22 de abril 2019

Doctora Smith

—Doctora, tiene una paciente esperando… ¿Le digo que entre?

—Eh...si, si claro, hágala pasar, por favor.

Y entré.

Tal vez no sea la mejor de las maneras para comenzar a contar una historia, lo cierto es que no tengo ni idea de cómo se hace, mucho menos cuando lo que voy a describir en las siguientes páginas es algo real. Tampoco sé a ciencia cierta como debo expresarme, no sé si dirigirme a una sola persona, a mí misma o al mundo entero, porque realmente no sé si esto lo leerá alguien en un futuro o simplemente se va a quedar guardado en algún cajón para siempre. Jamás escribí un diario de mi vida, no entraba dentro de mis planes el hacerlo, o al menos ser yo misma quien lo haga. Confieso que aún guardo la esperanza de que exista algún escritor famoso dispuesto a llevar a cabo mi biografía, al menos en un futuro. Sin embargo aquí estoy, escribiéndolo.

Tampoco sé por qué he decidido que sea ésta la historia que voy a transcribir en éste diario, o como quiera que se llame. De lo único que soy plenamente consciente es del motivo que me ha llevado a tomar la decisión de hacerlo, y que no es otro más que el distraer mi mente. Ese ha sido el consejo de quien me ha instado a llevarlo a cabo. Alguien que de hecho, forma parte de ésta historia de la que aún ni siquiera sé cómo va a acabar.

Tampoco sé si la fuerzas me van a alcanzar para terminarla, tan solo hace apenas un par de días que decidí darle vida a este diario, y ya me siento saturada por ello. Sin embargo, la necesidad de hacerlo ya está instalada en mí y se ha convertido en casi una prioridad en mi día a día. Probablemente porque la historia que estoy viviendo ha cambiado mi vida, tal vez porque está cambiando el rumbo de ese camino que yo había escogido, y le está dando un sentido que yo desconocía. Tal vez porque algo como lo que estoy viviendo no puede quedar en el olvido para siempre, o perderse en una memoria que está condenada a apagarse. Verla escrita en estas páginas, supongo que me hará asimilar que es real, que algo que solo vi en las películas o en las obras de teatro que tanto me gustan, me está sucediendo a mí.

No queda muy lejos en el tiempo lo que me sucedió ese 22 de abril, y es por eso que quizás tenga que aprovechar el momento para contarlo. Antes de que sea demasiado tarde.

Aquellas seis palabras que apenas escuché desde la sala de espera me abrieron las puertas a una nueva vida, y aún me pregunto cómo no fui capaz de reconocerla en ese instante.

Llevaba casi 40 minutos esperando, sentada en una silla de plástico azul que había adormecido mi culo, con mi gorra de los Yankies logrando que el sudor empezase a hacer estragos en mi pelo, y las gafas de sol de tamaño extragrande cubriendo gran parte de mi cara. Me temblaban las manos, bueno, en realidad me temblaba el cuerpo entero, incluso partes que ni siquiera sabía que podían llegar a temblar. Mi garganta, seca como el mismísimo cemento por culpa del silencio que guardé para evitar que alguien reconociera mi voz, empezó a pasarme factura.

Y todo por evitar que me reconocieran, que alguno de los doctores o enfermeros que continuamente pasaban de un lado a otro supiesen que estaba allí. Y no solo el personal del hospital, mi peor pesadilla eran los pacientes. Ellos no tenían ningún juramento hipocrático que los obligase a callar si me reconocían en aquella desesperante sala en la que me tocó aguardar.

Y, a decir verdad, no tenía ni idea de por qué debía de esperar, cuando se suponía que mi doctor había hecho los trámites necesarios para que acudiese a la consulta sin tener que soportar todo aquello, pero el doctor que me esperaba tras la puerta parecía tomarse su trabajo con un profesionalismo inaudito. Casi 25 minutos estuvo con el paciente que tuvo la suerte de no tener que esperar como yo, y por lo que pude descubrir al verlo salir de la consulta, tan solo había acudido para que le firmara un documento. Una simple firma. Si tardaba 25 minutos para una dichosa firma, ¿cuánto no iba a tardar en atender a alguien como yo?

No, a mí no me iban a firmar un documento, o eso creía. Acudí a la consulta invitada por mi doctor, esperando que quien estuviese allí lograse encontrar solución a mi problema de salud. Un problema que, por aquel entonces, ni siquiera sabía cuál era, pero que estaba amargándome la existencia.

Lunes 22 de abril.

Hora 12:45 pm

Consulta 5 Neumología.

Doctora Smith.

Era el día, era la hora, aunque ya pasaban diez minutos de esta, y allí frente a mí, la puerta de la consulta con el cartelito de la doctora en cuestión seguía cerrada sin permitirme la entrada, olvidándose de que yo estaba asfixiándome de calor y haciendo el ridículo. No iba a ser el único momento en el que lo hiciera.

