Los personajes pertenecen a Inagaki y Boichi. Esta historia esta inspirada en la saga de Senku Inferno by Sylvain Reynard, adaptada al fandom y sin fines de lucro. Espero les guste.

Advertencia: la historia contiene spoilers de los personajes del manga.

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El infierno de Senku

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Capítulo 4

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Los días después de la reconciliación de Kohaku y Senku iban y venían, se seguían viendo en clases y regularmente después de ellas. A veces Kohaku, pasaba por la casa de Senku y ambos se quedaban leyendo cada uno en sus temas o a veces Senku se pasaba por el pequeño apartamento de Kohaku para prepararle algo de cena.

No habían conversado sobre lo que eran hasta el momento, Kohaku sabía que no eran novios pero tampoco eran solo amigos ya que varias veces cuando se hacía muy noche compartían la cama, aunque nunca más allá de eso. Al parecer cuando Senku le dijo que iba a demostrarle sus buenas intenciones lo decía en serio.

Además, después de asesorarse con su abogado, le explico que las reglas de la universidad prohibían que un profesor tenga sexo con sus estudiantes pero no tenían prohibido que profesores y estudiantes fueran cercanos el uno con el otro ni tampoco decía nada de besos ni cenas juntos. En otras palabras, Senku había encontrado un vacío legal para salirse con la suya, mientras no tuvieran sexo y solo compartieran la cama para dormir no estaban quebrando ninguna regla y no podían ser sancionados, solo tenían que esperar que termine el semestre para que Senku deje de ser su profesor y ellos podrían llevar su relación hasta donde quisieran. Al menos a Kohaku le gustaba pensar eso.

Una de las primeras cuestiones de las que Senku se ocupó fue del nuevo asesor de tesis para Kohaku, ya que según sus mismas palabras "Estaba demasiado involucrado sentimentalmente con ella para tener un juicio objetivo sobre su trabajo" y Kohaku no aceptaría de ninguna manera tener ventaja sobre sus calificaciones por el solo hecho de compartir más de una amistad con su profesor. Así que Senku le presento al Dr. Xeno, un científico muy reconocido que, aunque estaba retirado acepto de buena gana como un favor personal a Senku cuando él le explico que no podía calificarla ya que era amiga de su familia y tenía un conflicto de intereses. Kohaku no podría estar más feliz de trabajar con el Dr. Xeno pero Senku le había advertido que si pensaba que él era estricto, estirado y orgulloso no era ni la mitad de lo que lo sería su nuevo asesor así que tenía que esforzarse si quería pasar el curso.

Después de eso otra cuestión de la que tuvieron que ocuparse fue de Luna, quién después del encuentro con el Profesor Ishigami no dejaba de acosarlo día y noche siendo rechazada una y otra vez. Felizmente su desempeño académico era tan deplorable que el profesor le recomendó que pasará más tiempo en la biblioteca que detrás suyo si quería pasar el semestre y al ver que no podría meterse en sus pantalones para conseguir una mejor calificación, la rubia desistió momentáneamente dándoles un respiro.

Algo similar paso con Ukyo, a quién Kohaku tuvo que mentirle que había vuelto con su antiguo novio, aunque al principio su amigo se preocupo un poco por ella ya que anteriormente le había comentado que su última relación termino en términos catastróficos, Ukyo se mostro abierto a ayudarla en lo que pudiera y que si su novio se portaba mal con ella estaría más que encantado de darle una paliza o clavarle una flecha directo al pecho. Kohaku solo pudo agradecer por la gran persona que era Ukyo y que a pesar de haberlo rechazado indirectamente él todavía le ofrezca su amistad aunque Senku no lo tomo de la misma manera pero no podía quejarse.

La relación con Senku era un vaivén de emociones, el profesor podía ser muy amable como también muy apasionado algunas veces. Era terco en algunas ocasiones pero se mostraba flexible en otras. Kohaku le gustaba cada aspecto nuevo que descubría de Senku y sentía que esa conexión que habían logrado solo se acrecentaba con el pasar de los días.

Sin embargo, todavía tenían algunas peleas y discusiones, una de ellas fue por la constante negativa de Kohaku en recibir los obsequios que el profesor solía hacerle, algo que tenía que ver mucho con su pasado de no querer deberle nada a nadie y muy poco con las intenciones desinteresadas del profesor hacía ella.

Uno en particular sucedió después de una conferencia que Senku había dado para toda la facultad sobre su nuevo avance tecno médico. Como era la primera vez que Kohaku iba a uno de esos eventos eligió un atuendo formal con unos tacones demasiado altos que sabía que al profesor le gustarían. Sin embargo, después de la conferencia, los planes de ir a cenar a un lugar fuera del campus quedaron relegados ya que Kohaku confesó con una disculpa que no podía dar otro paso más por culpa de su calzado. Senku fue muy comprensivo y terminaron cenando en el departamento de Senku y ella paso la noche entre sus brazos.

A la mañana siguiente camino descalza hasta encontrarlo sentado a la barra, tomándose un café y leyendo el periódico. Llevaba una camisa de color azul pálido que resaltaba el rojo intenso de sus ojos y unos cómodos pantalones negros. Se había puesto las gafas y estaba guapo, como siempre. Kohaku se sintió poco vestida con la camiseta y los pantalones cortos.

—¡Hola! —la saludó él, doblando el periódico y recibiéndola con los brazos abiertos.

Cuando estuvo entre sus piernas, Senku le dio un cálido abrazo.

—¿Has dormido bien? —le susurró al oído.

—Muy bien.

La besó suavemente.

—Debías de estar cansada. ¿Cómo te encuentras? —La miró con preocupación.

—Estoy bien.

—¿Quieres que te prepare algo de comer?

—¿Tú has comido ya?

—He picado algo con el café. Estaba esperando para almorzar contigo.

Volvió a besarla, más apasionadamente esta vez. Kohaku le rodeó la espalda con los brazos y, tímidamente, le enredó los dedos en el pelo. Senku le mordisqueó el labio inferior antes de apartarse un poco y decirle con una sonrisa:

—Parte de mí tenía miedo de que, al despertarme, hubieras desaparecido.

—No voy a ninguna parte, Senku. Todavía tengo los pies destrozados de ir ayer arriba y abajo todo el día con esos tacones. No creo que pudiera llegar a casa.

—Eso tiene remedio... con ayuda de un buen baño caliente —propuso él, alzando las cejas varias veces.

Kohaku se ruborizó y cambió de tema.

—¿Cuánto tiempo quieres que me quede?

—Para siempre.

—Senku, estoy hablando en serio —protestó ella, sonriendo.

—Hasta el lunes por la mañana.

—No tengo ropa. Tendría que ir a casa a buscar algo para cambiarme.

Él sonrió con indulgencia.

—Si quieres, puedo llevarte. O dejarte el auto. Pero antes, creo que deberías echarle un vistazo a las bolsas que he dejado en la habitación. Igual te ahorras el viaje.

—¿Qué hay?

Senku hizo un gesto vago con las manos.

—Cosas que alguien puede necesitar si se queda a dormir en casa de un amigo.

—¿Y de dónde han salido?

—De la tienda donde Yuzuriha te compró el maletín, la última vez que estuvo aquí.

—Es decir, que todo será carísimo —protestó ella, frunciendo el cejo y cruzándose de brazos.

—Eres mi invitada. Las reglas de la hospitalidad me obligan a satisfacer todas tus necesidades —replicó él, con la voz ronca, antes de pasarse la punta de la lengua por el labio inferior.

Haciendo un gran esfuerzo, Kohaku apartó la vista de su boca.

—Me parece... mal que me compres ropa.

—¿De qué estás hablando? —Senku parecía molesto.

—Como si fuera una...

—¡Para! —La soltó y le dirigió una mirada sombría.

Ella se la devolvió, preparándose para el cataclismo que sabía que se avecinaba.

