Me llevó un poquito más de lo que esperaba jejeje Pero espero que les guste esta actualización. Me divertí mucho escribiéndola, aunque hubo partes que se me dificultaron.

Por cierto, les tenía fe a ustedes en este lado del fandom, estaban muy cerca, pero alguien del fandom en inglés les ganó deduciendo con exactitud cuál fue la pista y qué es lo que ocurrió. No hagan trampa, no vayan a buscarlo, y no se spoileen :v Sigan pensando por su cuenta o sorpréndanse cuando ocurra la revelación.

Como siempre, agradecimientos a todos los lectores y en especial a aquellos que me dejan feedback:

Mauro Loud: El preludio del preludio del capítulo que viene antes del anteúltimo capítulo antes del epílogo :v Ellas sí hicieron cochinadas en el pasado, pero esa lectora insistía en que hicieran nuevas cochinadas, por eso le dije mente sucia jajaja. Esas palabras finales fueron increíblemente amables, muchísimas gracias 3

Leo 23: En este capítulo voy a hablar sobre la familia de Luan. Lo que sí sabemos hasta ahora es que tanto Lincoln como Luna son adoptados. A medida que las historias continúen voy a revelar la situación de Lori, Leni, Lola, Lana, Lisa y Lynn Jr. No me quiero adelantar porque tampoco es súper relevante por ahora… Pero eventualmente comenzarás a ver el patrón que sigo, jeje.

Sylar Diaz: Jajajajaja, rayos, te hiciste una increíble historia en la cabeza. Ahora no sé cómo voy a hacer para competir con eso. Ahora sé cómo se sintieron los escritores de Wandavision cuando todo el mundo esperaba a Mephisto. Sólo diré que todavía no sabemos quién borró los videos lol

Rigerhit047: Jajaja no hay problema con lo de MHA. Lo de Milei y la directora hablando con lenguaje inclusivo lo puse porque era una escena importante en cuanto a la trama pero estaba quedando muy aburrida. Y viendo el diseño de la directora… pues se me hizo de ese tipo de personas jajaja Sólo quería que fuera un poco más divertido. Lo de Sully y Mazzy continuará siendo explorado. Honestamente no sé si lo aclaré en algún momento, pero Tabby es hija biológica de Chunk, a diferencia de Luna. Y sí, Carol es bastante más alta que Luna lol

Jairo De la Croix: Luna definitivamente siente unos sentimientos fraternales. ¿Por qué será? Hmmm. No lo sé, supongo que eventualmente veremos de qué va todo eso. Y me alegro que las canciones te hayan gustado jajaja

daglas99: Me gusta mucho escribir diálogos y conversaciones, es mi parte favorita de escribir. Me alegra que te gusten!

Luna PlataZ: Eres una cochina, no se diga más. Sobre Chunk, no es que nunca lo haya hablado con Luna. Ella misma menciona que han tenido esas conversaciones miles de veces. Chunk se refería más que nada a que nunca trató de sobrepasar ningún límite y dejar que ella se expresase como le resultara más cómodo. Lo de la explicación de los poderes de Luan es fascinante jajajaja Me encantaría decir que sí, que se me ocurrió esa genialidad, pero lo cierto es que no soy tan listo. Le di dos poderes porque está relacionado con su personalidad y su arco de personaje. Tus teorías continúan siendo fascinantes. Ya veremos cómo sigue tu porcentaje de efectividad.

Luis Carlos: Puede ser que aún tenga sentimientos por Sam. Ya veremos. Y sí, en este capítulo hablaré sobre lo que le ocurrió a la madre de Luna. Su relación con Luan se verá en algún momento, quizás. Y sobre cameos en esta historia: habrá uno, pero no voy a revelar quién, jeje.

Misugi: Pues me alegro que te parezca que estoy balanceando bien los personajes secundarios. No quiero pretender que cada personaje es increíblemente importante. Definitivamente tengo una distinción entre los principales y los secundarios, pero trato que los secundarios tengan algún rol que cumplir. Lo del lenguaje inclusivo fue definitivamente sátira, sarcasmo, y un meme brutal jajaja. Habrá definitivamente mucho más de Luan. Y estás muuuy cerca con el farol jajaja.


Capítulo 7:
What I've been looking for (reprise)

La práctica transcurrió mucho mejor de lo que esperaba, considerando que era la primera vez que la banda tocaba junto con los actores. Ellos hicieron sus partes muy bien. No es mi especialidad, Sam suele recordarme que soy terrible para actuar, así que no sé qué tan correcta sea mi evaluación, pero la mayoría de los chicos me hicieron creer en lo que hacían. Hubo desencuentros entre los miembros del club de teatro y nosotros a la hora de tocar, pero era esperable. En algunos casos hubo que repetir los números musicales para que estuviéramos más sincronizados o que ellos ajustaran la clave en la que cantaban. Aún así, me vi sorprendida por lo bien que todo resultó.

Presté especial atención al rol que Luan cumplía en la obra. Era la bufona del rey, entrando en escena cada vez que él estaba enfadado y a punto de mandar a ejecutar al protagonista enamorado de la princesa. Sus diálogos eran breves, apenas realizando algunas malas bromas para aliviar el humor del Rey. No era nada del otro mundo, pero me pareció que ella hacía bien su papel. Lo único malo fue que su risa se notaba a leguas que era muy forzada y para nada auténtica, pero la profesora de teatro no le hizo ningún comentario, así que asumí que quizás era así a propósito.

O quizás, a estas alturas, se había resignado a que no lograría extraer algo mejor de Luan. Cualquiera de las dos opciones me parecían posibles.

No me gusta ser demasiado autorreferencial ni tratar de sonar como una engreída, pero cuando llegó el momento de la canción romántica con dueto de cello y piano, Carol y yo elevamos la vara. Todos lo sintieron. Los actores hicieron un maravilloso trabajo con su voz, pero la realidad fue que la perfección de nuestra música e incluso cómo hicimos pequeños arreglos para armonizar mejor con sus voces crearon un momento épico.

Debo admitir que me distraje un poco cuando, al oír el canto del chico, entendí que él en verdad estaba enamorado de su compañera. No percibí esa misma emoción de su parte, y me sentí mal por él, pero no me permití fallar una sola nota. Sentía también la siempre presente determinación de Carol, y eso me inspiró a dar lo mejor de mí y hacer todo lo posible porque la canción saliera impecable.

Puedo decir con seguridad que cumplimos, pues en cuanto acabó, todos los presentes se pusieron de pie para aplaudir a los actores y a nosotras. Me permití dirigirle una breve mirada a Carol, y ella, con una ligera sonrisa, asintió suavemente en mi dirección, como felicitándome. Mi corazón latió aún más fuerte y rápido.

Ese número era el anteúltimo en la obra, así que tras un par de escenas y del número final —el cual, si bien no era tan íntimo y maravilloso como el dueto, era un digno cierre para la obra—, los actores hicieron una reverencia, y el ensayo formal fue dado por finalizado.

Ambos profesores nos felicitaron, con algunas lágrimas escapando de sus ojos. Nos dijeron que la obra iba a ser un éxito, y que esperaban con emoción la fecha de estreno. Y a decir verdad, yo también la esperaba.

Una vez finalizado el ensayo, todos comenzamos a empacar e irnos. Apenas había acomodado mis partituras cuando traté de buscar a Luan para felicitarla, pero no la encontré. Busqué con la mirada por todos lados, pero ni ella ni su mochila estaban a la vista. Fue como si desapareciera por completo.

