Polidrama - Capítulo 24
-Vaya… ¿con que eso ocurrió?
-Sí. La verdad todo esto es muy extraño.
Fiona y Lina se habían reunido bastante temprano en la sala de control del estudio de grabación de las noticias del canal ATTV. Era tan temprano que ambas se encontraban solas en aquel lugar lleno de escritorios con computadores de pantallas gigantes. Lina se encontraba pensativa mientras golpeteaba con sus dedos sobre la mesa. Fiona daba vueltas instalada en una silla, concentrando su vista en una polilla que peleaba con un foco del techo.
-Es el mejor problema en el que me ha metido Millie –sonrió la rubia.
Fiona Manson habría continuado con su vida instalándose en Anasatero si no fuera porque aquella noche Millie fue a golpear a su puerta. Lo primero que hizo apenas se vieron fue incriminarla de un crimen que de buenas a primeras no entendía. Poco a poco fue comprendiendo que se trataba de Coop. ¿De quién más se iba a tratar en todo caso? Se enteró que había desaparecido junto con otra chica y Millie juraba que ella estaba involucrada. Ella no tenía la menor idea de lo ocurrido con Coop. Solo se habían topado una vez. Lo notó tan nervioso que su instinto le advirtió que había gato encerrado en todo esto. Luego de convencer a Millie que no tenía absolutamente nada que ver con lo ocurrido con su hermano, se sumó al grupo de búsqueda de los desaparecidos.
Los acontecimientos se fueron desarrollando dejando a Fiona como mera observadora. Pronto encontraron el auto de Coop abandonado, seguido de la idea de Burt de buscar en el sector de los viejos edificios industriales. Encontraron a Coop y a su acompañante. Mientras los primeros juicios inculpaban al chico, Fiona revisó el informe médico. A ambos se les encontró leves rastros de un compuesto que ella reconoció de inmediato. Pertenecía a la familia de Compuestos Imperio; conocidos en pociones y hechizos de control mental. La evidencia colocaba a Coop más como víctima que como victimario. ¿Pero eso le importaba a la policía? El cuerpo policial se había acostumbrado a la espera de un héroe que les solucionara la vida mientras ellos engordaban a base de rosquillas.
De un salto Fiona se puso de pie en dirección a la salida.
-¿A dónde vas? –le preguntó Lina despertando de su letargo.
-El caso me interesa –sonrió-. ¿Estás conmigo?
-Espera –respondió la perrita aún aturdida-. ¿Quieres… investigar el caso de tu ex? ¿Por qué?
-Coop es inocente –sentenció-. Apenas salga del hospital, la policía lo llevará preso. El caso es demasiado interesante para dejarlo ir, y si de paso lo ayudo, mejor, ¿no?
Lina siguió observándola confundida.
-¡Vamos! ¡Ya me conoces! –insistió-. ¿Me acompañas?
El silencio de la perrita fue interrumpida por su amiga.
-Iré sola –decidió dándose la vuelta.
Tras unos segundos, Lina reaccionó. Se puso de pie y alcanzó a su amiga en la salida.
-Me convenciste –sentenció.
Fiona simplemente le sonrió.
Aquella mañana en la secundaria de Anasatero, los chicos disfrutaban del recreo de la mañana. Nataniel, el misterioso chico pelirrojo, se había apoderado de la banca junto al árbol más lejano del patio. Desde su sombra, él observaba el avance de la vida social en aquel edificio. Solo observaba, en silencio, como alma protectora oculta a la sombra del ojo humano o animal.
-¿En serio aún sigues viendo a ese tipo?
Lola se había acercado a su hermana gemela con un par de jugos en caja. Lana observaba a la distancia al misterioso pelirrojo desde el corredor, al otro extremo del patio. Su aire de misterio había atraído la mirada de más de una chica en la escuela. Le regalaban miradas disimuladas, perdidas en su porte, su estatura, su cabello, su apariencia, su actitud. El chico parecía ni siquiera inmutarse ante aquella reacción femenina. Simplemente se quedaba junto a su árbol, aislado del mundo.