—Kohaku, ¿de dónde viene tu aversión a la generosidad?

—No tengo aversión a la generosidad.

—Sí la tienes. ¿Acaso crees que quiero sobornarte para que te acuestes conmigo?

—Por supuesto que no —respondió ella, ruborizándose.

—¿Crees que te compro cosas porque espero favores sexuales a cambio?

—No.

—Entonces, ¿cuál es el problema?

—No quiero deberte nada.

—¿Deberme? Ah, ya lo entiendo. Soy un prestamista medieval que cobra intereses exagerados y que, cuando no puedas devolverle el dinero, se lo cobrará en carne.

—No, claro que no —susurró Kohaku.

—¿Entonces?

—Es que quiero valerme por mí misma. Tú eres un profesor, yo soy una alumna y...

—Eso ya lo habíamos discutimos. Que un amigo te haga un regalo no te convierte en un ser dependiente y sin voluntad —refunfuñó él—. No quería que tuvieras que ir a casa. Pasamos muy poco tiempo juntos. Sólo he tenido que cruzar la calle. La tienda está aquí mismo. Únicamente quería ser amable. Mi personal shopper me ha ayudado a elegir unas cuantas cosas, pero si no las quieres, las devolveré.

Senku se levantó y dejó la taza en la encimera. Pasando por delante de ella sin decirle una palabra, se encerró en el despacho.

«No ha ido demasiado bien», pensó Kohaku.

Sin saber qué hacer, se mordió las uñas. Por un lado, quería ser independiente. No quería ser como un pajarillo indefenso con el ala rota. Por otro lado, su corazón amable sufría causándole dolor a otras personas. Y tras el enfado de Senku sabía que se escondía dolor.

«No quería hacerle daño...»

Senku era tan fuerte, tan enérgico, que costaba darse cuenta de que en su interior se ocultaba un ser sensible que se disgustaba por algo tan intrascendente como unos regalos. Tal vez ella fuera la única persona en el mundo consciente de lo sensible que era. Lo que la hacía sentirse aún más culpable por haberlo lastimado.

Se sirvió un vaso de agua y se lo bebió despacio, dándole a él intimidad y a ella unos momentos para reflexionar. Al acercarse al despacho, el teléfono sonó. Kohaku asomó la cabeza por la puerta y vio que Senku estaba sentado tras el escritorio y que rebuscaba entre los papeles mientras contestaba la llamada.

Al verla, señaló al teléfono y dijo «Taiju» en voz baja.

Ella asintió. Acercándose al escritorio, cogió una pluma sencilla y un trozo de papel y escribió «Perdona». Le mostró el papel y Senku, después de leerlo, asintió bruscamente.

Kohaku volvió a escribir:

Voy a ducharme. ¿Hablamos luego?

Él leyó la nueva nota y volvió a asentir.

Gracias por ser tan considerado. Lo siento.

Cuando se volvió para marcharse, Senku la agarró por la muñeca y le dio un beso en la palma de la mano antes de soltarla.

Kohaku regresó al dormitorio, cerró la puerta, llevó las bolsas hasta la cama y se dispuso a ver qué contenían.

En la primera encontró ropa de mujer, toda de su talla. Senku le había comprado una falda tubo negra, clásica, unos pantalones negros, lisos, marca Theory, una camisa de vestir de algodón blanco con puños franceses y una blusa de seda de color azul. Unas medias de rombos, unos calcetines y unos botines negros puntiagudos completaban el conjunto. Le recordó la colección básica de un diseñador. No quería parecer desagradecida, pero habría estado igual de contenta con unos simples vaqueros, una camiseta de manga larga y unas zapatillas deportivas.

La segunda bolsa, según descubrió sorprendida, contenía lencería. Senku le había comprado un elegante y obviamente carísimo albornoz de color lila. También un camisón largo del mismo color, con volantes en el cuello. Se sintió sorprendida y encantada con el camisón. Era sofisticado y sencillo al mismo tiempo. Algo que podía ponerse para dormir con él sin sentirse incómoda. En el fondo de la bolsa vio un par de zapatillas de raso del mismo color, con tacones de unos cinco centímetros. Eran un peligro para la salud disfrazado de zapatillas sexies.

«Es evidente que los tacones son el fetiche de Senku... en todo tipo de calzado.»

En la tercera bolsa encontró ropa interior. Kohaku se ruborizó intensamente al ver tres sujetadores de encaje, de media copa, con bragas a juego, todos ellos de un diseñador francés. Un conjunto era de color champán, otro azul pálido y el tercero rosa palo. Las bragas eran tipo culotte, todas de encaje. Se ruborizó aún más al imaginarse a Senku paseando entre hileras e hileras de lencería cara, eligiendo lo que le parecía elegante y atractivo y comprando prendas que eran exactamente de su talla.

«Oh, dioses de los —¿amigos? ¿novios?— francamente generosos, gracias por mantenerlo apartado de los artículos provocativos... de momento.»

Estaba abrumada y algo avergonzada. Pero era todo tan bonito, tan delicado, tan perfecto...

«Tal vez no me ame, pero se preocupa por mí y quiere hacerme feliz», pensó.

Eligió el conjunto color champán, los pantalones negros y la camisa blanca y fue al baño a darse una ducha. En la bañera, no sólo encontró la esponja color lavanda, sino también su propia marca de gel, de champú y de acondicionador. Senku, a su modo obsesivo, se había ocupado de todo.

Se estaba secando el pelo, estrenando orgullosa su albornoz nuevo, cuando oyó que llamaban a la puerta.

—Adelante —dijo.

Senku asomó la cabeza.

—¿Segura? —La examinó de arriba abajo desde la puerta, desde el pelo mojado hasta los pies descalzos y volvió a subir luego hasta detenerse en su cuello desnudo.

—Estoy decente. Puedes pasar.

Senku se le acercó con una mirada hambrienta.

—Tú siempre estás decente porque eres decente, pero yo no.

Kohaku le sonrió y él le devolvió la sonrisa más civilizadamente.

Apoyándose en la pared, Senku se metió las manos en los bolsillos y dijo:

—Lo siento.

—Yo también.

—He exagerado.

—Yo también.

—Hagamos las paces.

—Por favor.

—Ha sido muy fácil. —Senku se echó a reír y, quitándole la toalla de las manos, la echó a un lado antes de abrazarla con fuerza—. ¿Te gusta el albornoz? —preguntó, inseguro.

—Es precioso.

—Devolveré el resto.

—No lo hagas. Me gusta todo. Me gusta, sobre todo, porque tú lo has elegido para mí. Gracias.

Los besos de él podían ser dulces y suaves, como los de un chico que estuviera besando a su primera novia, pero esa vez no lo fueron. Esa vez le presionó la boca hasta que ella separó los labios y le dio entonces un largo y apasionado beso antes de apartarse y acariciarle la mejilla.

—Te habría comprado también unos vaqueros, pero Hillary, la personal shopper, me ha dicho que es muy difícil acertar con unos vaqueros sin probarlos. Si prefieres ponerte algo más informal, podemos ir a comprar otra cosa.

—No necesito más vaqueros.

—Lo he elegido todo yo menos la ropa interior. Ésa la ha elegido Hillary. —Al ver que Kohaku se sorprendía, le aclaró—: No quería que te sintieras incómoda.

—Demasiado tarde —replicó ella, algo decepcionada al enterarse de que no había sido Senku quien había elegido aquellos preciosos conjuntos.

—Kohaku, tengo que explicarte una cosa.

Se había puesto tan solemne que ella sintió un escalofrío. Lo vio cambiar el peso de pie varias veces, mientras buscaba las palabras adecuadas.

—Mi padre biológico era un hombre casado, con su propia familia, cuando conoció a mi madre. La sedujo, la trató como a una puta y la abandonó. Me duele que pienses que yo podría tratarte así. No es que me extrañe mucho, dados mis antecedentes, pero...

