Disclaimer: los personajes de Twilight son propiedad de Stephenie Meyer. La autora de esta historia es RMacaroni, yo solo traduzco con su permiso.
Disclaimer: The following story is not mine, it belongs to RMacaroni. I'm only translating with her permission. ¡Gracias, Ronnie, te adoro!
Capítulo cinco
La Aventura de una Noche
Solo he estado sentada sobre la roca afuera de la furgoneta de Edward por menos de un minuto cuando escucho disturbios provenientes del interior, y entonces lo veo salir apresuradamente. Su cuerpo está envuelto en una manta. Su cabello ahora está medio seco y desordenado. Cuando sus ojos, aún entrecerrados, me encuentran, se detiene.
—Sigues aquí. —Su voz es ronca pero suena... ¿aliviado?
—Bueno, ahora temo volver por mi cuenta, por lo que dijiste sobre los traficantes de personas. —Odio lo temblorosa que suena mi voz, y cuando siento otro temblor, maldigo debajo de mi aliento, envolviendo mis brazos a mi alrededor más firmeza mientras me pongo de pie.
—Mierda, lo siento. —Se tambalea al bajar el escalón pero encuentra el equilibrio antes de acercarse a mí, quitándose la manta y colocándola sobre mis hombros.
Él parece perdido en pensamiento o consideración; sus ojos moviéndose entre mí, la playa debajo nuestro, y su cámper. Él se rasca la parte trasera de su cuello e inhala profundo.
—Vamos, entremos. —Estira una mano hacia mí.
Ajusto la manta a mi alrededor y pienso en mis opciones. Acabo de conocer al tipo. No que piense que algo fuera a pasar si voy con él, pero aún así... En su estado actual, dudo que él intente algo, pero si lo hiciera, ¿sería capaz de detenerlo? Palmeo mi bolso, sintiendo el gas pimienta allí, pensando que quizás podría con él.
Mi rostro debe mostrar mi vacilo porque él levanta sus manos con rendición y da un paso hacia atrás.
—No... Yo no...
A pesar de mi recelo, confío en él. No sé por qué o cómo, pero lo hago.
—Mira —dice, pellizcándose el puente de la nariz—. No puedes quedarte aquí afuera. —Hay una advertencia en su voz, y envuelvo mis brazos a mi alrededor, debajo de la manta, mientras siento otro temblor recorrer mi cuerpo—. Y no estoy cómodo con que vuelvas sola. O lo suficientemente sobrio para descender contigo.
Miro por encima de mi hombro, a la playa y nuestro campamento, a lo lejos. Las antorchas tiki que iluminan el camino titilan en la briza nocturna. Me pregunto si Rose ya está preocupada o si siquiera me está buscando. No ha pasado tanto tiempo, y la noche aún es joven. Pero ella definitivamente se preocuparía si no vuelvo.
—Además, va a llover —dice suavemente.
Levanto la mirada hacia el cielo despejado, ni una sombra de nubes, solo estrellas y la luna sobre nosotros.
—Confía en mí —añade, con una pequeña pizca de sonrisa.
Le arqueo una ceja, y podría jurar que él sonríe completamente ahora. Sin embargo, es fugaz, y rápidamente reemplazada por un ceño fruncido con impaciencia cuando no respondo.
—Ne...Necesito hacérselo saber a mi amiga. —Busco en mi bolso, que cruza sobre mi cuerpo, apenas lo suficientemente grande para sus contenidos; mis credenciales, la lata de gas pimienta, brillo labial, y un teléfono satelital—. ¿Tienes señal aquí?
—Cerca de la roca —dice con cansancio, asintiendo en dirección al acantilado.
Saco el teléfono mientras me acerco a la roca. Con mis ojos en la pantalla, pierdo el equilibrio y hubiera caído de espalda si no fuera por la mano de Edward alrededor de mi codo.
—¿Al menos podrías mirar por dónde caminas? —Exhala con exasperación, pero su mano se afianza alrededor de mi codo, ayudándome a subir a la roca.
—Quizás deberías mirar por dónde tú caminas. —Asiento hacia su rodilla, pensando que soy graciosa, resaltando el hecho que sigue ensangrentada de su caída, pero él aparta la mirada.
De acuerdo, entonces...
Cuando llevo mi atención devuelta a mi teléfono, noto que ya tengo un mensaje de Rose.
¿Dónde estás, perra?
Sonrío hacia la pantalla y escribo rápidamente.
Conocí a alguien. Un posible no amigo. No me esperes. ;)
Es lo más rápido que se me ocurre para apaciguarla y que no haga preguntas. Realmente no quiero contarle que seguí a un extraño y escalé un acantilado y que ahora estoy aterrada de volver sola.
Abro el mapa satelital, tomo una captura de pantalla de mi ubicación, y se la envío también.
Por si acaso.
Entonces, guardo mi teléfono en mi bolso y lo miro para ver si está husmeando, pero él sigue mirando lejos de mí, su mano cerrada alrededor de mi codo.
—Está bien, podemos entrar ahora —digo, volteando en su dirección.
