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MÍRATE AL ESPEJO, ISABELLA«En aquel lugar frío, hay solo una puerta. Camino y me detengo frente a ella y al abrirla, la nada se transforma. Veo una casa y cruzo el umbral hacia la hermosa residencia. Toco la puerta, pero de pronto ya estoy dentro».
Se ha puesto un vestido rojo entallado, con escote y hombros descubiertos que la hacen sentirse atrevida. Un regalo de Sophia. Toma su tiempo para arreglar su cabello en un peinado fuera de lo habitual; luego maquilla con esmero su rostro. Al final, da un último vistazo al resultado de su arreglo en el espejo; no le agrada su apariencia, pero Edward se había enamorado de lo que había en su interior, no de su físico.
Prepara la habitación que suele ocupar Edward con velas aromáticas para darle un aire de romance. Cambia las sábanas beige, por unas de seda de color rojo. Por último, riega los pétalos de las rosas blancas —que compró al regresar a casa—, sobre ella. Cuando termina de alistar todo, se detiene a la mitad de la habitación y observa la decoración; al fin, se siente satisfecha con el resultado. Hace mucho no la toca y ya ni siquiera tienen una relación cordial, espera con todo su corazón que el plan funcione. Por último, se sienta en una esquina de la cama para esperar su llegada.
Edward hace su aparición por la madrugada. Ella ha esperado en el mismo lugar con la mirada perdida y con la mente en blanco para no torturarse con pensamientos oscuros. No desistirá en realizar las paces con él, por eso, trata de mantener la calma. Cuando Edward cruza la puerta su rostro en un principio es de sorpresa; luego, cambia a uno lleno de repulsión al darse cuenta de los planes de su esposa para esa noche. No dice nada, él ha puesto un muro invisible entre ellos.
Isabella se pone de pie para enfrentarlo. Sin embargo, él pasa por su costado derecho ignorándola como si fuera un accesorio más de la melosa decoración. No lo soporta e intenta disimular su decepción. Todavía haciendo el esfuerzo por no ser ella quien arruine la noche. Por eso, baja la cabeza y alisa con las manos la parte inferior del vestido. Con ese gesto oculta cuánto le afecta su desplante. Edward se dirige al armario y observa un momento su ropa bien ordenada dentro del mueble y por alguna razón eso le causa repulsión. No se esperaba la aproximación de Isabella, creyó que se marcharía a lloriquear a su habitación; y, por eso, su piel se eriza al escuchar su temblorosa voz detrás de él.
—Edward, quisiera…—Isabella se detiene a media frase. Apenas puede hablar pues tiene miedo. Respira hondo e intenta tomar el valor perdido y se corrige—: No. Me gustaría qué intentemos una reconciliación, o, al menos, una tregua.
—La reconciliación es imposible, y tú no quieres una tregua, lo que quieres es tener sexo—responde tras una sonrisa llena de burla.
Luego comienza a desabotonarse la camisa, todavía está dándole la espalda. La fría sinceridad la deja perpleja. En esta ocasión, su cuerpo y sus movimientos no consiguen distraerla de lo que ahora siente.
—Quiero que hagamos el amor, no que me tomes como a una cualquiera. ¡Soy tu esposa, Edward!
—¡Porque no quieres dejar de serlo! Además, no quiero tocarte ni siquiera por placer. No te deseo y tampoco te amo.
—¿Por qué? —Le pregunta, aunque en realidad lo que quiere saber es por qué es tan cruel con ella, que no ha hecho nada más que amarlo y complacerlo.
—¿Por qué quiero dejarte?, ¿por qué no te amo?, o, ¿por qué no te deseo? De las primeras dos preguntas ya sabes la respuesta y por la última… ¿Por las mañanas al levantarte, no te miras al espejo? Porque de no ser así, deberías hacerlo de ahora en adelante. Tal vez, finalmente, entre en tu cabecita que ya no me interesas, ni para el sexo.
—¿A qué te refieres?
—¡Maldita sea, Isabella! ¿Eres tonta o lo finges? —Acorta la distancia entre los dos y la toma del brazo con fuerza, y la arrastra hacia el baño frente al espejo de cuerpo completo—. ¡Mírate!
