Los personajes pertenecen a Inagaki y Boichi. Esta historia esta inspirada en la saga de Gabriel Inferno by Sylvain Reynard, adaptada al fandom y sin fines de lucro. Espero les guste.

Advertencia: la historia contiene spoilers de los personajes del manga.

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El infierno de Senku

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Capítulo 5

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La semana siguiente a la llamada de Mozu, Kohaku mantuvo una tensa conversación con su padre sobre los acontecimientos del fin de semana. Lo llamó desde su iPhone nuevo, explicándole por qué había tenido que cambiar de número. El hombre llevaba tres días tratando de hablar con ella sin conseguirlo y estaba enfadado.

—Papá, he tenido que cambiarme de número porque Mozu me llamó.

—¿Ah, sí? —El tono de voz de Kokuyo era receloso.

—Pues sí. Me dijo que tú se lo habías dado. Me llamó y me estuvo acosando.

—Menudo cabrón —murmuró su padre.

—Te doy el nuevo número, pero no quiero que se lo des a nadie, especialmente a Turquoise. A la que te descuides, ya se lo habrá dado a Homura.

Como si la vida Kohaku, no fuera lo suficientemente complicada, tenía la mala suerte de que su padre estaba saliendo desde hace varios años, específicamente desde que Ruri se mudó con Chrome, con la madre de la actual novia de Mozu. Ella estaba bien, nunca fue descortés ni grosera con ella y por lo que veía se preocupaba por su padre; pero su hija Homura, era otra historia; al principio eran bastante amigas pero ahora las circunstancias eran diferentes. Ella y Mozu estaban juntos y era la principal razón de que él la estuviera acosando ahora.

Kokuyo seguía refunfuñando, como si se hubiera olvidado de que estaba hablando con alguien.

—No te preocupes por Turquoise.

—¡Sí, papá, claro que me preocupo! Su hija sigue hablando con Mozu. ¿Y si le dice que vuelvo ahí para Acción de Gracias? ¡Podría presentarse en casa!

—Estás exagerando. No va a hacer eso. La semana pasada tuve una conversación muy agradable con él. Fue muy educado. Me dijo que todavía tenías algunas cosas suyas. No quería molestarte, pero yo le di tu número y le dije que no te importaría que te llamara.

—¡No tengo absolutamente nada suyo! Y aunque no fuera así, sabes que no quiero hablar con él. No es una buena persona, papá. Cuando habla contigo finge. Conmigo es una persona totalmente distinta —trató de explicarle Kohaku, que había empezado a temblar.

—¿Estás segura de que no fue un malentendido?

—Es difícil malinterpretar el acoso y las amenazas, papá. No volverá a hablar conmigo. Nunca seremos amigos. Lo que hizo no se arregla con una disculpa.

Kokuyo suspiró.

—De acuerdo, Kohaku, lo siento. No le daré tu número a nadie. Pero ¿estás segura de que no quieres ofrecerle a Mozu una segunda oportunidad? Es de muy buena familia... Y todos cometemos errores.

Ella puso los ojos en blanco. Le apetecía mucho ponerse en plan revanchista. Le apetecía preguntarle a su padre si él habría perdonado a su madre si hubiera presenciado lo que ella misma vio una tarde al volver a casa: a su madre doblada encima de la mesa de la cocina, con uno de sus amigos detrás. Pero no era una persona vengativa, así que no lo hizo.

—Papá, que sea el hijo de un senador no quiere decir que no pueda ser un hijo de puta al mismo tiempo. Lo nuestro está roto. No se puede reparar, créeme.

Kokuyo soltó el aire ruidosamente.

—De acuerdo. ¿Cuándo llegarás?

—El jueves.

—¿Vendrás con Yuzuriha y Taiju?

—Ése es el plan. Y con Senku también —respondió ella, tratando de sonar convincente.

—Mantente cerca de Taiju y alejada de Senku.

—¿Por qué?

—Es una manzana podrida. Me sorprende que no esté en la cárcel. Menos mal que se trasladó a Canadá.

Kohaku negó con la cabeza.

—Si fuera un delincuente, los canadienses no le habrían dado visado de trabajo.

—Los canadienses dejan entrar a todo el mundo. Hasta a los terroristas.

Kohaku suspiró resignada y empezó a concretar con él los detalles de su visita esperando que, por una vez en su vida, su padre cumpliera sus promesas.

Tras otro seminario durante el cual Luna no paró de coquetear abiertamente con Senku, Kohaku volvió a su apartamento con Ukyo, que seguía igual de amable y simpático con ella. Comentaron el nuevo vestuario y las botas de tacón de Luna, cuyo estilo podría bautizarse como: «Deja que te seduzca antes de que me suspendas». Al llegar a la puerta, se despidieron. Kohaku se preparó una cena sencilla a base de sopa de pollo con fideos y té Lady Grey y se la tomó admirando sus regalos de cumpleaños.

Tras la interrupción de Mozu, Senku le había dado una copa de vino y había insistido en que se relajara junto al fuego mientras él servía la cena. Tras ésta, había encendido las velas del pastel y le había dado sus regalos antes de irse juntos a la cama.

Senku permaneció despierto buena parte de la noche, acariciándole los brazos y la espalda, con las piernas entrelazadas. Kohaku se había despertado sobresaltada y aturdida varias veces, pero él siempre había estado allí para tranquilizarla y abrazarla con más fuerza. A su lado se sentía a salvo, pero tenía miedo de su reacción cuando descubriera la verdad. Si alguna vez tenía el valor como para pronunciar las palabras en voz alta.

Su iPhone también podía considerarse un regalo. Cuando el domingo por la mañana Senku le mostró avergonzado los trozos de su teléfono, Kohaku se había echado a reír. Aliviado, le explicó que se había enfadado tanto con Mozu por haberla disgustado que lo había estampado contra la pared. Con una sonrisa, ella aceptó su ofrecimiento de comprarle un teléfono nuevo y su guía para aprender a utilizar el aparato, más sofisticado que su antiguo móvil.

Pero el principal regalo de cumpleaños fueron una lanza y un escudo del antiguo Japón de la era Sengoku, el Profesor quedo impactado al saber que a parte de ser brillante en tecnología médica a la leona también le gustaban las artes marciales y no pudo reprimirse en engreírla un poco. Además, le había escrito una dedicatoria en la guarda delantera con su elegante letra:

Para mi leona:

Feliz cumpleaños.

Que cada año sea mejor que el anterior

y que siempre seas feliz.

Con afecto duradero,

Senku

Kohaku acarició las curvas de la inicial de su nombre con el dedo. Aquél era, sin duda, el mejor regalo que le habían hecho nunca.

Además, Senku le había dado también un pequeño álbum de fotos en blanco y negro. En algunas de ellas se la reconocía. En las demás, sólo se adivinaba un trozo de cara, un rizo del cabello, un pálido cuello o una chica riendo con los ojos cerrados. Cuando Senku la tocaba y la besaba, se sentía hermosa. Esas fotos eran la demostración de que él era capaz de ver su belleza y capturarla para siempre.

Algunas fotos eran sexies; otras inocentes; otras dulces. Ninguna de ellas haría que se sintiera avergonzada si, por algún motivo, llegaban a manos de su padre o se colgaban en Internet. Su favorita era una en la que se la veía de perfil, mientras unos dedos masculinos le apartaban el cabello y un rostro en sombras le daba un beso en la nuca. No le importaría ampliar la foto y colgarla sobre el cabecero de su cama. No echaría de menos el cuadro de Holiday.

«Chúpate ésa, Mozu.»

—¿Qué pasa? ¿Por qué llamas? ¿Le has hecho algo a Kohaku? Senku, te juro que como hayas...

Él se apartó el iPhone de la oreja mientras Yuzuriha lo reñía.

—No le he hecho nada a Kohaku —la interrumpió finalmente—. Su ex novio la llamó el sábado y se quedó destrozada. Quería preguntarte un par de cosas.

—Mierda. ¿Cómo está?

—Se disgustó muchísimo, pero no quiere hablar de ello.

—Por supuesto que no. ¿Por qué iba a hablar de ello con su profesor?

Senku perdió la paciencia.

—Estábamos hablando de Acción de Gracias y haciendo planes para el viaje cuando ese hijo de puta nos interrumpió.

—Te noto alterado, Senku. ¿Por qué te importa tanto?

—Porque ese desgraciado, sea quien sea, engañó al padre de Kohaku para que le diera su teléfono para poder acosarla.

—Santo Cielo —repitió Yuzuriha.

—Exacto. Así que, antes de llegar a Tokio, donde él podría ir a visitarla, me gustaría saber a qué me estoy enfrentando.

Su mejor amiga, casi hermana guardó silencio.

—¿Yuzuriha? Estoy esperando.

—No sé qué esperas que te diga. Esto forma parte del pasado de Kohaku. Tienes que preguntárselo a ella.

—Ya te lo he dicho. No quiere hablar de ello.

—¿Y te extraña? Si sabes que es un desgraciado, no sé por qué te extraña que no quiera hablar de él. Ni siquiera quiere pronunciar su nombre en voz alta. Ella es así. Hay que respetarlo. —Guardó silencio unos instantes y respiró hondo—. El padre de Mozu es el senador Ibarra.

Senku parpadeó.

—¿Y?

—Kohaku conoció a Mozu en primero de carrera. Se quedó deslumbrada por él, aunque a mí me pareció un tipo poco de fiar. En tercero, ella se fue a Europa. Al regresar, rompieron la relación. No volví a verla hasta que fui a visitarte. Taiju odiaba a Mozu así que no nos veíamos demasiado.

Senku soltó el aire por la nariz, impaciente.

—No has respondido a mi pregunta. ¿De qué estamos hablando? ¿Agresión? ¿Infidelidad? ¿Maltrato emocional?

—La verdad es que no lo sé exactamente. Me hice una idea hablando con Homura, la antigua compañera de habitación de Kohaku. Mozu es un idiota arrogante al que le gustaba tenerla comiendo en la palma de su mano. Es obvio que la machacó emocionalmente. El resto no es difícil de imaginar.

—Mozu me dijo que Kohaku está perturbada; que necesita ayuda profesional.

—Ese tipo es un cabrón mentiroso, Senku. ¿Qué esperabas que dijera? —preguntó Yuzuriha, frustrada—. El principal problema de ella era él. Si quieres ayudarla, tienes que procurar hacerle la vida más fácil, no complicársela más. Espero que no sigas intimidándola con tu rollo pretencioso. Ya tuvo bastante de eso con él.

—En realidad, nos llevamos bastante bien —contestó él, ofendido.

—¿Tan bien como Taiju y yo? —se burló, riendo traviesa.

—Tenemos una relación profesional.

—Puede que consigas engañar a los demás, pero a mí no me engañas. Kohaku me dijo que el sábado tenía una cita y, casualmente, estabas con ella cuando Mozu la llamó el sábado. Dime, Senku, ¿se vieron antes de su cita o después? ¿Y qué tal le fue?

—Llegaremos a Tokio el jueves. Llevaré a Kohaku a casa. —La voz de él era fría como el hielo.

—Bien. Creo que Kohaku debería decirle a su padre que quiere quedarse con nosotros en la casa de Byakuya, el departamento de su hermana es demasiado pequeño y apenas y tiene espacio para su familia. Si Mozu va a buscarla, no se le ocurrirá venir a casa.

—Es lógico.

—Recuerda. Si le haces daño, te mataré. Ahora ve a consolarla y sé amable. Si no, nunca le arrancarás el caparazón. Te quiero.

—Yo... Adiós. —Incómodo, colgó y siguió preparando el seminario de la semana siguiente.

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Los días previos al viaje a Tokio por acción de gracias, Kohaku tuvo muchos problemas para conciliar el sueño. A pesar de su personalidad alegre y optimista, la vida de Kohaku distaba mucho de ser el cuento de hadas que creían que era.

Sus padres se separaron cuando ella era muy pequeña, su hermana Ruri se quedo a vivir con su padre en la capital debido a la enfermedad que sufría y que necesitaba tratamiento constante, y ella se fue a vivir con su madre casi al otro extremo de la isla.

Nunca preguntó porqué no pudo quedarse con su padre también, ya que siendo una niña sabía que su madre tenía serios problemas con la bebida. Tampoco cuestiono cuando las visitas que le hacían eran menos frecuentes ni lo que tenía que tolerar durante esos años.

A ella le bastaba saber que su hermana estaba bien y que se recuperaba de manera lenta pero segura. Pero ahora el recuerdo de su vida antes de volver a Tokio la volvía a atormentar.

—¿Aún sin poder dormir, leona?

—Ya te dije que no soy una leona —. Dijo en suspiro bajito, acomodándose un poco para mejor a Senku —. Siento haberte despertado.

