No poseo los derechos de autor. Los personajes son de Stephenie Meyer. La historia es completamente de Sylvia Day.


ÁMAME

24

A Bella nunca dejaba de sorprenderla cómo podía ser que un hombre tan vibrante e imposible de ignorar como Christopher St. John pudiera pasar desapercibido siempre que quería. Por eso, apenas advirtió que estaba sentado junto a María mientras viajaban hacia Bristol. El pirata guardó absoluto silencio mientras ella vaciaba su corazón con su hermana y la joven le agradeció mucho que lo hiciera. Pocas personas creerían que el famoso criminal fuera capaz de aguantar horas y horas escuchando los lamentos de una mujer con problemas amorosos, pero lo hizo muy bien.

—¿Le has dicho que no quieres volver a verlo? —le preguntó María con delicadeza.

—Ésa era mi intención hasta que Cullen lo ha desafiado —respondió Bella por detrás del pañuelo con que se secaba los ojos. El día anterior, se había negado a decir ni una palabra de camino a Swindon. Sin embargo, esa mañana ya se sentía capaz de hablar de Edward sin llorar demasiado al hacerlo—. Seremos más felices por separado.

—Pues tú no lo pareces.

—Lo seré en el futuro, igual que Edward. —Suspiró—. Nadie puede ser feliz fingiendo día tras día ser alguien que no es.

—Quizá no esté fingiendo —le sugirió María con cautela.

—Es igual. El nuevo Edward tiene las mismas dudas que el antiguo. A pesar de todo lo que ha conseguido, sigue creyendo que Cullen era la mejor alternativa para mí hasta hace sólo unos días. Sigue tomando decisiones sobre mi bienestar sin consultarme. Ya tuve suficiente trato de ese estilo durante mi infancia.

—Estás dejando que tu pasado contamine tu presente.

—¿Acaso justificas sus acciones? —preguntó Bella , con los ojos abiertos como platos—. ¿Cómo puedes? Yo no soy capaz de encontrar ni una sola cosa positiva en lo que ha hecho. Es rico, sí, es evidente, pero considerar que eso compensa mi luto y mi tristeza de estos años sería estar poniendo precio a mi amor, y no puedo tolerarlo.

—Yo no justifico sus acciones —murmuró Maria—, pero estoy convencida de que te ama y de que siempre ha actuado pensando en tus intereses. Y también creo que le quieres. ¿Estás segura de que no le ves nada positivo a su comportamiento?

Bella se alisó la falda y miró por la ventana. Detrás de ellos, Edward los seguía en su carruaje junto con Jacques, el señor Quinn y mademoiselle Rosseau.

Cullen abría el camino en su propio vehículo. Estaba atrapada entre los dos, tanto en sentido figurado como en el literal.

—Me he dado cuenta de que la pasión no es como pretenden hacernos creer los poetas —dijo.

Entonces se oyó un escéptico sonido procedente del otro extremo del asiento, pero cuando Bella le lanzó a St. John una mirada entornada, el rostro de éste seguía impasible.

—Hablo muy en serio —prosiguió ella—. Antes de estas últimas semanas, mi vida era ordenada y cómoda. Mi armonía estaba intacta. Cullen estaba contento vosotros también. Edward también llevaba una existencia en la que iba progresando a su manera. Y ahora todas nuestras vidas son un caos. No tienes ni idea de lo mucho que me duele darme cuenta de que mi parecido con lord Welton va más allá de la mera apariencia física.

—Bella , eso es una auténtica tontería —replicó Maria, tajante.

—¿Ah sí? ¿No crees que he hecho exactamente lo mismo que habría hecho él? —Negó con la cabeza—. Prefiero ser una mujer que vive por y para sus obligaciones que una que se abandona a la indulgencia. Por lo menos sería una mujer honrada.

La preocupación asomó a los ojos oscuros de Maria.

—Estás muy alterada. Ha sido un viaje muy largo y la posada de Swindon no ha ayudado mucho, pero y a casi hemos llegado a Bristol y podrás descansar uno o dos días.

—¿Antes o después del duelo? —preguntó ella, malhumorada.

—Peque…

Entonces se oyó un grito en la lejanía y el carruaje se detuvo. Bella se inclinó hacia adelante para mirar por la ventana y vio un largo camino muy bien cuidado que desembocaba en una plaza circular adornada por una enorme fuente central. La espléndida mansión era impresionante, con elegantes columnas y un pórtico enorme, flanqueado por abundantes y alegres arriates llenos de flores.

