Los personajes pertenecen a Inagaki y Boichi. Esta historia esta inspirada en la saga de Gabriel Inferno by Sylvain Reynard, adaptada al fandom y sin fines de lucro. Espero les guste.

Advertencia: la historia contiene spoilers de los personajes del manga.

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El infierno de Senku

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Capítulo 6

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Después de cenar, Gen se fue a visitar a un amigo. Al volver, descubrió sorprendido que había dos coches de policía en la puerta. Un agente estaba interrogando a Kohaku en el salón, mientras otro agente hacía lo propio con Senku en el comedor. Con Taiju ya habían hablado antes.

—¿Alguien puede explicarme qué hace la casa llena de policías? ¿Qué ha hecho Senku-chan esta vez? —les preguntó Gen a sus amigos, que estaban sentados en la cocina.

Ryusui sacó una cerveza de la nevera, la abrió y se la alargó a Gen, que la aceptó agradecido.

—Mozu ha atacado a Kohaku.

Gen casi escupió la cerveza.

—¿Qué? ¿Está bien?

—El muy cabrón la ha mordido —explicó Yuzuriha— y casi le ha roto el tobillo.

—¿Él...? —empezó a preguntar con decisión, pero no fue capaz de pronunciar las palabras en voz alta.

Ella negó con la cabeza.

—Se lo he preguntado. Tal vez no debería, pero lo he hecho. Me ha dicho que no.

Todos soltaron un suspiro de alivio.

Gen dejó la cerveza sobre la encimera con fuerza.

—Bueno, ¿y dónde está Mozu ahora? Vamos, Ryusui, alguien tiene que darle una lección.

—Senku ya se ha encargado de eso. Han tenido que llevarlo al hospital con casi calcinado. Senku lo ha electrocutado hasta quemarle los pelos.

—¿El Profesor? ¿Por qué iba a hacer algo así?

Taiju y Yuzuriha intercambiaron una mirada sin decir nada.

~De todos modos, me gustaría hacerle una visita de cortesía a ese idiota —insistió Gen, con los puños cerrados a los costados y una mirada sombría.

Taiju negó con la cabeza.

—¿Te estás oyendo? Eres una figura pública, Gen, y él es el hijo de un senador. No puedes ir a darle una paliza. Además, Senku ha hecho un buen trabajo. Cuando los médicos acaben de remendarlo, lo detendrán.

—Aún no me habéis explicado por qué Senku-chan se ha ensuciado las manos por Kohaku. Apenas se conocen.

Yuzuriha se inclinó y le susurró:

—Son pareja.

Gen parpadeó como un semáforo perezoso.

—¿Cómo dices?

—Lo que has oído. Están juntos.

—Joder. ¿Qué hace Kohaku-chan con él?

Antes de que nadie pudiera ofrecer una opinión, Senku entró en la cocina.

—¿Dónde está Kohaku?

—Aún la están interrogando —respondió Taiju, sonriendo y apoyando la mano en el hombro de su amigo—. Estoy muy orgulloso de lo que has hecho por ella. Sé que hablo en nombre de todos. Damos gracias porque llegaras a tiempo de impedir algo peor.

Senku apretó los labios y asintió, incómodo.

~Te has ganado una medalla por haberle dado una paliza a Mozu, pero no por haberte liado con Kohaku-chan. No te la mereces. No eres lo bastante bueno para ella ~ dijo Gen, haciendo crujir los nudillos.

Senku le dedicó una mirada gélida.

—Mi vida personal no es asunto tuyo, mentalista.

~Ahora sí. ¿Qué clase de profesor se tira a sus alumnas? ¿No tienes suficiente con todas las demás?

Yuzuriha inspiró hondo y empezó a dirigirse hacia la puerta, alejándose del inminente choque de titanes.

Con los puños apretados a los costados, Senku se acercó al chico, más joven pero más corpulento.

—Como vuelvas a usar ese vocabulario para referirte a ella, tú y yo vamos a tener más que palabras.

—Chicos, dejen ya de toda esta mierda. Hay policías en el salón y están asustando a Yuzuriha —les advirtió Aaron, interponiéndose entre ellos y apoyándole a Gen una mano en el pecho.

—Kohaku-chan no es de esas chicas a las que uno deja tiradas después de follársela. Es de las chicas con las que uno se casa —dijo Gen por encima del hombro de Taiju.

—¿Te crees que no lo sé? —preguntó Senku con hostilidad.

—¿Y no se te ha ocurrido pensar que ya ha cubierto el cupo de idiotas en su vida?

Ryusui levantó una mano.

—Gen, ya basta.

Éste lo miró con curiosidad.

—Senku ha rescatado a Kohaku de su atacante.

Él se lo quedó mirando como si le hubiera dicho que la Tierra era plana. Y que todos lo sabían, menos él.

Yuzuriha intervino, ansiosa por cambiar de tema.

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Kohaku se incorporó en la cama y se sentó de un salto, tratando de respirar.

«Una pesadilla. Sólo ha sido una pesadilla. Estás a salvo.»

Su corazón tardó unos minutos en recuperar el ritmo normal. Cuando su mente aceptó que estaba en la habitación de invitados de los Ishigami y no debajo de Mozu, en el suelo de su antigua habitación, se relajó un poco.

Encendió la lámpara. La luz dispersó las sombras, pero no la animó. Se tomó un par de pastillas para el dolor que Senku le había dejado en la mesita de noche cuando la había acompañado a la cama, unas horas antes. La había arropado y la había abrazado por encima de las mantas hasta que se había dormido. Pero ahora no estaba.

«Lo necesito a mi lado.»

Más que las pastillas para el dolor, la luz o el aire, Kohaku lo necesitaba a él. Necesitaba sentir su cuerpo rodeándola, oír su voz profunda susurrándole palabras de consuelo. Era la única persona que podía hacerle olvidar lo que había pasado. Necesitaba tocarlo. Necesitaba besarlo para olvidar la pesadilla.

Las pastillas servían sólo para aliviarle el dolor del tobillo; así que, a saltitos, fue hasta la habitación de Senku para que le aliviara el dolor del corazón. Silenciosa como un ratón, escuchó. Cuando se convenció de que no había nadie despierto, entró en la habitación de él.

Tardó unos instantes en distinguir algo en la penumbra. Senku no había corrido las cortinas y estaba tumbado en el lado de la cama que habitualmente ocupaba Kohaku. Se preguntó si podía decir que tuviese un lado de la cama con él. Fue dando saltos hasta el otro lado, apartó el edredón y apoyó una rodilla en el colchón.

—Kohaku.

Su ronco murmullo la sobresaltó. Se cubrió la boca con la mano para no gritar.

—No, quieta.

Ella se sintió desfallecer ante su rechazo y bajó la cabeza avergonzada.

—Lo siento. No quería molestarte.

Ruborizada de vergüenza y conteniendo las lágrimas, se volvió para irse.

—No quería decir eso. Espera.

Senku apartó el edredón de un golpe seco y se levantó. Estaba desnudo y la luz de las estrellas se reflejaba en su espalda, sobre sus músculos, desde los hombros, bajando por la columna hasta la estrecha zona lumbar, que se estiró mientras se agachaba para coger el pantalón del pijama.

Y, por supuesto, también sobre un trasero precioso y las piernas...

Cuando acabó de ponerse los pantalones, se volvió hacia ella. Esta vez la luz se reflejó en su pecho perfectamente esculpido y en delgados pero bien marcados hombros.

—Ya está. Ya puedes asaltar mi cama —bromeó—. He pensado que te asustarías si entrabas y me encontrabas así.

Kohaku puso los ojos en blanco. No le gustaba que se riera de ella, pero en ese caso, lo entendió

—Ven aquí —susurró él, extendiendo el brazo para que, cuando se acostara, la cabeza de Kohaku quedara apoyada en su pecho—. Me he puesto la alarma para ir a ver cómo estabas. Habría sonado en quince minutos. ¿Qué tal tienes el tobillo?

—Me duele.

—¿Te has tomado las pastillas que te dejé?

—Sí, pero aún no me han hecho efecto.

Senku le buscó la mano y le dio un beso en los dedos con delicadeza.

—Mi pequeña leona —le dijo, acariciándole el pelo con la yema de los dedos—. ¿No podías dormir?

—He tenido una pesadilla.

—¿Quieres hablar de ello?

—No.

Él la abrazó con más fuerza para indicarle que si cambiaba de opinión, estaría allí para escucharla.

—¿Puedes besarme? —le pidió Kohaku.

—Pensaba que, después de lo que ha pasado, no querrías que te tocara.

Ella alzó la cabeza y unió sus labios a los suyos, poniendo fin a la conversación.

Senku la besó con delicadeza, sin apenas apretar, porque la boca de Kohaku seguía irritada y no quería hacerle daño. En silencio, maldijo a Mozu.

Pero ella no tenía suficiente con ese beso. Quería beber de él, quería que el fuego que sólo Senku sabía despertar en su interior la envolviera y no pensar en nada más.

Abriendo la boca, Kohaku le recorrió el labio inferior con la lengua, saboreando su dulzura. Con decisión, le metió la lengua en la boca hasta encontrar la de él. Se la lamió, bailó un tango con ella, tropezó y volvió al ataque. Senku le sujetó la cabeza, agarrándola por el pelo. Contraatacando, empujó la lengua de Kohaku con la suya, llevando el dulce combate a la boca de ella, que empezó a gemir de placer.

Mientras lo besaba, no pensaba en nada más. Apartó el tobillo magullado para protegérselo y enredó las manos en el pelo de él, tirando.

