¡Hola! Se me habia olvidado comentar que en esta historia los caballeros tienen cuatro años más que en el canon oficial. Principalmente, porque se me hace muy poco creíble que un niño de siete años pudiera portar una armadura dorada o que un niño de diez matara a su mejor amigo. Por ello, sumen tres años más a los eventos que tuvieron lugar durante la muerte de Aioros y uno más al final de la saga de Hades, puesto que quiero pensar que desde el inicio del torneo galáctico hasta entonces, había pasado al menos un año.
¡Muchas gracias por leer!
Es complicado.
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Sentado sobre la escalinata que llevaba al templo principal, Aioria contemplaba el paisaje de destrucción que era ahora el santuario. La historia que acababa de escuchar sonaba inverosímil, y aún así, la realidad que estaba contemplando parecía probarla. Habían sido resucitados ochenta y seis años en el futuro. Nada del santuario que conocían seguía en pie, y si bien las pérdidas estructurales eran grandes, más desolador aún era ser consciente de que todas las personas que habían formado parte de él en el pasado habrían muerto o envejecido.
Eran hombres que habían vuelto a la vida sólo para encontrarse con un tiempo al que no pertenecían.
Aioria se había negado a aceptar la noticia hasta que Thalissa había intervenido para ofrecerse a acompañarlos a las afueras del templo principal y que así pudieran contemplar por ellos mismos el mundo en el que se encontraban. Frente a él se extendía un paisaje desolado. Cubiertos por un cielo de un color grisáceo antinatural, al menos la mitad de los templos habían sido derribados casi por completo y el resto tenía daños estructurales en mayor o menor medida. Algunos de los escalones se habían roto o desprendido, y varios de los tramos estaban destrozados casi en su totalidad. Del templo principal había sobrevivido el area central y el ala oeste. La estatua de Athena había perdido la cabeza y un brazo.
A pesar del calor abrasador -mucho peor del que Aioria recordaba en Grecia en aquella epoca del año- a sus espaldas, Milo daba vueltas como un animal enjaulado. En su enésimo recorrido, pateó un cascote que rodó hasta impactar contra el muslo de Aioria.
-Ten cuidado, bicho -gruñó Aioria.
-Disculpa si me cuesta centrar mi atención en el estado del pavimento cuando estoy intentando asimilar que hemos despertado casi cien años en el futuro, gato -El caballero de Escorpio detuvo brevemente su caminar para lanzar una mirada asesina a su compañero.
-Pues podrías pararte a pensar que no eres el único en esta situación, para empezar - la crispación se filtró en su voz, y sus palabras rasgaron el aire como un puñal.
Antes de que pudieran continuar su discusión, el santo de Libra intervino.
-Niños, si bien entiendo los nervios por las circunstancias, saltar el uno con el otro no os beneficiará en nada.
"Moriste con más de doscientos años. Tu alma recuerda cómo vivir." le había dicho Lena, la sanadora. El haber despertado antes había permitido a Dohko recabar y digerir la información acerca de su estado y del mundo en el que se encontraban. Por el momento, tenía la seguridad de que no encontraban en peligro, y por lo que había podido llegar a conocer de las personas que lo rodeaban, parecían amistosos. Había querido transmitirle las noticias a los chicos con el mayor tacto posible, pero las circunstancias parecían haber confabulado en su contra.
-Hay una parte acerca de la historia que no habéis explicado, maestro ¿Cómo es posible que los dioses estén muriendo? -Mu, que se había mantenido en silencio desde que Dohko les había dado las noticias, habló.
Aioria desvió inmediatamente la mirada hacia Dohko, en busca de respuestas. En un principio había desechado esta idea, asumiendo que la historia entera se trataba de una locura y más tarde al salir y comprobar el estado de destrucción del santuario se había olvidado completamente de ella al centrarse en el horror del futuro en el que se encontraba.
Para su sorpresa, el chino buscó con la mirada a Thalissa para esta que respondiera la pregunta. La joven les había acompañado afuera, pero había decidido mantenerse al margen de la conversación para darles espacio.
-Lo cierto es que nadie lo sabe -Sentada sobre la base de una enorme columna de roca, Thalissa titubeó antes de seguir-. Tampoco estamos completamente seguros de cómo o cuando empezó. Por lo que hemos conseguido averiguar, hace varios años empezaron a desaparecer algunos dioses menores pertenecientes a otros cultos más pequeños. Creo que nadie, a excepción de sus compañeros de panteón, se acordaba de ellos, así que no nos dimos cuenta. Pero entonces... -la joven tragó saliva- Hace seis años murió Geras, y después le siguieron Keto y Aristeo*. Y hace tres que murió Pan. Y creemos que tras esta guerra santa, Hypnos, Thanatos y los dioses menores del sueño, tampoco volverán a resucitar. Es por eso que Zeus intervino cuando íbamos a matar a Hades.
La información cayó como una losa. Junto a todo lo que habían escuchado aquel día, parecía demasiado que digerir en unas pocas horas.
-Pero todos los que has mencionado eran dioses menores. Incluso si Pan era algo más conocido, ninguno es comparable con Athena. Ella... ella está bien, ¿verdad? -Aioria titubeó. Ninguno se atrevió a decir en voz alta lo que todos estaban pensando. Que hubiera empezado por dioses más débiles no parecía garantizar que no pudiera llegar a afectar a dioses más poderosos, sobre todo si ya había llegado hasta Pan. Que el sello de Athena se hubiera roto mucho antes de lo previsto desde luego no garantizaba nada bueno.
-Athena tuvo que ascender al Olimpo como parte del acuerdo con Zeus. Él temía que si se quedaba aquí y envejecía en su cuerpo humano, tal vez más adelante no podría volver. -explicó con suavidad.
-Eso no explica por qué estamos vivos, ni por qué decidió levantarnos Hades entre todos los dioses -replicó Milo.
-Tras la derrota de Hades, tuvieron lugar negociaciones junto con Athena y Zeus. Lo cierto es que yo no estaba allí, así que no puedo daros mucha más información, sólo sé que fue a raíz de ello que despertasteis -zanjó.
-Dioses... ¿hace cuanto de ello? -preguntó Aldebarán.
-Pues veamos, si hoy estamos a catorce de junio y es jueves... oh sí. Tres días desde que nuestra diosa se fue y tuvimos el honor de encontraros desnudos frente a lo que queda de la estatua de Athena -El tintineo de una armadura a sus espaldas anunció la llegada del nuevo caballero de Leo-. Por cierto, perdón por la sorpresa de antes. Y por la destrucción de tu templo -añadió, señalando al cráter antes conocido como el templo de Leo, al mismo tiempo que una amplia sonrisa socarrona se extendía por su rostro-. Me llamo Jericho.
A sus espaldas, al escuchar la palabra "desnudos" las cejas de Milo volaron casi hasta el nacimiento de su cabello y Aldebarán enrojeció.
Aioria contempló la mano que le ofrecía el hombre durante un segundo antes de tomarla y devolverle el apretón de manos con firmeza. Aunque la actitud del hombre le ponía nervioso, no podía evitar sentir un cierto grado de compañerismo hacia la persona con la que compartía armadura y que al parecer había cumplido el papel de santo de Leo en la guerra contra Hades.
Jericho era un joven igual de alto que Aioria, pero con una complexión más delgada que este. A pesar de la horrible quemadura que cubría casi la mitad de su rostro y que le había privado de su ojo derecho, cargaba con él un aire de eterna diversión y la sonrisa que asomaba sus labios era juguetona. A juzgar por sus rasgos, era originario de algún país del este asiático, pero la mescolanza de influencias en su piscina genética hacía imposible determinar la procedencia del hombre.
A sus espaldas, Thalissa se puso en pie y se acercó hasta colocarse al lado del nuevo caballero de Leo. Por un momento fue como si la joven se hubiera quitado un manto, pues el cambio en su lenguaje corporal fue inmediato: algo en ella transmitía una confianza y seguridad que no habían estado allí antes, como si en su alma no cupiese la más mínima duda acerca del espacio que ocupaba en el mundo.
-Oh, si vamos a hacer ya las presentaciones oficiales supongo que no tiene sentido ocultarlo más tiempo. Empezaré de nuevo: Mi nombre es Thalissa de Tauro -se adelantó la joven, con una brillante sonrisa en el rostro, al tiempo que extendía una mano hacia Aldebarán. Este la tomó débilmente, confuso, al tiempo que miraba hacia el rostro de Jericho buscado confirmación. El shock se extendió entre los caballeros más jóvenes e incluso Aioria no pudo evitar imitar el gesto de su compañero, inspeccionando la expresión del nuevo caballero de leo. Este arqueó una ceja al verse observado.
-A mi no me miréis así, Tali es una amazona condenadamente buena, o si no, no habría sobrevivido a toda esta mierda. No podrías soñar con alguien mejor como sucesor -añadió con inusual seriedad.
-¿Es en serio? - preguntó Aldebarón, al tiempo que Milo alzó su voz para hacer una cuestión similar.
-¿Me estás diciendo que ahora hay mujeres entre los caballeros dorados?
A pesar de que Aioria estaba pensando exactamente lo mismo, no pudo evitar palmear su frente mentalmente ante la brusquedad de sus compañeros.
-Quiero decir, no llevas armadura ni máscara -rectificó Aldebarán torpemente, al darse cuenta de su desliz.
La joven arqueó una ceja, pero no pareció sentirse molesta, pues su sonrisa no flaqueó.
-Aquí ya no usamos máscaras. Y por desgracia, la armadura de Tauro...
-Está hecha migas - interrumpió Jericho.
-...sufrió grandes daños tras la última batalla. Me temo que hasta que no sea reparada, es completamente inutilizable, así que tendré que hacer lo que pueda sin ella.