-Nadie le ha hablado –comentó Lana sin despegar su vista.
-Es porque ha insultado a quienes lo han intentado –contestó su hermana extendiéndole una de las cajas que traía.
-Voy a hablarle –Lana se decidió a abandonar su escondite, dejando la mano extendida de su hermana.
-Oye ¡Espera! –fue el ruego no escuchado de su gemela.
La chica cruzó el patio abarrotado de chicos y jóvenes. Le pasó rozando una pelota de futbol cortesía de un grupo de chicos que jugaban con esta. Esquivó los grupos que se agolpaban frente a ella. Llegó a tan solo unos metros del árbol. Solo el aire se interponía entre ella y el chico pelirrojo. El muchacho se dio cuenta, fijando su mirada en ella. Lana tragó saliva, y se aproximó a él.
-Ho-hola –tartamudeó saludando torpemente.
El chico agachó la mirada sin responderle.
-Me llamo Lana –insistió la chica con la secreta esperanza de una respuesta sensata.
El chico no reaccionó.
-Gracias por lo del otro día –se atrevió a insistir recordando aquella anécdota-. Si no fuera por ti, no sé qué me habría pasado con el camión.
Nataniel clavó su mirada en la chica. Fue un disparo hiriente directo a su alma. Sus ojos reflejaban una furia asfixiante que amenazaba hacerla picadillos con la misma fuerza con la que detuvo el camión. El terror se instaló de pronto en el corazón de la chica. Comenzó a latir tan rápido y repentino que temió sufrir una taquicardia. Ni siquiera podía comprender lo que estaba ocurriendo.
-¡Cállate! –le gritó con voz agresiva.
-Yo… lo siento -llena de pavor, Lana comenzó a retroceder inconscientemente-… pep-pero… no lo entiendo… yo…
-¡Lárgate! ¡Ahora! –la interrumpió poniéndose de pie.
Aquel acto llamó la atención de los chicos más cercanos a la pareja. Torpemente, Lana dio la media vuelta y se alejó a paso cada vez más rápido. Nataniel apretó los puños mientras cerraba los ojos con fuerza. Sentía las miradas de su entorno; algo que le incomodaba. Regresó a su sitio a la sombra del árbol. Le perturbó que ella aún recordara sus poderes.
Poderes. Pasado. Familia. Era una mochila a cuestas que llevaba en su interior. Aquel acto prácticamente involuntario le acarreó severos problemas con su madre. Su cachetada aún dolía. El dolor era el único tipo de cariño recibido de su parte. Era el único tipo de cariño que conocía de otro ser humano. Nunca conoció a su padre. No tuvo hermanos ni jamás tuvo amigos. Lo único que conocía de relaciones con otras personas era la frialdad, dureza y torturas de su progenitora.
Lo único heredado de parte de ella era precisamente sus poderes. Súper agilidad, súper fuerza, súper velocidad, súper resistencia, o al menos era lo que había alcanzado a percibir. Cada vez que los liberaba de manera voluntaria o inconsciente, había castigo. Era una educación bastante rígida con tal de prácticamente olvidarse de la existencia de su don. Una metodología que solo llenaba de resentimiento su ya herido corazón. No, ya no más. Solo quería que el mundo lo dejara en paz, y que esa chica ya no lo metiera en problemas. Quería su árbol. Quería su soledad.
-¿Qué te pasó? –le preguntó Lola al ver acercarse a su hermana en un estado de profunda conmoción. Dada a la distancia y a los obstáculos, no fue capaz de percibir los detalles de lo ocurrido.