Senku gruñó, pero no se detuvo. Kohaku notó que su miembro empezaba a tensarse contra su muslo desnudo.

Él le recorrió el costado con la mano, deteniéndose unos instantes en su pecho antes de seguir bajando hasta la cadera. Le gustaba que la camiseta de tirantes y los pantalones cortos de Yuzuriha le apretaran un poco, marcando sus curvas y dejando una buena cantidad de piel al descubierto en los hombros y el escote. Incluso en la penumbra era preciosa.

De pronto, Kohaku se encontró tumbada de espaldas, con Senku apoyado en los antebrazos encima de ella. Cuando él le apoyó la rodilla entre las piernas, las separó de buena gana.

Kohaku quería más. Necesitaba más. Respiraba entrecortadamente, pero sus dedos se negaban a soltarle el pelo, obligándolo a seguir besándola.

Senku respondió acariciándole los pechos por encima de la camiseta, aplicando la presión necesaria para excitarla, pero no la suficiente como para satisfacerla. Pero en seguida se reprimió y se apartó, apoyándose en un codo.

Actuando por instinto, Kohaku se cogió la camiseta y trató de quitársela por la cabeza.

Senku la sujetó por la muñeca, impidiéndoselo. La besó y pronto volvieron a provocarse, excitándose mutuamente con la lengua e intercambiando alientos. Cuando él le soltó la mano para acariciarle el muslo y colocarle luego la pierna alrededor de su cadera, Kohaku aprovechó que tenía las manos libres para tratar de quitarse la camiseta una vez más, retorciéndose bajo el torso desnudo de Senku.

Esta vez, él la sujetó con ambas manos.

—Leona —jadeó casi sin aliento—, por favor... para.

Echándose hacia atrás, se arrodilló en la cama tratando de calmarse.

—¿No... te apetece? —La voz de ella, tan sincera e inocente, le llegó al corazón, retorciéndoselo.

Senku cerró los ojos y negó con la cabeza. Con su respuesta, un dique se abrió en la memoria de Kohaku, dejando escapar todas las crueles palabras que Mozu le había dicho: «Zorra estúpida. Vas a ser un desastre en la cama. Eres frígida. Ningún hombre va a querer acostarse contigo».

Rodó hasta el extremo de la cama y se sentó. Quería irse de la habitación antes de que se le escapara algún sollozo. Pero antes de que pudiera poner el pie bueno en el suelo, unos fuertes brazos le rodearon la cintura. Estaba atrapada.

Senku se sentó con las piernas a ambos lados de las caderas de ella y la abrazó con fuerza. Kohaku notaba su respiración y el latido de su corazón contra su espalda. Era una sensación curiosa, pero muy erótica.

—No te vayas —susurró Senku, dándole un beso en la oreja. Inclinándose hacia adelante, le besó el cuello y se lo acarició con los labios.

Kohaku sorbió por la nariz.

—No quería disgustarte. ¿Te he hecho daño? —Como ella no respondía, Senku volvió a besarle la oreja y la abrazó con más fuerza.

—No, al menos, no físicamente —logró decir sin llorar.

—Explícamelo, por favor —le susurró él al oído—. Dime cómo te he hecho daño.

Kohaku levantó las manos, exasperada.

—Me dices que me deseas, pero cuando por fin encuentro el valor para lanzarme a tus brazos, ¡me rechazas!

Senku inspiró hondo, emitiendo una especie de silbido contra el oído de ella. Sintió que se tensaba. Notó los tendones de sus brazos en la cintura y otra cosa en la parte baja de la espalda.

—Créeme, Kohaku. No te estoy rechazando. Por supuesto que te deseo. Eres preciosa. Deliciosa. —Le besó la mejilla—. Ya hemos hablado de esto. Nuestra primera vez ya está cerca. ¿De verdad quieres que sea hoy?

Ella dudó y esa vacilación fue todo lo que Senku necesitaba.

—Incluso aunque estuvieras preparada, no te haría el amor esta noche, cariño. Estás magullada y eso significa que vas a tener que cuidarte unos cuantos días. Necesito que estés plenamente recuperada antes de empezar a explorar las posibilidades de... ah... las distintas posturas.

Aunque no lo veía, Kohaku notó en su voz que estaba sonriendo. Estaba tratando de hacerla reír.

—Y, además, está esto.

Senku se movió para que ella se apoyara en el lado izquierdo de su torso, mientras le acariciaba la marca del cuello con un dedo.

Ella se encogió al notar su contacto y él sintió un gran odio hacia Mozu. Inspiró y espiró varias veces para controlarse. Cuando lo logró, empezó a darle suaves besos alrededor del mordisco, hasta que Kohaku suspiró y, relajándose, dejó caer la cabeza hacia atrás, contra el hombro de Senku.

—Hace unas pocas horas, estabas en posición fetal. No sería un gran amante ni una gran persona si me aprovechara de tu vulnerabilidad. ¿Lo entiendes?

Tras reflexionar durante unos instantes, ella asintió.

—Hoy has pasado por unas circunstancias aterradoras. Es normal que quieras sentirse querida y protegida. Y yo quiero ayudarte, amor mío, pero hay muchas maneras de lograrlo. No hace falta que te quites la ropa para llamar mi atención. La tienes en exclusiva. Y tampoco tienes que acostarte conmigo para sentirte deseada.

—¿Ah, no? —murmuró Kohaku, curiosa.

—No. Puedo demostrártelo así.

Senku la besó en el cuello y la reclinó sobre la cama. Luego se tumbó a su lado, de costado, apoyado en un codo y la miró a los ojos, grandes y tristes. Empezó a acariciarla de arriba abajo, con caricias lentas y delicadas. Le secó las lágrimas, le resiguió la línea de la mandíbula, pasando por la barbilla y, tras recorrerle las cejas, bajó hasta el cuello, desde donde alcanzó las clavículas.

Kohaku ahogó una exclamación cuando los dedos de Senku pasaron sobre su esternón, entre sus pechos, para llegar al estómago, donde le dibujó círculos sobre la piel desnuda. Con la mano plana sobre la parte baja del vientre de ella, le recorrió el escote con los labios.

Al levantar la cabeza, vio que Kohaku había cerrado los ojos.

—¿Leona?

Ella los abrió, parpadeando.

—En esta cama estamos solos tú y yo. Y tú eres lo único que importa. —Le acarició la cintura y bajó la mano hasta la cadera, donde la dejó reposar—. Si quieres volver a tu habitación, te acompañaré. Si quieres dormir aquí sola, me marcharé. Dime lo que quieres y, si está en mi mano, te lo daré. Pero, por favor, no me pidas que te arrebate tu virginidad. Esta noche no.

Kohaku pensó un poco y tragó saliva antes de responder.

—Quiero quedarme aquí. No duermo bien sin ti.

—Yo apenas duermo si no estoy contigo. Me alegro de que sea algo mutuo. —Senku le acarició el muslo y la parte baja del culo—. Sabes que me importas mucho, ¿verdad?

Ella asintió y le acarició el pecho mientras él se inclinaba hacia adelante y le rozaba con los labios la zona del cuello donde no tenía marcas.

—Siento haberte hecho esto el otro día —se disculpó, rozándole el chupetón, que ya empezaba a borrarse.

Kohaku lo miró a los ojos y vio que se sentía francamente culpable.

—No pasa nada, Senku. Eso fue muy distinto.

—Tengo que ser más cuidadoso contigo.

Ella suspiró.

—Siempre eres muy cuidadoso conmigo.

—Date la vuelta, leona.

No sabía lo que se le habría ocurrido, pero Kohaku se tumbó boca abajo y volvió la cabeza para mirarlo. Confiaba en él por completo.

Senku se arrodilló a su lado y le apartó el pelo de la cara.

—Relájate. Sólo quiero que te sientas bien.

Empezó a masajearla suavemente con ambas manos, explorando cada centímetro de su cuerpo desde la cabeza a los pies. Cuando acabó, se tumbó junto a éstos y les dedicó una atención especial, centrándose en los talones y las plantas.

Ella gimió suavemente.

—¿Recuerdas cuando te quedaste en casa, tras aquel desastroso seminario? —preguntó Senku con el cejo fruncido—. No te fiabas de mí. Era lógico que no lo hicieras, pero en aquel momento yo ya había decidido que... Estás a salvo conmigo, Kohaku, te lo prometo.

Cuando acabó con los pies, volvió a ascender por su cuerpo, pero esta vez la acarició con los labios —besando, mordisqueando, atrapando con su boca— las zonas que antes había explorado con los dedos.

Kohaku lo miró a los ojos y vio un gran afecto reflejado en ellos. Cuando se tumbó a su lado, lo besó apasionadamente.

—Gracias, Senku —susurró.

Él sonrió satisfecho y le hundió los dedos en el pelo.

En este entorno de paz y seguridad, Kohaku se dio cuenta de que había llegado el momento. Habían acordado que desnudarían sus almas antes de desnudar sus cuerpos y una parte de ella estaba cansada de guardar secretos. Además, eran secretos de Mozu, no suyos.

Senku ya le había contado parte de su pasado. ¿Por qué se había resistido ella tanto a hacer lo mismo? Sabía que iba a ser doloroso decir las palabras en voz alta, pero más doloroso era tener algo interponiéndose entre los dos. Cerrando los ojos, respiró hondo y, sin preámbulos, empezó:

—Lo conocí en una fiesta, durante mi primer año en la universidad. —Se aclaró la garganta varias veces antes de continuar con un hilo de voz—: Estudiábamos en la Universidad de Tokyo. Sabía quién era su padre, pero no fue eso lo que me atrajo de él. Me gustó porque era divertido y agradable y lo pasábamos muy bien juntos. La primera Navidad se presentó en mi casa para darme una sorpresa. Sabía que me gustaban las cosas italianas, así que me compró una Vespa roja como una manzana de caramelo. Rojo Kohaku lo llamó.