A quien sí logré encontrar fue a Carol, quien se acercaba hacia mi piano a paso certero. Mi mente se puso en blanco, y mil pensamientos se embotellaron en mi mente, impidiéndome funcionar con claridad. Me sentí como una computadora de biblioteca tratando de descargar una película.

Carol también lucía algo distraída, pero a diferencia de mí, no tuvo problema en continuar caminando hasta detenerse a mi lado, y cuando habló, al menos pudo decir una oración completa.

—Hey, Luna.

—H-Hey, Carol —la saludé, tratando de sonar tranquila y fallando miserablemente

—Hiciste un gran trabajo —me felicitó—. No deja de sorprenderme lo habilidosa que eres en el piano.

En aquel momento, sentí que un meteoro podría caer del cielo y acabar con mi vida, y probablemente me despertaría en el paraíso satisfecha con el universo. El halago de Carol llenó mi estómago de mariposas. No, no. Más bien lo llenó con un enjambre de langostas endemoniadas que comían todo a su paso como un huracán vivo, sin dejar nada intacto.

—M-Muchas gracias. Tú también estuviste fantástica —Apoyé mi codo en el piano y reposé mi mentón sobre mi mano, tratando de parecer casual—. ¿Cómo estás?

—Estoy bien, gracias —me dijo con suavidad, llevando las manos detrás de su espalda y balanceándose suavemente sobre sus pies. Parecía… ligeramente nerviosa, lo cual era raro viniendo de una persona tan estoica como ella. —Yo sólo quería… Bueno, me enteré que tu amiga fue una de las chicas que fueron atacadas.

—Oh —dije, sintiéndome una tonta por creer que podría haberse acercado por otro motivo—. Sí, Mazzy estuvo allí. Tus amigas también fueron víctimas.

Asintió con la cabeza, pero noté que no parecía particularmente preocupada por ellas.

—Sí, es todo muy raro. Pero, bueno, noté que dos de tus mejores amigos fueron atacados estos días, y pues… Quería acercarme a preguntarte cómo te encuentras —admitió, desviando la mirada al último momento.

Decir que la pregunta me tomó por sorpresa no le da justicia a mis emociones. Fue como ingerir un kilo de azúcar en un instante, sintiendo un incremento de energías y adrenalina exponencial, y pese a que todavía eran las primeras horas de la tarde, pude sentir que esa noche no dormiría.

¿Carol Pingrey estaba preocupada por mí? ¿Por mí? ¿Estaba soñando? Sentí mi mandíbula tensándose, y los músculos de mi corazón dieron una demostración de su fuerza y tenacidad al no causar una muerte súbita por el violento ritmo de mis latidos. Me sentía como si estuviera flotando entre las nubes, pero sabía que acababa de hacerme una pregunta, y lo correcto sería responder. Así que traté de ocultar los fuegos artificiales que estallaban en mi interior, y obligué a mi cerebro a que recordase cómo hablar en español.

En aquel momento, sentí que podía hablar en lenguas.

—Pues… lo cierto es que estoy preocupada. Un poco asustada.

—Por supuesto. Todos lo estamos.

—Pero… ahora que la policía está aquí, asumo que los ataques se detendrán… ¿no?

El rostro de Carol se veía sumamente preocupado.

—Eso espero.

Mantuvimos un breve silencio. Sentí que ese tema se había terminado, y traté de pensar en algo nuevo que podría decir para continuar la conversación, pero no se me ocurrió nada. Traté de forzar a mi cerebro a trabajar y pensar en algo que pudiera mantenerme en conversaciones con Carol.

Como casi siempre, mi cerebro no respondió cuando más lo necesitaba, aunque tuve la fortuna de que el destino respondiera a mis plegarias.

— ¡Oh, precisamente a quienes buscaba! —Dijo el señor Budden, acercándose a Carol y a mí— Chicas, estuvieron increíbles esta tarde. Las palabras no alcanzan para explicar lo feliz que me hace escucharlas tocar.

—Aw, muchas gracias señor B —le dije.

—No podríamos hacerlo sin su dirección —respondió Carol con respeto.

Era claramente una mentira, pero el señor Budden pareció tomárselo en serio.

— ¡Oh, tú! Pues muchas gracias. Es el trabajo de los maestros guiar a nuestros alumnos para que avancen más allá de nosotros; para que nos superen. Y es por eso que necesito hablar con las dos.

Carol y yo intercambiamos una mirada, alzando las cejas.

— ¿De qué quiere hablar, señor?

—Es con mucha pena que debo admitir que las subestimé al inicio del semestre —dijo, mirándonos con un brillo de orgullo en sus ojos—. Sabía que eran buenas, lo tenía claro al hablar con otros profesores, pero nunca imaginé que tuvieran un nivel que podría tranquilamente permitirles desarrollar una carrera profesional. Y lo cierto es que, cuando escribí las partituras de la obra, traté de limitar la complejidad. No quería que nadie en la orquesta se sintiera forzado a alcanzar un nivel demasiado alto, pero lo que para otros fue un alivio, siento que se convirtió en unas cadenas para ustedes. ¡Como si le cortara las alas a una hermosa águila que aspira a volar alto como las nubes!

—Oh, vamos, no es para tanto —dije con cierto rubor en mis mejillas.

—Sí que lo es. Son fabulosas, niñas. Han dominado las partituras y las han vuelto propias. Hoy mismo noté las pequeñas notas y arreglos que agregaron para mejorar la armonía con los cantantes. Notas que no estaban incluídas, pero que nacieron desde su entendimiento de la música, notas que les pertenecen a ustedes y que elevaron la pieza. Es por eso que les tengo una propuesta.

Tomé aire y no lo dejé escapar de mis pulmones, sintiendo la ansiedad y la expectativa ascendiendo como un cohete hacia la luna. Ya saben, la otra Luna, el satélite que orbita la Tierra.

—Si les parece bien, me gustaría que las dos se reunieran fuera del horario de clase para componer, entre ambas, una sección instrumental que reemplace la actual —dijo con una sonrisa amplia y brillante como el sol.

— ¿Nosotras? ¿Componer? —Pregunté, queriendo asegurarme que mis oídos no estaban engañándome.

—Precisamente. Como les dije, el instrumental actual son veinticuatro compases básicos con unas simples escalas. Lo cual está bien como un acompañamiento… pero aquí entre nos —dijo, acercándose y susurrando las siguientes palabras—, lo cierto es que los protagonistas son geniales cantando, pero no tan... dúctiles con su pequeña coreografía.

Carol dejó escapar una pequeña risa, por lo que me apresuré a imitarla, aunque mi risa forzada sonó más como una rana eructando.

—Es el momento perfecto para que la música sea la que eleve la escena, para que además el público se concentre por un segundo en lo que escucha y sea más… digamos… benévolo con la coreografía que no acaba de estar del todo pulida. Siéntanse libres de hacer lo que sus corazones les dicten. Quiero que su dueto sea el momento perfecto para que abran sus alas y vuelen. Sean tan ambiciosas como quieran. No quiero que ninguna de las dos eclipse a la otra, quiero que las dos sean capaces de demostrar sus habilidades. ¿Creen que puedan hacerlo?

Por unos segundos, no me atreví a voltear a ver a Carol. Estaba demasiado ocupada tratando de que mi rostro no brillara tan rojo como un metal ardiente. No podía creer que esto estuviera ocurriendo. ¿Componer mi propia parte para el musical de la escuela? ¿El que sería tocado frente a todo el mundo? ¿Con pedido explícito para que me sintiera libre de ser ambiciosa y destacarme?

