Perdón por no aparecer la semana pasada. He tenido mucho trabajo en estos días. Pueden ver más detalles en las redes sociales del patito. Espero que este capítulo pueda compensar el atraso.

Con amor.

Patito.


Polidrama - Capítulo 8

-¿Hola? ¿Hablo con Fiona Manson?

Yang se encontraba instalado en la mesa de medialuna de la cocina. Tenía su teléfono junto a su oreja mientras que con la otra mano sujetaba la tarjeta que la chica le había dado en la calle. Afuera estaba atardeciendo y los últimos rayos solares se colaban a través de la ventana iluminando un rincón de la habitación. Leni mientras tanto se encontraba preparándose un smoothie de maracuyá. Se encontraba presionando con fuerza la tapa de una licuadora mientras esta rugía con furia. Temía que la tapa saltara lejos con contenido y todo. Yang se encontraba a una distancia prudente, suficiente para poder oír la llamada y evitar que cualquier otro intruso la escuchara.

-Sí, soy yo –oyó la voz clara de la chica.

-Hola, soy yo, Yang –respondió el conejo con nerviosismo.

-¡Ah! ¡Hola Yang! –oyó la voz sorprendida de la chica.

Fiona se encontraba mirando hacia la ventana que tenía al costado de su mesa. Había cumplido su parte de la promesa, y se encontraba bebiendo un espumoso café con leche en La mesa de Lynn. No esperaba realmente tener noticias de Yang, pero si se diera la casualidad, no pensaba en desaprovecharla.

-Hola, ¿cómo estás? –preguntó intentando dilatar su disculpa.

-Bien, aquí, disfrutando de un café con leche en la mesa de Lynn –respondió antes de darle un sorbo a su taza.

Una pequeña espina atravesó la conciencia del conejo.

-Este, mira –empezó a hablar con inseguridad-… lo que pasa es que no te lo pude decir en la mañana, pero la verdad es que no puedo ir hoy en la tarde porque…

-¡No te preocupes! –lo interrumpió con un tono animado que lo pilló desprevenido-. No tiene por qué ser hoy. Yo casi todos los días salgo por un café con leche por ahí, aunque este lugar es bastante apacible. Capaz que venga más seguido por acá. Es solo cuestión de llamarnos y ponernos de acuerdo.

-¿De veras? –Yang apenas se podía creer lo rápido que se arrancó aquella espina.

-¡Pero claro! Siempre es bueno hacer nuevos amigos, ¿no? –respondió la chica desde el otro lado del fono.

-Claro, claro –respondió con una extraña tensión que empezó a apoderarse de sus extremidades.

-Además me caíste súper bien desde el primer minuto –la voz transmitió la alegría que la chica demostraba con una sonrisa desde el restaurante.

-Q-que-bueno –Yang no entendía por qué se sentía tan nervioso. Esto lo notó Fiona a través de su voz y no pudo evitar soltar una risilla aguda que le aceleró el corazón.

-Bueno, cuando tengas tiempo me llamas y nos ponemos de acuerdo, ¿sí? –preguntó la chica.

-Sí, eso mismo –respondió Yang recobrando la seguridad en su ser.

-Entonces estamos al habla. Recuerda que estoy a una llamada de distancia –respondió Fiona.

-Bien, estamos hablando –Yang se apresuró en cortar. El denso silencio de su entorno no podía ser quebrado ni siquiera por la ruidosa actividad de Leni.

Suspiró pesadamente, botando toda aquella tensión que presionaba cada músculo de su cuerpo, mientras se preguntaba qué rayos le pasaba. Vio entrar a Millie y como un acto reflejo guardó la tarjeta en su bolsillo. Ella ni siquiera lo miró. De hecho, se acercó al mesón donde trabajaba Leni con cierta curiosidad. La chica ya se encontraba sirviendo el smoothie en tres vasos de vidrio, colocándole una pajilla de colores a cada uno.

-¿Qué es? –le preguntó con curiosidad.

-Es smoothie de maracuyá –respondió con una sonrisa amplia-. La especialidad de la casa.

