No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.
ÁMAME
22
Cuando su carruaje se detuvo en el patio de la posada que le habían indicado los escoltas, María cogió el sombrero y los guantes.
—Me sorprende verte tan nerviosa —murmuró Christopher.
Sus ojos entrecerrados le daban una apariencia de engañosa somnolencia, pero ella lo conocía demasiado bien como para no advertirlo.
—Me alegro mucho de que la hay amos encontrado y de saber que fue lo bastante sensata como para llevarse a Tim, pero aún hay que solucionar el asunto de Montoya y Cullen . —María suspiró—. A pesar de lo triste que fue mi juventud, me alegro de haber estado demasiado ocupada como para no dejarme llevar por aventuras amorosas tan temerarias como ésta.
—Me estabas esperando a mí —ronroneó Christopher, cogiéndole la mano para besársela antes de que se pusiera el guante.
María le acarició la mejilla y sonrió.
—Y la espera valió la pena.
Christopher bajó primero y luego ayudó a María, que comentó:
—Me extraña que Tim no hay a salido a recibirnos.
—A mí también —convino él. Entonces se dirigió al cochero—: Pietro, ocúpate de los caballos y luego descarga la maleta de la señorita Benbridge.
El hombre asintió y puso el carruaje en marcha en dirección a los establos.
—Siempre piensas en todo —lo elogió María, entrelazando el brazo con el suyo.
—No. Yo sólo pienso en ti —la corrigió él, mirándola con la ardiente intensidad que había destruido las defensas de ella varios años atrás.
Esperaron a que Simón y mademoiselle Rousseau se unieran a ellos y luego entraron todos juntos a la posada.
—Preguntaré por Tim —dijo Christopher, dirigiéndose al mostrador. Un momento después, le hizo señas a uno de los lacayos que aguardaban junto a María para que se uniera a él y juntos siguieron al posadero cuando éste salió de la estancia.
—¿Qué ocurre? —preguntó mademoiselle Rousseau.
—Pidamos algo de comer —propuso Simón—. Estoy hambriento.
—Tú siempre estás hambriento —murmuró ella.
—Se requiere mucha energía para tolerar tu presencia, mademoiselle —le contestó él.
Se alejaron mientras María se quedaba esperando junto al otro lacayo.
Frunció el cejo al ver aparecer a Christopher seguido de Tim.
Vio la seria expresión en el rostro de éste y se acercó.
—¿Dónde está Bella ?
—Por lo visto, su admirador enmascarado ha decidido mostrarse a cara descubierta —respondió Christopher.
—Oh. —María miró a Tim, que parecía preocupado y furioso a un tiempo—.¿Qué pasa?
—Están hablando en el comedor privado —le explicó Christopher—. Pero han dejado la puerta abierta pensando en el decoro. Y por lo que parece, las cosas no le están yendo muy bien a él.
—¿Por qué no?
—Cuando ha venido a hablar conmigo he pensado que su rostro me resultaba familiar —intervino Tim—. Pero no he caído hasta que los he oído hablar.
—¿En qué has caído? —preguntó ella, mirando alternativamente a su marido y a él—. ¿Quién es? ¿Lo conocemos?
—¿Recuerdas los dibujos que te hice en Brighton? —le preguntó Tim, remontándose a los días del « cortejo» de Christopher.
Después del fallido intento por recuperar a Bella , Tim recurrió a su excelente memoria y su talento para dibujar a los sirvientes que habían secuestrado a la joven.
María asintió, recordando los bonitos dibujos.
—Sí, claro que me acuerdo.
—El hombre con el que está hablando es uno de ellos.
María frunció el cejo y trató de recordarlos a todos. Había un dibujo de Bella con Pietro, junto a una institutriz y un joven mozo de cuadra…
—No es posible —dijo, negando con la cabeza—. Ese joven era Edward. el chico que murió tratando de salvar a Bella .
—¿No era el sobrino de Pietro? —preguntó Christopher, arqueando una ceja—. Si tenemos alguna duda sobre su identidad, estoy seguro de que él nos ayudará a disiparla.
—Maldita sea —susurró María.
Se dio media vuelta y miró a Simón, que estaba sentado en una silla, en el comedor, y se encaminó decidida hacia él.
Simón levantó la vista y, cuando la vio acercarse, sus ojos azules brillaron de alegría, pero luego los entornó con recelo. La sonrisa que asomaba a los sensuales labios del irlandés desapareció en cuanto la resignación se apoderó de sus rasgos. En ese momento María supo que era cierto y se le encogió el corazón al pensar en el tormento que debía de estar viviendo su hermana.
