Perdón a la comunidad internacional, pero hay una escena en español chileno. Están advertidos.


Polidrama - Capítulo 18

-¿Hola?

Era muy temprano en la mañana. El Maestro Yo acababa de arribar al centro de Anasatero. Su hija lo acababa de dejar a un par de cuadras del ayuntamiento. Supuestamente tenía una importante reunión con el alcalde, pero aún faltaban varias horas para aquello. Ya había pensado en ese detalle, y lo tenía todo planificado.

El panda entró tímidamente en una tienda. La Casa del Canje era un local ubicado en una esquina al noreste de la ciudad. Debió caminar bastante desde el punto de partida, pero no le importó mayormente. La curiosidad sobre la tienda del padre de Millie le llamaba la atención de sobremanera. No era usual hablar de un local de trueques en estos días.

El local que lo recibió era enorme y sobrecargado de cosas por cada rincón. Literalmente cualquier cosa que se pudiera imaginar estaba presente en algún perchero, vitrina o estante del lugar. Había cuadros, estatuas, artefactos, herramientas, adornos, vestimentas, juguetes, antigüedades, tantas cosas que parecía una avalancha para los ojos. El panda quedó boquiabierto ante el tesoro que se acababa de expandir frente a sus ojos.

-¡Bienvenido a la Casa del Canje! –lo saludaron-. ¿En qué lo puedo ayudar?

El Maestro Yo se volteó hacia el origen del saludo. Tras un aparador apareció el señor Burtonburguer, con sus anteojos cuadrados y una chaqueta de lana para el frío de la mañana.

-¡Señor Chad! ¡Vaya sorpresa! –exclamó el hombre sorprendido al ver al panda.

-Por favor, solo dígame Maestro Yo –respondió el aludido acercándose al aparador.

-Pues bien, Maestro Yo –contestó Burt-, ¿qué lo trae por acá? –preguntó con una sonrisa.

-Tu hija me habló de este lugar –contestó observando cada rincón del lugar-, pero no me imaginaba que fuera tan… abundante.

-¿Millie? ¿En serio? –respondió extrañado.

-Sí –contestó el panda mientras tomaba una pequeña campana de bronce sobre el aparador-. El fin de semana fue a mi casa a almorzar.

-¿En serio? –Burt alzó una ceja confundido.

-Yang la llevó a almorzar junto a su otra novia –respondió el panda.

-¿Otra novia? –cuestionó aún más confundido.

-¿Acaso no sabías que tu hija tiene una relación poliamorosa con mi hijo? –agregó el Maestro Yo un tanto incómodo.

-¿Poli… qué? –Burt ya no cabía en sí del impacto.

El silencio incómodo se cernió entre ambos.

-¡Fiona! ¡Esta ha sido una de las mejores ideas que has tenido!

Herman se paseaba junto a la periodista tras bambalinas de uno de los escenarios que tenía ATTV. Por su alrededor personas con enormes audífonos corrían sujetando desde un sujetapapeles hasta bandejas con café. Por el suelo habían muchos cables con los que se debía tener cuidado para no tropezarse o desconectar algo importante.

-Gracias, señor Garamond –respondió la chica con cortesía.

-¡Invitar al alcalde para que nos hable sobre las actividades de aniversario nos asegurará el rating durante toda la mañana! –comentó la hormiga con emoción.

-¡Ya lo creo! –le dijo Fiona mientras observaba hacia uno de los tocadores que funcionaba de camerino. Se encontraba el patito iluminado por un aro de luces mientras una gata le empolvaba la cara. A su lado, su asistente humana hiperrealista le comentaba cosas que no alcanzaba a oír por el ruido del ambiente.

Del otro lado, un brillante escenario se encontraba desplegado. Los colores vivos eran los protagonistas, sin llegar a cansar la vista. Era un lugar ameno intentando simular el living de una casa. En un costado se alcanzaba a ver algunos muebles de cocina. La presentadora se estaba ajustando su micrófono en el cuello de su blusa amarilla. Vestía elegantemente con una blusa con vuelos y unos pantalones de tela color café chocolate. Tenía la tez clara, una amplia sonrisa y un cabello castaño claro que caía libremente por su espalda hasta la cintura.

-¡Cinco minutos! –le anunciaron a un costado.

Las luces brillaron con más fuerza que nunca. El letrero de Al aire se iluminó, y una de las cámaras encendió una luz roja, avisándole a la presentadora que estaba en transmisión.

