ADIÓS AL AYER

Esta es la adaptación de un libro, así que la historia le pertenece a su autor Robyn Grady.

Descripción

Una poderosa dinastía donde los secretos y el escándalo nunca duermen. Quinn había nacido para triunfar, su único afán era ganar a toda costa. Esta campeona del mundo de la Fórmula 1 vivía como conducía: rápido, sin miedo, convencida de conquistar la victoria. Sin embargo, tras un grave accidente, su carrera de piloto estaba en la cuerda floja y Quinn debía afrontar su peor miedo: el fracaso. Rachel Berry era fisioterapeuta y estaba dispuesta a ayudarla, pero ella buscaba en Rachel algo más físico. Aunque Rachel había encarado peligros mayores en su vida, necesitaba de toda su profesionalidad para mantener a raya a aquella obstinada conquistadora.

Los Fabray

Una poderosa dinastía en la que los secretos y el escándalo nunca duermen.

La dinastía

Ocho hermanos muy ricos, pero faltos de lo único que desean: el amor de su padre. Una familia destruida por la sed de poder de un hombre.

El secreto

Perseguidos por su pasado y obligados a triunfar, los Fabray se han dispersado por todos los rincones del planeta, pero los secretos siempre acaban por salir a la luz y el escándalo está empezando a despertar.

El poder

Los hermanos Fabray han vuelto más fuertes que nunca, pero ocultan unos corazones duros como el granito. Se dice que incluso la más negra de las almas puede sanar con el amor puro. Sin embargo, nadie sabe aún si la dinastía logrará resurgir.


Uno

En cuanto el coche subió por los aires, Quinn Fabray supo que la situación era mala. Que podía resultar gravemente herida o incluso morir.

Había tomado la primera curva del circuito de Melbourne a demasiada velocidad, y cuando las ruedas resbalaron sobre el agua de la pista, salió disparada y se estrelló contra un muro hecho de neumáticos apilados que proporcionaba protección no solo a los coches y a los conductores, sino también a los espectadores que se congregaban tras el guardarraíl.

Como una piedra lanzada desde un tirachinas, salió disparada de los neumáticos. No supo qué pasó después, pero a juzgar por el fuerte impacto que le hizo dar vueltas sin control, dio por hecho que otro coche se había estrellado contra ella.

Mientras volaba por los aires a un metro por encima del suelo, el tiempo pareció detenerse mientras algunas imágenes del pasado atravesaban su mente.

Anticipándose al colosal impacto, Quinn se maldijo a sí misma por ser un estúpida. Llevaba tres temporadas siendo la número uno mundial, algunos decían que era la mejor de la historia y, sin embargo, había roto la regla de oro de los pilotos. Había dejado que se le escapara la concentración. Había permitido que la angustia le nublara el sentido y estropeara su actuación. La noticia que había recibido una hora antes de subirse a la cabina del coche la había alterado. ¿Sam había vuelto después de casi veinte años? Quinn entendió entonces por qué su hermano gemelo había insistido en ponerse de acuerdo con ella desde hacia varias semanas. Se había quedado impresionada al recibir su primer correo electrónico y había evitado contestar los mensajes de Quinton precisamente por esa razón. No podía permitir que aquello la distrajera.

Quinn dejó escapar un suspiro y dejó a un lado aquellos pensamientos. No podía permitirse ninguna distracción, eso era todo.

Con la sangre agolpándosele en los oídos, apretó los dientes y se agarró al volante mientras aquel misil de cuatrocientos veinte kilos atravesaba el muro de neumáticos. Un instante más tarde, se detuvo en seco y una oscuridad negra como el Apocalipsis la envolvió. La fuerza del impacto exigía que fuera catapultada hacia delante, pero los arneses del cuerpo y del casco la mantuvieron sujeta en el interior.

Impulsada hacia delante, Quiinn sintió que el hombro derecho le hacía clic y sangraba, provocándole un dolor que sabía que iría a más. También sabía que tenía que salir rápidamente de allí. Los depósitos de combustible no solían romperse y los trajes ignífugos eran un invento maravilloso. Pero nada podría evitar que una persona se quemara viva si el coche ardía en llamas.

Atrapada bajo el peso de las ruedas, Quinn luchó contra el incontrolable deseo de tratar de abrirse camino a través del neumático para salir de allí. Aunque lograra conseguir salir de allí con sus propias manos, el procedimiento aconsejaba que los equipos de rescate supervisaran a los protagonistas de cualquier accidente.

Sujetándose el brazo herido, Quinn soltó la peor palabrota que había soltado en su vida, escudriñó la oscuridad y gimió con disgusto:

–¿Podemos volver a intentarlo? Sé que puedo hacerlo todavía peor si me lo propongo.