¡¿Y quería que lo compusiera junto con Carol?! ¡¿Juntándonos fuera del horario de clase?!

Por suerte, Carol tuvo la claridad mental para hablar primero y sacarme de mi estupor.

—Señor Budden, esa es una oferta muy generosa. Agradezco este gran voto de confianza que pone en nosotras —dijo, inclinando la cabeza ligeramente como si estuviera aceptando una tiara—. ¡Estaría honrada de poder hacer esto! Pero, ¿no es demasiado arriesgado, siendo que el musical es en tan sólo dos semanas?

—Oh, sí lo es, y me disculpo por eso —admitió el profesor—. Pero confío en ustedes, chicas. Sé que pueden hacerlo. ¿Qué dices, Luna? ¿Aceptas el desafío?

Tragué saliva para ayudar a que la esfera de metal en mi garganta cayera a mi estómago y me permitiera hablar, y froté mis manos contra mis pantalones para secar el sudor que estaba comenzando a reunirse en ellas.

—Sí, claro —dije finalmente—. Como dijo Carol, es muy amable de su parte permitirnos hacer esto. Le prometo que no lo defraudaremos, señor.

— ¡Oh, sé que no lo harán! ¡Será fantástico! —Nos aseguró, dando una vuelta en su lugar— ¡Maravilloso! ¡No puedo esperar para ver qué traen!

Y así sin más, se despidió de nosotras, nos deseó suerte, y se alejó.

—Vaya. No esperaba eso —dijo Carol.

—N-No, yo tampoco.

—Pero suena divertido.

—S-Sí, lo suena.

—No tenemos demasiado tiempo, sin embargo, y lo cierto es que no tengo demasiada experiencia componiendo música —admitió, llevando una mano a su mentón—. Soy más de estudiar música ya escrita. ¿Tú tienes experiencia componiendo música de este estilo?

Mi habitación contaba con muchísimos cuadernos llenos con canciones, pasajes, letras y partituras que había escrito a lo largo de los años. Mi conexión con la música, mi entendimiento natural de la teoría y las reglas que la rigen, y sobre todo la manera en la que mis sentimientos se mezclaban con ella era una combinación perfecta para que escribiera canciones casi sin darme cuenta. Especialmente cuando tenía emociones fuertes, y componer se volvía una estrategia para descargarme y sacarlas de mi sistema.

—He escrito un poco —dije, sencillamente. No quería sonar engreída ni como que subestimaba la situación.

—Ya veo. Bueno, seguramente podremos usar tu experiencia —Adoptó una pose pensativa durante algunos segundos antes de mirarme—. No tenemos demasiado tiempo para hacer esto. Hay que escribirlo y practicarlo con tiempo antes del musical. Sé que es muy repentino y que quizás ya tuvieras planes, pero ¿quieres venir a mi casa para que empecemos a pensar en ideas?

—Uh… Yo… ¿T-Tu casa?

—Sí. Mi madre tiene un piano en el estudio, podríamos practicar allí. Puedo llevarte en mi auto y acercarte a tu casa más tarde. ¿Te parece bien? Obviamente, si ya tenías algún compromiso previo, es más que entendible.

Podría haber estado invitada para tocar en la Casa Blanca y habría llamado para cancelarlo, pero por supuesto, no se lo dije. O al menos deseé no haberlo dicho, porque en aquel momento mi mente estaba demasiado shockeada como para funcionar correctamente. No estaba del todo segura de que no hubiera humo saliendo de mis oídos, a decir verdad.

A juzgar por su silencio, no parecí decir nada en voz alta. Lo cual significaba que tampoco le había respondido.

—Uh, yo no… N-No tengo ningún plan serio, sólo, ya sabes… Eh, lo que quiero decir es… Si tú quieres, p-podría ir a tu c-casa, sí.

Ella sonrió.

—Perfecto. Te espero en el estacionamiento, guardar el cello no es tan fácil como uno creería.

Y sin más, se alejó, dejándome sola, con mi corazón latiendo fuerte como un bombo. ¿En serio estaba a punto de ir a la casa de Carol? ¿En su auto? ¿A pasar un rato a solas para componer música? ¿Música romántica que las dos íbamos a tocar juntas? Una gran parte de mi corazón sintió que estaba por estallar, bombeando sangre como para alimentar a un regimiento de vampiros por una semana. Era todo lo que había soñado desde que descubrí mi atracción por Carol. Para alguien como yo, esa era la viva definición de una cita. No podía creer mi suerte.

Otra parte de mí, sin embargo, estaba aterrada. Hasta ahora, siempre me las había arreglado para arruinar mis conversaciones con Carol. En esta ocasión teníamos un objetivo en común, algo que realizar y a lo que nos habíamos comprometido con el señor Budden. No podía permitir volver a tropezar con la misma piedra. Por más que mis sentimientos estuvieran incontrolables y a flor de piel, debía actuar con madurez y no dejar que me controlasen. Tenía que tener la suficiente claridad mental como para no arruinarlo. Esta era una oportunidad de las que sólo se da una vez en la vida, y tenía que aprovecharla.

Era mucho más fácil decirlo que hacerlo, sin embargo, y mis manos temblaban mientras guardaba mis partituras y notas en mi mochila. Y tan distraída estaba mientras caminaba hacia la salida que ni siquiera noté que Sam estaba esperándome en la puerta, y casi paso de largo de no ser porque me tomó por el codo.

—Uh, ¿hola? ¿Tierra a Luna? —Me llamó, riendo. Sacudí mi cabeza y le sonreí.

—Lo siento. Estoy un poco… distraída.

—Y que lo digas. Estuve a punto de poner la pierna para hacerte tropezar.

—No te atreverías.

—Por supuesto que sí.

—Te golpearía en la cara si lo hicieras.

—Tendrías que alcanzarme primero.

—Carol me invitó a su casa.

Se detuvo en seco, soltando mi codo y mirándome con la boca abierta. No pretendía soltarlo así como si nada, pero necesitaba decirlo cuanto antes, porque mientras más lo guardara en mi interior, más probable era que los nervios me consumieran. Sam se veía estupefacta, y por primera vez en mucho tiempo, parecía estar sin palabras, sin ninguna respuesta ingeniosa y graciosa que hacer.

— ¿Cómo…? ¿Huh? —Preguntó, sacudiendo la cabeza.

Le expliqué todo lo que el señor Budden nos había dicho.

—Y… bueno… me dijo que podía ir a su casa ahora en su auto —admití, permitiéndome ruborizar ahora que sólo mi mejor amiga estaba allí—. Sam, ¡esto es increíble! ¡Es como un sueño hecho realidad! ¿No? ¿Sam? ¿Hola?

—Uh, sí, lo siento —dijo tras una pausa—. Es… Vaya, no me esperaba algo así. Es… ¡fantástico! ¡Me alegro mucho por ti, Luna!

—Gracias. Aunque estoy un poco nerviosa… Oh, a quién engaño. Me estoy muriendo de los nervios. ¿Qué pasa si lo arruino todo?

—Hey, esa no es la Luna que yo conozco —me dijo, colocando ambas manos sobre mis hombros y obligándome a verla a los ojos—. La Luna que yo conozco sabe que la música es su reino. No tienes de qué preocuparte. Estás en tu territorio. Concéntrate en mostrarle lo prodigiosa que eres con la música y… y estoy segura de que todo saldrá bien.