Fue una de las enfermeras, probablemente angustiada al verme en mi situación, con mi atuendo de camuflaje y el temblor de mi cuerpo, la que se dignó a llamar a la puerta y avisar a la doctora. Lo que vino a continuación forma parte de lo que probablemente sea, el momento más surrealista de cuantos he vivido a lo largo de mi vida. Y no han sido pocos, a decir verdad.

Solo recuerdo como el temblor desapareció en ese instante y una rigidez indescriptible atravesó toda mi espina dorsal, evitando que lograse dar un solo paso más hacia el interior de la consulta.

Me quedé allí plantada, mirándola.

Ella no. Ella ni siquiera alzó la mirada, pero no fue necesario para que yo la reconociera. Me habría bastado ver un solo pelo de su cabeza para saber que era ella, a pesar de los años.

—Hola, buenos días… O tardes, por favor— dijo completamente absorta en unos papeles que descansaban sobre la mesa. — Aguarde un segundo, tengo que…—No la dejé terminar.

Mi voz, que por casi 30 minutos o más había estado encerrada en mi cuerpo, logró salir sin que yo diese la orden para ello, o eso creí.

— ¿Quinn? — Balbuceé y no sé si fue por pronunciar su nombre, o porque reconoció mi voz, pero su mirada se alzó tan rápido que podría haberme tirado de espaldas del susto que me provocó.

—Berry…—Susurró y fue como si en ese instante una máquina del tiempo me hubiese atrapado y me lanzara rápidamente 15 años atrás, a ese pasillo del instituto, y una versión malévola de quien ahora me miraba desconcertada, me llamaba por mi apellido antes de lanzarme un vaso repleto de granizada a la cara. Juro que sentí el mismo miedo, o tal vez era frustración. —¿Rachel? —añadió tras el intenso silencio que provoqué y fue entonces cuando regresé al presente. — ¿Eres tú? ¿Qué haces aquí?

Asentí como una estúpida sin dejar de mirarla, sin ser consciente de que aún llevaba mi ridículo disfraz de famosa que trata de pasar desapercibida, y escrutándola como si aquella chica, o mejor dicho mujer, fuese una completa aparición.

No tenía ni idea qué diablos estaba haciendo ella allí, pero fue verla alzarse de su asiento y empezar a temblar de nuevo. Era Quinn, Quinn Fabray, y estaba sentada en una consulta mientras vestía una impoluta bata blanca, y de su bolsillo derecho colgaba un pequeño cartelito en el que aparecía escrito un nombre; Dra. Smith.

Conseguí hablar.

—¿Yo? ¿Qué haces tú aquí?

— Pues… ¿Qué voy a hacer? Trabajar ¿Y tú? —insistió frunciendo el cejo, completamente contrariada—¿Qué estás haciendo aquí?

—Tengo una cita con la doctora Smith— repliqué casi a modo de súplica, deseando que su respuesta no fuese la que esperaba, que en cualquier momento decidiera quitarse la bata blanca y me informase que la doctora estaba a punto de llegar, y que ella no era más que una trabajadora del hospital, o que el calor me había hecho perder la consciencia y todo lo que estaba viviendo era un simple sueño. Que se yo, cualquier excusa me habría valido.

Inverosímil, sí, pero en ese instante lo deseé con todas mis fuerzas. Y tenía mis razones, aunque ninguna fuese nada en su contra.

Quinn Fabray había sido mi antagonista en el instituto, la que siempre estaba detrás de cada rumor que se expandía sobre mí. Tenía el poder de convicción que solo tienen las capitanas de las animadoras, las chicas populares que terminan formando pareja con el chico guapo y deportista. La que hacía todo bien, tanto lo bueno como lo malo. Y su ejército de víboras se repartía por cualquier estatus social que formase parte de la comunidad estudiantil. Esa era Quinn Fabray, pero también fue la chica que, durante el último año de instituto juntas, me tendió su mano y me deseó lo mejor en mi futuro. Fue la chica que se tragó su orgullo y me confesó que tenía razón al creer que probablemente era la más talentosa de todo el instituto, y me animó a no dejar que nada ni nadie se interpusiera en mi camino, mucho menos gente como ella.

Por eso desee que no fuese la dichosa doctora. Por eso no quería volver a encontrármela en una situación como aquella. Quinn se encargó de dejarme el mejor recuerdo después de haberme jodido durante toda la secundaria, y no quería bajo ningún concepto tener que sustituir ese sentimiento por ningún otro. Quería guardar su imagen, su mirada y sus palabras cuando vino a despedirme a la estación de tren, justo cuando me lanzaba hacia mi sueño de triunfar en Nueva York. Y aquella Quinn que tenía frente a mí, parecía reflejar de todo en su rostro menos satisfacción por verme.

