Lamentamos mucho lo que está sucediendo en Cuba. Es un pueblo que, al igual que el resto de Latinoamérica, se está levantando. Lucha contra una dictadura que lo tenía aprisionado por más de sesenta años. A pesar de sus nobles deseos de libertad, están siendo aprisionados, con violaciones a los DDHH, y coartando su libertad de expresión y su acceso a internet. Si eres un cubano que ha conseguido llegar hasta aquí (puede que no ahora, pero sí algún día), queremos que sepas que te enviamos un abrazo patotástico, y que este capítulo está dedicado para ti y todos tus compatriotas en estos momentos tan difíciles.

Con amor, patito.


Polidrama - Capítulo 13

-Lo siento mucho, pero no tengo dinero. ¿Aceptan hechizos como medio de pago?

Leni había llegado al restaurante de su padre para su trabajo aquella noche. Había cubierto a su hermana Luna, a quien le salió un nuevo trabajo precisamente para esa noche. Aceptó cubrirla de inmediato porque sentía que era la hija que menos había ayudado en el restaurante en el último tiempo. Veía como Lynn, Lincoln y Lucy atendían el local prácticamente todos los días, mientras ella solo se aparecía una vez por semana.

La habían venido a dejar los chicos que la habían salvado de las fauces de aquel lobo. El goblin tenía una vieja camioneta que amenazaba con desarmarse con el giro de las ruedas. En la parte trasera se habían instalado todos en compañía de Roger. Jobeaux había invitado a Fiona al asiento del copiloto mientras conducía. Una vez a bordo, el ogro les comentó que conocía a los gemelos Chad, pero no tenía idea de donde se encontraba Yang. Tras la aventura, desistieron de continuar con la investigación.

Leni llegó hecha un desastre a las puertas del restaurante. El olor a la humedad gracias a la baba del lobo se le sumaba los restos de paja y polvo que se le había pegado de la camioneta. Por fortuna, no era nada que no pudiera arreglar en el baño del local. En diez minutos, salió como nueva, lista para una nueva jornada laboral.

Las noches de los fines de semana era una instancia especial para La mesa de Lynn. Era perfecto para las citas de parejas, quienes arribaban con sus mejores galas y pedían los platos más costosos. Era el momento perfecto para ofrecer sus platillos más exquisitos, preparados de la mano de su propio dueño, Lynn Loud Senior. Leni se colocó un uniforme especial que los meseros ocupaban para aquellas instancias. Era prácticamente un vestido de gala color negro, con un delantal blanco pegado al frente. Parecía una mucama de elite. Leni se dio una vuelta frente al espejo del baño, entregando su propio visto bueno ante lo que veía.

La noche avanzaba con tranquilidad. Se oía música suave a través de los parlantes. La luz también era suave, regalando un ambiente de intimidad e impidiendo reconocer totalmente a los clientes. Un sujeto cubierto con una capucha llegó solo y se instaló en una de las mesas junto a la ventana. A Leni le tocó atenderlo. El encapuchado pidió literalmente todo el menú. Leni jamás había visto comer tanto a alguien. Desde el festín de camarones hasta la camioneta de helado, todo fue devorado por el desconocido.

A la hora de pagar, el extraño le colocó un sobre dentro de la libreta de la cuenta. Leni la acercó para revisarla con la poca luz presente. Parecía ser un sobre de jugo en polvo. Era color rojo, con un paisaje verdoso estampado en el anverso y el reverso. Con enormes y llamativas letras naranjas decía: Pociones en polvo. Junto a estas letras, en un costado, se anunciaba Poción de amor en polvo. En el reverso indicaba que era una pócima que conseguía el amor eterno a una pareja independiente de las condiciones y circunstancias. Lo único que tenía que hacer era verter el contenido del sobre sobre un litro de algún líquido, y que luego la pareja debía beber. Solo servía para dos personas. Con una tercera perdía el efecto.