-¡Buenos días Anasatero! –exclamó la chica sobre el escenario frente a las cámaras-. ¡Bienvenidos al matinal más divertido del mundo! Soy Luan Loud y hoy les traemos a un invitado muy especial para estos días de aniversario de nuestra ciudad. Con ustedes, nuestro alcalde… ¡Patito Torres!

Tras unos efectos de aplausos y una estridente banda musical de fondo, apareció el patito de hule dando saltitos e instalándose sobre uno de los sillones que se encontraba en medio del escenario. Todo mientras saludaba con sus alitas de goma sintiéndose bastante cómodo y fanfarrón.

-Bienvenido, señor alcalde –lo saludó Luan instalándose en el otro sillón junto al del patito-, para nosotros es un agrado tenerlo aquí en nuestro matinal.

-Muchas gracias por su invitación –respondió-. La verdad me encanta visitar la televisión, y de paso poder conectarme con la comunidad, en especial en estos días tan especiales en que las calles se llenan de alegría y de patitos de hule.

Yo lo observaba desde detrás de cámaras a un costado del escenario. Observaba la entrevista con atención, inspeccionando que todo saliera bien. Tenía un sujetapapeles entre mis manos con el cronograma completo del patito durante el día.

-Hola –alguien me sorprendió por la espalda.

Al voltearme, me encontré con Fiona.

-¿Hola? –respondí con cierta inseguridad. Era la primera vez desde mi llegada a la ciudad que hablaba con alguien ajeno al patito.

-Tú debes ser Martita, ¿no? –contestó la chica acercándose a mí.

-Este… sí –respondí. Ni siquiera sabía si era correcto hablarle.

-Hola, soy Fiona –se presentó.

-Sí sé –contesté-. Hace poco supe que se te quemó el departamento hace poco, ¿no?

-Sí –contestó ella un tanto incómoda-, pero ya pude recuperarlo.

-¿En serio? –se me escapó la pregunta.

-Sí –respondió-. Simplemente me avisaron que se había reparado y el fin de semana regresé.

-Vaya, eso es bueno.

Tras un rato, Fiona continuó:

-¿Desde hace cuánto estás en Anasatero?

La verdad me incomodaban las preguntas. No sabía exactamente cuánto revelar para no sonar sospechosa y cuánto ocultar. No les había dicho, pero hay varias cosas en mi trabajo que debo ocultar. El futuro de todo el pueblo depende de mi discreción.

-Un año –contesté escuetamente.

-Vaya –respondió sonando sorprendida-. ¿Y has encontrado algo interesante en este lugar?

¿Por dónde empiezo? Anasatero es el lugar más extraño en el que he estado en toda mi vida. Podría hablarle de la relación entre los animales antropomórficos y los humanos, de su rica historia, de sus costumbres y fiestas, de la agenda del alcalde, pero sospechaba que todo eso lo sabía. ¿Qué novedad podría contarle sin pasarme de indiscreta?

-Hay muchas cosas –respondí vagamente.

-Bueno, yo acabo de llegar tras estar cuatro años en el extranjero –contestó con un tono de interés-. ¿Y sabes? Me encontré a alguien que de verdad me llamó muchísimo la atención.

-¿A sí? ¿Quién? –les prometo que atrapó mi atención.

-Es un conejo azul –continuó-. Se llama Yang Chad.

-¡¿Yang?! –se me escapó la exclamación.

-¡Si! –exclamó de vuelta con una sonrisa-. ¿Lo conoces?

-¿Conocerlo? ¡Por supollo! –exclamé emocionada-. ¿Cómo no conocerlo? ¡Es el tipo más codiciado de la ciudad! ¿Y cómo no? ¡Si es tan mino!

-¡Ni que lo digas! –continuó ella-. De verdad cuando me lo topé por primera vez dije que era todo un mijito rico.

-¡Ni te imaginai'! –proseguí olvidando todo recelo-. Cachai' que el tipo sabe que es mino, así que anda de flor en flor. No da punta' sin hilo.

-Me imagino –respondió-. Si la wea es aprovechar la vida.

-¡Sí poh! –afirmé-. Pero el weón se pasó de lacho poh. Fíjate que siempre que andaba con una, se metía con otra. Hasta incluso ahora anda de a dos.

-¡¿De a dos?! –exclamó impactada-. ¿Cómo es eso?

Me acerqué y le dije casi en susurro:

-Es que está en una relación poliamorosa.

