Polidrama - Capítulo 29
-Oye Coop.
Era el año 2014. Eran días tranquilos en que Instagram comenzaba a atraer al público de Facebook, Whatsapp se hacía relevante y un perro araña mutante atraía la atención en Youtube. La música latina estaba llamando la atención sobre el público angloparlante. Todo el mundo deseaba un Iphone 6. Eran buenos días para ser adolescente, pero no tan buenos para vivir en Anasatero. La crisis económica había atravesado la frontera hacia el norte. La inflación y constantes ataques del sur reducían la cantidad de comida que podía instalarse en la mesa. Por fortuna, a los Burtonberguers no les afectó demasiado los coletazos de esta crisis, logrando mantener una vida relativamente normal.
Aquella noche de verano ambos hermanos se encontraban terminando de cenar. Mientras, su padre se había apresurado para abandonar la mesa y subir a su oficina para ordenar sus finanzas y la de su tienda. Aún vivían en su antigua, familiar y enorme casa en Bootsville. Había sido herencia de sus abuelos, quienes la habían recibido de la familia materna de su abuela. A través del ventanal de la cocina se podía observar el patio iluminado gracias a las luces del interior. Ambos se encontraban en el postre: un sencillo pote de yogurt de vainilla.
-¿Sí? -el chico levantó la cabeza observando a su hermana. En aquel tiempo, Coop era un muchacho de unos dieciséis años. Aún se encargaba de conservar su peinado de copete sobre su cabello castaño, mientras le gustaba usar camisetas estampadas con cualquier mensaje aleatorio bajo una chaqueta roja con blanco.
En aquellos años Millie era una chiquilla de unos trece años. Aún conservaba su moño rosa y sus lentes de marco grueso -que estaban de moda en aquellos años-. Aunque su carácter molesto se había suavizado con la llegada de la adolescencia, aún mantenía cierta distancia y apatía con su hermano. Era más bien para evitar verse afectada por la lluvia de problemas que el chico solía acarrear a donde fuera que pasaba.
-¿Tú sabes qué fue de mamá?
Esa noche debía dejar toda discrepancia con su hermano. El paradero de su madre era una duda que la estaba carcomiendo desde que Phoebe se puso insistente con el tema. Su amiga vivía con su padre en Bootsville, mientras que su madre se había quedado en México. Luego de eso, la instó a retomar su búsqueda de respuestas. Cuando Millie tenía seis años, con su inocente curiosidad le preguntó a su padre respecto del paradero de su madre. Pudo verlo inicialmente cambiar de tema. Tras una ferviente insistencia por parte de la pequeña, finalmente Burt decidió enfrentarla y hacerle jurar que jamás volviera a preguntarle aquello. Fue el temor que vió en sus ojos lo que la empujó a aceptar ese juramento. Aquella noche del 2014 intentó probar suerte nuevamente, esta vez con su hermano. En el fondo, apostaba a que él tampoco tenía la menor idea, y planteándose la duda, la ayudaría a encontrar la verdad.
-¿Qué? -balbuceó el chico quedando congelado con la cuchara cargada de yogurt a medio camino.
-Pues… eso -respondió temerosa. Aquella mirada temblorosa era la misma que la de su padre. Estaba comenzando a temer que no fue una buena idea hacerle esa pregunta. Era seguro que algo ocultaban, pero era algo que le prohibirían saber.
El silencio incómodo se desplegó entre ambos. Coop la observó como si estuviera frente a su torturadora. Millie pensaba en la forma de dar vuelta la página, sin querer soltar su duda ni sus ansias de respuestas.
-Olvídalo -la chica regresó su yogurt intentando desviar la mirada. En su mente, la interrogante se hizo inmensa. ¿Qué es lo que sabía Coop? ¿Sabía lo mismo que papá? ¿Qué pasó con mamá?
-Escúchame Millie -la seriedad en el tono de su hermano la obligó a voltearse hacia él. Su mirada había cambiado a una seriedad y molestia nunca antes vista-. No vuelvas a preguntar eso. ¿Entendido?
Aquel tono no le daba derecho a réplica. Aún así, estamos hablando de Millie Burtonberguer. Alguien como Coop no iba a prohibirle cosas así sin más, más aún si se trataba de un tema de tal magnitud como era conocer el paradero de su madre.