Para alguien que decía estar segura, noté un extraño tono en su voz. Nerviosa, dubitativa, incluso conflictuada. Asumí que estaba tratando de apoyarme, pero que al igual que yo, temía que me equivocara y arruinara cualquier posibilidad que tuviera con Carol. Apreciaba su apoyo. Era realmente un alivio tener una amiga que se preocupase tanto por mí.

—Gracias, Sam. Y lamento que no podamos reunirnos hoy. Pero es que… bueno… no esperaba esto.

—Pfft, no te preocupes por mí, chica —me dijo, guiñándome un ojo—. Vamos, ve y conquístala. Sé que puedes hacerlo.

Le di un rápido abrazo antes de despedirme y dirigirme hacia el estacionamiento. No fue difícil encontrar el auto deportivo de Carol, quien estaba ya cerrando la puerta trasera, con el estuche de su cello en posición. Suspiró y estiró su espalda, como si se hubiera esforzado demasiado, antes de voltear y verme.

—Oh, genial, ya estás aquí —dijo, dirigiéndose a su asiento—. Vamos, entra.

Lo cierto es que nunca había estado en un auto tan caro. La camioneta de Chunk era… más utilitaria que atractiva, por decirlo de alguna forma. Así que, no sin cierto pudor, me subí al asiento del acompañante, sufriendo un mini-ataque de pánico mientras cerraba la puerta, temiendo hacerlo demasiado fuerte o demasiado suave. Pareció cerrar bien y Carol no hizo ningún comentario, así que asumí que lo había hecho bien. Nos colocamos los cinturones de seguridad y ella comenzó a conducir hacia su hogar.

Conversamos casualmente por unos minutos, pero Carol no tardó en dirigir la conversación hacia un interesante tema.

—Te vi hablando con Luan —mencionó, su mirada fija en el camino.

— ¿La conoces?

—No personalmente… pero sé de ella —admitió, y noté que su rostro se veía triste—. No sé de qué hablaban, pero vi cómo la animabas. Se veía muy feliz.

—Parecía necesitar algunas palabras de aliento —dije, restándole importancia—. Apenas la conozco, pero… bueno, no sé. No quiero sonar como que soy una santa ni nada, pero sentí que necesitaba un poco de ayuda.

Carol se mantuvo en silencio, deteniéndose en un semáforo en rojo y tamborilleando el volante por unos instantes.

—Está atravesando un momento muy delicado.

— ¿A qué te refieres?

—Su papá… El Doctor DiAngelo siempre fue muy prestigioso aquí en la ciudad. Era uno de los mejores en la clínica privada donde trabajaba. Todo el mundo quería atenderse con él. Mi padre solía ir a su consultorio todo el tiempo, y creía conocerlo bien. No eran amigos ni mucho menos, pero aún así… nunca se imaginó lo que pasó.

Su sombrío tono de voz me inquietaba.

— ¿Qué pasó?

—Él… bueno, se descubrió que él trabajaba para Tetherby, de Industrias Tetherby —dijo finalmente—. Luego de que el nuevo Ace Savvy lo expusiera, las autoridades comenzaron a investigar, y descubrieron que el doctor DiAngelo estaba realizando una investigación acerca de ciertos sueros y armas biológicas. Muy, muy ilegal. Lo arrestaron a él y a su esposa, quien al parecer también estaba involucrada en otra área de investigación. Por lo que sé, Luan está viviendo con sus abuelos, pero el Doctor le comentó a mi padre en otra ocasión que ellos no la quieren demasiado.

— ¿Qué demonios? ¿Cómo pueden no querer a su nieta? ¿Qué clase de gente podría sentirse así?

—Es porque creen que sus papás nunca deberían haberla adoptado.

— ¿Adoptado? —Dije, la palabra causándome escalofríos.

—Sí, ella es adoptada. No sé si eso la afecta o no, pero descubrir que tus papás trabajaban para un villano, que los envíen a prisión, y tener que ir a vivir con gente que no te quiere… No puedo ni siquiera imaginarme lo que eso se debe sentir.

—Oh por Dios… No, yo tampoco. Es… terrible… no tenía idea…

—Creí que lo sabías —admitió—. Creí que por eso eras tan amable con ella.

—No, yo… sólo trato a la gente como me gustaría que me trataran —dije sencillamente—. Noté que se veía triste, pero nunca imaginé que estuviera pasando por algo así.

Carol suspiró.

—Eres una buena persona, Luna. Ojalá yo pudiera parecerme más a ti.

El cumplido me llenó de emoción, pero también me preocupó un poco.

—Oh, vamos, no digas eso. Tú también eres una buena persona.

—Una buena persona detendría a sus supuestos amigos cuando están molestando a otras personas —murmuró.

No supe qué decir. No tenía una respuesta a eso. Opté por permanecer en silencio, y ella lo interpretó como una invitación para continuar hablando.

—Hace poco que me enteré de todo esto. Pero lo que ocurrió el otro día… no es la primera vez que Roger y los otros se burlan de ella. O de otras personas. Y yo nunca los detuve. No me gusta que sean así, pero no soy lo suficientemente valiente como para enfrentarme a ellos. Me gustaría serlo… pero no lo soy.

Había muchas cosas que quería decirle. Preguntarle por qué, si ella realmente estaba en contra de cómo sus amigos se comportaban, sencillamente no los dejaba. Ella era increíblemente popular, debía de tener muchos amigos además de los bravucones, ¿no? También quería preguntarle si ella había estado al tanto de que una de sus amigas estaba acostándose con Sully. Si es que sabía que estaban engañando a Mazzy. Quería preguntarle estas cuestiones, pero dos cosas me lo impidieron.

La primera, el hecho de que si me metía en ese terreno, comenzaba a arriesgar sobrepasarme y arruinar todo una vez más. Estábamos allí para trabajar, lo último que quería era que nos peleáramos por culpa de mi bocota. Pese a que ella estaba abriendo la puerta de la discusión, estaba casi convencida de que no se tomaría muy a bien que le dijera "Oye, ¿por qué no abandonas a todos tus amigos? ¿Es que acaso no eres congruente con lo que piensas y tu reputación te importa más que tus ideales?" Podía ser bastante tonta en cuanto a conversaciones, pero incluso yo entendía que no era ni el lugar ni el momento para hacer algo como eso.

Y el segundo motivo, mucho más egoísta, es que parte de mí no quería conocer las respuestas a esas preguntas. Sin saberlo, era fácil para mi corazón crear excusas por Carol. Razones que explicaban por qué ella seguía junto a sus amigos pese a que ellos eran terribles personas. Si obtenía una respuesta, sin embargo, ese proceso podría ser mucho más difícil, y corría el riesgo de manchar la imagen ideal de Carol en mi mente.

No estaba dispuesta a ello.

—No puedo hablar por tus amigos o tu relación con ellos —dije—, pero por lo poco que te conozco… Yo creo que sí eres una buena persona.

No sentí la necesidad de agregar nada más. Carol suspiró y me dirigió una breve sonrisa forzada, como diciendo "Quisiera creer lo mismo", pero continuó conduciendo. Las casas que veía pasar a través de la ventana del auto eran cada vez más bonitas y grandes, con inmensos jardines, enrejados al frente, y dos o tres pisos en total. Era una parte de la ciudad que no solía recorrer.