—Senku, no lo creo. Es sólo que no me gusta que te sientas con la obligación de cuidar de mí.

Él la miró con atención.

—Me gusta cuidar de ti. No es ninguna obligación. Ya sé que puedes cuidarte sola. Lo has hecho perfectamente desde que eras una niña, pero ya no tienes que hacerlo todo sola. Ahora me tienes a mí.

Se removió, inquieto antes de continuar.

—Quiero malcriarte con detalles extravagantes porque me importas. No sé expresar todo lo que siento por ti. Se me da mucho mejor demostrártelo. Por eso, cuando no quieres aceptar mis regalos...

Se encogió de hombros, pero no pudo ocultar el dolor que eso le causaba.

—Nunca lo había visto de esa manera —dijo ella en voz baja.

—Cada vez que hago algo por ti, estoy tratando de demostrarte lo que no sé expresar con palabras. —Le acarició las mejillas con los pulgares—. No me lo niegues, por favor.

Kohaku respondió poniéndose de puntillas y apretándose contra su pecho. Rodeándole el cuello con las manos, lo besó. Fue un beso hambriento, lleno de promesas, de entrega y de necesidad.

Senku también se entregó al beso, con la mandíbula en tensión mientras concentraba todo su ser en la unión perfecta de sus bocas. Cuando se separaron, ambos estaban jadeando.

—Gracias —susurró él, apoyándole la barbilla en el hombro.

—Me cuesta depender de otra persona.

—Lo sé.

—Preferiría que me consultaras tus planes, en vez de tomar decisiones en mi nombre. Así me resultaría más fácil pensar que somos pareja. Aunque no lo seamos —añadió rápidamente, ruborizándose.

Él volvió a besarla.

—Quiero que seamos una pareja, Kohaku. Y lo que pides me parece justo. A veces me dejo llevar por el entusiasmo del momento, sobre todo en todo lo que tiene que ver contigo.

Ella asintió contra su pecho. Cuando Senku carraspeó, levantó la cabeza para verle los ojos.

—Más o menos un año antes de morir, mi padre tuvo un ataque de conciencia y me añadió a su testamento. Debió de pensar que, al dejarme la misma parte de herencia que a sus hijos legítimos, estaba expiando sus pecados. Ya ves, soy una indulgencia andante.

—Lo siento mucho, Senku.

—Yo no quería el dinero. Pero casi todo estaba invertido y esas inversiones no paran de generar beneficios. No importa lo rápido que me lo gaste, siempre hay más. Nunca me libraré de ese dinero ni de mi padre. Así que, por favor, no pienses en lo que cuestan los regalos. El coste no tiene importancia.

—¿Por qué acabaste aceptando la herencia?

Él la soltó y, tras pensarlo un momento, explicó:

—Byakuya tuvo que hipotecar la casa para pagar mis errores. Debía dinero que me habían prestado para drogarme; mi vida estaba en peligro. Y... por alguna otra cosa.

—No lo sabía.

—Tu padre sí.

—¿Papá? ¿Cómo se enteró?

—Byakuya quería salvarme a toda costa. Cuando le confesé los líos en los que andaba metido, decidió ir puerta por puerta a visitar a todos los tipos a los que les debía dinero y saldar mis deudas. Por suerte, antes habló con tu padre.

—¿Por qué?

—Porque él conocía a un detective privado que tenía contactos en Boston.

Kohaku abrió mucho los ojos.

—Mi tío Jasper.

Senku frunció el cejo.

—No sabía que era tu tío. Byakuya era muy ingenuo. No se daba cuenta de que esos tipos eran gente sin escrúpulos. Lo más probable habría sido que se hubieran quedado con el dinero y lo hubieran matado. Kokuyo se ocupó de que tu tío y algunos contactos suyos pagaran las deudas con el dinero de Byakuya de un modo seguro. Cuando salí de rehabilitación, llamé al abogado de mi padre en China y le dije que aceptaba la herencia. Pagué la hipoteca de la casa, pero no hay dinero que pueda borrar la vergüenza. Byakuya podría haber muerto por mi culpa.

—Eres su hijo. Es normal que quisiera salvarte. Te quiere.

—Sí, soy el hijo pródigo. —Bajó las manos hasta las caderas de Kohaku y cambió de tema—. Quiero que te sientas cómoda aquí. He vaciado uno de los cajones de la cómoda y te he hecho un poco de espacio en el armario. Me gustaría que dejaras algo de ropa para cuando vengas. Ah y te daré una llave.

—¿Quieres que deje cosas mías aquí?

—Bueno, en realidad me gustaría que te quedaras toda tú, pero me conformaré con la ropa —respondió él con una media sonrisa.

Ella se puso de puntillas para besarlo en los labios.

—Dejaré parte de la ropa que me has comprado. Me estará esperando aquí cuando regrese.

La expresión de Senku se transformó al esbozar una sonrisa traviesa.

—Ya que hablamos de dejar cosas aquí, tal vez no te importase dejarme una foto de recuerdo.

—¿Quieres hacerme una foto así?

—¿Por qué no? Eres preciosa, Kohaku.

Ella sintió que la piel le ardía.

—Creo que no estoy preparada para que me saques fotos eróticas.

Él frunció el cejo.

—Lo que había pensado era tomar algunas fotos en blanco y negro de tu perfil, el cuello, la cara... —Le acarició suavemente la espalda, trazando círculos para demostrarle su afecto.

—¿Por qué?

—Porque me gustaría poder verte cuando no estés. Mi piso está muy vacío sin ti.

Ella frunció los labios pensativa.

—¿Te molesta la idea? —preguntó, acariciándole la mandíbula lentamente.

—No, no me importa que me fotografíes. Pero preferiría estar completamente vestida.

—No creo que mi corazón pudiera resistir verte desnuda.

Al verla sonreír, él se echó a reír.

—¿Puedo preguntarte una cosa, Senku?

—Por supuesto.

—Cuando vuelvas a Tokyo en Acción de Gracias, ¿dormirás en casa de Byakuya o en un hotel?

—Me quedaré en casa con Taiju, Yuzuriha y sus padres quienes han estado cuidando el lugar. ¿Por qué?

—Yuzuriha me dijo que solías alojarte en un hotel cuando ibas de visita.

—Es cierto.

—¿Por qué?

Él se encogió de hombros.

—Porque era la oveja negra de la familia y Taiju nunca me permitía olvidarlo. Era un alivio saber que tenía un sitio adonde ir si las cosas se ponían feas.

—¿Alguna vez llevaste a alguna chica a casa de tus padres?

—Nunca.

—¿Alguna vez quisiste hacerlo?

—No antes de conocerte. —Se inclinó hacia ella y la besó—. Por mí, serías la primera chica en compartir mi cama en casa de mis padres. Por desgracia, no creo que eso vaya a ser posible, a no ser que te cuele dentro cuando todos estén durmiendo.

Kohaku soltó una risita tímida. Estaba encantada con lo que estaba oyendo.

—Taiju me ha recordado que tengo que reservar los billetes de avión. ¿Por qué no dejas que me ocupe yo de las gestiones y ya arreglamos el tema del dinero más adelante?

—Puedo sacar mi propio billete.

—Ya lo sé. Pero me gustaría que fuéramos juntos en el avión. Para eso tendríamos que salir después del seminario, es decir, deberíamos tomar el último vuelo que sale de Toronto, hacia las nueve de la noche.

—Qué tarde.

—Había pensado reservar una habitación cerca al aeropuerto el miércoles por la noche, ya que llegaremos cerca de las once. A menos que prefieras que salgamos hacia Tokyo directamente.

Kohaku negó con la cabeza.

—¿Por qué no volamos directamente a Tokyo?