Leni intentó levantar los tres vasos para llevarlos hacia la mesa de medialuna. Millie pudo ver el peligro venir tanto en la torpeza como en la imposibilidad de acarrear tres vasos llenos hasta el borde de un viaje.

-Yo te ayudo –de inmediato levantó dos de los vasos y se los llevó hacia la mesa. Detrás de ella, Leni la siguió con el tercer vaso.

Yang agradeció el vaso con el smootie que le dio Millie y los tres lo probaron a un tiempo instalados en la mesa de medialuna.

-¡Delicioso! –comentó Millie tras dar un largo sorbo.

-No puedo creer que te queden tan ricos los smoothies independiente del sabor –agregó Yang.

-¿Qué les puedo decir? –respondió Leni con una sonrisa sincera-. Simplemente me gustan los smoothies, ¿pero saben qué me gusta más? ¡Compartirlos!

-Antes de ti jamás creí que fuera posible hacer smoothie de alcachofa –comentó Yang.

-Creo que ese smoothie era de billetes –aclaró Millie.

-Es porque el ingrediente secreto es el amor –respondió Leni.

Un corto silencio permitió el cambio de tema sobre la mesa.

-Por cierto Millie, ¿te puedes encargar de Yang mañana? Yo puedo salir con él el próximo fin de semana –preguntó Leni.

-¿Qué pasó? –preguntó la chica arqueando una ceja mientras dejaba a un lado su vaso a medio beber.

Por acuerdo, habían quedado en que cada una tendría una salida nocturna con Yang una vez por semana. Leni saldría los viernes por la noche, y Millie los sábados por la noche. Los domingos compartirían los tres en familia, y el resto de los días serían dependiendo de cómo vaya cada semana.

-Es que mi hermana va a estar ocupada y tendré que cubrirla mañana en el restaurante –explicó-. Por fin le salió un trabajo en un bar de la ciudad, y mientras nos reacomodamos entre todos para atender el restaurante, me ofrecí para cubrirla este viernes. ¡Pero solo será por esta semana! ¡Lo prometo!

-Espera, es el restaurante de… -contestó Millie confundida. Por un instante lo asoció a aquel restaurante del que la habían echado el día anterior.

-¡El de mi papá! –exclamó con orgullo-. Creía que te lo había comentado la otra vez –agregó con confusión-. Se llama La mesa de Lynn.

Yang se olvidó de respirar por un momento. Por fortuna nadie lo notó.

-Espera –Millie se encontraba procesando la sorpresa que acarreaba aquel pequeño dato-… por casualidad… ¿conoces a un chico llamado Lincoln? Creo que también era Loud.

-¡¿Lincoln?! ¡Por supuesto que sí! ¡Él es mi hermanito! –exclamó Leni con emoción.

-¿Tu hermano? –cuestionó Millie ocultando torpemente su impresión. Por dentro se avergonzaba de no haber hecho la conexión antes.

-¡Sí! Es un amor –respondió Leni-. Él es el único hermano que tengo. ¿Te conté que además de él tengo diez hermanas? Por eso es tan especial Lincoln.

-Vaya fortuna que tiene –comentó Yang antes de tragarse su torpeza con un poco de su smoothie.

-La verdad parecer ser un chico bastante agradable –agregó Millie-. Me fue a dejar el almuerzo al trabajo después de que me echaran del restaurante.

-¿Te echaron? –preguntó con sorpresa Leni.

-Sí, fue un incidente que ocurrió durante el almuerzo ayer –respondió desviando la miranda hacia los quemadores de la cocina ubicados a su izquierda.

-¿Qué pasó? –preguntó Yang con curiosidad.

-Nada grave –a Millie no le agradaba recordar los detalles de lo sucedido, pero no encontraba mayores problemas en comentar lo sucedido-, solo un gallo que intentó pasarse de listo.

-¿Un gallo? –el tono de sorpresa en la voz de Yang la obligó regresar la vista al conejo.

-Sí –contestó con extrañeza-. Era un imbécil que puse en su lugar en el momento, pero debido al escándalo una mesera nos echó a los dos de allí.

