No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
ÁMAME
21
La repentina comprensión de que Montoya podría haberse ido cuando ella se marchó de su habitación le revolvió el estómago.
—Cielo santo —jadeó, estrechando la máscara contra su pecho—. ¿Se ha ido?
Tim negó con la cabeza.
—Te está esperando abajo.
—Tengo que ir con él.
Bella se acercó a la cama, intacta, donde la aguardaba su corsé y sus enaguas. Montoya no había tenido tiempo de vestirla del todo. El miedo de que alguien pudiera descubrirla en su dormitorio los había obligado a darse prisa.
Bella esperaba poder pedirle a alguna de las doncellas que la ayudara, pero se tendría que conformar con Tim.
—Creo que deberías esperar a que llegara St. John —le aconsejó el hombre—. Ya está de camino.
—No —susurró ella, deteniéndose a medio movimiento. El tiempo que le quedaba con Montoya era demasiado valioso. Si sumaba a su hermana y a su cuñado a la ecuación, sólo conseguiría aumentar el desconcierto que ya sentía—.Debo hablar con él a solas.
—Ya has estado con él a solas —le espetó Tim, lanzando una incisiva mirada hacia la cama sin deshacer—. St. John me cortará la cabeza por haberlo permitido. No quiero darle más motivos.
—Tú no lo entiendes. Tengo que ver la cara de Montoya. Supongo que no esperarás que me enfrente a esa revelación delante de testigos furiosos.
Le tendió una mano temblorosa.
Tim se la quedó mirando un buen rato, sin dejar de apretar los dientes y los puños.
—Hace un momento, admiraba su valentía por venir a mi encuentro. Ahora lo quiero destrozar. No debería haberte tocado.
—Yo quería que lo hiciera —le dijo Bella con lágrimas en los ojos—. Yo lo convencí. Fui una egoísta y únicamente pensé en mis propios deseos.
Tal como habría hecho su padre, maldita fuera. Y maldita fuera también la sangre que la contaminaba. Todo su mundo era un caos porque sólo era capaz de pensar en sí misma.
—¡No llores! —le pidió Tim con tristeza.
Ella tenía la culpa de todo. Tenía que encontrar la manera de arreglar las cosas. Y el primer paso era Montoya, ya que él era la figura central de aquel descenso a la locura.
—Tengo que ir a verlo antes de que lleguen. —Se quitó el vestido desabrochado, se puso el corsé y le ofreció la espalda a Tim—. Necesitaré tu ayuda para vestirme.
Él murmuró algo mientras se acercaba y por la amenazadora mirada que vio en sus ojos, Bella pensó que era mucho mejor que no lo hubiera entendido.
—Creo que me casaré con Sarah —rugió, tirando con tanta fuerza de las cintas que Bella casi no podía respirar—. Ya soy demasiado viejo para esto.
Ella jadeó, privada del aire que necesitaba para hablar, y se dio un golpe en el corsé para que él lo arreglara. Tim frunció el cejo y entonces pareció advertir que estaba a punto de desmayarse. Masculló una disculpa y le aflojó las cintas.
—Espero que estés contenta —le espetó—. ¡Me has llevado al altar!
Bella se puso las enaguas y cuando Tim se las ajustó, cogió el vestido del suelo y metió los brazos por las mangas.
Los gruesos dedos del hombre pelearon con los minúsculos botones del vestido.
—Te quiero, Tim. —Bella lo miró por encima del hombro—. No sé si te lo había dicho alguna vez, pero es cierto. Eres un buen hombre.
Él se ruborizó.
—Espero que se case contigo, si es eso lo que tú quieres —contestó con brusquedad y con la vista clavada en lo que estaba haciendo—. Si no, lo amordazaré y lo vaciaré como a un pescado.
Aquello era una especie de oferta de paz y ella la aceptó encantada.
—Si llegáramos a ese punto, y o misma te ayudaría.
Tim dejó escapar un bufido, pero cuando ella lo miró de nuevo por encima del hombro, descubrió una sonrisa en sus labios.
—Ese hombre no tiene ni idea del lío en que se ha metido contigo.
Bella se movió, impaciente.
—Espero que podamos mantenerlo con vida el tiempo suficiente como para que lo descubra.
Cuando Tim le dijo que había acabado, ella se puso las medias y los zapatos y corrió hacia la puerta. Cuando llegó al final de la escalera, con todo el decoro que fue capaz de reunir, estaba tan sin aliento que empezó a sentirse mareada.