-¿En serio? –exclamó sorprendida retrocediendo y tapándose la boca abierta con su palma.

-¡Sí! –afirmé con la cabeza frenéticamente-. Nos salió vivaracho.

-El que puee', puee' –comentó entre risas.

-¡Qué no hubiera dao' por tener una oportunidad con él! ¡Pero no pueo' poh! –exclamé tras un suspiro-. Aparte que es muy lacho, estoy pololoeando.

-¡¿Estai' pololeando?! –exclamó impactada-. ¿Con quién?

-Meh, no lo conocí' –comenté encogiéndome de hombros.

-Ya, poh, dime quién es, ¿es de por aquí? –insistió.

En eso, los aplausos del escenario me recordaron las razones por las que precisamente estaba ahí.

-Pucha, me tengo que ir –le dije-. Tengo que acompañar al patito en sus actividades.

-Bueno, igual tengo cosas que hacer –contestó observando su reloj de muñeca.

-¡Nos vemos! –me despedí con amabilidad antes de entrar al escenario. Acababan de ir a comerciales y debía coordinar más cosas con el alcalde.

En eso, Lina se le acercó a una Fiona que aún no abandonaba su posición.

-Vi que estabas hablando con la asistente del alcalde –le dijo-. ¿Qué te dijo?

-¡Ah! ¡No sabes lo que descubrí de la hermética asistente del alcalde! –exclamó triunfante volteándose hacia la perrita.

-¿Qué cosa? –preguntó intrigada.

Fiona se puso en camino hacia el interior de los pasillos del estudio, seguida de su amiga.

-Tal parece que la asistente del alcalde es chilena –reveló-. Se le nota por el acento y las expresiones.

-¿Es chilena? –cuestionó sorprendida-. ¿Acaso estará escapando de la guerra civil?

-Tal vez –respondió Fiona pensativa-, pero hay algo que no me cuadra. En Chile, los humanos hiperrealistas son más escasos que aquí en Anasatero, y eso que aquí están prácticamente extintos. ¿De dónde habrá salido?

-Pero al menos descubriste algo nuevo –la animó su amiga-. Creo que nadie nunca había llegado tan lejos.

-Y eso que estoy comenzando –Fiona le sonrió con determinación-. Pronto descubriré qué es lo que está ocultando.

-Igual lo siento por habértelo dicho de esa forma. Pensé que luego de una semana, tu hija te lo habría dicho.

El Maestro Yo y Burt terminaron conversando instalados en unos banquillos en torno al aparador. Estaban bebiendo un café de grano cortesía de una cafetera que había apilada entre las tantas cosas de la Casa del Canje.

-No te preocupes –intentó tranquilizarlo el señor Burtonburger-. Lo que más me preocupa es que ella no me lo haya dicho –agregó con pesar.

-A veces los hijos tienen sus propios temores frente a sus padres –le comentó el panda.

-Es que desde que se fue de la casa hace como un mes, se ha distanciado bastante de mí –continuó con tristeza-. La verdad la extraño mucho. Siempre será para mí mi niñita adorada –agregó sacando una fotografía de su billetera. En ella aparecía él con sus hijos aún de niños. Coop parecía estar llegando a los doce años, mientras que Millie aparentaba tener unos ocho años.

-Tienes una familia muy bonita –comentó el Maestro Yo.

-Sí, pero –Burt se detuvo en seco, centrando su mirada en el panda-… ¿Coop lo sabe?

-Creo que sí –respondió-. O sea, mi hija me dijo que sí lo sabía.

-Y tal vez… -balbuceó Burt.

-¿Explicaría por qué él se fue a destruir el gimnasio la semana pasada? –completó la oración el panda.

El silencio se hizo presente. El Maestro Yo se vio obligado a voltear su vista al hombre. Se le vio con una cara de espanto que lentamente se fue apagando hasta terminar cabizbajo.

-¿En qué les fallé? –balbuceó.

-¿De qué hablas? –le preguntó el panda mientras terminaba su café.

-Yo les di a mis hijos todas las instancias de confianza que pude –respondió afligido-. Ellos saben que pueden contar conmigo para lo que sea. Más que su padre, fui su mejor amigo, su compañero, su camarada. ¿Es que acaso no confían en mí?

-Dudo que se trate de eso –respondió el Maestro Yo-. A veces, los hijos quieren probar qué tan independientes son. Quieren aprovechar la nueva libertad que se han ganado con la edad. Quieren probarse a ellos mismos y demostrar que pueden tomar buenas decisiones.