La expresión de escepticismo en la cara de Milo mostraba que no terminaba de creer la explicación de la mujer, y la mueca de educada confusión de Aldebarán indicaba prácticamente lo mismo, pero Aioria recordó haber visto brevemente a la mujer de la armadura de Capricornio que había pasado a llevarse al nuevo caballero de Leo.
Antes de que nadie pudiera añadir nada más, Jericho intervino, desviando el tema.
-Verás, puesto que un atributo muy importante de un herrero es tener los dos brazos, comprenderás que estamos jodidos en lo que a reparar las armaduras se refiere.
-¿El joven lemuriano es herrero? -Las palabras de Mu sorprendieron a Aioria. Este había observado calmadamente durante la mayor parte de la conversación, pero a juzgar por el tono de su voz, la última aseveración había despertado su interés.
-Sí. De hecho Makoto es... o era, el caballero de Aries.
Aioria recordó el estado del chico, la forma en la que se había tambaleado al caminar y tragó saliva. Sobrevivir a una guerra santa sólo para quedar lisiado de aquella manera... Para un caballero dorado, era una situación humillante. Sólo de pensar en encontrarse en aquella situación, Aioria se planteó si no habría sido un destino más piadoso la muerte, aunque rápidamente apartó el pensamiento sintiéndose culpable.
-¿Y no queda nadie más capaz de llevar a cabo la reparación de las armaduras?
Las palabras de Mu resonaron con el habitual tono educado y contenido de este, pero aquellos que lo conocían bien podrían haber sentido la curiosidad detrás de estas.
-No, Kiki murió hace varios años. Lo siento - Thalissa intervino con cuidado. Aioria se reprendió a sí mismo por no haber relacionado el interés detrás de las palabras de Mu con la situación del aprendiz de este, y se preguntó cómo habría llegado la amazona a aquella conclusión. Pensar que el pequeño niño hiperactivo al que había conocido había crecido y fallecido durante el lapso de tiempo en el que habían muerto fue un mazazo que terminó de asentar lo surreal de su situación.
Mu asintió silenciosamente y no añadió nada más. Cualquiera que fueran sus pensamientos al saber que su antiguo alumno estaba muerto, los guardó para él.
-Un momento. Si tú eres Leo y es cierto que la chica es Tauro, ¿Cuántos de vosotros sobrevivisteis a esta guerra? -Intervino Aioria. Jericho y Thalissa intercambiaron una mirada.
-Pues a ver, Tali, Mako y yo somos Tauro, Aries y Leo... luego están Rhea, que es Capricornio, y Zeki, que es Géminis. Y Sera antes de estar al mando era Sagitario.
Los ojos de Aioria se agrandaron con sorpresa. La imagen de la mujer de rostro estoico cruzó vagamente su mente y por un momento se preguntó cómo serían Géminis y Sagitario.
-¿Cómo es eso posible? Eso es prácticamente la mitad de los caballeros dorados. En las otras guerras siempre habían habido supervivientes, pero nunca algo así -cuestionó Dohko.
El resto de sus compañeros observaron con atención mientras Jericho se encogía de hombros.
-La verdad es que yo soy el primero sorprendido por mi propia supervivencia. No sé, imagino que intervendrían varios factores. Puede que fuera porque Sera y el anterior patriarca tomaron decisiones condenadamente buenas, sobre todo teniendo en cuenta la situación en la que estaban. Puede que fuera porque me tocaron unos compañeros de puta madre. O puede que fuera simple y llana suerte estúpida. Yo qué sé. Pero no me pienso quejar.
-También... No es seguro, pero creemos que al igual que el sello de Athena se debilitó antes de tiempo, el Hades de esta época era más débil en general. Nosotros tuvimos cerca de un año para detenerlo antes de que se acercara a terminar de escribir su Libro de los Muertos -Añadió la amazona de Tauro.
Por un momento, la conversación se hundió en el silencio. Milo abandonó su paseo incesante para sentarse al pie de la escalera junto a Aioria. Los caballeros asimilaron de nuevo la información que se les ofrecía. Seis supervivientes parecía una auténtica locura, y aún así, era difícil no envidiarles. ¿Qué tan distinto habría sido su destino si hubieran sobrevivido a la guerra santa? ¿Si la suerte les hubiera permitido seguir adelante junto con algunos de sus compañeros?
-¿Sabes cuándo planea Sera hablar con ellos? -Preguntó Thalissa a su compañero. Este tomó asiento sobre el pilar roto junto a ella.
-Por lo que me dijo antes, está esperando a que despierten todos para poder hablar con ellos a la vez. Lo de Dohko fue una excepción porque nos pilló de sorpresa. Mako también quería hablar con ella de algo urgente. Entre hacer el balance de pérdidas, reorganizar a los caballeros de plata y bronce y empezar a reconstruir el santuario, está saturadísima. Eso sin contar que nadie tiene ni puta idea de qué coño va a pasar ahora.
-¿Cómo que no sabéis qué va a pasar ahora? Seguimos adelante, como el santuario ha hecho siempre. De otra forma, todo esto sería para nada.
La voz de Milo se elevó ofendida. Lentamente, Jericho clavó su mirada en él.
-No sé si te has dado cuenta de que para empezar, la mitad del santuario ahora mismo son escombros. Athena no está, no va a volver y encima los dioses están muriendo, y no sabemos qué hacer porque contamos con cuatro caballeros de oro en activo, de los cuales sólo tres tienen armadura. Quedan cinco armaduras de oro funcionales, menos de la mitad de armaduras de plata y bronce y el resto tampoco están como para tirar cohetes; lo cual es un gran problema porque no hay puñetera forma de repararlas -gruñó.
Aunque no lo dijo, las palabras flotaron en el aire. Además de todo aquello, existía la posibilidad de que Athena no pudiera siquiera volver a reencarnarse.
-Bueno, me alegra decir que hay algo que nosotros podemos hacer al respecto. Si un reparador de armaduras es lo que necesitáis, no hay nadie mejor para ello que Mu de Aries, ¿verdad? -Dohko intervino con aplomo al tiempo que se adelantaba y daba una palmada en la espalda al susodicho que lo obligó a avanzar un paso. Mu se recompuso y asintió.
-No será un problema para mi recomponer las armaduras doradas.
-Y el resto de nosotros podemos ayudar en lo que haga falta.
Poco a poco, Aioria sintió que recuperaba las fuerzas. Miró a su alrededor, al paraje devastado que antes había sido su hogar y tomó una decisión. Si habían vuelto a la vida, iba a hacer que sirviera para algo. A su lado, Milo sonrió.
-Bueno, esto ya empieza a gustarme más.
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Saga expiró, permitiendo que el humo del cigarrillo saliera lentamente entre sus labios y contempló el paisaje casi post apocalíptico que podía verse desde su balcón. Al ver a lo lejos a sus compañeros, lo atacó un pinchazo de ansiedad al pensar que en breve tendría que enfrentarlos. Aún así, había una parte de él que se alegraba de verlos vivos y conversando entre ellos.
A medida que había ido avanzando en la conversación, la información había ido calando poco a poco en él, pero también lo había hecho el cansancio. Pestañeó rápidamente, intentando luchar contra la debilidad que inundaba sus huesos y que hacía que sus párpados se sintieran increíblemente pesados.
-Deberías tumbarte -la voz femenina parecía lejana, a pesar de que la dueña estaba a unos pocos pasos suyos, apoyada igual que él contra la barandilla del balcón-, es un milagro que te hayas despertado tan pronto. Probablemente te siga haciendo falta descansar.
Saga gruñó. A pesar de que su cuerpo le pedía a gritos el descanso, el miedo a dormir y no volver a recuperar la consciencia le atormentaba. Mientras se mantuviera despierto, seguiría vivo y seguiría siendo él. Era algo a lo que tenía que aferrarse.
-Yo tengo que irme, ya me he escaqueado bastante del resto de mis obligaciones. Pero ha valido la pena hablar contigo, Saga de Géminis. Eres un hombre interesante -la ligera sonrisa que se extendió por el rostro de la mujer pareció, por una vez, sincera.
Él desvió la vista y centró su atención en cómo el atardecer comenzaba a proyectar las sombras sobre el paisaje en ruinas del santuario. A lo lejos, Milo se incorporó de golpe para gesticular furiosamente hacia Aioria. Aquellos dos caballeros siempre habían tenido un temperamento particularmente explosivo, y juntarlos era como acercar la cerilla a la pólvora, pensó. Dohko no tardó en reprenderlos y junto a ellos, Aldebarán y Mu observaban la escena con la calma que los caracterizaba.
En cierta forma, era reconfortante saber que ciertas cosas no habían cambiado. Saga sonrió para sí mismo mientras la oscuridad comenzaba a invadir sus ojos.
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En el santuario había comenzado a atardecer cuando Makoto apareció caminando con lentitud, pero de forma estable. Esbozó una breve sonrisa al encontrar al grupo de caballeros, que fue retornada con alegría por parte de Jericho y Thalissa. El resto le devolvió el saludo educadamente, a excepción de Milo, que se revolvió incómodo y apartó la mirada.
-Sera quiere veros. En breve os recibirá en el salón principal.
Jericho arqueó las cejas.
-¿No se suponía que iba a hablar con todos a la vez?
Makoto negó con la cabeza.
-Lo más probable es que el resto no se despierte hasta mañana, y no le gustaría dejaros desatendidos hasta entonces.
Aioria frunció el ceño. Recordó haber escuchado aquel nombre con anterioridad, asociado como el propietario actual de la armadura de sagitario. O propietaria, cada vez lo tenía menos claro. Había una parte de él que sentía un cariño especial por la armadura de su hermano, y era especialmente importante para él saber que tendría un sucesor digno.