Se estaba haciendo costumbre que ambos durmieran juntos, es más, sin contar estos días, Kohaku podría afirmar que dormía mejor a su lado que estando sola en su departamento. Aunque solo sea eso, Senku era un hombre de palabra y si había dicho que tendrían una relación casta hasta final de semestre parecía dispuesto a cumplirla.

—¿Qué pasa Kohaku?

—No me gusta acción de gracias. Nunca me ha gustado Acción de Gracias. Sólo Byakuya la hacía tolerable después de que Ruri se fue.

—¿No lo pasabas bien con tu familia?

Kohaku cambió de postura, inquieta.

—Cuando era pequeña lo celebraba con Ruri. Pero cuando me mude con mi madre no lo celebrábamos.

—¿Por qué no?

—Yo siempre me encargaba de cocinar, a menos que mi madre estuviera fuera de casa, en rehabilitación. Pero cuando trataba de preparar algo especial... —Kohaku negó con la cabeza. No podía continuar.

Senku la abrazó con más fuerza.

—Cuéntamelo —susurró.

—No quieres saberlo.

Ella trató de liberarse, pero él se mantuvo firme.

—No quería que te disgustaras. Sólo quiero conocerte mejor.

El tono de voz de Senku, más que sus palabras o sus gestos, le llegó al corazón. Respiró hondo antes de seguir hablando.

—Durante mi último día de Acción de Gracias, en Kioto, mi madre llevaba varios días de borrachera en casa con uno de sus novios. Pero, estúpida de mí, decidí preparar una cena tipo occidental: un pollo relleno asado con patatas doblemente horneadas y verduras como acompañamiento.

—Seguro que quedó delicioso —la animó él.

—Nunca lo averigüé.

—¿Por qué?

—Tuve una especie de accidente.

—Kohaku... —Senku trató de levantarle la barbilla para que lo mirara a los ojos, pero ella se resistió—. ¿Qué pasó?

—No teníamos mesa en la cocina. Así que monté una mesa plegable en el salón y puse tres cubiertos. Fue una auténtica estupidez. No tenía que haberme molestado. Coloqué la comida en una bandeja para llevarla a la mesa, pero el novio de mi madre me puso la zancadilla y me caí.

—¿A propósito?

—Sí, me vio venir.

Senku se enfureció inmediatamente y apretó los puños.

—Salí volando. Los platos se rompieron. Había comida por todas partes.

—¿Te hiciste daño? —preguntó él, con los dientes apretados.

—No me acuerdo.

—¿Tu madre te ayudó?

Kohaku negó con la cabeza.

Senku gruñó.

—Se echaron a reír. Debía de tener un aspecto patético, de rodillas, llorando, bañada en salsa. El pollo salió disparado y se deslizó por el suelo hasta quedar debajo de una silla. —Permaneció un rato en silencio, reflexionando—. Pasé un buen rato de rodillas. Te habría dado un ataque si me hubieras visto.

Él reprimió el impulso de disecar a ese tipo.

—No me habría dado ningún ataque. A él le habría derretido en ácido sulfúrico y me habría tenido que contener mucho para no tirarle un poco también a ella.

Kohaku le acarició el puño con un dedo.

—Pronto se aburrieron del espectáculo y se fueron a la habitación a follar. Ni siquiera se molestaron en cerrar la puerta. Ése fue el último día de Acción de Gracias que pasé con ella.

—Tu madre me recuerda a Anne Sexton.

—Pero mi madre nunca escribió poesía.

—Dios mío, Kohaku. —Senku abrió los puños y la abrazó.

—Lo recogí todo para que no se enfadaran conmigo y me subí a un autobús. Fui dando vueltas sin rumbo hasta que vi a un grupo del Ejército de Salvación. Anunciaban una cena de Acción de Gracias para los sin techo. Les pregunté si aceptaban voluntarios y me enviaron a la cocina.

—¿Así pasaste la noche de Acción de Gracias?

Ella se encogió de hombros.

—No podía volver a casa. Los del Ejército de Salvación fueron muy amables conmigo. Cuando acabamos de servir la cena, comí pavo con el resto de los voluntarios. Incluso me llevé un poco que había sobrado a casa. Y un trozo de tarta. Nadie me había preparado tarta antes.

Senku se aclaró la garganta.

—Kohaku, ¿por qué no fuiste a vivir antes con tu padre y tu hermana?

—No todos los días eran tan malos —contestó y empezó a juguetear con la camiseta de Senku, enroscándosela alrededor del dedo y tirando de ella.

—¡Eh, cuidado! —Él se echó a reír—. Me estás arrancando los cuatro pelos que tengo.

—Lo siento. —Kohaku le alisó la camiseta, nerviosa—. Mi padre vivió con nosotras hasta que mi madre se fue de la casa. Yo tenía cuatro años. Se mudo a Kioto, su pueblo natal. Mi padre se quedó con mi hermana en Tokio y a mi me envió con mi madre. Solían llamarme los domingos. Un día, mientras hablaba con él, se me escapó decirle que uno de los novios de mi madre se había colado en mi cuarto la noche anterior, desnudo, creyendo que mi habitación era el baño. —Se aclaró la garganta y empezó a hablar más de prisa, para que Senku no pudiera hacerle la pregunta—. Papá se asustó y me preguntó si ese hombre me había tocado. No lo había hecho. Entonces, mi padre quiso hablar con mi madre. Cuando le expliqué que no podía molestarla cuando estaba con alguno de sus novios, me dijo que me metiera en mi habitación y que cerrara la puerta por dentro. Por supuesto, no tenía cerradura ni cerrojo. A la mañana siguiente, a primera hora, mi padre se plantó en casa con mi hermana y me llevó con él a Tokio. Menos mal que el novio ya se había ido. Creo que papá lo habría matado.

—¿Te marchaste?

—Sí. Papá le dijo a mi madre que si no dejaba el alcohol y los hombres, se quedaría conmigo permanentemente. Ella aceptó ir a rehabilitación y yo me fui a vivir con él y Ruri.

—¿Cuántos años tenías?

—Ocho.

—¿Por qué no te quedaste luego con tu padre?

—Porque nunca estaba en casa. Tenía un trabajo que le ocupaba muchas horas. A veces, también tenía que trabajar los fines de semana. Y encima era bombero voluntario. Con las justas tenía tiempo para Ruri, que en esa época estaba constantemente en el hospital. Al acabar el curso, me mandó de nuevo a Kioto. Mi madre acababa de salir de rehabilitación y estaba trabajando en un salón de manicura. Pensó que estaría mejor con ella.

—Pero más tarde volviste a vivir con él. ¿Qué pasó?

Kohaku titubeó.

—Puedes contármelo, Kohaku —la animó, abrazándola con fuerza.

Luego esperó, acariciándole la cabeza.

Ella tragó saliva.

—El verano antes de cumplir los diecisiete años, papá me fue a buscar otra vez.

—¿Por qué?

—Mamá me pegó. Me caí y me golpeé la cabeza contra el mármol de la cocina. Desde el hospital, llamé a mi padre y le dije que si no venía a buscarme me iría de casa. Y eso fue todo. No volví a ver a mi madre.

—¿Te quedó cicatriz?

Kohaku le cogió la mano y se la llevó a la nuca. Los dedos de Senku resiguieron una línea de piel más gruesa en la que no crecía pelo.

—Lo siento —dijo, acariciándosela con los dedos y luego con los labios—. Siento mucho que te pasaran todas esas cosas. Si pudiera, les daría una paliza a todos... empezando por tu padre.

—No me quejo. Tuve suerte. Podría haber sido mucho peor. Mi madre sólo me pegó una vez.

—No veo la suerte por ningún lado.

—Tengo suerte ahora. Aquí nadie me pega. Y tengo un amigo que se preocupa de que coma bien.

Senku negó con la cabeza, maldiciendo entre dientes.

—Deberías haber sido adorada, malcriada, tratada como una princesa. Como Yuzuriha.

—No creo en los cuentos de hadas —susurró ella.

—Me gustaría lograr que volvieras a creer. —Se inclinó y le besó la frente.

—La realidad es mejor que la fantasía, Senku.

—No si convertimos la fantasía en nuestra realidad.

Kohaku negó con la cabeza, pero sonrió.

—Por cierto, nunca te agradecí por el tratamiento de Ruri, aunque quizá no lo recuerdes. — Dijo abrazándose un poco más a él.

—No tienes que agradecerme de nada, todo fue por Byakuya. Ese viejo era tan insistente que era difícil negarle algo. Diez billones de puntos para él por pesado.

Aunque lo dijo en broma su tono se denotaba triste, así que Kohaku decidió cerrar los ojos y esperar a que el sueño venga por ella.

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Tras varios días de verse poco, fue un alivio entrar en el taxi que los esperaba delante de casa de Senku, para partir de viaje. Mientras el taxista metía su equipaje en el maletero, Kohaku vio que el viento otoñal alborotaba el cabello de Senku y le echaba algún mechón sobre la frente. Sin pensar, se puso de puntillas y se lo apartó de la cara antes de darle un beso. Luego le acarició la mejilla con ternura, diciéndole con los ojos lo que no se atrevía a decirle con palabras.

Senku le devolvió una mirada ardiente y la abrazó por la cintura. Acercándola a su pecho, profundizó el beso y le acarició la espalda por encima del chaquetón. Fue ella la que finalmente interrumpió el beso, riendo como una colegiala cuando él le dio una disimulada palmadita en el culo.

—Compórtate —lo regañó ella, volviendo a juguetear con su pelo.

—No puedo. Soy adicto a ti —replicó Senku, moviendo las cejas— y voy a tener que pasar tres días de abstinencia total.

Al llegar al aeropuerto, Kohaku se sorprendió al ver que Senku la llevaba directamente a la cola para ejecutivos y viajeros de primera clase de los mostradores de Air Canada.

—¿Qué haces? —susurró.

—Facturar —respondió él en el mismo tono, con una sonrisa.

—Pero si sólo tenía dinero para un billete en clase turista...

Senku le acarició la mejilla con un dedo.

—Quiero que estés cómoda. Además, la última vez que volé en clase turista, acabé manchado de orina y me salió más caro, porque tuve que tirar unos pantalones buenos.

Kohaku alzó una ceja.

—Tenía puntos por ser cliente habitual, así que compré billetes de clase turista y luego los cambié por éstos. Técnicamente, sólo me debes el billete en clase turista. Aunque preferiría que no me lo pagaras.

Ella seguía mirándolo fijamente.

—¿Orina, Senku? No sabía que Air Canada tuviese una sección para pasajeros incontinentes.

Él hizo un vago gesto con la mano.

—No preguntes, pero no me volverá a pasar. Además, así nos servirán bebidas y algo más sustancial que unas galletas saladas.

La besó con ternura y ella respondió con una sonrisa.

El vuelo a Tokio fue tranquilo. Tras desconectar la función teléfono, Senku siguió instruyendo a Kohaku en el uso del iPhone. Le enseñó varias aplicaciones y le preguntó si le gustaría que se las instalara.

Olvidándose de su lectura técnica, Senku sacó una novela de su maletín.

—¿Qué es? —La suave voz de Kohaku lo arrancó de la lectura pasados unos momentos.

Él le mostró la cubierta. Era El fin de la aventura, de Graham Greene.

—¿Es bueno?

—Acabo de empezarlo, pero es un autor de prestigio. Escribió el guión de El tercer hombre, una de mis películas favoritas.

—El título es deprimente.

—No es lo que parece. —Senku se removió inquieto en su asiento—. O sí, pero no. Habla de la fe, de Dios, de la lujuria... Te lo dejaré cuando lo acabe. —Con una sonrisa sugerente, se acercó para susurrarle al oído—: O tal vez te lo lea en voz alta cuando estemos juntos en la cama.

Kohaku se ruborizó un poco, pero le devolvió la sonrisa.

—Me encantaría.

Él le dio un beso en la frente. Ella se acomodó un poco más y se relajó. De vez en cuando, Senku dejaba de leer y la contemplaba por encima de las gafas.

Le costaba expresar en palabras cómo se sentía cuando tenía a Kohaku a su lado. Lo satisfecho que estaba cada vez que ella lo tocaba o que compartían el placer de la música, de la literatura, la comida o el vino. Le inspiraba emociones y deseos tan extraños como el de querer leerle en voz alta, compartir cama castamente, llenarla de regalos sencillos o lujosamente decadentes, protegerla de todo mal o asegurarse de que no pasara ni un solo día sin sonreír.

«Tal vez la felicidad sea esto —pensó, intrigado—. Tal vez esto era lo que tenían Byakuya y Lillian.»

«La amas.»

Senku se sobresaltó.

«¿De dónde ha salido esa voz? ¿Quién ha dicho eso?»