Cuando la procesión de carruajes se detuvo ante los escalones de entrada, se abrió la puerta principal y de la casa salió un verdadero enjambre de sirvientes, ataviados con una librea gris y negra. St. John fue el primero en bajar del coche.

Luego ayudó a María y a Bella .

—Bienvenidos —dijo Cullen , reuniéndose con ellos.

Esbozó una media sonrisa al llevarse la mano enguantada de Bella a los labios. Estaba arrebatador con sus calzones de azul pálido y una casaca del mismo color de sus ojos. La cansada sonrisa que le dedicó Bella dejó entrever una verdadera apreciación de su encanto.

—Tiene una casa preciosa, milord —comentó María.

—Gracias. Espero que le parezca aún más bonita cuando estemos dentro.

Luego se volvieron todos juntos en dirección al carruaje de Edward. Bella se preparó interiormente para su aparición, suponiendo que la miraría de la misma forma que lo había hecho durante todo el día anterior, con una expresión de súplica en sus ojos oscuros.

Por desgracia, no había preparación suficiente que pudiera mitigar el efecto que tuvo sobre ella cuando se bajó del carruaje y se acercó derrochando sensualidad. Maldito hombre. Siempre se había movido con una elegancia animal que le provocaba un hormigueo por todo el cuerpo. Y ahora que sabía lo bien que trasladaba a la cama esa latente sexualidad, la respuesta de su cuerpo era aún peor.

Apartó la vista en un esfuerzo por esconder la irresistible atracción que sentía por él.

—Milord —dijo Edward, con su suave voz teñida de un evidente disgusto—, si alguien me puede indicar la dirección de la posada más cercana, partiré enseguida. El señor Quinn volverá luego para concretar los preparativos.

—Me gustaría que se quedara aquí —confesó Cullen , sorprendiéndolos a todos.

Bella lo miró boquiabierta.

—Eso es imposible —contestó Edward.

—¿Por qué? —lo desafió el conde, con ambas cejas arqueadas.

Él apretó los dientes.

—Tengo mis motivos.

—Y ¿cuáles son? —preguntó St. John, con un tono de voz que puso a Bella en alerta. Por lo visto, su cuñado estaba viendo algo en aquel intercambio que a ella se le estaba pasando por alto—. Permítame ayudarle.

—Eso no será necesario —respondió Edward con sequedad—. Cuide de la señorita Benbridge. Ésa es toda la ayuda que necesito.

—Si está en peligro —intervino María—, preferiría que estuviera cerca. Si se va, quizá nosotros también debamos quedarnos en la posada.

—Por favor —intervino Cullen con su habitual deje despreocupado y con más serenidad que nunca—. Todo el mundo estará más seguro aquí que en un lugar público con un tráfico constante.

—St. John —dijo Edward—, si me permite un segundo…

El pirata asintió y se excusó con los demás. Los dos hombres se alejaron un poco y hablaron en un tono de voz demasiado bajo para que nadie pudiera oírlos.

De repente, empezaron a animarse y pareció que estuvieran discutiendo.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Bella a María.

—Ojalá lo supiera —le contestó su hermana.

—Permitid que la señora Barney os acompañe a vuestras habitaciones —les indicó Cullen , señalando en dirección al ama de llaves que los esperaba en el primer escalón con una agradable sonrisa en los labios.

—Quiero saber lo que está pasando —replicó Bella .

—Ya lo sé —admitió Cullen , posándole la mano en la espalda y guiándola en dirección a la mansión—. Y prometo contártelo todo en cuanto lo averigüe.

—¿De verdad?

Lo miró por debajo del ala de su sombrero.

—Pues claro. ¿Te he mentido alguna vez?

Ella comprendió el mensaje: « Yo no soy Masen —le estaba diciendo—. Yo siempre he sido sincero contigo» . Bella le ofreció una agradable y agradecida sonrisa. Luego María se unió a ella y juntas siguieron a la señora Barney hacia el interior de la casa.

Edward vio cómo lord Cullen se llevaba a Bella hacia la casa y luchó contra la necesidad de apartarla de él. Le resultaba insoportable verla con otro hombre. La imagen lo corroía como el ácido: lo quemaba, le escocía y dejaba un enorme agujero a su paso.

—Creo que debería quedarse —dijo St. John, distrayendo su atención.

—Usted no lo entiende —le explicó Edward—. Nos vienen siguiendo desde que salimos de Reading. Si me alejo de la señorita Benbridge, alejaré también el peligro.

El pirata se puso muy serio.

—A menos que a ella se le ocurra volver a seguirlo —apuntó—. En ese caso, sería mucho más vulnerable en una posada que aquí.

