Polidrama - Capítulo 26
-Leni, ¿qué es eso de una relación poliamorosa?
La chica se encontraba compartiendo la mesa junto con Lincoln en la cocina de la casa Loud. El lugar se encontraba iluminado con luz artificial, mostrando que el orden impoluto no era bienvenido. Los estantes y el fregadero estaban cubiertos de loza mal ubicada, electrodomésticos, algunos maceteros pequeños con plantas tiernas y manualidades de antaño. El refrigerador se encontraba tapizado de imanes que sujetaban hojas de distinta índole. Junto a este, había una mesa redonda que en tiempos de antaño se hacía estrecha para una familia tan numerosa, pero con solo dos personas compartiéndola, se hacía demasiado grande. Lincoln se encontraba junto a su hermana, observándola con confusión y preocupación. Tras su secuestro, lo habían bombardeado con tanta información que aún no lograba digerir.
-Hay Lincoln, es cuando una persona decide tener dos o más parejas, todos lo saben y todos lo aceptan -respondió una muy relajada Leni. Al contrario de su hermano, ella parecía haber zanjado cualquier conflicto con el pasado, dispuesta a proseguir su camino por la vida.
-Pero -insistió Lincoln aún más compungido por la actitud de la chica-. ¿Cuándo empezó todo esto? ¿Cómo empezó? ¿Cómo conociste a ese sujeto? ¿Por qué?
-¡Espera, espera, espera! -lo interrumpió confundida-. Son muchas preguntas. Vamos por parte.
-A ver -Lincoln respiró pesadamente para detener su mente que volaba a la velocidad de la luz-. Tú estás en una relación amorosa con ese conejo, ¿verdad?
-Ajá -contestó la chica intentando concentrarse en la conversación.
-Y él a su vez está en una relación con Millie, ¿verdad?
-Sí -la chica afirmó con la cabeza.
-Y… ¿Cuándo pasó? -cuestionó frustrado por no entender nada.
-Hace un par de semanas -contestó la chica con inocencia.
El silencio de Lincoln le dio a entender que necesitaba más detalles.
-Resulta que conocí a Yang hace un tiempo -prosiguió-. No recuerdo bien hace cuanto -continuó pensativa-. El tema es que empezamos a salir hasta que su otra novia nos descubrió.
-¿Qué? -Lincoln parecía no resistir más sorpresas.
-Al parecer él estaba saliendo con las dos al mismo tiempo -continuó como si aquella experiencia fuera lo más normal del mundo.
-¿Y qué ocurrió?
-Pues entonces encontré en una revista la solución -anunció con orgullo-: el poliamor. Se lo propuse a ambos, y ambos aceptaron.
-¿En serio?
-Sí -afirmó agitando la cabeza.
-¿Así de fácil?
-Sí -repitió su acto.
Por más que repasaba los hechos, Lincoln no entendía nada.
-¡Hola chicos! -Lynn se apareció en la cocina-. ¿A quién están pelando? -agregó instalándose en una silla vacía junto a Leni.
-Leni me está contando cómo comenzó su relación poliamorosa -le explicó Lincoln-. Y no entiendo nada.
-¡Vaya sorpresa! -exclamó con emoción-. ¿Por qué no me contaste que estabas saliendo con el Maestro Yang?
-No sabía que lo conocías -respondió su hermana.
-Te lo tenías bien guardado, ¿eh? -agregó dándole un suave puñetazo en el hombro, a lo que la chica se rió con su imperturbable sonrisa.
-¿Qué? ¿Acaso no te preocupa que su novio tenga otra novia? -intervino Lincoln sin poder esconder su frustración.
-Tranquilo Linc -respondió Lynn mientras estiraba su palma derecha y esta se iluminaba con una luz celeste claro-, el Maestro Yang es un buen tipo -la manilla del refrigerador se iluminó con una luz similar a la de su mano y la puerta se abrió-. Aparte que es uno de los chicos más codiciados de la ciudad -desde el refrigerador salió una botella de plástico color verde iluminada por la misma luz celeste. Salió a toda velocidad golpeando la nuca de Lincoln antes de llegar a manos de Lynn-. Era más que lógico que terminaría con la chica más increíble de la ciudad, ¿cierto Leni? -le sonrió a su hermana mientras la puerta del refrigerador se cerraba.