La chica tenía la lengua trabada. Se sentó en el suelo tras un pilar mientras intentaba aclarar su mente. ¿Qué rayos había ocurrido? En un instante se encontraba frente al chico más misteriosamente atractivo de la escuela, y al otro se encontraba atrapada en un limbo del terror más asfixiante e inexplicable jamás vivido. Ni siquiera Lucy con su espiritismo podría tan siquiera emular lo ocurrido.
-¡Lana! –su hermana se le acercó alarmada al verla que comenzaba a temblar. La abrazó mientras intentaba consolarla-. ¿Qué te hizo ese bravucón? Tranquila, ya pasó. Te prometo que no volverá a ocurrir.
Lana simplemente se olvidó del presente.
Aquella mañana el Maestro Yo entró a la Casa del Canje con una sonrisa de oreja a oreja. Cualquier roce entre él y el dueño del local habían pasado a segundo plano. Con la seguridad de que Coop se encontraba bien, ya era momento de dar vuelta la página.
-¡Vaya! Parece que estamos animado –comentó Burt al verlo. El hombre se encontraba limpiando uno de los aparadores de su tienda.
-¡Ah! Amigo mío –el panda lo saludó rodeando sus hombros con un brazo-. ¡Es un bello día! ¿No es verdad?
-Ya lo creo –contestó su amigo dejando el trapo y el pulverizador a un lado-. ¿Y a qué se debe tanto ánimo si es que se puede saber?
-¡Ah! ¡Ni te imaginas! –el Maestro Yo se alejó de él dando un par de vueltas-. Hoy soy el tipo más afortunado del mundo –agregó alegre.
-¿Pero a qué se debe tanta alegría? –preguntó Burt interesado-. ¿Acaso te encontraste con cien dólares en el suelo?
-¡Mejor que eso! –exclamó el panda.
-¿Y de qué se trata? –volvió a preguntar su amigo expectante.
El Maestro Yo se aclaró la garganta y pronunció con solemnidad:
-Hoy me he enamorado.
La hora de almuerzo se avecinó con la velocidad que solo una mañana aburrida podía vivir. Millie se encontraba almorzando junto con Franco en el restaurante Donde Pepe Toño cuya especialidad eran la comida rápida. Ambos disfrutaban de una enorme y grasienta hamburguesa con diez tipos diferentes de ingredientes y salsas, acompañadas de un mar de papas fritas. Una comida para golosos que solo una pareja como ellos podían acabar sin terminar en el hospital.
-De verdad no puedo creer todo lo que pasó –comentó Franco con interés y la boca llena.
-Ni que lo digas –respondió Millie tras un suspiro-. No puedo creer todo lo que ha terminado de provocar el idiota de mi hermano.
-Pero de querer buscar tu dirección a secuestrar a la otra novia de tu novio –comentó confundido luego de tragar-… me parece que escaló muy rápido.
-Se nota que no lo conoces –contestó la chica jugueteando con una papa frita sobre un pote de salsa-. Una vez terminó echando abajo la casa en que vivíamos solo porque le gustaba pelear con mi gato.
-Espera… ¿Qué? –comentó arqueando una ceja.
-Cuando él tiene una idea en mente, hace lo que sea para lograr lo que quiere –comentó frunciendo el ceño-, aunque termine pasando por encima de los demás.
-Suena a alguien ambicioso –respondió Franco antes de darle otro mordisco a la mega hamburguesa.
-Sería así si sus metas fueran poder o riqueza –contestó Millie-, pero al contrario, sus metas son simplemente joderme la vida –agregó tras un bufido luego de comerse su papa sobresaturada de salsa.
-Vaya –comentó Franco buscando las palabras más correctas para el momento-, con lo que me contaste la otra vez creí que tu relación con él era relativamente buena…
-No confundas las cosas –le interrumpió con seriedad-. La verdad jamás me he llevado bien con él porque es sencillamente un idiota, pero lo de Fiona es hablar de palabras mayores. Lo que le hizo a mi hermano no se lo desearía ni a mi peor enemigo.
Franco tragó su mordisco. El silencio se cernió sobre ambos.