Senku alzó las cejas.

—Por supuesto, mi amor por todo lo italiano venía de ti, pero ya había perdido la esperanza de volver a verte. Pensaba que yo no te importaba, así que traté de seguir adelante con mi vida. Sus padres aprobaban nuestra relación y nos invitaban constantemente a la embajada o a actos políticos. Tras unos cuantos meses de salir como amigos, me dijo que quería más. Me pareció bien.

»A partir de ese momento, las cosas empezaron a cambiar. Nunca estaba satisfecho, siempre quería más y se volvió exigente.

Kohaku se ruborizó en la oscuridad.

Senku notó que le aumentaba la temperatura de la piel y la acarició suavemente para tranquilizarla.

—Decía que ser mi novio le daba derecho a practicar sexo conmigo. Cuando le dije que no estaba preparada, me llamó frígida. Y eso no hizo más que aumentar mi determinación de esperar. No es que te estuviera esperando, pero no quería que nadie me obligara a hacer nada contra mi voluntad. Sé que suena inmaduro...

—Kohaku, no tiene nada de inmaduro imponer tu voluntad y decidir con quién quieres acostarte y con quién no.

Ella sonrió sin ganas.

—Cuanto más insistía, menos cedía yo, pero entonces trataba siempre de que lo compensara de alguna manera. Era exageradamente posesivo. No le gustaba que estuviera con Yuzuriha, probablemente porque a ella no le gustaba él. Yo hacía lo que estaba en mi mano para evitar los conflictos y Mozu, bueno... no siempre era una persona agradable.

Hizo una pausa, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—¿Te pegaba? —preguntó Senku.

—No, en realidad no.

—¿Qué quiere decir eso, leona? ¿Te pegaba o no?

Kohaku notó que él estaba temblando de indignación y rabia. No quería mentirle, pero tenía miedo de su reacción, así que eligió las palabras con mucho cuidado.

—Me empujó en algunas ocasiones. Homura, mi compañera de habitación, tuvo que quitármelo de encima una vez.

—¿Te das cuenta de que empujar también es maltratar?

Como ella apartó la vista sin responder, Senku añadió:

—Me gustaría que habláramos de esto más a fondo. Otro día.

—Sinceramente —Kohaku rió con ironía—, eran mucho peores las cosas que decía que las que hacía. Y durante casi todo el tiempo me trató mejor que mi madre. Algunas veces... reconozco que habría deseado que me pegara. Si me hubiera dado un puñetazo, todo habría acabado en dos segundos. Habría sido preferible a tener que escucharlo decirme que era frígida y que no valía nada una y otra vez. —Se estremeció—. Al menos, si me hubiera pegado, habría podido contárselo a mi padre. Le habría enseñado el moratón y él me habría creído.

Senku se sintió asqueado al oír eso. Su enfado hacia Mozu y Kokuyo no hacía más que aumentar.

A pesar de que guardaba un silencio paciente y respetuoso, Kohaku sabía que su mente debía de estar funcionando a toda velocidad.

—Siempre me hacía sentir que no era lo bastante buena para él. Como me negaba a que nos acostáramos, me exigió otras cosas. Pero yo nunca hacía nada como él quería. Me decía que si acostarse conmigo iba a ser así, no merecía la pena tanta espera. —Se rió, nerviosa, retorciéndose un mechón de pelo con un dedo—. No pensaba contarte esto, pero supongo que es mejor que lo sepas antes de que te lleves una decepción. ¿Para qué estar conmigo si, además de frígida, no sabía darle placer a un hombre de otras maneras?

Sin poderse reprimir, Senku soltó una sarta de insultos que habrían puesto los pelos de punta a más de uno.

Kohaku permaneció inmóvil. Sólo se le movía la punta de la nariz. Como a un ratón. O un conejo.

—Kohaku, mírame. —Le apoyó la mano en la mejilla con delicadeza, hasta que ella alzó la vista—. Todo lo que te dijo era mentira. Tienes que creerme. Sus palabras tenían un solo objetivo: controlarte.

»Por supuesto que quiero estar contigo y por supuesto que te deseo. Mírate. Eres preciosa, cálida e inteligente. Eres amable y comprensiva. Puede que no te des cuenta, pero cuando estoy contigo haces que me vuelva como tú. Haces que desee ser amable y comprensivo. Y cuando hagamos el amor, así es como será.

La voz le había sonado ronca, así que se aclaró la garganta antes de continuar.

—Es imposible que alguien tan generoso y apasionado como tú no sea bueno en la cama. Lo único que necesitas es estar con alguien que te haga sentir segura para poder expresarte. En ese momento, la tigresa que llevas dentro, saldrá al exterior. Él no merecía conocer esa parte de ti. Me alegro mucho de que no se la mostraras. Pero entre nosotros las cosas son distintas. Anoche, la noche del museo, hace un rato... He sido testigo de tu pasión. La he sentido. Es impresionante. Tú eres impresionante.

Kohaku lo miró sorprendida. Los ojos de Senku nunca le habían parecido tan sinceros.

—Me dijiste que creías en la redención —susurró él—, así que demuéstramelo. Perdónate cualquier cosa de la que te sientas avergonzada y permítete ser feliz. Porque eso es lo único que yo quiero. Que seas feliz.

Ella sonrió y lo besó, disfrutando momentáneamente de su contacto y sus palabras, pero tras unos instantes se apartó, sabiendo que lo peor aún tenía que llegar.

—Me apunté al programa de estudios en el extranjero para estudiantes de tercer año. Él no quería que fuera, así que presenté la solicitud a sus espaldas y no se lo dije hasta el último momento. Se enfadó mucho, pero luego pareció superarlo.

»Mientras estuve en Italia, me escribió unos correos preciosos, con fotografías. Me dijo que me amaba. —Kohaku tragó saliva—. Nadie me lo había dicho antes. —Respiró hondo—. No regresé en Navidad ni al acabar el curso, porque hice algunos cursillos complementarios y viajé un poco. Cuando volví, a finales de agosto, Yuzuriha me llevó de compras como regalo de bienvenida. A Ruri le habían dado dinero y entre las dos me compraron un vestido muy bonito y unos zapatos de Prada. —Se ruborizó—. Bueno, los has visto. Fueron los zapatos que llevé durante nuestra primera ci... quiero decir, la noche que me llevaste a comer un filete.

Senku le acarició la mejilla con el dorso de los dedos.

—Puedes decirlo, leona. Fue nuestra primera cita. Yo también la considero así. Aunque me comporté como un auténtico idiota. O, mejor dicho, como un asno.

Ella respiró hondo.

—Él hizo planes para que celebráramos juntos mi cumpleaños. Yuzuriha insistió en que me cambiara en su apartamento, para ayudarme a arreglarme. Mozu y yo teníamos que reunirnos en el Ritz-Carlton, pero me olvidé la cámara y pasé un momento por la habitación de la residencia universitaria para recogerla.

Kohaku empezó a temblar. Cada músculo, cada parte de su cuerpo, empezó a sacudirse como si estuviera muerta de frío.

Senku la rodeó con los brazos.

—No tienes por qué contarme nada más. Ya he oído suficiente.

—No —replicó ella, con la voz temblorosa, pero decidida a seguir—. Tengo que contárselo a alguien. Ni siquiera Yuzuriha lo sabe todo. —Inspiró hondo un par de veces—. Abrí la puerta. La habitación estaba a oscuras excepto por la lámpara del escritorio de mi compañera. Pero el equipo de música estaba encendido. Estaba sonando Closer, de Nine Inch Nails. Como una idiota, pensé que Homura se lo habría dejado encendido. Fui a apagarlo, pero entonces los vi.

Kohaku se había quedado inmóvil como una estatua.

Senku aguardó.

—Mozu estaba follando con Homura en mi cama. Me quedé tan sorprendida que no reaccioné. Al principio, pensé que no podía ser él. Y luego pensé que no podía ser ella. Pero lo eran. Y... —Su voz se convirtió en un susurro—. Había sido mi compañera de habitación desde el primer día de facultad. Ya éramos amigas en el instituto. Me vieron mirándolos como un pasmarote. Mozu se echó a reír y me dijo que no me extrañara tanto, que se acostaban desde segundo. Yo seguía allí, porque, francamente, no entendía nada. Homura se acercó a mí, desnuda, y me dijo que me uniera a ellos.

Kohaku cerró la boca, pero demasiado tarde. Ya lo había dicho. Había pronunciado las palabras en voz alta. La agonía y el horror de aquella noche volvieron a inundarla. Se arrodilló y apoyó la mejilla en el pecho de Senku, pero no lloró.

Él la abrazó con fuerza, apretando los labios contra su coronilla.

En su fuero interno, se alegró de no haberlo sabido cuando se peleó con él, porque lo habría matado, estaba seguro.

«Él es el follaángeles. Quería follarse a mi Kohaku como un animal. Estaba practicando con su compañera de habitación.»

Permanecieron sentados y abrazados un buen rato, mientras Kohaku trataba de librarse de la vergüenza y Senku de sus impulsos asesinos. Cuando notó que el corazón de ella recuperaba un ritmo normal, empezó a susurrarle al oído. Le dijo lo mucho que la quería y que a su lado siempre estaría segura. Y luego le preguntó si era un buen momento para que le contara unas cosas.

