Polidrama - Capítulo 27

-¿Martita?

-Hmmm

-¡¿Martita?!

-Mmmm

-¡Martita!

Recién desperté cuando sentí un frío gélido y húmedo en todo mi cuerpo. Millones de agujas se enterraron en todo mi cuerpo, despertándome de golpe. Tragué bocanadas de aire en un afán de mantenerme con vida. Me encontraba sobre el sofá ubicado a un costado de la enorme oficina del alcalde, junto a un ventanal abierto de par en par. El pato me observaba molesto, con el ceño fruncido y un balde metálico entre sus alitas. En ese momento me percaté que estaba completamente mojada, con ropa, pelo y sofá incluído.

-¡¿Qué pasa?! -pude balbucear tras recuperar mi voz.

-¿No crees que olvidamos algo? -me cuestionó con un tono calmo y peligroso.

-No lo sé -contesté aún confundida-. ¿El amnesialeto en Amor Prohibido?

-No.

-¿Lira Loud?

-No.

-¿Cerrar el portal interdimensional para evitar que el patoverso contagie otros universos?

-¿El qué?

-¿El giro de las plumas?

-¡No! -el patito estalló con la paciencia agotada-. ¡El panda! ¡Se supone que me iba a reunir con él!

-¡Aaaaahhh! -exclamé recordando el caso-. Se supone que debías hablar con él hace tiempo.

-¿Y qué pasó? -el patito frunció el ceño aleteando con desesperación.

-Pues -mi menté recorrió mis recuerdos hasta que me percaté del pequeño gran error. La vergüenza comenzó a notarse en mi cara-... creo que la agendé al mismo tiempo que tu entrevista en la televisión -le dije jugueteando con mis dedos.

-¡¿QUÉ?! -el patito volvió a dar un salto que por poco choca con el techo cinco metros arriba-. ¡¿Acaso no sabes la importancia de esta reunión?! -en su caída se abalanzó sobre mí tirándome al suelo.

Yo me cubrí la cabeza con las manos mientras que el pato comenzó a darme picotazos por todos lados. Nunca le dije que sus picotazos no duelen, o se acabaría la magia. Mientras, le servía para desahogarse.

-¡De esta reunión puede depender el futuro de Anasatero! -me gritó balbuseante mientras seguía con su ataque-. ¡Debería darte vergüenza ser tan desorganizada con mi agenda!

-Pero… así… soy… con todo… -repliqué aún en el suelo, provocando que la velocidad de ataque se duplicara.

-¡Bien! -tras un minuto el patito se cansó. Se instaló delante mío a centímetros de mi cabeza y una mirada de pocos amigos-. ¡Ve por el Maestro Yo! ¡Ahora!

Poco a poco levanté la vista, encontrándome con la seriedad de mi jefe.

-¿Ahora? Se refiere a…

-¡Ahora! -me gritó hasta quedar medio sorda.

Aquel grito me dio la suficiente energía para ponerme de pie de un salto y dirigirme en modo automático hacia la salida.

-¡Voy, voy, voy! -exclamé mientras mis piernas me guiaban hacia las puertas dobles de roble que adornaban la entrada.

No alcancé a tocar el picaporte, cuando ambas puertas se abrieron de golpe. Fiona Manson y Lina Swart ingresaron a grandes zancadas, una mirada seria, y unos cuantos papeles en la mano. Se dirigieron directamente hacia el patito.

-Señor Torres -vocalizó Fiona mientras se acercaba-. Encontramos evidencia de presencia de T-014E en el aire durante el Carnaval de Anasatero anoche, y que resultó ser una Feria.

-¿Qué? -preguntó extrañado el pato mientras la periodista le mostraba los papeles practicamente en la cara.

-El T-014E es un químico mágico que les da a sus víctimas la sensación de enamoramiento. Es catalogado como una pócima de amor y su uso está prohibido sin el consentimiento de las personas en el estado de California -sentenció Fiona, martillando cada palabra en la mente del patito.

-Si la comunidad se entera de tu acto, tus días como alcalde se terminarán -agregó Lina cruzándose de brazos.