Le grita tan fuerte que la aturde. Afectada como está, le es inviable acatar su orden, porque lo que ve en el momento que se mira al espejo la aflige. Además, entiende que a Edward le provoca asco, se niega a su petición cerrando los ojos; lo peor que podía pasarle es que ambos juzgaran su horripilante apariencia. Puede soportar hacerlo sola, aguantar su mirada de repulsión. ¿Podría darle la razón de que su figura es espantosa y que es imposible vivir con ella? No. Finalmente, tendría que dejarlo ir.
—¡No!
—¡Qué te mires!
—¡No, por favor! —Edward toma la barbilla de Isabella y le alza el rostro en dirección al espejo.
—¡Mírate! —su tono de voz bajo es tan amenazador, como lo sería una navaja suiza apuntando a su corazón roto. Obedece y las lágrimas han arruinado su maquillaje transformando su rostro en algo feo y grotesco—. ¿Sabes lo que veo? ¿Eh? Una flor marchita. Naturaleza muerta, Isabella. No puedes darme un hijo. Con esta apariencia no me atraes. Estoy cansado de estar con una… insignificante y patética mujer. ¡Quiero el divorcio, Isabella!
—¡No!
El piso ha comenzado a desaparecer bajo sus pies, él quiere marcharse, por fin, la confrontación ha llegado y se siente morir. Sin él, ella no es nada, la vida pierde todo sentido.
—¡No, por favor! No me dejes, dame una oportunidad solo una… —Cae al piso y de rodillas abraza las piernas del hombre que ama—. Dame tiempo, un mes. ¡Solo te pido un mes!
—¿Me estás suplicando? —Edward la mira con asombro—. No sé qué demonios pensaba cuando creí que eras la mujer perfecta para ser mi esposa. Eres tan estúpida que no te das cuenta, de que si me casé contigo es para convertirme en socio de la firma, porque debía ser hombre de familia y ahora que soy el dueño, eso ya no importa. Tú, Isabella, ya no importas ni entras en la ecuación, necesito a una mujer que, sí, pueda darme un hijo. Ese es mi deseo y tú no me vas a detener.
—Nunca me amaste… —afirmó con el corazón hecho añicos.
—Te quise mucho, no lo niego. Luego, todo lo echaste a perder con tu incapacidad y tu defecto. No sabes cómo te odio por eso. —Su mirada se ha tornado gélida. Ella se siente tan pequeña, y sabe que ya no puede encontrar en él ni un gramo de afecto.
—¡No! ¡No, por favor no te marches! —Forcejea con él, quien intenta zafarse de ella. Isabella, cae al piso y se abraza a las piernas de Edward con todas sus fuerzas, él, consigue soltarse y la empuja haciendo que Isabella caiga y golpee la cabeza en las baldosas. El golpe ha sido tan fuerte que se siente aturdida. Entonces él aprovecha para escapar no sin antes decirle:
—Los documentos del divorcio los dejo en la mesa del comedor, y por favor, Isabella… ¡Ten un poquito de dignidad!
Edward sale del baño dejándola en el piso, sin siquiera mirarla de verdad. Sin notar su rostro pálido y las ojeras que ni el mejor maquillaje ha podido cubrir. Se ha marchado sin importarle su estado. Se ha deshecho de ella pues ya no le es útil, tan simple y prescindible.
Como si ella fuera, solo basura.
«Camino hacia la cocina tras el sonido de la voz de una niña, la encuentro hablando con una mujer a la que llama madre. Ellas no pueden verme y me pregunto si estoy muerta. Entonces la niña quiere tomar una galleta y su madre golpea su mano. La niña sale de la cocina con su muñeca de trapo, herida, con la mirada baja; ella me traspasa. La mujer saca de un cajón un frasco, lo abre y saca dos pastillas y las traga con agua. Me giro y veo a la niña mirar a su madre desde el inicio de las escaleras. Cuando voy tras ella, todo comienza a desaparecer. Otra vez».
Nota:
Muchas gracias a todas las chicas que dejan su review y las apoyan en Facebook con sus reacciones. Nos leemos el viernes y no olviden los martes de adelantos. Les mando un abrazo.