—Rachel—me dijo acabando con mi súplica— Soy yo… Yo soy la doctora Smith ¿Qué haces aquí? —cuestionó esquivando la mesa, dispuesta a recortar la distancia que nos separaba. Yo apenas me había movido.

—La doctora Smith, ¿Tú eres la doctora Smith? ¿Es una broma? —murmuré, pero su respuesta no me dejó lugar a dudas.

— ¿Acaso me ves cara de broma? —No, no tenía ni un ápice de broma su gesto, y automáticamente volví a escrutarla, a perderme en la dichosa bata blanca y en el jodido cartelito con aquel nombre— ¿No me vas a saludar? — me dijo haciéndome reaccionar. Y lo hice.

Dudé bastante y los nervios seguían atizándome hasta hacerme temblar, pero me decidí a avanzar hasta ella y la abracé. Así, sin más. —No esperaba encontrarte aquí—balbucee— Estás tan cambiada…

—Espero que a mejor. —Me dijo con algo más de dulzura, o eso intuí en su voz, porque el gesto de su rostro seguía prácticamente igual, y yo asentí. Aunque lo hice por inercia. En cualquier otra circunstancia de mi vida, el escrutinio sobre su físico habría sido demoledor, y no para mal, precisamente. Pero en ese instante, no tenia capacidad alguna para actuar como lo habría hecho con cualquier otra persona.

— ¿Desde cuando eres doctora? — Solté sin más y ella, por primera vez, dejó escapar una leve sonrisa. Algo que me puso mucho más nerviosa.

—Bueno, pues desde que decidí estudiar medicina—me dijo y sus ojos volvieron a los míos— Vamos, ven… siéntate, Rachel. — Añadió tras unos segundos en silencio, y yo, tensa como una piedra y sin saber a dónde mirarla, la obedecí. — ¿Qué te trae por aquí?

— ¿Pero no estabas estudiando interpretación? —La interrumpí ignorando su pregunta. —La última vez que supe de ti estabas ensayando con un grupo de teatro para…

—Alguien me abrió los ojos— soltó y mi confusión se hizo más evidente. —Rachel… ¿De verdad crees que yo habría tenido futuro como actriz? —De nuevo su voz, de nuevo su manera de pronunciar mi nombre y la bofetada que me lanzaba al pasado.

—No sé, el perfil lo das claramente—le respondí sin estar segura de que aquella pregunta fuese retórica— Cuando supe que estabas preparándote, creía que…

—El perfil— me interrumpió de nuevo— El perfil tal vez lo doy, pero una cosa es eso y otra ser capaz de ganarme la vida con ello. Y te aseguro que no tenía muchas cualidades para eso. Además, ¿Quién en su sano juicio iba a dejar pasar la oportunidad de estudiar algo importante en Yale? Y no digo que ser actriz no lo sea, pero habría sido una gran pérdida de tiempo para alguien como yo.

Sin duda, era ella. Era Quinn Fabray—Pues tal vez tengas razón—mascullé — Pero ¿médico?

— ¿Por qué no? —me cuestionó y volví a sentir las mismas dudas de si responder o no— ¿No crees que estudiar medicina sea algo importante? —añadió ante mi silencio. Por supuesto que era importante, demasiado de hecho, por eso me había dejado completamente en shock al verla allí.

— Claro que sí, digo… Claro que es importante, de hecho, es muy importante. Solo, solo digo que no me esperaba jamás encontrarte así, no sé… Ok. Lo siento, no quiero ofenderte, es solo…

—Tranquila—volvía a interrumpirme. De nuevo los nervios empezaron a azotarme y esa vez, hizo que mi tan detestable verborrea saliese a relucir. Algo que no quería que sucediese bajo ningún concepto, pero que sucedió. Sin embargo, a Quinn le hizo gracia y por segunda vez, me sonrió— Te he entendido. Supongo que es un shock para ti, es como si me dices que ya no te dedicas al teatro y ahora eres… Que se yo, jugadora de baloncesto. —Bromeó o eso quise entender a pesar de su particular referencia—Yo también estaría en shock.

—Ya… Jugadora de baloncesto—balbuceé—Muy sarcástica, Quinn. Veo que eso no lo has perdido. —Añadí empujando mis nervios hasta lo más profundo de mi estómago. Algo que aprendí a hacer años atrás, cuando con su particular sarcasmo trataba de ridiculizarme. No había olvidado esa técnica, es más, me ha servido mucho para mi profesión.

—No, eso sigue intacto en mi—volvió a sonreírme— ¿Y bien? ¿Qué haces aquí?

—Pues tengo una cita

— ¿Una cita? ¿Conmigo? —me preguntó mientras se lanzaba a buscar mi nombre en la pantalla de su ordenador. Pero yo no permití que me encontrase, básicamente porque no lo iba a lograr.