-Este… señor… -Leni levantó la vista confundida.

El extraño había desaparecido.

Aquella noche su padre se ofreció a llevarla a casa. Era un hombre alegre y cargado de energía. No importaba que los años se hubieran llevado su juventud y gran parte de su cabello (y el color del que le quedaba). Esa noche en particular se sentía dueño del mundo. Cocinar le regalaba gran parte de su energía y felicidad. Poco le importaba haber perdido quinientos mil dólares gracias a aquel desconocido que se había arrancado sin pagar. Su ánimo no se iba a apagar por esas nimiedades.

-Estás muy callada hoy –le dijo a su hija instalada en el asiento del copiloto. Iban a bordo de una destartalada van que había acompañado a los Loud por generaciones.

Leni se encontraba absorta ante aquel extraño intercambio. Decidió no decirle nada a nadie sobre el sobre que le regalaron. Lo consideraba un tesoro demasiado bueno como para comentárselo a alguien.

-Ya te dije que no es tu culpa que ese tipo se haya escapado –agregó su padre intentando adivinar aquello que la aquejaba-. Idiotas así hay en todas partes.

-Tranquilo, papá, no es eso –respondió la chica.

-¿Entonces qué es? –volvió a preguntar mientras detenía su vehículo frente a una luz roja.

-Nada importante –Leni forzó una sonrisa.

El vehículo estacionó frente al edificio Departamental. Aquel gigante de concreto yacía dormido con sus cerca de treinta pisos de altitud.

-¿Leni? –le dijo su padre.

-¿Sí? –la chica se volteó antes de bajarse.

-Recuerda que siempre puedes contar conmigo –le dijo volteándose hacia ella.

-Ay papá –le respondió con emoción mientras se regresaba a darle un enorme abrazo. El momento lo finalizó con un beso en su arrugada frente-. Gracias por todo –agregó con una sonrisa.

Llegó al departamento que compartía junto con Millie y Yang. Entró silenciosamente. El reloj marcaba las dos y cuarto de la madrugada. Se sorprendió al ver a Millie y Yang dormidos frente a la luz del televisor. La pantalla mostraba solo estática. De manera sigilosa, apagó el aparato, las luces, y se fue a su cuarto.

Se acostó sobre su cama, y de inmediato se esfumó su cansancio y el sueño. Se quedó con los ojos completamente abiertos mirando el techo. En su mente, quedó plasmado aquel sobre, la imagen, y el contexto en que lo recibió. También quedó grabado en su mente el momento de Yang y Millie durmiendo en el sofá. Habían sido días muy tristes para ella, aunque quisiera ocultarlos bajo el manto de una sonrisa. No le gustaban las peleas ni los conflictos. Ella esperaba una relación poliamorosa armoniosa, pero aquella semana no había sido precisamente eso. Yang y Millie se habían peleado, al punto de que él se fue del departamento. Aunque aparentemente se habían reconciliado, ¿Cuánto tiempo más iba a durar esta tregua?

Ella tenía en su poder la solución a aquel problema.

-Buenos días, dormilones.

Leni despertó a los chicos con una enorme sonrisa y una bandeja con tres tazas de café recién preparado.

Ambos despertaron inicialmente confundidos mientras se desperezaban.

-Buenos días –respondió Yang mientras bostezaba.

-¿Qué horas es? –preguntó Millie mientras se estiraba.

-Son las diez de la mañana –respondió la chica con una sonrisa-. Se supone que hoy vamos a casa de Yang a conocer a su familia.

-¡Chiwa! ¡Lo había olvidado! –exclamó Yang de improviso golpeándose la cara.

-Eso no importa. Aún es temprano –respondió Leni-. ¡Miren! Les traje café. Al fin pude dominar la cafetera.

-No me quiero imaginar el desastre que quedó en la cocina –comentó Millie acercando su mano a uno de los tazones humeantes sobre la bandeja.

