DISCLAIMER: El universo de Harry Potter pertenece a JK Rowling. La trama del fanfiction, por otro lado, es de propiedad de Lettered (ao3), mientras que la traducción me pertenece a mí.
I
Junio del 2012
Harry Potter: 10 años
Draco Malfoy: 32 años
Lo último que recordaba Harry era estar hablando con una serpiente. La serpiente había respondido, o sonaba como si lo hubiera hecho, y luego el cristal había desaparecido y la serpiente se había escapado. Dudley había lloriqueado como un bebé y Harry se había metido en problemas. O pensó que podría haberlo hecho, pero fue entonces cuando todo comenzó a nublarse, como remolinos grises dentro de su propia cabeza.
Lo siguiente que supo fue que estaba sosteniendo un palo dentro de una pila de ropa. Dejando caer el palo, trató de salir, pero la ropa estaba pegada a él, bueno, no del todo; los pantalones, que eran sujetados por una correa demasiado grande, se estaban cayendo. La camisa estaba puesta sobre su cabeza como una camisa normal, excepto que era tres tallas más grandes, y una extraña bata parecía sujetarse alrededor de su cuello. Llevaba botas que le doblaban el tamaño a sus pies, y las manos estaban cubiertas con grandes guantes sin dedos. Al menos todavía tenía sus lentes, aunque estos también parecían demasiado grandes, y Harry entró en pánico por un segundo, pensando que se había encogido. Una vez, cuando la tía Petunia había tratado de ponerle un jersey, este había cambiado de tamaño, pero nunca le había pasado eso a su propio cuerpo.
Sin embargo, la ropa definitivamente no era suya, y cuando Harry miró a su alrededor vio que estaba en una habitación con una mesa que tenía un equipamiento extraño. Encimeras alineadas en las paredes, con armarios de puertas de vidrio encima de estas. Había cristales rotos en el suelo frente a él, no muy lejos de un hombre alto de cabello pálido que lo estaba mirando.
El tío Vernon definitivamente caracterizaría esta situación como una "cosa extraña".
Mientras tanto, el rubio parecía afligido.
—Ehm —dijo Harry, sosteniendo su cinturón y tratando de no tropezar con la bata mientras se alejaba lentamente del cristal—, ¿qué es este lugar?
—¿Potter? —El hombre también parecía afligido.
Tratando de decidir si reconocía al hombre, Harry retrocedió otro paso, las grandes botas casi saliéndose. Estaba bastante seguro de que habría recordado si algún profesor de su escuela se parecía a este tipo, porque la apariencia del hombre era singular. Era alto y delgado, y también pálido, como si el color se hubiera filtrado por su cabello, ojos y piel. Su ropa era extraña, como un atuendo que utilizaban en las películas de drama histórico que le gustaba ver a tía Petunia, pero estos parecían quedarle bien.
—¿Quién se supone que es usted? —Preguntó Harry.
—Oh, no —dijo el hombre.
—¿Sabe usted dónde estamos? —Preguntó Harry, retrocediendo otro paso—. Porque no recuerdo haber llegado aquí, y si me ha secuestrado… —Harry se interrumpió a sí mismo porque no sabía muy bien qué pasaría si, de hecho, lo hubieran secuestrado. Vernon probablemente agradecería al hombre por sus esfuerzos.
Se abrió una puerta al otro lado de la habitación.
—Tenemos que irnos —dijo el hombre en voz baja—. ¡Accio varita de Potter! —El palito de madera voló hacia la mano del hombre, y luego, antes de que Harry supiera lo que estaba sucediendo, el hombre dio un paso hacia adelante y agarró a Harry del brazo.
Entonces el mundo dio vueltas mientras Harry forcejeaba.
Las mesas de la habitación se desvanecieron como una pintura que se mezcla. Un fuerte estallido llenó el aire, luego, una fría oscuridad. Con un apretón gélido que se sintió como si se descongelara y expandiera y fuera empujado muy fuerte a la vez, todo se detuvo.
Entonces, las estrellas que Harry vio ante sus ojos bailaron a través de una nueva habitación por completo. Esta habitación era mucho más pequeña, gris en la penumbra.
—Joder —dijo alguien. Era el hombre rubio, y el fuego cobró vida contra una pared. Harry estaba ocupado muriéndose del susto mientras el hombre rubio caminaba diciendo—: Joder, joder, por Merlín, joder —apuntando con un palito de madera a varios lugares de la habitación. El fuego saltó detrás de él, ardiendo en las velas, y Harry se dio cuenta de que el fuego contra la pared estaba en una vieja y sólida chimenea.
—Finite Incantatem —dijo el rubio, apuntando con el palo a Harry.
