Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es RMacaroni, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to RMacaroni. I'm only translating with her permission. ¡Gracias, Ronnie, te adoro!
Capítulo 4
El Extraño Roto
En contra de mi buen juicio, permanezco en el bar, mi mirada sobre el hombre derrotado frente a mí. Edward, como la chica lo llamó. Pide más tequila, pero Seth se lo niega, diciendo que tiene órdenes de cortarle.
Después de unos insultos, Edward se para sobre piernas temblorosas, tambaleándose de camino a la playa.
No sé en qué diablos estoy pensando, pero me pongo de pie también, dejando un poco de efectivo sobre la barra para Seth, y persiguiendo al extraño roto.
Ni siquiera Rose aprobaría esto—seguir a un evidente hombre intoxicado en la oscuridad de la noche.
En un país extranjero. Sola.
Casi puedo ver al Prof. McCarty furioso con reprobación y decepción.
Honestamente, no sé por qué estoy siguiéndolo mientras se mece con cada paso, sus pies hundiéndose en la arena. Parte de mí quiere conocerlo. Quiero reconocer y seguir la conexión inesperada pero extrañamente reconfortante que él tiene sobre mí. Pero una gran parte de mí simplemente quiere asegurarse de que esté bien. Y no parece que lo esté.
Él se detiene a unos metros del agua, aún sobre arena seca.
El sonido de las olas cubre todo detrás de mí, y ya no puedo escuchar a las personas o la música del bar.
Él se mece frente a mí, bajando la mirada, tomando de su camisa hasta que quitársela y la desecha en la arena.
La luz de la luna brilla sobre su espalda y sus músculos se contraen con respiraciones profundas como si se preparase, mientras mi pecho se tensa y algo extraño se agita en mi estómago.
Esa es una espalda jodidamente increíble.
La observo hasta que lo que está haciendo se vuelve obvio.
Él camina lentamente pero con propósito hacia el océano; el agua luce oscura y furiosa. Peligrosa.
—¡Oye! —Mi voz suena temblorosa y con miedo.
Él voltea hacia mí, sobresaltado, sus ojos agrandándose mientras me acerco a él, deteniéndose justo frente al agua.
Con su mirada sobre mí, me doy cuenta de que no tengo idea de lo que debería decirle, o por qué debería cuestionar su deseo de nadar a esta hora.
—¿No es peligroso nadar en la oscuridad? —le pregunto en cambio, mi voz temblorosa.
Él se ríe sin humor, sacudiendo la cabeza.
—Lo que es peligroso es que estés aquí por tu cuenta —dice arrastrando un poco las palabras.
—No estoy... sola. —Agito una mano en su dirección, tratando de ser astuta, pero él sacude la cabeza.
—Sí, lo estás. Deberías volver. —Me da la espalda y sigue caminando hacia el agua, ahora aparentemente en un apuro. Lo observo zambullirse debajo de una, luego otra ola rompiente, hasta que ya no puedo verlo.
Estiro mi cuello, forzando mi vista, tratando de encontrarlo. Creo que lo veo algunas veces. Un salpicón por aquí. Una patada por allí. Parece como si estuviera montando las olas sin una tabla, dejando que su cuerpo sea llevado por la fuerza de la furiosa agua, y entonces vuelve a entrar.
Cuando ya no lo veo, espero un momento, considerando correr devuelta al bar para buscar ayuda. Pero entonces, él sale, jadeando, con su cabello pegado a su frente.
Él se deja caer en cuatro junto a mí y rueda sobre su espalda, dejando que la arena lo cubra. Su pecho jadea profusamente.
—¿Estás bien? —Me agacho junto a él y su camisa, y él se ríe de nuevo. Su mano aferra el dije de su collar.
—¿Por qué sigues aquí, Avellana? —masculla sin mirarme.
—¿Avellana? Mi nombre es Be...
—Si vienen por ti, no seré capaz de protegerte.
—¿Qué? —Doy un paso hacia atrás, las alarmas se encienden en mi cabeza—. ¿Quién vendrá por mí?
—¿Los traficantes de personas? No lo sé, carajo. —Bufa, sus ojos se cierran.
—¿Dices eso solo para asustarme?
Él gruñe más fuerte ahora, volteando su cuerpo y poniéndose de pie, tambaleándose un par de pasos.
—No me sigas —advierte con un dedo, yéndose de nuevo.
Está bien, ya estoy harta. Harta de tratar de ayudarlo o de intentar conocerlo o descifrarlo o lo que sea. Es claro que él no quiere saber absolutamente nada conmigo.
Suspiro, palmeando mi frente y apartando mi flequillo de mi rostro mientras lo observo tambalearse hacia la pared de rocas al final de la playa.
Sus palabras de antes sobre traficantes de personas me dejan tensa, por lo que miro por encima de mi hombro, asegurándome de que nadie realmente venga por mí.
Por supuesto que nadie lo está.
Esta es una playa segura.
Estoy a punto de irme cuando bajo la mirada hacia mis pies y allí, la veo.
Su camisa.
Y por segunda vez esta noche, lo sigo.