-Te juro que esta vez me salió a la primera –respondió Leni quitándole el tazón que Millie estaba a punto de tomar-. Quizás luego de varios intentos, por fin pude dominar a la cafetera –agregó guiñándole el ojo.

Millie se quedó con el brazo extendido mirando a la chica extrañada con una ceja arqueada.

-No puedo creer que ya sea sábado –comentó Yang tomando otro tazón con café-. ¡Tan rápido pasó la semana!

-El tiempo pasa volando cuando te diviertes –respondió Leni tomando asiento en un sillón cercano-. Les quiero proponer un brindis.

-¿Con café? –cuestionó Millie tomando el tazón sobrante.

-Un brindis por nosotros –respondió Leni alzando su tazón-, por nuestra relación, y por nuestro futuro. ¡Salud!

-¡Salud! –la acompañaron Millie y Yang alzando sus tazones.

Mientras, en la cocina, un sobre rojo se encontraba abierto sobre el mesón.

La hora más esperada por la semana había llegado. Yang debía enfrentar a su padre. Aunque lo había visto después de la conversación en el hospital, no volvieron a tratar el tema. Temía que tuviera una mala opinión de su decisión, y que sus acciones le estuvieran dando la razón. También su hermana era muy crítica de su decisión. Sin duda estaría ahí cuestionándolo. Era el vaticinio de un final no muy feliz.

-¿Te sientes bien?

Aquella pregunta rompió su burbuja de temores. Se había quedado estático, sentado en la mesa de medialuna, mirando al vacío. Millie se acercó hacia él con una mirada de preocupación.

-Sí, sí. Estoy bien –respondió torpemente.

La chica sabía que no era así, pero no sabía por dónde comenzar a incursionar. Se sentó a su lado, observándolo con cautela.

-Algo te preocupa –sentenció.

Yang suspiró. Nada se le podía escapar a Millie. La miró con nerviosismo. Recién se estaban reconciliando de una pelea que no creía haberse zanjado. En cualquier minuto la caja de sorpresas se volvería a abrir. No se sentía preparado para eso. Le había encarado un par de hechos muy duramente. Ella golpeaba muy fuerte con las palabras.

-Millie, yo… -intentó hablar, pero no encontró las palabras para continuar.

-¿Sí? –preguntó la chica.

El silencio se hizo entre ambos. Él se perdió en su mirada escondida tras sus lentes. Ella lo observó con cariño. El peligro de arruinarlo todo lo aterrorizaba por dentro, pero nada importaba si ella estaba ahí, a su lado. Sin pensarlo dos veces, le regaló un apretado abrazo. Esto por un instante tomó desprevenida a Millie. Cuando comprendió lo que había ocurrido, le devolvió el abrazo. Con lentitud, le acariciaba la nuca y la espalda al conejo.

-Tranquilo, todo estará bien –lo notaba tenso. Algo intuía sobre lo que pasaba, pero no quería lanzarse con una respuesta de no estar segura.

-No quiero perderte –respondió casi de inmediato con aprensión-. No quiero, no quiero.

-Tranquilo, no me iré a ningún lado –le respondió de inmediato-. Todo estará bien.

-Millie –Yang de inmediato soltó el abrazo y se quedó frente ella, mirándose fijamente, a solo un par de centímetros de distancia-, ¿crees que lo nuestro funcione?

Aquella pregunta la tomó nuevamente por sorpresa. La sorpresa no fue solo que él la hubiera formulado, sino que ella, de manera inconsciente, se había preguntado lo mismo.

-¿A qué te refieres? –le preguntó.

-Yo –el conejo bajó la mirada-… no quiero arruinarlo.

Ambos se quedaron en silencio. Millie comprendió el temor de su novio. No era el único que lo sentía. Ella también sentía que se estaba lanzando al abordaje de lo desconocido. Temía salir herida o causar heridas. Había mucho en juego y era muy fácil equivocarse.