Su espera no se demoró demasiado.
Al igual que el resto del santuario, el salón del templo principal había recibido daños. Podían apreciarse los desperfectos en las columnas, y sobre el pavimento se habían desprendido algunos cascotes.
En el centro de la sala, sentada sobre el trono papal, se encontraba una mujer de corto cabello rubio y ojos verdes ataviada con un elegante chiton blanco. A su lado la escoltaba la amazona que antes habían visto fugazmente, portando la armadura de Capricornio.
La amazona de Capricornio era una mujer alta y delgada, de impenetrables ojos grises y tez pálida enmarcada por una melena negra que le llegaba por los hombros. Su expresión era seria y se erguía con la compostura propia del más ejemplar de los caballeros de oro. Una fina cicatriz recorría su rostro como una pincelada, naciendo en la sien derecha y avanzando hasta perderse cerca de la comisura de su boca. El delicado trazo de su ceja izquierda era interrumpido por un pequeño corte que debía haber sido reciente, pues el tejido cicatricial que cubría la zona era rosáceo y la carne aún parecía tierna.
Aún así, era difícil desviar la mirada de la mujer sentada sobre el trono papal. Del mismo modo que la presencia de algunas personas parecía fundirse en su entorno, la de aquella mujer destacaba como si brillara con luz propia. A pesar de las pequeñas cicatrices, el corto cabello rubio que le llegaba por la mandíbula envolvía un rostro de atractivas facciones femeninas y mirada penetrante.
-Bienvenidos y perdón por la tardanza en atenderos. Mi nombre es Sera, y actualmente soy la persona al cargo del santuario de Athena. ¿Sería posible tener el honor de conocer vuestros nombres?
Uno a uno, los caballeros se arrodillaron y fueron presentándose. Por un momento, Aioria intentó imaginarse a la mujer portando la armadura de Sagitario y una vaga imagen cruzó su mente.
-El honor es nuestro, señora -Dohko no dudó en adelantarse y responder con elegancia.
-Espero que mis caballeros os hayan ofrecido ya las explicaciones pertinentes respecto a nuestra situación. Lamento no encontrarnos en la situación de poder ofreceros una mejor bienvenida, pero el santuario fue evacuado durante la guerra santa y ha sufrido grandes daños estructurales.
El aplomo del santo de Libra no decayó.
-Estamos al tanto de las circunstancias y como superviviente de una guerra santa, no me es ajeno el caos y la destrucción que sucede a este acontecimiento. Es por ello que queremos ofrecernos a ayudaros en todo lo posible.
Las comisuras de la rubia se alzaron sutilmente.
-Agradezco muchísimo vuestro ofrecimiento. Aún así, os pido que no os esforcéis estos primeros días aún si vuestro cuerpo os lo permite. Acabáis de regresar e imagino que todavía os estaréis adaptando al choque que eso supone, por eso os pido que al menos de momento nos dejéis a nosotros encargarnos de la reconstrucción del santuario.
Por el rabillo del ojo, Aioria vio que las caras de Milo y Aldebarán reflejaban la misma sorpresa que él estaba sintiendo. Milo insistió:
-Con todos mis respetos, mi señora, somos caballeros de oro. No es necesario que se nos trate con delicadeza.
La mujer clavó sus ojos en Milo.
-También sois humanos. No sé cómo se harían las cosas en vuestra época, pero si habéis revivido en este santuario eso os convierte en mi responsabilidad, y nosotros cuidamos de los nuestros.
Bajo la mirada verde de la mujer, Milo se revolvió incómodo, evidentemente deseoso de contradecirla. Esta suspiró.
-Escuchad. Quiero que sepáis que estáis a salvo y que os encontráis entre amigos. La situación es complicada, sí, pero saldremos adelante. Nuestro problema más grande son las armaduras, e incluso eso puede esperar un día o dos a que asimiléis lo que está pasando.
El sonido de Dohko aclarándose la garganta rompió la tensión del ambiente y las miradas se dirigieron hacia él.
-No discutiré vuestras palabras señora, pero está anocheciendo y me gustaría saber dónde podríamos hospedarnos. La habitación en el templo principal que se me ofreció mientras nuestros compañeros despertaban era más que satisfactoria, pero sé de sobra que si bien no por falta de generosidad, sino por falta de espacio, no contamos con habitaciones así para todos.
Dohko tenía razón, pues el derrumbe del ala este había mermado considerablemente la cantidad de habitaciones disponibles.
-Por vuestro tono, entiendo que tenéis algo en mente.
-Estos días he podido deambular un poco por los templos y por lo que he podido ver, el templo de Libra sigue siendo habitable. Me gustaría saber si sería posible alojarnos en él.
La expresión de la mujer se suavizó.
-En lo que a mi respecta, seguís siendo caballeros de oro y todo aquel que ha luchado por Athena tendrá siempre un hogar en el santuario. Podéis disponer tanto de los templos como de las habitaciones que quedan disponibles como prefiráis -respondió, y por un momento su mirada se posó fugazmente sobre el joven Makoto- Claro está, siempre bajo acuerdo con los dueños de los templos actuales.
-Eso por descontado -Dohko sonrió.
-En ese caso, si no os importa me gustaría inspeccionar en qué estado ha quedado el taller de la casa de Aries -terció Mu educadamente.
-Perfecto. Si no es molestia, tendré que dar por finalizada esta reunión. Hay cosas que requieren mi atención y preferiría discutir el resto de detalles cuando vuestros compañeros hayan despertado ¿Hay algo más que queráis preguntar?
-¿Puedo ver a mi hermano? -Antes de haberlo pensado las palabras ya estaban escapando entre sus labios y Aioria se horrorizó al darse cuenta de que las había pronunciado en voz alta. Sin embargo, a Sera pareció divertirle su desliz en el protocolo, pues cuando respondió, sonreía.
-Por supuesto. Aún así, no creo que a Lena le haga mucha gracia que nadie perturbe el descanso de sus pacientes, así que probablemente la visita tenga que ser rápida.
-¡Gracias! -respondió Aioria-... mi señora -añadió después de que Dohko le propinara un discreto golpecito en el costado.
-Perfecto. Jericho, quiero que acompañes y ayudes a los caballeros a asentarse y después, te toca relevar a Zeki en la guardia. Dile que suba a verme, por favor.
Con una educada reverencia, los caballeros abandonaron el salón del trono.
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En una habitación alejada de aquella majestuosa sala, Aioros de Sagitario soñaba.
Una espada amiga cortaba su carne, su visión se oscurecía, moría. El olvido acunaba su consciencia. Sentía la llamada de auxilio de un cosmos desconocido. Vacío. Athena lo necesitaba. Oscuridad abrazándole como una vieja amiga. Retazos de emociones y memorias desfilando por su mente, borrones demasiado confusos para poder darles un sentido. El muro de los lamentos. Su hermano, sus compañeros, un sentimiento de compañerismo invadiendo brevemente su alma para después ser consumido por su propio cosmos. Caer otra vez, para recibir la muerte como a una vieja amiga.
El subir y bajar de su pecho con su respiración, unas manos gentiles envolviéndolo entre suaves sábanas. Su corazón late, alguien le acerca un vaso de agua a sus labios agrietados. El tacto de unos dedos retirando con delicadeza el cabello empapado en sudor de su frente. Pasos cercanos, una conversación en quedos susurros, una voz femenina amable dedicándole palabras de ánimo.
El olvido envolviéndolo como un manto, su consciencia perdiéndose entre las profundidades de un abismo.
El sonido de una puerta, unas palabras pronunciadas por una voz de timbre familiar. Una increíble sensación de amor invadiendo su pecho, un nombre en su mente. Aioria.
Una luz al alcance de su mano, escapándose entre sus dedos.
Y después, oscuridad de nuevo.
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La visita a Aioros había sido una puñalada en el pecho. Por un lado, verlo había significado confirmar que en efecto, su hermano estaba con ellos y estaba vivo. Pero por algún motivo, Aioros había vuelto como un hombre y no como el joven de 17 años que era cuando murió. Su apariencia se le hacía extraña y desconocida, y verlo inconsciente y no poder acercarse ni hablar con él le resultaba una tortura dolorosa.
En eso pensaba Aioria mientras bajaban la escalinata del templo principal hacia Piscis.
La voz de Makoto interrumpió sus cavilaciones.
-Disculpe, señor Mu. He entendido que va a encargarse de reparar las armaduras rotas.
El susodicho se giró hacia el joven lemuriano, quien lo miraba con curiosidad.
-Así es.
-En ese caso, me gustaría poder ofrecerle alojamiento en Aries. Si va a estar trabajando en el taller, le sería muy incómodo tener que estar moviéndose entre templos.
-Caballero, el templo es vuestro. No querría molestar -el significado tras las palabras de Mu no pasó desapercibido para Aioria. En un gesto típico de la amabilidad del lemuriano, Mu estaba reconociendo al joven como el legítimo caballero de Aries y dueño del templo a pesar de su estado.
-No molestáis. Además, Kiki me habló muchísimo de usted, y querría verlo trabajar -añadió el joven con una sonrisa tímida.
Los ojos de Mu se abrieron con sorpresa.
-¿Conocisteis a Kiki?
-Él fue mi maestro, y el de Tali en parte también -a su lado, la amazona de Tauro sonrió.
-Nuestros maestros eran muy amigos, así que prácticamente nos criamos y entrenamos juntos -añadió esta con calidez-. Bueno, nosotros y Zeki.
-¿Géminis?
Thalissa asintió con una sonrisa.
-Quizás más tarde podamos hablar de ello en profundidad. Por Athena, tenemos tantas historias que contar.
