No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
ÁMAME
17
Cuando el carruaje de María se desvió de la carretera principal y se detuvo en el patio de una posada, a escasa distancia de Reading, Simón estaba de muy mal humor. Dos de los hombres de St. John viajaban por delante de ellos a caballo, sin tener que sufrir el castigo de aquellos carruajes tan lentos. Si tenían suerte, volverían con alguna pista o quizá incluso con alguna indicación exacta.
Todo el día había sido una gran frustración. El carruaje de alquiler que habían cogido Bella y Tim los dejó poco después de que subieran, porque el cochero no quería salir de la ciudad. Pero consiguieron otro vehículo y siguieron adelante, como era de esperar. Lo que más preocupaba a Simón eran los informes sobre un gran número de jinetes franceses que avanzaban en la misma dirección que ellos.
Quizá no fuera nada, pero también era posible que se tratara de Cartland.
Se moría de ganas de explicarle todo el asunto a María durante la cena, pero sentía la misma lealtad hacia Edward, que había arriesgado su vida por él en más de una ocasión. Así que no dijo nada y se mordió la lengua hasta que se separaron para retirarse a descansar.
Por su parte, ni Lysette ni él tenían ninguno de los enseres básicos para viajar con comodidad. No disponían de ropa de recambio ni de sirvientes. Ni siquiera llevaban el carruaje adecuado, cosa que a Simón le había dejado un buen entumecimiento en el trasero y un intenso dolor de espalda.
Edward había mencionado que tenía intención de viajar hasta Bristol, lo que le daba a Simón cierta ventaja. Sutilmente convenció a María para que fueran en esa dirección, mientras, en secreto, mandó a un jinete de vuelta a sus aposentos para informar a su asistente del cambio de planes. El sirviente se ocuparía de pagar las cuentas, empaquetar sus cosas e informar a la doncella de Lysette para que recogiera sus pertenencias.
Al pensar en la francesa, la vio sentada delante del fuego. Compartían dormitorio por necesidad, pues su expedición era tan numerosa que no quedaban más habitaciones libres. María se quejó mucho de la mala calidad de la posada, argumentando que St. John tenía varios hombres por la zona que estarían encantados de acogerlos y proporcionarles un alojamiento confortable. Le pareció muy poco razonable que Simón insistiera en que se quedaran cerca de la carretera, pero él no quería que María se diera cuenta de que le había mentido acerca de las vacaciones, ardid que ella descubriría enseguida si amanecían al día siguiente con la misma ropa.
Oyó un suave suspiro y volvió a fijar su atención en Lysette. Estaba acurrucada en un sillón orejero. Sólo llevaba puesta la camisola y había recogido las piernas bajo su cuerpo, después de ponerse una manta en el regazo. Sus pálidos rizos rubios, que antes llevaba recogidos en un estiloso peinado, caían ahora sobre la cremosa piel de sus hombros. Estaba leyendo, como de costumbre. A Simón siempre lo había intrigado la voracidad con que esa chica devoraba los libros de historia. ¿Por qué tendría tanto interés en el pasado?
Cuando habían salido aquella mañana, únicamente tenían la intención de hacer algunas averiguaciones discretas, pero ella decidió llevarse un libro consigo de todos modos.
Simón frunció el cejo, se acercó a la cama, se desnudó y se deslizó entre las sábanas. A continuación se dedicó a observarla con los ojos entornados. Admiró su delicada belleza dorada, mientras se preguntaba por qué la encontraba tan poco atractiva. Que él recordara, era la única vez que la belleza de una mujer no conseguía distraerlo de sus imperfecciones interiores. Y teniendo en cuenta que Lysette podía rivalizar con María en atractivo, era un descubrimiento muy sorprendente.