Si me había pasado 40 minutos sentada en una sala de espera completamente camuflada, era precisamente para eso, para evitar que supieran que estaba allí, por lo que me había asegurado de que en ninguna lista de pacientes apareciese mi nombre real.

—Melinda Halliwell—le dije y su gesto volvió a contrariarse— Es, es un nombre falso. Mi doctor, el doctor Jackson, llevó a cabo la cita. —Me excusé haciendo una breve pausa, esperando que asimilase la extrema estupidez que había obligado a hacer a uno de los mejores doctores de toda Nueva York. Para mi tenía sentido— Es complicado de explicar, Quinn, pero ya sabes que en este país, más aun en esta ciudad, cualquier estúpida información de alguien mínimamente conocido se expande por todos lados, y llega a donde menos lo esperas. Y le pedí al doctor Jackson que debía tener confidencialidad total. Que alguien de este hospital pueda ver mi historial médico y conozcan mis problemas de salud no me hace ninguna gracia. Así que él decidió cambiar mi nombre para la cita, y realmente no sé si hizo algo ilegal, pero me aseguró que no me sucedería nada. Tiene razón, ¿verdad? Quiero decir, no me va a suceder nada, ¿no?

Rápida y directa, a pesar del barullo de palabras que de nuevo dejé escapar. Quise dejarle claro que aquella excusa no podía tener réplica por su parte, a pesar de ser poco o nada consistente.

Era un hospital, y sí, probablemente evitar que los paparazis supieran que tenía una cita allí, pues podría valer para no tener que dar explicaciones, o al menos que no me cuestionasen por ello.

—Ok, Ok… Entendido, ya hablaré con el doctor Jackson personalmente para que me explique bien la situación. Y no, no te va a suceder nada. No eres la primera persona que pide algo así. Eso sí, déjame advertirte que no tienes que preocuparte de las manos por las que pase tu historial médico. Te aseguro que pocas cosas hay más privadas que eso y si el doctor Jackson ha tomado esa decisión, solo él y yo tendremos acceso a él.

—Eso, eso me tranquiliza… Doctora Smith— Le dije tratando de sonar relajada, aunque no lo estaba ni por asomo — ¿Tú también te has cambiado el nombre? —Añadí y sonrió. Por tercera vez.

—No precisamente. Es mi apellido materno.

— ¿Y Fabray? ¿Ya no eres Quinn Fabray?

—Sí, claro que lo soy, pero aquí nadie me conoce así. Aquí soy la doctora Quinn Smith— respondió buscando mi complicidad, o eso quise entender. Yo asentí mostrando mi acuerdo— ¿Y bien? ¿Qué es lo que le sucede a la señorita Berry?

— ¿Qué? —Estúpida, pensé nada más soltar aquello, pero era escuchar mi apellido en su voz y la catarsis se adueñaba de mi cerebro. Por suerte logré fingir que realmente no me había enterado de su pregunta.

—¿Qué es lo que te sucede para que estés aquí, Rachel? Si el doctor Jackson se ha tomado tantas molestias, es porque te sucede algo que yo puedo intentar solucionar ¿No es así? Él no me ha explicado nada, simplemente me ha pasado tu informe.

—Pues…— De nuevo los nervios. De nuevo las dudas apoderándose de mí, y mi incapacidad por reaccionar y explicarle como lo habría hecho con cualquier otra doctora o doctor. Aunque ella no dejó que lo hiciera. Una leve mirada tranquilizadora y sus ojos se desviaron hacia la pantalla del ordenador, donde pude ver como empezaba a leer algo entre dientes. Solo un murmullo pude intuir en sus labios antes de que volviera a alzar la mirada hacia mí. — "Agotamiento físico"

—Eso es— interrumpí sin ser consciente de que ella no sabía que estaba completamente inmersa en su cara, en sus labios.

— ¿Agotamiento físico? — me cuestionó— ¿Estás cansada?

—Eh… Sí. Así es— le respondí volviendo a dudar de su sarcasmo.

—Ok, no es un diagnostico muy conciso, la verdad…—Dijo sacándome de dudas. Era sarcasmo puro lo que acompañaba a sus palabras.

—Sí, tienes razón y ¿sabes? Creo que es un poco absurdo que el doctor Jackson me derive a ti, no me malinterpretes, lo digo porque él me conoce mejor y estoy segura de que podrá averiguar exactamente qué es lo que me sucede, aun así… Quiero decirte que me ha alegrado mucho volver a verte y que…

—Hey, hey, espera— soltó tras ver cómo tras aquella nueva tanda de palabras que salían disparadas de mis labios, hacia ademán de levantarme y dar por concluida la cita.

Lo hice por pura inercia, tratando de evitar que los antiguos demonios de la Quinn Fabray adolescente volvieran a atacarme. No me interesaba bajo ningún concepto volver a vivir el pasado en aquel momento de mi vida, de hecho, era lo último que necesitaba —No hemos terminado.