Kohaku asintió.

—Siento mucho que tuvieras que pasar por eso. —Negó con la cabeza—. Y siento que no crecieras en una casa con unos padres que se amaran y compartieran cama. Yo tuve esa suerte, al menos por un tiempo.

»Ya sabes cómo eran Byakuya y Lillian, siempre tocándose, siempre riendo. Nunca lo oí a él levantarle la voz. Y nunca oí a Lillian burlarse de Byakuya ni decirle nada grosero. Eran la pareja perfecta. Y por mucho que a uno le cueste imaginarse a sus padres teniendo vida sexual, es evidente que eran una pareja apasionada.

»Cuando Byakuya me dio la famosa charla sobre las flores y las semillitas en la barriga de la madre, citó una frase del Libro de oración común, un voto que había pronunciado durante su boda con Lillian: "Con este anillo te desposo, con mi cuerpo te adoro y te hago partícipe de todos mis bienes"».

—La he oído. Es preciosa.

—Sí, ¿verdad? Y en el contexto de la incómoda conversación con Byakuya, él me hizo ver que ese voto expresa la intención del marido de hacerle el amor a su esposa, no de usar su cuerpo únicamente para el sexo. Me explicó que el voto implica la idea de que hacer el amor es un acto de adoración. El esposo adora a su esposa con su cuerpo, amándola, entregándose a ella y avanzando juntos hacia el éxtasis.

Senku se aclaró la garganta y calló un momento antes de continuar.

—Creo que puedo decir sin miedo a equivocarme que lo que presenciaste en esa habitación fue un acto depredador y despreciable. Sé que viste cosas parecidas mientras crecías con tu madre, cosas que una niña no debería ver. Es posible que creyeras que las relaciones sexuales eran siempre así y que todos los hombres eran como él, depredadores maliciosos que usan y abusan de las mujeres.

»Pero la descripción de Byakuya de hacer el amor era totalmente distinta. Me dijo que era una forma de placer muy apasionada, porque el contexto permite que uno explore sus deseos más íntimos con libertad y aceptación, ya sean desesperados e intensos o lentos y tiernos. Lo importante es que los cimientos sobre los que se afianzan esos deseos estén formados de respeto mutuo y generosidad. Lo importante es entregar, no tomar ni utilizar.

Acercó los labios a la oreja de ella para seguir hablando.

—A lo largo de la vida, llegué a apartarme mucho del camino que me mostró Byakuya, pero en lo más profundo de mi alma, siempre quise tener lo que él y Lilian tenían. Cuando te dije que quería adorarte con mi cuerpo, era exactamente eso lo que quería decir. Y sigo pensando lo mismo. De todo corazón. Nunca te arrebataré nada. Sólo te entregaré cosas. En la cama y fuera de ella.

Kohaku sonrió con la cara pegada a su pecho.

—Tú y yo estamos empezando de cero, así que, como dice el Nuevo Testamento en la Carta a los Corintios, «¡Todo ha cambiado, todo es nuevo!».

Levantó la cara y lo besó en los labios, susurrándole palabras de agradecimiento. Su declaración la había consolado muchísimo. No había eliminado el dolor ni había borrado los recuerdos, pero era un gran alivio saber que no iba a echarle en cara sus flaquezas del pasado. Porque, en realidad, de lo que más avergonzada se sentía era de haberse dejado tratar tan mal. Ésa era la razón por la que lo había mantenido en secreto.

—Ahora me siento mucho peor por haberte gastado aquella broma sin gracia sobre los Nine Inch Nails en el antro —dijo él—. No me extraña que te afectara tanto que mencionara esa canción.

Kohaku asintió lentamente.

—En cuanto volvamos a Toronto, cambiaré las presintonías de la radio. No pienso volver a escuchar esa emisora nunca más. —Senku carraspeó antes de seguir—. Leona, no tienes que hablar de ello si no quieres, pero tengo curiosidad por saber qué le contaste a tu padre. Por cierto, te debo una disculpa por haber discutido con él en el hospital. He dicho algunas cosas que no debería haber dicho.

Ella lo miró con curiosidad.

—Le he dicho que no debió enviarte a vivir con tu madre. Que su misión como padre era protegerte y que había fracasado.

Kohaku se quedó muy sorprendida. Nadie, ni siquiera Byakuya o Ruri le habían echado nunca en cara a Kokuyo sus decisiones. Nadie. Una expresión maravillada se extendió por su rostro.

—¿No estás enfadada? —preguntó él, sorprendido.

—¿Cómo iba a estarlo? Gracias por defenderme, Senku. Es la primera vez que alguien hace algo así por mí.

Y cogiéndole las manos, le besó los nudillos hinchados y los arañazos. Sus heridas de guerra le resultaban tan queridas como sus preciosos y expresivos ojos.

—No se lo conté todo. Sólo le dije que había sorprendido a Mozu con Homura y que no podía seguir compartiendo habitación con ella. Fue un poco difícil, porque mi padre estaba saliendo con la madre de Homura, pero no se quejó.

—Muy noble por su parte —comentó Senku, sarcástico.

—Pasé unos cuantos días en su casa para calmarme. Luego, papá me llevó de vuelta a la universidad y me ayudó a trasladarme a un pequeño estudio. Te reirías si lo vieras, Senku. Era aún más pequeño que el que tengo ahora.

—No me reiría —replicó muy serio.

—No es una crítica, pero es que eres tan exigente y detallista... Sé que lo habrías encontrado aún más espantoso que mi apartamento actual.

—Tu apartamento actual no me parece espantoso. Lo único que no me gusta de él es que tengas que vivir allí. ¿Qué pasó cuando volviste a clase?

—Procuré esquivarlos. Ellos dos se habían convertido en pareja, más o menos. Tenía miedo de encontrármelos, así que evité todos los lugares que solíamos frecuentar. Iba a clase, estudiaba inglés, preparaba las solicitudes para el doctorado... Apenas salía de casa. Fue una especie de retiro.

—Sí, algo me comentó Yuzuriha.

—Fui una pésima amiga. No respondía a sus llamadas. Ni siquiera quise hablar con Byakuya, a pesar de que me escribió una carta preciosa. En Navidad les envié una postal, pero me sentía demasiado humillada como para explicar lo que había pasado. Yuzuriha sabe que los encontré juntos, porque Homura se lo contó. Pero no sabe lo horrible que fue. Y no quiero que lo sepa.

—Todo lo que me cuentes quedará entre nosotros.

—Me avergonzaba admitir que había sido tan idiota de meterme en esa situación. Que le había permitido tratarme de esa manera durante tanto tiempo. Que no me había dado cuenta de que estaban juntos a mis espaldas. Quería convencerme de que aquello no me había pasado a mí, que le había pasado a otra persona.

Levantó la vista. Senku la estaba mirando, comprensivo.

—Por favor, no vuelvas a decir que eres idiota. Son ellos los que deberían sentirse avergonzados por cómo te trataron. Ellos son los villanos en esta historia, no tú. —Le besó la cabeza y hundió la nariz en su pelo—. Creo que deberías dormir un poco, leona. Mañana será un día muy largo y tienes que recuperarte.

—¿No se molestarán tus amigos cuando nos encuentren juntos?

—Saben que somos pareja y creo que a casi todos les parece bien.

—¿A casi todos?

Senku suspiró.

—Gen se siente muy protector contigo. Sabe que he sido un libertino y...

—No eras un libertino, te sentías solo.

Él le dio un beso suave.

—Eso es muy generoso por tu parte, pero ambos sabemos que no es verdad.

Se tumbaron y Kohaku apoyó la cabeza en su pecho, acariciándole el torso con un dedo. Canturreaba mientras reflexionaba sobre sus palabras. Le había dicho que la quería y que quería adorarla con su cuerpo. Probablemente, eran las palabras más importantes que le habían dicho nunca.

Kohaku lo abrazó y cerró los ojos.

Pero él permaneció despierto durante un largo rato, mirando el

techo.

.

.

.

Cuando Kohaku se despertó a la mañana siguiente, Senku estaba sentado en el borde de la cama, completamente vestido, contemplándola.

—Buenos días —lo saludó, sonriendo.

Él se inclinó y le dio un cariñoso abrazo.

—Llevo un rato levantado, pero he subido hace poco para asegurarme de que estabas bien. Es muy relajante verte dormir.

Tras darle un beso muy dulce, se acercó al armario por un jersey.

Kohaku rodó hasta quedar boca abajo en la cama y lo observó con descaro, admirando cómo la camisa se le ajustaba a los hombros a la perfección. Desde donde estaba, también podía disfrutar del espectáculo de su trasero, bien definido gracias a los vaqueros negros que llevaba.

«Eso sí que es un buen culo», pensó.

—¿Qué has dicho? —preguntó Senku, mirando por encima del hombro.

—No he dicho nada.

Él torció los labios, como si se estuviera aguantando la risa.

—¿Ah, no?

Al regresar a su lado, se inclinó y le susurró al oído:

—No sabía que tuvieses debilidad por los culos.

—¡Senku!

Algo avergonzada por haber sido descubierta, le dio una palmada en el brazo y ambos se echaron a reír.

Agarrándola por la cintura, él la sentó en su regazo.

—En cualquier caso, quiero que quede claro que mi culo se siente muy halagado.

—¿Ah, sí? —Kohaku arqueó una ceja.

—Inmensamente. Quiere que te haga llegar sus respetos y que te diga que espera conocerte de un modo más... íntimo y personal cuando estemos en Florencia.