Miró a su alrededor, pero el resto de los pasajeros de primera clase estaban ocupados en sus cosas o durmiendo. Nadie prestaba atención al inquieto viajero ni a la belleza que dormitaba a su lado.

«Es demasiado pronto. No es posible que la ame todavía», le dijo a la voz, fuera quien fuese y volvió a sumergirse en la lectura con desasosiego.

Al llegar a Tokio, fueron al garaje del aeropuerto a buscar el Jeep Grand Cherokee que Senku había alquilado.

—¿En qué hotel estamos?

—En el Four Seasons. ¿Lo conoces?

—Sé dónde está, pero nunca me he alojado allí.

—Es muy agradable. Te gustará.

Lo que Senku se olvidó de mencionar fue que había reservado una suite con vistas panorámicas. También se olvidó de decirle que la habitación tenía un precioso baño de mármol con una exquisita bañera. Kohaku se fijó en ella antes que en las vistas. Tampoco se perdió detalle de la impresionante cesta de frutas con la que el director del hotel obsequiaba a sus mejores clientes.

—Senku —dijo, casi casi sin aliento—, es preciosa. Me encantaría tomar un baño de espuma, pero...

Él sonrió y, cogiéndola del brazo, la acompañó al cuarto de baño.

—Puedes meterte en la bañera tranquilamente. No irrumpiré en tu intimidad y me comportaré como un perfecto caballero. —Con un brillo travieso en los ojos, añadió—: A menos que quieras que te frote la espalda. En ese caso, tendrás que taparme antes los ojos.

Kohaku se echó a reír.

—Podríamos usar una de tus pajaritas —propuso, susurrando.

Ante la expresión sorprendida de Senku, se echó a reír con más ganas. Le estaba tomando el pelo.

«¡Descarada!»

Al verla sacar de la maleta el albornoz lila y las zapatillas a juego, se dio cuenta de que permanecer en la habitación mientras ella se daba un baño iba a ser una tortura. Se sentiría como el rey David tentado por Betsabé así que, murmurando una excusa sobre ir a buscar un periódico, bajó al bar. No le pareció prudente sentarse a la barra, llena de mujeres de aspecto depredador y optó por tomarse una copa de vino y un sándwich en un rincón tranquilo. Consiguió un ejemplar del periódico del día y pasó la hora siguiente ahuyentando a las susodichas mujeres y tratando de no pensar en el precioso cuerpo de la Betsabé que estaba en su bañera.

Cuando al fin regresó, la habitación entera olía a vainilla. Kohaku estaba enroscada como un gatito en la cama. El pecho le subía y bajaba rítmicamente y tenía el pelo, suave y dorado, extendido sobre el edredón color verde salvia. Llevaba puesto el albornoz y las zapatillas de tacón.

Senku la observó dormir unos instantes, sintiendo una gran emoción. Mientras trataba de calmar sus sentimientos, se dio cuenta de que si su relación no avanzaba no era sólo por culpa de las normas de la universidad. Él también tenía buena parte de culpa o, para ser más precisos, sus secretos.

Y luego estaban los de ella.

Había decidido no hacer el amor con Kohaku hasta contárselo todo. Aunque la idea era casi insoportable, sabía que debería esperar también a que ella se sintiera lo bastante cómoda como para explicarle lo que callaba. Eso implicaba esperar a que se sintiera lo bastante segura y fuerte como para confesarle lo que había pasado con Mozu. Si no lo hacían así, nunca llegaría a conocerla del todo. Sólo tendría acceso a una parte. Y tenían que conocerse el uno al otro completamente.

Para él era importante no violar las normas de la universidad de manera literal, aunque en espíritu las estaban violando diariamente. Y para acabar de complicar las cosas, aunque tenía muchas ganas de avanzar en su relación, las amenazas de Mozu habían sido como un jarro de agua fría para ambos.

Estaba seguro de que a Kohaku no le habría importado mantener contacto manual o incluso oral antes de que acabara el semestre. A él, desde luego, le habría servido para mantener a raya su deseo, aunque fuera temporalmente. Pero después de que su ex novio la hubiera amenazado con las cintas de vídeo que tenía en su poder, que mostraban sus contactos sexuales, sabía que no había la menor posibilidad de que ella aceptara repetir algo así. Estaba decidido a tratarla con respeto y delicadeza, y a no presionarla para hacer nada para obtener gratificación sexual momentánea. Senku necesitaba intimidad con ella, no sólo contacto sexual. Dadas las previas vivencias de Kohaku en esos temas, no iba a permitir que su primera experiencia juntos fuera otra cosa que una relación sexual plena.

Era consciente de que, al tomar esa decisión, igual que la anterior de no hacer el amor con ella hasta no revelarle todos sus secretos, las posibilidades de acabar haciendo el amor con Kohaku disminuían. Pero Senku quería más con ella, no menos. Nunca podría conformarse con unos toqueteos en la oscuridad como los que le había robado su ex.

Kohaku se merecía un hombre que estuviera dispuesto a dárselo todo con ternura y paciencia, un hombre concentrado en la unión, no en sus propios deseos. Se merecía ser adorada, incluso venerada, especialmente la primera vez. Que le partiera un rayo si le daba menos de lo que merecía.

Senku suspiró y miró la hora. Eran casi las dos de la madrugada. Los dos necesitaban descansar. Le quitó las zapatillas y, levantándola en brazos, trató de apartar el edredón sin despertarla. El albornoz se abrió, dejando al descubierto su elegante cuello, la clavícula y uno de sus pechos. Era perfecto. El pezón rosado contrastaba contra su pálida piel. Tan delicado... Tan redondo...

No precisamente lo que necesitaba ver en ese momento.

Luchó por colocarla debajo del edredón sin dejar más partes de su cuerpo al descubierto. Luego, con suaves tironcitos le cerró el albornoz, resistiendo la tentación de sujetar suavemente el pezón entre los dedos. O entre sus labios. Nunca olvidaría esa imagen. Kohaku vestida era espectacular, pero desnuda era como una Venus de Botticelli.

Se dirigió a la ventana para contemplar la ciudad. Tras servirse un vaso de Perrier, se comió una manzana. Cuando se convenció de que podría controlarse, se puso el pantalón del pijama y una camiseta y, silenciosamente, se metió en la cama.

Al notar el movimiento, Kohaku suspiró y se volvió hacia él. El insignificante gesto hizo que el corazón se le hinchara en el pecho. Incluso en sueños lo reconocía y lo deseaba. La abrazó, envuelta en el edredón, y le dio un beso de buenas noches.

Mientras se dormía, dio las gracias porque el fin del semestre estuviera tan cercano.

Cuando llegaron a Tokio, la tarde siguiente, fueron directamente a casa de Byakuya. En cuanto aparcaron, Kohaku llamó a su padre desde el coche.

—¡Kohaku! Bienvenida a casa. ¿Has tenido un buen vuelo?

—Muy bueno. Hemos tenido que salir muy temprano, pero ha valido la pena.

Kokuyo soltó el aire con fuerza.

—Por cierto, quería comentarte una cosa. Ya le he dicho a Taiju que no podré cenar con ustedes. Turquoise se enfadó un poco cuando le dije que no iría a su casa por Acción de Gracias, así que finalmente le dije que cenaría con ella y los niños. Yuzuriha sugirió que te quedaras con ellos para que no estés sola esta noche después de que cenes en casa de Ruri.

—Oh. —Kohaku miró a Senku con sentimientos encontrados.

—Turquoise dice que estaría encantada de que fueras a cenar.

—No insistas.

Su padre suspiró.

—Entonces, ¿qué te parece si nos encontramos en un restaurante mañana por la mañana y desayunamos juntos?

Kohaku se mordió las uñas, preguntándose por qué siempre ocupaba un segundo o un tercer lugar en la vida de su padre.

—De acuerdo. Le pediré a Yuzuriha que me lleve. ¿A las nueve?

—Perfecto. Ah y, Kohaku, dales recuerdos a Yuzuriha y a Ruri. Y mantente alejada de Senku.

Ella se ruborizó intensamente.

—Adiós, papá.

Colgó el teléfono y, mirando a Senku, preguntó:

—Has oído eso, ¿no?

—Sí. —Cogiéndole una mano entre las suyas, le acarició la palma con el pulgar—. Pronto sabrán que estamos aquí. ¿Cómo reaccionó Kokuyo cuando le contaste lo de Mozu?

Kohaku bajó la vista hacia sus manos unidas.

—¿Kohaku?

—Lo siento. Sí, me dijo que no volvería a darle mi número.

—¿Le mencionaste lo del vídeo? —preguntó él, muy serio.

—No. Y no pienso hacerlo.

—Es tu padre, Kohaku. ¿No debería saber lo que está pasando para que pueda protegerte?

Encogiéndose de hombros, ella miró por la ventana.

—¿Qué podría hacer? Es mi palabra contra la suya.

Senku dejó de acariciarla en seco.

—¿Fue eso lo que dijo tu padre?

—No exactamente.

—¿No se lo tomó en serio?

—Mozu lo tiene engañado, igual que tiene engañados a todos los demás. Papá cree que es un malentendido.

—¿Y por qué demonios cree eso? Eres su hija, por el amor de Dios.

—A él, Mozu le gustaba mucho. Y no sabe lo que pasó entre nosotros.

—¿Por qué no se lo contaste?

Kohaku se volvió hacia él con una mirada desesperada.

—Porque no quiero que lo sepa. No me creería. Ya perdí a mi madre. Casi no veo a mi hermana porque papá no soporta a Chrome. No quiero perder también a mi padre.

—Kohaku, ¿cómo iba a abandonarte tu padre por romper con tu novio?

—Lleva toda la vida observándome para ver si acabo como mi madre. No quiero que me vea así. Es la única familia que me queda.

Cerrando los ojos, Senku apoyó la cabeza en el asiento.

—Si ese chico te obligó a hacer cosas contra tu voluntad, si te atacó o si abusó de ti, tienes que contárselo a tu padre. Él tiene que saberlo.

—Demasiado tarde.

Senku abrió los ojos y, volviéndose hacia ella, le sujetó la cara entre las manos.

—Kohaku, escúchame bien. Algún día vas a tener que contárselo a alguien.

Ella parpadeó para no llorar.

—Lo sé.

—Me gustaría ser la persona a la que se lo explicaras.

Kohaku asintió, pero no le prometió nada.

Inclinándose, Senku le dio un casto beso en los labios.

—Vamos. Nos estarán esperando.

Al cruzar el umbral, ella se sintió... rara. Los muebles seguían en el mismo sitio de siempre y la decoración no había cambiado, excepto por la ausencia de flores frescas, que Byakuya siempre colocaba en un gran jarrón, en una mesita a la entrada. Pero ahora, sólo entrar y mirar a su alrededor, se dio cuenta de que la casa estaba vacía, fría y solitaria, a pesar de estar llena de gente. Byakuya había sido el corazón de aquel hogar y todo el mundo notaba su ausencia.

Kohaku se estremeció. Instintivamente, Senku le puso la mano en la parte baja de la espalda —una suave presión, un calor tranquilizador— hasta que el escalofrío desapareció. Ni siquiera se habían mirado. Cuando él apartó la mano, ella sintió su ausencia. Se preguntó qué significaría todo aquello.

—¡Kohaku! —Yuzuriha salió corriendo de la cocina—. Me alegro tanto de que estés aquí...

Cuando las dos amigas acabaron de abrazarse, Yuzuriha hizo lo propio con Senku. Taiju y un par de chicos que estaban presentes se levantaron de su silla para saludar a los recién llegados.

Kohaku empezó a decirle a Taiju lo mucho que sentía no haber podido asistir al funeral, pero Yuzuriha la interrumpió:

—Vamos, quítate el chaquetón. Estoy preparando unos Flirtinis. Senku, sírvete lo que quieras. Hay cerveza en la nevera.

Kohaku murmuró algo que Senku no entendió y las dos desaparecieron en la cocina, dejando a los hombres ocupados con el partido de fútbol americano.

—Espero que Senku haya sido educado durante el viaje —dijo Yuzuriha, vertiendo los ingredientes en la licorera.

—Muy educado. Me alegro de que se ofreciera a traerme, o habría tenido que hacer autostop. Al final, papá ha decidido pasar la noche con Turquoise y sus hijos. Me temo que voy a tener que dormir aquí.

Puso los ojos en blanco, todavía decepcionada porque su padre hubiera elegido a su novia en vez de a ella.

Yuzuriha le dio ánimos con una sonrisa y se alcanzó un Flirtini.

—Necesitas una copa. Puedes quedarte todo el fin de semana si quieres. ¿Quién desea estar sola en casa pudiendo estar aquí, bebiendo cócteles?