—Sí, ya lo sé, pero no creo que sea necesario. De veras, volveré a la consulta del doctor…

—Siéntate Rachel— me ordenó completamente seria, casi a modo de castigo—Si el doctor Jackson considera necesario que estés aquí hoy es porque me necesitas, ¿no crees?

—Supongo…

—Ok, veo que te han hecho analíticas—volvió al ordenador ignorando por completo mi leve bufido, y me preparé para lo que supuse iba a ser un cuestionario— No parece que haya rastro de anemia, ¿tienes algún problema con la comida? ¿has cambiado tus hábitos alimenticios últimamente?

—No, no. Sigo comiendo igual o incluso más.

— Bien ¿Y qué tal el trabajo? ¿Notas cansancio mientras ensayas? ¿Tienes mucho trabajo ahora?

—Si, bueno ahora mismo estoy tomándomelo con más calma. Estoy preparando una nueva obra para final de año así que puedo ir más tranquila, pero sí, me noto demasiado cansada tras los ensayos… Cuando vuelvo a casa siento que no puedo más.

—¿Te duele algo? —me preguntó y yo volví a caer en la incertidumbre sobre sus intenciones. — ¿Quiero decir, sientes que te duele algo cuando te notas así de cansada? —añadió y supuse que fue consciente de que aquella pregunta había sido muy estúpida dada la situación en la que me encontraba, y después de haber sido tratada por mi doctor.

—No, no me duele nada. Es solo esa sensación de no poder con mi cuerpo, ni siquiera de respirar…—Le dije tratando de mantener el tipo.

— ¿Te cuesta respirar?

—Un poco, pero solo cuando me encuentro así, cansada. —Le respondí tratando de no darle demasiada importancia, y lo cierto es que si la tenía.

Si había algo que detestaba era no tener el control absoluto de mi cuerpo en plenas facultades físicas, y aquella estúpida fatiga que me tenía bajo mínimos, me estaba empezando a pasar factura psicológicamente.

Por cómo me miró tras aquello supe que no estaba equivocada al empezar a preocuparme. —¿Qué vas a hacer? — logré preguntar cuando la vi sacar de un cajón el aparato ese que utilizan para escuchar el corazón, y que solo gracias a ella supe cómo se llamaba; Fonendoscopio. Pero no fue verla coger el artilugio lo que hizo que me tensara, fue ella, fue su reacción al levantarse rápidamente de su asiento e invitarme a que yo hiciera exactamente lo mismo. — ¿Qué me vas a hacer? —insistí y por la sonrisa que dejó escapar podría jurar que estaba disfrutando al verme en aquella situación.

—Tranquila, siéntate y desabrocha tu blusa, por favor. Solo quiero escuchar tu respiración. — Me dijo señalándome hacia uno de los laterales de la consulta, donde una camilla me esperaba.

Lo juro. El corazón parecía querer salirse de mi pecho y apuntaba directamente hacia mi boca, y no lograba encontrarle el sentido a aquel alud de nervios que me tenían en ese estado. Así que puse todo mi empeño en evitar que realmente el corazón se escapara por mi boca y guardé un silencio casi sepulcral. Solo cuando noté el frío del dichoso fonendoscopio en mi espalda, se me escapó un bufido que supuse le hizo gracia, porque de nuevo su sonrisa se hizo notar, aunque yo no la estuviese viendo.

— ¿Fumas? —Me preguntó y yo no necesité responderle por como la miré. Aquella pregunta era una ofensa para alguien como yo —No, no fumas—murmuró— Rachel… ¿Por qué estás tan nerviosa? Necesito que te tranquilices.

—No estoy nerviosa—repliqué estúpidamente, y de nuevo estuvo a punto de reírse de mí. — Es solo que no me gustan los médicos, no me siento cómoda y…

— ¿No te gustan los médicos? —me interrumpió buscándome con la mirada— No creo que sea un buen lugar para decir eso, ni yo la mejor persona a la que confesarle ese miedo.

—Bueno, ese es mi problema…—Mascullé esquivando sus ojos. Me seguía pareciendo realmente surrealista que estuviese allí, en aquella consulta, semidesnuda y con Quinn Fabray escuchando mi respiración a través del dichoso fonendoscopio.

Quinn Fabray y su bata blanca, porque ese detalle no había pasado desapercibido en todo el tiempo que estuve sentada frente a ella, pero de cerca, allí, a escasos centímetros de mí, el poder que transmitía esa vestimenta era mucho más fuerte. Y si ya me centraba en ella, en su físico y como le habían sentado esos años de madurez, probablemente habría terminado sufriendo taquicardias.