El conejo no vio venir el beso que su novia le regaló. Millie le dio un suave y cálido beso en los labios que espantó todos sus temores. Con un simple gesto reafirmó su confianza tambaleante. Pasase lo que pasase, ella iba a estar ahí. Ya lo había demostrado anteriormente. No podía no confiar en ella. La abrazó aumentando la intensidad del beso. Así se quedaron juntos por un buen rato.

Leni los observaba en silencio desde la entrada. La sonrisa en sus labios le indicaba que su plan había resultado tal y como se lo esperaba.

Se alejó en silencio y se dirigió a su cuarto. Era un lugar tan pequeño como el cuarto de Millie, pero tenía una pequeña ventana que le regalaba luz natural. Además, tenía un espejo enorme que le regalaba la ilusión de mayor espacio. Abrió su closet y comenzó a tirar prendas por montones sobre su cama. Mientras inspeccionaba un par de sombreros oyó un carraspeo.

-¡Señorita Mushroom! –exclamó al verla mientras se tranquilizaba. Su repentina presencia la había asustado por un momento. La hada se encontraba observándola frente al espejo. Su espalda se dibujaba en el reflejo.

-Leni, me encontré esto en la cocina –con seriedad, la hada se aproximó hacia ella sujetando algo que para Leni le era familiar.

Leni lo recibió. Era el sobre con el hechizo en polvo que había usado en el café aquella misma mañana.

-Sabes lo que es esto, ¿no? –le preguntó la hada con el ceño fruncido.

-Es un hechizo en polvo –contestó la chica-. Un hechizo de amor.

-¡Leni! ¿Por qué lo hiciste? –le recriminó la hada.

Leni la observó extrañada. No entendía la reacción de la señorita Mushroom.

-Yo no quería que Yang y Millie se volvieran a pelear –explicó con inseguridad en su voz-. Con eso nunca más volverán a pelear porque… se volverán a amar para siempre, ¿no?

-Leni, ¡es un hechizo de amor absoluto! –exclamó la hada aleteando con sus manos-. ¿Sabes qué es lo que significa?

Leni negó con la cabeza un tanto temerosa.

-¡Es un amor monógamo! –exclamó-. ¡No sirve para más de dos personas!

-¿Y eso qué tiene de malo? –cuestionó Leni encogiéndose de hombros-. Yo soy feliz con que ellos dos se amen.

-¿Incluso si ellos te dejan a ti fuera de su amor? –la señorita Mushroom entrecerró los ojos.

-¿Cómo? –preguntó la chica confundida.

-Es un amor monógamo, no polígamo –le volvió a explicar-. Apenas el hechizo surta efecto, Yang dejará de amarte. El amor entre los dos será tan intenso que antes del final del día ya te van a haber echado del departamento.

-¡¿Qué?! –exclamó alarmada-. ¡Eso no es cierto!

-Son los efectos secundarios del hechizo, ¿acaso no los leíste?

-No, no, no, no, ¡no! –Leni se acercó a su pequeña ventana en busca de un poco de luz para revisar la letra chica del sobre. Al instante se volteó hacia la hada. Había desaparecido.

Revisando con más detalle el sobre, encontraba la evidencia del discurso de la señorita Mushroom. No era un hechizo de amor verdadero propiamente tal, sino un hechizo de pasión desenfrenada. Dejarla fuera del triángulo poliamoroso y echarla del departamento era la menor de sus preocupaciones. Ambos terminarían envueltos en una pasión que los haría olvidarse del mundo entero. Se aislarían del mundo, olvidando a sus familiares, trabajos. Pronto se olvidarían de sus propias vidas, las cuales podrían perder al ponerse en situaciones de riesgo por el solo hecho de seguir su pasión desenfrenada.

-¡Leni! ¡Apúrate! –oyó la voz de Millie desde el exterior-. Ya estamos por salir.