-¿Y no te molesta que, por ejemplo, él mire a otras mujeres? -inquirió Lincoln.
-Bueno… Yang no es ciego -respondió Leni ingenuamente, a lo que Lynn se largó a reír.
-Me refiero a… olvídenlo -frustrado, Lincoln aplastó su rostro a la mesa de madera.
-Oye Linc -intervino Lynn tras beber de su botella recién alcanzada-, no puedes preocuparte de esa forma de cada una de tus hermanas. Admítelo -agregó con una sonrisa y el ceño fruncido-, somos once contra uno. Es un caso perdido.
Lincoln despegó la cara de la mesa, observando a su hermana con un signo de interrogación.
-Lincoln, cada una tendrá que vivir su proceso -le explicó Lynn-. Es bueno que Leni se aventure en este tipo de cosas. Ni siquiera recuerdo la última vez que tuvo novio -agregó pensativa-. Además no es tonta.
-¡No es que sea tonta! -Lincoln se reincorporó-. Es solo que ella es… ingenua. Con todo lo que nos está contando, es muy fácil que ese tipo esté simplemente jugando con ella.
-El Maestro Yang no haría eso -Lynn se cruzó de brazos con el ceño fruncido.
-¿Tanto lo conoces que puedes asegurar eso? -Lincoln la observó con seriedad.
La lucha de miradas prosiguió hasta la interrupción de Leni.
-Oigan, ¿es normal que hablen de Leni en tercera persona cuando ella está presente? -preguntó confundida.
Lynn se rió mientras regresaba la botella al refrigerador de la misma forma en que la trajo.
-Eres más graciosa que Luan -comentó.
En ATTV, mientras Emilie rogaba por un papel en la obra, Luan estornudó.
-Oye por cierto -intervino Lincoln-. ¿Cómo se supone que haces eso?
-¿Qué cosa?
-Eso de la botella -aclaró.
-¿Ah? ¿Esto? -la chica iluminó su mano-. Es magia Woo Foo. Ya no tendré que pedir que me pasen la sal en la mesa nunca más -agregó con una sonrisa.
-Creí que ese tipo de magia solo la podían hacer los animales antropomórficos -comentó el chico.
-Eso es lo que la cultura separatista quiere que creas -respondió con seriedad mientras el salero al otro lado de la habitación se iluminaba-. Con los Maestros Yin y Yang aprendí que el Woo Foo lo puede practicar todo el mundo -el salero voló a tal velocidad que por poco y Lincoln no la atrapa.
-Vaya… que curioso -comentó el chico observando el salero que tenía en sus manos.
-Si quieres cuando quieras hablo con ellos y te sumas al entrenamiento -su hermana se estiró sobre el respaldo de la silla.
-No muchas gracias -contestó el chico dejando el salero sobre la mesa.
-Ya llegué.
Millie estaba ingresando a su departamento, siendo recibida por un mórbido silencio. Lentamente, dejó las llaves en el perchero e ingresó paso a paso. Cada pisada, aunque amortiguada por la alfombra del piso, sonaba como un taladro interrumpiendo la calle en hora punta.
Al ingresar al living, se encontró a Yang recostado sobre el sofá. Se encontraba con la mirada perdida apuntando al techo. Su bolso se encontraba descuidadamente tirado en un sofá contiguo. Parecía dormitar con los ojos abiertos, tirado cuan estropajo viejo.
-¿Hola? -Millie se acercó hacia él extrañada por su completa falta de su habitual energía.
El conejo le respondió con un gruñido.
-¿Está todo bien? -volvió a preguntar.
Solo un gruñido fue nuevamente su respuesta.
La chica se acercó hasta estar justo junto al reposabrazos sobre el cual Yang había apoyado su cabeza. Analizó a fondo su mirada en busca de alguna respuesta a su extraña actitud. En ese instante el conejo se pudo reconectar con el presente. Se topó con la mirada de su novia de cabeza.
-¿Ah? -balbuceó confundido.
-¿Ocurre algo? -le preguntó con suavidad y una sonrisa en los labios.
En ese instante Yang se reincorporó y se sentó sobre el sofá. Millie lo acompañó sentándose al lado.
-Veo que ya llegaste -comentó intentando olvidar lo último.