Nervioso, el patito observó para todas direcciones en busca de ayuda, sin poder controlar unos cuantos pequeños graznidos.

-¡Martita fue! -logró exclamar finalmente-. ¡Ella lo hizo! ¡Ella hizo todo! -agregó acusándome antes de lanzarse por el ventanal.

Ambas chicas se voltearon hacia la salida. Yo me había ido.

Correr. Correr. Correr. Un pie frente al otro. Un ritmo constante que al principio desgasta, especialmente si no tienes la costumbre de correr. El sol de la mañana, con el correr de la mañana, aumentaba su intensidad. El aire fresco pronto se hizo pesado. ¿Sabes lo que es correr? Te duelen las piernas, el corazón amenaza con reventarse, te falta el aire, te duele la garganta, te suda todo el cuerpo, te sientes pegajoza. La gente que aparecía frente a mí, pronto quedaban atrás. No había mucho que pensar, ni fuerzas, ni ganas para hacerlo de todas formas. Solo era cosa de disfrutar el presente. El presente era simplemente correr. ¿A dónde? Ni fruta idea.

Cuando todos los malestares se vuelven costumbre, comienzas a valorar otras cosas. Pronto me di cuenta lo lejos que estaba del ayuntamiento. ¡Y sin el patito! Cruzaba por calles y recorría lugares que jamás había visto en persona. La ciudad tenía vida propia. Cada quien estaba centrado en sus asuntos. Muchos eso sí, levantaban la vista de sus quehaceres para verme pasar. Después de todo, era un espectáculo andante. Los humanos hiperrealistas prácticamente se extinguieron desde la fundación de la ciudad, y a ninguno de afuera le interesa mudarse precisamente a esta ciudad. Eso sí, no existió el cruce de palabras. Al intentar saludar, la falta de aire cortaba mi voz, y no quería detenerme. Quería acabar con mi tarea antes de olvidar qué estaba haciendo.

Había oído hablar del muro divisorio entre la comunidad de animales antropomórficos y los humanos durante décadas en medio de la ciudad. Aunque de este muro solo queda el recuerdo, es un recuerdo muy fuerte. Me dio un escalofrío tremendo cruzar aquella línea imaginaria. ¿Tan lejos he llegado? Nunca antes había cruzado esa línea, ni siquiera con el pato. Según él, no es tan querido en esa zona. Me pregunto por qué será. ¡Alto! ¡Piensa menos, corre más! Simplemente corre.

El sol se había posado sobre mi cabeza, marcando las temperaturas más altas de la jornada. Me recordó el verano en Chillán. ¿Saben cuánta calor puede haber en esa ciudad en pleno verano? Literalmente las tardes de Enero se encuentran más vacías que en plena cuarentena. Puedes acostarte en la mitad de la calle con el único peligro de morir frito con el calor. Sentía como si las suelas de mis zapatos comenzaran a pegarse en la acera, costando aún más dar cada paso. Me sorprendía que muchos animales -varios de ellos peludos- pudieran andar como si nada por las calles. Era mejor no meditar tanto en eso, y concentrarme en seguir corriendo.

¿Destino? A pocas cuadras por fin pude visualizarlo. La famosa academia del Maestro Yo me saludaba con su letrero en la entrada de sus paredes de concreto que la protegían. Las puertas abiertas me invitaban a ingresar más a fondo, hasta la mismísima entrada. La imagen del panda, coincidiendo con el objetivo de mi búsqueda posaron una sonrisa en mi rostro. Fueron estos metros los más difíciles. Mi cuerpo me dijo te falta poco, no me necesitas, trayendo de regreso todos los achaques del principio. Temía que al detenerme finalmente todo el dolor me alcanzaría.