—¡Desembucha! —le espetó, cuando Simón se puso de pie.
Él asintió y retiró la silla que quedaba libre entre él y mademoiselle Rosseau.
—Quizá quieras sentarte —le dijo con un suspiro—. Esto podría llevarnos algún tiempo.
—Suéltame, Edward.
Bella reprimió un sollozo, recurriendo a toda su fuerza de voluntad. Sentir su enorme y poderoso cuerpo presionándole la espalda de forma tan apasionada, era un bálsamo y un castigo al mismo tiempo. Estaba muy nerviosa, tenía las emociones a flor de piel y sus sentimientos fluctuaban entre una embriagadora felicidad y la conciencia de haber sido abandonada, algo que le recordaba demasiado lo que sentía bajo el negligente cuidado de su padre.
—No puedo —repuso él con voz ronca y su caliente mejilla pegada a la de ella—. Tengo miedo de que me dejes si te suelto.
—Quiero dejarte —susurró Bella —. Como tú me dejaste a mí.
—Era lo único que me podía permitir tener alguna oportunidad de conseguirte. ¿Es que no lo ves? —El tono de su voz era una áspera súplica—. Si no me hubiera marchado a hacer fortuna a otro lugar, jamás habrías sido mía, y yo no lo habría soportado. Hubiera hecho cualquier cosa para tenerte, incluso abandonarte durante un tiempo.
Ella tiró de sus brazos. Cada bocanada de aire que inspiraba estaba impregnada con su olor, y ese aroma la hacía rememorar apasionados recuerdos de la noche que habían pasado juntos. Era un tormento insoportable.
—Suéltame.
—Prométeme que te quedarás y me escucharás.
Bella asintió. Sabía que no tenía elección. Era consciente de que tenían que encontrar la forma de zanjar aquello para que los dos pudieran seguir adelante con sus vidas.
Se volvió hacia él con la barbilla levantada y trató de mantener una expresión impasible, a pesar de que era incapaz de reprimir las lágrimas. Edward. por su parte, se esforzaba por esconder su angustia. Sus atractivos rasgos estaban oscurecidos por el peso de los dolorosos recuerdos.
—Quizá todo habría sido distinto si me hubieras explicado que deseabas otra vida y me hubieras hecho partícipe de tus planes, en lugar de dejarme al margen—afirmó ella con rotundidad.
—Sé sincera, Bella . —Entrelazó las manos a la espalda como para evitar tocarla—. Nunca me habrías dejado marchar. Y si tú me hubieras suplicado que me quedara, yo jamás habría tenido la voluntad necesaria para negártelo.
—Y ¿por qué no te podías quedar?
—¿Cómo iba a conseguirte con la escasa paga de un sirviente? ¿Cómo iba a darte el mundo cuando yo no tenía nada?
—¡Podría haberme adaptado a otra forma de vida si te hubieras quedado para vivirla conmigo!
—Y ¿qué me dices de las noches? —la desafió—. ¿Sentirías lo mismo por mí si las hubieras tenido que pasar temblando porque estuviéramos obligados a racionar el carbón? ¿Y los días? ¡Tendríamos que levantarnos antes del alba para trabajar hasta caer rendidos!
—Tú podrías haberme dado calor, como has hecho esta noche —le contestó ella—. Una vida de noches como la de ayer. Me importaría un bledo el carbón si fueras tú quien me calentara la cama. Y los días. Cada nueva hora me acercaría un poco más a ti. Yo habría soportado cualquier cosa si eso nos hubiera unido más.
—¡Te merecías algo mejor!
Bella dio una patada en el suelo.
—¡No eras tú quien debía decidir si yo era incapaz de llevar esa vida! ¡No eras tú quien debía decidir que no era lo bastante fuerte!
—Yo nunca dudé de que estuvieras dispuesta a hacer ese esfuerzo por mí — argumentó él, con una intensidad que a ella le recordó al antiguo Edward.. ¡De lo que dudaba era de mi propia fortaleza y de mi capacidad para vivir de esa forma!
—¡Ni siquiera lo intentaste!
—No podía —replicó con vehemencia—. ¿Cómo iba a soportar verte las manos estropeadas y enrojecidas día a día? ¿Cómo iba a soportar las lágrimas que se te escaparían cuando necesitaras descansar un momento?
