Los deseos del destino

Nadeshiko miko

Prólogo

Los sucesos de hoy, se convierten en las historias del mañana, y las historias, al cabo de los años, se vuelven leyendas.

Namanin voló alto, tan alto que podía acariciar las nubes y observó la Tierra desde esa altura. Un cruce de hilos rojos unía un extremo y otro del lugar, algunos se entrelazaban, otros tenían su fin al lado y algunos; aún eran un solitario hilo enredado en el dedo meñique de una persona. Ella era la encargada de unir los dos extremos, de entrelazar el destino de una persona y otra. De buscar el alma gemela.

Y como el destino era cruel y caprichoso en ocasiones, probablemente algunos hilos nunca llegarían a encontrarse, u otros no era el momento aún de que se acortaran.

Conocía mil historias de hilos rotos o hilos tensados. A veces, necesitaban un pequeño empujón.

La historia más reciente era la del joven Kenshin Himura, o Battousai, como muchos lo conocían. Una historia peculiar, en la que el tiempo había jugado un papel muy importante y decisivo. Y es que, no podía negar, que le gustaba jugar con el destino de las personas y hacer su vida un poco más interesante. No todo debía ser coser y cantar, si sólo sucedían cosas buenas las personas no llegarían nunca a apreciarlas.

Recordaba el día que decidió borrar el sufrimiento de un vagabundo, el cual los fantasmas de su pasado no dejaban de atormentarlo. Puso en las manos de su enamorada, Kaoru Kamiya, un objeto que le permitiría pedir cualquier deseo. Ella deseó borrar el dolor de él, así que la envió a la época dónde unos desafortunados acontecimientos marcaron tanto física como mentalmente a Himura. Ella borró el dolor, restauró el espíritu del samurái y, después de eso, tuvo que volver a su lugar.

El destino era así, no podía haber dos Kaoru en la misma línea de tiempo, pero tampoco podía permitir que un amor tan grande quedará en el olvido, o que Himura pasara una década anhelando su amor. Conocía la intensidad del amor humano, él no podría mantener las distancias con la Kaoru de su tiempo y terminaría interviniendo en la vida de la niña, y suficiente había tenido con que la otra Kaoru interviniera en la vida del vagabundo. Borró los recuerdos del samurái hasta que volviera a encontrarla, justo en el momento en que el destino lo había decidido.

Ahora era su turno de estar juntos.

¿Entonces por qué maldita razón ese descabellado de Himura no se había atrevido a mostrarle sus sentimientos?

-.-.-.-.-

Dos semanas habían pasado desde que se reencontró con Kaoru y sus recuerdos volvieran. Él no era el mismo de esa diez años, sus sentimientos no eran los mismos, y sus pensamientos tampoco.

Tumbado en el suelo y con el brazo como almohada, observaba el cielo nocturno y sus infinitas estrellas. Conocía la historia de ellos dos por boca de Kaoru, y sabía que si hacía algo podía afectar a la historia así como había afectado a su vida el viaje en el tiempo de la pelinegra. Por otro lado, el viaje de la pelinegra solo había servido para mejorar su pasado, él quería hacer lo mismo pero no tenía ni idea de cómo hacerlo.

—Kenshin, ¡esta vez voy a hacer la cena yo! —exclamó Kaoru llegando hasta él apretándose más fuerte su cola de caballo.

Él carraspeó y asintió. Cada vez que ella cocinaba era un desastre. Esa noche se iba a quedar sin cenar, de nuevo. Miró como ella desaparecía por el pasillo con paso decidido en dirección a la cocina.

Estaba hecho un lío. En dos semanas uno no se enamora como lo estaba él y si se declaraba ella iba a quedar como un chiflado. Debía ir despacio y con buena letra, seducirla y conquistarla poco a poco, como ella había hecho con él.

¿Qué había hecho su otro yo para enamorar a Kaoru? Por lo que le había contado Kaoru era un bobo indeciso. No entendía qué había visto en él.

Se levantó y fue hacia la cocina para cerciorarse de que Kaoru no había quemado nada. Demasiado tarde. Ella estaba raspando con el cuchillo la superficie quemada del pescado, al verlo se sonrojó y trató de ocultar la escena del crimen.

—¿Cuánto hace qué estás aquí?

—El tiempo suficiente para ver el menú: pescado chamuscado.