Y así fue. Me detuve, toqué el timbre, y el dolor me tiró al suelo. Respiraba como si hubiera aguantado la respiración por media hora. El sudor se convirtió en el aceite que me hervía a fuego lento bajo el sol. No hubo señales de vida en ese lugar. A duras penas, rodeé toda la academia. Se encontraba totalmente cerrada. Me arrastraba porque las piernas me dolían un montón. Desde el ayuntamiento hasta la academia había corrido cinco kilómetros en una mañana. ¡En una mañana! Aún no entiendo cómo sobreviví ante aquella maratón. Me instalé a la sombra para descansar. Aunque el calor y el sudor pegajoso no desapareció, al menos no sentía que me estaba quemando.

Cuando mis piernas decidieron responder, me puse de pie. Cuando intenté moverme, nuevamente se activó la acción turbo y me fui corriendo hacia un nuevo destino. A unas cuadras de la academia, había un edificio en construcción. No sabía exactamente qué clase de edificio era. Era una mezcla entre casona antigua, edificio cuadrado y bola de disco gigante. Sobre las vigas había muchos trabajadores de la construcción instalados en su almuerzo. Eran animales de todas las especies, aunque a primera vista sería un excelente juego adivinar de qué especies eran. Todos se encontraban con sus cascos de colores, camisas blancas sudadas y manchadas, y enormes guantes de cuero. Pude reconocer a Roger junior y a Jobeaux entre los trabajadores. Me detuve de golpe, y sin dejar de mover las piernas, los saludé:

-¡Hola! ¿Alguien sabe dónde está el Maestro Yo? -me sorprendió que mi voz salió fuerte y clara a pesar de que me estaba volviendo a faltar el aire.

-¿El Maestro Yo? -repitió Roger-. Pues lo ví irse con Yin hacia el centro esta mañana.

-¿Se fue al centro? -intenté confirmar mientras ya me veía corriendo de vuelta, con toda la decepción, esfuerzo desperdiciado y cansancio extra que implicaba.

-¡Sí! -secundó Jobeaux-. Supe que le gusta ir a un lugar llamado La Casa del Canje.

-¿La Casa del Canje? -Roger le preguntó extrañado.

-Eso fue lo que le oí a la mamá de Carl o algo así -Jobeaux le dio un mordisco a su sándwich de mantequilla de maní con despreocupación.

-¡Búscalo allí! -me gritó Roger desde la viga.

-¡Está bien! ¡Gracias! -me despedí con la mano antes de volver a correr.

Solo cuando nuevamente superé todos los dolores con el extraño poder de la mente me percaté que el camino hasta La Casa del Canje sería más largo que el camino hacia el ayuntamiento. Aquella tienda quedaba un tanto más al norte de la ciudad, por lo que literalmente debía atravesar como tres cuartos de Anasatero a trote limpio. Lo peor es que se venían las horas de mayor calor y había olvidado tomar agua.

Aquella mañana Yang había llegado a su trabajo con el corazón destrozado. Desde el momento de presenciar el beso, decidió ocultar lo visto. El nudo en su garganta, las ganas de llorar, el dolor en su pecho, se hicieron presente en su ser. No quería sentirse así, y no entendía por qué se sentía así. Él había hecho lo mismo en el pasado. No tenía derecho a reprochar. Era un milagro que Millie aún siguiera a su lado a pesar de la montaña rusa que ya habían cruzado. Se ordenaba a sí mismo dejar de sentirse así. ¡Estaba en una relación poliamorosa por todos los cielos! Este tipo de cosas prácticamente formaban parte del trato. Pero se sentía así de mal. No le quedó de otra que ignorarlo con todas sus fuerzas. Decirle a alguien era abrir un punto débil que lo dejaría desprotegido. Era algo que no estaba dispuesto a afrontar.

-En serio Yang, has estado más raro de lo normal.

Por más decidido que estuviera en forzar la vuelta de página, no podía escapar a la mirada inquisidora de su hermana. Ambos se encontraban a la hora de almuerzo en la oficina que tenían en el gimnasio. Ambos sostenían un taper con verduras salteadas. Desde lo ocurrido en ataque al restaurante, Yin decidió preparar el almuerzo de ambos en la academia, para traerlo al centro y cocinarlo en el microondas que ella encontró en la academia.