-Sí, en estos días estamos saliendo temprano -comentó Millie.
El conejo rió nerviosamente, a lo que la chica aprovechó de reiterar su inquietud.
-¿Está todo bien?
-Bueno, lo de siempre -contestó Yang recostándose sobre el respaldo.
-Entiendo -Millie se recostó a su lado.
Un instante de silencio amenazó con tragarse a Millie a la misma depresión sembrada en el ambiente, cuando recordó los planes que tenía en mente para ambos.
-Oye Yang -la chica se levantó y le dirigió una mirada directa a sus ojos-, ¿te gustaría ir al festival del pato esta noche?
-No gracias -contestó con desgano.
-¡Vamos! ¡Será divertido! -insistió la chica tomándolo de un brazo-. Además, lo mejor que puedes hacer es distraerte de los problemas. ¿Qué sacas con quedarte acostado mirando el techo?
-Pero Millie -se quejó-, no estoy con ánimos.
-Te prometo que te hará sentir mejor -insistió-. Además en algo debemos aprovechar nuestra noche juntos, ¿no?
Yang centró su mirada en la chica, quien le regaló una dulce sonrisa. La tenía ahí, frente a él, sujetándolo de un brazo. A pesar de todo aún estaba con él. No pudo evitar sonreírle de vuelta.
-¡Ese es el espíritu! -exclamó contagiándose de alegría propia.
El chico se puso de pie y la abrazó por sorpresa. Se perdió en el olor a frutos rojos de su champú. Acarició los vendajes que aún le quedaban en la nuca. Su presencia era comprobada gracias a la calidez que podía sentir. Aún estaba ahí, a pesar de todo. Una fidelidad a toda costa. Una fidelidad que no merecía, pero que aún así recibía. Una confusión de emociones sentida en momentos de debilidad y sensibilidad. La abrazó con más fuerza como una tabla flotante en medio del océano. Millie en tanto, aunque se sorprendió por la repentina jugada de su novio, simplemente se dejó querer. Esperaba que con esto se armara de suficiente ánimo como para salir. A pesar de no ser asidua a salir, quería disfrutar de al menos uno de los eventos del aniversario de la ciudad.
-Te amo -lanzó Yang finalizando el abrazo y mirándola con ojos envueltos en un brillo especial.
Una nueva jugada que no se esperaba la chica. Tomada por la sorpresa no pudo evitar sonrojarse. Yang le sonrió de vuelta, y le regaló un beso en los labios. Lentamente, posó sus labios sobre los de ella mientras la volvía a rodear entre sus brazos. La chica se dejó llevar mientras él intensificaba el beso. Los segundos se convirtieron en minutos mientras que para ellos el tiempo se detenía.
-Tenemos la casa para los dos solos -susurró el conejo una vez finalizado el beso-. Podemos irnos a mi cuarto, o tal vez al tuyo -agregó nervioso mientras respiraba de su aliento.
Caramelos de menta yo te traigo, reina
que sólo son para tí, amor.
¡Twist! Todos bailan el twist.
El carnaval de Anasatero resultó ser una feria al aire libre. Había desde una rueda de la fortuna, una montaña rusa, una casa de los gritos, carritos chocones, entre varias atracciones. El lugar estaba repleto de puestos con todo tipo de juegos y comida rápida. Había desde disparo de dardos, dianas, pesca de peces plásticos y patitos de hule, venta de regalos, dulces, recuerdos. Los caminos entre los distintos puestos se encontraban adornados con guirnaldas de colores y focos brillantes. Parecía que toda la ciudad se había volcado a aquella fiesta. Los parlantes ubicados en todos los rincones difundían música alegre.
-¿Qué es esa música? -preguntó Millie mientras entraba con Yang a la feria.
-Música de los sesenta -respondió el conejo-, específicamente de la nueva ola latina.
Los dos se introdujeron en medio de la marea viva y cargada de una energética felicidad sobre el anochecer de la ciudad. Los gritos y la algarabía eran el común denominador de aquel lugar. Algarabía que paso a paso comenzó a contagiar a nuestros protagonistas. El primer lugar por donde pasaron fue por un carrito de venta de algodón de azúcar. Se la pasaron viendo los puestos de ventas de recuerdos, mirando y comprando algunas chucherías. La temática común que parecía predominar en el lugar era el pato de hule.
