Capítulo 9: Ahí No Hay Nadie
Los tres que faltaban se reunieron con los demás en la cocina dentro de poco. Sentada en el mesón, Lily bebía una taza de té de manzanilla que le brindó su madre. Su aspecto había mejorado bastante y se mostraba más lucida. A su vez, Lynn se paseaba ansiosa de un lado para otro. Antes de acudir a reunirse con ellas, Lincoln se dirigió al refrigerador en busca de una soda que lo ayudara a recuperar los bríos.
–¿Estás mejor? –preguntó primeramente Leni a la más menor.
–Si, supongo –respondió con calma.
–¿Y bien?... –preguntó seguidamente Lincoln tras alzarse la mitad de la lata. Acto seguido acudió a examinar a la niña–. ¿De dónde ha salido ese lápiz de labios, Lily?... Y los moretones, ¿cómo te hiciste eso en el cuello?
Hizo una pausa, esperando a ver que respondía su hermanita. Ocasión que aprovechó para beber lo que quedaba de la lata, resintiendo de cerca la vigilante mirada de desconfianza de Lynn Jr.
–¿Te lo hiciste allá arriba? –preguntó calmadamente, luego de tragar la soda restante.
–¡No quería coger de nuevo la llave, Linky! –se apresuró Lily a contestar–. Quería cumplir mi promesa, pero era como si algo me atrajera hasta allí...
–Está bien, tranquila –intervino su madre–. Ya hablaremos de la llave luego. ¿Verdad que si, Lincoln?
–... Seguro...
Hizo otra pausa, en la que pasó a sobarse las sienes con las yemas de los dedos. El dolor que le invadía era cada vez más intenso.
–Por ahora, cuéntame... Que pasó allá arriba, exactamente.
–La señora me manchó con los labios... –contestó Lily con toda sinceridad–. Al besarme.
Lincoln enarcó ambas cejas y se regresó a mirar a la angustiada rubia.
–¿Ves?, te lo dije.
–Lily, ¿de qué estás hablando? –preguntó regresándose a mirar a la niña otra vez–. ¿Que señora?
–La de la habitación 217 –susurró–. Luego... Trató de ahogarme, no podía respirar.
–¡Ya no lo soporto más! –estalló Lucy.
Cosa que sobresaltó a todos los ahí presentes, pues era la primera vez que la oían hablar en diez años. El único que no se inmutó ante esto fue Lincoln, que previamente había charlado con ella en el salón colorado.
–Tenemos que irnos de aquí –dijo con un hilillo de voz.
–... ¿Por qué dices eso, cariño? –se acercó Rita a preguntarle.
–Si, ¿por qué dices eso? –inquirió su hermano en tono calmado.
–Este lugar es malo –contestó en voz baja–. Todo lo malo que ha pasado aquí, sigue aquí... Y nos quiere, a todos.
La más sorprendida de todos allí era Lily. No sólo porque prácticamente era la primera vez en su vida que la oía hablar, sino porque atrevió a romper su voto de silencio para informar a todos de lo que ella misma estaba por ponerlos al tanto.
–Pero sobre todo... –continuó hablando con un tono suave y exasperado al mismo tiempo–. Creo que me quiere a mí más.
–¿A ti? –repitió Lily cada vez más sorprendida.
–¿Porque iba a quererte, Lucy? –indagó Lincoln.
–Por el resplandor... –susurró–. Así lo llama Clyde. Lily lo llama Warren, ella también lo tiene.
Su madre y hermanos miraron a la niña a la que señaló.
–Clyde me dijo lo mismo que a ti –le habló mirándola a los ojos por debajo de su fleco–. Que esas cosas, las cosas que veríamos, no nos harían daño, que eran como los dibujos de un libro y que desaparecerían si yo quería. Al principio era así, pero...
–¿Pero qué, Lucy? –insistió en saber su preocupada madre.
–Pero se están saliendo –contestó Lily esta vez–, se están saliendo del libro.
–Bien, lo siento –intervino Lincoln con total escepticismo–, pero no entiendo lo que hablan... Lily, acaso dices... ¿Que fuiste estrangulada por un fantasma?