—Ok, Rachel, entiendo que llegar aquí y encontrarte conmigo ha debido ser desconcertante para ti, también lo ha sido para mí, créeme. Pero tenemos que hacer esto bien si quieres que te ayude, y nada me gustaría más que poder hacerlo… ¿De acuerdo? —Dijo interrumpiendo mis pensamientos, con una serenidad que más allá de ayudarme, me devolvió a la realidad. —Necesito que respires profundamente…

Lo hice, le hice caso y empecé a respirar tal y como me había pedido, casi como lo solía hacer en clases de Yoga o cuando estaba a punto de salir al escenario. Y eso fue lo único que logró que mis nervios cediesen un poco, o eso creí. Podría jurar que era capaz de escuchar los latidos de mi corazón sin el dichoso aparato.

—Dime, ¿Te cuesta mantener la respiración cuando cantas? —me preguntó tras escucharme por prácticamente toda mi espalda, mientras optaba por colocarse frente a mí, esa vez sin rastro alguno de sonrisa o burla en su rostro. De hecho, estaba seria, más de lo que había estado durante toda la consulta.

—Pues… No lo sé. No, supongo que no.

— ¿Supones? ¿Cómo no vas a saber si te cuesta mantener la respiración mientras cantas?

—No utilizo los pulmones para cantar— le respondí al tiempo que volvía a colocarme la blusa. Y lo hice porque fue ella quien con un leve gesto me indicó que no era necesario que estuviese semidesnuda más tiempo— Aprendí a usar el diafragma, a cantar impulsando el aire con mi estómago, y de esa forma no es que necesite mucha capacidad pulmonar para hacerlo.

—Ok, pero aun así… Necesito saber cómo funcionan esos pulmones, Berry. Así que vamos a tener que hacer algunas pruebas.

— ¿Pruebas? ¿No has notado nada con eso? —le pregunté y la seriedad desapareció por completo.

—Esto se llama fonendoscopio— dijo invitándome a abandonar mi improvisado asiento en la camilla— Y no, apenas he podido notar mucho, como tú dices, porque tu corazón está latiendo tan fuerte que tu respiración desaparece por completo. Así que vamos a probar con algo más fiable.

— ¿Algo más fiable?

—Ven, acompáñame. Te voy a realizar una prueba de capacidad pulmonar, no te tienes que preocupar, no es nada peligroso ni complicado ni te va a doler ni te va a hacer daño, así que puedes estar tranquila y de paso, confiar un poquito en mí, ¿te parece? —añadió dejándome un tanto descolocada. En ningún momento había tenido la intención de hacerle creer que no confiaba en ella como médico, era simplemente que no esperaba que ella estuviese allí después de 11 o 12 años sin vernos. Eran nervios estúpidos, pero a la vez justificados dadas las circunstancias; por mi problema de salud y porque era ella quien estaba allí, pero era evidente que no iba a entender mi punto de vista, por mucho que me hiciera creer que para ella también había sido un shock encontrarse conmigo.

No lo había sido, sin duda.

Quinn se expresaba, se movía, me miraba como una autentica doctora, como cualquier otra lo habría hecho en su lugar, y quizás para ella yo solo era una paciente más, si, pero para mí no era una doctora más. Era mi pasado regresando de golpe y porrazo al presente, y los diez minutos que llevaba allí no eran suficientes para asimilarlo.

—Entiendo que no estés segura de que yo pueda ser capaz de sacar un diagnóstico, pero créeme… Estoy perfectamente preparada, llevo 6 años tratando a personas, no eres mi primer paciente ¿Entiendes?

—La que no me entiendes eres tú— solté sin poder contenerme mientras tomaba asiento en una nueva silla, esta vez situada frente a una pequeña mesa donde reposaba otro artilugio que no había visto en mi vida.

—¿Qué tengo que entender yo? —me dijo seria.

— Pues no entiendes que es normal que esté nerviosa. No entiendes que vengo a una consulta nueva a tratar un problema que me empieza a preocupar y que mi propio doctor no logra diagnosticar. Que he pasado unos 30 minutos ahí fuera camuflada con una gorra, y las gafas de sol puestas después de una semana esquivando las preguntas y preocupación de la gente que me rodea, y que entro aquí y me encuentro contigo, con la mismísima Quinn Fabray después de 10, 11 o 12 años. Si no me pongo nerviosa con eso es que estoy muerta por dentro. No tiene nada que ver con tu capacidad o profesionalidad, créeme.

Tardó varios segundos en reaccionar, y supuse que lo hizo porque estaba midiendo bien sus palabras— Ok, entiendo que puedas llegar a estar aún en tensión, pero… Bueno, Rachel no soy la misma mujer del instituto.