—El amor requiere ciertas privaciones.
—No cuando ibas a ser tú quien hiciera todo el sacrificio. No habría podido vivir conmigo mismo sabiendo que mi egoísmo te había arrastrado a un final tan infeliz.
—Tú no lo entiendes. —Se llevó la mano al corazón—. Yo habría sido feliz sabiendo que tú estabas a mi lado.
—Y y o me habría odiado a mí mismo.
—Ahora lo entiendo. —Abrumada de dolor, Bella se preguntó cómo podía haberse equivocado tanto respecto al amor que sentían el uno por el otro—. Si no nos hubiéramos conocido, tú habrías sido feliz con la vida que te había tocado, ¿verdad?
—Bella …
—Tu infelicidad procede de mí y de las expectativas que imaginabas que yo había depositado en ti.
—Eso no es cierto.
—Claro que sí. —El dolor que sentía en el pecho se intensificó hasta que apenas pudo respirar—. Lo siento —susurró—. Ojalá no nos hubiéramos conocido nunca. Podríamos haber sido felices.
Él abrió los ojos como platos.
—¡No digas eso! ¡Nunca! Tú has sido toda mi felicidad.
De repente, Bella se sentía muy vieja y cansada.
—Dejar tu país y tu familia, cruzar el continente arriesgando tu vida para trabajar como informante de la Corona… ¿A eso lo llamas felicidad? Eres un ingenuo.
—Maldita sea —rugió Edward. agarrándola de los hombros—. Valía la pena por ti. Todo lo que he hecho volvería a hacerlo cien veces para conseguir ser digno de ti.
—Yo nunca pensé que fueras indigno y tú no tuviste esos sentimientos de inferioridad hasta que me conociste. Eso no es amor, Edward. No sé lo que es, pero sí sé lo que no es.
Su repentina serenidad lo puso muy nervioso y empezó a pensar en las posibles maneras de mantenerla vinculada a él. La noche anterior habían estado lo más unidos que pueden aspirar a estar dos amantes y, sin embargo, en ese momento eran como dos desconocidos.
—Por muchas dudas que te pueda inspirar mi revelación, no subestimes lo que siento por ti. Te quiero. Te amé desde la primera vez que te vi y nunca he dejado de hacerlo. Ni un solo momento.
—¿Ah, no? —Bella se secó las lágrimas con las manos con tanta calma que ó una punzante intranquilidad—. Y ¿qué me dices de los momentos en que adquirías experiencia para hacer el amor con la habilidad que has demostrado esta noche? ¿También estabas enamorado de mí entonces?
—Claro que sí, maldita sea. —La estrechó con más fuerza, presionando su cuerpo contra el suyo—. Incluso entonces. Para un hombre, el sexo no es más que sexo, no hay más. Necesitamos vaciarnos de vez en cuando para funcionar con normalidad. Eso no tiene nada que ver con los sentimientos.
—¿Así que sólo estabas satisfaciendo tus necesidades, como hiciste detrás de aquella tienda cuando éramos más jóvenes? —Bella negó con la cabeza—.Ayer por la noche, cada vez que me tocabas, cada vez que me acariciabas… no dejaba de preguntarme con cuántas mujeres habrías estado para adquirir tanta habilidad.
—¿Estás celosa? —preguntó, desgarrado por dentro y asustado de lo rápido que ella se había recompuesto. Bella hablaba sin inflexiones, sin sentimientos, como si nada le importara—. ¿Preferirías haber sido tú la que satisficiera mis necesidades más primarias sin que mediara ningún sentimiento? ¿Sin afecto o interés?
—Sí que estoy celosa, pero también estoy triste. —Sus preciosos ojos estaban vacíos—. Has vivido toda una vida sin mí, Edward. Es muy probable que de vez en cuando te hay as sentido satisfecho con lo que hacías. Y esas mujeres no te hacían desear ser una persona que no eres, como hago yo.
—Yo nunca pienso en ellas —replicó, cogiendo su hermoso rostro entre las manos—. Nunca. Mientras lo hacía, siempre pensaba en ti y en lo mucho que te deseaba. Siempre deseé que fueras tú. Sentía un dolor que no desapareció nunca.
Aprendí, sí. Adquirí experiencia, es cierto. Pero ¡lo hice por ti! Para poder serlo todo para ti, para poder satisfacerte en todos los sentidos. Yo quería ser cuanto necesitabas y cuanto querías.