-Pero Coop… -intentó replicar mostrando enojo.
-¡Pero nada! -primera vez que un grito suyo le infundió temor-. No vas a volver a preguntar sobre mamá. ¡Nunca más!
Él estaba frente a frente a ella, sujetándola con fuerza de los hombros. En otras circunstancias, esto hubiera sido suficiente para regalarle un golpe de artes marciales para lanzarlo a través de la ventana por atreverse a tocarla y amenazarla. Lo que la detuvo fue esa mirada. Una mirada sombría. Una mirada perturbada. Una mirada que, de ahondar un poco más, lo llevaría a la locura. Las interrogantes se acrecentaron en ese momento, pero las respuestas eran una bomba de tiempo.
-Sí, sí, ya te oí. No volveré a preguntar -contestó con apatía ocultando sus emociones mientras le daba un empujón para alejarlo de ella.
A pesar de sus dudas, nunca más volvió a preguntar sobre su madre.
-Oye, ¿dónde coloco esta cosa?
Mille había llegado a su departamento junto con Yang luego de comprar el proyector holográfico para Emilie. Aquella pregunta la arrancó de ese recuerdo aleatorio que le llegó de la nada a la cabeza.
-Eh, debajo de la mesa hay espacio -contestó apuntando a la mesa de medialuna.
El conejo cargaba con una enorme y pesada caja de madera sobre su espalda. Con cuidado, la dejó en el suelo y la arrastró hasta dejarla debajo de la mesa. Mientras estaba de rodillas ajustando la caja en un rincón donde no molestara los pies de nadie, se le vino a la mente el recuerdo de su hermana.
¡Habla ya! ¿Quiéres, tonto?.
Sabía que tarde o temprano llegaría el momento de quedarse a solas con Millie. Tenía un importante asunto pendiente con ella. Fue una enorme salvación el hecho que mientras iba camino a casa ella lo llamara para que la ayudara a traer una compra importante de la tienda de tecnología. Aunque sabía que esto no le iba a salvar de la hora de la verdad, agradecía el distendimiento del tiempo.
El conejo se puso de pie y se volteó hacia ella. Millie se encontraba ahí, de pie, con la mirada perdida.
-¿Está todo bien? -se atrevió a preguntar temiendo que la hora de la verdad había llegado.
-¿Eh? Sí, si, todo bien -la chica se instaló en uno de los asientos en torno a la mesa de medialuna. Su novio se sentó en la silla contigua.
El silencio se desplegó entre ellos, generando un ambiente insoportablemente incómodo. Ambos al mismo tiempo extrañaron a Leni, quien solía quebrar estos momentos con sus intervenciones improvisadas. Yang golpeteaba con sus dedos la superficie de madera. Un suspiro de Millie fue la excusa perfecta para romper el hielo.
-¿Ocurre algo? -insistió el conejo.
El tema de su madre nuevamente había ocupado el centro de sus pensamientos. Ni siquiera sentía que fuera un buen momento para meditarlo. Tanto tiempo la habían dejado con la conclusión de que jamás sabría de su madre. Miró a su pareja a los ojos y vió un dejo de preocupación en su mirada. Yang no era ni su padre ni su hermano. Tal vez si le contaba su inquietud podría recibir la ayuda necesaria para dar un paso más en busca de la verdad.
-¿Tú qué sabes de tu mamá? -lanzó su pregunta.
-Absolutamente nada -respondió con naturalidad.
-¿Cómo? -aquella respuesta la tomó por sorpresa. Ella sabía que el panda era el padre de su novio, pero jamás había recibido noticias sobre su madre.
-Tú sabes que mi hermana y yo vivimos en un orfanato hasta los once años, ¿verdad? -le explicó Yang.
-Ajá -aceptó la chica. Ese sí era un dato que habían conversado con anterioridad.
-Y que nos escapamos para ir a parar a la academia del Maestro Yo -continuó.
-Sí -Millie afirmó con la cabeza.
-Fue en eso cuando nos enteramos de que él era nuestro padre -prosiguió el conejo.
-¿Y qué pasó entonces?