Los siguientes minutos cambiarían su futuro para siempre, lo sentía en los huesos. La sensación de presagio era tan intensa que estuvo tentada de huir, pero no podía hacerlo. Necesitaba a Montoya con una intensidad que jamás pensó que volvería a sentir. Una parte de sí misma lloraba en silencio por la traición a su primer y querido amor por otra mitad era más mayor y más sabia y comprendía que el afecto que sentía por uno no anulaba el que pudiera sentir por el otro.
Cuando cogió el pomo de la puerta del comedor privado, le temblaba la mano. Como poco, debía reconocer que estaba nerviosa. Estaba a punto de encontrarse con el hombre que la había mirado y la había tocado como jamás lo había hecho nadie. Y la tensión añadida de saber que por fin le iba a ver la cara aumentaba aún más su intranquilidad y su preocupación.
Inspiró hondo y llamó a la puerta.
—Adelante.
Entró en el comedor rápidamente, antes de perder el valor, y con el paso más seguro que pudo fingir. Una vez dentro, miró a su alrededor: el fuego, la enorme mesa circular cubierta por un mantel y las paredes con cuadros de escenas bucólicas.
Montoya miraba por la ventana con las manos cogidas a la espalda; llevaba una casaca de una exquisita seda muy colorida y los sedosos mechones negros recogidos en una cola que le llegaba hasta los omóplatos.
La vista de su figura tan bien ataviada en aquella sencilla sala de campo resultaba deslumbrante. Entonces se dio la vuelta y la conmoción la dejó helada.
« No puede ser él —pensó, con algo muy parecido al pánico—. Es imposible» .
Su corazón dejó de latir, se le encogieron los pulmones y sus pensamientos se fragmentaron en mil pedazos, como si alguien le hubiera golpeado el cerebro.
« Edward..
¿Cómo era posible?
Cuando se dio cuenta de que se le aflojaban las rodillas, trató de agarrarse a ciegas a un sillón, pero no lo consiguió. Se desplomó en la alfombra y el sordo golpe del impacto resonó en aquel aire tan cargado que los rodeaba, mientras se esforzaba por volver a respirar.
—Bella.
Edward se abalanzó en su ayuda, pero ella levantó una mano para detenerlo.
—¡No te acerques! —consiguió decir a través de una garganta dolorosamente cerrada.
El Edward Masen que Bella conocía y amaba estaba muerto.
« Y entonces ¿cómo es esto posible? —preguntó una insidiosa voz en su cabeza—. ¿Cómo puede ser que esté aquí contigo?»
« No puede ser él. No puede ser él» .
Bella repitió esa letanía en su mente sin descanso. Era incapaz de pensar en los años que habían pasado el uno sin el otro, la vida que podían haber llevado, los días y las noches, las sonrisas y las carcajadas…
La traición era tan completa que no podía creerse que Edward hubiera sido capaz de algo así. Y, sin embargo, mientras observaba al hombre peligrosamente atractivo que tenía delante, su corazón le susurraba la angustiosa verdad.
« ¿Cómo has podido no reconocer a tu amor?» , le decía. ¿Cómo podía haber pasado por alto las señales?
« Porque estaba muerto. Porque yo lo lloré larga y profundamente» .
Sin la máscara, los exóticos rasgos gitanos de Edward no dejaban ninguna duda sobre su identidad. Tenía más años, las líneas de su rostro eran más angulosas, pero los rasgos del chico al que ella había amado tanto seguían allí. No obstante, los ojos eran los de Montoya: ardientes, hambrientos y astutos.
El amante con el que había compartido su cama era Edward.
Un sollozo se abrió paso entre sus labios y se tapó la boca con la mano.
—Bella.
El dolorido tono con el que dijo su nombre la hizo llorar con más fuerza.
Había desaparecido el acento extranjero para dar paso a la voz que tantas veces había oído en sus sueños. Sonaba más grave y más madura, pero era la de Edward.
Apartó la vista, se sentía incapaz de mirarlo.
—¿No tienes nada que decir? —le preguntó él con suavidad—. ¿No tienes nada que preguntar? ¿Ni siquiera quieres gritarme algún insulto?
Miles de palabras batallaban por salir de su boca, entre ellas dos muy bonitas, pero Bella las reprimió con fuerza, incapaz de mostrar la intensidad de su dolor.
Se quedó mirando un pequeño cuadro de un lago que adornaba la pared. Le temblaba el labio inferior y se lo mordió para esconder el delator movimiento.
—He estado dentro de ti —le dijo con voz ronca—. Mi corazón late en tu pecho. Aunque no me hables, ¿ni siquiera puedes mirarme?
Su única respuesta fue el río de lágrimas que no dejaba de correr por sus mejillas.