-Dioses, cuesta imaginarse a ese chiquillo como un caballero de oro hecho y derecho y más siendo maestro -añadió Aldebarán con cariño.
El rostro de Thalissa se iluminó.
-También nos habló de ti. Por eso os reconocimos a vosotros los primeros.
Aldebarán se sonrojó. Más atrás, Milo sonrió con picaresca.
-Oh, por Athena. Acabo de darme cuenta de una cosa.
-¿Qué? -preguntó Aioria, preparándose internamente para la respuesta a su pregunta, pues el tono del escorpio no auguraba nada bueno.
-La armadura de Tauro.
-¿Qué pasa con ella? -respondió Aioria. Pero al seguir la mirada de su compañero hasta la amazona de Tauro, la comprensión brilló en su mente. Thalissa era una mujer curvilínea, con una figura inconfundiblemente femenina. Al intentar imaginarla con la armadura de Tauro, su mente cortocircuitó.
La armadura de capricornio había sufrido ligeros cambios para poder amoldarse al cuerpo de su portadora, pero era esencialmente la misma, y no le resultaría complicado ver a Shura vistiendo esa nueva versión. Sin embargo, la armadura de Tauro era agresivamente viril. Cómo era capaz de encajar en el cuerpo de la chica era un auténtico misterio.
-¡Milo! -le reprochó.
A sus espaldas, el caballero de Leo soltó una horrible risa de hiena.
-No es la misma armadura -intervino Makoto, dándose la vuelta- Yo la reforjé por completo para ella. No habría podido usarla de otro modo -añadió, dirigiendo una mirada llena de afecto a su amiga.
Aldebarán y Mu le dirigieron una mirada llena de sorpresa.
-Puedo enseñarte los planos cuando lleguemos al templo. Ah, y tengo que enseñarte dónde están las cosas en el taller -la voz entusiasmada del lemuriano más joven se perdió en el aire del atardecer griego.
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Atravesar los templos antaño conocidos fue una experiencia agridulce. El templo de piscis había sufrido bastantes daños en el área más cercana al templo principal, y el jardín de rosas yacía muerto sin el cosmo de un guardían que lo cuidase. Por el contrario, el templo de acuario se encontraba en un mejor estado que el resto del santuario y parecía casi idéntico al que había habitado Camus. Al pasar por él, Milo apretó el paso.
El siguiente templo era el de Capricornio, que también parecía haber sobrevivido con dignidad a la guerra, y Aioria se sorprendió al ver que alguien había removido la enorme estatua a Atena que solía decorar la morada de Shura. Al pensar en el español, un sentimiento de ira se asentó en su estómago y no pudo evitar apretar los puños. Se sorprendió al notar que Milo posaba la mano suavemente en el brazo y negaba en silencio con la cabeza, como indicando que no valía la pena. La voz de Jericho rompió el silencio.
-Debido a la, uh, inexistencia del templo de Leo en estos momentos, si en algún momento necesitáis algo más y no estoy de servicio, podéis encontrarme aquí. Y no me refiero solamente a cuestiones relacionadas con el santuario sino también a sal, agua, ya sabéis, cosas de vecinos.
-¿Cuando dices, aquí, te refieres en Capricornio? -se aseguró Aioria.
- Sep -respondió Jericho de forma casual y siguió caminando- de hecho debería de pedirle a Rhea que después se pase a bajaros algo de comida. No creo que haya problema con que se ausente un momento del templo principal.
- Oh -Aioria parpadeó- no había pensado en la comida.
- Como el santuario tuvo que ser evacuado durante la guerra, ahora mismo no hay doncellas. De todos modos, cada templo tenía las despensas llenas hasta arriba porque no sabíamos cuánto iba a durar la situación, así que deberíais de poder encontrar conservas o raciones energéticas y ese tipo de cosas sin problemas.
- Es bueno saberlo -intervino Aldebarán.
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El descenso hacia Escorpio fue sorprendentemente rápido. Al igual que Acuario y Capricornio, el templo del escorpión parecía haber sobrevivido con dignidad tras la guerra. Al entrar, Milo exhaló lentamente y relajó los hombros. En cierto modo, a pesar del paso de los años, la arquitectura había cambiado tan poco que estar allí se sentía como estar de nuevo en casa.
-¿Habría algún problema si quisiera quedarme aquí? - pregunto.
Cuando los nuevos caballeros se miraron entre ellos, sus semblantes eran de total seriedad.
-No, ninguno. Pero probablemente alguien debería ir primero a recoger las cosas de Lev... digo, el antiguo caballero de Escorpio -respondió Jericho.
-Lo mismo con Libra -añadió Thalissa.
Al escuchar nombrar al templo de Libra, Jericho esbozó una mueca de dolor. Tras mencionar a los caballeros caídos, el ambiente de la habitación se ensombreció.
-Quizás podríamos ir poco a poco, ir vaciando un templo a la vez. Si no os importa -añadió apresuradamente Makoto.
-No hay prisa, caballeros. Todos conocemos lo que es perder a un compañero -intervino Dohko.
La mente de Aioria voló al periodo de tiempo que había sucedido a la irrupción de los caballeros de bronce en el santuario y el suicidio de Saga. Camus había pasado la mayor parte de su entrenamiento en Siberia y apenas había vuelto cuando tuvo que volver a marcharse para entrenar a sus nuevos discípulos, así que apenas había hablado con él. Ángelo y Afrodita nunca se habían granjeado el cariño y el afecto de nadie, y Saga y Shura... Saga y Shura eran harina de otro costal. Aioria los había recordado con amargura, como si se trataran de una herida abierta que jamás llegaría a cerrarse. A pesar de no ser cercano con ninguno de los fallecidos, el silencio de los templos vacíos se había cernido sobre él como un asfixiante recordatorio de lo sucedido, y cruzar por ellos siempre le había transmitido una lúgubre sensación de desasosiego.
-Entonces por dónde empezamos, ¿Libra o Escorpio? -preguntó Milo con inusual gravedad, y Aioria supo que la mente del joven había volado al mismo lugar que la suya.
-Escorpio -respondieron Jericho y Thalissa prácticamente a la vez.
-Yo ya había hecho parte de la limpieza de este Templo. Escorpio fue el primero en caer, y casi todo nos lo dejó a Cáncer y a mi, así que creo que no queda casi nada dentro. Si os encontráis cualquier cosa que no vayáis a aprovechar, podéis dejarla en cajas y nosotros nos encargaremos.
¿Qué habían hecho ellos con las pertenencias de sus compañeros caídos? Varias semanas después de la muerte de Camus, Aioria había acompañado a Milo a Acuario a recoger sus cosas. Sin embargo, nadie se había preocupado por las pertenencias de sus otros camaradas, y Aioria pensó con amargura en lo terriblemente solitario que sonaba el no tener a nadie que llorase tu pérdida.
-¿A qué os referís con "cosas que no vayamos a aprovechar"? -preguntó Milo.
-Bueno. Al ver que se acercaba la guerra, todos decidimos hacer nuestro testamento. Ya sabéis, por si acaso -empezó Jericho.
-Y decidimos que dejaríamos por escrito lo que queríamos dejar a nuestros amigos y lo que queríamos que se quedara en el templo para la siguiente generación de caballeros - Continuó Thalissa.
-Por Athena, Rhea está absolutamente enamorada de la colección de espadas antiguas que encontró en el templo de Capricornio.
-¿Y la biblioteca enorme que había en Acuario? A Olivier le encantaba.
-Así que decidimos que dejar algo nuestro a cambio sería un buen detalle - Concluyó Makoto.
Una inexplicable sensación de calidez se extendió por el pecho de Aioria. Saber que aquellas cosas que habían sido importantes para ellos mientras estaban vivos habían ido a parar a manos de gente que las había cuidado y apreciado, le hacía ser consciente de un vínculo con los nuevos caballeros en el que no había reparado hasta ahora.
Milo, por su parte, observaba la escena con la boca entreabierta e inusualmente callado.
-Bueno, ¿entonces cómo nos organizamos? Ya está anocheciendo y tendremos que buscar camas suficientes para todos -intervino Dohko.
-Hay una cama de matrimonio en la estancia principal, y el sofá del comedor es un sofá cama. Eso hace hueco para tres personas.
-Yo había pensado que quizás podría acompañar a Mu en el templo de Aries. No me gustaría dejarlo solo, si a ti no te importa -añadió Aldebarán con una sonrisa, buscando la confirmación en Makoto.
Este, en cambio, intercambió una mirada con su amiga.
-Bueno, siendo cuatro personas estaremos un poco apretados, pero creo que podremos hacer hueco sin problemas -respondió el lemuriano con amabilidad.
-¿Cuatro personas? -preguntó Aldebarán.
-Claro, como pudisteis ver desde arriba, todos los templos de Virgo a Tauro están completamente destruidos. ¿Dónde creísteis que se estaba quedando Thalissa?
Al escuchar la respuesta, Aldebarán no pudo evitar sonrojarse hasta las sienes. A su lado, Mu parpadeó rápidamente, intentando conciliar la sorpresa.
Sin embargo, ajena a sus preocupaciones, la amazona ya había iniciado su descenso a Aries.
-Si bajamos pronto, podemos ir montando el sofá cama y adecentando el cuarto de invitados. Además, podemos cenar el guiso que había hecho para estos días. Habrá que cocinar de nuevo por la mañana, pero podremos arreglarnos.
Makoto y Jericho la siguieron, e incluso Mu se unió rápidamente a ellos, pero Aldebarán se quedó plantado en la entrada de Escorpio mirando cómo se alejaban.
-¡Anímate hombre, que vas a convivir con una amazona! ¡Y encima con una belleza que no intentará matarte por verle la cara! - Milo palmeó la espalda del enorme toro dorado obligándole a avanzar varios pasos - No te quedes ahí parado, que ya querría yo estar en tu situación en lugar de tener que compartir templo con estos dos.