-¿De qué estás hablando? -Yang intentó desviar el tema, pero su voz un tanto temblorosa lo delató.

La coneja dejó el taper sobre la mesa, entrelazó sus dedos dejando sus codos sobre la mesa, y le regaló una mirada penetrante que simplemente lo congeló.

-¿Está todo bien en casa?

¡Chiwa! Yin era muy acertada a la hora de leer sus señales. Muchos podrían atribuírlo a la intuición de gemelos, pero él simplemente sabía que ella tenía una mejor atención al detalle, a diferencia de él y su TDAH. Cuando le regalaba aquella mirada, sabía que no tendría escapatoria. Pronto, comenzó a cuestionar qué tan malo sería contarle lo visto el día anterior. O era eso, o seguiría insistiendo hasta acabar con la poca cordura que le quedaba tras fingir que no ocurría nada por tantas horas.

Intentó hablar, pero la voz lo abandonó, al igual que su discurso. ¿Qué le diría después de todo? ¿Que ella tenía razón y él estaba equivocado? ¿Que se lo merecía? ¿Que su relación poliamorosa era un total fracaso? Apretó los labios y desvió la mirada con el ceño fruncido. A fin de cuentas sería una mala idea contarle.

-Yang -su voz suave nuevamente atrajo su mirada-, entiendo que has pasado por algo grave con Leni, y sospecho que algo te ocurrió con Millie anoche, pero sea lo que sea que haya ocurrido, tú sabes que siempre voy a estar a tu lado, como lo he estado hasta ahora.

Esa voz sonaba comprensiva, compasiva, hasta maternal. Eran pocas las ocasiones en las que se la dedicaba a él, y se sentía raro. Le daba un escalofrío mezclado con una vergüenza que deseaba jamás volver a atravesar. A fin de cuentas ella era la persona más cercana que tenía en su vida. Era quien más tiempo lo había acompañado en su vida, estando junto a él desde antes de nacer. Era un peso que por más que quisiera ignorar, no podía borrar.

-Yang -se atrevió a proseguir-, sabes que puedes contar conmigo -le sonrió.

Él sabía que ella era experta en usar técnicas de manipulación para conseguir lo que quería. Ingenuamente, no pudo evitar volver a caer.

-Ayer ví a Millie besando a otro -trató de ser lo más conciso para evitar alargar el trago amargo. Cuando el sabor es intenso, lo sientes hasta por la nariz, o en el caso de nuestro conejo, en la garganta. Apretó los puños alrededor del tenedor, a la espera de cualquier reacción de su hermana. Que haya hablado no quiere decir que le permitiera burlarse de algo tan delicado.

El silencio lo obligó a regresar su vista desviada. Sus facciones no habían cambiado. Aún lo observaba con esos ojos conciliadores que le comenzaron a incomodar. No sabía si era mejor que largara su risotada a que se quedara viéndolo así.

-De verdad lo lamento mucho -comentó finalmente-. ¿Has hablado con Millie sobre el tema?

-¡¿Cómo crees?! -soltó Yang alarmado-. ¡Ella ni siquiera sabe que yo lo sé!

-Es que si pasó eso es por algo -alegó la coneja-. ¡Tampoco te puedes quedar callado ante eso!

-Escúchame -Yang habló con dureza-, este es mí problema, y yo sabré cómo solucionarlo.

-Está bien -aceptó su hermana tomando nuevamente su taper con comida-. Por mi parte es el único consejo que te puedo dar.

Yang la observó con una ceja arqueada mientras intentaba convencerse de lo que acababa de ocurrir. Aunque no era una reacción que se esperara, la agradecía. Por un momento sintió aquella cercanía especial con ella que se avergonzaba de admitir que existía. Un caldero de emociones hervía a fuego lento en su interior. Abrumado y confortado. Tranquilo y nervioso. Confundido, perdido y perturbado.

¿Qué rayos fue eso?

A punta de una carrera maratónica, finalmente llegué a la Casa del Canje. El imponente edificio ubicado en plena esquina se encontraba rodeado por objetos extraños en sus aparadores. Una escafandra me saludaba desde la entrada. Sobre aquellas puertas de vidrio, por el lado interior, colgaba un letrero blanco con letras rojas que versaba CERRADO.