—Maldita sea. No había pensado en eso. —Edward se llevó la mano a la nuca y se la frotó—. Aunque dado su estado de ánimo actual, dudo mucho que hiciera algo así.

—Pero no puede estar seguro, ni yo tampoco. Por tanto, creo que es mejor pecar de precavidos.

—¿No puede encontrar la forma de impedírselo? —le preguntó Edward—. No puedo dejar que Cartland se acerque a ella. Si llega a sospechar lo mucho que Bella significa para mí, lo utilizará.

—¿Acaso usted consiguió impedírselo? No espere milagros de mí. —St. John sonrió—. Mi esposa está considerada como la mujer más mortífera de toda Inglaterra y le ha enseñado a su hermana todo lo que sabe. Bella puede medirse con el mejor de los espadachines y lanza los cuchillos como nadie… Lo hace incluso mejor que yo. Si decide seguirlo, le aseguro que encontrará la forma de hacerlo.

Edward parpadeó y suspiró resignado.

—Por extraño que parezca, estas revelaciones no me sorprenden.

—Me habría encantado conocer a su madre —comentó Christopher—. Debió de ser una mujer extraordinaria.

—No tengo tiempo para hablar —lo interrumpió Edward—. Tengo que ser el cazador o la presa, y el papel de presa no me va nada.

St. John asintió.

—Lo comprendo.

—Me gustaría que mademoiselle Rousseau se creyera el testimonio de Jacques sobre lo que pasó la noche en que seguí a Cartland, pero se niega. No comprendo por qué. ¿Por qué lo habrá descartado tan rápido? ¿Cómo puede confiar en la palabra de Cartland?

—No sé qué busca esa mujer, pero le ofrezco todo el apoyo que necesite.

Esta noche no hay mucho más que pueda hacer. Deje que sean mis hombres los que investiguen por la ciudad. Usted puede seguir mañana. Creo que una noche de descanso bastará para evitar que Bella salga corriendo detrás de usted.

La idea de pasar una velada íntima en compañía de Bella y lord Cullen le parecía a Edward un tormento insoportable.

—¿Se queda? —le preguntó el conde, acercándose a ellos—. Ya están preparando las habitaciones.

—Gracias. —Eso fue todo lo que Edward fue capaz de decir—. Se lo comunicaré a los demás.

Y dando media vuelta, se alejó.

St. John lo observó irse. Vio la tensión que lo atenazaba y la evidente rabia que desprendían sus pasos.

—Está enamorado de ella.

—Así es.

St. John volvió la cabeza y vio que el conde estaba observando también a

Masen con los ojos entrecerrados.

—Yo sé por qué creo que debería quedarse, pero no comprendo cuáles son sus motivos —reconoció Christopher.

—Nuestras diferencias serán más evidentes si Bella tiene la ocasión de compararnos de cerca. —Cullen lo miró a los ojos—. Yo soy la mejor elección para ella. Si dudara de que es así, me apartaría. Lo que más deseo es que sea feliz y no creo que él sea capaz de conseguirlo.

—Es un gran oponente. Masen lleva mucho tiempo viviendo de su buen juicio y de su espada.

—A pesar de mi civilizado aprendizaje, yo tampoco carezco de habilidad —respondió el conde con sencillez.

St. John asintió y siguió los rápidos pasos de Cullen en dirección a la casa. Tim estaba supervisando a los sirvientes mientras bajaban los equipajes del carruaje de carga y Masen fruncía el cejo en dirección a Quinn, que estaba ayudando a una sonriente mademoiselle Rousseau a descender del carruaje.

St. John se preguntó si todos los hombres pasarían por las mismas dificultades cuando trataran de casarse con una hermana pequeña. Negó con la cabeza, subió la escalera y se dirigió a la habitación que le habían asignado y donde sabía que encontraría a su mujer. Juntos planificarían la estrategia a seguir durante los próximos días.

Y al pensarlo esbozó una sonrisa.

Después de bañarse y vestirse y a pesar de que se sentía temblorosa, Bella salió de su habitación y se apresuró por el largo pasillo. María le había dicho que durmiera una siesta antes de bajar a tomar el té, pero no podía dormir. Lo que necesitaba era mover las piernas, respirar aire fresco y aclararse las ideas. Ya desde niña, sabía que un buen paseo era capaz de aliviar muchos males y sentía una intensa necesidad de tranquilizarse en ese momento.

—Bella.


Espero que les guste y sigan...estaré por aquí muy pronto xoxo

¶Love¶Pandii23