—El último vuelo hacia allá sale antes de que termine el seminario. Por supuesto, podríamos irnos al día siguiente, si lo prefieres. En ese caso no haría falta reservar hotel.

Senku la miraba fijamente, para observar cada detalle de sus reacciones.

—No quiero perder casi un día entero. Y me gustará dormir en un hotel contigo —dijo ella con una sonrisa.

—Bien. Haré las reservas y alquilaré un coche.

—¿Y Taiju y Yuzuriha? ¿No deberíamos ir con ellos?

—Ellos se irán el miércoles, cuando acaben de trabajar. Yuzuriha me ordenó que me encargara de que llegaras a casa sana y salva. Espera que sea tu chófer y tu botones —añadió con un guiño y una sonrisa.

—¿Lo sabe?

—Yuzuriha cree que lo sabe todo. —Su sonrisa se volvió más tensa—. No te preocupes. Yo me encargo de ella.

—No es Yuzuriha la que me preocupa.

—No tienes que preocuparte por nadie. Sólo somos dos amigos que se han encontrado en una ciudad lejana. Va a ser mucho más duro para mí que para ti.

—¿Y eso por qué?

—Porque tendré que estar en la misma habitación que tú sin poder tocarte.

Kohaku se miró los pies y sonrió con timidez.

Senku le cogió la mano y se la acarició.

—¿Cuándo es tu cumpleaños?

—No lo celebro.

—¿Por qué no?

—Porque no —respondió ella a la defensiva.

—Bueno, pues a mí me gustaría mucho celebrarlo contigo. No me lo niegues, Kohaku —le pidió, más frustrado que enfadado.

Kohaku recordó la discusión sobre la ropa. No le apetecía nada volver a discutir otra vez tan pronto.

—Fue el 25 de setiembre. Llegas tarde.

—No. —Senku la abrazó y le frotó la mejilla con la suya—. ¿Tienes planes para el viernes que viene? Podemos celebrarlo entonces.

—¿Qué haremos?

—Todavía tengo que organizarlo, pero lo que es seguro es que lo celebraremos fuera de casa.

—No creo que sea buena idea que nos vean juntos en público.

Él frunció el cejo.

—No te preocupes por eso. Sólo dime si aceptas mi invitación o no —insistió, acariciándole uno de los puntos del costado en los que Kohaku no podía resistir las cosquillas.

—Acepto agradecida, pero por favor no me hagas cosquillas —le rogó, riendo antes de que empezara.

Ignorando su ruego, Senku se las hizo delicadamente hasta que estuvo riendo a carcajadas. Le encantaba oírla reír. Y a ella le encantaban los escasos momentos en que él se ponía juguetón.

Cuando recuperó el aliento, Kohaku se disculpó:

—Siento haber herido tus sentimientos hace un rato. Sé que no es excusa, pero ayer fue un día muy duro y, además..., estoy hormonal.

«¿Hormonal? —repitió Senku mentalmente—. ¡Oh!»

—¿Te sientes mal? —le preguntó preocupado.

—Estoy bien, pero los días anteriores me altero un poco. Aunque dudo que quieras que entre en detalles.

—Si hace que te encuentres mal o que estés disgustada, claro que quiero saber los detalles. Me importas y me preocupo por ti.

—Te aconsejo que marques la fecha en el calendario para que sepas cuándo te conviene mantenerte a distancia. Bueno, siempre y cuando las cosas entre nosotros...

—No pienso hacer tal cosa —la interrumpió él bruscamente—. Te quiero completa. Lo quiero todo de ti, no sólo lo bueno. Y por supuesto que las cosas entre nosotros van a continuar.

«Espero.»

La confesión de Kohaku lo enfrentó a una situación curiosa. No se había olvidado de las clases de biología básica, pero dado su estilo de vida, hacía tiempo que esas cosas no formaban parte de su cotidianidad. Las mujeres «hormonales» o las mujeres que tenían la regla no solían ir al bar en busca de sexo.

Y muy raramente Senku se acostaba con la misma mujer más de una vez. Y en esas escasas ocasiones no había salido el tema en la conversación. Pero no tenía ningún inconveniente en hablar de ello con Kohaku. Quería reconocer sus estados de ánimo, saber cuándo estaba de mal humor o con ganas de llorar. La idea lo sorprendió, pero no de un modo desagradable.

—Dejaré que acabes de vestirte. Hay algo más que deberíamos comentar.

La miró con tanta solemnidad que Kohaku no pudo evitar preocuparse.

—Volví a hablar con mi abogado.

—¿Y?

—Me dijo que me mantuviera alejado de ti. Me confirmó que la universidad tiene una política muy estricta de no confraternización, que afecta tanto a alumnos como a personal docente.

—¿Y eso qué quiere decir?

—Quiere decir que los dos correríamos peligro si descubrieran que mantenemos una relación mientras estás en mi clase. En determinadas circunstancias, incluso te podrían expulsar de la universidad.

Kohaku cerró los ojos y reprimió un gruñido.

«¿Por qué el universo siempre conspira contra nosotros?»

—Conocíamos la política de la universidad y ahora ya sabemos que van en serio. Sólo tenemos que seguir manteniendo las mismas precauciones que hasta ahora. Hemos de continuar siendo discretos durante un par de semanas. En cuanto Xeno te entregue su nota, podremos vernos libremente.

—Tengo miedo.

Senku le acarició la mejilla.

—¿De qué?

—Si alguien nos ve juntos, o si algo les resulta sospechoso, pueden denunciarnos. Luna te desea y me odia. A Ukyo no le gusta cómo me tratas en público, así que no sería difícil que declarara en tu contra y...

Se estremeció. No quería pensar en ello.

—No permitiré que te expulsen. No importa lo que pase. Las cosas nunca llegarán tan lejos.

Kohaku trató de protestar, pero él la hizo callar con sus labios, murmurando palabras de ánimo contra su boca mientras le demostraba lo mucho que le importaba.

Pasaron un día muy agradable juntos. Se rieron, se besaron y hablaron durante horas. Senku tomó varias fotos de ella en poses informales, hasta que, muerta de vergüenza, Kohaku le rogó que guardara la cámara. Él decidió que le haría un par de fotos más esa noche, mientras durmiera, porque entonces Kohaku tenía el rostro de un ángel. Sabía que imágenes suyas durmiendo serían arrebatadoras.

Después de cenar, bailaron delante del fuego. Senku había preparado una colección de temas sensuales cantados por Sting, pero Kohaku no podía concentrarse en la música. Estaba aturdida, como siempre que él la besaba. Estaba tan atrapada en el mundo de las emociones y las sensaciones físicas, que le daba vueltas la cabeza.

Senku, con las manos hundidas en su pelo, le acariciaba la nuca. Desde allí, sus manos descendieron hasta sus hombros, donde resiguieron los contornos de su piel. Continuaron bajando hasta su cintura y, muy lentamente, volvieron a ascender hasta rozar la parte baja de sus pechos. Dos manos grandes y fuertes le cubrieron los senos, moviéndose y masajeándolos con delicadeza.

Kohaku se apartó.

Senku abrió los ojos, sorprendido. Ella se había apartado de él, pero aún sentía su corazón latiendo desbocado contra sus dedos.

—¿Kohaku? —susurró.

Ella negó con la cabeza. Tenía la boca entreabierta y la piel sonrojada. Sin dejar de mirarlo, se acercó un poco más. Senku cambió ligeramente la posición de sus manos para observar su reacción.

Kohaku cerró los ojos y, cuando volvió a abrirlos, pudo ver algo nuevo en sus profundidades: calor.

La visión de su intensa y repentina excitación lo afectó mucho, no sólo por su propio estado de deseo, sino también a nivel emocional. Ella nunca lo había mirado de esa manera, ansiosa y exultante, como si fuera la primera vez que alguien la había tocado íntimamente.