Kohaku se echó a reír y dio un sorbo a la bebida con demasiado entusiasmo. Las amigas se pusieron al día de las novedades. Cuando iban ya por la segunda ronda de Flirtinis y la conversación había empezado a subir de tono, el partido acabó, liberando a los hombres de la gran pantalla plana de plasma que dominaba el salón.

Los otros dos acompañantes, eran Ryusui y Gen, ambos amigos cercanos de Senku y Taiju, quienes también consideraban a Byakuya parte de la familia. Kohaku solo los había visto un par de veces debido a que ambos viajaban mucho; y aunque Gen no le causara una buena espina, en el fondo no era tan malo y siempre se preocupaba por ella y Yuzuriha.

Se reunieron con las dos jóvenes en la cocina, pasándose aperitivos y botellas de cerveza y ofreciéndole a Yuzuriha consejos no deseados para la cocción del pavo orgánico criado en granja.

—Lleva demasiado tiempo en el horno. Estará más seco que el pavo que sale en la película ¡Socorro! Ya es Navidad. —Gen le guiñó un ojo a Kohaku a espaldas de su amiga, sabiendo que lo hacía a costa. A él le gustaba manipular la situación y jugar a provocar a los demás.

—Gen, o paras o te trincharé a ti en vez de al pavo. —Yuzuriha abrió la puerta del horno y empezó a rociar la carne con salsa ansiosamente, sin dejar de controlar el termómetro.

—Tiene un aspecto estupendo —observó Taiju, dándole un beso en la mejilla y aprovechando la distracción para arrebatarle el cucharón que ella estaba usando para bañar el pavo con su salsa. Temía que Yuzuriha lo usara para atacar con él a Gen.

—Kohaku, me alegro mucho de volver a verte —dijo Ryusui, sentándose a su lado en un taburete—. Yuzuriha me ha contado que te va muy bien en la universidad.

Ella sonrió. Ryusui era un hombre amable con una belleza clásica. Tenía el pelo rubio, y una mirada gentil. Era profesor de aeronáutica y, más concretamente, en Avionetas. A pesar de su encanto y su inteligencia, a menudo era el último en participar en una conversación. Su carácter callado se había complementado perfectamente con el extrovertido de Gen.

—. Sí, las clases me van muy bien. Estoy muy contenta.

Trató de no removerse en el asiento, especialmente al notar un par de ojos rojos clavados en ella.

—Senku me dijo que estabas en su clase.

—Es verdad, ¿qué tal? —preguntó Gen—. ¿Entiendes algo de lo que dice o necesitas intérprete?

Aunque Kohaku sabía que Gen estaba bromeando, vio de reojo que Senku hacía una mueca.

—Es mi clase favorita —respondió suavemente—. El seminario del profesor Ishigami tiene fama de ser el mejor en su especialidad. En octubre dio una conferencia a la que asistieron más de cien personas. Su fotografía salió en el periódico de la universidad.

Yuzuriha alzó las cejas y miró alternativamente a Kohaku y Senku.

—El profesor Ishigami, ¿eh? Caramba, Senku-chan. ¿Te pone que te llamen así? ¿Tus mujeres también te llaman así en la cama? —preguntó Gen, riéndose a carcajadas.

—En primer lugar, no tengo mujeres. Y no, la maravillosa dama con la que estoy saliendo no me llama así —respondió Senku en tono frío y hostil, mientras se marchaba de la cocina.

—Gen, te he dicho que te comportaras —lo reprendió Yuzuriha en voz baja.

—Estaba bromeando. Siempre se lo toma todo tan a pecho... Necesita relajarse un poco. Además, siempre ha sido un mujeriego. No entiendo por qué se ha molestado.

—Parece que ahora tiene novia. Esperemos que lo haga feliz —intervino Taiju, sorprendentemente comprensivo.

La expresión de Ryusui era difícil de interpretar.

—A ver. Esto ya va a ser bastante duro sin necesidad de toda esta mierda pasivo-agresiva —dijo Yuzuriha levantando la voz y mirando a Gen con los brazos en jarras.

Después de esperar un par de minutos a que todos se calmen, Kohaku fue a buscar a Senku a la planta superior de la casa.

Senku estaba deshaciendo el equipaje, colocando la ropa metódicamente encima de la cama. Al verla, se incorporó y sonrió.

—¿Ves por qué prefiero alojarme en un hotel?

—Lo siento, Senku. Debería haber hecho algo. O haber dicho algo.

—No. Tienes que hacer lo que suelo hacer yo. Aceptar las bromas y callar. —Soltando lo que tenía en las manos, se acercó a ella rápidamente y la abrazó—. Me alegro de que estemos llevando nuestra relación en secreto. Gen no tiene muy buena opinión de mí y tu reputación saldría perjudicada por asociación.

—No me importa que me critique.

Él sonrió y le acarició la mejilla.

—A mí sí me importa. Me importa mucho. —Se aclaró la garganta—. Esta noche, cuando todos se hayan acostado, me gustaría que fuésemos a dar un paseo.

—Me encantaría.

—Al menos, así tendré algo agradable que esperar.

Senku la abrazó apasionadamente. Su lengua se coló en su boca mientras las manos se le iban a su culo, que le apretó sin ninguna vergüenza.

Kohaku se permitió olvidarse de dónde estaba durante unos instantes, pero luego lo apartó de un empujón.

—No... No podemos.

Los ojos de Senku tenían un brillo salvaje.

—Pero te necesito... —Agarrándola con fuerza, le hundió las manos en el pelo—. Te necesito, Kohaku. Ahora.

Las entrañas de ella se licuaron al oír la desesperación en sus palabras. Senku le besó el cuello, abriéndole el cuello de la blusa con la boca y mordisqueándole la clavícula. Cerrando la puerta de la habitación con el pie, le desabrochó dos botones, apartando la tela para dejar al descubierto la piel de encima del sujetador. Luego la levantó y la apoyó contra la puerta, rodeándose la cintura con sus piernas. Al notar el contacto directo entre ellos, Kohaku ahogó un grito.

Senku le acarició el pecho con los labios, hundiendo la punta de la lengua bajo el sujetador rosa palo. Ella echó la cabeza hacia atrás y gruñó, buscando la cabeza de él a ciegas, enlazando las manos en su pelo, animándolo a seguir. Senku respondió resiguiendo la línea del sujetador con un dedo, mientras con la otra mano seguía sujetándola por debajo del muslo.

Kohaku abrió los ojos de repente al notar que le estaba sujetando el pecho en la palma de la mano y que su boca le succionaba la base del cuello. En contra de su voluntad, le apartó la mano y se movió para que le soltara el cuello.

—Senku, lo siento. No podemos —dijo, colocándose bien el sujetador. Se movió de un lado a otro, pero él no la soltó. Lo que vio en sus ojos la hizo ruborizar—. Sé que estás disgustado y me gustaría consolarte, pero nos están esperando abajo. Yuzuriha quiere que elijas el vino para la cena.

Senku la miró de otra manera y la depositó en el suelo con suavidad. Ella se abrochó la blusa rápidamente y se puso bien los pantalones.

—Tienes una opinión demasiado buena de mí.

Kohaku recorrió el borde de la alfombra con la punta del botín.

—Lo dudo.

—Lo que acabo de hacer no ha sido agradable ni apropiado. Lo siento mucho.

Con un dedo, le acarició la mancha roja que había aparecido en el lugar donde la había succionado, antes de abrocharle la blusa hasta arriba. Ahora parecía una amish.

Kohaku le miró los ojos, rojos y preocupados.

—Senku, estás cansado del viaje y esta reunión no resulta fácil. Sé que no ibas en serio. Te sientes mejor cuando me tocas y, francamente, a mí me pasa lo mismo —confesó, mirando al suelo.

—Ven aquí —susurró él, envolviéndola en un cálido abrazo—. Te equivocas en una cosa. Iba muy en serio. Por supuesto que me siento mejor cuando te toco, pero eso no es excusa. Siento haberte asaltado de esta manera. He perdido la cabeza.

Parecía asqueado de sí mismo.

—No me has hecho daño.

Él sonrió y le dio un beso en la frente.

—Me esforzaré para ser digno de ti. Si no estuvieras aquí, ya me habría marchado.

—No, no lo habrías hecho. Yuzuriha y Taiju te necesitan. Y tú no los abandonarías en la adversidad.

Una sombra cruzó el rostro de Senku. Con un último beso, más de amigo que de amante, se volvió hacia la maleta.

Kohaku salió de la habitación y bajó la escalera, preguntándose qué pasaría durante la cena. Se detuvo en el descansillo a mirarse en el espejo, esperando que no se notara que acababa de pasar unos momentos furtivos de intimidad con su profesor.

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—Bueno, Senku ¿has pensado si vas a vender la casa? —. Dijo Ryusui mientras el grupo de amigo comían un postre en la cocina.

Kohaku se entristeció al pensar que la casa iba a pasar a otras manos, pero en voz alta apoyaría la decisión de Senku.

«Por eso Senku quiere ir a pasear esta noche por el huerto.»

—Bueno, profesor Ishigami, ¿por qué no le cuentas a todo el mundo lo de tu viaje a Italia? —Gen le dirigió una sonrisa traviesa a Senku.

Varias cosas pasaron a la vez. Yuzuriha y Taiju se volvieron hacia Kohaku, que siguió comiendo su tarta de calabaza como si no pasara nada, tratando de que no se le notara que se había quedado de piedra. Senku le buscó la mano por debajo de la mesa mientras apretaba tanto los dientes que a ella le pareció oírlos.

—¿Te vas a Italia? —preguntó Ryusui —. Ojalá yo también tuviera un fondo de inversiones que me permitiera irme de viaje. Me encantaría ir a Italia —añadió, guiñándole un ojo a Kohaku.

Ryusui miró a Senku expectante, y Kohaku vio que éste luchaba para disimular el enfado que sentía antes de responder:

—Me han invitado a dar una conferencia en la Galería de los Uffizi, en Florencia —respondió con sequedad.

—¿Cuándo irás?

—A principios de diciembre.

—¿Cuánto tiempo estarás fuera? —preguntó Taiju.

—Una semana o dos. Tal vez algo más. Los organizadores han planeado varios actos y pensaba aprovechar para investigar algunos temas para mi segundo libro mientras estoy allí. Pero ya veremos.

Apretó la mano de Kohaku por debajo de la mesa. Ella había perdido la fuerza y tenía la mano como muerta. Permanecía con la vista clavada en la tarta de calabaza, masticando despacio. Nadie se había dado cuenta de que tenía los ojos húmedos. No se atrevía a mirar a Senku.

Después de cenar, todos colaboraron recogiendo la mesa y lavando platos. Senku trató de hablar con Kohaku a solas, pero los interrumpían constantemente. Por fin, se rindió, cuando ella se fue a cenar a la casa de su hermana.

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Esa noche después de ir a cenar a casa de Ruri y Chrome y pasar una agradable tarde al lado de su sobrino. Kohaku regreso a la casa Ishigami, ya que no quería importunar el poco espacio que tenía su hermana. Y al entrar se encontró con Senku quién le hizo señas para que lo siguiera a la cocina, para el paseo que habían prometido dar. Ella acepto de buen grado.

Mientras la casa estaba sumida en sombras y todo el mundo parecía estar durmiendo, Senku y Kohaku permanecían de pie en la cocina, contemplándose.

—No estoy seguro de que vayas lo suficientemente abrigada. Hace mucho frío ahí fuera —dijo, tocándole el chaquetón.

—No tanto como en Toronto —replicó ella, quitándole importancia.

Estaba más oscuro que hacía un rato y hacía más frío, pero extrañamente, parecía como si no hubiera pasado el tiempo desde el momento en que, hacía tantos años, le dio la mano y lo siguió al bosque. Al recordar aquella noche, el corazón se le aceleró y respiró hondo para calmarse.

Senku le apretó la mano.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Estás nerviosa, lo noto. Cuéntamelo.

Le soltó la mano y la abrazó por la cintura.

Ella le devolvió el abrazo.

—La última vez que estuve en este bosque me perdí. Prométeme que no me dejarás sola otra vez.

—Kohaku, no tengo ninguna intención de dejarte sola. No sabes lo importante que eres para mí. No quiero ni imaginarme lo que sería perderte. —El tono de voz de Senku había cambiado. Era una voz más baja, más tensa.

Su declaración la pilló por sorpresa.

—Si por cualquier razón nos separamos, quiero que me esperes. Te encontraré, te lo prometo. —Sacándose una linterna del bolsillo, iluminó el camino que desaparecía entre los árboles.

El bosque por la noche era espeluznante, una mezcla de árboles pelados esperando a que llegara la primavera y de pinos frondosos. Kohaku se sujetó de la cintura de Senku con más fuerza para ayudarlo a no tropezar con alguna raíz. Cuando llegaron al extremo del huerto de manzanos, se detuvieron.