Eventualmente Carol redujo la velocidad y maniobró para subir a la vereda. No estoy segura de dónde imaginé que viviría. Supongo que esperaba una especie de castillo de Disney, o una mansión victoriana con columnas de mármol y estatuas renacentistas.

La casa no era nada de eso, pero aún así era impresionante. Tenía dos pisos, y se veía como una gran caja cuadrada que contenía dos cajas más pequeñas. Una era un rectángulo que ocupaba toda la planta baja sobre la cual se apoyaba, saliendo un poco, otra caja cuadrada. Había un espacio vacío donde podría haber entrado otra caja igual, pero a juzgar por las barandas metálicas y la vegetación que se veía, asumí que se trataba de una terraza.

Buscó sus llaves y presionó un botón de un pequeño rectángulo de plástico, y la puerta del garaje se abrió. Dejó el auto allí dentro. Me bajé y la ayudé a sacar el cello de la parte trasera del auto.

—Mis padres insistieron en regalarme un auto para mi cumpleaños número dieciséis —comentó Carol mientras lo hacíamos—, y no se les ocurrió pensar que quizás no sería la mejor opción para transportar mi instrumento.

No dije nada, aunque para mis adentros concluí que con mucho gusto habría aceptado cualquier tipo de vehículo que me quisieran regalar. Me hubiese conformado incluso con una motocicleta.

No había mucho que ver en el garage. Vi un sector de lavado, con un lavarropas y un canasto de ropa a un lado. Lo que sí me llamó la atención es que había mucho espacio libre, pero Carol había estacionado su auto casi contra una pared. Asumí que del otro lado, sus padres dejarían un segundo vehículo.

—Muy bien, sígueme.

La seguí a través de una puerta que conectó con una cocina —la cual era casi tan grande como la sala de estar de mi casa—, y luego a un gran recibidor con una escalera de escalones de madera empotrados que estaban sostenidos por cables. Me dio un poco de miedo, pero tras ver que Carol subía con seguridad y que ningún escalón se movía o tambaleaba, la seguí.

Mientras subía a la planta alta, reparé en que cada rincón de la casa se veía pulcro y brillante. Y también en que las decoraciones y los muebles parecían ser muy, muy caros.

Una vez en la planta alta, noté que allí era donde se hallaba la sala de estar. Un gran sofá en L sobre una alfombra circular con una mesa ratona de cristal apuntaba a una pared de piedra, donde una gran televisión estaba suspendida. En el otro lado, grandes ventanales y puertas corredizas de cristal se abrían a la terraza que había visto desde la calle, con algunos sillones, una barbacoa para exteriores, y pisos de madera.

—El estudio está del otro lado —me indicó Carol, y la seguí hasta una puerta en el otro extremo de la sala. Entró allí, y comenzó a acomodar el cello mientras yo exploraba el lugar. La parte que daba a la terraza era, al igual que la sala, casi completamente de cristal. El muro que daba a la parte trasera de la casa tenía una ventana corrida a la altura de mi cabeza, permitiéndome ver el jardín trasero, con algunos árboles y muchas plantas con flores de todos los colores.

Las otras dos paredes estaban ocupadas con bibliotecas llenas de libros y un gran escritorio con dos computadoras. Más hacia la esquina, justo donde Carol se encontraba, había un espacio reservado evidentemente para ella, con una silla y un atril para partituras.

Y a un lado de ello, un piano vertical apoyado contra la pared. Me acerqué a verlo. Supuse que no sería un piano de cola como el de la escuela, pero me había imaginado uno un poco más básico, un teclado digital. Este se veía de muy buena calidad. La marca era excelente, y se veía impecable.

—Bien, esto ya está listo —dijo Carol, y volteé a ver que ya había dejado su cello preparado contra la pared—. Voy a ir a la cocina a buscar unas bebidas y algo para comer. ¿Quieres algo en particular? ¿Té, soda, café, una chocolatada?

—Estoy bien —le dije, no sabiendo cómo responder. Era una pregunta sencilla, pero no sabía qué tipo de cosas le gustaban. ¿Y si decía algo que me hacía quedar como una tonta?

—Vamos, recién salimos de la escuela, debes tener sed. Sólo dime, no es molestia, en serio.

—Uh, yo… No lo sé, supongo que… Sólo tráeme un vaso de lo que tú tomes —ofrecí, y ella pareció conforme con la respuesta.

—Muy bien. Mientras tanto, ponte cómoda. Prueba el piano, si quieres —me invitó, antes de alejarse.

En cuanto se fue, dejé escapar un suspiro y me cubrí el rostro con las manos. La situación era irreal. No podía creer que estuviera en la casa de Carol, habiendo viajado en su auto, y que ella estaba a punto de traerme una merienda. Me sentía bendecida por los dioses olímpicos, y al mismo tiempo sentí que todos estarían observando desde las nubes, apostando para ver en qué momento lo arruinaría todo.

Las emociones comenzaron a arremolinarse en mi interior, y eso no era buena señal. Así que, queriendo distraerme, tomé la invitación de Carol y me senté frente al piano de su madre. Con cierta timidez, presioné la primera tecla con delicadeza, como si fuera de cristal. Una nota de Do inundó el estudio, y respiré aliviada al ver que no había roto nada. Toqué luego un acorde, disfrutando la vibración de las notas. Luego un arpegio, luego un sencillo acompañamiento.

Antes de darme cuenta, estaba improvisando una sesión de jazz, cerrando los ojos y sacudiendo la cabeza como una muñeca hawaiiana en un camión de larga distancia. Dejé que mis dedos bailaran sobre las teclas, creando ritmos y secuencias inesperadas, tratando de romper los patrones cada vez que los detectaba. Una música desenfrenada, libre de ataduras, sin constricciones, auténtica.

Me concentré en esas emociones y usé mis poderes para dirigirlas hacia mí. Dejé que me liberaran, y gracias a ello, mis emociones se calmaron. Ya no estaba tan asustada. Estaba lista para hablar con Carol y ser yo misma.

—Oh, vaya —escuché detrás de mí, y dejé de tocar para ver a Carol acercándose con una bandeja metálica donde traía lo que parecía ser dos tazas de café, con una azucarera, y un pequeño bowl con galletas—. Luna, ¡eso fue increíble!

En otro momento quizás me habría sentido demasiado avergonzada como para responder, pero el efecto de mi música estaba todavía allí, llenándome de valor.

—Gracias. Me encanta improvisar —admití—. Es muy… liberador poder tocar sin preocuparme por fallar una nota o seguir el ritmo.

—Te entiendo —dijo, dejando la bandeja sobre uno de los escritorios e invitándome a acercarme.

Durante algunos minutos, conversamos casualmente acerca de nuestras rutinas a la hora de practicar y tocar nuestros instrumentos, lo cual me resultó fascinante y un tema cómodo de conversar para mí. Me sentí a gusto, en mi terreno, en mi área de experiencia. Podía hablar sin sentir que caminaba por la cuerda floja.

Eventualmente nos movimos a nuestros respectivos instrumentos y comenzamos a dar incipientes pasos en la construcción de un nuevo quiebre instrumental en la canción. Decidimos empezar por lo básico: la base. No tenía mucho sentido realizar demasiados cambios en los acordes, pero las dos estuvimos de acuerdo que si había algún momento donde se podía romper la progresión de acordes I-V-VI-IV, era allí. Como el señor Budden lo dijo, la secuencia era la clásica progresión de acordes que se escuchan en la mayoría de las canciones más populares. Sonaba genial, sí, pero coincidimos en que podíamos permitirnos realizar un pequeño cambio en la clave para enfatizar las emociones de aquella pausa instrumental.