Ella hizo un mohín y clavó el cuchillo en el pescado haciendo que Kenshin se tensase cuando éste pasó a escasos centímetros de él.

—Soy maestra en kendo pero; sin embargo, la cocina se me resiste —cada palabra iba acompañada con un golpe al pescado. Al final lo hizo puré —. Y tú eres bueno con la espada, bueno con las niñas, en las tareas domésticas y un excelente cocinero. Cuál es tu defecto, ¿eh?

Cogió con firmeza, y a la vez delicadeza, la fina muñeca de ella.

—Te sorprenderías.

Cogió una cacerola, echó agua y la puso a hervir. Colocó varias especias en el mostrador mientras que la fogata calentaba el agua y se puso detrás de ella, acaparando su espacio y pegando su cuerpo al de ella.

Kaoru contuvo la respiración al sentir el cuerpo fibroso del espadachín tan cerca, se movió a un lado queriendo poner distancia pero al hacerlo su trasero rozó con la entrepierna de él y se sonrojó. Su corazón martilleaba con fuerza contra su pecho y cada parte de su cuerpo se había quedado paralizada. Podía sentir la respiración de él contra su oído izquierdo y las manos grandes y callosas de él fueron desde sus muñecas hasta el dorso de su mano, entrelazando los dedos con los de ella y guiándola para coger un bote de especias. Echó un poco en el agua, la soltó y repitió la misma acción con otra.

Simplemente se dejó llevar, el calor inundaba su cuerpo y las piernas le temblaban. Notaba su miembro contra su trasero, su pecho firme en su espalda, su aliento acariciándola, haciéndole cosquillas en el cuello.

Finalmente él hecho el pescado triturado en la sopa y la removió con la cuchara de madera. Cogió un poco y acercó la cuchara a sus labios.

—Pruebálo —susurró con la voz ronca contra su oído.

Ella abrió levemente la boca, embrujada por el erótico hechizo que él había creado en ella. La sopa estaba deliciosa... Y como un sueño, se despertó de forma fría cuando él se separó. Se giró levemente, apoyando la cadera contra la encimera y luchando porque sus piernas dejaran de ser gelatina pura.

—Si quieres, puedo enseñarte —le dijo él curvando sus labios en una cínica y varonil sonrisa.

—Sí... —musitó sin voz.

Lo miró irse y ella quedó ahí. Pasó la lengua por sus labios secos y apartó el flequillo de su frente dejando escapar un profundo suspiro.

-.-.-.-.-

Después de pasar la mañana enseñando a Yahiko, preparó un baño para quitarse el sudor y ponerse su yukata. Pasó la toalla limpiando el sudor que perlaba su frente y paró en seco al ver a Kenshin jugando con las pequeñas Ayame y Suzume.

Aquel hombre que sonreía de forma dulce a las pequeñas era un temerario espadachín, fuerte, ágil y que escondía un pasado lleno de horror que él mismo había sembrado. No era tonta, a pesar de que confiaba en ese hombre sabía que era peligroso. Su silencio, su misterio, su mirada decidida y fría... Esos ojos violetas con un brillo dorado que ponían los vellos de punta cuando te miraban fijamente.

No olvidaba lo que había sentido al tenerlo tan cerca, la sensación de cosquilleo que había endurecido sus pezones al notar su respiración sobre ella.

Sacudió la cabeza deshaciendo esos pensamientos que la estaban torturando.

—¿Qué haces ahí parada, bruja? ¿No te ibas a bañar? Apestas —dijo Yahiko saliendo de la sala de entrenamientos.

Ella se giró a él, ceñuda.

—No apesto. Eres tú quien debería mirar su problema de aliento.

Él arrugó el ceño y ahuecó sus manos para echar el aliento.

—¡Es mentira! Bruja fea.

Kaoru sonrió. Desde que el vagabundo llegó a su vida ésta había cambiado, había dejado de estar sola a tener una pequeña familia. Gracias a él había limpiado el nombre de su familia, Yahiko había sido salvado de la panda de matones que lo usaban a su propio beneficio y Sanosuke... Bueno, al menos no buscaba peleas a todo rato.

—¡Buenos días! ¿Dónde está el desayuno?

La voz de Sanosuke irrumpió en el patio.