A ella le pareció más pequeño de lo que recordaba. La zona cubierta de hierba no había cambiado, igual que la roca. Los árboles eran los mismos, pero no tan grandes ni tan impresionantes como los recordaba. Todo tenía un aspecto mucho más melancólico y solitario, como si hubiera sido olvidado.

Senku la guió hasta el lugar donde habían estado, tantos años atrás, y extendió la manta en el suelo.

—¿Estás cómoda? —preguntó él con una sonrisa.

—Sí.

—¿Tienes frío?

Ella se echó a reír.

—No, estás generando una importante cantidad de calor.

—Pero estás demasiado lejos.

Incluso a la escasa luz de la luna, notó que los ojos de Senku se oscurecían. Se acercó un poco más a él y se estremeció cuando la sentó de lado sobre su regazo.

—Mucho mejor así —susurró, subiéndole un poco el chaquetón para poder acariciarle la suave piel de la espalda.

Permanecieron unos minutos en silencio, cada uno perdido en sus recuerdos, Senku acariciándole la espalda y Kohaku acurrucada contra su cuerpo. No parecía que él tuviera intención de iniciar una conversación, por lo que ella tomó la iniciativa.

—Me enamoré de ti al ver tu foto por primera vez. Me quedé muy sorprendida cuando te fijaste en mí aquella noche. No me podía creer que quisieras que te acompañara al bosque.

Senku le rozó los labios con los suyos, avivando el fuego que ardía latente bajo la superficie.

—Te apareciste a mí de entre las sombras. Una vez me preguntaste por qué no te hice el amor aquella noche. No me hizo falta. Bebí de tu bondad y eso fue suficiente para calmar mi anhelo.

Kohaku habría apartado la vista, avergonzada, pero la vulnerabilidad que vio en los ojos de Senku la retuvo y se quedó explorando las profundidades de sus ojos.

—No me acuerdo de todo, pero sí recuerdo que pensé que eras muy hermosa. El pelo, la cara, la boca... Tu boca merece que le escriban sonetos, leona. Desde el mismo instante en que la vi, me moría de ganas de besarla.

Ella se apretó contra su pecho y, pasándole los brazos alrededor del cuello, se apoderó de su boca. Lo besó despacio pero con sentimiento, tirándole del labio inferior con los dientes y explorando su boca con la lengua.

Senku le sujetó la espalda con las dos manos, casi levantándola. Kohaku respondió cambiando de postura y montándose

sobre él, que le gruñó en la boca ante la súbita e intensa conexión y la abrazó con más fuerza. Le acarició la espalda, subiendo hasta llegar a la tira del sujetador de encaje y bajando otra vez hasta la cintura de los vaqueros, amenazando con atravesar las fronteras que la protegían. Su piel era tan suave, tan delicada... Deseó verla a la luz de la luna. Sin que nada se interpusiera entre sus ojos y su piel.

Se apartó un poco al notar que se estremecía.

—¿Estás bien, leona?

Ella se sobresaltó al oír sus palabras, pero en seguida sonrió.

—Bien es poco. Yo... —Se interrumpió y negó con la cabeza.

—¿Qué pasa?

—Eres muy... intenso.

Echando la cabeza hacia atrás, Senku se echó a reír a carcajadas. Su pecho resonaba, lleno de buen humor, y a Kohaku le costó no contagiarse. Esperaba que no se estuviera riendo de ella. Con el pulgar, él le liberó el labio inferior de entre los dientes.

—Si te parezco intenso, menos mal que no sabes lo que estoy pensando ahora mismo.

Se removió inquieto. Kohaku no se había dado cuenta hasta ese momento, pero ya era imposible de ignorar. En el lugar donde sus cuerpos se juntaban, había solidez y mucho calor; la promesa de algo misterioso y muy satisfactorio.

Se ruborizó por la reacción del cuerpo de Senku ante su cercanía, pero no apartó la mirada.

—Cuéntamelo.

—Quiero hacerte el amor porque me importas. Quiero adorar tu cuerpo desnudo con el mío y descubrir todos sus secretos. Quiero darte placer, no unos minutos, sino durante horas, o días. Quiero ver cómo arqueas la espalda de éxtasis y mirarte a los ojos mientras te hago mía. —Senku suspiró y negó con la cabeza, con la mirada ardiente pero decidida—. Pero no aquí. Hace frío, sería tu primera vez y todavía tenemos cosas que aclarar.

Le besó la frente con ternura, preocupado porque ella pudiera pensar que la estaba rechazando.

—Quiero que te sientas segura y cómoda —continuó—. Quiero adorar cada centímetro de tu cuerpo y eso lleva tiempo. Y... necesitaremos más comodidades de las que nos puede proporcionar este huerto. —Sonriendo, alzó una ceja—. Por supuesto, mis deseos tienen poca importancia. Lo que importa es lo que desees tú.

—Creo que está bastante claro.

—¿Lo está? —preguntó él, inseguro.

Kohaku se le acercó para besarlo en los labios, pero sólo lo alcanzó en la barbilla.

—No estaría aquí con el frío que hace si no quisiera estar contigo.

—Siempre es agradable oírlo decir en voz alta.

—Senku Ishigami, te deseo —susurró ella—. De hecho, yo... —Se mordió el labio para no decir una palabrota.

—Di lo que quieras —la animó él—. No pasa nada. Di lo que sientes.

—Quiero que seas el primero. Soy tuya, Senku, si me quieres.

—No hay nada que quiera más.

Esta vez, fue él quien se apoderó de su boca, besándola con determinación. Su beso, lleno de promesas, prendió fuego en las entrañas de Kohaku, despertando y alborotando su deseo.

Senku la deseaba. Nunca lo había ocultado. Siempre se lo había demostrado con sus besos, pero la línea que separaba el deseo carnal y el afecto era muy tenue y fácil de malinterpretar. Kohaku ya no era consciente de esa distinción. Lo único que existía para ella eran sus cuerpos unidos y sus bocas conectadas, mientras sus manos se exploraban suavemente. En el huerto, que era su paraíso, sólo había dos casi amantes. No existía nada ni nadie más.

Mientras sus besos se volvían más apasionados, él se echó hacia atrás en la manta hasta quedar tumbado en el suelo, con ella arrodillada encima. El pecho de Kohaku se pegó al de Senku y entre sus caderas notó una fricción muy agradable. Se dejó caer, presionando descaradamente sus curvas contra él. Nunca había experimentado nada igual.

Senku le permitió que siguiera, pero sólo un poco más. Liberándose de sus labios, le acarició las mejillas con los pulgares, mirándola con pasión.

—Ardo por ti, Kohaku, pero es mucho más que hambre física. Te deseo completamente. —Negó con la cabeza, suspirando—. Odio hacer esto, pero hay unas cuantas cosas de las que tenemos que hablar.

Ella también suspiró.

—¿Como cuáles?

—Como el viaje a Italia. Tendría que habértelo contado antes.

Kohaku se incorporó lentamente.

—Los profesores viajan por trabajo. Ya lo sé —dijo, mirando la manta.

Senku también se sentó.

—Kohaku. —Le alzó la barbilla con un dedo—. No te escondas de mí. Dime lo que piensas.

Ella se retorció las manos.

—Sé que no tengo derecho a exigirte nada, pero me ha dolido que Gen se enterara antes que yo.

—Tienes todo el derecho. Soy tu novio. Deberías haber sido la primera en saberlo.

—¿Eres mi novio? —murmuró ella.

—Soy más que eso. Soy tu amante.

Las palabras de Senku y, sobre todo, su voz, baja y sensual, le provocaron un escalofrío.

—¿Sin sexo?

—Los amantes tienen una relación íntima a muchos niveles. Tienes que entender que deseo ese tipo de relación contigo. Sólo contigo. El término «novio» se queda corto. Y siento mucho haberte hecho daño. El viaje salió en la conversación mientras hablábamos del tema de la casa, porque afectaba a las gestiones que tenemos que hacer. Recibí la invitación de los Uffizi hace unos meses, antes de que tú llegaras a Toronto. He estado a punto de sacar el tema varias veces, pero al final no he encontrado el momento. Supongo que esperaba a que estuviéramos más cómodos en nuestra relación.

Ella lo miró con interés.

—Quería que el viaje a Florencia fuera tu regalo de Navidad. No quiero ir solo. La idea de dejarte ahora, de separarme de ti... —La voz se le volvió más ronca—. Pero tenía miedo de que te negaras. Que pensaras que era un truco de seducción.

Ella lo miró con el cejo fruncido.

—¿De verdad quieres que vaya contigo?

—Si no me acompañas, preferiría no ir.

Kohaku sonrió y lo besó.

—En ese caso, gracias por la invitación. Acepto.

Senku sonrió aliviado y le enterró la cara en el pelo.

—Después de lo que pasó con la ropa, estaba convencido de que me dirías que no. Si quieres, reservaré habitaciones separadas. Y te sacaré un billete abierto para que puedas volver si decides...

—Senku, te he dicho que acepto. De todo corazón. No se me ocurre una persona con la que me gustaría más ir a Florencia. Y quiero compartir habitación contigo. —Lo miró tímidamente—. El semestre ya habrá acabado. No estaremos rompiendo ninguna norma si... si me llevas a tu cama y me haces tuya.

Él la interrumpió con un beso abrasador.

—¿Estás segura? ¿Estás segura de que quieres que sea el primero?

Ella lo miró muy seria.

—Siempre has sido tú, Senku. Nunca he querido a otro. Tú eres el hombre que he estado esperando.

Kohaku inició un beso suave, que pronto aumentó de intensidad. Instantes después, estaba tumbada sobre él. Sus cuerpos estaban pegados y, sin embargo, deseaba estar aún más cerca. Lo deseaba aún con más fuerza que durante su tango en el museo.

Senku interrumpió el beso, jadeando, y le besó el cuello, evitando cuidadosamente la marca que le había dejado hacía unas horas. Cuando la besó en la zona del nacimiento del pelo, ella gimió y le entrelazó las manos en la nuca.

—Es demasiado arriesgado, leona. Si sigo besándote así, no voy a poder parar.

A pesar de sus protestas, las manos de Senku siguieron resiguiendo las curvas de su trasero y de sus caderas, provocándola, excitándola. Kohaku trató de besarlo una vez más, pero él se lo impidió sujetándole la cara con una mano.

—Si sigues así, voy a tomarte aquí y ahora —susurró—. Te mereces algo mejor. Te lo mereces todo y eso es lo que voy a darte.

Ella se apoyó en un codo.

—Además, no hemos acabado de discutirlo todo. —La voz de Senku ya no era ronca ni sexy. Aclarándose la garganta, respiró hondo un par de veces antes de seguir hablando—. Si estás tomando la píldora, no digo nada, pero debes saber que no hace falta que te preocupes por quedarte embarazada.

—No te entiendo.

—No puedo tener hijos, Kohaku.

Ella lo miró, parpadeando.

—¿Deseas tener hijos? Tal vez debería haber sacado el tema antes. —La miró inseguro.

Ella guardó silencio mientras asimilaba la noticia.

—No vengo de un entorno familiar feliz. Alguna vez he pensado que sería agradable casarme y tener un bebé, pero nunca demasiado en serio.

—¿Por qué no?

Kohaku se encogió de hombros y miró hacia otro lado.

—Nunca pensé que encontraría a nadie que me amara. No soy precisamente sexy. Soy tosca. E impulsiva.

—Leona. —Él la abrazó y la besó en las mejillas—. Te equivocas. Eres increíblemente sexy. Y no eres tosca en absoluto.

Ella jugueteó con la solapa de la cazadora de cuero de Senku.

—Siento que no puedas tener hijos. Pero muchas parejas tienen problemas de concepción.

Él se tensó.

—Mi situación no tiene nada que ver con la de ellos.

—¿A qué te refieres?

—Su infertilidad es natural. —Senku entrecerró los ojos y la miró con preocupación.

Kohaku levantó una mano para acariciarle la mejilla.

—¿Te disgustaste mucho al enterarte?

Él le agarró la muñeca y la apartó.

—Me sentí muy aliviado, Kohaku. Y no me enteré.

—No te entiendo.

—Fui yo el que tomé la decisión de esterilizarme al salir de rehabilitación.

Ella tragó saliva ruidosamente.

—Oh, Senku. ¿Por qué?

—Porque alguien como yo no debe reproducirse. Te conté la historia de mi padre. Y te conté cómo era cuando me drogaba. Me pareció una irresponsabilidad dejar abierta la puerta a una posible paternidad. Así que tomé esa decisión y no pienso cambiar de idea. No quiero tener hijos. Nunca.