Harry saltó de nuevo, bastante seguro de que también se incendiaría, pero no pasó nada.
El hombre rubio hizo girar su bastón hacia Harry y dijo:
—Juvenis recanto —pero a pesar de que la situación era magníficamente aterradora, todavía no hubo ningún efecto, lo que hizo que el siguiente chasquido del hombre y las palabras fueran más moderadamente aterradoras—. Libera temporo —dijo el hombre. Luego hizo un chasquido con la lengua, y dijo—: Potia evanesce.
—Eh… —El hombre obviamente estaba loco, y de alguna manera tenía un lanzallamas de control remoto, pero Harry trató de ser educado, lo era con los hombres que particularmente le daban miedo—. ¿Se ha vuelto loco? —Le preguntó cortésmente.
—¡Mierda! —Exclamó el hombre.
—Eh, está bien, entonces —respondió Harry, alejándose lentamente.
—Traeré una poción cura-todo, quédate aquí —el hombre le dio la espalda y se fue de la habitación.
Harry se preguntó si el hombre lo había dejado inconsciente. No lo recordaba, pero el hecho era que no sabía dónde estaba y no conocía al hombre. Harry no estaba muy seguro de haber sido secuestrado, ya que los secuestros que mostraban en la televisión no se parecían en nada a esto. Pasara lo que pasara, al tío Vernon no le gustaría, lo que significaba que Harry iba a estar en problemas. Tenía que salir de aquí. Rápido.
Mientras trataba de quitarse la capa que limitaba sus movimientos, Harry rápidamente analizó el entorno que lo rodeaba. Los libros, viejos y nuevos, encuadernados en cuero y con bordes dorados, llenaban las estanterías que se alineaban en casi todas las paredes. Frente al fuego había un gran sofá decorado con un patrón de flores en su tapizado, y una alfombra verde de aspecto suave estaba colocada en el piso frente a él. El suelo de madera brillaba a la luz del fuego, lo que le daba a todo un brillo cálido y rosado. En el techo había dos ventanas que indicaban que era de noche. En el otro extremo de la habitación, cerca de una mesa de madera con más libros, estaba la puerta por la que había pasado el hombre. En el lado cercano a Harry había otra puerta. No parecía que hubiera algún teléfono.
Harry se quitó la capa y también se quitó las botas y los extraños guantes. Una vez que pudo moverse un poco mejor, a pesar de los pantalones, se dirigió hacia la puerta opuesta a la que había salido el hombre, la abrió para encontrar una escalera oscura detrás. Harry no recordaba haber subido las escaleras, lo que probablemente significaba que las escaleras conducían a un sótano, pero el sótano estaba lejos del hombre, y tal vez había un teléfono allí. O una ventana. El hombre podría regresar en cualquier segundo, así que Harry decidió arriesgarse. Cerrando la puerta detrás de él, subió las escaleras lo más rápido que pudo en la oscuridad mientras sostenía su cinturón con una mano.
Al pie de las escaleras había un pasillo corto, y al final de este había una habitación oscura con algunos armarios y mesas. No era un sótano, porque las ventanas de la habitación daban a la calle. Una farola solitaria y parpadeante en la distancia iluminó las cosas lo suficiente como para ver una puerta al otro lado de la habitación que parecía dar al exterior. Un sonido amortiguado vino de arriba, luego otro, más fuerte.
Harry corrió hacia la puerta, tratando de sujetar sus pantalones, las gafas comenzaban a deslizarse por su nariz.
—¡Potter!
Pasos sonaron en las escaleras.
—¡Potter!
Harry puso su mano en el pomo.
—¡Potter!
Harry abrió la puerta.
Un fuerte ¡crack!, se escuchó a través de la calle, y el hombre rubio se paró directamente frente a Harry, quien quedó boquiabierto.
—Pero usted estaba justo… —Harry miró detrás de él, pero no había nadie entrando desde el pasillo que conducía a las escaleras.
—¿A dónde crees que vas? —Preguntó el hombre. Sostenía una especie de frasco con un líquido naranja.
—¿Cómo ha llegado hasta aquí? —Preguntó Harry, mirando alrededor del hombre para ver si podía encontrar otra salida.
—¿Qué? —dijo el hombre, sonando irritado— ¡Potter, estoy tratando de ayudarte!
Harry miró al hombre. —¿Así es como le llamamos al secuestro ahora?
La boca del hombre se abrió y luego se cerró. Su rostro cambió de color dos veces, primero rosa, luego un gris enfermizo.
—¿Secuestro? —Gruñó.
—Eso es generalmente lo que la gente llama cuando un niño es capturado —Harry se subió las gafas.