Las dos mujeres se parecían en muchos aspectos y, sin embargo, eso sólo servía para subrayar sus diferencias. María tenía una gran fortaleza y una inquebrantable determinación. En cambio, Lysette a veces parecía que estuviera insegura del camino que debía tomar. Él era incapaz de comprender que en un momento diera la impresión de estar encantada consigo misma y al instante siguiente se mostrase tan pesarosa.
Los instintos de Simón eran muy fuertes y había aprendido a confiar ciegamente en ellos. Y en ese momento le decían que había algo que no iba bien en el mundo de Lysette. La muchacha era una asesina a sueldo y su frialdad encajaba a la perfección con la tarea. Y, sin embargo, a veces, esa indiferencia que demostraba hacia los demás se veía empañada por breves fogonazos de confusión y remordimiento. Simón sospechaba que estaba un poco loca y le resultaba muy difícil sentir simpatía y odio hacia la misma mujer.
—¿Cómo empezaste a trabajar para Talleyrand? —le preguntó.
Ella se sobresaltó y miró hacia la cama.
—Pensaba que estabas dormido.
—Es evidente que no.
—Yo no trabajo para Talleyrand.
—Entonces ¿para quién trabajas?
—Eso no es de tu incumbencia —replicó al instante.
—Pues yo creo que sí —contestó él.
Lysette lo miró con los ojos entrecerrados.
—¿Para quién trabajas tú? —preguntó a su vez.
—Yo no trabajo para nadie. Soy un mercenario.
—Hum…
—¿Tú también? —la presionó, al ver que no decía nada más.
Ella negó con la cabeza y de nuevo pareció estar un poco perdida. La ropa que llevaba era de calidad y muy cara y tenía unos modales y una conducta intachables. Estaba seguro de que su existencia habría empezado en circunstancias mucho mejores que aquéllas. Simón sabía por qué María vivía rodeada de crímenes, pero desconocía qué pasaba con Lysette.
—¿Por qué no te buscas un marido rico y disfrutas vaciándole los bolsillos? —inquirió.
Ella arrugó la nariz.
—Qué aburrido.
—Bueno, eso dependería del marido, ¿no crees?
—Me da igual, no me seduce la idea.
—Entonces quizá prefirieras llevar una vida de amante.
—No me gustan mucho los hombres. —La confesión de Lysette lo sorprendió—. ¿Por qué me haces tantas preguntas?
Simón se encogió de hombros.
—¿Por qué no? No tengo nada mejor que hacer.
—Podrías dormir.
—¿Prefieres la compañía femenina?
Ella se lo quedó mirando fijamente un momento. Y entonces abrió los ojos como platos.
—¡No! Mon Dieu! Prefiero la compañía de los libros, pero a falta de libros, los hombres siempre son mi segunda elección. En especial en el aspecto al que estás haciendo referencia.
Él sonrió al ver lo horrorizada que estaba.
—¿Por qué no piensas en Cartland y me dejas en paz? —le sugirió la joven.
—¿Crees que encontrará a Masen? —le preguntó entonces, serio.
—Creo que es imposible que no lo encuentre con la cantidad de gente que le pisa los talones. Le asignaron un contingente de hombres muy numeroso. Me sorprendería que no estuviera vigilando todas las principales vías que salen de Londres. —Los preciosos rasgos de Lysette se endurecieron—. No habría venido contigo de saber que esto es sólo un asunto familiar.
—Claro que no —murmuró él, sintiendo cómo se desvanecía rápidamente la minúscula oleada de calidez que había sentido por ella. Ésa era la constante naturaleza de su relación: de repente la encontraba ligeramente atractiva y un segundo después no podía soportarla—. Y ¿qué me dices de ese hombre que va con Cartland? Depardue. ¿Alguna vez piensas en él?
—Lo menos posible.
Allí había algo más. Simón lo sabía por su tono de voz.
—Es tu rival, ¿verdad?
Lysette apretó los labios.
—No, claro que no. Si le salen bien las cosas, no tiene por qué ser malo para mí.