–Aquí hay fantasmas y tú lo sabes... –lo acusó Lucy–. Y otras cosas también... Además te quieren a ti, Lincoln, quieren que hagas cosas malas. Quieren que tú... Clyde dijo que el Overlook no podía hacernos daño, pero si puede y si no nos vamos pronto, puede que no nos podamos ir nunca.
En cuanto terminó de escuchar todo lo que tenía que decir, su hermano asintió con la cabeza y se encaminó en dirección a la misma puerta por donde había entrado.
–Ahora vengo.
–¿A donde vas? –lo llamó Rita.
–A la habitación 217 –avisó en el umbral–. ¿O a dónde creían que iba, por una pizza?
–Lincoln, no –corrió Lynn a detenerlo–. ¿Y si si hay alguien dentro? No me refiero a un fantasma, sino a alguien real.
–Pues entonces será mejor que lo sepamos –dijo apartándola con un leve empujón–. Si hay alguien más en este hotel, alguien real, tenemos que saberlo.
–Bueno, en ese caso, yo voy contigo.
–No, tú quédate aquí y acompaña a las otras. No me sigas.
–No, no te dejaré solo.
Lynn intentó agarrarlo del hombro, pero Lincoln alcanzó a retenerla con suma facilidad.
–¡Déjame hacer mi trabajo, mujer! –bramó, apretando con tenacidad las muñecas de su hermana. Sus manos eran duras y callosas, no como cuando eran niños y Lynn era la que podía someter a Lincoln sin mayor esfuerzo.
–¿Cuál? –replicó la castaña inclinándose un poco para atrás–. ¿El de guarda de este hotel? ¿Vas a arriesgar tu vida por eso?
–Mi trabajo como guarda –declaró con firmeza–, y mi trabajo como el hombre de la casa.
Con lo que soltó bruscamente a Lynn y la apartó con otro empujón más agresivo, antes de retomar su camino. A pesar de esto, su hermana persistió en ir tras él y evitar que siguiera adelante.
–Hermano –nuevamente le tocó el hombro–, por favor...
–¡Quítame las manos de encima!
Pero Lincoln se la sacudió de encima con mayor brusquedad, haciéndola retroceder a tropiezos poco más de medio metro de distancia. Tras lo cual inspiró hondo y se forzó a serenarse un poco.
–Ahora vuelvo, Lynn, no te preocupes. Ustedes quédense aquí hasta que regrese. No me tardo.
Para subir, Lincoln tomó el ascensor, lo cual era inusual. Desde que llegaron ninguno de ellos lo había utilizado. Manipuló la palanca de bronce y el aparato subió, entre pegajosas vibraciones, por el hueco, mientras las puertas de reja se agitaban desafortunadamente. Cuando en la pared del hueco apareció el numero 2, volvió la palanca de bronce a su posición inicial y el ascensor se detuvo.
Recorrió el pasillo, mientras engullía tres pastillas de excedrina. A medio camino recogió el mazo de roque que Leni había dejado caer, por si las dudas, y dobló la esquina del corto pasillo que se apartaba del corredor principal. La puerta de la habitación 217 estaba abierta y la llave maestra colgaba de la cerradura.
–No tenías porque entrar aquí en primer lugar –gruñó, sintiéndose invadido por una oleada de irritación y cólera–, muchachita desobediente. Lo primero que le digo que no haga y lo primero que hace.
Quitó la llave maestra, se la echó al bolsillo y entró. La luz del techo estaba encendida. Echó un vistazo a la cama, vio que no estaba deshecha, y después fue directamente hacia la puerta del cuarto de baño. Empujó la puerta del espejo, la abrió y entró. Una vez adentro, encendió la luz y se quedó mirando la cortina de la ducha, de color rosa. Estaba corrida en torno a la bañera con patas en forma de garras. Sin embargo... Se movía... Y una esbelta silueta se erguía por detrás.
Con esto, su enojo hacia Lily se había evaporado y, al avanzar hacía allí, con la boca reseca y los pelos como escarpias, no podía sentir más que compasión por su hermanita y terror por si mismo.
La cortina se corrió antes de que él mismo llegara a apartarla y, ahí, Lincoln la pudo ver con claridad, desnuda de pies a cabeza. Lejos de gritar, lejos de echarse para atrás, lejos de amenazar a la intrusa como cualquier otro hubiese hecho en una situación similar, esbozó una atontada y picara sonrisa, pues era una muchacha de lo más sensual la que emergía del agua fresca y cristalina.