Se volvió para mirarla. Al cabo de unos momentos de silencio, continuó:

—Pero no contaba con que tú aparecieras en mi vida. Ahora casi me arrepiento de mi decisión, aunque, créeme Kohaku, es mejor así. —Se tensó, como preparándose para recibir una embestida—. Tal vez ahora cambies de opinión sobre tu relación conmigo.

—Senku, por favor... Dame un minuto. —Se sentó a su lado mientras procesaba toda esa nueva información.

Él la tapó con una de las mantas. Kohaku era consciente de que no se lo había contado todo. Tenía que haberle pasado algo muy traumático como para hacerlo tomar esa decisión tan drástica. Tenía que haber algo más, aparte de sus orígenes y adicciones.

¿Importaría de verdad? ¿Habría algún secreto capaz de matar su amor por él?

Senku permanecía inmóvil bajo la luz de la luna, esperando su respuesta. Los minutos le estaban pareciendo horas.

«Le amo. Nada de lo que me diga podrá matar ese sentimiento. Nada.»

—Lo siento, Senku. —Kohaku le rodeó el cuello con los brazos—. Sigo queriéndote. Me imagino que en algún momento tendremos que volver a hablar de esto, pero por ahora me vale con lo que me has contado.

Él pareció sorprendido con sus palabras. Luego, la suave aceptación de ella lo emocionó. Le costó encontrar las palabras adecuadas.

—Kohaku, necesito decirte quién soy. Lo que soy en realidad —dijo con énfasis.

—Escucharé todo lo que quieras contarme, pero eso no cambiará nada. Siempre has sido tú, Senku.

Él le sujetó la cara entre las manos y la besó dulcemente, como si quisiera unir sus almas.

—Siempre has sido tú, Kohaku. Sólo tú.

La abrazó y se tranquilizó al oler su aroma. De repente, el futuro parecía posible. Tenía esperanza. Tenía fe en que tal vez, sólo tal vez, cuando ella lo supiera todo, lo mirara con aquellos grandes ojos azules y le dijera que seguía queriéndolo.

«La amas.»

Otra vez la voz salió de la nada, pero en esta ocasión Senku la reconoció. Y, en silencio, le dio las gracias.

—Pareces estar muy lejos de aquí, profesor Ishigami. —Kohaku sonrió al utilizar ese termino.

Él le dio un beso suave.

—Estoy justo donde quiero estar. Tal vez hoy no sea la mejor noche para compartir secretos, pero no puedo llevarte a Italia sin contártelo todo. Y también me gustaría que tú lo hicieras. —La miró con seriedad—. No puedo pedirte que desnudes tu cuerpo sin pedirte también que desnudes tu alma. Y quiero hacer lo mismo contigo. Espero que lo entiendas.

Con los ojos, trataba de expresar que lo estaba haciendo por ella.

Kohaku asintió lentamente. Senku unió los labios a los suyos. Ella suspiró, apoyando la cabeza en su pecho y escuchando los latidos fuertes y regulares de su corazón. El tiempo pasó o tal vez se detuvo.

Dos casi amantes se entrelazaban como la hiedra bajo el cielo de noviembre, con la luna y las estrellas como única iluminación.

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A la mañana siguiente, Kohaku se despertó temprano y fue a darse una ducha. Se vistió, hizo la maleta y llamó a la puerta de la habitación de Senku a las ocho en punto. Pero no hubo respuesta. Acercó la oreja a la puerta y escuchó. Nada, ni un movimiento, ni un ruido.

Al bajar vio a su amiga de toda la vida.

—Kohaku, dame cinco minutos y te llevaré a Kinfolks.

—¿Por qué? ¿Qué pasa? —. En ese momento Senku bajaba de las escaleras.

—Kohaku ha quedado con su padre a las nueve.

Senku miró la hora.

—Todavía no son las ocho y media.

—No pasa nada. Puedo esperar allí tomándome un café —dijo ella sin mirarlo. Odiaba ser una molestia.

—Deja que me duche y te llevo yo. Igualmente tengo que pasar por la inmobiliaria.

Ella asintió y las dos entraron en la cocina mientras Senku se duchaba.

Senku y Kohaku no hablaron mucho de camino al restaurante. Casi todo lo que tenían que decirse ya se lo habían dicho. Durante el trayecto, se tomaron de la mano como dos adolescentes. Ella le dedicó una sonrisa radiante cuando él le dio su bufanda del Magdalen College y le dijo que quería que se la quedara. Cuando llegaron al restaurante, Kokuyo no había llegado todavía.

—Hemos tenido suerte —dijo Kohaku, aliviada.

—Tendrá que enterarse tarde o temprano. Si lo prefieres, se lo digo yo.

Ella lo miró para ver si hablaba en serio. Y vio que sí.

—Me dijo que me mantuviera alejada de ti. Cree que eres un delincuente.

—Razón de más para que me dejes hablar con él. Ya demasiada gente te ha tratado mal.

—Senku, mi padre nunca me ha tratado mal. No es mala persona. Sólo está un poco mal informado.

Él se frotó la boca, pero no dijo nada.

—No voy a decirle nada hasta que haya terminado el semestre. Será más fácil por teléfono. Pero ahora será mejor que entre. Llegará en cualquier momento.

Senku la besó suavemente y le acarició la mejilla con el dorso de la mano.

—Llámame luego.

—Lo haré.

Con un último beso, Kohaku salió del todoterreno.

Él sacó el equipaje del maletero y lo dejó a los pies de ella, inclinándose para susurrarle al oído:

—Ya me estoy imaginando nuestra primera vez.

Kohaku se ruborizó y murmuró:

—Yo también.

Kokuyo era hombre de pocas palabras. Tenía un aspecto sorprendentemente anodino. De estatura regular, constitución regular, pelo rubio ni muy claro ni muy oscuro, y ojos castaños. A pesar de su fracaso como padre y sus posibles defectos como marido, era un voluntario dedicado, que participaba activamente de la vida de la comunidad. De hecho, su reputación entre los ciudadanos de la ciudad era excelente y su opinión sobre temas municipales era siempre bien recibida.

Kohaku y él pasaron un agradable día juntos. Los clientes habituales de Kinfolks recibieron a la hija menor de Kokuyo con los brazos abiertos y el hombre pudo presumir ante ellos de lo bien que le iban las cosas en la universidad. Hasta les dijo que iba a presentar una solicitud para Harvard para el curso siguiente.

Luego fueron a dar un paseo en la furgoneta. Kokuyo le enseñó los nuevos edificios en construcción, señalando lo mucho que había crecido el pueblo durante su corta ausencia. Más tarde la llevó a una charla sobre primeros auxilios que se estaba dando en el cuartel de bomberos, para que sus compañeros pudieran decirle a Kohaku lo mucho que su padre hablaba de ella. Finalmente, fueron a comprar. Kokuyo nunca tenía mucha comida en casa. Esa tarde, se perdió el partido para ver juntos una película. Se trataba de la versión del director de Blade Runner, una película que les apetecía ver a los dos.

Al acabar, Kohaku le alcanzó una cerveza, animándolo a ver el partido mientras ella preparaba el famoso pollo a la Kiev. Al quedarse sola al fin, le envió un mensaje a Senku:

S, estoy preparando el pollo a la Kiev de Byakuya y una tarta de merengue de limón para papá. Él está mirando el partido. Espero que estés pasando un buen día. Te llamaré hacia las seis y media.

Tu Leona. Besos

Poco después, mientras preparaba dos cazuelas con pollo a la Kiev —una para esa noche y otra para que su padre la congelara—, su iPhone la avisó de que tenía respuesta.

Mi leona, te he echado de menos. Aquí también estamos mirando el partido. No sabes lo mucho que significa para mí oírte decir que eres mía. Ya estoy deseando oír tu voz.

Soy tuyo, Senku

Muchos besos

Kohaku fue casi flotando hasta la cocina, muy animada por las palabras de Senku y por los recuerdos de la noche anterior. Su sueño se estaba haciendo realidad. Tras años de espera, Senku iba a ser el primero.

Todas las lágrimas, el sufrimiento y la humillación vivida con Mozu dejaban de tener importancia. Había esperado al hombre de sus sueños y ahora tendría la primera vez que siempre había soñado. ¡Y en Florencia, nada menos! Tenía muchas cosas por las que sentirse agradecida.

Cuando hubo acabado de preparar las cazuelas de pollo, metió una en el horno y guardó la otra en el congelador del sótano. Al abrirlo, la sorprendió encontrarse con un montón de comida preparada, guardada en fiambreras o envuelta en papel de plata. Muchas llevaban una notita de «Con amor, Turquoise».

Kohaku ignoró su rechazo al verlas. Turquoise era una buena mujer y parecía cuidar bien de Kokuyo, pero su hija Homura era harina de otro costal. Si Turquoise y Kokuyo decidieran irse a vivir juntos o, Dios no lo quisiera, casarse, las cosas se le pondrían muy difíciles a Kohaku para ver a su padre.

Intentando no pensar en Turquoise y Homura, se concentró en preparar el postre favorito de su padre: tarta de merengue de limón. Aunque la que le gustaba era la que servían en Kinfolks, ella quiso hacerle uno.

Estaba metiéndola en el horno cuando sonó el teléfono. Kokuyo respondió y empezó a maldecir a gritos. Tras una breve conversación sobre lo que parecían temas relacionados con el trabajo, colgó el teléfono bruscamente y desapareció en el piso de arriba. Al volver a bajar, llevaba puesto el uniforme.

—Kohaku, tengo que irme.

—¿Qué ha pasado?

—Hay un incendio en la bolera. Los chicos ya están allí, pero creen que puede haber sido provocado.

—¿En Best Bowl? ¿Cómo...?

—Eso es lo que voy a averiguar. No sé a qué hora volveré. —Casi en la puerta, se volvió—. Siento no quedarme a cenar. Tenía muchas ganas de probar lo que has preparado. Nos vemos luego.

Kohaku lo miró por la ventana mientras salía marcha atrás con el coche y desaparecía. Sin duda, Senku estaría cenando con su familia; no era buena hora para llamarlo. Esperaría a que fueran las seis y media.

Cuando la alarma del reloj la avisó, sacó la tarta del horno y aspiró su aroma, dulce y ácido a la vez. Mientras esperaba a que se enfriara, guardó el pollo a la Kiev en la nevera. Lo dejaría para el día siguiente. Esa noche cenaría un sándwich.

Un cuarto de hora más tarde, oyó que la puerta se abría y se cerraba.

Cogió un plato para servirle un trozo de tarta a su padre.

—¿Cómo has podido volver tan de prisa? Acabo de sacar la tarta del horno —le dijo desde la cocina.

—Me alegra saberlo, Kohaku.

Al oír esa voz, el plato se le escurrió de entre los dedos, haciéndose añicos contra el suelo de linóleo de la cocina.

Mozu entró en la cocina y se detuvo con los brazos cruzados sobre el pecho, apoyándose en el marco de la puerta. Kohaku se quedó mirando su hermosa cara de ojos oscuros y pelo castaño largo, sin creerse lo que estaba viendo.

Al convencerse de que no lo estaba imaginando, dio un grito de guerra y salió corriendo hacia la puerta, tratando de sortearlo con su velocidad, no quería un enfrentamiento. La gran mano de Mozu se apoyó en el otro lado del quicio, barrándole el paso. Ella tuvo que agarrarse de su brazo y lo uso como impulsor, pero él reaccionó rápido.

—Déjame salir —exigió.

—¿Qué manera es ésta de recibirme después de todo este tiempo? —Mozu le sonrió, retirando el brazo y enderezándose cuan alto era, es decir, casi metro ochenta.

Kohaku empezó a atacarlo pero sabía que él tenía más fuerza que ella y era agresivo, su única opción era su velocidad, buscando a su alrededor un lugar por donde escapar.

Aunque no era exageradamente alto, Mozu resultaba muy intimidante. La arrinconó y, una vez la tuvo segura en una esquina, le sujeto ambas manos y se las ató con una cinta industrial, le dio un gran abrazo del que ella intento librarse con todas fuerzas.

—¡Mozu, suéltame! —exclamó ella, tratando de escapar y de respirar.

Él apretó con más fuerza, esbozando una sonrisa malvada.

—Vamos, Kohaku, relájate un poco.

Kohaku siguió resistiéndose.

—¡Tengo novio! ¡Suéltame!

—Y a mí qué me importa que tengas novio.

Se acercó mucho a su cara y ella temió que fuera a besarla. Pero no lo hizo. Se frotó íntimamente contra su cuerpo y la toqueteó, riendo al ver su expresión de asco.

—Vaya, sigues siendo fría como el hielo. Creía que tu novio tal vez te habría curado. —La miró de arriba abajo con lujuria—. Al menos, sé que no me estoy perdiendo nada. Aunque me parece insultante que le hayas dado a él lo que no quisiste darme a mí.