-¡Mira Yang! ¡Un patito de madera! -exclamó Millie alegre observando un pequeño patito de pino de solo un par de centímetros de altura. Estaba sobre una plataforma de madera que versaba Recuerdo de Anasatero.
Por el mismo lugar Franco se encontraba paseando junto a su amigo Max. El chico parecía preocupado por ubicar a Millie en aquel mar de gente, mientras que su amigo se preocupaba más por disfrutar de la fiesta. Ya se había comprado una camiseta estampada con un patito de hule, un jockey similar, un bolso con el estampado del mismo tema y un globo inflado con helio y con la forma de un patito de hule.
Cuando Cecilia la incomparable le cantaba al puré de papas, Franco pudo divisar en un puesto de artesanías a Millie.
-¡Max! ¡Ahí está! ¡Ahí está! -exclamó eufórico remeciendo de la manga a su amigo.
-¿Eh? ¿Dónde? -el chico se hallaba con la mirada perdida en las luces de colores de un puesto de tiro al blanco mientras se comía un hot dog bañado en mostaza-. Tal parece que vino acompañada-. Acotó al ver que el conejo la abrazaba rodeándola con un brazo sobre el hombro.
-Y es ahí donde entras tú -le recordó su amigo-. Ve a distraer a Yang mientras me acerco a Millie, ¿de acuerdo?
-Después de comer -Max le sonrió nervioso a su amigo al ver su ceño fruncido ante la respuesta. Acto seguido, se tragó de un mordisco lo que le quedaba de su hot dog.
Luego de que a duras penas Max lograra tragar su comida, se dispuso a encaminarse rumbo a completar su misión. Los siguieron en su justa distancia mientras la pareja se movía sin algún destino particular.
-¡Yang! ¡Viejo amigo!
Frente a un puesto del tiro al blanco, Jobeaux logró reconocerlo y lo interceptó en su camino saludándolo.
-¡Jobeaux! -le respondió con sorpresa y alegría mientras respondía su saludo. Ambos se aferraron de las manos y se dieron un abrazo con una fuerte palmada en la espalda-. ¿Qué haces aquí?
-¡¿Bromeas?! -exclamó con una felicidad desbordante-. ¡No me perdería esta fiesta por nada del mundo! Ni mucho menos perder la oportunidad de invitar a esta bella dama.
En aquel instante recién nuestra pareja se percató de la chica de cabello castaño y sonrisa jovial que la acompañaba.
-Chicos, ella es Fiona -la presentó-. Fiona, quiero que saludes a mi gran amigo, Yang.
-Hola -le regaló una sonrisa-. Soy una amiga de Leni.
-¡Ah! Quizás de ahí recuerdo haberte visto antes -le respondió el conejo.
-Y ella es su novia -Jobeaux le presentó a Millie-. ¿Es la segunda? ¿La tercera? ¿Cuántas tienes? -agregó dándole un codazo a su amigos.
-¡Ya! ¡No me dejes mal parado! -exclamó intentando ocultar su incomodidad.
-Leni me comentó eso de la relación poliamorosa -explicó Fiona-. Tú debes ser Millie, ¿verdad? -agregó dirigiéndose a la chica.
-Así es -afirmó con una sonrisa.
-Sí, recuerdo que estabas en el hospital por un golpe -comentó Fiona.
-Sí, fue hace un tiempo -respondió Millie tocando sus vendajes-. Por fortuna no fue nada grave.
-Eso es bueno -Fiona le sonrió con amabilidad.
-Justo ahora le estaba a punto de regalar a esta amable damisela el premio mayor de este puesto -intervino Jobeaux apuntando hacia un estante al interior del puesto de tiro al blanco. En la última repisa había un reluciente patito de felpa de un metro de altura-. Mira y aprende.
El goblin tomó uno de los dardos plásticos con una afilada punta metálica y concentró su mirada en uno de los blancos más lejanos. Sobre este había un globo color naranja. Cerró un ojo y apuntó hacia su objetivo. Un tiro limpio y el globo se había reventado, dejando el dardo ensartado en el medio.
-¡Primer premio! -un perro de orejas cortas y bastante obeso color celeste le acercó el patote gigante al ganador.