-¡Ya voy! –les gritó como respuesta.

No podía evitar sentirse aterrada. ¿O tal vez exageraban? Los iba a perder, era seguro. Solo esperaba que el sobre –y la señorita Mushroom- exageraran. Intentaba convencerse de que todo iba bien, pero cualquier giro del auto en el que iban le traía el fantasma de un arrebato que podría quitarle la vida.

Los tres iban a bordo del automóvil de Millie. Yang ocupaba el asiento del copiloto, mientras que Leni se encontraba sentada atrás. Era pasado el mediodía de un caluroso sábado. La cumbia bailable se escuchaba por la radio mientras la gente iba y venía relajada por las calles. Aquel ambiente cálido y tranquilo contrastaba con una silenciosa Leni, cuya labor de amenizar el ambiente comenzaba a ser echada de menos.

-¿Están todos bien? –preguntó Millie sin despegar la vista del frente.

-Sí, sí –se adelantó Yang. Estaba distraído viendo el paisaje por la ventana.

-Va a salir todo bien –le dijo mientras le tomaba una mano.

Yang se volteó y le regaló una sonrisa.

-¿Y qué hay de ti, Leni? –Millie le lanzó una mirada a través del espejo retrovisor.

-¿Cuál sobre en polvo? –preguntó sobresaltada. Estaba distraída en su mundo de temores y preocupaciones.

-Te pregunté si todo está bien –repitió-. Has estado más callada que de costumbre.

-Oh sí –contestó con nerviosismo-, es solo el trabajo. Anoche fue agotador atender el restaurante, y no dormí muy bien.

Millie la miró fijamente a través del espejo retrovisor. Cuando Leni se convenció de que no le había creído, vio que dejaba de mirarla. Soltó la mano de Yang para tomar la palanca de cambios. Tras girar en una esquina, cruzaron la frontera que dividía a Anasatero en dos partes.

Yang se sentía cada vez más como un cerdo camino al matadero. Se había colocado un pantalón de lino y una chaqueta oscura de lino sobre una camiseta blanca con un estampado desteñido. Su conjunto le daba una combinación perfecta de una vestimenta formalmente informal. Meneaba sus pies con rapidez mientras intentaba vaciar su mente con el paisaje ofrecido desde la ventana. Millie y Leni venían cada una con un traje sencillo pero que destacaba la belleza de cada una. Millie conducía con un vestido color verde agua y mangas cortas, mientras que Leni llevaba un vestido color marfil sin mangas y un sombrero del mismo color y ala ancha.

-Bienvenidos, bienvenidos –el Maestro Yo fue quien abrió las puertas de su academia, dándole la bienvenida a sus invitadas. Ni siquiera hubo necesidad de tocar el timbre. Solo estacionaron afuera de la academia, y a paso lento se dirigieron a la entrada.

-Muchas gracias, señor Chad –lo saludó Millie con amabilidad mientras ingresaba

-¡Oh!, solo dime Yo, o maestro Yo –contestó el panda-, o como más te agrade, pero no me gustan tanto las formalidades –agregó con una sonrisa amable.

-Sí, ella es Millie –la presentó Yang acercándose a ambos. Mantenía sus manos al interior de los bolsillos de sus pantalones. Se notaba tenso aunque hacía un esfuerzo por ocultarlo-, es mi novia.

-Sí, creo haberla visto en el hospital el otro día –comentó el panda mientras los cuatro se encaminaban hacia el interior-. Era tu hermano el enfermo, ¿no? ¿Cómo se encuentra?

-Sí, era él –respondió la chica-. Se ha recuperado rápidamente. Ayer le dieron el alta.

-Muy bien, muy bien –contestó Yo con una sonrisa-. Sabía que la poción daría frutos.

-Sanó mucho más rápido de lo que imaginábamos –comentó Millie.

En eso, el panda se fijó en Leni. La chica observaba los retratos de las paredes distraídamente.