Una vez definido eso, estuvimos también de acuerdo en que cada una de nosotras tendría momentos donde tocábamos la melodía, y otros donde estábamos a cargo de la armonía. Que las dos tuviéramos un par de compases para llevar la canción. Con esas ideas en mente, comenzamos a trabajar en combinaciones de arpegios y otros recursos más básicos, dándonos feedback constante una a la otra, siempre con ánimos de mejorar y de que produjéramos un sonido bello.

Fue una experiencia maravillosa que, honestamente, no había compartido nunca con alguien más. Sam, Mazzy y Sully eran buenos con sus instrumentos, pero no tenían un conocimiento teórico refinado. Ellos habían aprendido a tocar a oído, o yendo a unas pocas clases de música para aprender lo básico y luego dejaron que la experiencia los guiara. Las veces que nos reuníamos a tocar sesiones de jam, me costaba explicarles con los términos que yo conocía, teniendo que recurrir a un lenguaje mucho más coloquial. Carol, por otra parte, tenía un conocimiento académico realmente impresionante, y por lo tanto era más fácil que nos entendiéramos al describir secuencias, notas, o técnicas.

Durante cuarenta minutos, lo que hicimos fue una tormenta de ideas, probando distintas combinaciones para comenzar a diagramar lo que creíamos que sería lo mejor para la pieza. No llegamos a ningún arreglo definitivo, pero comenzábamos a tener una idea de la dirección que íbamos a seguir.

—Esto es mucho más de lo que creí que lograríamos esta noche —admitió Carol luego de que termináramos una sección, anotando los cambios en una partitura nueva que había traído—. Creo que te subestimaste cuando dijiste que sólo habías escrito un poco. Parece como si llevaras toda tu vida componiendo.

—Bueno… supongo que en cierto sentido sí llevo componiendo desde siempre —comenté, acariciando la superficie de las teclas—. Mi papá tiene una colección de videos con todas las canciones que inventaba cuando era niña. La primera la escribí cuando tenía cinco años.

—Aw, eso es adorable. ¿Hay alguna posibilidad de mostrármelo? —Preguntó con picardía.

—Ni en un millón de años. Es una canción de amor que le escribí a Ace Savvy. Nadie la verá mientras esté con vida.

—Oh… por… Dios —dijo, riendo suavemente—. Ahora sí que tengo que verla.

—Pfft, no, olvídalo. Cero posibilidades de que ocurra.

—Cuando era niña, yo también tenía un pequeño crush con Ace Savvy. O sea, supongo que la mayoría de nosotras lo ha tenido en algún momento, ¿no? ¿Qué niña sueña con ser rescatada por un héroe?

—Sí… supongo.

Sin darme cuenta, presioné la tecla del Mi bemol, dejando que la triste nota vibrara en el aire a mi alrededor.

—Tú… ¿no estás de acuerdo? —Me preguntó con cierta cautela.

—No, no, es sólo… Bueno… Ace Savvy fue genial, no me malinterpretes, pero… Digamos que no tengo la mejor opinión de los metahumanos.

—Oh —dijo, sonando confundida—. Bueno, no eres la única, eso es seguro. Hay mucha gente que no está… de acuerdo con ellos. ¿Es por, uh, cuestiones religiosas, tal vez?

Negué con la cabeza. Desde la aparición de los metahumanos, muchos grupos de distintas religiones se alzaron en contra de ellos, llamándolos falsos profetas o heraldos del Día del Juicio. Después de un tiempo la situación se calmó, pero aún existían extremistas que continuaban odiando a los metahumanos.

—No, no es nada de eso. Tampoco soy de las que creen que vienen a reemplazarnos, o que son mutaciones causadas por alienígenas. No estoy loca.

—No estaba insinuando eso —se apresuró a decir—. Lo siento. No debí preguntarlo.

—Está bien, te entiendo. Si en verdad quieres saberlo… Mi mamá murió por una metahumana —admití, mordiéndome el labio inferior.

Carol dejó de anotar en sus partituras, y apoyó el arco de su cello a un lado de su silla.

—Oh… Lo siento mucho.

Sacudí la cabeza, tratando de sonreír pero fallando miserablemente.

—No te preocupes. Como te dije la otra vez, fue hace mucho tiempo.

—Fue un… ¿ataque de supervillanos?

—No —respondí, cerrando mis puños en el borde de mi camisa, arrugándola por completo—. No, fue un robo común y corriente. Pero había una metahumana allí, y…

Habían pasado ocho años, pero cada vez que recordaba aquella noche, el puñal volvía a hundirse una vez más. Incluso cuando creía que ya no había más dolor por tener, la realidad me demostraba lo equivocada que estaba.

Siempre dolía. Cada vez.

—Oh, Luna, lo siento mucho —dijo, su suave voz impregnada de lástima.

Asentí con la cabeza, e inconscientemente comencé a tocar una melodía. Acordes menores, una suave base, lentas notas que parecían arrastrarse por el suelo, como luchando por hacerse oír.

Todo el mundo sentía lástima cuando hablaba de ello. La pobre niña huérfana que había además perdido a su madre adoptiva. Una vida llena de dolor y de pérdida. Pobre Luna Morrison. Qué destino tan cruel. No se merece todo lo malo que le ocurre. Boo hoo.

Solo que estaban equivocados. Todo el mundo estaba equivocado. No era culpa de ellos, por supuesto, pero sus emociones no estaban apuntadas a quien en verdad lo merecía. Tabby era la niña que merecía ser mimada y confortada. Ella era quien había perdido a su madre biológica una noche en la que ni siquiera había estado presente. Tabby era quien nunca llegó a despedirse de su madre, quien vio su mundo dado vuelta sin entender cómo o por qué, quien no tuvo más opción que ser testigo de la tragedia sin nada que hacer.

Yo no estaba en esa situación. No merecía esa simpatía. No merecía que sientan pena por mí y el dolor que me causaba la muerte de mi madre.

No cuando yo había sido la causa de su muerte.


Ocho años habían pasado desde aquella fatídica noche, pero el escenario se había- grabado a fuego en mi mente. Recordaba hasta los más minúsculos detalles, cosas que no eran relevantes, pero que por algún motivo no creía ser capaz de olvidar.

Fue una tarde de invierno, con el sol ocultándose en el horizonte. Había nevado durante todo el día, y las calles y techos de los negocios estaban cubiertas por un hermoso manto blanco, reflejando todos los colores de las luces navideñas que decoraban cada rincón de la ciudad y los anaranjados tonos del cielo. Recuerdo la panadería de la avenida con un hombre de jengibre tamaño real en la vidriera, sonriendo e invitando a comprar galletas caseras. Ocho dólares y cincuenta centavos por una bolsa de ellas. Se veían deliciosas, con chispas de chocolate sobresaliendo por todos lados. Recuerdo también el olor a la masa recién cocinada, saliendo por una rejilla que apuntaba hacia la calle, seguramente para que el olor le diera hambre a pequeñas niñas de siete años.

En aquella época usaba el cabello largo y lacio, con un poco más de volumen en la parte de abajo, llegando a la altura de mis omóplatos. Vestía un gorro de lana que Chunk me había tejido, unos pantalones azules, botas marrones con flecos, y una campera de corderoy que me llegaba hasta las rodillas color púrpura, mi favorito.

Apoyé mi pequeño rostro con pecas contra la ventana, y mi aliento se condensó sobre el vidrio.