Kohaku se apartó intentando patearlo, tratando de separar las manos de esa maldita.

—Vete. No quiero hablar contigo. Papá volverá en cualquier momento.

Mozu se le acercó lentamente, como un lobo acechando a un cordero.

—No me mientas. Sé que se acaba de marchar. Al parecer han tenido problemas en la bolera. Alguien ha quemado el edificio. Tardará horas en volver.

Kohaku parpadeó nerviosa.

—¿Cómo lo sabes?

—Lo he oído por la radio. Estaba en la zona, así que me ha parecido el momento ideal para venir a visitarte.

Kohaku trató de mantener la calma, mientras analizaba sus alternativas. Era inútil salir corriendo, porque Mozu bloqueaba la única puerta de salida, la atraparía en seguida y se enfadaría aún más. Por otra parte, si permanecía en la casa, tenía alguna posibilidad de coger el móvil, que estaba en la cocina.

Con una sonrisa falsa y un tono amable más falso todavía, dijo:

—Has sido muy amable de venir a verme. Pero los dos sabemos que lo nuestro se acabó. Tú conociste a otra persona y ahora eres feliz con ella. Dejemos el pasado atrás, ¿no te parece?

Estaba tratando de que no se notara lo nerviosa que estaba y no lo estaba haciendo mal.

Hasta que Mozu se acercó y le acarició el pelo con ambas manos, llevándose mechones a la nariz para olerlos.

—No fue una cuestión de felicidad. Era sólo sexo. Ella no es de ese tipo de chicas que puedes llevar a casa de tus padres a cenar. Tú, al menos, eras presentable. Aunque me decepcionaste mucho.

—No quiero hablar de eso.

Él agarró la puerta y la cerró de un portazo.

—No he acabado. Y no me gusta que me interrumpan.

Kohaku dio un cauteloso paso atrás, lista para cualquier movimiento. Maldita sea, que tenía las manos inmovilizadas.

—Lo siento, Mozu.

—Dejémonos de estupideces. Los dos sabemos por qué estoy aquí. Quiero las fotos.

—Ya te dije que no las tengo.

—No te creo. —Le cogió el cuello con una mano y la atrajo hacia él.

—¿De verdad quieres jugar a este juego? He visto lo que tiene Homura y sé que las fotos existen. Si me las das ahora, seguiremos siendo amigos. Pero no me provoques. No he conducido tres horas para aguantar tus chorradas. No me importa cuántos títulos tengas. ¡No vales nada! —exclamó, mientras rompía un diploma cariñosamente enmarcado en la pared por su padre.

Kohaku levantó las manos atadas para detenerlo.

—Por favor, para.

Kohaku tragó saliva con dificultad y Mozu notó el latido irregular de su pulso bajo los dedos.

—Homura está mintiendo —repuso ella—. No sé por qué, pero ya te he dicho que no me llevé ninguna foto tuya. Y no tengo ningún motivo para mentirte. Por favor, Mozu.

Él se echó a reír.

—Impresionante actuación, pero eso es lo que es, una actuación. Sé que estás furiosa conmigo por lo que pasó y creo que te llevaste un recuerdo para vengarte de mí.

—Si eso fuera cierto, ¿no las habría sacado ya a la luz? ¿Por qué no enviarlas a un periódico o pedirte dinero por ellas? ¿Por qué iba a guardarlas durante más de un año? ¡No tiene sentido!

Mozu la atrajo hacia él y le dijo al oído:

—No eres demasiado espabilada, Kohaku. No me cuesta demasiado creer que puedas tener algo guardado y que no sepas sacarle partido. ¿Por qué no subimos al piso de arriba? Así yo podré ir buscando las fotos y tú podrás tratar de ponerme de mejor humor.

Succionándole el lóbulo de la oreja, se lo mordió ligeramente.

Ella inspiró y espiró hondo un par de veces, haciendo acopio de todo su valor. Alzando la vista hasta sus fríos ojos negros, dijo:

—No pienso hacer nada hasta que no me quites las manos de encima. ¿Por qué no puedes comportarte?

La mirada de Mozu se endureció, pero la soltó.

—No te preocupes. Me portaré muy bien contigo —la tranquilizó, dándole unas palmaditas en la mejilla—, pero espero algo a cambio. Si no piensas darme las fotos, tendrás que darme otra cosa. Ya puedes empezar a pensar en lo que puedes hacer para que me vaya de aquí con una sonrisa en la cara.

Kohaku se encogió.

—Las cosas han cambiado mucho, ¿verdad? Creo que me lo voy a pasar muy bien. Y tu vas a dejar de forcejear sino quieres que salga algún video tuyo en internet.

Sintió como algo se quebraba dentro de ella, quizá su espíritu. No quería que Senku viera esos vídeos y supiera lo desagradable que era. Lo miró con todo el odio que podía, pero dejo moverse.

Mozu ladeo una sonrisa y abrazándola con fuerza, estampó la boca abierta sobre la de ella.

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A las seis y media en punto, Senku se excusó por levantarse de la mesa y se dirigió al salón para esperar la llamada de Kohaku, que no llegó.

Miró el buzón de voz. Nada. Tampoco tenía ningún mensaje de texto. Ni ningún correo electrónico. A las siete menos diez, la llamó. Como no respondió, le dejó un mensaje:

«¿Kohaku? ¿Estás ahí? Llámame.»

Al colgar, buscó el listín telefónico en el iPhone y el número de la casa de Kokuyo. El teléfono sonó y sonó, hasta que saltó el contestador. Senku colgó sin dejar ningún mensaje.

«¿Por qué no responde al teléfono? ¿Dónde está? ¿Y dónde está Kokuyo?»

Una sospecha espantosa se abrió camino en su mente. Sin perder un instante en despedirse, cogió su maletín científico, salió de casa, se subió al todoterreno y se dirigió a casa de Kokuyo a toda velocidad. Por el camino, siguió tratando de conectar con Kohaku o con Kokuyo telefónicamente. Si lo paraba la policía, mucho mejor.

La victoria estaba tan cerca que Mozu casi podía paladearla. Sabía que Kohaku era una persona fuerte, pero había trabajado muchos años en hacerla débil mentalmente y estaba acostumbrado a utilizar su debilidad en su propio provecho. Cuando ella lo había mirado a los ojos y le había asegurado que no tenía las fotos, la había creído. Era mucho más probable que fuera Homura quien lo estuviera engañando, desviando su atención de sus propios planes de venganza. Pero cuando tuvo a Kohaku entre sus brazos, se olvidó de las fotos y se embarcó en un nuevo propósito.

Sin hacer caso del timbre del teléfono ni de las notas de Message in a Bottle que sonaban de vez en cuando en el iPhone de Kohaku, Mozu siguió besándola y tirando de ella hasta que quedó montada a horcajadas encima de él, que se había sentado en el sofá.

Seguía tan frígida como siempre. Se notaba que apenas toleraba su contacto. Sus brazos y su cuerpo estaban lánguidos, sin fuerzas. A Kohaku nunca le había gustado que le metiera la lengua en la boca. Nunca le había gustado que le metiera nada en la boca. Cuando empezó a moverse para liberarse, Mozu se excitó. Recorriéndole la boca con la lengua, notó que su erección crecía y topaba contra la barrera de la cremallera.

Siguió besándola hasta que ella no pudo soportarlo más y le empujó el pecho con los puños. En ese instante, Mozu supo que era el momento de pasar a otras actividades. Kohaku se resistió mientras él le desabrochaba los botones de la blusa.

—Por favor, no lo hagas —suplicó ella—. Por favor, suéltame.

—Te va gustar —se burló él, riéndose y manoseándole el culo—. Me aseguraré de que pases un buen rato y luego te soltaré.

Con la boca le recorrió la mandíbula y descendió por el cuello, succionando en un punto por encima de la clavicula.

—No creo que quieras que volvamos a pelearnos como la última vez, ¿no, Kohaku?

Ella se echó a temblar.

—¿Kohaku?

—No, Mozu.

—Bien.

Al tener los ojos cerrados, no vio la marca que le había dejado Senku a escasos centímetros. Tampoco le habría importado. Ya había decidido marcarla para que, al volver a Canadá, su novio viera a qué se había estado dedicando. Una marca para ajustarle las cuentas. Tras succionar con toda la fuerza que pudo, le clavó los dientes.

Kohaku gritó de dolor.

Él le lamió la herida, saboreando el gusto a la vez dulce y salado de su sangre. Cuando acabó, se retiró para contemplar su obra. Iba a tener que llevar jerséis de cuello alto para que no se le viera y sabía que ella los odiaba. La marca era tremenda, enorme, y contra su superficie roja destacaban dos hileras de dientes. Era perfecta.

Kohaku lo miró a través de sus largas pestañas y Mozu vio que algo cambiaba en su expresión. Excitado, se pasó la lengua por los labios. De repente, ella le dio una violenta bofetada con ambas manos. Sin darle tiempo a reaccionar, salió disparada del salón y corrió escaleras arriba.

—¡Mala puta! —bramó Mozu, saltando tras ella.

Antes de que llegara al último escalón, la alcanzó. Sujetándole el tobillo con ambas manos, se lo retorció. Kohaku se cayó de rodillas, aullando de dolor.

—Voy a darte una lección que nunca olvidarás —la amenazó, agarrándola del pelo.

Ella volvió a gritar cuando le echó la cabeza hacia atrás.

Desesperada, le dio una patada que lo alcanzó en la entrepierna. Mozu la soltó y se dobló sobre sí mismo antes de caerse rodando por la escalera. Kohaku fue saltando a la pata coja hasta su habitación y cerró la puerta con llave.

—¡Espera a que te ponga las manos encima, puta! —la amenazó él a gritos, agarrándose la entrepierna con las dos manos.

Mientras, ella apuntaló la puerta con una silla y empezó a tirar de la cómoda para reforzar la barricada. Varias fotos en marcos antiguos se cayeron mientras trataba de desplazar el pesado mueble. Una muñeca de porcelana se estrelló contra el suelo. Sin hacer caso del dolor que sentía en el tobillo, fue hasta el extremo opuesto de la cómoda y la empujó.

Mozu se lanzaba contra la puerta sin dejar de proferir insultos y amenazas.

Finalmente, Kohaku logró desplazar la cómoda. Esperaba que eso le diera el tiempo necesario para llamar a Senku antes de que Mozu se abriera paso. Fue dando saltos hasta la mesilla de noche, donde había un teléfono, pero con la urgencia lo tiró al suelo.

—¡Mierda!

Recogió el teléfono del suelo con dedos temblorosos y marcó el número de Senku; le salió el buzón de voz. Mientras esperaba el pitido para dejar mensaje, Kohaku observó horrorizada cómo la puerta empezaba a ceder ante los golpes de Mozu.

—¡Senku, ven a casa de mi padre en seguida! Mozu está aquí. ¡Está tratando de tirar abajo la puerta de mi habitación!

Entre gruñidos y maldiciones, Mozu seguía arremetiendo contra la madera. Cuando lograra romperla, volcaría la cómoda y la atraparía.

«No hay nada que hacer. Voy a morir», pensó Kohaku.

Pues no veía posible que pudiera salir de aquella situación sin graves heridas o algo peor. Tenía que hacer algo. Soltó el teléfono y abrió la ventana, dispuesta a salir por allí. Cuando estaba levantando la pierna sobre el alféizar, vio que el todoterreno de Senku se detenía derrapando frente a la casa. Lo vio saltar fuera del coche con un maletín colgado de lado y correr hacia la entrada principal. Mientras lo hacía, gritó el nombre de ella y Mozu, al oírlo, soltó una maldición.

El sonido de pasos subiendo rápidamente la escalera llegó seguido del ruido de pelea y una cascada de insultos y maldiciones. Algo pesado se desplomó y Kohaku oyó que alguien caía rodando por la escalera.

Se acercó a la puerta casi destrozada para escuchar, pero los ruidos parecían llegar ahora del exterior de la casa. Volvió cojeando hasta la ventana y, al asomarse, vio que Mozu estaba tumbado en el suelo, maldiciendo y cubriéndose la nariz con las manos. Contuvo el aliento al ver que se levantaba con la cara cubierta de sangre. Un segundo después, la sangre que le salía de la nariz se mezcló con la que le salía de la boca cuando Senku uso un raro aparato que le partió el labio de un golpe en plena cara.

—¡Cabrón! —gritó Mozu, escupiendo, antes de lanzarse sobre Senku.

A pesar de los golpes recibidos, fue capaz de alcanzarlo en pleno plexo solar de un puñetazo.

Senku retrocedió mientras recuperaba el aliento. Mozu avanzó entonces otro paso, ansioso por aprovechar la momentánea debilidad de su enemigo, pero Senku se recuperó rápidamente y ganó terreno, conectándole un choque eléctrico en el estómago. Mozu se dobló por la cintura y se dejó caer de rodillas.