-Recuerdo haberte visto antes –le dijo acercándose a ella-. ¿No fue a ti a quien se le quedó una cartera blanca en el hospital el lunes?

La chica se volteó confundida. Le tomó su tiempo procesar aquella inquietud.

-Ella es Leni –la presentó Yang en el intertanto-, es mi otra novia.

Aquella última frase salió de su boca no sin antes aturdirlo.

-Hola, soy Leni Loud –contestó estrechando su mano con la del panda.

-El gusto es mío –contestó el panda con amabilidad.

-Ahora que lo menciona, sí, perdí mi cartera en el hospital ese día –comentó Leni-. Y ahora que lo menciona… sí recuerdo haberlo visto entrar al hospital ese día.

-¡Exactamente! –comentó el Maestro Yo-. Recuerdo que la secretaria me dijo que se te había quedado la cartera en el aparador. Intenté alcanzarte, pero ya te habías ido.

-De seguro fue porque se me perdió algo –comentó la chica con despreocupación-. Es algo que me sucede de vez en cuando.

Mientras conversaba, era el turno de Millie de observar los retratos de la pared. Había varias fotografías familiares, y uno que otro diploma y medalla. En las fotos siempre aparecían las mismas personas: Yang con su hermana y el panda. Era fácil ver el recorrido de su vida desde los once años pasando por toda su adolescencia. No pudo evitar esbozar una sonrisa al ver al pequeño y adorable conejito que su novio había sido hace algunos años.

-¿Ese eres tú? –le preguntó a Yang al verlo aproximarse.

-Sí –respondió un tanto incómodo rascándose la nuca.

-¡Eras tan adorable! –comentó la chica.

-No lo creo –respondió riendo nerviosamente.

El Maestro Yo los invitó al comedor mientras les agradecía su visita. Yang continuaba observando cada rincón de la casa con desconfianza. Había algo que le inquietaba de todo esto.

-Maestro Yo –le interrumpió de repente-. ¿Dónde está Yin?

-¿Ella? –el panda arqueó una ceja-. No llegó a dormir anoche.

-¿No llegó? –la impresión se dejó caer en el rostro de Yang.

-No, no llegó –respondió con fastidio-. Me dejó solo con este almuerzo. Pero no importa –agregó con una sonrisa-, ya improvisé algo que sin duda servirá para hoy –agregó dándose ánimos.

-Pero, ¿a dónde fue? –insistió Yang.

-Lo sabremos cuando llegue –contestó-. Esperaba a que por lo menos llegara más temprano para que me ayudara con el almuerzo. Estuvo toda la semana insistiendo con el tema. ¿Y para qué? ¿Para desaparecer? ¡Ja! –el panda lanzó un bufido molesto.

Sin borrar la impresión de su rostro, se instaló en su puesto en la mesa. Era una mesa de caoba con seis sillas en su entorno que hacían juego. La habitación era tan espaciosa como la mayoría de las habitaciones que habían recorrido hasta el momento.

-Lamento ni siquiera haber puesto la mesa –se disculpó el panda-. Me cayó bastante trabajo de improviso, especialmente sin ayuda.

-No se preocupe, yo lo ayudo –se ofreció Leni.

-Yo también lo ayudo –se sumó Millie.

A los pocos minutos, la mesa, que solo tenía un florero, estaba instalada con todo lo necesario para el almuerzo, con platos, servicio, vasos, panera, entre otras cosas.

-¡Yang! ¿Por qué no me ayudas a llevar estos platos a la mesa? –le gritó el panda desde la cocina.

-¡Ya voy! –respondió poniéndose de pie aun aturdido.