—¿Capturado? —Repitió el hombre, todavía con esa mirada afligida.
—¿No es eso lo que hizo?
Se quedaron allí, Harry en el porche y el hombre justo afuera, el ceño fruncido desapareciendo del rostro del hombre casi en cámara lenta, como si se estuviera dando cuenta de algo, su cerebro ordenando sus pensamientos poco a poco. Cuando la expresión en su rostro cambió finalmente, el hombre parecía casi suave, sus ojos de alguna manera brillaban en la tenue luz de la calle. Luego tragó saliva.
—Oh —dijo en voz baja.
Harry se preguntó si el hombre finalmente se estaba dando cuenta de que estaba absolutamente loco.
—Potter, tú… —El hombre volvió a tragar saliva—. No te he capturado. Fue una poción rejuvenecedora. Tienes treinta y un años. La poción cayó sobre ti.
—¿Una poción? —Preguntó Harry— ¿Se refiere a químicos?
El hombre asintió.
—¿Es así como apareció de la nada? ¿Y encendió el fuego?
—No —El hombre negó con la cabeza lentamente, aparentemente confundido por la pregunta—. Esos eran hechizos.
La boca de Harry se abrió. —¿Hechizos?
—¿Así es? —Dijo el hombre, luciendo aún más confundido.
—¿Como un… como un hechizo mágico?
—Sí —dijo el hombre lentamente, frunciendo el ceño—. Como magia… Oh. —Antes, el hombre había parecido afligido, pero ahora parecía horrorizado, si es que su expresión de espanto tenía algo que ver—. Potter, tú…
El hombre sonaba tan preocupado que Harry casi quiso tranquilizarlo.
—Potter —El hombre guardó el frasco que había estado sosteniendo en su bolsillo—, ¿sabes qué es la magia?
Harry frunció el ceño. —Sacar conejos y cosas de los sombreros, cortar a las mujeres por la mitad. Nunca supe que en realidad podrías aparecerte en el aire.
—Cortar mujeres… ¿por la mitad?
—Como en la tele.
—Ah —dijo el hombre—. Sí. Televisión. —El hombre hizo una pausa, pareciendo vacilar.
El hombre tenía facciones finas y patricias, una boca bien definida y de labios finos, y unos hombros que le daban un aire de elegancia. Todo esto, además de su cabello de color claro, lo hacía bastante llamativo, el tipo de hombre que podría aparecer en la televisión, solo que Harry estaba seguro de que nunca lo había visto antes.
—La magia no se parece en nada a la televisión. Es… —la mano del hombre se movió, pero permaneció a su lado, casi como si estuviera dispuesto a quedarse quieto y hablar muy, muy suavemente—. ¿Al menos me crees sobre- sobre lo del rejuvenecimiento?
Harry pensó en eso.
—No parece muy probable —dijo después de un momento, pero la magia era una historia diferente. Explicaba muchas cosas, de hecho.
—Está bien —El hombre tomo una fuerte bocanada de aire, y luego la expulsó, como si la hubiera perdido.
Eso hizo que Harry casi quisiera ayudar de alguna manera. En cambio, dijo: —Mi tío se preguntará dónde estoy.
—Está bien —dijo el hombre de nuevo, pero no se movió. Sus hombros se hundieron y el surco en su frente lo hacía parecer muy infeliz, pero no parecía en absoluto como si fuera a dejar ir a Harry.
Harry pensó en ignorarlo e intentar irse del lugar, pero el hombre estaba parado allí mismo, y a Harry no le apetecía que lo agarraran de nuevo. El hombre no le había arrancado el brazo a Harry ni nada por el estilo, pero parecía probable que un hombre adulto que fuera infeliz terminara lastimándolo de alguna manera. Además, el hombre ya había demostrado ser un secuestrador.
—¿Qué va a hacer conmigo? —Harry preguntó en cambio, sujetándose el cinturón con una mano para poder subirse las gafas.
El hombre lo miró fijamente, así que Harry le devolvió la mirada. Además de su notable color de cabello y su esbelta figura, la ropa del hombre parecía bastante elegante, a pesar de ser extraña. Llevaba pantalones y un chaleco, grises con una camisa azul debajo, un cuadrado azul en uno de los bolsillos y una cadena plateada en la cadera.
Cuando Harry lo miró, la expresión de tristeza desapareció del rostro del hombre, casi como si la hubieran doblado y guardado, como a una camisa. El hombre enderezó los hombros, cuadrándolos. Parecía como si hubiera pensado en algo, o tal vez había decidido algo. Cuando volvió a hablar, su voz era firme.
—Vives con tu tío y tu tía. ¿No es así?