Senku enderezó los hombros y relajó el cuello moviendo la cabeza a un lado y a otro. Parecía calmado, vestido con una camisa Oxford y una americana de tweed, como si fuera de camino a una reunión de la universidad en vez de estar pateándole el culo al hijo de un senador de Filadelfia.

—Levántate —ordenó, en un tono de voz que hizo que Kohaku se estremeciera.

Mozu gimió, sin moverse.

—¡He dicho que te levantes! —Senku se cernía sobre él como un ángel vengador, hermoso, terrible, implacable.

Al ver que el otro seguía sin moverse, lo agarró del pelo y le echó la cabeza hacia atrás.

—Si se te ocurre volver a acercarte a ella, te mataré. La única razón por la que sigues con vida es porque Kohaku se disgustaría si me metieran en la cárcel. No voy a dejarla sola ni un segundo después de lo que has hecho, enfermo hijo de puta. Si una fotografía o un vídeo de alguien que se parezca a ella, aunque sea remotamente, aparece en un periódico o en Internet, vendré a por ti. He resistido combates de diez asaltos contra tipos duros de Boston y he vivido para presumir de ello, así que no dudes ni por un momento de que la próxima vez te machacaré.

Con un último shock eléctrico directo al cuello, lo dejó inconsciente en el suelo. Luego se sacó un pañuelo del bolsillo y se limpió la sangre de los nudillos. En ese preciso instante, ella apareció tambaleándose en la puerta.

—¡Kohaku! —Senku la sostuvo cuando estuvo a punto de caerse por los escalones del porche—. ¿Estás bien?

La bajó al suelo con cuidado y la abrazó.

—¿Kohaku? —repitió, retirándole el pelo para poder verle la cara.

Tenía los labios rojos e hinchados, arañazos en el cuello, la mirada perdida y... ¿aquello era un mordisco?

«¡Esa bestia rabiosa la ha mordido!»

—¿Estás bien? ¿Te ha...?

Senku bajó la vista con temor de lo que fuera a encontrarse, pero no tenía la ropa rasgada y, por suerte, estaba vestida, aunque tenía la blusa desabrochada.

Cerrando los ojos, dio gracias a Einstein por no haber llegado demasiado tarde. No quería ni imaginar lo que podría haber pasado.

—Ven conmigo —dijo con firmeza, quitándose la chaqueta y echándosela a ella sobre los hombros. Tras abotonarle la camisa, la condujo hasta el asiento del acompañante y cerró la puerta—. ¿Qué ha pasado? —preguntó, mientras se sentaba al volante.

Kohaku se agarraba el tobillo murmurando incoherencias.

—¿Kohaku? —Al ver que no respondía, alargó la mano para retirarle el pelo de la cara.

De un salto, ella se pegó a la puerta.

—Kohaku, soy yo, Senku —le dijo horrorizado—. Voy a llevarte al hospital. ¿De acuerdo?

Ella no pareció haberlo oído. No lloraba ni temblaba. «Está en estado de shock», pensó Senku. Sacándose el teléfono del bolsillo, llamó a Taiju.

—¿Taiju? A Kohaku le ha sucedido algo. —Se detuvo y la miró de reojo—. Su antiguo novio se ha presentado en casa de su padre y la ha atacado. Voy a llevarla al hospital. Sí, puedes ir allí directamente. Hasta ahora.

Luego se volvió hacia ella, deseando que le devolviera la mirada.

—Taiju y Yuzuriha se reunirá con nosotros en el hospital. Avisará a un médico amigo suyo.

Kohaku tampoco respondió. Antes de arrancar, Senku buscó el teléfono de la central de bomberos y le dejó un mensaje a Kokuyo, explicando lo que había pasado.

«Es culpa de su padre. ¿Por qué coño la ha dejado sola?»

—Le he pegado. —La voz de Kohaku, demasiado aguda, interrumpió sus pensamientos.

—¿Qué?

—Él me ha besado, pero yo le he pateado lo más que he podido. Lo siento. Lo siento mucho. No lo haré nunca más. Yo no quería besarlo.

En ese momento, Senku dio las gracias por tener que llevar a Kohaku al hospital. Si no tuviera que ocuparse de ella, habría regresado a la casa y habría rematado a Mozu.

Ella empezó entonces a decir cosas raras. Repitió que Mozu la había besado y habló de una tal Homura. A Senku también le pareció que hablaba de él, de que ya no querría acostarse con ella porque la habían marcado y porque era un desastre en la cama...

«Pero ¿qué demonios le ha hecho ese desgraciado?»

—Chist, Leona. Mírame. ¿Leona?

Le costó unos instantes reconocer ese nombre, pero cuando lo hizo, los ojos de Kohaku recobraron la nitidez.

—Nada de esto es culpa tuya, ¿lo entiendes? —dijo él—. No es culpa tuya que te besara.

—No quería engañarte. Lo siento mucho —murmuró ella.

Ante su tono de voz y el pánico que vio en su mirada, Senku sintió que la bilis le subía a la garganta.

—Kohaku, no me has engañado, ¿de acuerdo? Y me alegro mucho de que le hayas pegado. Se lo merecía. Eso y más. —Negó con la cabeza preguntándose qué habría pasado antes de su llegada.

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Cuando Yuzuriha y Taiju llegaron al hospital, los encontraron a los dos en la sala de espera. Senku le estaba acariciando a Kohaku el cabello y le hablaba al oído suavemente. Era una escena muy tierna, pero lo que les sorprendió fue el grado de intimidad que se notaba que existía entre ellos. Les sorprendió mucho.

Mientras esperaban a que llegara el médico, Yuzuriha examinó el tobillo de Kohaku con delicadeza. Ella soltó un gritito. Al mirar a Senku de reojo, vio que éste estaba haciendo grandes esfuerzos para controlarse.

—Creo que no está roto, pero es evidente que está lastimado. Senku, ¿por qué no vas con Taiju a buscarnos una taza de té y unas galletas?

—No pienso dejarla sola —contestó él.

—Sólo será un momento. Me gustaría hablar con Kohaku.

Asintiendo a regañadientes, Senku desapareció camino de la cafetería.

Yuzuriha no pudo evitar fijarse en el cuello de la joven. El mordisco era muy evidente. La otra marca, no tanto. Era más antigua. Tenía por lo menos un día o dos. Era obvio que la relación entre Kohaku y su mejor amigo estaba más avanzada de lo que pensaba.

—Byakuya trabajaba en este hospital como voluntario.

Kohaku asintió.

—A lo largo de los años trató con mucha gente distinta —continuó ella—, pero llegó a ser experto en víctimas de violencia doméstica. —Suspiró—. Fue testigo de casos muy tristes, en algunos de los cuales se vieron envueltos niños y niñas. Algunos tuvieron un desenlace fatal. —Mirándola a los ojos, añadió—: Te diré lo que él les decía siempre a las víctimas: «No es culpa tuya». No importa lo que él haya hecho ni lo que te haya obligado a hacer. No te lo merecías. En estos momentos me siento muy orgulloso de Senku.

Kohaku bajó la vista hacia su tobillo magullado y guardó silencio.

Un instante después, un hombre asiático de aspecto agradable entró en la sala y le pidió a una enfermera que la acompañara a una sala de exploración. Él las siguió poco después, tras asegurarle que la trataría como si fuera su propia hija.

Sabiendo que Kohaku quedaba en buenas manos, Yuzuriha fue a buscar a Senku a la cafetería, pero nada más salir al pasillo se lo encontró discutiendo con Kokuyo.

—¡Creo que sé de quién puedo fiarme y de quién no! —le gritaba Kokuyo, casi pegado a su cara, tratando de intimidarlo cosa que no parecía conseguir en absoluto.

—Pues es obvio que no, o no habría tenido que sacar a esa rata a rastras de su casa para impedir que violara a su hija en su propia habitación.

—Caballeros, estamos en un hospital —les recordó Taiju muy serio—. Vayan a discutir a la calle.

Kokuyo lo miró, antes de volverse de nuevo hacia Senku.

—Me alegro de que Kohaku esté bien —dijo en tono más calmado—. Y si eres tú quien la ha ayudado, te doy las gracias. Pero acabo de recibir una llamada de la policía diciéndome que le has dado una paliza al hijo del senador Ibarra. ¿Cómo sé que no has sido tú quien lo ha empezado todo? ¡Tú eres el drogadicto!

—Me haré un test de drogas —replicó Senku con los ojos brillantes—. No tengo nada que ocultar. En vez de preocuparse por el hijo del senador, ¿no cree que debería preocuparse de su hija? Protegerla a ella era su obligación como padre. Y no puede decirse que haya hecho un gran trabajo. Joder, Kokuyo, ¿cómo pudo enviarla de vuelta a casa de su madre cuando era niña?

El hombre apretó los puños con tanta fuerza que sus venas parecieron a punto de estallar.

—No sabes de qué estás hablando, así que cállate. Hay que tener narices para venir a darme sermones sobre la educación de mi hija, siendo un cocainómano con antecedentes por violencia. Como vuelva a verte cerca de ella, haré que te arresten.

—¿Que no sé de qué estoy hablando? Vamos, Kokuyo, saque la cabeza de debajo del ala y afronte las cosas. Estoy hablando de todos los hombres que entraban y salían de casa de su ex mujer en Kioto y que se la follaban delante de su hijita. ¿Y qué hizo usted al respecto? La rescató cuando estaba a punto de convertirse en una víctima de abusos sexuales y al cabo de unos meses la devolvió con su madre. ¿Por qué? ¿No se portaba bien? ¿Le quitaba demasiado tiempo? ¿Tiempo que prefería pasar en el cuartel de bomberos o en el hospital con su otra hija?

Kokuyo lo miró con un profundo odio. Tuvo que recurrir a todo su autocontrol para no liarse a puñetazos con él allí mismo. O, aún peor, ir a buscar la escopeta que guardaba en la furgoneta y pegarle un tiro. Pero no iba a hacer ni una cosa ni otra al lado de una sala de espera llena de gente. En vez de eso, maldijo entre dientes y fue a la ventanilla de admisiones para pagar la factura del hospital.

Cuando Kohaku regresó, andando con la ayuda de muletas, Kokuyo ya se había tranquilizado. Estaba al lado de la puerta de urgencias. La culpabilidad lo ahogaba.

Senku se acercó a ella rápidamente, mirándole el tobillo vendado con preocupación.

—¿Estás bien? —le preguntó.

—No lo tengo roto. Gracias, Senku, no sé qué habría hecho si... —Por fin fue capaz de llorar, pero las lágrimas no le permitieron seguir hablando.

Él le rodeó los hombros con un brazo y le dio un beso en la frente.

Kokuyo los observó un momento antes de acercarse a Taiju. Los dos se dijeron unas palabras y se estrecharon la mano.

—Kohaku, ¿quieres venir a casa? Yuzuriha dice que puedes quedarte con ellos si lo prefieres —le propuso Kokuyo, moviendo los pies a un lado y a otro, incómodo.

—No puedo ir a casa —dijo ella y, apartándose de Senku, abrazó a su padre con un solo brazo.

Con los ojos llenos de lágrimas, él se disculpó y se marchó.

Taiju y Yuzuriha les desearon buenas noches a la pareja y se marcharon también, dejándole a Kohaku privacidad para llorar tranquila.

Senku se volvió hacia ella inmediatamente.

—Podemos comprar las medicinas de camino. Yuzuriha puede dejarte algo o puedes ponerte mi ropa. A menos que prefieras pasar por casa de tu padre a buscar tus cosas.

—No puedo volver allí —gimió, doblándose sobre sí misma.

—No tendrás que volver si no quieres.

—¿Y... y... él?

—No tienes que volver a preocuparte por ese asunto. La policía ya lo ha detenido.

Kohaku lo miró a los ojos y casi se perdió en la calidez y la preocupación que reflejaban.

—Te quiero, Senku.

Al principio, él no reaccionó. Se quedó inmóvil, como si no la hubiera oído. Pero en seguida la expresión de su cara se suavizó. La abrazó, con muletas y todo, y la besó en la mejilla sin decir ni una palabra.

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Continuará….

Regresamos! Pare un poco por la semana Senhaku, que me pareció que ya tenían tatos hermosos fics que también disfrute de leer.

Espero que esten llevando bien la historia, se vienen capítulos difíciles, con mucho drama. Este capítulo enlaza con el capítulo 2.

Gracias por todo el apoyo que recibí cuando le conte del hater y por el cariño de los que dejaron sus comentarios. Y a todos los lectores anónimos que siguen la historia.

Muchas gracias a todos.

Los quiere,

Nita.

PS:. Se vienen sorpresas. Setiembre es mi mes favorito.