-Parece que todo se está complicando –comentó el chico rompiendo el silencio.
-Complicando es lo menos que puedo decir –respondió Millie.
-¿Y ya arreglaste las cosas con tu papá? –le preguntó intentando cambiar de tema.
Un suspiro de parte de ella le informó que no.
-Papá está raro –comentó Millie-. Todo por culpa adivina de quién.
-¿Qué? –Franco parecía confundido mientras bebía de su vaso plástico de bebida.
-No sé qué le habrá dicho Coop –comentó Millie volteándose hacia la ventana-, pero no debe haber sido nada bueno.
-¿Y si llevas a Yang a tu casa? –propuso Franco-. Así tu padre y tu hermano lo conocerían de verdad y terminarían llevándose bien.
-Con Coop no cuentes con ello –le advirtió Millie regresando la vista a su amigo-. Ya te dije que ese tipo es testarudo.
-¿Y tu papá?
-Podría ser –respondió en tono pensativo.
-Tendrá que ser este domingo –comentó su amigo-. Recuerda que el sábado tenemos lo de la charla motivacional.
-Es cierto –respondió la chica regresando su vista a la ventana-. ¿Acaso esos idiotas creen que no tenemos vida afuera de la oficina? ¿De qué demonios nos va a servir esa charla?
-Seee –comentó Franco con frustración-. Encima ni nos van a pagar como horas extras.
-Y no me gusta que un idiota me sermonee –agregó Millie cruzándose de brazos.
-Al menos en lo que queda de semana saldremos temprano –respondió el chico con una sonrisa-. ¿Quieres ir a ver el carnaval del pato conmigo después del trabajo?
-Lo siento, pero dudo que pueda ir –respondió su amiga-. Quiero llegar temprano y acompañar a Yang. Ahora que Leni se fue a casa de sus padres el departamento se siente más apagado.
-¿Y si lo traes al carnaval? –le preguntó Franco-. Eso podría animar a cualquiera.
Aquella propuesta coló en la mente de Millie, quien se mostró pensativa durante un instante silencioso. Franco no perdió de vista ni el menor rasgo de sus facciones.
-Lo pensaré –concluyó.
Conversar con Franco le hacía bien. Era el único con quien podía conversar abiertamente de sus problemas. Desahogarse con él le provocaba un profundo bienestar. Observar su ojos pequeños, nariz redonda, cabellos alborotados, cachetes manchados con la salsa, se le hacía tierno. No quería manchar aquella relación involucrándose sentimentalmente con él. Si su vida fuera otra, tal vez lo habría intentado. Por lo pronto, solo prefería disfrutar de su compañía.
-¡Vaya! Lo que me cuentas parece de ensueño.
El Maestro Yo se quedó gran parte de la mañana conversando con su amigo sobre su aventura en el amor. Se había topado con una señora en la Plaza Central de Anasatero, frente a la estatua del Caballero desconocido. El ambiente festivo ya se sentía en el lugar cuando el panda vio como el futuro amor de su vida perdía unos papeles con el viento. No dudó ni un instante en ayudarla, trayendo de regreso sus papeles con ayuda del Woo Foo. Se quedaron platicando un rato tanto de los días festivos y cálidos. El panda no requirió de demasiado tiempo para convencerse de que ella era la futura madrastra de sus hijos.
-¡Es lo más maravilloso que me ha ocurrido en la vida! –exclamó el panda alegre-. Y yo que hasta ayer no creía en eso del amor a primera vista y esas estupideces. ¡Y mírame ahora! ¡Me siento como un adolescente!
-De todas formas yo tendría mis alertas –comentó su amigo mientras bebía de su tazón de café. Ambos se habían instalado en torno a una vieja mesa a conversar junto a un café-. Tú sabes mejor que yo que los hechizos de amor y todo eso están a la orden del día en las calles.