Le caía bien el cabeza de gallo, pero era un cara dura de los buenos. No hacía nada, se levantaba a las tantas y siempre venía a casa a gorronear. Lo conocían de apenas unos días y había cogido unas confianzas cómo si llevara años con ellos.

Ella puso los brazos en jarras.

—¿Desayuno? Un poco tarde. Ya es medio día.

Él se encogió de hombros, restándole importancia.

—Bueno, pues, ¿dónde está el almuerzo?

-.-.-.-.-

Namanin aplaudió mentalmente. Lo sentía en cada una de las fibras de su ser. El acercamiento de la noche anterior había alterado a la inocente Kaoru. Por fin, Himura movía ficha.

No es que no le gustase el romance lento y embriagador, pero después de tanto tiempo esperando que la joven pareja se reencontrase estaba ansiosa de ver los frutos de tantos años cuidando de su hilo. Quería ver sus retoños, pasear invisible entre ellos y sentir como las criaturitas la atravesaban. Esa era una de las mejores sensaciones del mundo.

Pero, de pronto, notó un dolor en su vientre. Eran mil cuchillas atravesándolo. Dejó de frotar un momento y cayó de rodillas en el suelo, en medio del patio del dojo Kamiya. Kaoru discutía con Sanosuke, y Kenshin estaba a pocos metros de ellos tendiendo la ropa en el tendedero. Como espíritu, ellos no eran consciente de su presencia, no podían verla y tampoco sentirla.

Alzó la cabeza y miró a los presentes. El hilo del destino de Sanosuke estaba estirado, su otra parte estaba lejos por el momento, pero el de Himura y Kaoru estaban distendidos. Buscó con nerviosismo y lo vio. El hilo había sido cortado por la mitad.

De forma desesperada, gateó hasta los dos extremos y trató de unirlos con sus poderes. Era la primera vez que ocurría algo así, el hilo del destino era indestructible, incluso para ella. Sólo había alguien que podía hacerlo, alguien que tenía más poder que ella misma.

Ese alguien era el destino.

Él había permitido a ella cambiar la historia de Himura con la condición de que tenía que asegurarse de que los acontecimientos transcurrieran de forma natural, sin alterar la historia aún más. Kaoru viviría su vida sin conocer a Himura hasta que el destino lo considerase, que era justamente como lo había conocido años atrás, creyendo que era el asesino que estaba deshonrando el nombre de la escuela de su padre.

Lo había incumplido.

Había permitido a Himura recordar a Kaoru. Había alentado al joven a acercarse a ella... Y el destino se había cansado de que jugara con ellos dos. Su deber era unir a las personas, el destino se encargaba de escribir su historia.

—No puedes hacer esto. Ya están juntos —dijo a la nada.

No. No era un castigo. Conocía bien al destino, llevaban milenios juntos. Él la estaba retando a un juego.

—Los únicos que pueden unir su destino son ellos dos. No me meteré esta vez, pero tú tampoco lo hagas —exigió levantándose del suelo y recobrando su entereza —. No pondré en duda más tus cualidades ni tus objetivos, pero te demostraré que cuando elijo a dos personas para estar juntos mi elección es algo más que un capricho. Ellos dos han nacido para estar juntos.

Mordió su labio mirando a la pareja. Ella no podía restablecer el hilo, los únicos que podían hacerlo eran ellos mismos. Himura estaba enamorado de Kaoru pero ésta aún no se había enamorado de él, si ambos no sabían llevar las cosas a buen caudal, Himura viviría en un amor no correspondido toda su vida, y Kaoru no podría encontrar su otra mitad jamás.

Continuará...


¡Hola!

Este es el prólogo de la segunda parte de El deseo. No sabía bien como comenzar, pero dado que el fic empezó y terminó con magia, he decidido que éste siga igual. Seguimos jugando con el tiempo y el destino.

Muchos me preguntaron qué pasó cuando Kaoru llegó a su futuro. Bien, yo veo la historia como algo líneal, si Kaoru cambió el pasado de Kenshin, la historia no va a ser igual como en la serie. Así que como la historia de ellos dos se escribe desde el principio, la Kaoru que llegó a la feria y pidió el deseo de borrar el pasado de Kenshin no existe aquí. No sé si me explico xD

Muchas gracias a todos por vuestro apoyo. Dedico este fic a una personita en especial, lunavap, que a pesar de mi ausencia me mandó mensajes animándome a continuar la historia.