-¡Oh no! –exclamó Leni con pesar-. Si quieres puedo hablar con mis hermanos para que reconsideren tu caso. ¡No te pueden echar porque te intentaste defender de un tipo que se intentó propasar contigo!

Millie intentó evitar el término propasar debido a las reacciones inmediatas que podía atraer. A veces Leni era bastante despistada, pero esta vez había captado su mensaje con demasiada precisión.

-¿Por casualidad… ese tipejo te dijo su nombre? –comentó Yang desviando la vista hacia una esquina del techo. Desde allí vio una araña intentando tejer su telaraña.

-¡Yang! –exclamó Millie molesta. Una cosa que en general le molestaban eran los celos. Era una de las cosas que pretendía evitar al no especificar qué había ocurrido.

-¿Qué? –preguntó con inocencia fingida regresando su mirada a la chica-. Solo pregunto. Simple curiosidad.

Ella simplemente desvió la mirada, revolviendo su smoothie con su pajilla.

-¿Por casualidad… se llamaba Coop? –volvió a intentar Yang.

Millie se volteó hacia él de inmediato, abriendo los ojos como plato.

-¿En serio fue él? –su tono molesto informaba el fin del momento de relajación.

Millie abrió la boca dispuesta a negarlo para cortar de una vez cualquier arrebato, pero sus ojos entrecerrados y su ceño fruncido hablaban en serio. Era inútil negarlo. Antes de buscar cualquier estrategia alternativa para calmar la tormenta que se avecinaba, una duda clavó su mente.

-¿Acaso lo conoces? –lanzó.

Yang no respondió. Se puso de pie y abandonó la habitación con premura. Esto encendió las alarmas en Millie, quien no lo pensó dos veces para seguirlo.

-¡Espera! –alcanzó a exclamar antes de salir del cuarto.

Leni observó en silencio toda la escena. Tenía un rostro de seriedad y concentración que rara vez se dibujaba en su rostro. Entrecruzó los dedos con los codos sobre la mesa, meditando cada detalle de lo que acababa de finalizar.

-¡Más para mí! –concluyó perdiendo todo rastro de seriedad.

Acto seguido, acercó los otros dos vasos a medio beber, con una sonrisa de felicidad. Era su minuto de fortuna para la amante de los smoothies.

Mientras en la calle, Yang caminaba a grandes zancadas. Su mente se había vuelto un torbellino. El plumífero jamás había sido de sus mejores amigos, menos aún luego de lo que le había hecho a su hermana. Ambos le hicieron la cruz, y no había sabido de él en casi un año. El que regresara por otro lado de su vida, y de la forma en que ocurrió, hizo renacer una ira tan oculta en su contra que ni siquiera sabía que tenía. A cada paso aumentaba aún más la velocidad. Esta vez no la tendría gratis.

Más atrás Millie iba a su siga. Le era cada vez más difícil seguirle el paso. A pesar que el conejo solo iba caminando, cualquiera debía trotar para seguirle el paso. Encima, debido a su presencia, la gente se hacía a un lado para dejar pasar a Yang, mientras que Millie debía lidiar con aquel obstáculo. Una parte de ella se arrepentía de haber comentado aquel suceso con él presente. Otra parte de ella se cuestionaba el por qué debía sentirse arrepentida por eso. ¿Celos? ¿No se supone que era lo primero que debían evitar en el poliamor? Podía ver la hipocresía representada en aquel conejo que la guiaba hacia una dirección desconocida. Una primera alerta que le indicaba que esto no iba a funcionar.

Parte de ella sospechaba que él pretendía perderla en el camino y enfrentarse solo al pollo. Ella era suficientemente testaruda como para seguirlo independiente de los obstáculos. No importaba por dónde debían pasar o cuantas vueltas iban a darle a la ciudad. No iba a perderlo de vista. Pretendía alcanzarlo y terminar ya con esta locura, pero le era imposible. Con suerte podía mantener el ritmo para tenerlo a no menos de diez metros de distancia.