Observó de pie, sin moverse, a la muchacha dar un paso afuera de la bañera. Apreció con detenimiento su cuerpo esbelto y curvilíneo, sus senos firmes y redondos, su piel blanca, tersa y suave que se moría por tocar con sus propias manos; sus bien formadas caderas que se contoneaban con cada paso que daba y su moderadamente afelpada región genital, de un flamante tono rojizo al igual que su cabellera mojada. Naturalmente le gustó lo que vio, las pelirrojas eran de su gusto particular después de las morenas.
–Uy, si, vengache pa'ca...
La chica siguió avanzando hacia Lincoln y Lincoln dejó el mazo a un lado y avanzó hacia la bella chica, como hipnotizado. Sin ningún inconveniente dejó que le rodeara el cuello con sus brazos, al mismo tiempo que él cerró sus manos sobre sus provocativas nalgas. En breve los dos se besaban apasionadamente, haciendo uno malabares con la lengua del otro.
De repente, Lincoln sintió que la pelirroja cedía a su propio peso, por lo que la tuvo que agarrar con firmeza para no dejarla caer. En ese mismo instante abrió sus ojos, dirigió su vista al espejo situado arriba del lavamanos... E inmediatamente separó su boca de la de ella, conforme sus labios se ponían a temblar y en su rostro se dibujaba la mueca de alguien que quedaba traumatizado por probar algo asqueroso.
Lo que su reflejo tenía agarrado era a una horrenda anciana de pelo gris, cuya piel se mostraba amoratada y arrugada en su cuerpo flácido, putrefacto y cadavérico. Enmudecido a causa del pánico, Lincoln la arrojó hasta el otro extremo de la estancia y empezó a retroceder, estremeciéndose constantemente, sin atreverse a apartarle la vista un solo instante, con un miedo tenaz a que se le abalanzara encima ni bien le diese la espalda.
Entre escandalosas y maquiavélicas risotadas, la anciana muerta en vida se arrastró hacia él ayudándose con sus raquíticas manos, pues todo su cuerpo de la cintura para abajo estaba adormecido. Los escasos dientes, torcidos y marrones, que mostraba en su perversa sonrisa parecían teclas de piano mordisqueadas.
Sintiendo unas tremendas ganas de volver el estomago, asqueado particularmente por los arrugados y pútridos labios de la vieja muerta, que hacía un momento estuvieron remojando los suyos, Lincoln siguió retrocediendo torpemente hasta llegar a la puerta. Salió al pasillo a toda prisa, sin preocuparse de apagar las luces y echó llave. Pero su mano le temblaba y la llave estaba húmeda, resistiéndose a girar la cerradura.
La golpeó y, entonces, los pestillos cedieron y él retrocedió contra la pared opuesta del pasillo, dejando escapar un suspiro de alivio. Sus pies se movieron antes de que se diera cuenta y lo llevaron de regreso al corredor principal, susurrando sobre la jungla negra y azul de la alfombra.
Una vez allí, se detuvo a contemplar el extintor de incendios. Le pareció que los pliegues de lona de la manguera estaban dispuestos de manera diferente. Además, estaba seguro que, cuando vino por el pasillo, la boquilla de bronce apuntaba hacia el ascensor.
–Ahí no hay nada... –repuso claramente. Tenía la cara blanca y ojerosa... Y sus labios insistían en forzar una sonrisa–. No hay nada...
Para bajar no tomó el ascensor, se parecía demasiado a una boca abierta. Prefirió esta vez bajar por la escalera.
–Husmear –susurró–, eso es lo que hizo, husmear... Si, a eso se reduce todo...
Lincoln regresó a la cocina y las miró, mientras hacia saltar la llave maestra en su mano para luego recogerla al caer. Lily estaba tan pálida como Lucy, que lucía agotada. Leni había estado llorando, tenía los ojos enrojecidos y estaba ojerosa. Al advertirlo, se alegró. Por lo menos no era el único que sufría.
–¿Y? –se aproximó a preguntarle Lynn–. ¿Qué pasó?
–Nada –declaró, atónito ante la indiferencia de su propia voz–. Nada de nada.