Un gruñido retumbó en el pecho de él y le indicó con los ojos que se acercara para besarla. Cuando sus labios se fundieron, le acarició los pechos con más fuerza y con los pulgares le frotó los pezones, que empezó a notar contra su camisa. Kohaku gimió de placer dentro de su boca. Su reacción animó a Senku, que gruñó y se pegó más a ella.

«Más —le ordenaba su cuerpo—. Más cerca, más rápido, más fuerte, más. Más.»

—¡Aaaahhh! —exclamó, rompiendo el contacto de sus labios y moviendo las manos hasta la seguridad de sus hombros.

Kohaku apoyó la mejilla en su pecho, con las emociones girando en su interior como un remolino. Con los ojos cerrados, sintió que perdía el equilibrio, pero Senku la sujetó por la cintura para impedir que se cayera al suelo.

—¿Cómo estás?

—Feliz.

—La pasión tiene ese efecto —contestó él, con una sonrisa socarrona.

—Tus dedos también —susurró ella.

Senku la llevó hasta la butaca roja y la dejó allí.

—Voy a darme una ducha fría.

Kohaku trató de recuperar la compostura. Los poderes de seducción de Senku la habían dejado medio borracha de pasión y frustrada, deseando cosas para las que no estaba preparada. Todavía.

«El profesor Ishigami no sólo tiene debilidad por los culos. También le gustan los pechos», pensó Kohaku con no poco entusiasmo.

Cuando vio que tardaba un rato pensó si le habría pasado algo. Y se preguntó por qué habría sentido la necesidad de darse una segunda ducha de repente. Al hallar la respuesta, sonrió para sus adentros.

El fin de semana que Kohaku pasó con Senku fue uno de los más felices de su vida. Durante toda la semana siguiente la acompañaron sus recuerdos, como si fueran talismanes. No la abandonaron ni durante el seminario, cuando Christa trató de dejarla en evidencia, ni mientras escuchaba los bienintencionados pero inoportunos consejos de Ukyo para que interpusiera una demanda contra la profesora por como la había tratado los primeros días.

Senku pasó una semana espantosa. Durante el seminario, le costó muchísimo mantener los ojos apartados de Kohaku. El esfuerzo lo volvió más irritable y malhumorado que de costumbre. Luna casi había logrado acabar con su paciencia pidiéndole por todos los medios más reuniones para —supuestamente— discutir su proyecto de tesis. Senku rechazó cada una de sus invitaciones con un gesto de la mano, lo que hizo que ella redoblara sus esfuerzos.

Para distraerse, pasó casi todo su tiempo libre preparando la sorpresa de cumpleaños de Kohaku o encerrado en su laboratorio. Cualquiera de las dos alternativas era mucho más saludable que sus costumbres anteriores.

Cada noche, acostado en su cama, se quedaba un rato mirando el techo, pensando en Kohaku y deseando que su cuerpo cálido y suave estuviera a su lado. Empezaba a costarle dormir si no era con ella. No existía ningún sistema de liberar tensiones que le sirviera para relajarse. Ni para hacerle olvidar el hambre que lo consumía.

Hacía mucho tiempo que no tenía una cita en el sentido clásico del término, por lo menos desde Harvard. Se maldijo por haber sido tan idiota de creer que sus ataques depredadores en Lobby podían ser un sustituto para una relación real. Una relación pura.

Echaba de menos el sexo, eso era innegable. A veces se preguntaba si sería capaz de mantener su promesa de castidad o su hambre se impondría y trataría de seducir a la dulce Kohaku. Lo que no le pasó por la mente ni por un momento fue la posibilidad de serle infiel. No echaba de menos la alienación que sentía cada vez que salía de casa de alguna amante ocasional y se iba a directo a la ducha para quitarse del cuerpo las huellas de su encuentro, como si fueran enfermedades contagiosas. Tampoco echaba de menos el sentimiento de desprecio de sí mismo al acordarse de algunas de las mujeres con las que había estado, mujeres que nunca habría podido presentarle a Byakuya.

Kohaku era distinta a todas. Con ella quería experimentar pasión y excitación, pero también ternura y compañerismo. Todas esas ideas eran desconocidas para él y lo asustaban y emocionaban por igual.

El sábado por la tarde, Kohaku leyó y releyó el correo electrónico con los detalles sobre la celebración de su cumpleaños.

Feliz cumpleaños, leona.

Por favor, hónrame con tu presencia

en el Royal Ontario Museum esta tarde a las seis en punto

Reúnete conmigo en la entrada de la calle Bloor.

Seré el del traje, la corbata y una enorme sonrisa

cuando te vea entrar.

Espero con ansiedad el momento de disfrutar del placer de tu compañía.

Con afecto y el deseo más profundos.

Tuyo,

Senku

Ella siguió sus instrucciones con entusiasmo. Se puso el vestido azul que le había comprado Yuzuriha, medias negras y los zapatos de Christian Louboutin. El museo estaba demasiado lejos para ir andando con aquellos tacones, así que cogió un taxi. Llegó a las seis, puntualmente, con los ojos brillantes y las mejillas encendidas.

«Tengo una cita con Senku. Nuestra primera cita de verdad.»

Casi se había olvidado del motivo. Aunque odiaba celebrar su cumpleaños, la idea de tenerlo a él para ella sola durante una velada romántica bien valía todo lo demás. A pesar de sus mensajes de texto a escondidas, de sus correos electrónicos furtivos y de sus charlas telefónicas, lo echaba de menos.

Hacía poco que habían renovado el museo y una estructura que recordaba la proa de un barco sobresalía de la fachada original de piedra. A Kohaku no le gustaba demasiado que se mezclaran cosas antiguas y modernas, prefería que los edificios siguieran un estilo u otro, pero probablemente estaba en minoría.

Al acercarse a la entrada, se dio cuenta de que el lugar estaba cerrado. El cartel de los horarios indicaba que había cerrado hacía media hora. A pesar de todo, se acercó a la puerta, donde la recibió un guardia de seguridad.

—¿Señorita Weinberg? —preguntó.

—Sí.

—Su anfitrión la espera en la tienda de regalos.

Ella le dio las gracias y caminó entre vitrinas llenas de artefactos, juguetes, recuerdos y cachivaches. Un hombre alto, impecablemente vestido con un traje azul marino a rayas con dos aberturas traseras, la esperaba vuelto de espaldas. En cuanto le vio los anchos hombros y el pelo castaño, el corazón de Kohaku le dio un brinco en el pecho.

«¿Será siempre así? ¿Me quedaré sin aliento y me temblarán las piernas cada vez que lo vea?»

Supo cuál era la respuesta antes de acercarse a él. Al ver que no se volvía, Kohaku carraspeó.

—El profesor Ishigami, supongo.

Él se volvió rápidamente. Al verla, ahogó una exclamación.

—Hola, leona. —Tras darle un beso demasiado entusiasta, la ayudó a quitarse el abrigo—. Date la vuelta —le pidió, con voz ronca.

Kohaku giró muy lentamente.

—Estás espectacular.

Cuando ella acabó de darse la vuelta completa, Senku la abrazó y la besó apasionadamente, capturándole el labio inferior entre los suyos y explorándole la boca a conciencia.

Kohaku se apartó, avergonzada.

Él le dirigió una mirada ardiente.

—Haremos mucho más que esto esta noche. Tenemos el museo para nosotros solos. Pero antes...

Alargó la mano para coger una caja transparente de una mesa cercana. Dentro había una gran orquídea blanca.

—¿Es para mí?

Senku se echó a reír.

—Quiero compensarte por haberme perdido tu baile de graduación. ¿Puedo?

Kohaku respondió con una sonrisa radiante.

Él sacó la flor de la caja y se la ató a la muñeca con demasiada habilidad para su gusto.

—Es preciosa, Senku. Gracias —dijo ella, besándolo con dulzura.

—Ven.

Lo siguió gustosa, pero al darse cuenta de su error, él se detuvo en seco.