-¿Y qué le costaba decir a Millie papá, estoy en una relación poliamorosa? –alegó Burt frustrado.

-Al parecer mucho –sentenció el panda.

El Maestro Yo se percató que aquellas palabras no animaron a su acompañante.

-Escucha Burt –intentó consolarlo con palabras tranquilas mientras lo sujetaba del hombro-: por ahora lo único que puedes hacer es esperar. Cuando tu hija esté segura de su decisión, vendrá por ti y podrás recibirla con los brazos abiertos.

El hombre levantó la vista, recibiendo una sonrisa por parte del panda.

-Gracias amigo –le contestó devolviéndole la sonrisa-. ¡Espera! ¿Ya somos amigos?

-Técnicamente ya somos consuegros –respondió el panda con una risotada a la que luego se le sumó Burt.

Un reloj cucú en la pared interrumpió el momento anunciando las diez de la mañana.

-¡Cielo santo! –exclamó el Maestro Yo alterado poniéndose de pie de un salto-. ¡Se supone que debía estar en la reunión con el alcalde!

-Parece que está ocupado –respondió el hombre apuntando a un viejo televisor montado a un costado de ellos. Se encontraba cubierto de polvo y telarañas, pero encendido en el canal local a un volumen apenas audible. Allí, entre los colores vintage que podía mostrar el aparato, se podía apreciar al alcalde de Anasatero dando una entrevista en el matinal.

-Entonces eso significa –respondió pensativo regresando a su banquillo-… que no me estoy perdiendo de nada –agregó con una sonrisa.

-Eso parece –Burt se encogió de hombros.

-Pues en ese caso, aceptaría otra ronda de café –concluyó el panda alzando su tazón.

-Dalo por hecho –respondió su amigo con una sonrisa.

Es así como ambos se quedaron conversando sobre diversos temas durante largas horas.

-Por cierto, ¿tú conoces a alguien llamado Yang Chad?

Fiona y Lina caminaron inconscientemente hasta llegar a la cafetería. El lugar se encontraba prácticamente vacío durante la mañana, lo cual le sumaba un ambiente de paz y tranquilidad.

-Lamentablemente –respondió Lina.

-¿Lamentablemente? –Fiona arqueó una ceja mientras revolvía su expreso en busca de enfriarlo.

Tras un suspiro, Lina contestó.

-Es mi ex novio.

-¿Era tu novio? –Fiona no pudo ocultar la sorpresa tras aquella revelación. Se cubrió la boca al notar el frio tras su boca completamente abierta.

-Pero en serio –insistió la perrita-, si quieres algo serio, no te lo recomiendo.

-Tal parece que no terminó bien –comentó Fiona mientras le soplaba a su taza de plástico.

-¡Es que es un mujeriego! –exclamó-. ¡No es capaz de tomarse en serio a una mujer!

-¿Él te engañó? –le preguntó su amiga con interés.

Lina afirmó con la cabeza.

-Estaría enojada con la zorra que se metió con Yang, pero ya recibió una cucharada de su propia medicina –comentó desviando la mirada-. Solo que nunca olvidaré su feo rostro ni su nombre.

La chica se acercó a su amiga y le dijo casi en susurro al oído:

-Millie Burtonburger.

-¡Oh cielos! –exclamó Fiona presa de la impresión.

-Al menos está pagando con la misma moneda –agregó la chica regresando a su café-. Ahora tiene que aguantar a la nueva amante de Yang. Iniciaron una relación poliamorosa.

-Si algo supe –comentó Fiona-. Tal parece que lo sabe toda la ciudad.

-Ya conoces el dicho: pueblo chico, infierno grande –comentó la perrita.

Las horas pasaron y llegó la hora de almuerzo. Durante aquella hora el centro comercial se llenaba de gente. Muchos llegaban al patio de comida a buscar algo para almorzar. El resto del edificio se vaciaba o concurría muy poca clientela.

En frente del local en donde funcionaba la academia Woo Foo de Yin y Yang, del otro lado del grueso pasillo de diez metros, había una banca junto con unas enormes macetas con plantas de plástico. Detrás de ella se encontraban escondidos Leni y sus amigos. La chica rubia observaba con recelo la entrada mientras observaba a los últimos estudiantes de la jornada salir de allí y luego ver cómo las luces se estaban apagando.