Siguió lanzando la llave maestra al aire, pretendiendo tranquilizarlas con su sonrisa, y se acercó a donde estaba Lily. Cuando posó su vista en ella, dejó de sonreír.
–Me parece, niñita, que debemos, otra vez, tener una pequeña charla sobre donde puedes entrar en este hotel y donde no puedes entrar.
–No pude evitarlo –se excusó–, de verdad no pude evitarlo...
–Déjala en paz –la defendió Lynn.
–¿No es curioso? –Lincoln se echó a reír otra vez–. Papá siempre se tragó eso del no pude evitarlo. Claro, que era una de las pocas cosas de la vida en la que se equivocaba. Él creía que eran bobadas y yo también, ¡MENTIRA!
–Acaba de recibir un gran susto –dijo Leni en defensa de la chiquilla.
–Escúchame, Lily –prosiguió el varón con calma–, no voy a regañarte, no voy a gritarte, y mucho menos te voy a pegar.
De todos modos su tono de voz se elevó gradualmente.
–Pero quiero que sepas –la amenazó, atenazando la llave maestra en su mano hasta formársele una marca roja en la palma–, que si te vuelvo a ver, con esta llave, ¡o con cualquier otra!, ¡EN LA MANO!, vas a tener muchos, muchos, muchos problemas. ¿Me has oído bien?
–¡Lincoln, basta! –intervino Rita–. Piensa en lo que haces, estás amenazando a una niña más pequeña que tú.
–Mamá, deja que yo me encargue de esto, por favor. Y en cuanto a ti, jovencita.
Sus ojos nuevamente apuntaron a los de Lily.
–Jamás he usado la correa contigo, pero más vale que empieces a obedecerme o me veré obligado a hacerlo, ¿ha quedado claro?
–¡Suficiente! –saltó Rita–. Lincoln, tú no vas a golpear a tu hermana, no eres su padre.
–He sido su padre los últimos diez años –gruñó, paseando su mirada ante el resto de sus hermanas allí presentes–. He sido el padre de todas ellas durante todo este tiempo, ¡y ya es tiempo de que me empiecen a respetar como tal!
Finalmente, Rita soltó lo que todos habían estado pensando hasta el momento.
–Santo cielo –exclamó ahogando un sollozo–, te desconozco, Lincoln, has cambiado tanto. En serio, ¿que le pasó a mi hijo?, ¿qué le pasó a aquel niño cariñoso que derretía nuestros corazones? El que siempre trataba con gentileza a todos.
–Ha madurado, eso es lo que pasó.
Luego miró fijamente a Lily otra vez.
–No quiero entrar en ninguna de las habitaciones, Linky –se apresuró esta misma a excusarse entre gemidos–. No quiero entrar en ninguna habitación. Quiero irme antes de que pase algo malo.
Ante las caras de desconcierto de su madre y hermanas, la expresión de Lincoln se endureció todavía más, al grado que lucía cada vez más irreconocible.
–Quiero que me prometas –la amenazó frunciendo su ceño aun más–, quiero tu solemne promesa, de que jamás volverás a entrar en el despacho del señor Tetherby otra vez.
–Lily –se acercó a interrogarla Lynn tratando de ser más indulgente–, ¿rompiste tú la emisora?
–¡¿Está rota?! –preguntó asustada la pequeña.
–¡Ja! –Lincoln rió sarcásticamente–. ¿Quieres decir que no lo estaba cuando entraste allí?
–Yo... Yo... Yo...
–Yo, yo, yo, yo... ¡¿Qué?! ¡¿Lo estaba o no lo estaba?!
–Yo también quiero irme –pidió Lucy con voz aguda.
–Por favor, Linky –imploró Lily.
–Yo también –terció Lynn, a lo que Leni asintió con la cabeza.
–Tal vez sea lo mejor –las apoyó Rita.
–¡JA! –Lincoln alzó los brazos escandalizado–. ¡Vaya! Lo dicen como si pudiéramos. Hay ochenta centímetros de nieve en el suelo. ¡Ochenta!
–También hay un vehículo para la nieve en el cobertizo en el que caben cuatro –sugirió Lynn.
–Pero somos seis, burra.
–Bueno, pero podríamos hacer dos viajes hasta el pueblo más cercano, yo los podría llevar en grupos de tres y de a cuatro.