Negando con la cabeza, Kohaku se inclinó hacia él en busca de un beso. Fue recompensada con uno breve pero muy tierno, antes de que se apartara y le dijera muy serio:

—Tenemos que hablar de un par de cosas.

Kohaku se mordió el labio inferior y esperó.

—Mozu ha sido arrestado y se le imputan varios cargos. El abogado de su padre está en camino y se rumorea que tratará de llegar a un acuerdo.

—¿Ah, sí?

—Al parecer, el senador no quiere que esto llegue a los periódicos. Ryusui ha llamado al fiscal, que le ha asegurado que el asunto recibirá prioridad. Gen ha usado sus contactos y ha dejado claro que a todos nos gustaría que la sentencia fuera de prisión y no algún sucedáneo como una casa tutelada o un programa de tratamiento. Aunque, dados los contactos del padre de Mozu, dudo que vaya a la cárcel.

Kohaku se dijo que tendría que darle las gracias a Gen en cuanto lo viera.

—¿Y tú? ¿Hay riesgo de que puedas ir a la cárcel?

Senku se echó a reír.

—El abogado del miserable ha amenazado con presentar cargos. Por suerte, Gen ha tenido una conversación corta pero muy esclarecedora con él, recordándole que a la prensa le encantaría oír mi versión de la historia, además de la tuya. No, no habrá denuncia. No hace falta que te diga que la familia de Mozu ya están hartos de Gen.

Kohaku cerró los ojos y soltó el aire lentamente.

La idea de que le pudiera pasar algo a Senku le resultaba muy dolorosa, sobre todo porque no había hecho nada más que ayudarla.

—Tengo que ducharme y vestirme —dijo, abriendo los ojos.

Él le dirigió una mirada ardiente, mientras le recorría el brazo con un dedo.

—Me encantaría ducharme contigo, pero me temo que se escandalizarían.

Kohaku se estremeció.

—Y no queremos escandalizar a sus amigos, profesor Ishigami.

—Por supuesto que no, señorita Mitchell. Sería de lo más inadecuado. Un escándalo. Así que, para preservar el decoro, mi halagado culo y yo prescindiremos del placer de una ducha en su compañía. —Inclinándose hacia ella, añadió con los ojos brillantes—: De momento.

Kohaku se echó a reír y Senku la dejó sola.

Cuando volvió a la habitación después de ducharse, se lo encontró esperándola en el pasillo.

—¿Pasa algo?

—No. Sólo quería asegurarme de que no tropezabas. ¿Dónde tienes las muletas?

—En la habitación, pero no te preocupes, Senku. Estoy bien. —Pasó cojeando a su lado y entró en el cuarto, donde cogió el cepillo y empezó a desenredarse el pelo con dificultad.

—Deja que lo haga yo —dijo él, acercándose y quitándole el cepillo de la mano.

—¿Vas a cepillarme el pelo?

—¿Por qué no?

Le señaló una silla para que se sentara. Colocándose a su espalda, empezó por deshacerle los enredos más grandes con los dedos.

Kohaku cerró los ojos.

Senku continuó unos instantes antes de susurrarle al oído:

—¿Te gusta?

Como respuesta, ella ronroneó, sin abrir los ojos.

Senku rió, negando con la cabeza. Era tan dulce y fácil de complacer... Y él quería complacerla. Desesperadamente. Cuando hubo acabado de deshacerle los enredos, le pasó el cepillo por el pelo con suavidad, trabajando metódicamente, mechón por mechón.

Ni en sus sueños más locos, Kohaku se lo habría imaginado como peluquero. Pero había algo instintivo en su modo de tocarla. Algo en cómo sus largos dedos se deslizaban por su pelo que hizo que le subiera la temperatura. Se imaginó los placeres que la esperaban en Florencia, cuando pudiera disfrutar de su cuerpo al completo. ¡Y desnudo! Cerró las piernas bruscamente.

—¿La estoy excitando, señorita Mitchell? —susurró, con su voz dulce como la miel.

—No.

—Entonces es que estoy haciendo algo mal. —Procurando no echarse a reír, ralentizó el ritmo de sus movimientos y le dio un suave beso en la coronilla—. Aunque, en realidad, mi auténtico objetivo es hacerte sonreír.

—¿Por qué eres tan amable conmigo?

Senku se detuvo del todo.

—Ésa es una pregunta muy rara para hacérsela a un amante.

—Lo digo en serio, Senku. ¿Por qué?

Él volvió a cepillarle el cabello antes de responder.

—Tú has sido amable conmigo desde la primera vez que nos vimos. ¿Por qué no iba a serlo yo? ¿No crees que mereces ser tratada con amabilidad?

Kohaku prefirió no insistir. Aunque la noche anterior estaba muy alterada, recordaba perfectamente haberle confesado su amor en el hospital. Pero él no había contestado.

«No pasa nada —se dijo—. Sus actos, su amabilidad y su protección son más que suficiente. No necesito las palabras.»

Kohaku lo amaba tanto que le dolía. Siempre lo había sentido así, con tanta intensidad que incluso en sus días más sombríos la luz de su amor había permanecido encendida. Pero al parecer él no sentía lo mismo.

Cuando acabó de peinarla, Senku insistió en prepararle algo de comida. Después se quedaron sentados en la cocina, haciendo planes para la tarde. Hasta que sonó el teléfono y Taiju entró con el inalámbrico en la mano.

—Es tu padre —le hizo saber, dándole el teléfono a Kohaku.

Senku lo cogió y cubrió el auricular con la mano.

—No hace falta que hables con él si no quieres. Yo puedo encargarme.

—Algún día tendremos que hablar.

Kohaku se bajó del taburete y se fue con el teléfono al comedor, con ayuda de las muletas.

Yuzuriha lo miró y negó con la cabeza.

—No puedes interponerte entre ella y su padre.

—No ha sido un padre modelo precisamente.

—Tal vez, pero es el único que tiene. Y Kohaku es la luz de su vida, desde que Ruri se fue.

Senku entrecerró los ojos.

—Si le importara tanto, la habría protegido mejor.

Ryusui le apoyó una mano en el hombro.

—Los padres se equivocan.

Él apretó los labios pero no dijo nada.

Unos diez minutos más tarde, Kohaku regresó. Aunque todos seguían en la cocina, Senku la abrazó y la besó en la mejilla.

—¿Va todo bien?

—Mi padre quiere que vaya a cenar con él esta noche.

—¿Tú quieres ir?

—Será incómodo, pero le he dicho que sí.

—Kohaku, no tienes que hacer nada que no quieras. Si lo prefieres, te llevaré yo.

Ella negó con la cabeza.

—Lo está intentando, Senku. Es mi padre; tengo que darle una oportunidad.

Él guardó silencio, frustrado, pero no quiso discutir con ella.

A las seis en punto, Kokuyo Weinberg apareció en casa Ishigami, vestido con traje y tirándose nerviosamente de la corbata. No estaba acostumbrado a llevarla. Se la había puesto por su hija.

Taiju y Yuzuriha lo hicieron pasar al salón y le dieron conversación mientras esperaban que Kohaku bajara.

—¿Estás segura de que quieres ir?

Tumbado en la cama, Senku la contemplaba mientras se aplicaba el pintalabios con ayuda del espejo de la polvera.

—No voy a dejar plantado a mi propio padre. Además, Yuzuriha se va a llevar a Taiju a ver una película romántica y tú has quedado para salir con los chicos. Acabaría quedándome aquí sola.

Senku se levantó, se acercó a ella y le rodeó la cintura con los brazos.

—No estarías sola; estarías conmigo. Y sé cómo entretener a una dama. —Reforzó sus palabras dándole varios besos húmedos detrás de la oreja—. Estás impresionante —le susurró.

Kohaku se ruborizó, poniéndose un elegante pañuelo para tapar la cicatriz en su cuello.

—Gracias.

—Espera a que lleguemos a Florencia. —Senku la abrazó con fuerza y la besó apasionadamente antes de soltarla – te malcriaré más de lo que puedes imaginar.

—¿Y adónde iréis vosotros? Espero que no sea a un club de striptease.

Kohaku lo miró parpadeando, demasiado adorable para la tranquilidad mental de Senku.

—¿No creerás en serio que haría algo así?

—¿No es eso lo que hacéis los chicos cuando salís solos?

Senku le acarició la mejilla con el dorso de la mano.

—¿Crees que Yuzuriha aprobaría esa excursión?

—No.

—¿Y yo? ¿Crees que a mí me apetece?

Kohaku apartó la vista y no respondió.

—¿Por qué tendría que ir a mirar a otras mujeres cuando la mujer más hermosa del mundo comparte mi cama cada noche? —insistió él, dándole un beso muy dulce—. La única mujer a la que quiero ver desnuda es a ti.

Ella se echó a reír.

—¿Qué te había preguntado? Ya no me acuerdo.

Senku sonrió.

—Bien. Ven aquí.

Más tarde, esa noche, cuando la casa estaba a oscuras y todo el mundo ya se había acostado, Kohaku volvió a colarse en la habitación de él, con un sencillo camisón azul. Senku estaba sentado en la cama, con las rodillas dobladas, leyendo. No llevaba la parte de arriba del pijama y se había puesto las gafas.

—Hola —la saludó sonriendo y dejó El fin de la aventura en la mesilla de noche—. Estás preciosa.

Apoyando las muletas en la pared, Kohaku se tocó el camisón agradecida.

—Gracias por ir a buscar mis cosas a casa de mi padre.