¡Maldición! Mis pies, contrario a detenerse, dieron la media vuelta y me siguieron arrastrando al ya acostumbrado ritmo hacia quién sabe dónde.

La tía Pía se encontraba más vacía que de costumbre. Es que con más de treinta grados de calor a la gente no se le suele antojar pollo frito, menos en un lugar que por culpa de los hornos duplicaba la temperatura interior. Ese no fue problema para Millie y Franco. La salida temprana de sus trabajos no implicaba necesariamente tener pausa para almorzar. Llegaron al restaurante y pidieron un pollo entero para ambos. Hablaron poco. El calor, el hambre y los frescos recuerdos los enmudecieron.

La radio era lo que resonaba aquella hora en el local. Transmitía música tropical con una que otra intervención del locutor y graciosos comerciales. Todo en un desesperado intento por olvidarse de la ola de calor que azotaba la ciudad.

-Aquí estamos nuevamente en Radio Emepetres -se oyó una energética voz juvenil-, cuando ya son las cuatro de la tarde en punto, y la temperatura está alcanzando los treinta y cuatro grados de calor -se oyó el sonido de unas olas-. Tenemos noticias. Escándalo reveló una investigación del departamento de prensa de ATTV -se oyeron unos -se oyó el efecto de sonido de chan chan ¡chan!-. Resulta que en las últimas festividades públicas que se han realizado en el contexto del aniversario de la ciudad se encontraron vestigios del químico T-014E, especialmente durante el carnaval de anoche -otro chan chan ¡chan!-. Para los que no saben, el T-014E provoca una sensación de enamoramiento, por ejemplo, puede empujarte a besar a ese amigo que te acompañó ingenuamente a la feria anoche -se oyeron un par de besos-. ¡¿Cuántas infidelidades habrán ocurrido anoche?! Igual debí haber ido, quizás con el químico ese me podría haber saltado la liebre -se oyeron unas risas-. Pero bueno, se nos acabó la fiesta a los solteros, ¡pero no en radio Emepetres! ¡Con ustedes la mejor música para bajar las calores!

Cuando la cumbia se tomó el dial, la pareja se encontró con la mirada. Siguieron comiendo en silencio, pero sin despegar la vista mútua. Sabían qué decir, pero no querían ser la primera persona en romper el silencio.

-Al final lo del beso no fue nuestra culpa -Millie se atrevió a romper el silencio con las manos en la grasa.

-¿Qué beso? -cuestionó Franco nervioso.

-Exacto -afirmó Millie con una sonrisa.

-¡¿Cómo que qué beso?! - lo increpó Max.

El chico paseaba exasperado por el living de su departamento luego de que su amigo le contara de su día sentado en el sofá.

-¿O sea hice el ridículo ayer para nada? -agregó molesto.

-¡Lo siento! ¡Entré en pánico! -respondió el chico agarrándose la cabeza.

-¡O sea todo lo que avanzaste anoche lo tiraste por la borda! -lo continuó recriminando.

-¡¿Ahora qué hago?! -Franco entró en desesperación-. ¡De verdad que siento que no me la puedo!

-¡Claro que te la puedes! -Max lo sujetó de los hombros con firmeza y desesperación-. Solo tienes que aceptar y entrar a esa relación poliamorosa.

-¡¿Qué?! -Franco terminó aturdido.

-Si ese conejo quiere compartirse entre dos mujeres, tiene que aceptar compartir a sus mujeres -la mirada decidida de Max era una inspiración para su amigo.

-Pep-pero -esa idea aún rebotaba en su cabeza sin poder comprenderla del todo. Simplemente no se imaginaba teniendo algo con Millie, y con Yang en el medio. La tan sola idea de tener algo más que una amistad con Millie le aterraba. ¿Entrar en una relación poliamorosa? Le estaban pidiendo demasiado.

-Llegaste lejos con ese beso -Max continuó-. ¡No puedes renunciar!

