LA PROPUESTA

«Dicen que el primer amor es el verdadero, porque nunca volverás a sentirlo tan intenso, grande, ciego, único, soñador, irreal y valiente».

Edward ha llegado a la oficina mucho antes que Rosalie, pero este día no se molesta por tener que atender sus propias llamadas; en realidad está nervioso, porque sabe que está a punto de darle un giro a su vida. Cuando Rosalie al fin llega, él ya ha confirmado su próxima reunión. Ella lo encuentra guardando algunos documentos en su portafolio.

—Has una reservación de hotel para mí —le ordena con voz clara y suave.

—¿Vas a viajar?

—No. Necesito que esté cerca de la oficina. Esta noche dejaré a Isabella.

La ve abrir la boca y cerrarla como un pez. La comparación es estúpida y graciosa, pero no se le ocurre una mejor.

—¿Qué?

—Has lo que te digo, mujer.

Edward espera con paciencia a que Rosalie haga la reservación, la ve dudar un poco al decir: «Fecha indefinida». Le sonríe, porque para él no hay dudas. No regresará con Isabella en el futuro y cuando deje el hotel, será para iniciar una nueva vida con la mujer que ama. Rosalie le envía un texto al móvil con los datos del hotel y la habitación.

—Deja de mirarme como si me hubiera crecido otra cabeza, mujer. Mejor levántate que llegaremos tarde.

—¿Tarde? ¿A dónde? —ella le pregunta mientras se ajusta el bolso al hombro.

—Con la agente de bienes raíces.

—¡Vaya! ¿Isabella te hizo tan inútil como para no poder elegir tu propio piso?

La curiosidad, detrás de la burla no lo engaña. Quiere saber dónde queda ella ahora.

—No. Quiero que elijamos juntos nuestro nuevo hogar.

—¡Oh, Dios mío! ¿Qué?

—Claro que entendería, si tú no deseas formalizar nuestra relación. Después de todo, ella es tu mejor amiga. Créeme, lo entiendo perfectamente. Porque sé que no será fácil afrontar al mundo cuando todo salga a la luz.

—No es eso, es solo que nunca me hablaste sobre tus planes. Estoy sorprendida.

—No quería hacerte una promesa sin saber si podría cumplirla. No sería justo para ti tener esperanzas en algo que nunca sería posible.

—Y ahora sabes que podrás cumplirla —afirma.

—Sí. Rosalie, ¿te gustaría vivir conmigo?

Edward la toma de la cintura y la acerca un poco más a su cuerpo.

—No es una propuesta de matrimonio.

Ella rodea su cuello y acaricia su cabello, como sabe que le excita.

—No, todavía.

—Eso sonó a: «Ten fe».

—Sí, sé a qué sonó.

—¡Sí, Edward! ¡Quiero vivir contigo!