—Sí. Probablemente ya hayan llamado a la policía —agregó Harry, aunque estaba bastante seguro de que ni Vernon ni Petunia habrían hecho algo por el estilo.
—Y… ¿un primo?
—¿Qué, me está espiando además de secuestrarme? ¿No se llama eso acecho? —Harry había oído hablar de viejos malos que hacían cosas terribles a los niños. No sabía qué tipo de cosas, pero no estaba particularmente interesado en quedarse para averiguarlo.
Antes de que Harry pudiera decidir qué hacer al respecto, el hombre retrocedió un paso, giró su bastón y dijo algo incomprensible.
—Es mejor que te hagas a un lado —dijo.
Harry se estaba preguntando a qué se refería el hombre cuando escuchó un apresuramiento detrás de él, algo que se acercaba, y saltó hacia la izquierda, justo a tiempo para que una gran lechuza saliera volando por la puerta. La lechuza voló directamente hacia el hombre y aterrizó en su hombro.
Harry podía sentir que sus ojos eran grandes, probablemente lo suficientemente grandes como para caber casi en sus anteojos demasiado grandes. No podía dejar de mirar a la lechuza. Tenía unas cejas magníficas. ¡Y había estado dentro del edificio! Y estaba sentado en el hombro del hombre, haciendo que el hombre pareciera aún más regio que antes. Harry miró hacia la puerta por la que había volado la lechuza.
—Eso era- ¿de dónde vino?
El hombre había estado sacando el palo de la manga, pero se detuvo ante las palabras de Harry, obviamente viendo la expresión de asombro del niño.
—Ah —dijo el hombre a sabiendas—. No has visto una antes.
—Estaba en el zoológico, de hecho —Harry, acomodándose los lentes—. Antes de que me secuestraran.
—Por supuesto —dijo el hombre, sonando divertido. Harry sabía lo que veía el hombre: un niño demasiado pequeño y delgado para tener diez años, con ropa demasiado grande, sin zapatos, cabello desordenado, una cicatriz en forma de rayo y anteojos, aunque ahora que Harry lo pensaba, no lo sabía. No sabía cómo se veían las gafas. Quizás, por primera vez, no estaban rotas, lo que cambiaba un poco la imagen de él, pero a pesar de que estas ropas eran más grandes que la mayoría, Harry aún sabía cómo probablemente lucía con ellas. Las herencias de Dudley eran siempre demasiado grandes también. Antes de tener que empezar a ir a la escuela, Harry solía no tener zapatos.
—Su nombre es Heloise —dijo el hombre, como si tener una lechuza en su hombro fuera algo perfectamente normal—. ¿Te gustaría acariciarla?
Los ojos de Harry volvieron a mirar a la lechuza, Heloise.
Aun pareciendo divertido, el hombre extendió su brazo y Heloise saltó sobre él. El hombre se inclinó y dijo: —Ven, inténtalo.
Harry nunca había podido acariciar nada antes, a excepción de los gatos de la señora Figg, y ellos no eran muy agradables. Tentativamente, dio un paso adelante, extendiendo una mano. Tocar la cabeza de Heloise fue como tocar una almohada, solo que mucho más suave que cualquier almohada que hubiera tenido. Últimamente había estado usando una almohada vieja de Dudley, pero antes había tenido un cojín de sofá. Antes de eso, había tenido un montón de toallas viejas.
—Solía acariciarla todo el tiempo —dijo el hombre.
Algo en su tono hizo que Harry levantara la vista. Mirando con nostalgia a la lechuza, el hombre no parecía que pudiera ser un viejo malo. Él lucía… agradable, interesante y lo suficientemente llamativo como para ser actor. O un mago. Harry supuso que no debería sorprenderse de que el hombre pudiera convocar búhos.
El hombre seguía mirando a Heloise con esa expresión extrañamente triste.
—Probablemente extraña que la acaricien.
Harry intentó acariciar el ala de Heloise. Volvió a acurrucarse, pero por lo demás parecía contenta y cerró los ojos.
—Voy a moverla a mi hombro —dijo el hombre—. Ella es bastante pesada. Retrocede un poco.
Harry retrocedió, solo después de darse cuenta de que eso lo ponía de nuevo en la entrada del edificio. Podría ser un truco, pero todo lo que hizo el hombre fue mover el brazo y la lechuza saltó de nuevo sobre su hombro. El palo se le salió de la manga (Harry no lo había visto guardarlo) y luego lo agitó.
—Accio pluma, tinta y pergamino.