—Quería decir, ven, por favor.

Kohaku sonrió y entrelazó los dedos con los suyos. Se dirigieron a una zona abierta, donde se había instalado un bar improvisado. Una vez allí, Senku le puso la mano en la curva de la espalda.

—¿Cómo has montado todo esto? —susurró ella.

—Soy uno de los patrocinadores de la exposición. Cuando pedí una visita privada, aceptaron encantados.

Le dedicó una media sonrisa que casi hizo que Kohaku se convirtiera en un charco en el suelo.

El camarero los saludó calurosamente.

—¿Qué desea tomar, señorita?

—¿Sabe preparar un Flirtini?

—Por supuesto, señorita. En seguida se lo doy.

Alzando las cejas, Senku le susurró al oído:

—Interesante nombre para un cóctel. ¿En previsión de lo que está a punto de llegar?

Ella se echó a reír.

—Vodka de frambuesa, zumo de arándanos y piña. No lo he probado nunca, pero leí los ingredientes por Internet y me pareció que debía de estar bueno.

Él se echó a reír, negando con la cabeza.

—¿Señor? —preguntó entonces el camarero, tras entregarle a Kohaku su bebida, adornada con una rodajita de piña.

—Tónica con lima, por favor.

—¿No vas a beber nada más? —preguntó ella, sorprendida.

—Tengo una botella de vino especial en casa. Me estoy reservando —respondió Senku, con una sonrisa.

Kohaku esperó a que él tuviera también su bebida para brindar.

—Puedes traerte el..., ¿cómo se llamaba?, Flirtini. Somos los únicos visitantes esta noche.

—Creo que me va a durar mucho rato. Es bastante fuerte.

—Tenemos todo el tiempo del mundo, Kohaku. Esta noche todo es en tu honor. Lo único que importa es lo que quieres, lo que necesitas, lo que deseas. —Con un guiño, la condujo hacia los ascensores—. La exposición está en el piso de abajo.

Al entrar en el ascensor, se volvió hacia ella.

—¿Te he dicho lo mucho que te he echado de menos esta semana? Los días y las noches se me han hecho eternos.

—Yo también te he echado de menos —admitió Kohaku, tímidamente.

—Estás preciosa. —La miró de arriba abajo y se quedó contemplando encantado los zapatos de tacón—. Eres un sueño hecho realidad.

—Gracias.

—Voy a tener que hacer gala de todo mi autocontrol para no llevarte a la exposición de mobiliario victoriano y hacerte el amor en una de las camas con dosel.

Ella lo miró y soltó una risita, preguntándose qué cara pondría el personal del museo si él llevara a cabo su amenaza.

Senku suspiró aliviado al comprobar que su comentario imprudente no la había asustado. Se recordó que tenía que andarse con cuidado.

Había participado activamente no sólo en la financiación de la exposición, sino también en su selección. Mientras recorrían las salas de la exposición, le contó a Kohaku algún detalle sobre alguna de las piezas más impresionantes. Aunque sobre todo pasearon de la mano, como una pareja enamorada, deteniéndose para besarse o abrazarse cada vez que les apetecía. Que era bastante a menudo.

Ella se acabó el cóctel antes de lo previsto y Senku encontró un sitio donde dejar los vasos, encantado de tener, por fin, las manos libres. Kohaku era una sirena; no podía resistirse a su voz. Le acarició el cuello, la mejilla, la clavícula. Le besó el dorso de la mano, los labios, el cuello. Lo estaba volviendo loco. Cada vez que reía o sonreía, Senku pensaba que iba a arder en llamas.

Pasaron bastante rato contemplando la Virgen con Niño y dos ángeles de Fra Filippo Lippi, ya que era una pintura que ambos admiraban. A su espalda, él la abrazaba por la cintura mientras contemplaban la obra.

—¿Te gusta? —le susurró al oído, apoyándole la barbilla en el hombro.

—Mucho. Siempre me ha gustado la serenidad que desprende el rostro de la Virgen.

—A mí también —replicó Senku, deslizándole los labios desde la mandíbula hasta debajo del lóbulo de la oreja—. Tu serenidad es muy atractiva.

Kohaku puso los ojos en blanco y echó la cabeza hacia atrás.

—Humm —gimió en voz alta.

Él se echó a reír y repitió sus movimientos, acariciándole el cuello con la punta de la lengua con tanta suavidad que Kohaku pensó que eran sus labios.

—¿Te gusta?

Ella respondió levantando las manos y enterrándole los dedos en el pelo. Senku no necesitó más invitación. Volviéndola entre sus brazos, la pegó a su cuerpo, apoyándole las manos en las caderas.

—Tú eres la auténtica obra de arte —murmuró contra su cuello—. Eres una obra maestra. Feliz cumpleaños, Kohaku.

Ella le tiró del lóbulo de la oreja con los dientes antes de darle un beso suave.

—Gracias.

Senku la besó con firmeza, rogándole silenciosamente que abriera la boca. Cuando lo hizo, sus lenguas se entrelazaron y se movieron al unísono, lentamente. No había prisa. Estaban solos en un museo casi desierto. Mientras le besaba los labios y las mejillas, fue haciéndola retroceder hasta un rincón de la sala.

La miró con cautela.

—¿Puedo seguir?

Ella asintió sin aliento.

—Si quieres que pare, dímelo. No iré demasiado lejos, pero... te necesito.

Kohaku le rodeó el cuello con los brazos y se le acercó.

Él la apoyó suavemente contra la pared, pegándose a ella. Cada uno de sus ángulos y planos era acogido por las curvas de Kohaku. Las manos de Senku descendieron, dudando, hasta sus caderas. Como respuesta, ella se apretó más a él. Durante todo ese tiempo, sus labios y sus lenguas siguieron explorando, sin darse nunca por satisfechos. Los dedos finos y largos de Senku regresaron a su espalda y, desde allí, volvieron a bajar hasta rodearle las nalgas, redondeadas y deliciosas. Apretó vacilante y sonrió contra su boca cuando ella gimió.

—Eres perfecta. Todas tus partes lo son. Pero ésta en concreto... —Senku apretó otra vez y la besó con ardor renovado.

—¿Me estás diciendo que te gusta mi culo, profesor?

—No me llames así.

—¿Por qué no?

—Porque no quiero pensar en todas las normas universitarias que estoy rompiendo ahora mismo.

Senku se arrepintió de sus palabras tan pronto como la sonrisa de Kohaku desapareció.

—Y nunca me referiría a esa bella zona de tu cuerpo como un culo. Es demasiado elegante. Voy a tener que crear una palabra nueva que la describa en toda su gloria.

Ella se echó a reír a carcajadas y él le dio un nuevo apretón para que no quedara duda de su admiración.

«Confirmado, el profesor Ishigami tiene debilidad por los culos.»

Los dedos de Kohaku tenían debilidad por el pelo de Senku. Le gustaba acariciarlo, hundirse en él, agarrarlo con fuerza para acercar su cara a la suya. Al sentir el corazón de él latiendo contra su pecho le faltó el aliento, pero no le importó. Lo amaba. Estaba enamorada de Senku desde que tenía diecisiete años. Y se había portado tan bien con ella... En ese instante, le habría dado todo lo que le hubiera pedido sin importarle las consecuencias. «¿Qué consecuencias?» Su mente ni siquiera podía acordarse.

Senku le acarició la cadera, deslizó la mano hasta su muslo y le levantó una pierna. Cuando se la colocó detrás de la cadera, Kohaku se apretó contra él en un erótico tango contra la pared. Por fin podía moverse libremente. Las caderas de Senku se movieron hacia adelante, mientras le acariciaba el muslo con una mano. Ella sintió su dureza. Era una presión deliciosa y una fricción que prometía mucho más.