-Él había perdido la memoria sobre nuestra existencia -le explicó-. Fue en medio de una batalla Woo Foo o algo así. El punto es que con suerte nos logró recordar a mí y a Yin, pero nunca pudo recordar a nuestra madre.
-¿Ah no? -cuestionó la chica confundida arqueando una ceja.
-Estuvimos años buscando alguna pista sobre algo -prosiguió-, pero al final nos rendimos, y aceptamos que jamás sabremos nada sobre mi madre.
El silencio nuevamente se instaló entre ambos. Yang no parecía ni preocupado ni afligido por su historia. Más bien parecía como si su historia fuera pan de cada día en este mundo. Millie en tanto intentaba convencerse de que algo así fuera tan siquiera posible.
-A ver si entendí -intentó desenmarañar su confusión-. ¿Tu papá había olvidado que tenía una familia?
-Olvidó que tenía hijos, y una pareja -contestó el conejo. En el fondo le alegraba que ella lo estuviera alejando del tema original que debía tratar.
-¿Y tu mamá? ¿También los olvidó? -volvió a preguntar.
-Tal parece que sí. Por algo no nos ha buscado.
-¿Y… no te ha afectado todo esto? -preguntó la chica con delicadeza.
-Bueno, al principio sí -respondió haciendo memoria-, pero con los años te acostumbras.
-¿En serio? -contestó incrédula.
Yang alzó una ceja. Sabía que iba muy rápido, incluso que sonaba muy duro con su respuesta. Sabía que la gente esperaba que llorara y se lamentara por su suerte, pero era algo que no sentía ni se arrepentía de no sentirlo. No después de tantos años. Ya era un adulto. No necesitaba de una madre.
-Escucha -le explicó con seriedad tras un suspiro-, ya te expliqué que fui criado con mi hermana en un orfanato. Desde entonces me acostumbré a vivir sin tener padres. Ya lo del Maestro Yo y eso de que fuera nuestro padre fue algo adicional. Si encontrábamos a nuestra madre. ¡Bien! Si no, el mundo seguiría girando. No iba a detenerme a sufrir por algo que jamás tuve y no necesité.
El silencio de su novia le obligó a explicarse para no quedar como un indolente.
-Entiendo que todo el mundo tenga la idea de que una madre es lo más importante y sagrado en sus vidas, que es imposible vivir sin ella, y que si no tienes una, tienes que sentirte super mal y debes buscarla hasta debajo de la tierra. ¡Pero ese no es mi caso! Nunca sentí que me hiciera falta una madre, y menos me va a hacer falta una ahora. Con mi hermana es más que suficiente -finalizó su discurso cruzándose de brazos.
Aunque para alguien aferrado a la romantización de la imágen de la madre esto sería un balde de agua fría, para Millie fue un discurso motivacional. Si su padre y su hermano se colocaron tan a la defensiva con el tema frente a ella, era porque nada bueno había detrás de aquellas miradas temerosas. Si su madre no fue parte de su vida, era porque ella voluntariamente no deseó hacerlo. Frente a aquello, solo quedaba una pregunta.
-Si tu madre se olvidó de ustedes por un borrado de memoria, ¿no tendría derecho a recuperar su memoria para saber que tiene dos hijos?
-Creo que sí -le respondió Yang-. El problema es encontrarla. ¡Es como si se la hubiera tragado la tierra!
-¿No querrías volver a buscarla? -le propuso Millie.
-Nah -le respondió con relajo-. No es bueno revolver el pasado.
-¿Y qué hay del derecho de tu madre de saber de ustedes? -insistió Millie.
-Mira -Yang frunció el ceño-, si nos topamos con ella de casualidad, y recuperamos su memoria, bien. Pero Yin y yo estuvimos años buscándola y no hemos encontrado ni la menor de las pistas. Simplemente nos aburrimos y ya.
El silencio se hizo tan pesado como la caja que Yang arrastró hasta su departamento. ¿Con qué podía responder Millie? Las palabras la abandonaron.
-Entiendo que te sea difícil entenderlo -continuó el conejo con mayor tranquilidad-, pero no todo el mundo ha tenido la suerte de contar con una madre…
-Te entiendo perfectamente -lo interrumpió la chica-. Tampoco tuve una madre.