-Ahora que lo mencionas, que sepáis que me quedo con el sofá cama -mencionó casualmente Dohko-. Me niego rotundamente a compartir la cama de matrimonio con ninguno de vosotros dos.
-Espera, ¿qué? -preguntó Aioria, palideciendo.
-¡Ni de broma! -exclamó Milo.
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Efectivamente, Milo y Aioria terminaron compartiendo la cama de matrimonio. Dohko había zanjado el asunto jugando la carta de la antigüedad, a pesar de que actualmente era incluso más joven que ellos.
-Estás acaparando la cama.
-¿Perdona? Tú estas ocupando todo el espacio.
-Tu maldito pie está en mi lado del colchón.
-Tu culo sí que está en mi lado del colchón. Estás gordo Aioria, gordo.
-¡Niños! -la voz de Dohko resonó desde el salón- He criado dos adolescentes y aún así no fueron ni la mitad de molestos que vosotros. Quiero dormir y os juro por Athena que no queréis que tenga que levantarme a ir a poner orden.
En la penumbra del cuarto, los dos jóvenes tragaron saliva.
-Vale, yo quito mi pie, pero tú tienes que compartir la manta -susurró Milo.
-Hecho.
Tumbado sobre su espalda, Aioria clavó los ojos en el techo. En el silencio de la noche, todo lo sucedido comenzó a calar en su mente y sintió cómo la ansiedad amenazaba con invadirle. La habitación en la que se encontraba le resultaba ajena e incluso el olor del aire se sentía extraño. A su lado, Milo se revolvía inquieto.
-Milo -llamó en voz baja.
-¿Ahora qué quieres, Aioria? -respondió el joven en un murmullo molesto.
-Esto es real, ¿verdad? -susurró.
La voz de Milo se suavizó al responder.
-No lo sé. Creo que sí.
-Es sólo que todo esto es... demasiado.
-Lo es.
Un sonido proveniente del salón hizo que a Aioria casi se le saliera el corazón por la boca, pero se tranquilizó al darse cuenta de que trataba meramente de un ronquido.
-Por los dioses -susurró Milo, que parecía haberse sobresaltado al igual que él- Por un momento pensé que el viejo iba a venir a matarnos.
En la oscuridad, Aioria sonrió.
-Sí, en momentos como este se nota que de verdad tiene más de doscientos años.
-Ni que lo digas.
A su lado, Milo se dio la vuelta y se acurrucó en torno a su almohada, apoyando su espalda contra el costado de Aioria. Por un momento este abrió la boca para quejarse, pero luego la cerró. Había algo acerca del hecho de notar la presencia de un amigo que le hacía sentir que todo aquello era real. Al final suspiró y cerró los ojos, dejando que el cansancio del día lo arrastrara hacia el descanso.
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Cuando el caballero conocido como Camus de Acuario abrió los ojos, era de noche.
Se incorporó tosiendo y empapado en sudor, ahogado en un calor asfixiante y con sus pulmones quejándose por la sequedad de sus vías respiratorias. El caballero se obligó a sí mismo a estabilizar su respiración y mirar a su alrededor. ¿Dónde estaba? Parecía tratarse de una pequeña habitación de paredes de piedra desgastada. Por la ventana de donde llegaba el aire a la habitación, entraba una suave luz plateada que iluminaba el perfil de Shura, quien dormía plácidamente en una cama al lado de la suya. Más adelante, recostados en sendas camas reconoció las siluetas de Deathmask y Afrodita, y el brillo rojizo de los ojos del primero le devolvieron la mirada.
-Acuario, veo que tú también has despertado.
-Así es. ¿Sabes algo del lugar en el que estamos? -preguntó cuidadosamente.
-No. El idiota de Ángelo intentó salir de la habitación pero se desmayó antes de llegar siquiera a la puerta -la voz de Afrodita cortó el aire y Camus se dio cuenta de que en contra de lo que había parecido al principio, este también estaba consciente.
-¿Y a ti, Acuario, se te ocurre algún motivo por el que nos hayan podido querer resucitar? -interrogó el caballero de cáncer.
Si se ponía creativo, Camus era capaz de encontrar unos cuantos, pero sus alrededores no parecían aportar ningún tipo de pista. Silenciosamente, negó con la cabeza.
-¿Llevais mucho tiempo despiertos?
-Puede que unos diez minutos, no mucho más. ¿Eres capaz de sentir tu cosmo?
Camus se dio cuenta con aprensión de que la respuesta a esa pregunta era negativa.
-No. ¿Vosotros tampoco?
Frente a él, Afrodita y Deathmask intercambiaron una mirada antes de responder. Camus tragó saliva.
-Tampoco -confirmaron.
Al lado de su mesilla de noche había una jarra con agua y un vaso. Camus se sirvió y bebió de un trago.
Cuando escuchó pasos que se dirigían hacia la habitación agudizó el oído, expectante y con todos sus sentidos alerta. Antes de que pudiera hacer nada, Deathmask se acercó sigilosamente a la puerta, apoyándose contra la pared. Afrodita asintió.
-Cáncer -siseó. Sin embargo, la puerta ya estaba abriéndose.
De ella surgió una joven de corto cabello castaño ataviada con un largo peplos blanco. Cuando vio a Camus, su rostro se contrajo en un gesto de preocupación que inmediatamente cambió al pánico cuando Deathmask la agarró de la garganta y la empujó contra la pared, al tiempo que Afrodita cerraba la puerta.
-O nos dices qué está pasando o te mato aquí mismo. Y ni se te ocurra gritar -susurró el santo de cáncer.
-¡Cáncer! -Camus observó la escena atónito. Entendía la necesidad de obtener información, pero no podía estar de acuerdo con las formas.
-No te preocupes -añadió Afrodita-, no tiene por qué pasar nada. Si colabora.
Por un momento, Camus deseó fervientemente que Shura hubiera estado despierto a su lado.
Sin embargo, algo extraño estaba ocurriendo. El santo de cáncer soltó la garganta de la chica y dejó caer sus brazos inertes a ambos lados del cuerpo, y las facciones de Afrodita se empezaron a relajar de una forma antinatural. Antes de que Camus pudiera cuestionarse nada, la puerta se abrió de par en par, empujando al santo de Piscis contra el suelo.
En la entrada se encontraba un joven de ojos verdes portando la armadura de Géminis. "Saga" pensó Camus por un momento. Pero no, el intruso tenía una cabellera negra que le llegaba por los hombros recogida parcialmente en una media coleta, su piel era más morena y parecía más joven. Una gran cicatriz de aspecto reciente partía su ceja derecha, naciendo en su frente y terminando en su mejilla. Probablemente no había perdido el ojo de milagro.
El hombre recorrió la habitación con la vista, analizando a los tres caballeros presentes, para luego caer en la forma en la que la chica se frotaba la garganta, en la que ya estaba empezando a aparecer una constelación de morados allí donde las manos de Máscara habían estado.
-Explicaciones. Ya -gruñó, al tiempo que clavaba una mirada amenazante en Camus, que era el único que parecía estar lo suficientemente consciente para hablar. El francés tragó saliva.
-Zeki, está todo bien -comenzó a explicar la chica. En una esquina, Afrodita gimió mientras se frotaba la nariz que había comenzado a sangrar y Deathmask sacudió la cabeza mientras luchaba contra el aturdimiento. "Cuestionable" pensó Camus.
-A mi no me lo parece -respondió el hombre, al tiempo que miraba el cuello de la joven significativamente. Esta se apresuró a pasar fugazmente sus dedos por encima de la piel, y cuando retiró la mano, los morados habían desaparecido. El hombre volvió a fulminar con la mirada a Camus.
-Acabo de despertar en esta habitación, y las últimas noticias que tuve antes de eso fue que estaba muerto, así que poca información tengo que pueda aportar. Respecto a lo de mis compañeros, yo no tuve nada que ver -respondió con toda la diplomacia de la que fue capaz.
Al verlo más de cerca, Camus pudo entender por qué había confundido al hombre con Saga. A pesar de que la nariz era más larga y las cejas más gruesas, su boca y ojos eran, inconfundiblemente, los de su compañero.
Afrodita gimió y la chica se apresuró a acercarse a él. Con cuidado, le recolocó la nariz y cuando retiró las manos, Camus pudo ver que le había dejado de sangrar. La mirada calculadora que Afrodita cruzó con Camus le indicó que el efecto del aturdimiento ya debía haber terminado, pero que sin embargo el santo de Piscis estaba decidiendo que en esos instantes era mejor callar.
Junto a Camus, Shura gruñó y se retorció entre las sábanas, para luego abrir los ojos.
-¿Qué... qué demonios? -preguntó con un hilo de voz. Camus se giró, con renovada preocupación por su compañero.
-Nos encontramos en el santuario de Athena, caballero -empezó a explicar la chica con cuidado. Por un momento, su mirada se posó sobre el hombre de la armadura de Géminis antes de continuar hablando- pero ha pasado bastante de tiempo desde que estuvisteis vivos.
Camus sintió que el aliento se congelaba en su garganta. ¿Habían despertado en el futuro? Pero eso explicaría por qué el desconocido portaba la armadura de Géminis. Si había pasado el tiempo suficiente, una nueva generación habría tomado su lugar. En ese caso, ¿qué habría pasado con Hyoga?
-¿Qué? ¿Cómo que bastante tiempo? No digas sandeces -el santo de Cáncer había recuperado su temperamento habitual, pero al contrario que Piscis, no parecía estar dispuesto a guardar silencio- ¿Y quién se supone que eres tú?