-¡Muchas gracias señor Swart! -exclamó recibiendo el premio-. Señorita, quisiera que aceptara este humilde presente como una muestra de mi estima y mis buenas intenciones -el goblin le acercó el peluche a Fiona.
-Muchas gracias -respondió ruborizándose mientras recibía el obsequio. Al momento de sentir el peso, terminó por caer al suelo aplastada por el patote.
-Parece fácil -Yang se atrevió a entrar en el juego dejando dos dólares sobre la mesa-. ¡Quiero intentarlo! -agregó decidido.
-Como gustes, Yang -el encargado le dio unos cuantos dardos.
-Un momento, ¿cómo sabe mi nombre? -preguntó confundido tomando uno de los dardos.
-¿Qué no te acuerdas? ¡Es tu ex suegro! -le susurró Jobeaux.
En ese momento, Yang centró su mirada en el perro, quien le regaló una mirada maliciosa. Los malos recuerdos fueron finalmente desechados gracias a Sandro, quien a través de los parlantes le cantaba a su muchacha y su guitarra. Se concentró en el blanco más distante con su dardo directo en este. Confiando en su puntería, hizo un tiro directo y limpio. La punta metálica quedó enterrada en el globo ahora celeste, pero no se reventó.
-¡¿Qué?! -exclamó impresionado.
-¡Uh! Mejor suerte para la próxima -el encargado le sonrió maliciosamente mientras se reía para sus adentros.
-¡Pero si dio en el blanco! -alegó el conejo.
-Conoces las reglas, amigos -replicó el perro-, si el globo no se revienta, no hay premio.
Yang le regaló una mirada asesina apretando los puños, lo que aumentaba la sonrisa triunfante de su ex suegro.
-¿Por qué no lo intentas de nuevo? -intervino Millie tomando otro dardo.
Sin que nadie le preguntara nada, la chica lo lanzó hacia otro blanco más cercano. El globo se reventó de inmediato soltando un polvo blanco, mientras que el dardo quedaba enterrado en el medio del blanco.
-¡Primer premio! -exclamó el perro acercándole una pequeña caja del porte de una mano. Era azul marino con una cinta blanca que la rodeaba.
-¿Qué es esto? -preguntó sacando un extraño amuleto. Era una especie de medallón dorado, brillante, ovalado, y con un signo de interrogación grabado.
-¿Qué? ¡Este juego está arreglado! -continuó alegando Yang ofuscado, sin prestar mayor atención al premio de Millie. Ella decidió guardarlo en su bolso.
No te pongas tú celosa
Así con otras bailo el twist
Y no te pongas tú furiosa
Así con otras bailo el rock
Los cuatro continuaron recorriendo la feria, disfrutando del ambiente y de cada una de las atracciones que se encontraban. Unos cuantos más atrás, Franco los seguía junto con Max.
-Increíble que Fiona se haya encontrado una cita -comentaba Max ahora atento a lo acontecido frente a él.
-Solo quisiera que sacaran a Yang del camino -comentó Franco a su lado. La tensión le estaba comenzando a estrujar el estómago.
-Supongo que con más gente será más fácil alejar a Millie -dijo Max.
-¡Excelente idea! -exclamó su amigo triunfante-. ¡Tú! ¡Ve ahora! -le ordenó.
-¿Yo? -le preguntó un Max confundido.
Su amigo afirmó con la cabeza con tal violencia que parecía que su cabeza en cualquier instante saldría volando por sobre la rueda de la fortuna.
Nuestro grupo se encontraba frente a un martillo de fuerza de unos cinco metros de altura, con luces de colores que parpadeaban de forma epiléptica. Jobeaux se encontraba preparando para probar suerte con el martillo frente a él. Se frotaba las palmas recién escupidas, mientras se mentalizaba para alcanzar la campana de la cima.
Tras golpear la base, en un instante oyó el campanazo de la cima, recibiendo los elogios de todos los presentes.
-¡Primer premio! -el encargado le entregó un racimo de rosas rojas que se convertiría en el siguiente obsequio de Fiona.
-Eso parece fácil -comentó Yang decidido.
Fue en este instante en donde Max entró en acción. Pensaba acercarse al grupo de manera casual y distraerlos un poco. Lo que no se esperó es que una de las hebillas de sus zapatos terminó por enredarse en un barril de sidra que había en un costado. Finalmente la caída fue la que atrajo la atención del grupo, seguido de varios litros de sidra que le cayeron encima, empapándolo por completo.