—No, desde luego eso ya me ha quedado más que claro al verte— solté de nuevo sin pensar y por primera vez la vi mostrarse confusa. Era evidente que Quinn no era la misma chica del instituto. Era una mujer, una jodida doctora por la que los años habían pasado como un regalo, acentuando mucho más esa presencia que ya en la adolescencia solía mostrar y que tanto me imponía. No era la misma, era mucho más, y si ya en el instituto me sentía pequeña a su lado, ¿cómo no me iba a sentir allí? —Lo siento—añadí ante su mutismo, temiendo por haberla ofendido— ¿Qué tengo que hacer?

No volvió a hablar hasta que tuvo que explicarme como llevar a cabo la prueba en cuestión, que no era otra cosa más que una simple espirometría, concepto que yo por supuesto desconocía, y que iba a darle un valor aproximado de mi verdadera capacidad pulmonar. Un par de minutos después me esmeraba en hacerlo tal y como me había indicado. Por suerte no tenía que hacer mucho más que llenar mis pulmones, y soplar en el interior de una boquilla que estaba unida a la maquina en cuestión, mientras ella simplemente observaba un pequeño monitor en el lado opuesto al mío. Su gesto serio no me ayudó demasiado a recuperarme tras vaciar por completo mis pulmones.

—Algo va mal, ¿Verdad? — acerté a preguntar tras recuperar la respiración, y ella ni siquiera me miró.

—Eh, bueno… No es que algo vaya mal, no puedo determinar mucho con esta prueba, solo es una señal hacia donde debo empezar a investigar.

—Pero…

—No hay un pero, es solo que parece que presentas una capacidad pulmonar más baja de lo que debería ser en alguien como tú.

— ¿Alguien como yo? ¿A qué te refieres?

—Pues a alguien que dedica su vida a cantar y actuar. A alguien que sigue una vida saludable como la que tú llevas… A menos que me hayas mentido y…

—No fumo, ni bebo…—La interrumpí— Bueno, tal vez de vez en cuando me tome una copa de vino, pero poco más. Hago deporte, o hacía hasta que me he empezado a sentir así, y si no me crees, puedes preguntarle al doctor Jackson, él sabe perfectamente que me cuido y que…

—Rachel, Rachel… Yo te creo. Es evidente que haces deporte, no hay más que verte— trató de sonar distendida, sin embargo, que me mirase de pies a cabeza no me ayudó demasiado a mantener la compostura—, pero es evidente que hay algo que está entorpeciendo tu capacidad pulmonar, porque no me creo que esto haya sido así siempre.

—Ok, pues ahora sí que me estoy empezando a preocupar bastante. ¿Puede tener algo que ver con ese cansancio que no me deja ni moverme cuando llego a casa?

—Pues… Es pronto para sacar un diagnóstico, te tendría que hacer más pruebas, pero sí… Los músculos necesitan oxígeno, y si tus pulmones no están haciendo su trabajo bien, es normal que tu cuerpo se resienta. Pero no debes preocuparte—añadió tratando de evitar que me alarmase. Supuse que en ese instante ya había empezado a palidecer y ella se percató. —Rachel, entiendo que mis palabras puedan llegar a sonar preocupantes, pero no tiene por qué ser así, ¿de acuerdo? No necesariamente tiene que ser un problema físico, también puede estar relacionado con la mente, con el estrés…

— ¿Estrés? —La cuestioné justo cuando ya me invitaba a regresar a la consulta. — ¿El estrés hace que mis pulmones estén mal?

—Bueno, dejemos claro que no he dicho que tus pulmones estén mal, he dicho que no están haciendo bien su trabajo, que es algo muy diferente, y que las circunstancias que provoquen ese mal funcionamiento pueden ser muchas, y no tiene por qué ser un problema físico, ni mucho menos grave. Vamos a hacer unas pruebas y empezaremos a descartar opciones, ¿de acuerdo?

— ¿Tengo otra opción? —le pregunté realmente preocupada.

Sabía perfectamente que el estrés podía provocar episodios de angustia, de desesperación y que eso hiciera que, en algún momento, llegase a perder incluso la respiración. Pero de eso a provocar que mis pulmones no funcionasen bien, había un paso gigantesco. No era normal, por mucho que ella quisiera hacerme creer que sí.

—Pues… Podrías tenerla—me dijo cambiando el tono de la conversación— Podrías marcharte de mí consulta y no dejar que nadie más te mire, y yo no tendría más remedio que dejarte ir. Pero como amigas que somos, mi consejo es que no lo hagas y me dejes ayudarte… ¿Me vas a dejar? —añadió y su tono de voz surtió efecto en mí, o tal vez fue escucharla decir que "éramos amigas" lo que hizo que se me escapase una estúpida y tímida sonrisa— Bien, así me gusta—recalcó sonriéndome. — ¿Tienes algo que hacer el jueves?

— ¿El jueves? Pues… No, no sé, ¿Por qué?

—Porque vamos a tener nuestra segunda cita.

— ¿Cita? —Balbuceé torpemente.

—Sí. Vamos a empezar con unas pruebas, ¿te parece?