Llegaron a un barrio humilde en los suburbios. Millie estimaba que habían atravesado casi toda la ciudad. Las casas eran pequeñas y se encontraban pegadas una junto a la otra. Aunque estaban pintadas de colores, estos estaban desteñidos, regalando una tonalidad deprimentemente grisácea. No existía vegetación, solo cemento y tierra seca. Los tejados de adobe predominaban en casi todas las casas. Las que no, tenían tejado de zinc. Se escuchaban algunas sirenas policiales y el ladrido de los perros a coro a la distancia. Casi ni había gente, por lo que Millie aprovechó de correr con todas sus fuerzas.

-¡Yang! -gritó a punto de alcanzarlo.

El conejo quedó de pie frente a una casa color verde agua. Tenía el índice derecho a un par de centímetros del timbre ubicado en el marco de la puerta cuando Millie se lo sujetó con firmeza, alejándolo del peligro.

-¡Ya basta! –alegó en un grito que se fácilmente se podría oír hasta en la otra cuadra.

-Millie, suéltame –advirtió peligrosamente mientras forcejeaba con ella para liberar su brazo.

-¡Tú déjate de esta estupidez! –le recriminó de vuelta.

Él le regresó una mirada tan amenazante que fácilmente podría atemorizar a cualquiera. Millie en cambio, sujetó con más fuerza su brazo, respondiendo con una lucha de mirada.

-¡Eso ya pasó! –le gritó de vuelta-. ¡No entiendo por qué sigues con eso!

-¡Tú no lo entiendes! –replicó Yang.

-¡Por supuesto que lo entiendo! –le respondió la chica empujándolo. A duras penas Yang evitó caerse ante el repentino empuje de su novia-. ¡Estás celoso!

Cuando Yang estaba seleccionando las palabras con las cuales defenderse, Millie interrumpió sus pensamientos.

-¡Estás celoso porque alguien más se me insinuó! –le gritó mientras los pelos desaparecían de su lengua, soltando todo-. ¿Y sabes qué? ¡Encuentro eso tan hipócrita! Te recuerdo que fuiste tú quien me engañó a mí, que tu amante propuso esto del poliamor, y que yo acepté que salieras con las dos, incluso si eso me costaba el amor de mi familia. Tú mismo pregonabas que había que dejar los celos de lado para que esto funcionara. ¿Y cuándo los vas a dejar tú? ¿Ah? ¿O eso no cuenta para ti? Tú puedes salir con cuantas quieras, mientras que los demás te debemos fidelidad absoluta, ¿no?

Yang intentó replicar, pero Millie iba como locomotora.

-¿Sabes cuánto arriesgué con todo esto? ¡Mi dignidad! ¡Eso mismo! ¿Y sabes por qué lo hice? ¡Por amor! Dicen que el amor es ciego, pero ahora estoy empezando a ver. ¿Y sabes que estoy viendo? Que no valía la pena arriesgar tanto. No lo vales.

Cada palabra dolía más. La última frase terminó por quebrar un corazón que fue trizando poco a poco. La chica no esperó respuesta. Se dio la vuelta y se retiró casi a la misma velocidad con que él la trajo hasta allí. Yang quedó congelado, solo, en la calle. Se le entumeció el cuerpo entero. No era capaz de moverse. Luchaba por contener las lágrimas. ¿Eso pensaba de él? ¿Qué era un celoso? ¿Un hipócrita? ¿Qué no valía? Por primera vez desde que salió de la casa que el tema de Coop pasó a segundo plano. No, él no era un celoso. Todo era un malentendido. Él simplemente le tenía odio a Coop. Él no quería que nadie les hiciera daño a sus chicas. Debía imponer respeto. Ella no lo entendía.

Ya nada importaba. Millie se había ido. Se estaba decepcionando de él. ¿Podía perderla? Era algo muy probable. Tal y como se lo gritó, había aguantado demasiado a su lado, y él no se encontraba a la altura de lo arriesgado. ¿Por qué? ¿Había alguna esperanza de reparar el daño causado?

-¿Qué está pasando allí afuera? –preguntó el gallo.