El hombre arqueó las cejas ante la sarta de preguntas, pero el arrebato de Deathmask no pareció impresionarlo en lo más mínimo.
-Oh, veo que ya podéis hablar. En ese caso, imagino que podréis responderme cuál de los dos ha sido el que ha decidido agredir a una sanadora.
-A mi no me vengas con esas, niñato. Sé perfectamente quién es el caballero de oro de Géminis y tú no le llegas ni a la suela de los zapatos. Y tú -gruñó, volviéndose hacia la joven- más te vale que me expliques ahora mismo qué coño me has hecho si no te apetece conocer de cerca el Yomotsu.
"Cáncer, serás imbécil" pensó Camus para sus adentros al ver la mirada homicida del hombre y que este cruzaba la habitación de una zancada para dirigirse a Deathmask.
-No sé si eres consciente de que ahora mismo sin tu cosmos, entre una cucaracha que corretea por la alcantarilla y tú no hay mucha diferencia. Ignoro si es el optimismo o la simple estupidez lo que te hace pensar que no estoy dispuesto a matarte si vuelves siquiera a mirar mal a Lena, pero te aconsejo que destierres cuanto antes esa idea de tu mente -gruñó a milímetros del rostro del santo de cáncer. El tono glacial del joven hizo bajar los grados de la habitación de una forma que rivalizaba con el cosmos del propio Camus.
El francés respiró aliviado. Por un momento había estado seguro de que Deathmask iba a volver a morir minutos después de haber despertado.
-Ángelo, cierra la boca -siseó Afrodita desde la esquina. El caballero de Cáncer debió de sentir la llamada del sentido de la autopreservación, porque no añadió nada más.
-Bien. Antes de seguir con la explicación, ¿alguien más va a querer lanzar amenazas o insultos? -dijo con frialdad.
Todos permanecieron en silencio, aunque la mirada que le lanzó DeathMask podría haber hecho temblar a un hombre más débil. El joven no pareció inmutarse.
-Fantástico. Como iba diciendo Lena, han pasado ochenta y seis años desde que moristeis. Habéis sido resucitados en el santuario de Athena junto con vuestros compañeros.
Eso terminó de despertar a Shura, que parpadeó rápidamente.
-¿Nuestros compañeros? ¿Todos ellos?
Camus entendió rápidamente la causa de la ansiedad de Shura. Un reencuentro con la orden dorada al completo significaría encontrarse con caballeros con los que el caballero de Capricornio tenía cuentas pendientes. Aioria, Aioros. Por un momento, el rostro de Milo acudió a mente y sintió un agudo pinchazo en el pecho.
-Todos estáis vivos -lo tranquilizó la chica-. Y la mayoría os habéis levantado ya, podréis verlos mañana, os lo prometo. Me llamo Lena y soy sanadora. Siento que os hayáis levantado solos, pero tuve que ir a atender a uno de los vuestros.
El hombre rodó los ojos al escuchar las disculpas de la chica.
-Mañana, o mejor dicho hoy, a primera hora habrá una gran reunión en la que os darán el resto de las explicaciones. Os reencontraréis con vuestros compañeros y os reuniréis con la líder del santuario. Mi nombre es Zeki de Géminis y como son las cuatro de la mañana, nos quedaremos aquí todos juntos, tranquilitos y sin cometer estupideces hasta entonces.
La voz de Shura expresó lo que Camus estaba pensando.
-¿La líder del santuario?
-Disculpa, ¿acaso no se me ha entendido bien cuando he dicho que el resto de explicaciones las daban mañana?
Camus miró a Shura y negó lentamente con la cabeza. Sin sus cosmos, buscar conflictos no valía la pena.
-¿Y si queremos agua o comida? ¿O eso también tiene que esperar hasta mañana? -intervino Afrodita con sarcasmo.
-No. Pero seguro que a Lena no le importa acercarse un momento a traerla. Tú te quedas aquí conmigo -añadió el joven con una sonrisa desagradable.
Camus intercambió una mirada con Shura. La espera que tenían frente a ellos iba a hacerse muy larga.
.
El amanecer había encontrado al templo de Aries en una agradable armonía. Cuando Aldebarán se había despertado, el olor del desayuno flotaba en el aire y al llegar a la cocina Mu y Thalissa lo esperaban ya sentados. Al acercarse, se dio cuenta de que su amigo portaba unas sutiles ojeras y recordó la velada de la noche anterior.
Thalissa y Makoto habían resultado ser unos jóvenes amables y hospitalarios que no habían dudado en hacer todo lo posible para que estuvieran cómodos. La cena había sido sencilla pero sabrosa y antes de esperarlo, Aldebarán se había encontrado riéndose junto con sus anfitriones.
-Oh dioses, aún recuerdo la cara de Kiki y de mi maestro cuando nos encontraron en la cocina de Tauro rodeados de platos rotos... - la amazona de Tauro había escondido el rostro entre sus antebrazos, pero sus hombros temblaban por el esfuerzo de contener la risa.
-Fue terrible, creí que al pobre le iba a dar un infarto allí mismo.
-Se lo tiene merecido, no os hacéis una idea de la de travesuras que hizo ese niño de pequeño - había reído Aldebarán.
Thalissa y Makoto se habían mirado entre ellos.
-Kiki siempre solía decir que de pequeño había sido un terremoto y que nosotros éramos su castigo divino - aportó el lemuriano.
-Sí... le tocó lidiar no con uno sino con tres fierecillas rebeldes.
-Aún así, cuesta imaginárselo como un maestro responsable - bromeó el brasileño.
Los ojos de Thalissa y Makoto se abrieron al unísono.
-¡Tenemos fotos! Pero creo que estaban en Tauro...
-¡No, yo tengo una en mi cuarto!
Y sin mediar más palabra, el joven lemuriano había literalmente desaparecido para luego volver a teletransportarse con un portaretrato.
En la imagen que les había mostrado aparecían tres niños con edades repartidas entre los ocho y doce años. Aldebarán identificó a dos de ellos como a unos pequeños Makoto y Thalissa, y el tercero asumió que sería el ya mencionado caballero de Géminis. Junto a ellos habían dos hombres que aparentaban rondar los cincuenta años de edad. Uno de ellos era un hombre africano de largo cabello trenzado que portaba la armadura de Tauro que Aldebarán recordaba. El otro era, inconfundiblemente, un Kiki adulto vistiendo la armadura de Aries.
La visión fue como un puñetazo en las costillas. Una cosa era saber que Kiki había crecido y se había convertido en un adulto responsable y otra cosa muy distinta era verlo. El Kiki de la foto era un hombre adulto que sonreía con calidez al mirar a la cámara y que portaba la armadura de Aries con confianza y dignidad.
El sonido de la silla al rechinar contra el suelo resonó en la sala. A su lado, Mu se había levantado y estaba recogiendo su plato.
-Caballeros, agradezco mucho vuestra hospitalidad. Ahora, con vuestro permiso, me retiro.
Las risas murieron en el acto. Aldebarán sintió la preocupación prácticamente emanando de los jóvenes mientras Mu desaparecía por la puerta.
-¿Hemos dicho algo inapropiado? - preguntó Makoto con nerviosismo. Sin embargo, Thalissa había suavizado su expresión al tiempo que la comprensión empezaba a calar en sus facciones.
-Para nada - aseveró Aldebarán. - Probablemente esté algo afectado y quiera asimilarlo solo, eso es todo.
Mu había iniciado la noche en un silencio educado y distante que Aldebarán sabía era una máscara para su timidez. Sin embargo, a lo largo de la velada había sido soltándose y una sutil sonrisa amable había ido apareciendo en su rostro. Era impropio de él ausentarse de una forma tan brosca, y Aldebarán sólo podía imaginarse lo mucho que debía haberle impactado la situación, pues sabía que aunque no lo admitiera, para Mu Kiki había sido prácticamente un hijo.
A pesar de todo, en ese momento Mu estaba charlando amigablemente con la amazona de Tauro. Con la cual Aldebarán tenía un pequeño problema.
Aunque saltaba a la vista que se trataba de una chica realmente simpática, Aldebarán se había visto de golpe conviviendo con ella sin tener ningún tipo de confianza. Y para colmo de males, era la portadora actual de su armadura, lo cuál no podía evitar que se le hiciera extraño porque tras siglos y siglos de historia, nunca en el santuario habían habido mujeres entre los caballeros dorados. Y menos aún, unas que no usaran máscara.
Al fin y al cabo, la máscara y el rango habían supuesto una gran barrera respecto a las amazonas que había conocido. Teniendo todo eso en cuenta, Aldebarán no tenía ni idea de cómo se suponía que tenía que tratarla. Encima, a diferencia de su amigo, para el cuál todo eso parecía ser un detalle irrelevante, Aldebarán no era de piedra. Milo no había exagerado cuando había calificado a Thalissa como una belleza: La amazona de Tauro era el tipo de mujer que parecía aparecer en las mentes de los poetas al escuchar la palabra "amazona". En su caso, eso implicaba cerca de metro ochenta de cuerpo femenino tonificado y con curvas, y unos bonitos ojos dorados para rematar.
-¿Café o té? - la pregunta de Makoto lo sacó de sus pensamientos.
-Café, por favor.
-Jericho pasará por aquí para recogernos en breve y subir a la reunión en el templo principal. Pararemos un momento en libra a recoger ahí a vuestros compañeros. Además, dice Zeki que el resto de caballeros despertaron esta noche - anunció Thalissa desde la entrada de la cocina.
Aldebarán y Mu intercambiaron una mirada de preocupación. Si bien se alegraban de poder volver a ver a sus compañeros, no se les pasaba por alto que esa reunión podía dar lugar a tensiones. En el caso de algunos, como Aioria, podía llegar a ser un peligro.