Transcurrieron unos claustrofóbicos segundos. Quinn apretó los dientes y se concentró en el sonido de los coches que pasaban a toda velocidad para no pensar en el creciente dolor del hombro. Luego escuchó un tipo de motor diferente, el de los vehículos sanitarios. Las carreras eran un deporte peligroso, pero los grandes riesgos asociados a las altas velocidades también le provocaban una gran emoción, y era la única vida que quería vivir. Competir no solo le proporcionaba un gran placer, sino también una maravillosa vía de escape. Dios sabía que había mucho de lo que escapar tras haber crecido en la mansión Fabray.

Los gritos de los técnicos de pista llegaron hasta ella y volvió al presente mientras una grúa se ponía en funcionamiento. Apartó varias pilas de neumáticos y en seguida entraron los rayos de luz.

Un técnico de pista vestido con un mono naranja brillante asomó la cabeza.

–¿Estás bien?

–Sobreviviré.

El técnico ya había quitado el volante y estaba comprobando el estado de la cabina de seguridad del coche.

–Te sacaremos en un minuto. Habrá más carreras, chica.

Quinn apretó las mandíbulas. Por supuesto que las habría.

Pronto hubo unas manos seguras ayudándole a salir que se ocuparon de la herida. Soportando un gran dolor, Quinn emergió entre los restos del accidente consciente de los aplausos de los aficionados. Sacó el brazo derecho para saludar antes de que la tumbaran sobre la camilla.

Unos minutos más tarde, en el interior de la carpa médica y ya sin el casco y el traje, Quinn descansaba sobre la camilla. Morrissey, el médico del equipo, le examinó el hombro, aplicó presión fría y luego buscó señales de conmoción y de otras lesiones. Morrissey le estaba administrando algo para el dolor y la inflamación cuando apareció el dueño de la escudería, Noah Puckerman.

Hijo de un naviero británico, Noah había perdido un ojo de niño y era conocido por el parche negro que llevaba. Aunque era más conocido todavía por su actitud despreocupada. Con su cabello en forma de una cresta, Noah le preguntó al médico con tono grave:

–¿Qué es lo peor?

–Necesitará una revisión médica completa. rayos X y resonancia magnética –respondió Morrissey apuntando algo en un sujetapapeles–. Tiene una luxación en el hombro derecho.

Noah dejó escapar el aire entre los dientes.

–Es la segunda carrera de la temporada. Al menos todavía tenemos a Anthony. Al escuchar el nombre del segundo piloto de su escudería, Quinn hizo un esfuerzo por incorporarse.

Todavía no estaba fuera de juego, pero el dolor del hombro le quemó como el infierno. Empezó a sudar, se apoyó sobre las almohadas y consiguió esbozar su sonrisa más desenfadada, la que solía funcionarle con las mujeres.

–Eh, cálmate, Noah. Ya has oído al médico. No es nada grave. No hay nada roto.

El médico bajó el sujetapapeles lo suficiente como para que Quinn viera cómo movía las cejas en gesto de desaprobación.

–Eso todavía no se sabe.

Noah apretó las mandíbulas en gesto casi imperceptible.

–Agradezco tu positivismo, campeón, pero no es el momento de ponerse altivo –miró por la ventana y torció el gesto–. Tendríamos que haber salido con neumáticos para lluvia.

Quinn se estremeció, y no por el dolor físico. Viéndolo ahora con perspectiva ella también habría optado por ese tipo de ruedas, por supuesto. Había expresado sus razones al equipo antes, cuando sus rivales las estaban cambiando. Y se las reiteró al hombre que pagaba muchos millones por tenerla como primer piloto de su escudería.

–La lluvia había cesado diez minutos antes de que empezara la carrera –dijo Quinn –. La pista se estaba secando. Si hubiera logrado superar las primeras vueltas iría en cabeza mientras todos los demás se quedaban atrapados en los charcos.

Noah volvió a gruñir. No parecía muy convencido. –Necesitabas tracción extra para ese tramo. Lo cierto es que te equivocaste.

Quinn contuvo el deseo natural de discutir. No se había equivocado… pero había cometido un error fatal. No tenía la cabeza puesta al cien por cien en el trabajo. Si la hubiera tenido, habría vencido aquella curva y habría ganado la carrera. Qué diablos, todo el mundo podía conducir en seco. Cuando se conducía con agua era cuando brillaban la habilidad, la experiencia y el instinto del piloto. Y donde Quinn Fabray solía triunfar. Había trabajado muy duro para llegar hasta donde estaba, en lo más alto. Muy lejos de la posición que ocupó en el pasado, la de una joven conflictiva ansiosa por salir huyendo de la aterradora mansión inglesa que todavía se erguía en Buckinghamshire.

Pero ya había dejado atrás aquellos recuerdos. O así era hasta que empezó a recibir los correos electrónicos.

Mientras Noah, Morrissey y otro puñado más de gente conversaban un poco más lejos sin que ella pudiera oírlos, Quinn pensó en el mensaje de su hermano. Quinton le había dicho que el ayuntamiento había declarado la mansión Fabray como una estructura peligrosa y que Sam había regresado para devolverles a la casa y a los jardines su antiguo esplendor.