—Qué pena —dijo ella—. Se me rompe el corazón de saber que te he impedido ser feliz. furioso de impotencia y confuso por la dirección que estaba tomando la conversación, así que la cogió con fuerza y se apoderó de su boca para perderse en su cálida y húmeda profundidad.
En sus labios percibió el sabor del dolor y la tristeza de Bella y también su amargura y su rabia. Bebió todas sus emociones acariciándole la lengua con la suya antes de internarse en su boca con ferocidad.
Ella se agarró a sus antebrazos con ambas manos, gimió y tembló entre sus brazos. El cuerpo de Bella no se podía resistir al suyo, ni siquiera en ese momento. tener que explotar esa debilidad, pero lo haría si era necesario.
—Mi boca es tuya —le dijo con voz ronca, deslizando sus labios húmedos por encima de los suyos—. Nunca he besado a otra mujer. Jamás.
—Le cogió la mano y se la puso sobre el corazón—. ¿Ves lo fuerte que late? ¿Con qué desesperación? Es por ti. Todo lo que he hecho ha sido siempre por ti.
—Para —jadeó ella, mientras sus pechos presionaban el brazo de su agitada respiración.
—Y mis sueños… —Rozó la mejilla contra la de ella—. Mis sueños siempre han sido tuyos. Siempre he aspirado a mejorar para ser digno de ti.
—Y ¿cuándo llegará ese día, Edward.
Él se retiró y la miró con el cejo fruncido.
—Después de todos estos años, sigues encontrando motivos para alejarme de ti —prosiguió ella—. Hasta que ayer por la noche yo forcé la situación.
—Bella suspiró y ó una nota de adiós en el triste sonido—. Creo que sólo vimos lo que queríamos ver en el otro, pero al final el abismo que hay entre nosotros es tan grande que no se puede cruzar únicamente con ilusiones.
A le heló la sangre, algo muy sorprendente, teniendo en cuenta que tenía el cuerpo de Bella pegado al suyo.
—¿Qué me estás diciendo?
—Te estoy diciendo que estoy cansada de que todo el mundo me deje de lado y me olvide a la espera de que llegue el momento perfecto. Llevo toda la vida viviendo así y me niego a seguir haciéndolo.
—Bella …
—Lo que te estoy diciendo, Edward. es que cuando salgamos de esta sala, nos despediremos para siempre.
Un suave sonido llamó la atención de Simón, que levantó la vista de los mapas que tenía extendidos sobre su escritorio. Miró al mayordomo con las cejas arqueadas.
—¿Sí?
—Hay un joven en la puerta que pregunta por lady Winter, señor. Ya le he dicho que ni ella ni usted están en casa, pero no quiere irse.
Simón se enderezó.
—¿Ah, sí? Y ¿quién es?
El sirviente carraspeó.
—Parece un gitano.
La sorpresa lo dejó sin palabras un segundo, pero después dijo:
—Hazlo pasar.
Se tomó un momento para recoger los documentos de la mesa. Luego se sentó y esperó a que el desconocido entrara en su despacho.
—¿Dónde está lady Winter? —preguntó el chico.
La tensión que se percibía en sus hombros y en su mandíbula dejaba entrever lo decidido que estaba a conseguir lo que fuera que hubiese ido a buscar allí.
Simón se reclinó en su sillón.
—Según he oído decir, está de viaje por el continente.
El joven frunció el cejo.
—Y ¿la señorita Swan está con ella? ¿Cómo puedo encontrarlas? ¿Tiene su dirección?—¿Cómo te llamas?—.
—Muy bien, , ¿quieres beber algo?
Simón se puso de pie y se acercó a la hilera de decantadores alineados sobre la consola, delante de la ventana.
—No.
Simón reprimió una sonrisa, sirvió dos dedos de brandy en una copa y se dio la vuelta, apoyándose en la consola, con un pie cruzado sobre el otro.
Masen se había quedado quieto donde estaba, contemplando la habitación y deteniéndose de vez en cuando en algunos objetos en concreto, entornando los ojos. Era un joven muy fornido y tenía un exótico atractivo que Simón supuso que las mujeres encontrarían muy seductor.
—¿Qué harías si hallaras a la dulce Bella ? —le preguntó—. ¿Trabajar en los establos? ¿Cuidar de sus caballos?
Masen abrió los ojos como platos.
Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo
¶Love¶Pandii23