-¡Espero que estéis decentes, porque estoy entrando! - la voz del caballero de Leo resonó por la estancia privada de Aries y Mu arrugó la nariz en señal de desagrado ante el comentario.
Thalissa puso los ojos en blanco, pero no pudo evitar una sonrisa al responderle. La expresión de Makoto ni siquiera cambió.
-Claro que estamos decentes, ¿qué te esperabas?
-No sé Tali, este templo está lleno de gente atractiva. La esperanza es lo último que se pierde.
-¿Esto es normal? - susurró Aldebarán preocupado.
-Le terminas cogiendo cariño. Además, cuando Rhea está cerca, es mucho más tolerable - afirmó Makoto.
-Que sepas que te he oído, enano. No le hagáis caso, soy una delicia de persona.
-¿Tú no ibas a pasarte más tarde? - intervino Thalissa. Jericho negó con la cabeza.
-Sera quiere que subamos cuanto antes. Al parecer anoche hubo jarana porque un capullo agredió a Lena y Zeki casi mata a alguien, así que quiere hablar con la gente para calmar los ánimos lo más pronto posible.
-¿Estás diciendo que uno de los nuestros agredió a la sanadora? - Aldebarán se escandalizó. Por un momento pensó en la jovencita que los había atendido el día anterior, y se preguntó quién sería capaz de una cosa así. Su humor se nubló al caer en la cuenta de que algunos de los caballero que aun quedaban por despertarse tenían un honor más que cuestionable. La historia era más que posible.
-¿Ella está bien? - intervino Mu.
-Sí. Se llevó un susto, pero poco más.
-Comprendo. De todos modos, sería inoportuno que esta convivencia se iniciara con ese tipo de tensiones.
-Eso mismo. Así que vamos a recoger a vuestros amigos y a cruzar los dedos porque nadie haga ninguna estupidez más hoy.
Alarmado, Aldebarán recordó su preocupación anterior por las posibles reacciones de sus compañeros tras su reencuentro. A su lado el rostro de Mu se tensó. Si no era suficiente con sus propios dramas y rencillas, ahora tendrían que sumarle nuevos factores.
"Lo de que nadie cometa ninguna estupidez va a ser complicado" pensó Aldebarán para sus adentros.
Salieron de Aries después de que Thalissa y Makoto terminaran de cambiarse. Ambos tenían una apariencia más formal que el día anterior: la primera con un elegante chiton color crema acompañado de gruesos brazaletes de oro, y el segundo con una camisa y pantalones de seda azules. Probablemente, para compensar por la falta de armadura en un evento oficial.
El camino hacia Escorpio les permitió apreciar de cerca los desperfectos causados por la guerra en los primeros templos.
Tauro parecía haber sobrevivido a un terremoto. No solamente el edificio se había derrumbado, el suelo se había fracturado dando lugar a un terreno irregular sobre el que alguien había recolocado los escombros para crear una suerte de puente que permitiera cruzar por el área. La lucha que había tenido que darse para dejar tras de sí tal cantidad de destrucción debía de haber sido brutal, y Aldebarán contempló a su sucesora con renovado respeto. Géminis y Cáncer habían colapsado, aunque no eran comparables con el segundo templo. Aún así, no había ninguno en peor estado que Leo, principalmente por el hecho de que Leo ya no existía como tal.
El templo de Virgo había empezado a caer debido al desuso y a los daños colaterales. Libra mostraba desperfectos, pero nada que amenazara su estabilidad estructural.
Y finalmente, Escorpio, donde sus compañeros les esperaban en la entrada.
Aldebarán tragó saliva al ver sus rostros.
Dohko portaba una expresión de ligera molestia y e incluso Milo parecía preocupado. A su lado, la mirada de Aioria presagiaba tormenta.
Aldebarán suspiró. Demasiados factores peligrosos entraban en juego como para que el día terminara bien.
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Saga despertó de nuevo en la misma cama en la que había abierto los ojos la tarde anterior. Puesto que no recordaba haber llegado hasta ahí, asumió que alguien había tenido la bondad de cargar con él.
Junto a la cama alguien había dejado algo de ropa doblada sobre una silla, y encima de la cómoda había una bandeja con leche, pan, queso y una manzana. En esta también había una pequeña nota. Saga la leyó y frunció el ceño.
Estaba terminando de vestirse cuando escuchó a alguien tocando educadamente la puerta. Cuando fue a abrirla, se encontró cara a cara con una mujer de rostro sereno portando la armadura de capricornio que le saludó con una ligera inclinación de cabeza.
-Me alegro de que esté despierto, Saga de Géminis. Mi nombre es Rhea de Capricornio, en breve tendremos una reunión en el salón principal y me han ordenado que le acompañe.
-Estoy al tanto - respondió, apretando en su puño la notita de papel.
Saga examinó el pasillo en el que se encontraba. A pesar del paso de los años y del daño que esta había sufrido, no tardó en reconocer el ala oeste. Habría sido capaz de recorrerla con los ojos cerrados.
La mujer parecía estar al tanto de ello, pues no se posicionó delante suyo, sino a su lado. No era tratado como un prisionero al que escoltar, sino como un invitado al que acompañar.
Saga se tomó un momento para decidir qué impresión debía tomarse de ella, pues era la primera de los nuevos caballeros a la que conocía. Por lo que sabía, era superviviente de una guerra santa, tal y como parecían probar las cicatrices de su rostro. Sus actitud era recta y educada, y por un momento le recordó a Shura, aunque sin la arrogancia que este había tenido antes de su muerte.
La reunión implicaba tener que reencontrarse con todos sus compañeros. Aquellos a los que había mentido y utilizado por culpa del influjo de Ares, aquellos que bajo su mando habían sufrido pérdidas irrecuperables. Ahora tendría que mirarlos a la cara por mucho que le costase y mantener la compostura delante de unos extraños, pues difícilmente habría espacio para las disculpas. Como si sus disculpas pudieran cambiar algo.
Al doblar la esquina al final del pasillo se sorprendió al ver a varios de sus compañeros. Junto a ellos estaba un hombre joven portando la armadura de Géminis cuyo rostro le resultó tan incómodamente familiar que tuvo que desviar la vista de inmediato.
Las miradas volaron de golpe hacia él. Saga ignoró inmediatamente los rostros de Afrodita y Ángelo para centrarse inmediatamente en Shura y Camus. En la mirada de sus compañeros leyó el alivio al verlo y no pudo evitar contagiarse de esa misma sensación. En parte, había estado intentando reprimir el miedo a que la camaradería vivida en su ataque al santuario después de ser resucitados por Hades hubiera sido solo un producto de la desesperación, y que al verlo en distintas condiciones saliera a relucir su rencor. Athena sabía que se lo había ganado, sobre todo el caso de Shura. Sin embargo, en sus rostros sólo pudo apreciar calidez fraternal.
Rhea se adelantó hasta colocarse al lado de su compañero, dejándoles espacio para hablar.
-Saga, es bueno verte -saludó Shura. Camus le dirigió una discreta inclinación de cabeza.
-Camus, Shura. Lo mismo digo.
-¿Tú sabes algo de esta locura? ¿Es cierto que han pasado más de ochenta años?
Saga asintió. Los otros dos se miraron incrédulos.
-Así que es verdad.
-¿Has sabido algo de los otros? -preguntó Camus cuidadosamente. Saga negó con la cabeza.
-Dicen que ahora podremos verlos en la reunión -aportó Shura, y Saga pudo sentir su nerviosismo. Camus simplemente apartó la mirada.
Cuando comenzaron a caminar hacia el salón principal, Camus y Shura se deslizaron hacia sus lados con total naturalidad, como si llevaran haciéndolo toda la vida. Saga se lo agradeció silenciosamente, aunque no pudo evitar notar el nerviosismo y la culpabilidad que emanaban de sus compañeros, no muy diferente del suyo propio.
Rechinó los dientes. Camus siempre había sido un caballero ejemplar que había aceptado una terrible humillación con tal de poder proteger a Athena, y Shura... Shura sólo había seguido órdenes, intentando hacer las cosas lo mejor posible. No se merecían eso.
-Quitad esas caras, caballeros. Vosotros no tenéis nada de qué avergonzaros.
Shura y Camus lo miraron con sorpresa, pero Saga ya se estaba adelantando. Con la espalda erguida y sacando una confianza que no tenía de lo más profundo de sus huesos, se encaminó hacia el salón principal. No podía permitirse venirse abajo, no cuando Shura y Camus lo necesitaban, así que sacaría pecho y se encaminaría hacia la dichosa reunión.
Con la cabeza bien alta.
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Milo no era, bajo la definición de nadie, una persona calmada. Eso se lo dejaba a otros como Camus o Mu. Él era una persona de emociones intensas, a la que más de una vez habían calificado de impulsivo por la ferocidad de sus acciones.
Es por eso que intentar actuar como la voz de la razón se le hacía tan extraño, y empezaba a pensar que era una mala señal que casi siempre que pasaba fuera por culpa de Aioria.
-Aioria, si no paras de dar vueltas frente al templo vas a dejar un surco en el suelo -bromeó, consciente de la ironía de la situación. Mentalmente se encogió al ver la mirada que le echó el león.
-Cuando Rhea bajó a avisarnos de la reunión, dijo que Aioros todavía no había despertado. Te lo juro, Milo, si tengo que ver a esos malditos sin saber siquiera si mi hermano va a estar bien, no sé cómo voy a reaccionar.
"Eso me temo" pensó. Y eso que Milo tenía bastantes problemas por su parte. En primer lugar, no sabía qué iba a hacer cuando se encontrara con el hombre que lo había usado y manipulado durante años, ni con aquellos que lo habían encubierto. En segundo lugar... Camus.
Camus.