-¡No puedo! -respondió contagiándose por el momento.

-¡El amor viene solo una vez en la vida!

-¡Solo una vez!

-¡No la puedes dejar ir!

-¡No puedo!

-¡No importa cuántos conejos se interpongan!

-¡No importa!

-¡Vas a ir a por su corazón, campeón!

-¡A por su corazón!

-¡Y me invitarás a esas birras!

-¡Lo haré! -exclamó poniéndose de pié de un salto, su mirada decidida era más penetrante que la de un supersayayin.

Corriendo llegué hasta la Plaza Central de Anasatero. El lugar estaba lleno de vida. Se escuchaba una banda al aire libre. Había puestos de artesanía y de comida rápida repartidos por todos lados. Los chicos estaban reunidos en la pista de skate. Los ancianos paseaban con tranquilidad. Los niños jugaban a la pelota. Las parejas descansaban bajo los árboles. Todo era observado bajo la atenta mirada del Caballero Desconocido en forma de estatua. Desde el suelo hasta la punta de sus espadas al aire, incluyendo su base, fácilmente alcanzaba los veinte metros. Estaba hecho de un extraño acero negro que según la leyenda no podría destruírlo ni una bomba atómica.

Llevaba corriendo prácticamente todo el día. Claro, la carrera desde la Casa del Canje a la Plaza Central no era tan grande como la carrera hasta la academia del Maestro Yo, pero con las máximas temperaturas sobre la ciudad se hizo un infierno. A esta altura era indolente al cansancio, lo cual fue un grave error. Fue apagar la alarma de incendio ad portas de un incendio. Cuando pasaba frente a la estatua del Caballero Desconocido mi cuerpo no resistió más y caí desmayada.

Apenas abrí los ojos, lo primero que vi fue un cono de helado frente a mis ojos. Cuando tuve la impresión de que era para mí, lo tomé y lo probé de inmediato. Aquel helado de piña literalmente me devolvió la vida. Su azúcar me despertó como si fuera bebida energética. Su frío apagó los quinientos grados de calor que llevaba aguantando. Su contundencia apagó el hambre y la sed que había olvidado que tenía. Rápidamente me lo devoré de un par de mordiscos. El congelamiento cerebral fue irrisorio al lado del bienestar generado.

-¿Estás bien?

Alcé la vista y pude reconocer a Coop Burtonberger. Estaba de pie junto a la banca en la que me encontraba. Descubrí que seguía en la misma Plaza Central, pero a unos cuantos metros de mi caída. Estábamos bajo la sombra de un cipre. El chico me observaba con una mezcla de curiosidad y preocupación.

-Sí, estoy bien -contesté-. Gracias por el helado.

-Por nada -Coop se sentó al lado mío-. ¿Qué te pasó?

-Nada, estoy bien -contesté nerviosamente.

-Ví que llegaste hasta aquí corriendo y te desmayaste en la mitad de la plaza -me explicó.

-¡Ah sí! -exclamé una vez descubierta-. Estuve corriendo un poco mucho hoy día.

-¿Por qué corrías?

-Porque -en ese instante el vacío fue la única respuesta de mi cerebro-... ¡Oh cielos! ¡Lo olvidé! -exclamé entrando en pánico-. ¡El patito me va a matar!

-¡Tranquila! -exclamó el chico-. Quizás te puede servir volver sobre tus pasos para recordar a lo que ibas.

-¿Quieres que recorra medio Anasatero? -lo miré con el ceño fruncido.

-¿Recorriste medio Anasatero? -preguntó extrañado.

-Sí -afirmé-. Llegué hasta el límite sur.

-¡Hasta el límite sur! -el chico parecía impresionado.

-Lo malo es que soy más de quedarme dieciséis horas frente al computador y menos de salir a correr -le confesé nerviosa.

Coop parecía no reaccionar ante aquel último comentario. Fue en ese instante que me percaté que tenía algo extraño en su pantorrilla izquierda. Era como un yeso robótico, con foquitos apagados y un estilo cibernético. Parecían las pantorrilleras de cyberpunk 2077.