–Oh, si ,vámonos, así nada más. Dejemos el hotel a merced de los elementos. Dejémoselo abierto a los vándalos. ¡Se supone que tenemos que purgar la caldera!
–¡Mira a Lily! ¿Es que no ves los moretones de su cuello? ¡¿Es que no los ves?!
–¡Ya basta! –chilló Lucy–. ¡Dejen de gritar!
–¡Hablaremos más tarde! –vociferó Lincoln–. ¡Hablaremos más tarde!
–¡No, vamos a hablar ahora! –replicó Leni–. ¡¿Es que esperas que pase algo aun peor?!
–Aun creen que fui yo, ¿no? Es lo primero que se pasó por tu implacable y suspicaz cabecita.
–Lo que creímos ya no importa –dijo Lynn–. Lo que debemos hacer ahora es montarnos en la motonieve e irnos.
–¡¿Pero que no escuchan, montón de locas descerebradas?! ¡Vayan a ver por la ventana! ¡¿O es que están ciegas?! ¡No hay visibilidad!
–Pero –quiso sugerir la madre–, yendo despacio...
–¡Moriríamos igual si no pudiéramos girar, si no viéramos el camino!
–¡Cállense ya! –gritó Lucy que ya no podía soportar más la situación–. ¡Los odio a todos, los odio, ustedes están locos y son estúpidos y los odio y odio este resplandor y, sobre todo, te odio a ti, Lincoln! ¡Eres malo, muy malo! ¡Malo para mi pero no para las mujeres!
La gótica se alejó llorando de la estancia y todos guardaron silencio por un rato.
–... No podemos irnos, ¿saben? –reiteró Lincoln con voz más calmada–. Entiendan, que afuera moriríamos, les estoy diciendo la verdad, lisa y llanamente.
Su madre y hermanas se miraron entre si.
–Está bien, hermano –asintió Lynn resignada–. Está bien.
≪¡CLYDE!≫.
Despertó sobresaltado, en plena madrugada. Se sentó en su cama, jadeando aceleradamente.
≪¡CLYDE!≫.
Oyó nuevamente esa conocida voz femenina, aguda y desesperada. Sus gritos se sentían como si alguien le hubiera apoyado un revolver psíquico en la cabeza y disparado un gritó de calibre 45 tras otro.
≪¡CLYDE! ¡VEN PRONTO!≫.
En la mente del joven McBride, seguía vociferando... La voz de la hermana de su amigo, quien desesperadamente imploraba por ayuda. De nuevo recordó lo ultimo que le había dicho, poco antes que los Loud fueran a instalarse en el hotel Overlook.
≪Si hay algún problema... Llámame. Da un grito bien fuerte. No importa que esté en florida, es posible que te oiga. Y si te oigo, iré corriendo≫.
≪¡CLYDE! –la oyó otra vez– ¡CLYDE, POR FAVOR, VEN RÁPIDO!≫.
Se levantó y calzó las pantuflas a toda prisa, sabiendo que no podía alargarlo más. Luego encendió la luz, sacó una mochila del armario y empezó a improvisar un sencillo equipaje de mano para el viaje, con apenas dos mudas de ropa y sus artículos de higiene personal.
En su lado de la cama, su pareja, una bella mujer de pelo castaño de baja estatura en camisón de color púrpura, se despertó e irguió entre bostezos.
–Clyde, amor, ¿que sucede? –preguntó tallándose los ojos con una mano.
–Lo siento, Chloe –respondió tras cerrar la mochila y empezar a vestirse con una sudadera que se puso por encima del pijama–. Pero se presentó algo urgente y tengo que irme ahora mismo.
–¿Ahora? –repitió acabando de despertarse–. Pero se suponía que mañana íbamos a ir con mis padres a Key West para anunciarles que tú y yo nos vamos a...
–Lo sé, y lamento que haya tenido que pasar justo ahora –la interrumpió–. Pero esto es algo que no puede esperar.
Se detuvo un momento, a contemplar, apenado, la sortija que su novia calzaba en su anular izquierdo. De todos los momentos que hubo para que las cosas salieran mal, tenía que haber pasado justo en ese entonces.
–Al menos dime que sucede que no entiendo nada.