Kohaku no podía dejar de besarlo... Ni siquiera para preguntarse cómo había dominado el arte de sostenerse sobre un solo pie en tan poco tiempo, o cómo podía respirar a través de la boca de Senku. Sintiéndose atrevida, apartó las manos de su cabello y le acarició los hombros y la cintura antes de agarrarle las nalgas. Ella también había admirado su trasero en más de una ocasión. Las curvas de Senku eran más musculosas y firmes que las suyas y lo apretó con fuerza, animándolo, acercándolo más.

Él no necesitaba que nadie lo animara. Le acarició la pierna cubierta por la fina media. Estaba en el cielo. Respiraba, jadeaba, presionaba, besaba, sentía. Sin encontrar oposición. Sin dudas.

Kohaku lo aceptaba. Lo deseaba. Su cuerpo era suave, cálido y... muy receptivo.

—Kohaku, yo... nosotros... tenemos que parar —le dijo, separándose un poco.

Ella seguía con los ojos cerrados, haciendo un mohín con los labios enrojecidos por sus besos. Ahora deseaba besarla con mucha más intensidad.

Le apartó el pelo de la cara con cuidado:

—¿Leona?

Ella parpadeó y abrió los ojos.

Senku pegó la frente a la suya y aspiró su aliento, dulce y suavemente perfumado. Con una última caricia, la ayudó a bajar la pierna. Ella le apartó las manos del culo a regañadientes. No fue fácil, pero Senku logró poner un poco de distancia entre sus cuerpos y le cogió las manos.

—No debería haberte acorralado de esta manera. Ni haber dejado que las cosas llegaran tan lejos. —Negando con la cabeza, maldijo entre dientes—. ¿Te he asustado?

—No te he dicho que pararas, Senku. —La suave voz de Kohaku resonó en la gran sala desierta—. Y no, no estoy asustada.

—Pero antes te daba miedo. ¿Te acuerdas de la noche en que me rescataste de Luna? —Apretó los labios.

—Ahora te conozco un poco mejor.

—Kohaku, nunca te arrebataría nada. Nunca te manipularé para que hagas cosas que no quieres hacer. Tienes que creerme.

—Te creo, Senku. —Kohaku levantó una de las manos de él y se la colocó sobre el corazón, entre los pechos—. ¿Notas mi corazón?

Senku frunció el cejo.

—Va muy de prisa. Parecen las alas de un colibrí.

—Es el efecto que provocas en mí cada vez que te me acercas. Cada vez que me tocas, las emociones me abruman.

Él le acarició la piel del escote, pero en seguida volvió la atención a su labio inferior, hinchado.

—Mira lo que te he hecho. ¿Te duele? —susurró.

—Sólo cuando te apartas de mí.

Senku la besó con reverencia.

—Tus palabras me matan.

Ella se apartó el pelo de la cara y se echó a reír.

—Pero será una muerte muy dulce.

Él también se echó a reír y la abrazó.

—Será mejor que sigamos con la visita antes de que mi contacto decida echarnos del museo por conducta indecente. Tendré que hablar con él y pedirle que me entregue las cintas con las grabaciones de las cámaras de seguridad.

«¿Cintas? ¿Cámaras de seguridad? Scheiße! —maldijo Kohaku—. Aunque, pensándolo bien, hummmm.»

Cuando llegaron al piso de Senku, la cabeza les daba vueltas de tanto reír. El deseo desesperado que sentían el uno por el otro se había enfriado un poco, pero seguían llenos de afecto y calidez. Kohaku era feliz. Y tenían toda la noche por delante para ellos solos...

En la cocina, Senku la besó e insistió en que le dejara prepararlo todo.

—Pero quiero ayudarte.

—Si quieres, mañana por la noche podemos cocinar juntos.

Kohaku tuvo una idea.

—No sé qué te parecerá, pero tengo la receta de pollo a la Kiev de Byakuya. Podríamos prepararlo juntos —propuso, insegura de la reacción de él.

—Taiju lo llamaba «el pollo del chorrito» —recordó Senku con melancolía y volvió a besarla—. Hace años que no lo como. Me encantará que me enseñes a prepararlo.

«Probablemente será lo único que pueda enseñarte, Senku. Eres un dios del amor, entre otras cosas.»

Tras rozarle los labios con los suyos, Kohaku se sentó en un taburete.

—La cena de hoy nos la han preparado en Scaramouche. Si Mahoma no puede ir a la montaña, la montaña irá a Mahoma.

—¿De verdad?

—Sí, lo han traído todo, incluido un delicioso pastel de chocolate al Grand Marnier de la patisserie La Cigogne. Y tengo una extraordinaria botella de vino que he estado reservando. Voy a abrirla para que respire antes de empezar. —Con un guiño, añadió—: Hasta tengo velas para el pastel.

—Muchas gracias por esta noche maravillosa, Senku. Desde luego, está siendo el mejor cumpleaños de mi vida.

—Y todavía no ha terminado —le recordó él, con la voz ronca y los ojos brillantes—. Aún no te dado tu regalo.

Kohaku se ruborizó y bajó la vista, preguntándose si sería su intención sonar tan sensual o si le salía de manera natural.

«No sé qué me habrá preparado, pero sé lo que me gustaría: estoy fantaseando con hacer el amor con él.»

El móvil de Kohaku interrumpió sus fantasías eróticas. Fue a buscar el bolso y miró quién llamaba.

—No reconozco el número —musitó—, pero es de Japón.

Decidió responder.

—¿Hola?

—Hola, Kohaku.

Ella inspiró profundamente y sus pulmones sonaron como una aspiradora atascada. Senku se le acercó inmediatamente, sabiendo que algo iba muy mal. El color le había desaparecido completamente de la cara.

—¿Cómo has conseguido este número? —logró decir, antes de que se le doblaran las piernas.

Se tambaleó hasta la silla más cercana y se sentó.

—Qué bienvenida tan fría, Kohaku. Vas a tener que esforzarte más.

Ella se mordió el labio inferior sin saber qué decir.

Su interlocutor suspiró dramáticamente.

—Me lo dio tu padre. Siempre disfruto mucho hablando con él.

Es muy comunicativo, algo que no puede decirse de ti. Te has portado como una niña malcriada.

Kohaku cerró los ojos y empezó a respirar agitadamente. Senku le dio la mano y trató de levantarla, pero ella no se movió.

—¿Qué quieres?

—Paso por alto tu malhumor porque hace tiempo que no hablo contigo, pero no tientes a la suerte. —Bajando la voz, añadió—: Llamo para saber cómo te van las cosas en Toronto. ¿Sigues viviendo en la avenida Madison?

Se echó a reír y Kohaku se llevó una mano al cuello.

—Mantente alejado de mí. No quiero hablar contigo ni quiero que vuelvas a llamar a mi padre.

—No habría tenido que hablar con él si te dignaras responder mis correos electrónicos. Pero tuviste que cerrar la maldita cuenta.

—¿Qué quieres? —repitió Kohaku.

Con el cejo fruncido, Senku la invitó con un gesto a pasarle el móvil, pero ella negó con la cabeza.

—El otro día tuve una conversación muy interesante con Homura —respondió la voz.

—¿Y?

—Y me dijo que tienes unas fotos que me pertenecen.

—No tengo nada tuyo. Lo dejé todo. Ya lo sabes.

—Tal vez sí o tal vez no. Sólo quería advertirte de que sería una desgracia que esas fotos acabaran en manos de la prensa. —Hizo una pausa—. Porque yo tengo un par de vídeos tuyos que podrían salir a la luz. Me pregunto qué pensaría tu papaíto si te viera de rodillas con mi...

Con la vulgar descripción aún resonando en sus oídos, Kohaku emitió una especie de silbido y soltó el teléfono, que se estrelló contra el suelo, cerca del pie de Senku. Salió corriendo hacia el cuarto de baño y el sonido de sus arcadas llegó hasta la cocina.