Le vinieron a la mente imágenes de aquellos corredores centenarios y los rancios muebles, y Quinn juró que podía oler el bouquet amargo de la bebida favorita de su padre. El velo entre el pasado y el presente se hizo todavía más fino y escuchó los arrebatos alcohólicos de su padre. Sintió el latigazo de aquel cinturón sobre la piel.

Cerró los ojos con fuerza y se sacudió la repulsión. Al ser el mayor, Sam había heredado aquel mausoleo. Si le hubiera correspondido a ella, lo habría demolido gustosamente. También hubo buenos momentos cuando eran niños. Quinn no había podido evitar sonreír cuando Quinton mencionó en su correo que Charlie, el más pequeño de la familia, o al menos de los hijos legítimos, iba a casarse. Quinton, que era un fotógrafo de gran talento desde hacía muchos años, iba a hacer las fotos.

Quinn había leído las últimas noticias sobre su hermano el actor. Cuando Charlie abandonó el escenario la noche de su debut teatral provocó un gran escándalo. Y luego obtuvo el premio al mejor actor en Los Ángeles.

Quinn se rascó distraídamente el hombro. Su hermano pequeño ya había crecido, era un hombre de éxito y al parecer estaba enamorado. Eso le hizo darse cuenta de la cantidad de tiempo que había transcurrido, de lo dispersos que estaban todos. Recordaba a Charlie cuando no era más que un niño flaco que buscaba su propia vía de escape haciendo funciones para sus hermanos aunque se arriesgara a recibir una bofetada o dos por parte de su padre.

El sonido de las voces sacó a Quinn de sus pensamientos. Parecía que Noah y Morrissey habían acabado con su cuchicheo y estaban listos para volver con ella.

El médico se quitó las gafas y frunció el ceño.

–Voy a inmovilizarte el hombro. Cuanto antes lo curemos, mejor. Y vamos a organizar el transporte para llevarte a Windsor Private para hacerte pruebas. Y cuando tengamos los resultados hablaremos con los especialistas para ver si es necesario operar.

Quinn sintió que se le aceleraba el pulso.

–Espera, espera. ¿Cirugía?

–Es más probable que recomienden reposo combinado con un plan de rehabilitación. Ese hombro va a necesitar tiempo. No te engañes.

–Siempre y cuando pueda estar en la cabina a tiempo para el premio de Malasia.

–¿El fin de semana que viene? –Morrissey se dirigió hacia su escritorio–. Lo siento, pero ya puedes ir olvidándote de eso.

Ignorando la nueva punzada de dolor, Quinn se apoyó en el codo izquierdo y soltó una risa forzada.

–Creo que yo soy la mejor juez para decidir si puedo conducir o no.

–¿Igual que decidiste qué neumáticos utilizar en la carrera?

Quinn miró de reojo a Noah Puckerman y se tragó la respuesta. No serviría de nada dar rienda suelta a su frustración cuando la única culpable era ella, así que tenía que agachar la cabeza y tragar, aunque solo por un corto periodo de tiempo y bajo sus condiciones. Porque una cosa estaba clara: si tenía que perderse la siguiente carrera, estaría en Shangai para la cuarta ronda aunque le costara la vida.

Primero tenía que quitarse a la prensa de encima. Tras un accidente tan espectacular surgirían preguntas sobre sus heridas y sobre cómo podían influir en su carrera. Los chacales de los fotógrafos irían tras ella tratando de conseguir la foto de la temporada, la gran Quinn Fabray retorciéndose de dolor y con el brazo inútil en cabestrillo.

Que lo asparan si permitía que los paparazzi la pintaran como a una inválida digna de compasión.

La intimidad era por tanto una prioridad. La recuperación se llevaría a cabo en su residencia de Sidney. Buscaría una profesional que comprendiera y valorara el código bajo al que se regían los deportistas de élite. Alguien que fuera excepcional en su trabajo y que al mismo tiempo apreciara una sonrisa coqueta o una invitación a cenar. A cambio ella le proporcionaría los cuidados médicos necesarios para colocarla detrás del volante a tiempo para la clasificación de la cuarta ronda.

Cuando el calmante empezó a hacerle efecto y el dolor insoportable del hombro se convirtió en una molestia, Quinn cerró los ojos y se reclinó contra la camilla.

Cuando le encabestraran el hombro y le hicieran las pruebas iniciales, pondría a su asistente, Tina, con el caso. Necesitaba encontrar a la fisioterapeuta adecuada para el trabajo y necesitaba encontrarla pronto. Ya había perdido demasiadas cosas en su vida.

Que Dios la ayudara, pero no iba a perder también esta.


Este es mi primer fic y decidí hacer la adaptación de un libro. En el siguiente capitulo aparecerá Rachel, veremos que pasa cuando se conocen, se creara una chispa inmediata entre ellas o que pasara?

En fin tratare de actualizar lo mas pronto que pueda, dejen sus comentarios y siganme en twiiter JossHa90