—Entonces ¿por qué no lo dejas seguir adelante y te quitas ese peso de encima?
—Yo sé lo que tengo que hacer —dijo ella, poniéndose un poco a la defensiva—. Ya sé que no te gusta que sea capaz de dejar a un lado mis sentimientos para cumplir mi misión, pero esa capacidad es lo que me mantiene con vida.
Simón suspiró y se tumbó boca arriba.
—Que nosotros sobrevivamos de la manera que lo hacemos no significa que no tengamos corazón. ¿Qué sentido tendría seguir viviendo sin corazón?
Entonces Lysette cerró el libro de golpe.
—¡No intentes sermonearme! —le espetó—. Tú no tienes ni idea de lo que y o he pasado en la vida.
—Pues cuéntamelo —repuso él con despreocupación.
—¿Por qué te importa tanto?
—Ya te lo he dicho, no tengo nada mejor que hacer.
—¿Preferirías estar haciendo el amor?
Simón levantó la cabeza sorprendido. Ella lo estaba mirando con las cejas arqueadas.
—¿Contigo? —le preguntó incrédulo.
—¿Ves a alguien más aquí?
Para su disgusto, Simón se dio cuenta de que por mucho que disfrutara de un rápido y despreocupado revolcón, en realidad no deseaba acostarse con Lysette.
Aunque estaba dispuesto a aprovechar la ocasión.
—Supongo que podríamos…
Ella abrió los ojos como platos al advertir su evidente reticencia. Entonces soltó una dulce carcajada que a él le resultó encantadora. Quién le iba a decir que una criatura tan fría podía tener una risa tan cálida.
—¿No quieres acostarte conmigo? —le preguntó sonriendo.
Simón frunció el cejo.
—Creo que podría hacerlo, sí —respondió.
Lysette observó su entrepierna con descaro.
—A mí no me lo parece.
—No deberías poner en entredicho la virilidad de un hombre. Podría verse obligado a demostrártelo follándote sin piedad.
Una sombra oscureció los rasgos de ella, que tragó saliva con fuerza y apartó la vista.
La irritación de Simón desapareció de golpe. Se sentó en la cama y le dijo:
—Estaba bromeando.
—Claro.
Él se frotó la mandíbula y maldijo interiormente. Nunca había logrado entender a esa mujer. Era demasiado cambiante.
—Quizá deberíamos limitar nuestra conversación a temas más seguros.
Lysette lo miró.
—Sí, creo que tienes razón.
Él esperó a que dijera algo, pero al final decidió adelantarse.
—Mi intención es capturar a Cartland y llevarlo ante Masen. Así podrás ver por ti misma la diferencia entre ambos. Conozco lo suficiente a Cartland como para apostar a que querrá eliminar a Masen antes de que éste revele su secreto.
—Si es que hay algún secreto que revelar.
—¿Por qué no nos crees?
—No te ofendas —dijo ella con despreocupación—. Tampoco creo en la palabra de Cartland.
—Y entonces ¿en quién crees? —le espetó.
—En nadie. —Levantó la barbilla—. Dime que tú actuarías diferente si estuvieras en mi lugar.
—Ya conoces a Masen. Es un joven serio de buen corazón.
A Lysette se le endureció la mirada.
—Estoy segura de que habrá quien elogie también a Cartland.
—¡Cartland es un asesino mentiroso!
—Eso es lo que tú dices. Pero ¿no hubo un tiempo en que trabajó para ti?
¿Acaso no le tienes rencor por haber revelado tus traidoras actividades contra Francia? Tienes un motivo para querer que muera y eso elimina el valor de cualquier cosa que puedas decir en su contra.
Simon se dejó caer sobre la almohada maldiciendo entre dientes y tiró del cubrecama.
—¿Ahora sí que vas a dormir? —le preguntó ella.
—¡Sí!
—Bonne nuit.
Él respondió con un rugido de frustración.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