Por desgracia para quienquiera que llamase, Senku había oído la amenaza final. Recogió el teléfono y preguntó:

—¿Quién es?

—Mozu. ¿Y quién mierda eres tú?

Senku apretó mucho los dientes y soltó el aire. Los ojos se le habían cerrado hasta casi convertírsele en dos rendijas.

—El novio de Kohaku. ¿Qué quieres?

Mozu guardó silencio unos instantes.

—Kohaku no tiene novio, idiota. ¡Ponla al teléfono!

Senku gruñó y el sonido retumbó desde lo más profundo del pecho.

—Si sabes lo que te conviene, harás caso de lo que te ha dicho y la dejarás en paz.

El otro se echó a reír amenazadoramente.

—No tienes ni idea de con quién estás tratando. Kohaku es inestable. Es un saco de problemas. Necesita ayuda profesional.

—En ese caso, es una suerte que esté saliendo con uno.

—¿Qué tipo de profesional? ¿Un imbécil profesional? ¿Sabes con quién estás hablando? Mi padre es...

—Escucha bien, hijo de puta, tienes suerte de que no estemos en la misma habitación o te pasarías el resto de la noche en el quirófano, mientras te pegaban la cabeza al cuerpo. Si me entero de que has tratado de ponerte en contacto con ella de cualquier manera, iré a buscarte y ni siquiera tu padre, sea quien sea, será capaz de hacer que recuperes la conciencia. ¿Queda claro? Déjala en paz. —Apagó el teléfono, cerrándolo, y lo lanzó contra la pared. Se rompió en varios trozos, que quedaron repartidos por el suelo.

Cerró los ojos y contó hasta cincuenta antes de ir a buscar a Kohaku. Nunca había estado tan furioso. Nunca había sentido tantas ganas de usar la ciencia para matar. Era una suerte que ella lo necesitara en ese momento, o muy probablemente habría ido a buscar a ese tipo y lo habría matado.

Llenó un vaso con agua y se lo llevó a Kohaku, que estaba sentada en el borde de la bañera del cuarto de baño de invitados. Tenía la cabeza gacha y se abrazaba a sí misma. La flor que aún llevaba atada a la muñeca temblaba.

«¿Qué mierda le hizo ese desgraciado?»

Vio que ella se bajaba el borde del vestido con una mano y su muestra de modestia le encogió el corazón.

—¿Kohaku? —la llamó, ofreciéndole el vaso de agua.

Ella la bebió a sorbitos, pero no respondió.

Senku se sentó a su lado en la bañera y la atrajo hacia sí.

—Te ha contado lo que pasó cuando estábamos juntos, ¿no es cierto? —preguntó ella en voz baja, sin emoción.

Él la abrazó.

—Quería hablar contigo, pero le he dicho que no volviera a molestarte nunca más.

Kohaku lo miró mientras una lágrima le descendía lentamente por la mejilla.

—¿No... no te ha contado nada sobre mí?

—Ha murmurado incoherencias hasta que lo he amenazado —respondió él, haciendo una mueca—. Y no estaba bromeando.

—Es un tipo asqueroso —susurró ella.

—Deja que me ocupe de él personalmente. Si tengo que volar a Japón para verlo en persona, lo haré. Y cuando llegue allí, no le gustará lo que pasará.

Kohaku sólo lo escuchaba a medias. Mozu siempre lograba que se sintiera usada, sucia, patética. No quería que Senku tuviera esa imagen de ella. No quería que supiera lo que había pasado. Nunca.

—Leona, ¿qué quería?

—Cree que tengo unas fotos suyas. Quiere que se las devuelva.

—¿Qué tipo de fotos?

Kohaku aspiró por la nariz con fuerza.

—No lo sé, pero debe de ser algo grave si está tan preocupado.

—¿Tienes algo que pueda perjudicarlo?

—¡No! Pero él dice que tiene vídeos caseros míos —admitió, estremeciéndose—. Me extrañaría mucho, pero ¿y si es verdad? ¿Y si hace un montaje y se lo envía a mi padre y mi hermana? ¿O lo cuelga en Internet?

Senku se tragó su repulsión mientras le secaba las lágrimas con el pulgar.

—No lo hará, a no ser que sea muy estúpido. Mientras crea que tienes algo que puede perjudicarlo, no hará nada. Podría hablar con tu padre y decirle que he oído cómo ese maleante te amenazaba. Si luego cuelga algo, Kokuyo ya estará avisado y sabrá que es un montaje, fruto de la mente de un acosador.

Kohaku lo miró, súbitamente alarmada.

—No, no lo hagas, por favor. Mi padre está preocupado porque voy a viajar a Tokyo contigo. No puede enterarse de que estamos juntos.

Senku le acarició rápidamente el pelo antes de secarle una nueva lágrima.

—No me lo habías contado. No me extraña. Pero tienes que hablar con él y decirle lo que ha pasado para que no le dé más información a Mozu.

Kohaku asintió.

—Puedo hablar mañana con mi abogado. Podrías ponerle una denuncia y pedir una orden de alejamiento. También podemos investigar si realmente tiene imágenes tuyas o si se está marcando un farol.

—No quiero hacer nada para ganarme su enemistad. No lo entiendes. Tiene parientes importantes.

Senku apretó los labios con fuerza. Quería darle un empujón; que reaccionara, o al menos que permitiera que él actuara en su lugar, pero era evidente que estaba traumatizada. Y no quería preocuparla más.

—Si vuelve a ponerse en contacto contigo, hablaré con mi abogado y sabrá lo que es bueno. Mañana iremos a comprarte un móvil nuevo, con un número de Toronto. Y le dirás a tu padre que lo mantenga en secreto.

Le levantó la barbilla para que lo mirara a los ojos.

—No volverá a tocarte. Te lo aseguro —le dijo con una sonrisa—. No dejes que las batas de laboratorio o las corbatas te engañen. Sé defenderme. Y no permitiré que nadie te haga daño. —La besó castamente en la frente—. Cuando vayamos a casa, estarás conmigo todo el tiempo que no pases con tu padre o tu hermana. Y podrás llamarme por teléfono en todo momento. ¿De acuerdo?

Ella hizo un ruido para que supiera que lo había oído.

—¿Kohaku?

—¿Sí?

Senku la abrazó con fuerza.

—Es culpa mía.

Ella lo miró sin comprender.

—Si no te hubiera dejado sola aquella mañana... O si hubiera vuelto a buscarte...

Ella negó con la cabeza.

—Sólo tenía diecisiete años, Senku. Papá te habría echado de casa con una escopeta.

—Te habría esperado.

Suspiró apenada.

—No sabes cuánto lamento no haberte esperado. Él es la razón por la que nunca celebro mi cumpleaños. Me lo estropeó una vez. Y hoy ha vuelto a hacerlo —concluyó, antes de empezar a llorar en silencio.

Senku le secó las lágrimas con sus besos.

—Olvídate de él. Ahora estamos solos. Nadie más importa.

Kohaku quería creerlo, pero por desgracia, sabía que el pasado no podía borrarse de un plumazo. Se estremeció al pensar en su próxima visita a casa.

Acción de Gracias siempre le había traído muy mala suerte.

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Continuará….

Vamos a ponerle el acelerador a esta historia para que tengan una conclusión lo más pronto posible. Gracias Ligia, Megurine, Cojulieth31 y quietduna por el apoyo. Y a todos los lectores anónimos que siguen la historia.

La verdad tuve algunos problemas y amenazas de un hater hace algunos meses y por eso deje de escribir en el fandom y la historia en stand by pero es bueno saber que hay personas que te apoyan.

Muchas gracias a todos.

Los quiere,

Nita.

PS:. To all who speaks English. Would you like some fics in English? I need to practise my wording and have many fics to translate... Please sent a review to know.

PS2: Oi gente! Gostariam de ter meus fics no português?