Venía saliendo de un cuarto interior con calzoncillos rojos con rayas blancas y una camiseta blanca sin mangas. Llegó hasta un estrecho living donde había una ventana que daba directo a la calle. Ahí se encontraba Yin observando la escena que Millie y Yang habían protagonizado. Tras su reunión de amigos, se excusó para abandonar temprano el bar. Hace un tiempo había regresado a ver a Coop en encuentros clandestinos. El barrio en donde vivían era un perfecto sitio. Misterio era la palabra con que ella lo describía. Parecía como si cada casita desteñida te pudiera contar un misterio si pudieran hablar. Sabía que Yang se molestaría si se enteraba que había vuelto a ver al plumífero, pero no le importaba mayormente. Habían terminado en malos términos, pero el tiempo había aplacado las razones del quiebre. Había vuelto a verlo, y no le importaba lo que el mundo dijera al respeto.

-Fue una pelea de aquellas –respondió la coneja sin despegar la vista de la ventana-. Millie lo dejó callado.

Le costaba hacerse una opinión de lo que acababa de ver. Le gustaba ver humillado a su hermano en su propio juego. Le asustaba que Yang la encontrara en la casa justo ahora. Le sorprendía el discurso de Millie. Era un torbellino de emociones en proceso de estabilización.

-¿Aún sigue afuera? –preguntó Coop rascándose la cadera.

-Sí –respondió Yin. Yang se había quedado congelado demasiado tiempo frente a la puerta. La tensión pasó a abatimiento, y luego a aburrimiento.

Yang se volteó hacia la casa. Yin se sentía a salvo tras la cortina de encaje. Su hermano se quedó observando el frontis con la mirada perdida, hasta que su mirada apuntó hacia ella. La tensión regresó mientras parecía como si la hubiera visto. Se intentaba convencer de que eso era imposible, mientras que el tiempo la intentaba convencer de lo contrario. Quería abandonar la ventana, pero temía que cualquier movimiento en falso la terminara delatando.

Lo siguiente ocurrió tan rápido que la coneja simplemente no tuvo tiempo de procesar lo ocurrido. Yang tomó impulso y con su cuerpo completo empujó la puerta de entrada. Esta se soltó de los goznes y cayó al suelo al primer golpe. Con prepotencia, Yang cruzó el umbral mientras que el corazón de Yin estuvo a punto de escapársele por la garganta.

-¿Qué demonios haces aquí, Yin? –le preguntó con una mirada amenazante.

Mientras tanto, Millie había regresado al edificio Departamental. Azotó la puerta tras de sí mientras Leni se asomaba desde la cocina.

-¿Qué pasó? –preguntó la chica con un tono de preocupación ante lo que presenciaba.

Millie se dirigió a grandes zancadas hacia su cuarto, no sin antes detenerse a medio camino y responderle a Leni:

-Esta noche Yang no entra al departamento –ordenó.

-Pero si es de él –replicó Leni con preocupación.

-Él no entra esta noche –ordenó con aún más firmeza.

No alcanzó a dar más de dos pasos cuando un fuerte y rápido temblor se lo impidió. Sintió un mareo mientras casi perdía el equilibrio. Leni se sujetó del marco de la puerta de la cocina para intentar evitar cualquier peligro. Se escuchó un rugido desconocido junto con el replicar de los muebles de madera y de la loza de la cocina. Un par de libros de cayeron del estante. Un florero se volteó. Los vasos recientemente usados se encontraban muy cerca de la orilla del mesón. Fueron víctimas del remezón.

-¿Qué fue eso? –preguntó Leni con temor.

Millie se volteó hacia la puerta de salida. Los gritos de desesperación no se hicieron esperar.

-¡Fuego! ¡Fuego! –oyó una voz desde el otro lado.

Aquella frase encendió las alarmas en ambas. Leni se encogió apretando los dientes. Millie no pudo evitar retroceder un paso. El enojo se esfumó tan rápido que sintió que se desmayaba. Oyó como alguien golpeaba las puertas de los departamentos vecinos. Le llegó el turno al suyo y un par de fuertes golpes sonoros se oyeron desde la entrada. Los gritos de ¡Fuego! se continuaban repitiendo indefinidamente entre los vecinos.