–Sucede que mi amigo Lincoln y su familia están en grave peligro –se dignó a contestar–. Luego te lo explico más detalladamente.
≪Si acaso salgo vivo de está≫, pensó.
–Por favor, discúlpame con tus padres y dales las gracias de mi parte por haberme invitado a su casa de campo.
Clyde se despidió de Chloe con un beso en los labios y salió de la habitación a paso acelerado, antes que ella le replicara algo más... Siendo lamentablemente esa la ultima vez que la muchacha vería a su amado.
A esa misma hora de la madrugada, la madre y hermanas de Lincoln dormitaban, pero esta vez no todas estaban en sus habitaciones correspondientes, pues habían resuelto compartir habitación para mayor seguridad, hasta que pudiesen hallar una solución a su dilema.
Lucy se pasó a la habitación de Lynn y a Lily le tocó compartir cama con Leni y Rita en la habitación de esta ultima. Lincoln, por su parte, se quedó sólo. Al ser el único hijo varón en una casa repleta de mujeres había gozado de privacidad en su propia habitación, que era pequeña pero toda suya, y ese era un privilegio al que no estaba dispuesto a renunciar con o sin fantasmas rondando por el hotel.
De todas formas no pasó mucho antes de que alguien invadiera su espacio privado y acudiera a despertarlo.
–¿Qué quieres? –preguntó entre bostezos a Lily, a quien halló parada junto a la cabecera de su cama en camisón y con un osito de peluche bajo el brazo.
–No puedo dormir –explicó con timidez–. Leni se sacude mucho y mamá acapara las cobijas.
–¿Y? –refunfuñó su hermano cerrando los ojos otra vez.
–¿Puedo dormir contigo? –pidió Lily, lo que hizo recordar a Lincoln las noches que se pasaba a dormir a su cama después de tener pesadillas. Hacía mucho tiempo que eso había quedado atrás.
–¿Ya sabes ir al baño tú sola? –balbuceó amodorrado.
–Claro que si –respondió de lo más abochornada–. Si ya tengo...
–Ah, si, si... –bostezó haciéndose a un lado para que Lily se pudiera acostar junto a él–. Adelante, pero duérmete ya.
Las sabanas se sacudieron un poco mientras su hermana se metía en la cama. Nuevamente Lincoln se sumergió en el mundo de los sueños... Cuando, para su disgusto...
–¡Linky, Linky...! –lo sacudió Lily repentinamente–. ¿Lo oyes?
–Maldita sea... –gruñó.
Como si no fuera suficiente, inmediatamente después Lucy entró también a perturbar su descanso.
–¡Lincoln! –gimió–. ¿Lo oyes?
Molesto, se irguió tallándose los ojos con ambas manos. Lucy estaba parada en el umbral. Con su mirada oculta bajo el fleco, buscaba ansiosa algo a su alrededor.
–¿Qué rayos quieres? –preguntó con enfado–. Es más de la una de la mañana, tengo sueño.
–Ahí está otra vez –exclamó Lily que había empezado a lloriquear.
Era un murmullo, sonoro y continuo, al que siguió un choque metálico al cesar el murmullo con un golpe seco.
–Es sólo el ascensor –susurró Lincoln con voz somnolienta.
–¿Qué quieres decir con que es sólo el ascensor? –inquirió Leni, que en ese instante entró detrás de Lucy–. ¿Quién más lo puso en marcha, si estamos todos aquí?
–Rayos... Ya voy, ya voy...
Lincoln se levantó de la cama y salió al pasillo, en pijama y bostezando. Apartó a Leni y pasó junto a Rita y Lynn que también salieron de sus habitaciones.
En aquel momento se oía por encima de ellos. Percibieron el traqueteo de las puertas que se abrían y cerraban; después el murmullo del motor y los cables otra vez.
–¿Qué pasa? –pidió saber la castaña.
–¿Y qué son todos esos ruidos como si hubiera una fiesta? –preguntó seguidamente Rita que le siguió el paso en compañía de Leni, Lucy y Lily.
–Yo no oigo nada de eso –mintió el peliblanco.
–¿No lo oyes? –insistió su madre.
–Será un corto circuito –respondió–, es lo único que podría ponerlo en marcha. Lo comprobaré.