Harry miró a su alrededor en busca de más magia, pero tuvo que agacharse cuando una olla pequeña, un rollo de papel y una pluma salieron volando de la habitación detrás de él. Los artículos se detuvieron en el aire frente al hombre, flotando allí luego de que él hiciera un extraño movimiento con el palo, que volvió a deslizar en su manga. Abriendo la olla, el hombre sumergió la punta de la pluma en ella, luego la sacó, cerró la olla y la guardó en su bolsillo. Tomó la pluma y el rollo de papel que aún estaban flotando en el aire y luego se los entregó a Harry.
—Escribe el nombre de tu primo.
Harry sintió como si sus ojos se le estuvieran saliendo de la cabeza y, sin embargo, de alguna manera tuvo la idea de levantar la vista de la pluma y el papel que le ofrecían y decir:
—¿Por qué?
—Es un truco que aprendí de ti, en realidad —dijo el hombre—. Los búhos son excelentes buscadores. Si Heloise tiene el nombre de tu primo, probablemente pueda localizarlo incluso sin una dirección, a menos que se esté escondiendo.
Harry frunció el ceño.
—Probablemente solo esté en casa, donde debería estar —agregó.
—Excelente —dijo el hombre—. Si tu primo está en casa, te llevaré a casa.
—¿Y si no está en casa? —Harry dijo con sospecha.
—Entonces lo visitaremos.
Harry miró a la lechuza, luego al hombre, luego otra vez a la lechuza.
—No quiero ver a mi primo —confesó Harry.
El hombre arqueó una ceja, pero no de una manera mezquina. De hecho, estaba siendo muy educado.
—Dijiste que tu tío estaría preocupado.
—Eh… —dijo Harry, porque no había forma de que el tío Vernon estuviera realmente preocupado—. Lo estará, pero mi primo no.
—Esto funcionará mejor con alguien de su edad. Quizás cuando visitemos a tu primo, si todavía te preocupa, él pueda decirle a tu tío dónde estás.
—Pero ¿dónde estoy?
—En el callejón Knockturn. Está en Londres —El hombre miró por encima del hombro que no tenía a Heloise encaramada en él—. No es el mejor callejón para estar de noche, así que si no te importa…
—¿Estamos en Londres? —Harry miró a su alrededor. La calle estaba llena de edificios sin espacios intermedios, altos, bajos, la mayoría de ellos de madera. Algunos de ellos parecían bastante torcidos, como si no deberían estar de pie. La mayoría tenía ventanas. Harry se volteó y miró el edificio en el que habían estado, el que tenía la chimenea y todos los libros arriba. En realidad, ahora que lo pensaba, no estaba seguro de tener una chimenea en el piso de arriba. ¿No tenían que estar en el nivel del suelo? No se parecía a ninguna calle de Londres que hubiera visto antes.
El edificio del que habían salido era de dos pisos, con una gran ventana en el frente. La ventana tenía docenas de diminutos cristales de diamantes, como una tienda antigua.
—Potter —El hombre todavía sostenía el papel y la pluma—, sé que no te he agradado desde que nos conocimos, y aparentemente eso nunca cambiará, pero realmente creo que sería mejor si me escucharas por una vez. De esa manera, puedo demostrarte lo que te sucedió, así que, si tan solo escribes el nombre de tu primo, estaremos en buen camino.
El hombre parecía molesto.
—¿Se trata de la poción rejuvenecedora? —Harry adivinó.
Aun sosteniendo la pluma y el papel, el hombre dejó caer sus brazos a sus costados. Cuando habló, sonó irritado.
—Sí, por supuesto, Potter. ¿Qué pensabas?
—¿De verdad cree que tengo treinta y uno? —Harry lo miró con curiosidad mientras el hombre se ponía aún más irritable.
—Ya te he dicho.
—¿Nos conocemos?
—Sí, aunque eso no es relevante para…
—¿Cuál es su nombre?
—Draco Malfoy. ¿Cómo se llama tu primo?
—Es un nombre divertido —señaló Harry.
—Hilarante —dijo el hombre, el señor Malfoy.
Harry se encogió de hombros y le tendió la mano. —Deme el papel. Lo escribiré.
Poniendo los ojos en blanco, el señor Malfoy le entregó la pluma y el papel.
—Cielos, eres un todo un caso, incluso a los… ¿cuántos años tienes?
—Diez —dijo Harry, inclinándose para poder sostener el papel contra sus muslos mientras escribía el nombre de Dudley en él. Su letra era espantosa, pero supuso que no importaba. O la lechuza era de alguna manera mágica y encontraría a Dudley, o el hombre estaba inventando todo. De cualquier manera, Harry no vio el daño y, secretamente, deseaba tener treinta y uno, después de todo.
—Diez —dijo el señor Malfoy—, sí, tiene sentido.