-¿Max? -preguntó Fiona al reconocerlo.
-¡Hola! -exclamó con nerviosismo intentando una pose casual aún tirado en el piso-. Linda noche, ¿no? Bastante refrescante -agregó con mayor seguridad y una sonrisa seductora.
Luego de esto, lo ayudaron a levantarse. Fiona y Jobeaux se ofrecieron a llevarlo a un baño cercano para que pudiera secarse y arreglarse. Se despidieron de Yang y Millie, quienes se quedaron en el sitio. Escondido detrás de un puesto de frutas bañadas en chocolate, Franco se golpeaba la cara con la palma cargado de frustración. Ahora, sin ayuda, la tenía aún más difícil.
Luis Dimas sonaba con aún más fuerza cuando nuestra pareja llegó a la pista de baile. Era una enorme carpa sin paredes y con un piso a cuadros de colores iluminado al ritmo de la música. Había muchas parejas bailando al más puro ritmo del rock and roll de hace más de cincuenta años. El lugar estaba iluminado por guirnaldas de luces y un disco de espejos. Parecía que aquel sitio era el corazón de la feria.
-¿Bailamos? -Yang la invitó extendiéndole una mano.
-¡Claro! -aceptó la invitación tomando su mano.
Caprichosa eres tú
Y es por eso que te temo
Pues no quiero ser un títere
Gobernado por tu amor
Franco se aproximó cerca de la carpa, confiando que las sombras y la multitud lo ocultaran de Millie. Pensaba a mil por hora ideando un plan para lograr su cometido, pero al verla bailar feliz junto al conejo, terminaba por borrar cualquier actividad neuronal.
Mientras tanto en la pista, ambos disfrutaban del momento. El ritmo contagioso invitaba a bailar y disfrutar durante toda la noche. Sentirse en los brazos del otro, la compañía del otro, era lo único que necesitaban para ser felices. Aunque no eran expertos en el twist, pronto terminaron imitando torpemente el baile de los otros, quienes tampoco eran expertos.
¿A qué estamos jugando?
Yo no lo sé
Damos vueltas y vueltas,
Ya se acaba la fiesta
Y ni tu mano tomé.
El chico se armó de valor e ingresó a la pista. Bailando acorde el ritmo, pretendía acercarse casualmente a Millie, saludarla, y de paso intentar crear la oportunidad para bailar con ella. A cada paso los nervios le paralizaban el corazón. Ella no parecía siquiera inmutarse con su presencia. ¡Solo era bailar! Se había repetido un millón de veces incluso antes de salir de casa. Max le repetía que no estaba haciendo nada malo. Incluso si se daba la oportunidad de un beso no estaba haciendo nada malo. A fin de cuentas era una relación poliamorosa, ¿no? Pensar en aquello nuevamente lo congeló en su sitio. Ya era suficiente imaginar un hola entre ambos como para pensar en algo más.
Un loro con gafas y un evidente estado de ebriedad terminó chocando con Yang por detrás, desparramando el contenido de su vaso plástico sobre su camiseta.
-¡Oye! -el conejo se enojó y sujetó del cuello al animal, quien ni siquiera parecía sintonizado con el momento.
-¡Déjalo, Yang! -alegó Millie interviniendo entre ambos-. ¿No vés que está borracho?
El conejo se quedó un instante congelado, con el cuello del loro entre sus manos. Luchaba contra su impulso de mandar a volar a aquel animal antes de que siguiera molestando. Tras la mirada rogativa e inquisitiva de Millie, finalmente lo empujó a un costado. El loro terminó acomodándose en el suelo para comenzar una cómoda siesta.
-¡Chiwa! -exclamó observando su espalda empapada-. Tendré que ir a limpiarme.
-Tranquilo, aquí te espero -Millie le sonrió.
El conejo le dio una mirada rogativa, a la espera de que ella lo acompañara. La sonrisa imperturbable de su novia era una negativa a aquella petición. La fiesta estaba demasiado buena como para abandonarla por nimiedades. Para sorpresa de Franco, pudo ver como Yang la dejaba sola mientras abandonaba la carpa. Su oportunidad de oro se había creado.