Él ya ha llegado a las rocas y las está escalando, cuando lo alcanzo.
—¿Bromeas, carajo? —Está inclinado sobre su cintura, una mano en su rodilla, mientras me mira desde las rocas.
—Está bien, imbécil, dejaste tu camisa, simplemente... —Luego solo gruño, arrugo su estúpida camisa en mi mano, y se la lanzo—. De nada, por cierto.
La camisa cae a sus pies, y cuando levanta la mirada, luce sorprendido de verme allí, asombrado incluso de mi arrebato.
Levanta una mano de su rodilla, y puedo ver que está cubierta de sangre. Noto entonces que su exclamación podría haber sido por haberse lastimado y no porque esté molesto conmigo.
—Mierda... —Toma su camisa del suelo y se limpia la mano con ella, pero cuando levanta la cabeza, se tambalea hacia atrás, y si no fuera por su mano, aferrándose a una raíz de árbol expuesta debajo de las rocas, se hubiera caído.
Mis manos instintivamente se estiran hacia su espalda, mis pies subiendo por las rocas, y lo empujo hacia arriba para mantenerlo de forma vertical de nuevo.
—Gracias... —Sus ojos están entrecerrados y sus palabras están cada vez más arrastradas.
—¿A dónde vas?
Señala hacia arriba con su dedo, a la cima de la colina, y una sonrisa precisa se estira en su rostro.
Su siguiente paso dubitativo lo decide por mí, y estoy escalando las rocas junto a él, una mano alrededor de su brazo.
Afortunadamente, hay un camino junto a las rocas, no exactamente un sendero, sino que secciones que parece que alguien las escala con frecuencia.
Sin más percances, logramos ascender a la cima.
En la cima de la colina, hay una gran roca plana sobresaliendo, un acantilado empinado debajo de ella. Estacionada junto a la roca, hay una cámper antigua.
De repente, él se mueve con propósito hacia la cámper, y con una mano sobre su costado, inclina su cuerpo detrás de esta.
Hago una mueca ante los sonidos de sus vómitos detrás de la furgoneta, pero estoy contenta de que se haya contenido hasta que no estuviera sosteniéndolo para vomitar. No me mareo ni nada, pero aún siento que fue un buen gesto... considerando todo.
Él rodea la furgoneta, buscando un pequeño tanque en el techo de esta, y desenrosca una pequeña manguera, de la cual comienza a salir agua en un chorro de baja presión.
Él deja caer el agua por su rostro, su cabello, y su cuerpo aún cubierto de arena, sin siquiera estremecerse cuando acerca el agua a su rodilla.
Cuando deja caer sus shorts, volteo rápidamente, cubriéndome los ojos.
Mirando entre mis dedos, lo veo estirarse en busca de una toalla que cuelga al costado de la cámper. Junto a ella, un bañador seco, el cual toma enseguida.
Me mira y suspira. Como si se hubiera olvidado de que me encontraba aquí.
Estoy feliz de que esté oscuro y no pueda ver mi sonrojo. Mis mejillas se sienten como si estuvieran ardiendo, por el destello que tuve de su poderoso cuerpo desnudo.
Desde atrás de la rueda frontal derecha, justo dentro del guardabarros, saca un juego de llaves.
Después de hundir sus pies en una cubeta junto a la puerta de la furgoneta, se para sobre el felpudo, meticulosamente completando una rutina que parece que ha practicado muchas veces—tanto sobrio como no.
Sonrío ante el hecho que incluso en su estado, él tiene cuidado de no llevar arena adentro de su cámper.
Es obvio que ahora que lo he ayudado a escalar la colina, él ya no necesita más asistencia. Si fuera a girar e irme ahora, creo que probablemente él esté bien solo. Pero la conexión sigue allí, y no puedo hacerme dar la vuelta e irme.
Él abre la puerta y entra sin mirarme, arqueando su cuerpo así su cabeza no golpea el techo de adentro.
A pesar que deja la puerta abierta, no estoy segura de que mi presencia sería bienvenida —dado su humor— por lo que permanezco afuera, mirando por el acantilado y las rocas que acabamos de escalar. En la oscuridad, luce más pronunciado, peligroso, mucho más aterrador de bajada. Conociendo mi falta de coordinación, las rocas y las raíces expuestas ciertamente dirigirían a una fea caída.
Puedo ver la playa debajo de nosotros, y las luces del bar. Parece más lejano de lo que pensé que sería.
Siento un estremecimiento, parcialmente por miedo, parcialmente solo frío mientras la brisa impacta mi piel expuesta por mi vestido pequeño.
No estoy realmente preparada para desafiar el camino de bajada sola en la oscuridad, así que tomo asiento en la roca lisa junto a su furgoneta, analizando en mi cabeza todas las decisiones que me trajeron hasta aquí—sentada afuera de la furgoneta de un hombre extrañamente hermoso pero aún así roto, en el medio de la noche, en un país extranjero, arrepintiéndome de todos y cada unos de los movimientos desde que comencé esa conversación con él en el bar.
Parece que llevé a esta nueva y atrevida Bella demasiado lejos, demasiado pronto.
¿Qué mierda hago ahora?