–Espera, no nos dejes aquí solos –imploró la rubia.
–No seas estúpida, Leni, es mi trabajo.
–Pues te ayudaré –dijo Lynn que se adelantó a las demás–. También es mi trabajo.
–Como quieras.
Los seis llegaron hasta la puerta cerrada del ascensor, siguiendo los crujidos y golpes metálicos, que eran más fuertes y aterradores. A través de la ventanilla en forma de rombo, Lynn avistó claramente a los cables vibrando.
–¿Lo oyes ahora, Lincoln? –siguió insistiendo Lucy–. ¿Los oyes?
–Lo único que oigo es a un viejo ascensor con un ataque de hipo eléctrico –contestó en tanto daba un paso a la derecha, donde una caja con el frente de cristal pendía de la pared–, y voy a arreglarlo.
–Yo si lo oigo –exclamó Lily–. Es música, como de hace mucho tiempo, dentro de mi cabeza.
–Están locas –comentó Lincoln con naturalidad–. Pero si lo que quieren es tener un ataque de histeria colectiva, o si de casualidad sus periodos se sincronizaron y se van a poner más insufribles que de costumbre, adelante, pero no me metan a mí en esto.
¡Crash!
Asestó un puñetazo al vidrio y de sus nudillos empezó a brotar sangre. Metió la mano en la caja y sacó una llave larga y pulida.
–Linky, no...
–Eh... ¡Eh!... Este es mi trabajo, y voy a hacerlo.
–Por favor...
–¡Déjame!
Cuando Leni trató de agarrarlo del brazo, Lincoln la apartó bruscamente, haciendo que perdiera el equilibrio y cayera pesadamente sobre la alfombra. Con un grito agudo, Rita se arrojó de rodillas junto a ella. Indiferente a esto, Lincoln se volvió hacia el ascensor y metió la llave en su lugar correspondiente.
En la ventanilla de rombo desaparecieron los cables y se hizo visible el piso de la caja. Un segundo después, Lincoln hacía girar con fuerza la llave, tras lo cual se oyó un ruido áspero y chirriante al detenerse el ascensor. Luego se volvió a mirar a su madre y hermanas. Leni estaba levantándose mientras Rita la rodeaba con un brazo. Las chicas lo miraban con cautelosa fijeza, como si fuera un completo extraño que nunca hubiesen visto antes, posiblemente peligroso.
–Lo siento... –se disculpó–. Pero es mi trabajo...
–¿Si? ¡Pues al demonio con tu trabajo! –exclamó Lynn, quien se adelantó a meter sus dedos en la rendija que quedaba al lado derecho de la puerta, consiguiendo abrirla un poco. Después pudo echar contra ella todo el peso de su cuerpo hasta que se abrió del todo.
La caja se había detenido a medio camino y el piso quedó a la altura de su pecho. Del interior salía una luz cálida, que contrastaba con la oscuridad aceitosa del hueco que quedaba abajo. Durante unos interminables segundos, Lincoln permaneció inmóvil, mirando el interior de la cabina.
–Está vacío –declaró encogiéndose de hombros–. ¿Lo ven? Un corto circuito, como yo decía.
–¿Ah si?
Lynn se afirmó en el borde del piso, subiendo lo bastante para poder mirar adentro. Después, con gran esfuerzo, trepó y entró al ascensor.
–Con cuidado, Lynn –dijo Lily–. Cuidado.
En breve se asomó, con la frente pálida y brillante como una lampara de alcohol.
–¿Y esto qué es, apestoso? –inquirió arrojando algo. Súbitamente el corredor se llenó de confeti rojo, azul y blanco–. ¿Un corto circuito?
Seguidamente le mostró un antifaz de seda negra, espolvoreado de lentejuelas hacia las sienes.
–¿Y esto?
Por ultimo arrojó para afuera algo que quedó inmóvil sobre la alfombra. Eran unos calzones blancos de mujer.
–Parece que a alguien se le han fundido los fusibles.
Lincoln retrocedió con paso lento, meneando la cabeza.
–Aquí hay alguien que quiere que nos unamos a la fiesta. ¿Es que no lo entiendes, tontolón?
Desde la alfombra, salpicada de confeti, el antifaz miraba inexpresivamente hacia el techo.