— ¡Mamá, mamá! ¿Podemos comprar unas galletas?

A mi lado, mi mamá adoptiva se acercaba con unas bolsas de papel madera que cargaban nuestras compras. Era una mujer no demasiado alta, joven. Su piel era pálida y delicada como la porcelana. Chunk solía bromear con que parecía una geisha, con su cabello negro y sus pequeños ojos con apenas un dejo de la herencia asiática de parte de la familia de su padre. Era una exageración, pero no se podía soslayar lo bella que era.

—Ya te compré los dulces que me pediste en la otra tienda, Lunita —me dijo, acercándose para acariciarme la cabeza con una de sus delicadas manos.

—Pero en la otra tienda no tenían galletas —dije, y usando uno de los dedos de mi mano cubierta con guantes de lana, dibujé una carita triste contra el vapor de mi aliento—. A Tabby le encantan las galletas con chispitas de chocolate. Se pondrá muy contenta si le llevamos unas.

—Yo creo que estará contenta con las cosas que ya le compramos. Pero buen intento, poniéndote en el rol de hermana mayor. Casi me conmueves. Casi.

Dejé escapar un pequeño quejido, pero comprendí que era una batalla perdida, así que le dediqué una última mirada llena de dolor y deseo al hombre de jengibre y continué caminando a un lado de mi mamá, dando pequeños saltos para evitar tocar las líneas de las baldosas.

—Mami, ¿mañana puedo ir a la casa de Sammy? —Pregunté, decidida a obtener al menos una victoria aquel día.

—No lo sé cariño. Dicen que va a nevar mucho.

—Pero vamos a estar dentro de su casa. No nos va a pasar nada. Su mamá compró unas películas nuevas y Sammy dice que hay una que me va a gustar mucho.

—Mmmm, no lo sé —dijo, poniendo un dedo contra su mentón—. Necesito estar cerca de mi Lunita para estar contenta. Ya con sólo pensar en que te vayas por una tarde me pongo triste… Si tan solo hubiera alguna forma de sentirme más feliz…

Por supuesto, yo sabía exactamente lo que estaba insinuando, y mi rostro se iluminó. Me acerqué a ella y tomé la mano que me ofrecía, apretándola con fuerza. Todavía recuerdo sentir su anillo de bodas presionando el borde de uno de mis dedos. Dolía un poco, pero no me importó.

Caminé más lento y carraspeé, preparando mi garganta. Hacía frío, pero no me importó. A mi mamá le encantaba que le cante, y yo estaba más que dispuesta a cantarle lo que quisiera. Por suerte, ella era muy abierta sobre su música favorita, por lo que tenía una buena idea de lo que podía entonar para alegrarla.

Our house it has a crowd
There's always something happening
And it's usually quite loud

Mientras cantaba una de sus canciones favoritas, me concentré en el ritmo alegre y lo pasé a través de mi mano hacia mi mamá. A esa altura de mi vida había desarrollado cierto control sobre de mis poderes, y sabía que podía compartir emociones con otras personas, aunque en aquella época necesitaba poder tocar a alguien para hacerlo.

—Ooooh, mi Lunita está en modo ochentoso —dijo, apretando mi mano más fuerte—. Sí que sabe lo que le gusta a su mamá.

Sí, lo sabía, y me encantaba poder hacerla feliz. Ella me había enseñado a cantar, siempre me ponía canciones para que las dos hiciéramos duetos improvisados. Cuando estaba embarazada de Tabby, me pedía que apoyara mi mejilla sobre su panza para cantarle a mi hermanita bebé. Decía que la haría sentir más cómoda y contenta, que ya se acostumbraría a mi voz para cuando naciera.

Our mum, she's so house-proud
Nothing ever slows her down
And a mess is not allow—

—Quietas donde están.

Todo ocurrió demasiado rápido, pero incluso en mis recuerdos lo vivo en cámara lenta, cada instante estirándose una eternidad, permitiéndome revivir los detalles, analizar cada cuadro para entender dónde lo eché todo a perder, cómo mi don se convirtió en una maldición.

Un hombre se había detenido un metro frente a nosotras. No lo había visto llegar, no había prestado atención. Interrumpió mi canción, y ocho años más tarde, la estrofa aún quedaba sin terminar. Nunca más la había vuelto a cantar.

Desafortunadamente, también recuerdo cada detalle de aquel hombre. Sus jeans gastados. Su campera de abrigo verde oscuro. Su barba castaña con algunos cabellos canosos. Su nariz roja, probablemente por un resfrío. Sus ojos redondos y rodeados de arrugas, fijos en mi madre. Y sobre todo, recuerdo sus manos. Una de ellas extendida hacia nosotras con la palma apuntando arriba. Recuerdo los bellos en el dorso de su mano, las manchas negras de aceite de motor en sus dedos, la marca blanca de donde un anillo había desaparecido. La otra mano, apuntando también hacia nosotras, pero cargando un arma.

Mi sangre se heló, y mis pulmones dolieron cuando inhalé el frío aire de la tarde/noche. Por algún motivo, tardé en reconocer que se trataba de una pistola. No sé cómo no lo entendí de inmediato, pero lo cierto es que durante algunos instantes, no entendí de qué se trataba. ¿Por qué este hombre se había acercado a nosotras? ¿Por qué nos miraba con tanto nerviosismo? ¿Por qué mi mamá estaba apretando mi mano tan fuerte, no se daba cuenta de que me dolía?

Comprendí la situación tan solo una vez que mi mamá tiró de mi brazo para tratar de ponerme detrás de ella. Mientras perdía el equilibrio y hacía lo mejor para no caerme, escuché que ella le rogaba al hombre que apuntara a otro lado, y al hombre pidiendo que le diera su billetera. Sólo entonces entendí lo que ocurría. Nos estaban robando, y lo que apuntaba a mi mamá era el cañón de una pistola.

Desde entonces, he leído incontables relatos de personas que se encontraron en mi misma situación. La gran mayoría de las personas describen quedarse paralizadas. Sentir que su cuerpo no responde, que se convierten en testigos de una situación en la que no tienen poder de decisión. Como si su mente entrara en pausa, y sólo comienzan a comprender lo que les ocurrió luego de que todo hubiera acabado.

Desde entonces, me he quedado despierta incontables noches, preguntándome por qué no fui como la gran mayoría de las personas. Por qué no pude quedarme paralizada, quieta, callada. Por qué el miedo no me dejó incapacitada, inofensiva. Por qué, cuando mi mente comprendió el peligro en el que nos encontrábamos, no huí.

Grité.

Un grito de miedo, de terror, como cuando iba al baño de noche y me parecía ver una sombra en el pasillo, o cuando Sammy saltaba desde un arbusto cuando menos lo esperaba. Sólo que esta vez, no fue sólo un grito.

El aire frente a mí comenzó a vibrar, y todo se vio borroso, como si estuviéramos bajo el agua. Las ventanas de los coches estacionados a mi lado y frente a mí estallaron, y tanto mi mamá como el hombre se cubrieron los oídos. Por el segundo, o dos, o tres quizás que mi grito duró, el hombre luchó por no perder el equilibrio, como si una turbina de avión lo estuviera empujando. Su cabello y su campera flamearon como una bandera al viento. Mi mamá soltó la bolsa de las compras, y todos los objetos se alejaron volando de mí.