Millie reaccionó primero y agarró de la muñeca a Leni. La chica se había congelado por el miedo, y se dejó llevar por Millie. Abrieron la puerta y se unieron a la muchedumbre que corría despavoridas hacia las salidas de emergencia.

Lo que vino fue una batahola de confusión e incertidumbre. Para Millie le era difícil no tropezarse en las escaleras de emergencia y a la vez evitar que Leni se tropezara. La gente se empujaba entre ella con tal de salvar sus vidas. El griterío, los golpes y la incertidumbre ponían a prueba la paciencia de Millie. Descender dieciséis pisos en esas circunstancias solo aumentaba la dificultad del desafío.

Una vez afuera del edificio pudo ver a los equipos de emergencia. Había bomberos, patrullas, ambulancias, y un montón de gente parada mirando hacia el rascacielos. Parecían pequeñas hormiguitas amontonadas vistas desde los pisos superiores, generando un ruido sordo con sus comentarios y conversaciones. Millie se estaba por voltear para observar el espectáculo, cuando Leni se desplomó. Alcanzó a sujetarla antes que cayera completamente al suelo.

-¿Estás bien? –preguntó con un temblor en su voz.

-No me siento bien –balbuceó con una voz apenas audible.

Millie miró hacia todos lados en busca de ayuda. Se encontró cerca de ella una ambulancia estacionada, con una camilla desplegada disponible.

-¡Tú! ¡Ayúdala! –le ordenó al paramédico mientras se acercaba a él sujetando a Leni a duras penas.

El paramédico se sobresaltó ante la repentina orden de Millie, para posteriormente acercarse y ayudarla a traer a Leni a la camilla.

Apenas logró dejar a la chica en la seguridad de la camilla, se volteó para observar qué es lo que había ocurrido. Había un enorme forado a la altura del piso ocho del cual luego de la intervención de bomberos solo le quedaba una humareda como rastro del incendio. El forado era un poco más grande que la ventana, y desde allí se podía apreciar que las paredes del interior se encontraban carbonizadas. Los departamentos afectados sin duda quedaron inutilizados.

-Parece que solo fue un departamento el afectado –comentó de pronto el paramédico mientras le tomaba la presión a Leni.

-¿Solo fue uno? –Millie se volteó hacia el paramédico.

-O sea, fue lo que escuché de los bomberos –comentó-. Tremenda suerte que tuvo el dueño al recibir una bola de fuego justo en su departamento –bromeó con sarcasmo.

-¿Una bola de fuego? –volvió a preguntar Millie.

-Según los testigos, vieron que una bola de fuego llegó desde el aire y se estrelló en el edificio –respondió el paramédico mientras le quitaba el esfigmomanómetro del brazo a la chica-. No se preocupe señorita, solo tenía la presión alta por el susto. Descanse un poco y se le pasará solo –agregó mirando a Leni.

La chica simplemente emitió un gemido débil. Millie mientras regresó su vista al forado. Parecía haber calzado perfectamente con un departamento, tanto en tamaño y ubicación. Era una puntería precisa. Los departamentos contiguos parecían ni siquiera haber sido tocados.

-¡MI DEPARTAMENTO! –un grito desgarrador la arrancó de su observación.

Millie se volteó hacia su espalda, lugar desde donde provenía el grito. Pudo ver a Fiona tapándose la boca con ambas manos mientras sus ojos cristalizados clavaban su vista en el forado.

-¡No, no, no, no, no! –exclamaba mientras intentaba ingresar al edificio antes de ser detenida por personal de bomberos.

Millie palideció ante lo que acababa de ver. El edificio Departamental tiene diez departamentos por piso en treinta pisos. Ella sabía que Fiona se había mudado al mismo edificio en donde ella vivía. De los más de trecientos departamentos que tenía el edificio, una bola de fuego que salió de la nada eligió precisamente el departamento de Fiona Manson.

Aún no podía creer la coincidencia.