Harry volvió a enrollar el papel y se lo entregó al señor Malfoy.
—Dudley Dursley —murmuró el señor Malfoy, leyendo el papel—. Siento que debería haberlo sabido. Tal vez estaba en uno de esos innumerables artículos de Corazón de Bruja —Sacando el palo, el señor Malfoy dio unos golpecitos en el papel y luego dijo algo en otro idioma. Le tendió el papel a Heloise, quien lo tomó con el pico—. Disculpas por la falta de dirección —le dijo el señor Malfoy a la lechuza mientras ella se levantaba de su hombro y luego se adentraba en la noche.
—¿Cómo sabe ella a dónde ir? —Preguntó Harry.
—Sistema de envío postal de búhos —dijo el señor Malfoy—. Así es como los magos entregan el correo.
—¿Magos? —Dijo Harry.
—¿No preferirías estar adentro? —Preguntó el señor Malfoy— Y puedo arreglar tu ropa.
—Eh… —Eso sonaba como si el señor Malfoy le estuviera pidiendo a Harry que se desnudara y él no estaba seguro, pero sentía que algunas de las cosas malas que podían pasar con los viejos malos tenían que ver con quitarse la ropa. No pudo evitar que la alarma se escuchara cuando dijo—: ¡Estoy bien, gracias!
El señor Malfoy volvió a parecer molesto. —Cielos, Potter, no voy a… —El palo se deslizó de su manga y señaló a Harry—. Reducio ropa.
Harry trató de apartarse del camino, pero la ropa ya se estaba encogiendo.
—Reducio lentes —añadió el señor Malfoy, y de pronto, y todo le encajaba a Harry perfectamente, más perfectamente que cualquier ropa o gafas que Harry hubiera tenido antes.
Los pantalones estaban hechos de un material algo suave y de hilo fino. El cinturón que había estado haciendo tan mal trabajo al sujetarlos tenía una hebilla de color dorado, abrochada sobre la suave túnica que llevaba. Harry se estaba dando cuenta de que eran ropas muy bonitas, que no raspaban ni se deshacían en las costuras, excepto tal vez por los calcetines. Eran de lana naranja, bastante nudosos, como si alguien los hubiera tejido. Sin embargo, a pesar de que eran feos, estaban haciendo un excelente trabajo al mantener sus pies calientes, a pesar de que estaba parado sobre adoquines en medio de la noche.
—No deberías estar aquí sin zapatos —dijo el señor Malfoy, como si hubiera visto los calcetines al mismo tiempo—. De verdad, Potter, ¿no nos hemos quedado afuera el tiempo suficiente?
Harry vaciló. La ropa era bastante bonita, pero tal vez fuera una tentación, como los dulces. En la escuela, a veces te decían que no debías aceptar dulces de extraños, aunque muchos de los profesores eran extraños y querían que hicieras lo que te dijeran o te metías en problemas. Y Harry había notado que los extraños se acercaban a él en la calle con más frecuencia de lo que parecía pasarles a otras personas, solo que esos extraños rara vez le ofrecían dulces, por lo general solo se sacaban el sombrero y lo felicitaban sin motivo.
Sin embargo, ninguno de esos extraños había tenido búhos, o al menos, no había búhos que él conociera. Ninguno había aparecido de la nada, ni había hecho flotar el papel, ni había dicho cosas sobre magia, ni le había dicho que tenía treinta y un años.
—Bien —dijo el señor Malfoy en respuesta al silencio de Harry—, accio botas.
Aguardándolo esta vez, Harry se hizo a un lado cuando las botas salieron flotando por la puerta.
—Reducio botas.
Harry miró las botas, luego miró al señor Malfoy. Si Harry llevaba botas, tendría más éxito si intentaba escapar. Aunque ya no estaba seguro de querer escapar, supuso que de igual manera podría ponérselas, ya que ahora eran de su tamaño. Además, eran botas absolutamente fantásticas, y Harry nunca había tenido zapatos que le quedaran.
Sentado en el porche, Harry comenzó a ponérselas.
—Cuando regrese Heloise, visitaremos a tu primo —dijo el señor Malfoy—. Si aún insistes en ir a casa después de eso, te llevaré.
Harry levantó la vista. —¿Cree que no quiero ir a casa porque cree que tengo treinta y un años? —cuestionó, preguntándose si él usaba botas como estas cuando tenía treinta y un años. Debía ser un adulto genial, uno con un trabajo genial que pagara bastante bien.
La voz del señor Malfoy era suave.
—Nunca te ha importado realmente lo que yo pueda pensar de ti.
—¿Soy un constructor?
—¿Disculpa?