La entrada resultó ser un plato de sopa de verduras. Con un plato humeante para los cuatro, comenzó aquel almuerzo que llevaba una semana a la espera. Poco a poco los temores de Yang se fueron desvaneciendo. El Maestro Yo no dejaba de hablar con tal de romper el hielo. Les comentó a sus chicas sobre las aventuras que habían vivido aprendiendo Woo Foo, incluyendo algunas historias de infancia que hubiera preferido no sacar a la luz, como aquella vez que debió usar una falda para detener a uno de sus enemigos.

-Los dos eran muy molestos de niños –comentaba mientras partía su trozo de pan en pedazos más pequeños-. Por fortuna crecieron, y maduraron. Entendieron la responsabilidad de ser adultos, y ahora mantienen su academia propia y se están independizando. ¿No es cierto, Yang?

-Eh, sí, claro –respondió ante la repentina alusión con su cuchara cargada de sopa en el aire.

-Lo que sí sé es que Yang se ha convertido en un hombre hecho y derecho, capaz de tomar las decisiones acertadas y responsabilizándose de sus consecuencias –prosiguió-, y estoy muy orgulloso de él.

El conejo lo observó sintiendo el peso de sus palabras, pero su mirada tranquila y su sonrisa jovial le indicaban que era un voto de confianza y no una amenaza o un castigo.

-Ya lo creo –agregó Leni-. Doy fe de que él es alguien de confianza. Yo al menos pondría mi vida en sus manos –agregó volteándose a mirarlo.

El aludido no pudo evitar sentir el rubor en su rostro. No sospechaba que aquellas palabras eran una llamada de desesperación para que no la olvidaran por culpa de un hechizo mal administrado.

-Yo puedo decir lo mismo –se sumó Millie-. Yang es alguien muy cercano y especial, y sé que por muy difícil que pueda volverse el camino, sé que puedo contar con él.

El rubor se hizo aún más fuerte en las mejillas de Yang. No pudo evitar sonreír ampliamente. Vio que su padre le regalaba una sonrisa similar. La dureza en sus advertencias era una prueba más para descubrir si era digno, y aparentemente sí lo era.

-Gracias –fue lo único que pudo decir.

-Me encuentro muy feliz que hayas encontrado a un par de chicas que al parecer te quieren mucho –comentó el panda-. Solo espero que logren alcanzar la felicidad, juntos.

-¿O sea usted no…? –preguntó Millie sorprendida.

-No, no, no –respondió el panda tras una risotada-. Yo no soy prejuicioso ni nada de eso. Ustedes tienen todo mi apoyo. Si necesitan algo, no duden en pedírmelo.

El alivio en el corazón de Yang se hizo tan grande que sintió que por poco salía volando. El rostro desencajado de Millie le impedía creer que aquello fuera real. La única en reaccionar fue Leni.

-¡Si! ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias! –exclamó poniéndose de pie de un salto y corriendo hacia el panda para darle un enorme abrazo-. ¡Muchas gracias, suegrito! ¿Le puedo decir suegrito?

El panda la recibió con paternidad mientras se reía ante la reacción de la chica.

-¡Por supuesto! –respondió con tono paternal-. Me agrada esta chica –agregó dirigiéndose a Yang.

El conejo no pudo más que sonreír como respuesta.

-Además, he estado observando su hogar –continuó Leni regresando a su asiento-. Aquellas tonalidades verde amarillentas combinan perfectamente entregando un ambiente encantador.

-Toda la academia está construida con madera de bambú –respondió el panda-. Es por eso que en general toma esa tonalidad.

Cuando comenzaron a hablar de los detalles de la academia, se oyó que la puerta de entrada era cerrada junto con algunos pasos.

-Lamento el atraso, Maestro Yo. Tuve un problema durante la mañana que me impidió llegar más temprano. De inmediato le ayudo con la ensalada… -por la entrada se apareció Yin revisando su cartera. Al levantar la vista, los vio a todos sentados a la mesa, cosa que la tomó por sorpresa.