No tuve tiempo de entender lo que ocurría. No llegué a comprender, en el momento, que yo era la causa de aquel estallido sónico, o que eso estaba ocurriendo en primer lugar. Lo que sí pude ver fue cómo el hombre, en su desesperación, movió la mano de su arma de su oído y me apuntó.

El siguiente instante es el más confuso de todos, y el que recuerdo con mayor detenimiento. Muchas cosas ocurrieron en simultáneo, mi cerebro procesándolas en cámara lenta. El movimiento del arma hasta colocarse en mi dirección. El brazo de mi mamá tomándome por el hombro y tirando con fuerza de él. El hombre cerrando los ojos y apretando los dientes. Yo perdiendo el equilibrio. Mi mamá colocándose frente a mí, incluso mientras yo continuaba gritando.

Y de repente una explosión, y a partir de ese estallido, mi memoria vuelve a recordar en velocidad normal.

Caí de costado sobre la vereda, acabando con mi grito. Pareció haber unos segundos de silencio, excepto por un muy agudo pitido en mis oídos. El hombre cayó de rodillas y nuestras miradas se cruzaron. Estaba tan aterrado de mí como yo lo estaba de él. Tambaleó para ponerse de pie y se alejó corriendo, sus pisadas sin sonido alejándose de mí.

Me quedé observándolo hasta que desapareció, y luego volteé a mi derecha. Mi mamá estaba en el suelo, a mi lado. El pitido en mis oídos se fue desvaneciendo, y el sonido volvió. Las alarmas de los autos sonaban como sirenas, la brisa se movía entre los árboles, mi respiración se oía por sobre todo.

— ¿Mamá?

Mi voz sonó quebrada, como si estuviera enferma.

Ella no respondió ni se movió. Ella nunca me ignoraba.

— ¿Mamá? ¿Ma?

Me arrastré y me arrodillé junto a mi mamá. La campera de abrigo que vestía era muy gruesa y de un material oscuro. Me ahorró una repulsiva imagen. Ni siquiera cuando comencé a sacudirla por los hombros, llamándola para que despierte, llegué a ver la herida de bala o la sangre. Fue como si se quedara dormida.

Era joven, pero incluso yo sabía, en el fondo, lo que había ocurrido. Aún así me negué a aceptarlo, y cuando gente de las tiendas cercanas salieron para ver qué había ocurrido, tuvieron que arrastrarme para que la soltara. Me había aferrado a ella como mi mente se aferró a aquella noche.


Abrí los ojos cuando comencé a sentirlos arder. Cerré los puños, dejando de tocar la melodía que no había notado que tocaba, y sacudí la cabeza. Ya era una niña grande. Habían pasado ocho años. Nunca lo superaría del todo, pero a estas alturas debía de ser capaz de no quebrarme cada vez que recordaba lo que ocurría. Especialmente si no estaba en la privacidad de mi cuarto, donde podía permitirme ser sentimental. En aquel momento era una invitada en la casa de Carol, y se suponía que estábamos componiendo música juntas.

Carraspeé para asegurarme que mi voz no sonara quebrada y volteé a ver a Carol. Iba a disculparme, pero las palabras murieron en mi garganta cuando vi que ella tenía las manos cruzadas sobre su pecho, como sintiendo los latidos de su corazón, y me miraba con lágrimas cayendo de los ojos.

— ¿Carol? ¿Qué ocurre?

Abrió y cerró la boca un par de veces, tratando de decir algo. Tuvo que frotar sus ojos con el dorso de su mano para secar sus lágrimas antes de controlarse lo suficiente como para poder hablar.

—L-Luna, yo… Vaya… Lo siento, no sé qué…

— ¿Estás bien?

—Yo… Sí, pero… Lamento mucho lo que pasó con tu madre —admitió, refregando sus ojos una vez más—. Sé que no nos conocemos tan bien, pero por algún motivo… me pone triste como si la hubiera conocido.

Me tomó unos segundos comprender lo que había ocurrido, pero cuando lo hice, sentí que me bajaba la presión. Sin darme cuenta, había estado tocando el piano mientras recordaba aquella noche, y mis poderes se habían activado inconscientemente. Sin intención de hacerlo, le había transmitido a Carol toda mi tristeza, todo mi dolor. Y viéndola llorar sin entender por qué lo hacía me llenó de culpa.

Me puse de pie y me acerqué a ella.

—Carol, lo siento mucho. No quería que la conversación se volviera tan depresiva. Fue hace mucho tiempo, no tienes que sentirte mal.

—Lo siento, no sé por qué me afectó tanto —admitió, poniéndose de pie también para tomar una servilleta y usarla como pañuelo para secar sus mejillas—. Supongo… supongo que me parece injusto que una chica como tú haya tenido que pasar por algo tan terrible.

Había una extraña implicancia en la forma en la que se refirió a mí, y de no haber sido porque el mal uso de mis poderes la había puesto en aquella situación tan vulnerable, quizás me habría permitido ruborizarme.

—A todo el mundo le pasan cosas terribles —le dije—. Casi nada es justo.

—Incluso así…

—En serio, perdón si te hice sentir mal. Siento que... siempre acabo arruinando nuestras conversaciones.

Carol levantó la vista hacia mí.

—Luna… Eso no es así.

—No, está bien, lo entiendo —dije, frotando uno de mis brazos con nerviosismo—. Sé que hablo de más, o hago preguntas incómodas. O me meto en cuestiones personales. No es mi intención ponerte incómoda, sólo… soy un poco mala hablando con gente que no conozco. Me pongo nerviosa.

Nos quedamos en silencio por unos instantes. Me pregunté si había vuelto a arruinarlo todo, pero ella me hizo una nueva pregunta antes de que me hundiera en un pozo de inseguridades.

— ¿Y qué hay de Luan?

Ladeé la cabeza, no entendiendo.

— ¿Huh?

—No sabías nada de ella, pero te acercaste a ayudarla y a hacerla sentir bien. No te veías nerviosa ni nada con ella. ¿Por qué estarías nerviosa conmigo?

Porque te amo, idiota, quise decir, pero ni siquiera yo era tan despistada como para decirlo en voz alta. Hablar sobre Carol me obligaría a mentir acerca de mis sentimientos, y no sabía cómo podía resultar eso. Era mejor enfocarme en por qué no me sentía nerviosa con Luan. Y tras tomarme una pequeña pausa que Carol respetó con su silencio, creí llegar a una conclusión.

—Porque Luan me recuerda a mí —admití, ganándome una mirada sorprendida de Carol—. Es decir… me dio la impresión que ella no… no está contenta consigo misma. No cree encajar con el resto. Siente que es diferente, y de una mala manera. Yo también siento todo eso, pero tengo a mis amigos que me hacen sentir mejor. Sin ellos… no sé dónde estaría.

—Luna… Tú no eres…

Lo que fuera que estaba a punto de decirme debió quedar pausado, pues oímos el sonido de la puerta principal abriéndose, y unos segundos más tarde, unas pisadas acercándose por la escalera. Carol suspiró y tomó una nueva servilleta para secar las lágrimas de su rostro. Luego acomodó su falda y blusa, asegurándose de eliminar la mayor cantidad de arrugas posible para verse presentable.

Carol, ¿estás en casa?

—Sí, madre —respondió ella en voz alta—. Estoy en el estudio con una amiga.

Tuve que parpadear, y me habría pellizcado para asegurarme de no estar soñando y que, en efecto, me había llamado "amiga", pero Carol me miró con una mueca incómoda.

—Prepárate —me advirtió con cierta molestia—. Mi madre es… peculiar.