—Genial.
Sarcasmo. Qué encantador.
Una vez que bajo de la roca, él suelta mi brazo y me lleva hacia su puerta. Sigo su rutina, limpiándome los pies antes de entrar. Mis ojos deben haberse acostumbrado a la oscuridad porque incluso bajo la tenue luz de la luna que entra por las ventanas y la lucerna, puedo ver todo.
Es un espacio ajustado, pero limpio y organizado. Hay una pequeña encimera con un lavabo y una hornilla de estufa. La encimera está vacía salvo por una cafetera. Del otro lado, hay un pequeño banco con estantes a su alrededor, mayormente ocupado por libros. El resto del espacio consiste en la cama del fondo.
Cuando lo miro, él me está observando con una expresión conflictiva, su cuerpo inclinándose sobre la puerta de su furgoneta; su mano alrededor del picaporte como si necesitara el apoyo.
—¿Qué pasa?
—Simplemente... —Baja la mirada, jalando de su cuello—. Nadie entra a mi furgoneta*.
No puedo contener la risa que se escapa de mi boca. Cuando él levanta la mirada hacia mí, hay diversión en sus ojos también. Como si él entendiera el chiste. Como si estuviera consciente de lo sucio que podría ser interpretado su comentario, y estoy agradecida de que no solo soy yo con la mente sucia.
—Nadie, ¿eh? —bromeo.
—Quise decir que no dejo entrar a nadie aquí —explica con vergüenza—. Es una de mis reglas.
—Está bien, gracias por aclarar. —Resoplo, suavemente, por suerte, e intento calmarme para quitar el sonrojo de mis mejillas. Cuando él vuelve a mirarme, hay una luz deliberada en sus ojos.
Él sacude la cabeza, las esquinas de sus labios tiemblan, como si intentara con todas sus fuerzas no sonreír.
Me paro a un costado mientras él se aparta de la puerta, poniéndole traba detrás de él antes de moverse hacia la pequeña cocina. Él toma una botella de uno de los estantes y mete un par de pastillas en su mano antes de llevarlas a su boca. Entonces, se inclina sobre el lavabo y las baja con agua. Me pregunto si intenta prevenir la resaca que seguramente venga en la mañana. También estoy impresionada de que la furgoneta tenga agua.
Él se mueve alrededor de mí, con cuidado de no acercarse demasiado, y abre todas las ventanas antes de lanzarse sobre la cama. El sonido de las olas y la brisa nocturna llena el interior de la furgoneta, rompiendo la tensión que creció entre nosotros justo momentos atrás.
Cuando él respira profundo, echando atrás su cabeza con un bufido, miro a mí alrededor, insegura de qué hacer.
Realmente no hay otro lugar dónde sentarse más que su cama, así que tomo lugar sobre el pequeño banco, junto a sus libros, llevando mis pies y mis rodillas hacia mi pecho. Descansando mi barbilla sobre mis rodillas con un suspiro, mis ojos estudian el espacio dentro de su furgoneta. Luce, se siente, y huele como un hogar.
Un hogar de surfista, seguramente.
Hay varios dibujos y fotografías de olas en las paredes de paneles de madera.
Mis pensamientos son distraídos por el sonido de él moviéndose sobre la cama, y cuando volteo hacia él, su cabeza está levantada, su ceño fruncido en casi una mueca de dolor.
—Vamos. Hay más que suficiente lugar. —Da unas palmadas al espacio sobre la cama junto a él—. Quiero decir, si quieres. No te tocaré ni nada.
Cuando no respondo, él bufa.
—¿Quieres la cama? —insiste, sonando un poco molesto—. Me desmayaré con gusto en el suelo.
Miro al limitado espacio en el suelo, dudando que siquiera entre.
—Está bien. —Me reacomodo en el rincón así mi espalda descansa contra algunos de sus libros, acomodándome tanto como sea posible en el pequeño espacio—. ¿Ves? —Totalmente podría esperar aquí a que amanezca.
—¡Oh, santo cielo! —Se sienta de repente, golpeando su cabeza contra lo que parece ser dos tablas de surf que descansan en la red colgada de su parte del techo—. Mierda... Ay...
Él vuelve a dejarse caer sobre la cama, frotándose la frente, e instintivamente me acerco a él en un instante. Mis rodillas se hunden en su colchón, su manta olvidada en el rincón mientras lo chequeo.
Cuando me ve, él sonríe con orgullo, como si victorioso.
—¿Te golpeaste la cabeza a propósito así me acercaba aquí?
—El plan era solo fingir que me golpeaba la cabeza, pero le erré a mis cálculos. —Hace una mueca, frotando sus dedos en el ahora evidente chichón en su frente.
—Quizás deberíamos asegurarnos de que no tengas una conmoción —digo juguetonamente. Hay algo sobre él; me hace sentir cómoda conmigo misma.
—No tengo una conmoción. —Finge seriedad, pero sus labios se retuercen, estirándose en las esquinas.