Fueron las palabras precisas para cortar la inspiración del conejo. Él no tenía mucha información de la familia de Millie. Recién había conocido a Coop cuando le partieron la espalda y a su padre tras el incidente de Coop. Debido a esto, no se había cuestionado respecto a lo ocurrido con su eventual suegra.
-Me crié con mi papá y mi hermano al norte de la ciudad -le explicó pensativa-. Jamás supe nada de mi mamá. Cada vez que les preguntaba, se ponían… raros.
-¿Cómo raros? -cuestionó el conejo extrañado.
-Como con miedo -la chica se sorprendió a sí misma verbalizando su preocupación.
-Tal vez les hizo algo -propuso Yang.
Aquella idea rebotó en su cerebro como una luciérnaga que iluminaba la noche. Lo que no podía imaginar era qué era eso tan malo que los había dejado en ese estado.
-Espera -Yang interrumpió sus pensamientos-, ¿con ellos te refieres también a tu hermano?
-Ajá -aceptó Millie.
-¿Entonces él alcanzó a conocerla?
-Es probable -respondió la chica mientras dibujaba con su dedo sobre la mesa pensativa.
Tras un breve silencio, ella continuó:
-Coop es tres años mayor que yo, y yo no tengo recuerdos de mi mamá. Ella debió abandonarnos en ese tiempo.
El silencio se hizo extraño.
-¿Los abandonó? -la pregunta de Yang venía marcada por el desconcierto.
-O quién sabe qué pasó con ella -aclaró Millie.
-Tal vez murió -propuso él.
-No lo sé -la frustración se apoderó de Millie, quien se recostó sobre el respaldo de la silla con los brazos cruzados. Se mordía la lengua mientras meditaba el asunto. Más allá de esos dos recuerdos preguntando por su madre, no existía la menor información de ella. Ni una foto, ni una carta, ni el menor recuerdo. Su memoria no alcanzaba a rememorar ni el menor de los instantes en que pudo haberse quedado dormida en brazos de su madre. Era como si hubiera nacido de generación espontánea gracias a su padre.
-¿Quieres conocer a tu madre? -Yang nuevamente interrumpió sus pensamientos.
Tras un instante cargado de intriga, Millie respondió:
-No lo sé.
Yang levantó sus orejas.
-No me malentiendas -prosiguió-. Por un lado me encantaría conocerla, saber quién es y por qué se alejó, pero tengo miedo de descubrir qué es lo que dejó tan asustados a mi papá y a Coop.
El silencio le permitió al conejo meditar la respuesta.
-La verdad implica un riesgo -sentenció al fin.
Millie afirmó con la cabeza. Su mirada apesadumbrada tocó la hebra sensible del conejo.
-Igual no te preocupes -Yang la tomó de las manos-, sea lo que sea que elijas, yo estaré a tu lado -le sonrió-, y si decides buscar a tu madre y descubre algo malo, estaré a tu lado para consolarte.
El momento terminó con la chica abrazándose del conejo. No estaba segura de la decisión a tomar, pero agradecía el apoyo de su novio. Yang por su parte, sintió como aquel enorme peso que llevaba por días se disolvía en el calor de aquel abrazo. Ya le estaba dejando de importar el beso del que fue testigo el otro día. Con el abrazo, su corazón le recordó cuánto la amaba. ¿Qué era un beso al lado de un amor infinito? La amaba. Amaba su libertad. Y a fin de cuentas, todo era una relación poliamorosa, ¿no? Los celos no tenían cabida en un instante en que los latidos del corazón te devuelven a tu centro. La abrazó con fuerza y sellaron el instante con un beso en los labios.
Fue un momento un tanto íntimo para ambos. No con cualquiera se habla de la madre desaparecida de sus vidas. Eran dos experiencias distintas, con dos visiones y expectativas diferentes. Dos contextos distintos, pero con una idea en común que les permitía la empatía mutua. Un par de misterios que los observaba desde la distancia.
La respuesta podría estar más cerca de lo que imaginaban.
PRIMERO: Plantaré los árboles que sean necesarios para salvar esta democracia.
SEGUNDO: Aahhhhh estoy pal pico (enfermo) por la tercera dosis de la vacuna por el COVID. Por eso lo corto de este capítulo.