—Si soy mayor —dijo Harry—, ¿qué es lo que soy? ¿Construyo cosas?
El señor Malfoy frunció el ceño.
Terminando de ponerse las botas, Harry se puso de pie.
—Siempre quise construir cosas.
La boca del señor Malfoy se abrió, y luego su rostro hizo esa cosa donde cambió, volviéndose suave por todas partes.
—Oh —dijo en voz baja, sonando como si le faltara bastante el aliento.
—Entonces, no lo soy —dijo Harry, tratando de no parecer decepcionado.
—Qué… —Los ojos del señor Malfoy brillaban, no parecía que sintiera mucha lástima ahora. Quizás pensó que era divertido—. ¿Qué querías construir?
—Eh… —dijo Harry, porque nunca había pensado tan lejos—. ¿Edificios? La verdad es que solo quería conducir una JCB.
—¿Una JCB?
—Ya sabe —dijo Harry—, son principalmente de color amarillo y tienen una pala grande.
—¿Una pala?
—Para desenterrar cosas. Siempre pensé que una grúa también sería genial. Son para mover cosas grandes. Tienen una gran torre, con una línea y un gancho al final, y puedes usar el gancho para mover vigas de acero y cosas así.
—¿Y… —El señor Malfoy tragó saliva—… también conducirías un... un helicóptero?
Harry frunció el ceño. —No sé. Quizás.
El señor Malfoy lo miró fijamente, algo extrañamente impotente en su expresión.
—¿Qué hago entonces? —Preguntó Harry—. Si realmente tuviera treinta y un años.
—Eres un auror.
—¿Un auror? ¿Qué es eso?
—Pero tus padres eran Aurores. Tú-
—¿Conoció a mis padres? —Preguntó Harry rápidamente.
—¿Cómo es que no sepas de ellos…? —El señor Malfoy cerró su boca.
Harry se acercó más a él, expectante.
—¿Saber qué? ¿Qué pasa con mis padres? ¿Qué es un auror?
—Eso no es importante ahorita, Potter.
—Pero qué es lo que-
En ese momento, una lechuza descendió del cielo.
—Heloise —dijo el señor Malfoy, sonando aliviado.
—¿Qué pasa con mis padres? —Harry preguntó, más fuerte, cuando la lechuza aterrizó en el hombro del señor Malfoy una vez más.
—Gracias, Heloise —Dijo el señor Malfoy, encogiéndose de hombros. Heloise saltó y volvió a entrar en el edificio, prácticamente derribando a Harry en el proceso—. Vamos a hacer un pequeño viaje —dijo el señor Malfoy, volviéndose hacia Harry.
—Pero qué pasa con mis-
—Vamos, Potter —dijo el señor Malfoy con tono despectivo. Antes de que Harry pudiera alejarse, el señor Malfoy lo agarró del brazo de nuevo y agitó su palo. La calle comenzó a derretirse, grises y marrones arremolinándose como un cuadro, como esa otra habitación con los cristales rotos.
Luego todo se volvió negro, y la misma sensación de frío, de estar siendo congelado, la sensación de ser empujado a través de algo demasiado pequeño regresó, un deshielo repentino inmediatamente después. Un susurro de luces se instaló en una hilera de farolas, arrojando una luz cetrina en otra calle. Esta calle no se parecía en nada a la anterior, sobre todo porque parecía una calle normal, con pavimento regular y arbustos desordenados junto a un bordillo lleno de basura a un lado y un aparcamiento al otro. Del lado de los arbustos había una gran finca municipal, llena de hormigón y ventanas.
El señor Malfoy todavía sostenía el brazo de Harry.
—Guíame a Dudley Dursley —dijo, y el palo giró en su otra mano—. Quédate a mi lado —dijo, comenzando a marchar en la dirección que apuntaba la varita y tirando de Harry.
Heloise estaba destinada a encontrar a Dudley, y el señor Malfoy había dicho que una vez que encontrara a Dudley lo visitarían, pero Dudley no estaba por aquí. Estaba en el número cuatro de Privet Drive, e incluso si el señor Malfoy había dejado que Harry acariciara una lechuza, nada de esto parecía correcto.
Por otra parte, si Harry tenía treinta y un años, tal vez Dudley ya no estuviera en Privet Drive. Si Harry tenía treinta y un años, entonces Dudley también tenía treinta y uno. Si el mes aún fuera junio, entonces el año lo sería… 2012. A pesar de que John Major acababa de convertirse en primer ministro, probablemente ahora ya no lo era. Los hermanos Mitchell de EastEnders probablemente murieron de un derrame cerebral y envenenamiento. Piers Polkiss podría haberse unido a Take That, como había dicho que iba a hacer, y Harry no sabía si había ido a la Escuela Secundaria Stonewall o qué era un Auror, o qué sabía el señor Malfoy sobre sus padres.