Quiero gritar que te quiero, que me desespero
Por ir a besarte, por ir a cantarte
Todas mis canciones que hablan de amor
¡Amor, amor, amor!
Antes de que Millie se diera cuenta, Franco se le acercó y la arrastró al ritmo de Quique Villanueva. Ella se dejó llevar con facilidad, debido al contagiante ambiente festivo del lugar. Comenzaron a dar vueltas por la pista mientras los parlantes entregaban la melodía a todo volumen. Ambos se encontraron cara a cara, chocando con las miradas. Franco le sonrió nervioso, temiendo haberse atrevido demasiado. La sonrisa de la chica fue suficiente aprobación de todo lo que había alcanzado.
La pista de baile había desparecido. Ambos corazones latían con furia. Se sentía como bailar en las nubes, rodeados de un aura fuera de este mundo. Millie no pudo evitar quedar hipnotizada ante la mirada de Franco. La música se perdía en el éter. Eran los únicos que estaban presentes en el lugar. Ambos quedaron embriagados por la magia del momento. Daban vueltas y vueltas, perdidos en la mirada del otro. Franco se sentía más que pagado. Nunca se había atrevido a estar tan cerca de ella. Era algo que había soñado desde hace años, y que finalmente estaba cumpliendo. El éxtasis lo había dominado. Era el momento más feliz de su vida. Luego de eso, sentía que podía morir en paz. Nada ni nadie podría quitarse ese instante.
Millie no pudo evitar sonrojarse. Aquella actitud de Franco era algo completamente nueva y repentina. No imaginaba que fuera tan buen bailarín, ni que se sintiera tan bien estar rodeada por sus brazos, ni sentir su fulgente mirada. Repentinamente se encontraba en el paraíso. Un bienestar placentero la envolvió por completo. Una felicidad que no sabía que siquiera pudiera existir. Se dejó llevar por él, esperando que aquel momento durara para siempre.
Porque yo sé que en un lugar
Del corazón tendrás
Recuerdos de aquel
Amor, amor, amor, amor
Ellos no lo planificaron. Ellos no lo pensaron. Simplemente lo sintieron. Ambos sellaron el momento con un beso en los labios. Una emoción que amenazó con terminar en taquicardia. Franco quería reír, saltar, correr, gritar. La abrazó con aún más fuerza deseando que ese momento jamás se acabara. Un choque eléctrico recorrió el cuerpo de Millie al momento del contacto de los labios. Le parecía todo de ensueño. No le parecía creíble lo que estaba viviendo. El corazón la obligaba a no soltar más a ese chico. Franco valía oro. Ya lo sentía como el amor de su vida, en aquellas ensoñaciones románticas clásicas. Seguían dando vueltas en sus propias emociones, sin un ápice de detenerse.
Aquel mágico primer beso fue seguido de otro, y de otro, y otro. Pronto sus lenguas entraron en un juego que amenazaba con aumentar la temperatura. Las mariposas se fueron multiplicando en el estómago. Cuando Salvatore Adamo entró a la fiesta a través de los parlantes, los lentos se hicieron presente sobre la pista. Fue el momento perfecto para alimentar este amor. Un amor tímido que a la luz de la poesía se atrevía a dar sus primeros pasos. Un amor que invitaba a ambos chicos a iniciar una historia cargada de una sencilla felicidad encontrada en los ojos del otro. Un amor que prometía ser más fuerte que las decisiones de sus portadores.
Y mis manos en tu cintura
Pero mírame con dulzor
Porque tendrás la aventura
De ser tu mi, mejor canción
Yang regresó al lugar. No alcanzó a poner un pie al interior de la pista cuando se topó con la escena. Vio a Millie bailando cariñosamente con otro hombre, mientras se regalaban constantes y atrevidos besos, bajo el manto de una melodía romántica. El dolor en el pecho fue el primer síntoma mientras su cuerpo quedaba congelado en ese sitio. La lucha por no llorar le cortó la respiración. Todo desapareció a su alrededor mientras un extraño frío empezó a envolverlo. Su mente perturbada no le dejaba decidir qué hacer ahora. ¿Enfrentarlos? ¿Marcharse? ¿Dejarlos disfrutar?
En ese momento comprendió que la había perdido.