—De nada. —Senku le ofreció la mano y ella se acurrucó a su lado.

Al besarla, se dio cuenta de que seguía llevando el pañuelo de Hermès.

—¿Por qué no te lo has quitado? —le preguntó, tirando de los extremos.

Kohaku bajó la vista.

—No quiero que tengas que ver la señal.

Él le levantó la barbilla.

—No tienes que esconderme nada.

—Es fea. Y no quiero recordártelo a todas horas.

Senku la miró fijamente mientras le quitaba el pañuelo. Tiró con mucha suavidad, haciéndole cosquillas en la nuca hasta que lo tuvo en la mano. El contacto de la seda sobre su piel, acompañado por la intensidad de su mirada, hizo que Kohaku se estremeciera. Tras dejar el pañuelo en la mesilla de noche, él le besó la marca repetidamente.

—Los dos tenemos cicatrices, leona. Pero las mías no están a la vista.

—Ojalá no las tuviera —susurró ella—. Ojalá mi piel fuera perfecta.

Senku negó con la cabeza con tristeza.

—¿Te gusta Caravaggio?

—Mucho. De sus cuadros, El sacrificio de Isaac es mi favorito.

Él asintió.

—Yo prefiero La incredulidad de santo Tomás.

—Siempre me ha parecido un cuadro... extraño.

—Es extraño. Jesús se aparece a los apóstoles tras la resurrección y Tomás le mete el dedo en la llaga del costado. Es un cuadro profundo.

Kohaku no le veía la profundidad por ningún lado, por lo que guardó silencio.

— Leona, si quieres esperar a que la cicatriz desaparezca, esperarás en vano. Las cicatrices no desaparecen nunca. El cuadro de Caravaggio lo muestra claramente. Las heridas cicatrizan y dejamos de pensar en ellas, pero su huella es permanente. Ni siquiera las cicatrices de Cristo desaparecieron.

Se frotó la barbilla, pensativo. Al cabo de un momento, continuó:

—Si no hubiera sido tan egoísta, me habría dado cuenta. Y habría tratado a Byakuya y a los demás con más cuidado. Te habría tratado a ti con más cuidado en setiembre y octubre. —Carraspeó—. Espero que me perdones las cicatrices que te he dejado. Sé que son numerosas.

Ella se sentó en su regazo y lo besó apasionadamente.

—Te perdoné hace tiempo. Te lo perdoné todo. No volvamos a hablar de esto.

Los dos casi amantes compartieron unos instantes de silencio antes de que Senku le preguntara cómo había ido la cena con su padre.

—Se ha echado a llorar —respondió Kohaku, removiéndose incómoda.

Senku levantó las cejas.

«¿Kokuyo Weiberg llorando? Resulta difícil de creer.»

—Me ha explicado cómo encontró la casa. Cuando le he contado lo que pasó antes de que tú llegases, se ha echado a llorar. Le he dicho algunas de las cosas que Mozu solía decirme cuando discutíamos y los dos hemos llorado en medio del restaurante. —Kohaku negó con la cabeza—. Ha sido un desastre.

Senku le apartó el pelo de la cara para verla mejor.

—Lo siento —dijo.

—Teníamos que hablar y, por primera vez en la vida, he tenido la sensación de que me escuchaba. Al menos creo que lo está intentando. Es un gran paso. Y cuando nos hemos quitado esos temas de encima, hemos hablado de ti. Quería saber cuánto tiempo llevábamos juntos.

—¿Qué le has dicho?

—Que poco tiempo, pero que me gustas mucho. Le he dicho que has hecho muchas cosas por mí y que eres importante en mi vida.

—¿Le has contado lo que siento por ti?

Ella lo miró con timidez.

—Bueno, sobre lo de hacerme el amor en Florencia no he mencionado nada, pero le he dicho que creo que te gusto.

Senku frunció el cejo.

—¿Que me gustas? ¿No se te ha ocurrido nada mejor?

—Es mi padre. No le interesan los detalles sentimentales. Lo que le interesa es saber si te drogas, si te metes en peleas y si eres fiel.

Él hizo una mueca.

Kohaku lo abrazó.

—Le he dicho que eres un ciudadano ejemplar y que me tratas como a una princesa. Que no te merezco.

—Eso es mentira. —Senku le besó la frente—. Soy yo quien no te merece.

—Tonterías.

Se besaron dulcemente unos momentos antes de que él se apartara para quitarse las gafas y dejarlas encima del libro. Apagó la luz y la abrazó por detrás, sintiéndose muy feliz.

Cuando se estaban quedando dormidos, Kohaku susurró:

—Te quiero.

Como Senku no respondió, asumió que ya se había dormido. Suspirando, se acomodó contra su pecho. Él la sujetó con más firmeza por la cintura.

Lo oyó inspirar hondo y contener el aire antes de decir:

—Kohaku Weinberg, yo también te quiero.

.

.

.

Al despertarse a la mañana siguiente, Kohaku notó algo cálido cerca de su corazón y una suave brisa que le acariciaba la nuca. Al fijarse más, se dio cuenta de que la mano de Senku le cubría un pecho mientras la abrazaba. Echándose a reír, cambió de postura.

Él gruñó ante el inesperado movimiento.

—Buenos días, Senku.

—Buenos días, leona. —Los labios de él se encontraron con su mejilla y la besaron.

—¿Has dormido bien?

—Muy bien. ¿Y tú?

—Bien, gracias.

—¿Te molesta que haga esto?

La estaba acariciando suavemente por encima del camisón.

—Al contrario, me gusta —respondió Kohaku, volviéndose hacia él.

Bajando la mano por su espalda, Senku le rodeó la cintura y la acercó para besarla apasionadamente.

—Kohaku. —Le apartó unos mechones de pelo de la cara—. Hay algo que me gustaría decirte.

Kohaku frunció el cejo.

Él le pasó un dedo entre las cejas.

—Es algo agradable. Espero.

Ella lo miró expectante.

Los grandes ojos de Senku la miraban con solemnidad.

—Te quiero.

Kohaku parpadeó y una sonrisa se extendió lentamente por su cara.

—Yo también te quiero. Pensaba que me lo había imaginado cuando lo dijiste anoche.

Él la besó con dulzura.

—Yo tampoco estaba seguro de que me hubieras oído.

—¿Sabes?, ya me lo habías dicho una vez.

—¿Cuándo?

—Cuando te rescaté de las garras de Lun y te metí en la cama, me llamaste Leona y me dijiste que me amabas.

Senku tragó saliva.

—Kohaku, siento haber tardado tanto en decírtelo como te mereces.

Rodeándole el cuello con los brazos, ella le apoyó la frente en la barbilla cubierta por una incipiente barba.

—Gracias.

—No, leona, soy yo el que tiene que dártelas. Nunca me había sentido así. Haces que me dé cuenta de cómo he malgastado mi vida hasta ahora. —Se le ensombreció la mirada.

Kohaku le dio un beso suave.

—Los dos teníamos que madurar. Ha sido mejor así.

—Me arrepiento de cómo trataba a las mujeres antes de conocerte. Y lamento haber perdido el tiempo con ellas. Lo sabes, ¿verdad?

—Y yo lamento haber estado con Mozu, pero no podemos hacer nada más que dar gracias por habernos encontrado finalmente.

—Ojalá pudiéramos pasarnos el día en la cama —dijo él, en tono soñador.

Kohaku se echó a reír.

—Creo que eso sí que escandalizaría a tus amigos.

—Supongo. Maldita sea.

Senku rió también, hasta que la risa de ambos se transformó en besos.

Ella fue la primera en apartarse.

—¿Puedo hacerte una pregunta?

—Por supuesto —respondió él, aunque a Kohaku no se le escapó que apretaba la mandíbula.

«No quieras saberlo todo esta mañana, Kohaku. Hay cosas que no puedo contarte en casa de Byakuya.»

—¿Qué clase de lencería femenina te gusta?

Relajando la mandíbula inmediatamente, Senku esbozó una pícara sonrisa.

—¿Me lo preguntas porque... estás haciendo una encuesta?

Riendo, le cogió la mano y le besó los nudillos.

Ella se quedó mirando sus manos unidas.

—Me gustaría ir de compras antes del viaje. Me preguntaba qué cosas te gustan.

Él la miró con deseo.

—Kohaku, soy un hombre. Mi lencería favorita es... la que te quitas. —Le sujetó la barbilla para que no apartara la vista—. Eres una mujer preciosa. Cuando me imagino contigo, pienso en tomarme mucho tiempo para admirar tu belleza: tu cara, tus hombros, tus pechos, cada parte de ti. Pienso en tu piel blanca y sonrosada y en las suaves curvas que adoraré con mi cuerpo.

La empujó con delicadeza hasta que quedó tumbada de espaldas y entonces se arrodilló a su lado.

—Quiero que lleves algo que te haga sentir cómoda y bella, porque así es como quiero que te sientas cuando estés conmigo. —Y atrapando su boca, la besó ardientemente.

Cuando se apartó, Kohaku lo miró traviesa.

—¿Algo cómodo, como un conjunto Lululemon para yoga?

Él la miró confuso.

—No conozco esos lulu... lo que sea, pero si vas cómoda con ellos, no me oirás protestar.

Ella levantó la cara para frotarle la punta de la nariz con la suya.

—Eres un auténtico encanto, pero te lo he preguntado en serio. Quiero elegir algo que te guste.

—Me gustará... siempre que seas tú quien lo lleve puesto.