Así que Harry siguió al señor Malfoy, quien se encaminaba a través de unas escaleras de concreto, siguiendo a donde sea que su palo lo estuviera guiando. Subieron dos pisos, luego bajaron por un pasillo cubierto lleno de puertas enumeradas en un lado y plantas en macetas por el otro. Se detuvieron en la puerta 127.
—Probablemente sea mejor que permanezcas fuera de la vista —dijo el señor Malfoy, llevando a Harry a pararse detrás de la planta y luego apuntándolo con su bastón.
—¿Qué está haciendo? —Preguntó Harry, pero el señor Malfoy ya le había murmurado algo y luego estaba llamando a la puerta.
Alguien la abrió. Temiendo por una razón que no supo nombrar, Harry hizo lo que le dijeron y se quedó detrás de la planta.
—¿Eres Dudley Dursley? —Preguntó el señor Malfoy cortésmente.
La planta era una especie de arbusto. Al mirar a través de sus hojas, Harry pudo distinguir a la persona que había abierto la puerta. No se parecía en nada a Dudley, porque era viejo como un adulto y su cabello no era tan rubio como el de Dudley. Sin embargo, era bastante grande, algo así como el aspecto que tendría el tío Vernon, si el tío Vernon se pareciera un poco más a la tía Petunia.
—¿Quién pregunta? —dijo el hombre—. ¿Eres amigo de Harry?
Tampoco sonaba como Dudley, su voz era mucho más profunda y, sin embargo, algo en la forma en que dijo "Harry" le resultaba familiar, de alguna manera. Casi como el tío Vernon. Harry comenzó a salir de donde estaba, pero el señor Malfoy hizo un gesto con la mano y le dio la espalda a Harry.
—¿Harry? —Dijo el señor Malfoy, todavía moviendo su mano a sus espaldas.
—Harry Potter. ¿Él está bien? —El hombre buscó su bolsillo trasero y Harry vio que el señor Malfoy se tensó, pero el hombre solo sacó un pedazo de papel y lo desdobló—. Lo conseguí por medio de una lechuza —dijo el hombre—, pero no había nada más.
—Oh, sí —dijo el señor Malfoy—. Lo siento mucho. Fue una equivocación.
—Eres un mago, ¿no es así? Puedo verlo por esa… ropa —Hizo un gesto con la mano—. ¿Harry está bien? ¿Están pasando- están pasando cosas otra vez?
—Todo está espléndido —respondió el señor Malfoy, su tono suave—. Esa lechuza fue enviada por error, y vengo a disculparme.
—Pero mi nombre estaba en el papel. ¿Quién eres, por cierto?
El hombre se sonó tanto como Dudley en ese momento que Harry comenzó a salir de su escondite, pero el señor Malfoy lo hizo señas con la mano de nuevo.
—Solo soy un representante del Departamento de Accidentes Mágicos y Catástrofes —dijo el señor Malfoy—. Nadie importante.
—Mira —dijo Dudley con brusquedad—, ¿qué está pasando?
—¡Duds! —llamó alguien desde dentro del apartamento.
—¡No pasa nada! —Respondió Dudley, dirigiéndose a quien sea que lo hubiese llamado.
—¿Tiene algo que ver con ese búho? —Una mujer con un bebé se acercó a la puerta y Harry supo quién era.
Nunca la había visto en su vida y no sabía su nombre, pero Harry sabía quién era ella. Ella era la esposa de Dudley. Sostenía al hijo de Dudley y estaba parada a su lado, ese era Dudley. No se parecía ni sonaba como Dudley y, sin embargo, su manera de hablar era la misma, su expresión corporal también. El ceño fruncido en su rostro le resultaba tremendamente familiar, y Harry no podía olvidar el hecho de que el hombre, el anciano, con una esposa, con un hijo, con el cabello ralo, era Dudley.
—Bueno, entonces debería irme —dijo el señor Malfoy, haciéndole gestos a Harry—. Gracias por su tiempo, señor Dursley.
—Sí, eh —Dudley miró a la mujer, luego volvió a mirar al señor Malfoy—, gracias. No vuelva —Luego cerró la puerta.
El señor Malfoy se dio la vuelta. —Deberíamos irnos.
—Pero… —Harry miró hacia la puerta.
—Inmediatamente, Potter —El señor Malfoy lo agarró del brazo. Antes de que Harry pudiera protestar más, el señor Malfoy agitaba su palo y se abrían paso a través de la oscuridad, la sensación ya era casi familiar.
