PROMESAS, PROMESAS

«Dicen que a las palabras se las lleva el viento. A las promesas, la cobardía».

Alice está sentada frente a Edward muy asombrada por lo que le ha dicho. Edward, con la paciencia que en realidad no tiene, espera a que Alice de su veredicto. Aunque había desviado su mirada a otra parte, muy lejos de su rostro, podía sentir sus ojos en él.

—No lo entiendo. ¿Por qué, Edward?

Ella intenta sujetar sus manos, pero él es más rápido y se echa atrás antes de mirar sus ojos llorosos.

—Porque ya no la amo —dice con seguridad, o, al menos, lo intenta. Su voz le ha temblado al final.

—No puedo creértelo.

—¿Por qué?

—Porque este hombre que tengo enfrente, no parece ser tú. Edward, recuerdo el día que me dijiste que te casarías. Lo que vi en tus ojos era amor, no había nada que pudiera decirte para disuadirte de esa decisión, dijiste que estaba equivocada y te juro por Dios que nunca he estado más de acuerdo contigo sobre eso. Estabas tan feliz y seguro de ti mismo que, parecía, que ibas a comerte el mundo.

—Pues me equivoque y tu tenías razón.

—No. No es cierto. Algo está atormentándote, dime qué es.

Nunca ha dicho nada sobre sus problemas con Isabella. Y si su esposa no se lo ha confesado a su mejor aliada, ¿por qué lo haría él? Entiende su vergüenza.

—¿Es que no te lo ha dicho?

—No. Con lo de la mudanza y todo, no he tenido tiempo de quedar con ella o Angela.

Edward se extraña, podría jurar que, en uno de los torpes intentos de Isabella por llamar su atención con charlas vacías, le mencionó que estaría ayudando a Alice con la mudanza. Pero como en realidad el fingió no escucharla, ella no volvió a tocar el tema.

—¿No ha venido ayudarte?

—No.

Edward asiente, toma un trago de vino. Ya sea porque necesita valor o porque la resequedad en su garganta se lo exige.

—Ya no puedo vivir con ella, ya no la amo y solo estoy haciéndole daño, Alice. Es lo mejor para los dos.

—Tal vez solo fue una pelea que han llevado al extremo. Esas cosas pasan, pero solo queda en uno superarlas. ¡Vamos, Edward! ¡Sacúdete esas ideas tontas de la cabeza! Sea lo que sea que haya pasado entre los dos, van a superarlo. Lo sé, porque todos sabemos lo mucho que se aman.

—No es una simple pelea que se nos fue de las manos, Alice, esto viene de tiempo atrás. Lo hemos intentado una y otra vez, pero con cada tropiezo es cada vez peor. Hay más rencor y la brecha es más grande, irreversible.

—¿Es otra mujer?

Edward sonríe e intenta ser honesto consigo mismo: «¿Es por su amante que desea ser libre? No». En realidad, ella podría ser una de las tantas razones que tenía para dejarla; pero no es la principal. Es por él, después de todo nunca fue de los que se sacrifican por otros.

—Por supuesto que no.

—¡Si no te conociera, Edward!

—Escucha, Alice. Sé que la amas, pero yo soy tu hermano y, por eso, te pido que seas neutral. Lamento ponerte en esta posición. Por favor, solo te pido que respetes mi decisión y que la apoyes como amiga.

—¡Edward! No lo hagas, no destruyas tu matrimonio.

—Es que, ¿no has escuchado nada? ¡Ya no la amo! ¡Dime si acaso te importa más su felicidad que la mía! ¡Yo soy tu hermano!

El rostro de Alice está marcado por el dolor.

—No es eso, me importan ambos. Por favor, Edward, no seas injusto conmigo.

—Solo mantente al margen, ¿quieres?

Edward quería su ayuda, pero si se negaba solo estaría perjudicando a Isabella y abriendo cada vez más la brecha entre ellos dos. Sus padres no los educaron para ser indiferentes el uno con el otro.

—Está bien. Solo, por favor, prométeme pensarlo un poco más.

—Ya tomé la decisión, Alice. Analizarla más no cambiará nada.

—Entonces, no tienes nada que temer si lo piensas un poco más.

Nota:

Las actualizaciones serán los días lunes y viernes. Martes y miércoles adelantos en grupos de Facebook.

Gracias por sus comentarios, favoritos y reacciones. Son tan lindas, pero sobre todo gracias por la paciencia.

Agradecimientos: Lector Cero: Isis Janet.