Senku volvió a besarla y esta vez se permitió el lujo de acercarse a ella hasta casi rozarle el pecho con el suyo, pero sin tocarla. Entre los dos empezó a circular una corriente de calor y electricidad que dejó a Kohaku sin aliento.

—¿Algún color? —insistió ella, jadeante—. ¿Algún estilo?

Riéndose, Senku le acarició la mejilla ruborizada.

—Mientras no sea negro ni rojo, me da igual.

—Pensaba que ésos eran los colores habituales. Se supone que son seductores.

Él le susurró al oído:

—Ya me has seducido. Me atraes, me seduces y me excitas... muchísimo.

La temperatura de la habitación aumentó tanto que Kohaku se olvidó de lo que quería preguntarle. Finalmente lo recordó.

—Entonces, ni rojo ni negro. ¿Ninguna preferencia, seguro?

—Eres muy obstinada. Pues ya que insistes, creo que te quedarían bien los colores pálidos: blanco, rosa, azul. Supongo que no hay nada malo en decirte que te he imaginado llevando lencería clásica, con el pelo suelto cayéndote sobre los hombros. Pero lo que yo me imagine no tiene importancia. Lo importante eres tú. Creo que la elección debería ser tuya. —Con una sonrisa, añadió—: Por supuesto, eso no quiere decir que no pueda regalarte algo mientras estemos allí. Pero para la primera vez quiero que elijas tú. Algo que te haga sentir especial, sexy y adorada. Eso es lo que quiero, porque te amo.

—Yo también a ti.

Kohaku le dedicó una sonrisa tan dulce que Senku sintió que el corazón se le derretía en el pecho. Ella le acarició la mandíbula con el pulgar y él cerró los ojos abandonándose a su contacto. Cuando volvió a abrirlos, la miró con voracidad.

Kohaku apartó la vista.

—Tengo que vestirme. ¿A qué hora salimos hacia el aeropuerto?

Él le trazó una línea de besos desde una clavícula hasta la otra.

—Después —beso— de —beso— desayunar —beso—. El vuelo sale —beso— a la hora de la cena —beso— y tenemos que estar en el aeropuerto pronto —beso doble.

Con un beso de despedida, Kohaku salió al pasillo, apoyándose en las muletas.

En la planta baja, Yuzuriha parecía un derviche, preparando y sirviendo el desayuno a toda la familia. Gen devoraba todo lo que no estaba clavado al suelo o lo que no era reclamado por otras personas. Taiju y Ryusui estaban mirando en la el celular.

—Aquí están. —Yuzuriha los saludó a los dos cuando entraron en la cocina.

—Tengo que devolverte esto —le dijo Kohaku al verla, deshaciéndose el nudo del pañuelo, que había vuelto a atarse al cuello.

—Quédatelo.

Kohaku le dio las gracias con un abrazo. Una vez más, se sintió afortunada por la generosidad de su amiga, que siempre parecía velar por ella.

—Se te ve contenta esta mañana.

Gen le sirvió un vaso de zumo de naranja mientras Kohaku se sentaba.

—Lo estoy. Muy contenta.

—Más le vale tratarte bien —le susurró muy serio.

—Ha cambiado, Gen. Él... me ama —replicó ella en voz muy baja, para que no la oyeran los demás.

Él la miró sorprendido.

—Joder —murmuró incómodo, cambiando de postura antes de cambiar de tema.

—Ayer era el día en que el tribunal tenía que decidir si dejaba a Mozu en libertad bajo fianza. Su abogado estaba tratando de conseguirlo a toda costa —le explicó—, pero aún no sé qué han resuelto.

Kohaku tardó unos momentos en entender lo que le estaba diciendo. Cuando al fin lo hizo, las manos le empezaron a temblar de ansiedad y el zumo de naranja se le cayó sobre el desayuno, mojándolo.

Parpadeó tratando de recobrar la compostura. Mientras secaba el zumo del plato, se maldecía en voz baja por ser un manojo de nervios.

«Senku debe de estar harto de verme tirar cosas. Soy una idiota.»

Cuando iba a levantarse, vio una mano ante ella, ofreciéndole apoyo. Al levantar la vista, se encontró con un par de ojos color granate que la miraban con preocupación. Senku la ayudó a bajar del taburete y a sentarse en otro seco. Tras darle un beso rápido en la frente, la tranquilizó:

—Ahora estás a salvo —musitó—. No permitiré que se acerque a ti. —Le acarició los brazos, frotándoselos arriba y abajo para relajarla.

—Yo me encargo. Siéntate con tu chica —dijo Gen a regañadientes—. Y lo siento.

Nadie se dio cuenta de la conversación: el científico y el mentalista. Sus ojos se encontraron y en ellos brilló la luz de la comprensión. Asintiendo agradecido, Senku se sentó junto a Kohaku. Rodeándole la cintura con un brazo, le susurró palabras tranquilizadoras al oído hasta que ella dejó de temblar.

Tenía que llevársela de Japón.

Mientras se alejaban, Kohaku cerró los ojos y suspiró aliviada. Había sido una mañana llena de emociones. Decirle adiós a sus amigos no había sido fácil. Y decirle adiós a su padre, tras los acontecimientos del fin de semana, había sido agotador.

—¿Lamentas marcharte? —Senku le acarició la mejilla.

Kohaku abrió los ojos.

—Una parte de mí no quería irse, pero otra deseaba huir de ahí lo antes posible.

—Lo entiendo. A mí me pasa lo mismo.

—¿Qué te ha dicho mi padre al despedirse?

Senku se removió en el asiento.

—Me ha dado las gracias. Dice que es consciente de que Mozu te podría haber hecho mucho daño. —Enlazando los dedos con los suyos, se los llevó a los labios—. Me ha pedido que cuide de su niñita, dice que lo eres todo para él.

Una lágrima rodó por la mejilla de Kohaku al oírlo. Se la secó con la mano y miró por la ventana. Ciertamente, las cosas con su padre habían cambiado.

Durante el vuelo de vuelta a Toronto, se acurrucó junto a Senku, dejando a un lado el trabajo para reposar la cabeza en su hombro.

—Tengo que empezar a preparar el viaje —dijo él, dándole un beso en la cabeza.

—¿Cuándo nos iremos?

—Había pensado partir en cuanto acabaran las clases del viernes, pero si tú vienes, tendremos que esperar a que Xeno entregue tu nota. La conferencia es el día 10. ¿Te iría bien viajar el 8?

—Supongo que sí. Tengo que presentar algún trabajo el viernes y Xeno también espera que le entregue un borrador del proyecto. Supongo que tardará unos días en leerlo, así que no creo que haya problema en salir el 8. ¿Cuándo pensabas volver?

Senku movió el brazo para rodearla con él.

—Yuzuriha quiere que vayamos todos a casa en Navidad. Eso te incluye. Así que tendríamos que salir de Italia el 23 o el 24 y hacer una parada en Japón antes de regresar a Toronto. A menos que prefirieras quedarte a pasar las Navidades conmigo en Italia.

Kohaku se echó a reír.

—¿Y arriesgarme a sufrir la furia de Yuzuriha? No, gracias. Además, mi padre también espera que vaya, aunque ya sabe que no me quedaré a dormir en su casa.

Se estremeció.

Senku la abrazó con más fuerza.

—Pues entonces duerme conmigo. Reservaremos habitación en un hotel. No pienso dormir separado de ti por un pasillo nunca más.

Kohaku se ruborizó, pero sonrió.

—Tendremos dos semanas para disfrutar de Florencia. Y también podemos viajar a Roma y a Venecia, si quieres. Podríamos alquilar una casa en la región de Umbría. Conozco un lugar precioso, cerca de Todi. Me gustaría enseñártelo.

—Mientras esté contigo, Senku, me da igual dónde estemos.

Senku apretó los labios.

—Diez billones de puntos para ti —murmuró.

—Yuzuriha ha empezado a preparar la boda. La celebrarán a finales de agosto, siempre y cuando el salón que quieren esté libre. Me pregunto por qué querrá esperar tanto. —Kohaku quería saber si Senku tenía más información.

Pero él se encogió de hombros.

—Conociendo a Yuzuriha, probablemente necesite meses para asegurarse de que a todo el mundo se le ha notificado el enlace debidamente y que la boda aparezca en la CNN.

Los dos se echaron a reír.

—Creo que Yuzuriha querrá tener familia en seguida —dijo Kohaku—. Me preguntó qué opinará Taiju.

—Él la ama y quiere casarse con ella. Me imagino que estará encantado de que el amor de su vida lleve a su hijo en su interior.

Tras unos instantes, se volvió hacia ella.

—Kohaku, ¿no te preocupa que no pueda...?

—No. Al menos de momento no. Quiero acabar los cursos y, más tarde, obtener el doctorado. Me gustaría dar clases. —Se encogió de hombros—. Supongo que es una de las ventajas de salir con alguien más joven.

Senku resopló en broma.

—Me haces sentir como un anciano. ¿Te das cuenta de que cuando cumplas treinta años cambiarás de opinión? O antes. Y entonces...

Kohaku frunció el cejo y negó con la cabeza.

—¿Qué quieres que te diga? ¿Que no te quiero? No pienso decirlo. Te quiero, Senku, por entero, tal como eres. Por favor, no me apartes de ti ahora que al fin nos hemos reencontrado —le rogó, cerrando los ojos—. Me duele.

—Perdóname —susurró él, besándole el dorso de la mano.

Ella aceptó sus disculpas y trató de relajarse, cansada por las emociones del día.

Él se frotó los ojos para poder pensar, pero pronto se dio cuenta de que iba a necesitar un poco de distancia para poder poner sus ideas en orden.