— ¿Unas pruebas aquí, en la consulta? —le pregunté casi con la decepción regresando a mí. Era evidente que iba a verla muchas más veces en la consulta, porque a menos que fuese una excelencia en medicina, dudaba que tuviese la capacidad de diagnosticar mi problema de salud simplemente escuchándome la respiración, o haciéndome soplar en esa máquina, pero ser consciente de que iba a volver a pasar por aquel estado de nervios apenas tres días después, no es que me agradase demasiado.

—Claro, y si quieres después desayunamos juntas y… Nos ponemos un poco al día. Estoy segura de que tienes un montón de cosas para contarme.

—Bueno, intuyo que tú tienes más historia para contar.

—No creas. No he hecho otra cosa más que estudiar y trabajar para poder estar aquí sentada hoy—me respondió tratando de sonar divertida, algo que no solía dársele demasiado bien— Mi vida es bastante… Aburrida—añadió y sonreí por pura inercia— Aunque hoy tu visita ha cambiado un poco mi rutina.

— ¿Y eso es bueno?

—No te imaginas cuánto. 12 horas de guardia, 8 horas de consultas, alguna que otra urgencia, una gastroenteritis aguda de un paciente que creía estar acatarrado, y que me ha obligado a ducharme en plena jornada laboral porque me ha vomitado encima… Créeme, Berry, verte ha sido una bendición, te lo aseguro.

—Vaya… Al menos mi incapacidad pulmonar sirve para algo— repliqué, pero traté de mantener la sonrisa para que entendiese que estaba bromeando—Supongo que ya se acaba la cita de hoy, ¿verdad?

—Sí, por hoy ya fue suficiente. Nos volveremos a ver el jueves, en la recepción te…—Hizo una pausa mientras me escrutaba— ¿Prefieres que te llamen por teléfono para indicarte bien la cita? Ya sabes, por eso de la privacidad y…

—Si, si mucho mejor si me llaman—le interrumpí siendo consciente de cómo estaba tratando de hacerme sentir lo mejor posible. — Prefiero que me llaméis por teléfono, estaré pendiente de él, aunque procura que la llamada sea por la tarde, por la mañana tengo que…

—Descansar—esa vez fue ella quien me interrumpió—Rachel, te voy a pedir que en estos días bajes un poco el ritmo y te tomes un descanso. Quiero que las pruebas salgan bien y para eso te necesito completamente tranquila, ¿entendido?

—Ya he descansado mucho, Quinn… Hace un mes estuve de vacaciones y ahora prácticamente tengo todas las tardes libres. Si descanso más me muero—Apuntillé y no le dejé excusa alguna para replicarme. Se limitó a sonreírme por el simple hecho de evitar que de nuevo la preocupación me acusara, o eso creí entender, y dejó que mis razones fueran perfectas para acabar con aquel encuentro de la mejor de las maneras. — Siento haber estado tan poco reticente, pero de veras no quiero que me malinterpretes—añadí dándole la razón acerca de su intuición.

—No te preocupes, ¿Ok? Es normal que tengas dudas, Berry. No todos los días te encuentras a una ex animadora con una bata blanca y su propia consulta, ¿verdad? —bromeó y esa vez sí sonreí sin contenerme. — Yo también soy consciente de que podría parecer más el guion de alguna película de bajo presupuesto. Te prometo que nada de aquella chica queda en mí, y si queda algo te aseguro que es lo bueno, si es que tenía algo bueno…

—Tenías muchas cosas buenas, Quinn, pero por alguna extraña razón no te gustaba mostrarlas a cualquiera. Y supongo que hacías bien. Es bueno cuidarse de lo que no conviene, y cuidar a quien merece la pena.

—Pues te doy toda la razón— me dijo tras dejar escapar un leve suspiro y plantar de nuevo la sonrisa tímida en su rostro— Tal vez por eso el doctor Jackson ha querido que vengas hasta mi consulta, para que me dejes cuidarte…

—Pues, tal vez sea así.

—¿Y bien? Rachel Barbra Berry—añadió alzando su mano e invitándome que la estrechara contra la mía— ¿Me vas a dejar que te cuide?

No le respondí. Simplemente la miré, acepté aquel pacto con su mano y asentí tragándome los nervios, sabiendo de antemano que, desde aquel instante, pasaría incluso noches sin dormir por el simple hecho de saber que iba a encontrarme con ella en situaciones que no me gustaban en absoluto, y dando por hecho que mi vida ya no volvería a ser la misma. Pero quien en su sano juicio iba a negarle a Quinn Fabray su ofrecimiento por ayudarte, por cuidarte, como bien había dicho.

Yo desde luego no. No iba a rechazar que Quinn me cuidase, mucho menos de la forma en la que se propuso hacerlo, aunque nuestras citas, a diferencia de los señores mayores que iban buscando su firma, apenas durasen 20 minutos.