-Hola –saludó con nerviosismo con una sonrisa fingida-… Voy a cambiarme y vuelvo –antes que alguien pudiera reaccionar, ella desapareció de la entrada. Se alcanzaron a escuchar unos pasos que poco a poco se hacían más lejanos.

-¡Oh! ¡Chispas, chispas, chispas! –musitaba la coneja nerviosa mientras se dirigía casi corriendo a su habitación.

Descorrió la puerta mientras tiraba su bolso sobre su cama. Se acercó a un tocador que tenía para revisar cualquier detalle de su rostro. Casi corriendo se dirigió hacia su armario en busca de algo con qué cambiarse. Alcanzó a lanzar varias prendas cuando se percató que la pantalla de su teléfono se había encendido. El aparato salió de su cartera cuando la lanzó sobre su cama. Casi sin pensarlo, lo recogió y respondió la llamada.

-¿Diga?

-¡Yin! ¡Al fin contestas! –oyó una voz. El ruido de un televisor se escuchaba en el fondo casi tan fuerte como la voz del hablante.

-¿Roger? –lo reconoció la coneja.

-Sí pues, ¿quién más? –respondió el ogro-. Te he intentado ubicar desde anoche. ¿Dónde andabas?

-¡Eso qué te importa! –espetó molesta.

-Bueno, bueno –la intentó tranquilizar-. Te llamaba por algo muy importante que debo decirte.

-¿Qué quieres? –Yin empezó a revisa una camiseta con tirantes y unos jeans claros como posible vestimenta de cambio mientras sujetaba el teléfono con su magia.

-Anoche se apareció un lobo muy extraño y con poderes –narró el ogro-. Estaba atacando a unos humanos que atravesaron la frontera.

-¿A sí? –respondió la coneja con fingido interés-. ¿Y eso qué tiene de especial?

-¡Su poder! –exclamó Roger-. No había sentido tanta energía espiritual desde… ¡Desde Erádicus!

Yin arqueó ambas cejas tras oír aquel nombre. Dejó sus prendas sobre su cama y sujetó su teléfono con sus propias manos.

-¿Qué? –exclamó sorprendida-. ¿Hablas en serio?

-No podría hablar más en serio –respondió-. Era un lobo muy extraño y que hablaba. ¿Crees que se trate de un nuevo Maestro de la Noche?

-¿Y qué pasó con ese lobo? –insistió Yin.

-Eso fue lo más raro –continuó-. Resulta que Jobeaux y yo estábamos enfrentándolo cuando llegó un rayo de la nada y lo mató.

-¿Está muerto?

-Eso creo –prosiguió-. Cuando vinimos con Jobeaux a verlo esta mañana, no había rastros de su cuerpo.

-¿Es en serio? –Yin frunció el ceño mientras se paseaba por toda la habitación- ¿Y cómo sabes que está muerto?

-¡No lo sé! –exclamó el ogro desesperado-. ¿Crees que recibió alguna ayuda? ¿No será que tan solo es un esbirro de alguien más poderoso? ¡Es imposible! –agregó con voz temblorosa-. Si esa bestia era tan poderosa, no quiero ni imaginarme a su jefe. ¡De verdad no entiendo qué está pasando!

-Tranquilo –intervino Yin-. Mira, ven a vernos mañana en la mañana, y nos cuentas más de lo que pasó, ¿de acuerdo?

-¿No puede ser ahora? –insistió el ogro.

-¡No! –exclamó-. Mira, ahora estamos ocupados. Asuntos familiares.

-¡¿Pero qué puede ser más importante que el regreso…?!

-Gracias por entenderlo. Adiós –lo interrumpió la coneja antes de cortar la llamada.

El silencio se derramó por la habitación.

-¡Chiwa! –se quejó la coneja tras un suspiro mientras observaba con atención el desastre que había creado sobre su cama.

Sabía que el futuro se avecinaba así de desastroso.


No se les olviden patitos Chilenos! Mañana son las primarias presidenciales y deben ir a votar!