué podía haber hecho para angustiarlo.

—¿Qué ocurre? ¿Pasa algo?

—Nada —le aseguró él, con una voz ronca que contradecía sus palabras—.Todo va perfectamente.

Ella escuchó con detenimiento, regulando su respiración para poder captar hasta el último sonido.

—¿Qué estás haciendo? He oído que te movías.

—Me estoy acariciando la polla.

Una serie de imágenes se formaron en la cabeza de Bella . Eran incompletas debido a su inexperiencia, pero igual de excitantes. Su sexo palpitó en respuesta y la obligó a apretar los muslos en un vano esfuerzo por apaciguar el dolor.

—¿Por qué?

—Porque me duele, amor. Estoy duro y preparado para ti. Más duro y más grueso de lo que lo he estado en toda mi vida.

—¿Puedo tocarte?

Él dejó escapar un gemido sofocado.

—Desnúdate primero.

Bella acabó de desnudarse con prisa, obligándose a olvidar los pensamientos sobre sus imperfecciones físicas. Al contrario que María, ella no tenía un cuerpo lleno de exuberantes curvas, destinadas a dar placer a un hombre. Bella era más alta, más delgada y tenía los pechos más pequeños.

Llevaba una vida activa; disfrutaba más montando y practicando esgrima que jugando a cartas y tomando el té.

—Cielo santo —jadeó él, cuando dejó caer la camisola al suelo.

Bella tuvo el instinto de taparse, pero él se acercó rápidamente y le cogió las muñecas.

—Nunca te escondas de mí.

—Estoy nerviosa —se excusó.

—Mi amor…

Edward la abrazó y ella sintió su erección entre ambos. Tan suave como la seda, pero dura como una roca y caliente al tacto. A pesar de la sorpresa, a su cuerpo le encantó la sensación y se humedeció un poco más.

—Eres tan hermosa, Bella … Cada centímetro de ti lo es. He soñado poder verte así, desnuda y dispuesta. Qué pobres eran esas fantasías comparadas con la realidad.

Ella presionó la frente contra su pecho y dijo:

—Eres un adulador.

Edward le cogió la mano, se la llevó al miembro y se lo rodeó con sus dedos.

—No es así como se siente un hombre cuando no le gusta su amante.

Bella movió la mano, apretó, la acarició, la exploró. Él siseó entre dientes.

—Me vas a hacer explotar —le advirtió.

—Si te apetece hacerlo, adelante —contestó ella, loca de ganas de darle placer.

Quería satisfacerlo hasta el punto de saberlo suyo, hasta estar convencida de que le pertenecía.

—Bruja.

Ella se quedó quieta cuando él le agarró un pecho con la mano. Su pezón, que y a estaba tenso y duro a causa de la brisa de la noche, se endureció todavía más.

—¿Lo ves? Encajas en mi mano a la perfección —murmuró Edward, al tiempo que empezaba a mover las caderas al compás de los movimientos de ella—. Estás hecha para mí, Bella .

Ella gimoteó cuando él le pellizcó el pezón con el pulgar y el índice, provocándole unas punzadas de placer que viajaron directamente hasta su sexo.

Se puso tensa y se contrajo y luego empezó a removerse con intranquilidad.

—Y respondes muy rápido a mí.

Edward se echó hacia atrás y un segundo después, a Bella se le escapó un grito al sentir la cálida y húmeda succión de su boca rodeando la tierna cresta del pecho. Le agarró el miembro con fuerza y él gruñó contra su piel. Bella se volvió loca al sentir la vibración de ese sonido resonando en su cuerpo.

Edward le rodeó la cintura con sus poderosos brazos y la agarró con fuerza.

Después la empujó hacia atrás para dedicarle toda su atención a su pecho; primero le lamió el pezón para luego succionarlo.

Tal como le había advertido que le ocurriría, hasta el último de los pensamientos abandonó la mente de Bella , que se convirtió en una criatura de lujuria y deseo. Esa locura hizo que se pegara más a él. Sólo había otro hombre

al que ella había pensado entregarse de esa forma. Que a Montoya lo persiguieran y fuera peligroso no tenía nada que ver con las emociones que le estaba provocando.

—Dime que te gusta lo que te estoy haciendo —le dijo él, mientras se dedicaba al otro pecho—. Suéltalo, Bella . No seas tímida.

Le mordió el pezón y ella gritó. Entonces empezó a chuparla y a acariciarla con la lengua con enloquecedora lentitud. Pero no era suficiente. Ni mucho menos. Bella empezó a contorsionarse y a gimotear, arqueando la espalda para internarse más en su boca.

—¿Qué necesitas? —le preguntó él con un grave susurro—. ¿Qué quieres?

Dímelo te lo daré.

Desesperada, suplicó:

—Chúpamelo, por favor, necesito…

Jadeó cuando él obedeció y le rodeó el pezón con los labios. El pene de Edward palpitó entre sus manos y una cálida gota de humedad se deslizó por entre sus dedos. Bella lo tocó hasta encontrar de dónde había brotado. Con la yema del pulgar restregó la abertura y Montoya se estremeció y la succionó con más fuerza.

Como la había dejado sin el sentido de la vista, los demás se habían potenciado. A medida que la piel de él se iba calentando, su fragancia se colaba por la nariz de Bella y alimentaba su deseo. Su sentido del tacto estaba dolorosamente alerta e incluso la brisa más suave le provocaba un hormigueo en la piel.

—Por favor —gimió, incapaz de ocultar que quería más.

Tras un último y largo lametón, Edward se enderezó y, cogiéndola en brazos, se dirigió con ella hacia la cama.


Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo

¶Love¶Pandii23