«No hará falta que te anime a apartarte de mí cuando te cuente lo de mi pasado...»

La primera semana de diciembre fue la última semana de clases. Fueron unos días bastante tranquilos. Senku y Kohaku se mantuvieron apartados. Por las noches, él preparaba en su amplio apartamento la conferencia que daría en la Galería de los Uffizi, mientras que ella trabajaba incansablemente en su diminuto agujero de hobbit.

Se escribían mensajes de texto constantemente.

Leona, te echo de menos. ¿Te vienes? Te quiero, S.

Kohaku sonrió con tanto cariño al ver el mensaje en la pantalla que hasta el iPhone se ruborizó.

S, yo también te echo de menos. Estoy acabando un trabajo para esta locura de seminario sobre tecno medicina que estoy haciendo. Probablemente me pase la noche trabajando. El profesor está buenísimo, pero es muy exigente. Te quiero, Kohaku.

Se volvió hacia el portátil para seguir trabajando en el proyecto para Xeno. Poco después, el teléfono volvía a avisarla de que tenía un mensaje.

Leona, estás de suerte, soy especialista en ciencia médica. ¿Por qué no te traes el trabajo a mi casa y te ayudo a hacerlo... toda la noche... Todo mi amor, S.

P. D.: ¿Cómo de bueno?

Ella se echó a reír y escribió la respuesta:

Queridísimo Especialista en ciencia médica, mi profesor está buenísimo, es ardiente como una hoguera, picante como el chile habanero y el pollo vindalú. Ya sé cómo sería tu noche de trabajo y sé que no acabaría el ensayo.

¿Lo dejamos para el viernes? Besos y abrazos. Kohaku.

Esperó un poco por si contestaba inmediatamente, pero la respuesta no llegó hasta que estuvo en la ducha.

Querida Kohaku, caramba, sí que es ardiente tu profesor. Tu rechazo me ha dejado sumido en un mar de soledad, que trato de superar con un vaso de whisky escocés y un par de capítulos de Graham Greene. Tus besos y abrazos me han ayudado un poco. Te quiero. S.

P. D.: Tú eres ardiente como el sol, pero mucho más bonita.

Ella sonrió y le respondió con un breve mensaje, diciéndole cuánto lo amaba. Después, pasó el resto de la noche trabajando.

Finalmente se vieron el miércoles, durante el último seminario. El principal atractivo de la sesión fue el comportamiento de Luna. Iba muy elegante, con un largo jersey de cachemira color berenjena que le servía de vestido y se le ceñía a las curvas del pecho y el trasero de un modo muy atractivo. Iba impecablemente peinada y maquillada, pero estaba muy quieta, sin tomar apuntes, y la expresión de su cara era de enfado. Para no dejar lugar a dudas, se cruzó de brazos.

Cuando el profesor Ishigami hizo una pregunta muy sencilla, no levantó la mano. Cuando él la miró por encima de las gafas, animándola a participar, ella frunció el cejo y miró hacia otro lado. Si Senku no hubiera estado tan concentrado en lo suyo se habría preocupado. Pero no lo hizo.

El comportamiento de Luna no sólo llamaba la atención por su silencio, sino por su flagrante hostilidad contra Kohaku, a la que miraba con odio abierto.

—¿Qué mosca le habrá picado? —le susurró ella a Ukyo al oído, en cuanto acabó en seminario.

Él se echó a reír.

—Tal vez se haya convencido ya de que Ishigami no va a aceptar el tema de su tesis y se esté planteando un cambio de carrera profesional. Hay un club de striptease en la calle Yonge que busca personal. Quizá tenga lo que hace falta para trabajar allí. O no.

Esa vez fue Kohaku la que se echó a reír.

—Por cierto, me gusta tu pañuelo. Es muy francés —comentó Ukyo con una sonrisa—. ¿Regalo de tu novio?

—No. De mi mejor amiga.

—En cualquier caso, te queda bien.

Ella le sonrió mientras recogían los libros. Cuando volvían a casa, paseando bajo la ligera nevada, se contaron una versión (vagamente modificada) de sus respectivos días de Acción de Gracias.

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.

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El viernes, el profesor Ishigami estaba de mal humor. Llevaba casi una semana sin ver a Kohaku y el miércoles había tenido que verla marcharse con Ukyo al acabar la clase, sin tan siquiera una mirada en su dirección. Tenía que mantenerse a distancia cuando lo que más deseaba en el mundo era tocarla y gritar a los cuatro vientos que era suya. Mientras dormía desnudo en la oscuridad, los demonios habían ido a visitarlo y lo habían torturado con pesadillas, pesadillas que sólo Kohaku lograba mantener a raya con su luz; una luz más brillante que la de cualquier estrella. Una estrella de la que pronto iba a tener que prescindir.

Sabía que iba a tener que confesarle sus secretos antes de viajar a Florencia. Por eso le molestaba especialmente haber pasado solo la que probablemente sería su última semana juntos. Había hecho reservas para dos personas, pero no estaba muy seguro de que Kohaku finalmente lo acompañara. Por eso había contratado un seguro de cancelación. Temía el momento en que sus grandes e inocentes ojos se oscurecieran y le dijeran que no era digno de ella. Pero por mucho que lo temiera, no iba a permitir que le entregara su inocencia a un demonio sin conocer todos los datos. No sería Cupido ni permitiría que ella fuera su Psique.

Eso sí sería auténticamente demoníaco.

Por consiguiente, cuando el viernes por la noche ella fue a cenar a su casa, la recibió con frialdad, le dio un fraternal beso en la frente y se hizo a un lado, indicándole que pasara.

«Abandonad toda esperanza», pensó.

Kohaku se dio cuenta en seguida de que algo iba mal y no sólo por las notas de Madama Butterfly que le llegaron desde el salón. Normalmente, Senku la recibía con un abrazo y varios besos apasionados antes de ayudarla a quitarse el abrigo. Pero esta vez permanecía inmóvil, esperando a que ella hablara, sin apenas mirarla.

—¿Senku? —Kohaku le tocó la mejilla—. ¿Pasa algo?

—No —mintió él, apartando la cara—. ¿Te sirvo una copa?

Resistiendo el impulso de insistir, le pidió una copa de vino. Esperaba que estuviera más hablador durante la cena.

Pero no fue así. Le sirvió la cena en silencio y, cuando Kohaku trató de sacar algún tema de conversación mientras comían el rosbif, respondió con monosílabos. Ella le contó que había acabado todos los trabajos del semestre y que el Dr. Xeno, le había confirmado que le daría la nota antes del 8 de diciembre, pero Senku se limitó a asentir, sin apartar la vista de la copa de vino, que pronto estaría vacía.

Kohaku nunca lo había visto beber tanto. La noche que lo rescató de Lobby ya estaba borracho cuando ella llegó. Esa noche era muy distinto. No estaba contento ni coqueteaba, se lo veía atormentado. Con cada nueva copa de vino que vaciaba, Kohaku se preocupaba más. Pero cada vez que abría la boca para decirle algo, él la miraba con tanta tristeza que no se atrevía. Estaba más frío y distante por momentos y, cuando le sirvió la tarta de manzana casera que había preparado la asistenta, Kohaku la apartó bruscamente y le exigió que hiciera callar a Maria Callas para que pudieran hablar.

Senku la miró sorprendido ya que la tarta —y la Butterfly— eran la culminación de la cena. De su Última Cena.

—¿Por qué? No pasa nada —refunfuñó, acercándose al equipo de música para quitar la ópera.

—Senku, no me mientas. Es obvio que estás disgustado. Dime lo que pasa, por favor.

Ver a Kohaku, a la inocente Kohak, mirarlo con sus enormes ojos azules y el cejo fruncido, era más de lo que podía soportar.

«¿Por qué tiene que ser tan dulce y generosa? ¿Por qué tiene que ser tan compasiva? ¿Era obligatorio que tuviera una alma tan hermosa?»

La culpabilidad que sentía aumentó. Era una suerte que no la hubiera seducido. El corazón de Kohaku se curaría antes así que si hubieran tenido relaciones. Sólo llevaban unas cuantas semanas juntos. Las lágrimas pronto se le secarían y podría encontrar un hombre bueno y constante, como Ukyo.

La idea le provocó náuseas.

Sin una palabra, se acercó al bufet en busca de una licorera y un vaso de cristal. Se sentó y se sirvió dos dedos de whisky escocés. Se bebió la mitad de un sorbo y dejó el vaso en la mesa bruscamente. Esperó a que se aplacara el fuego que le quemaba la garganta. Confiaba en que se le contagiara algo del valor líquido del licor, pero le iba a hacer falta mucho más que eso para calmar el dolor en su corazón.

Respiró hondo.

—Tengo que contarte algunas cosas... cosas desagradables. Sé que cuando haya terminado, te perderé.

—Senku, por favor, yo...

—Déjame hablar —la interrumpió él, pasándose la mano por el pelo—, antes de que pierda el valor.

Cerrando los ojos, volvió a tomar aire. Cuando los abrió, su mirada era la de un dragón herido.

—Estás viendo a un asesino.

Kohaku oyó las palabras, pero le costó procesarlas. Abrió mucho los ojos y su boca formo una perfecta "O". Rogando que haya entendido mal.

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Continuará….

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Hola a todos!

Disculpen la demora ha sido semanas difíciles, pero le estamos pisando el acelerador para terminar la historia pronto y la otra que tengo abierta.

Espero haya sido de su agrado.

Muchas gracias a todos.

Los quiere,

Nita.