-Ya casi –le comentó en susurro a sus amigos.

-Leni, ¿qué rayos estamos haciendo aquí? –le preguntó su amiga Fiona a un lado de ella.

-Sí –secundó Miguel-, hasta ahora solo nos dijiste con mucha desesperación que era una emergencia.

-Pensamos que se estaba muriendo alguien –terció Max detrás de ella.

-¡Vamos chicos! ¡Ya se los dije! –alegó Leni molesta.

Sus amigos negaron con la cabeza.

-De hecho no nos has dicho nada –explicó Fiona encogiéndose de hombros.

-Chicos –la chica se volteó hacia ellos-, resulta que Yang tiene una amante, ¡y voy a descubrir quién es! –agregó con determinación.

El rostro de asombro de sus amigos mutó poco a poco a la confusión.

-Estás en una relación poliamorosa –le recordó Miguel-. ¿Es eso posible?

-Se supone que cada uno de ustedes pueden tener las parejas que quieran –agregó Fiona.

-Sí, pero tiene que informarlo –alegó Leni.

Sus amigos se miraron confundidos y terminaron encogiéndose de hombros.

-Entonces, si uno de ustedes quiere tener otra pareja, ¿tiene que decírselo a los demás? –preguntó Fiona.

-Ajá –respondió Leni-. Si quiero salir con alguien más debo decirle a Yang, al igual que él a mí.

-¿Y cómo sabes que él tiene una amante? –cuestionó Max.

-El anillo me lo dijo –respondió mostrándoles su anillo sello.

-¡Vamos! Solo soy un anillo –se le escuchó decir al anillo con su voz robótica.

-¡Oooh! –exclamaron sus amigos acercándose a apreciar la joya.

-¡Ahí hay movimiento! –exclamó Miguel apuntando hacia la entrada del gimnasio.

De inmediato todos se concentraron en las puertas de vidrio mientras se parapetaban detrás de su escondite. Vieron abrirse las puertas y salir a Yin del lugar. Aún se encontraba con su karategi y traía un bolso deportivo colgado de su hombro. Nuestro grupo la siguió con la mirada hasta verla perderse al fondo del enorme pasillo.

-Ahora veremos si nuestro Yang recibe nuevas visitas –comentó Leni con malicia.

Mientras tanto, en el restaurante de comida china Casa Pekin, Millie y Franco se encontraban en el autoservicio escogiendo qué almorzar. Era un local grande y concurrido. La atención era rápida y la gente circulaba con velocidad a través de la fila del autoservicio.

-No lo entiendo –comentaba Franco mientras observaba los platos fuertes disponibles-. ¿Por qué elegiste comida china, si no te gusta?

-No es por eso –respondió Millie sin despegar la mirada de la entrada del local-. Verás, Yang suele almorzar junto a su hermana en el local que atiende en el centro comercial, pero uno de los dos suele salir a comprar el almuerzo.

-¿Y? –preguntó el chico confundido.

-Pues cuando Yang elige qué almorzar, viene hasta acá.

-¿Y? –insistió Franco.

-Pues en esa salida es muy probable que se tope con su amante –comentó Millie.

-Espera, ¿qué? –Franco se encontraba francamente confundido.

Millie no respondió.

-¿Cómo que una amante? –insistió el muchacho.

No hubo respuesta.

-Aquí vamos de nuevo –musitó el chico en voz baja mientras rodaba los ojos.

Millie continuaba observando la entrada como ave rapaz a su presa. Repentinamente la campanilla de la entrada sonó dando entrada a alguien familiar.

-¡Maldición! –musitó con frustración-. Vino su hermana.

Efectivamente, Yin ingresó al local sin percatarse de la presencia de Millie. Se acercó a la caja y comenzó a conversar con un dálmata que atendía los pedidos para llevar. Millie regresó la vista a su amigo, y vio que delante de él los siguientes clientes acababan de pagar sus pedidos.

-¿A qué esperas? –espetó molesta-. ¡Apúrate!

-¿Eh? ¡Sí! –exclamó confundido mirando para todas partes-. Quiero el pollo agridulce –le dijo a la señora que llevaba un buen rato esperando su pedido.

Rápidamente y con bastante sigilo, ambos terminaron su atención y se dirigieron a la mesa más alejada de Yin. Desde la distancia la observaban esperar con los brazos cruzados.

-¿Qué hace ella aquí? –le comentaba molesta-. ¡Esto es horrible!