-¿Qué es eso? -aproveché el silencio para preguntarle por su pantorrillera.

-¡Oh! ¿Esto? -el chico levantó su pierna-. Me lo puso la policía antes de soltarme.

-¿Y por qué? -ahora era mi turno de sorprenderme.

-Nunca hagas enojar a una gata policía feminista -Coop bajó su pierna.

-Eh, okey -su comentario dejaba más preguntas que respuestas.

-Me lo pusieron para no acercarme a más de trescientos metros de la persona que supuestamente secuestré -se notaba la molestia y el pesar en su voz.

-¡Ah! El caso de Leni -comenté-. Fue un caso muy bullado en Anasatero -expliqué al recibir su mirada confusa.

-Mi hermana desactivó el aparato -prosiguió con su relato-. Ella estudió informática.

-Ah, que bien -comenté-. Al menos podrás acercarte a Leni sin problemas.

-Pero no pudo quitármelo -continuó con pesar-. Me dijo que el Caballero Desconocido podría quitármelo, pero no funcionó. Le dí un par de patadas a la estatua, pero esta cosa no se rompe -agregó ya molesto.

-¡Así no funciona! -intervine con energía-. ¡Sígueme!

De un salto me puse de pie, pero al dar los primeros pasos mis piernas no respondieron y caí de rodillas.

-¡Cuidado! -Coop me levantó pasando mi brazo por detrás de su cuello-. ¿Por qué no dejamos eso para otro día? -comentó preocupado.

-Es aquí cerca. ¡Vamos! -insistí.

Lo guié hasta los pies de la estatua. El Caballero Desconocido se veía imponente desde ese ángulo. Su postura triunfante se remarcaba por las luces de los primeros rayos del atardecer.

-¡Oiga! ¡Señor Caballero! -le grité a la estatua con todas mis fuerzas-. ¡Necesito un favor!

En ese instante la estatua comenzó a moverse. Se oyó un ruido de ultratumba que atrajo la atención de todo el parque. Coop se cayó de espaldas ante el susto. Si no fuera porque logré safarme a tiempo de él, me habría arrastrado al suelo. El Caballero bajó sus espadas hasta el suelo, puso una rodilla en tierra, y se agachó para estar lo más cerca que podía de mí.

-¿Podría quitarle esa cosa que tiene en su pantorrilla? -le pregunté ya en un tono más bajo mientras apuntaba hacia Coop-. Por favor.

La estatua se volteó hacia el chico. El pobrecito se encontraba tirado en el suelo, observando a la estatua cargado de terror. Estaba pálido, y probablemente más sudoroso que yo. La estatua se puso de pie y apuntó su espada derecha hacia Coop.

-¡No te muevas! -corrí hacia él y lo sujeté de los hombros para que no se escapara-. Y no te alejes, o se le hará más difícil.

-¡Claro! ¡Para tí es fácil decirlo! -exclamó aterrado.

El Caballero Desconocido acercó la punta de su espada a centímetros de la pantorrilla. El chico temblaba temiendo perder su pierna. Un rayo negro salió de la espada, chocando y rodeando a la pantorrillera del futuro. se oyó un click y el aparato cayó al suelo partido en dos.

-¡Muchas gracias! -le agradecí al Caballero mientras me despedía agitando la palma.

Como respuesta, la estatua regresó a su sitio exacto previo a la intervención.

Pasaron varios minutos para que Coop se convenciera de lo que había ocurrido. Se puso de pie, con la pantorrillera entre sus manos, sin poder creerse lo que acababa de ocurrir.

-¿Pero cómo sabías esto? -me interrogó.

-Son algunos trucos que aprendes trabajando con el patito -le respondí.

-¿Por qué? -balbuceó.

-Era lo mínimo por el helado -contesté con una sonrisa-. Ahora debo recordar qué quería el pato -regresé a mi seriedad y preocupación.

-Está bien, pero no vuelvas a correr -me aconsejó el chico.

-Trataré de tenerlo en mente -acepté.