—Sigue mi dedo —instruyo, moviendo mi dedo índice de un lado a otro frente a su cara. Suspiro cuando veo que sus ojos, vidriosos y borrosos, se encuentran en mi rostro en vez de mi dedo.
—¿Acaso estás entrenada para esto? —pregunta con diversión, sus ojos se cierran.
—Casi tengo un doctorado.
—¿En qué? —Echa un vistazo con un ojo.
—Biología Marina.
—Está bien, genial, pero... no soy una puta tortuga de mar.
—¿Podrías solo...?
Gruñe mientras cierra su mano alrededor de mi muñeca, mi dedo aún apuntando, y mueve mi mano de un lado a otro, siguiendo deliberadamente mi dedo con ojos bien abiertos.
—¿Feliz?
Cuando suelta mi mano, esta cae sobre su pecho, pero rápidamente la devuelvo a mi regazo.
—¿Cuál es tu nombre? —pregunto para distraer, siguiendo con su chequeo de conmoción falso.
—Edward Cullen.
—De acuerdo. Bien. —Me siento sobre mis tobillos en su cama—. ¿Creo? —Había escuchado su nombre antes de la chica que vino a gritarle en el bar, pero es bueno tener una confirmación—. ¿Cómo llegaste aquí? —Sigo con mi falso cuestionario.
—Con mis propios pies. —Agh, él es tan impreciso.
—¿De dónde eres? —Esto lo sé.
—Santa Bárbara, California. —Pausa por un segundo, y simplemente amo que esté siguiéndome el juego—. Población: 91.000.
Me río fuerte, golpeando juguetonamente su hombro, mi mano sutilmente permaneciendo allí. Para mi sorpresa, él también está riendo.
—¿Qué día es hoy?
Mi pregunta lo impacta como un cubo de agua fría, y de repente cierra una mano alrededor de mi muñeca, quitándola de su hombro y alejándola hacia mí antes de soltarla.
—No tengo una conmoción, ¿de acuerdo? —sisea, escupiendo las palabras—. Para con las preguntas.
—Lo... Lo siento. —Me quedo confundida ante su cambio de humor por mi pregunta sin importancia. En un momento está riéndose de nuestra broma interna, al siguiente está alejándose de mi toque.
Él frota su rostro con sus manos, respirando profundo. Cuando habla de nuevo, suena considerablemente más tranquilo pero también arrastrando más las palabras.
—Lo siento. —Gira sobre su costado, su mirada sobre mí, oscura y suplicante—. Solo estoy... tan cansado.
Él toma la almohada de abajo de su cabeza y la mueve hacia mi lado, en una invitación silenciosa.
Contra mi mejor juicio, me acuesto mirándolo, y él se relaja visiblemente con una larga exhalación.
Solo un destello de la luna brilla sobre su rostro y el contraste de líneas en él. Mandíbula definida y angulosa. Ceño fruncido. Ojos enrojecidos, profundos y vacíos. Él luce tan... desgastado...
Sin embargo, hay algo más allí, algo más joven, juvenil, oscurecido y envejecido por el cruel sol.
—No creo que pueda permanecer despierto por más tiempo —dice con un largo bostezo, jalando de esas cuerdas en mi interior.
—Está bien. —Sonrío, mis dedos ansían tocar su rostro, pero uno mis manos detrás de mis rodillas en cambio—. Duerme.
Cuando sus ojos comienzan a cerrarse, no parece que él batalle contra ello, o como si fuera capaz de luchar contra ello ya. Pronto después de eso, él exhala suavemente y luce estar profundamente dormido.
Y allí va mi primera noche en Costa Rica.
Cuando pensé en —fantaseé incluso— pasar una noche con un extraño, esto no es exactamente lo que imaginé.
Sexo. Pasión. Deseo desinhibido. ¿Esas cosas ocurren durante el sexo casual?
De alguna manera, estando aquí con él —con Edward— mientras él se queda dormido frente a mí, se siente mejor de lo que pudiera haber imaginado. Como mi versión mejor improvisada de aventura de una noche.
Sonrío, mirándolo mientras duerme, apartando el cabello de su frente. Cuando se estremece, jalo de las sábanas a los pies de la cama y lo cubro hasta el cuello, así ambos estamos debajo de ellas.
Colocándome sobre mi espalda, observo al techo de paneles de madera y sonrío cuando escucho la lluvia bombardear sobre el techo de la furgoneta.
Él tenía razón. Iba a llover.
Preguntas sobre el hombre suavemente roncando a mi lado dan vueltas por mi cabeza, manteniéndome despierta. ¿Vive aquí solo? ¿Por cuánto tiempo ha estado en Costa Rica? ¿Qué lo trajo aquí?
Una cosa es segura—él es un misterio. Uno que no puedo esperar a resolver.
*Nobody comes in my van: Edward quiso decir que nadie entra a su furgoneta, pero otra traducción puede ser "Nadie se viene (o se corre) en mi camioneta", de ahí el chiste.
¿Acaso no queremos abrazar a nuestro Surfie hasta que todo esté mejor? Qué tengan buen día :)