-Meh, yo sé diferenciar una cosa de la otra –comentó el Maestro Yo bebiendo de su taza-. Lo que me encontré con su mirada fue un brillo muy especial. ¡Único! Y en serio, no lo quiero perder de vista.
-¿Y eso no te causará algún problema con la madre de tus hijos? –preguntó Burt.
El panda simplemente se limitó a reír. Una risa estruendosa que terminó por mosquear al hombre. El panda terminó con su risa al ver el ceño fruncido de su amigo.
-Lo dudo mucho –intentó responder.
-Por cierto, ¿qué pasó con ella? –preguntó Burt con interés-. Claro, si se puede saber.
-La verdad no tengo ni la menor idea –Yo se estiró sobre su silla-. En serio no lo sé.
La respuesta no convenció a su amigo, quien terminó arqueando una ceja con su tazón entre manos.
-Veamos, un poco de historia –continuó el panda pensativo-. Durante mi juventud yo era un tipo muy atractivo. ¡En serio! Atraía muchas pollitas –agregó con orgullo, orgullo que se desinfló ante la risa que apenas se podía aguantar su amigo.
-Y entre esas pollitas estaba la madre de tus hijos, ¿verdad? –intentó reconectar el tema para evitar enojar a su amigo.
-No lo sé –el panda dio un largo sorbo a su tazón-. Lo único que recuerdo al respecto fue el tener entre mis brazos a dos conejitos bebés y a mis maestros borrarme la memoria.
-¿Qué? –Burt fue tomado por sorpresa.
-Según mis maestros Woo Foo, debía olvidarme de mis hijos para entrenarlos duramente –le explicó-. Desde ahí simplemente los abandoné y seguí con mi vida.
-¿Abandonaste a tus hijos? –el hombre no cabía en sí de la impresión.
-Si no me hubieran borrado la memoria evidentemente no habría hecho eso –se defendió el panda-. En fin. No volví a saber de ellos hasta que se aparecieron por mi academia a los once años.
-¿Y qué pasó con ellos durante todo este tiempo? –preguntó Burt.
-Me contaron que estaban en un orfanato –contestó-. Se escaparon de allí porque el lugar era muy malo.
-Espera –intervino Burt-. ¿Su madre tampoco se hizo cargo de ellos?
-Puede que también le hayan borrado la memoria –Yo se encogió de hombros bebiendo su café.
-Pero, ¿cómo se enteraron que… cómo supiste que eran tus hijos?
-Básicamente fue en un instante en el que estaba al borde de la muerte –respondió-. Esos momentos pueden romper el shock de cualquier borrado de memoria, ¿lo sabías? –agregó con interés.
Burt no reaccionó. Aún se encontraba procesando la información. No podía creerse que esa historia fuera tan siquiera posible, pero, de una familia de animales antropomórficos todo podía ser posible, ¿no?
-Entonces, ¿ustedes no saben quién es la madre de tus hijos? –pronunció aún en proceso.
-La intentamos buscar durante un tiempo –le explicó-, pero luego de literalmente no tener ninguna pista y de que nadie atendiera a nuestro llamado, simplemente lo dejamos.
El Maestro Yo se dedicó a terminar su café mientras Burt aún procesaba lo expuesto.
-¿Y qué dijeron tus hijos de todo esto? –fue la pregunta que logró sacar en limpio tras su análisis.
-Ellos lograron comprender y aceptar los hechos –el panda dejó su tazón sobre la mesa-. Estuvieron muy motivados a buscar a su madre, pero con los años se aburrieron. Ahora están más concentrados en vivir sus vidas.
El silencio solo era interrumpido por el tic tac de los relojes que adornaban las paredes del lugar.
-¿Y qué hay de ti, Burt? –preguntó Yo de improviso-. ¿Qué pasó con la madre de tus hijos?
El hombre desvió la mirada y respondió:
-No quisiera hablar de eso por ahora.
El panda afirmó con la cabeza.