Él maldijo y se acercó a ella.
—¡No! —gritó, deteniéndose de nuevo—. No te acerques a mí.
Edward apretó los dientes con fuerza y Bella vio cómo le palpitaba el músculo de la mandíbula. Era muy extraño ver la madurez y el refinamiento de Montoya en su amor de juventud. Parecía el mismo y, sin embargo, era distinto. Más grande, más fuerte, más vital. Es impresionantemente atractivo. Edward poseía un encanto masculino que pocos hombres podían igualar. De jovencita, soñaba con el día en que se casarían y él le pertenecería.
Pero ese sueño se desvaneció cuando lo dieron por muerto.
—Yo sigo soñando con eso —murmuró él, respondiendo a las palabras que
Bella había dicho en voz alta sin darse cuenta—. Yo sigo queriendo lo mismo.
—Dejaste que creyera que habías muerto —susurró.
Era incapaz de concebir que el Edward que ella recordaba fuera aquel hombre tan bien vestido que tenía delante.
—No tuve alternativa.
—Podrías haberte puesto en contacto conmigo en cualquier momento. Pero ¡has preferido desaparecer durante todos estos años!
—He vuelto lo antes posible.
—¡Suplantando la identidad de otro hombre! —Bella negó violentamente con la cabeza, mientras su mente se llenaba con los recuerdos de las últimas semanas—. Has sido muy cruel. Has jugado con mis sentimientos hasta conseguir que me encariñara con alguien que no existe.
—¡Claro que existo! —Se enderezó, alto y orgulloso, echando los hombros hacia atrás y levantando la barbilla—. Contigo no he fingido. Cada palabra que Montoya te ha dicho, cada caricia, todo salía de mi corazón. El mismo corazón late en ambos hombres. Somos la misma persona. Los dos estamos locamente enamorados de ti.
Ella rechazó sus palabras con un gesto con la mano.
—Fingiste tener acento y dejaste que creyera que estabas desfigurado.
—El acento era pura fachada, sí, una forma de evitar que adivinaras la verdad antes de que pudiera explicártela como es debido. Y el resto fue una creación de tu mente, no de la mía.
—¡No me eches la culpa! —Bella se puso de pie—. Dejaste que te llorara.
¿Tienes la menor idea de lo que he llegado a sufrir durante todos estos años? ¿O de lo que he sufrido estas semanas, sintiendo que estaba traicionando a Edward por haberme enamorado de Montoya?
El tormento se reflejó en el semblante de Edward y ella odió la intensa satisfacción que sintió al verlo.
—Tu corazón nunca llegó a creérselo —le dijo él con aspereza—. Siempre lo he sabido.
—No, tú…
—¡Sí! —Sus oscuros ojos ardieron, iluminados por un fuego interior—. ¿Te acuerdas de a quién nombraste cuando llegaste a la cumbre del orgasmo?Cuando yo estaba dentro de ti, internado en lo más profundo de tu cuerpo, ¿recuerdas cuál fue el nombre que salió de tus labios?.
Bella tragó con fuerza mientras su mente rebuscaba entre el millón de sensaciones que habían asaltado su cuerpo inocente. Recordaba el aspecto de la herida de la bala que tenía en el hombro y la sensación que la asaltó cuando la tocó, de una forma que no fue capaz de discernir.
—¡Me estabas volviendo loca! —lo acusó.
—Yo quería decírtelo, Bella. Lo intenté.
—Podrías habérmelo dicho entonces. ¡Me faltó poco para suplicártelo!
—¿Y tener esta discusión justo después de hacer el amor? —le preguntó él—.¡Jamás! La pasada noche fue la realización de mis más recónditas y ansiadas fantasías. Nada podría haberme convencido para que la arruinara.
—Pero ¡está arruinada igualmente! —le gritó temblando—. Ahora me siento como si hubiera perdido dos amores, porque el Edward que y o conocía está muerto y Montoya es una mentira.
—¡No es una mentira!
Edward se acercó a ella, que se apresuró a coger una silla y ponerla entre ellos.
Pero eso no lo detuvo y la apartó de su camino.
Bella se volvió para salir corriendo, pero Edward la agarró y ella se sintió superada por la sensación que la embargó al sentir sus brazos alrededor de su cuerpo tembloroso.
Se dejó atrapar por su abrazo. Estaba destrozada.
—Te quiero —murmuró él, posando los labios sobre su sien—. Te quiero.
Bella había esperado muchos años para escuchar esas palabras de su boca, pero ahora le parecían poca cosa y llegaban demasiado tarde.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