De un portazo entraron tres sujetos violentamente. Estaban armados con metralletas de guerra, las cuales dispararon al techo con el fin de amedrentar a todos los presentes. Venían con máscaras de gases que les cubría totalmente la cabeza, enormes chaquetas de cuero, guantes de nieve, pantalones militares y gruesos bototos de guerra.

-¡Todos al suelo! –gritó uno de ellos a través de la máscara-. ¡Esto es un asalto!

En un instante, y mientras los restos de comida volaban, todos se tiraron al suelo, cubriendo sus cabezas con sus manos. Millie y Franco se tiraron al suelo debajo de la mesa en donde se encontraban. Yin se parapetó detrás del mostrador a la espera del próximo movimiento.

-¡Tú! ¡Danos todos lo que tienes! –uno de los asaltantes apuntó con su arma al dálmata, quien temblaba de miedo con las manos en alto.

En ese instante Yin escapó de su escondite. Con un enorme puño rosa, le dio de lleno al asaltante, lanzándolo hasta el otro extremo del local. De inmediato, un segundo asaltante se preparó para disparar, pero Yin le arrebató el arma de una patada. Antes de comprender lo que estaba ocurriendo, Yin lo había lanzado directo hacia una de las ventanas, rompiéndola mientras lo lanzaba a la calle.

El tercero preparó su arma, y al notar que Yin se acercaba para arrebatársela, la quitó de su camino, y alcanzó a dar un par de disparos. Con su magia Woo Foo, ella envolvió las balas deteniéndolas en el aire, evitando así que provocaran algún daño. Mientras realizaba su hazaña, el asaltante la agarró del cuello con sus brazos por detrás. Tenía en una de sus manos un cuchillo de guerra. La coneja le dio un codazo en las costillas, desconcentrándolo de su acto homicida. Le torció la muñeca obligándolo a soltar el cuchillo. Lo sujetó con firmeza de los brazos y lo levantó por encima de ella, lanzándolo hasta un costado de la entrada del local. El asaltante no se dio por vencido y se puso de pie de inmediato, dándole más pelea a la coneja.

Mientras, el primer sujeto había caído casi al lado de la mesa en donde se encontraban Franco y Millie. El asaltante se puso de pie con lentitud. Millie vio que mientras la coneja se distraía con el otro asaltante, el primero preparaba su arma para disparar. Miró para todas partes. Todos los demás se encontraban aterrorizados con la cabeza en el suelo sin siquiera atreverse a levantar la vista. Franco temblaba de miedo a su lado. El sujeto tenía su arma lista, apuntando a su víctima.

No lo pensó dos veces. Millie se aferró a uno de los pies del asaltante como si su vida dependiera de ello. La bala salió disparada, pero desviada. El proyectil terminó en el asaltante de la ventana, quien se estaba reincorporando a duras penas. El asaltante del tiro fallido, ofuscado por su hazaña, se soltó con fuerza del agarre de Millie y le dio un fuerte pisotón en la nuca que le provocó una pérdida de la consciencia inmediata. El asaltante no alcanzó a hacer nada más. Apenas fijó su vista al frente, vio a Yin, quien con una patada voladora lo lanzó junto a su compañero por la ventana. El otro asaltante yacía inconsciente con su cabeza incrustada en la pared.

-¡Cielos! –exclamó la coneja arrodillándose junto a Millie.

En ese instante, Franco tuvo el valor de levantar la cabeza. De inmediato se encontró con su amiga herida. Las manchas de sangre en el suelo lo aterrorizaron.

-¡Millie! –exclamó arrodillándose junto a ella.

-Aún vive –anunció Yin luego de medirle el pulso desde el cuello-. Llama a una ambulancia –le ordenó a Franco-. Yo contendré la hemorragia.

De inmediato la coneja hizo aparecer un par de compresas con las cuales presionó sobre su nuca.

-¡Rápido! –le gritó Yin al ver que el chico no movía un músculo-. ¡Podría ser de vida o muerte!

Franco se encontraba pasmado por lo que acababa de ver. Luchaba consigo mismo para romper el congelamiento y actuar. Ese grito lo liberó de sus miedos como un hidrofóbico lanzado a la fuerza a una piscina.

-¡S-s-si! –balbuceó nervioso mientras buscaba su teléfono de su bolsillo.

Lentamente, los demás presentes se ponían de pie y se acercaban hacia el centro del conflicto.