Milo se moría de ganas de volver a ver su amigo, pero no sabía si el francés seguiría considerándolo como tal. Al menos no después de lo que pasó tras su resurrección a manos de Hades. Milo gimió internamente al pensar en ello.
-Chicos, por el amor de Athena, tranquilizaos. Puedo sentir la tensión incluso dentro del templo.
La voz de Dohko surgió entre las columnas cuando este se acercó a los más jóvenes.
-Eso es fácil para usted decirlo, maestro -respondió Aioria. Milo no pudo evitar morderse la lengua ante el comentario.
-Puede ser, pero ahora mismo estamos en un tiempo que no es el nuestro rodeados de gente que no conocemos. Tenemos que permanecer unidos y lo último que necesitamos es estar peleándonos entre nosotros ¿Me habéis entendido? Os estoy hablando a los dos - finalizó, dirigiéndole una mirada severa a ambos.
Milo se llevó la mano al pecho, indignado.
-¡Pero si yo ni siquiera he dicho nada!
-Y que siga así.
El ambiente no mejoró cuando cuando se reencontraron con el resto del grupo. A pesar de que Milo había rezado secretamente porque Aioria se distrajera o que, como mínimo, el aura calmada de Mu y Aldebarán influyera mínimamente en él, parecía haber sucedido todo lo contrario. Definitivamente, la noticia de que uno de sus compañeros había atacado a la sanadora había ayudado a agriar el humor.
-Bueno, por desgracia no puedo decir que me sorprenda -había soltado Aioria, a pesar de la desaprobadora mirada de Dohko.
A la vista de que aparentemente no había nada que pudiera hacer para tranquilizar a su amigo, Milo decidió preocuparse por su propia salud mental y distraerse como pudiera.
Lo cuál implicaba molestar a Aldebarán.
-Qué, ¿qué tal la noche en Aries?
-Bien, ambos son muy hospitalarios.
-¿Sólo hospitalarios? - preguntó, dirigiendo una mirada significativa a la amazona de Tauro que se encontraba varios metros más adelante charlando con Jericho y Makoto.
-Por Athena, Milo, baja la voz - respondió Aldebarán mortificado.
Milo rió de buena gana y sintió que la tensión abandonaba poco a poco su cuerpo.
Sus nervios volvieron a aparecer al momento que puso un pie en el templo principal.
Ya estaban ahí, ahora sólo cabía esperar a que sus compañeros aparecieron por la puerta. Jericho abandonó la sala y Milo supuso que tendría que reunirse con los otros caballeros de oro. El silencio era increíblemente incómodo. A su lado, Aioria parecía haberse relajado un poco, pero algo le decía que se trataba la calma antes de la tormenta. Al mirar a su alrededor se dio cuenta de que tanto Dohko como Mu tenían los ojos puestos en Aioria y él. Por Athena, ¿por qué se empeñaban en tratarlo como si fuera a saltar en cualquier momento?
Si se paraba a pensar, tenía que admitir que posiblemente haber atacado a Makoto el día anterior no era un buen argumento para su causa. ¡Pero el chico había mencionado a Hades! Aún así, eventualmente tendría que disculparse. Cuanto más lo pensaba, más lo sentía, sobre todo en cuenta el estado del muchacho. Definitivamente, atacar a un joven que había perdido un brazo y parte de una pierna era otra mancha oscura en su expediente como caballero dorado.
Instintivamente contuvo la respiración al ver una de las puertas de la estancia abrirse, pero se relajó cuando vio que fue Shaka quien salía de ella.
-Caballeros -fue el parco saludo del caballero de Virgo.
-Es bueno ver que has abandonado tu aislamiento autoimpuesto, Shaka -en labios de cualquiera, esa frase habría sonado como un reproche, pero viniendo de Aldebarán podía apreciarse la sinceridad.
Shaka tensó los labios, pero no respondió.
Una vez más, la puerta que daba al ala oeste se abrió para dar paso, esta vez sí, a los nuevos caballeros de Capricornio y Géminis seguidos del resto de sus compañeros. A la cabeza iba, como no, Saga; con el mismo gesto de orgullo que le había caracterizado siempre. Shura y Camus lo seguían a sus lados, con un aura de silenciosa dignidad, y Milo no pudo evitar sentir un puñetazo en el pecho cuando este último esquivó su mirada. Al final de todo, con la vista pegada al suelo, Afrodita y Deathmask cerraban la comitiva. Los caballeros de oro que los custodiaban los dejaron en el otro extremo de la sala, para luego acercarse a esperar a ambos lados del trono.
A su lado, Aioria apretó los puños y Milo apoyó suavemente la mano contra su antebrazo, negando con la cabeza.
-Aioria, ahora no -susurró.
Antes de que pudiera añadir nada más, la gran puerta del ala principal se abrió. Escoltada por Jericho, Sera se dirigió hasta posicionarse frente al trono, entre los caballeros que ahí la esperaban. Jericho ocupó su lugar junto a Rhea y tanto Makoto como Thalissa se adelantaron al unísono para colocarse a los lados del resto de los nuevos caballeros de oro.
El silencio se asentó en la sala, pues la reunión había empezado.
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Saga abrió los ojos al ver a Sera tomar posición frente al trono. La mujer tenía una apariencia diferente al día anterior: unas grandes hombreras doradas que se cerraban sobre su cuello sujetaban una larga capa roja que contrastaba contra una elegante túnica blanca de bordados dorados.
-Bienvenidos. Como muchos de vosotros ya sabéis, mi nombre es Sera y soy la líder actual de la Orden de Athena. Imagino que ahora mismo tendréis cientos de preguntas, pero pero por desgracia, nosotros todavía no tenemos todas las respuestas.
Al parecer, durante charla se le había olvidado mencionar el pequeño detalle de que ella era máxima autoridad actual en el santuario.
Qué encantadora.
Saga apretó los dientes. Si no tenía suficiente con lidiar con las miradas asesinas de Aioria y el juicio silencioso del resto de sus compañeros, ahora también tenía que enfrentarse a jueguecitos mentales. Perfecto.
-Tal y como os han contado, han pasado ochenta y seis años desde vuestra época. El año pasado, contra todo pronóstico, Hades se despertó y comenzó una nueva guerra santa. Nosotros somos los supervivientes.
Saga escuchó a Afrodita y Ángelo murmurando a sus espaldas. Sera prosiguió su discurso.
-Supongo que os estaréis preguntando por qué tan pronto. La respuesta es que los dioses están muriendo. Las deidades menores han empezado a desaparecer, pero cada vez afecta a dioses más poderosos. Es por eso que Zeus intervino cuando íbamos a matar a Hades. Tras arduas negociaciones, tanto Hades como Athena han ascendido al Olimpo.
Shura y Camus se unieron a los murmullos. De entre el resto de los dorados se alzó una voz.
-Eso ya lo sabemos, señora. Pero hoy se nos prometieron explicaciones y querríamos saber la única cosa que todavía no nos han dicho ¿Qué hacemos nosotros aquí? - preguntó Dohko. El resto de caballeros asintieron en aprobación, y Saga pudo ver las miradas expectantes de Shura y Camus clavarse en la mujer. Su propia curiosidad arañaba su pecho, pues de todo lo que habían dicho, esa era la única información que desconocía.
La mujer tomó aire antes de responder, y por un instante, Saga pudo apreciar cómo la amargura se colaba por una minúscula grieta en su fachada de perfección.
-Lo cierto es que no estamos seguros. En las negociaciones, Hades prometió delante de Zeus interrumpir el ciclo de la guerra santa para siempre. Y como muestra de agradecimiento por dejarle vivir, nos ofreció un regalo. Nos dijo que podía traer a aquellos que habían caído peleando contra él de vuelta, bajo la promesa de que sus voluntades serían sólo suyas y que él no podría usarlos contra nosotros. Evidentemente, asumimos que se trataría de los compañeros caídos en esta generación, pero no fue así. No sabemos qué lo llevó a tomar la decisión, o si él sabe algo acerca de lo que está pasando que nosotros no.
Por un instante, el silencio cayó sobre el salón del templo principal. Entonces, una voz rasgó el silencio.
-¿Estás diciendo que estamos vivos por una broma de Hades? - la ira apenas contenida podía sentirse en la voz de Milo.
-¿Esto es en serio? - escuchó preguntar a Shura.
-¿Cómo coño habéis dejado que pase esto? - espetó Ángelo.
Sera abandonó su posición entre sus caballeros dorados caminar hasta quedar frente a ellos.
-Entiendo vuestro enfado. Tenéis todo el derecho del mundo a querer culparnos de que hayan jugado con vuestras vidas, incluso si nosotros tampoco teníamos forma de saber que esto iba a pasar. Pero hay algo que quiero deciros -y antes de continuar, tensó visiblemente la mandíbula, rompiendo por primera vez su papel de elegancia y dejando entrever visiblemente su propia ira- y es que si ahora mismo dejamos que esto nos suma en el caos, le estaremos dando la victoria a Hades. No le deis ese gusto, nosotros somos mejores que esto. En este mundo roto, los dioses más débiles están empezando a atacarse entre ellos desesperados por obtener un poco de poder para mantenerse a salvo, y será cuestión de tiempo antes de que ese conflicto llegue a nosotros. Ahora mismo, somos una orden mermada, apenas queda la mitad de nosotros y no tenemos casi armaduras, pero vosotros podéis hacer que eso cambie. Aquellos que queráis ayudar, seréis recibidos con los brazos abiertos, y como dije anteriormente, todo aquel que ha luchado por Athena tendrá siempre un lugar en este santuario.
El fuego que ardía en los ojos de la mujer mientras pronunciaba la última parte de su discurso era contagioso. Los murmullos recorrieron la sala y Saga tuvo que admitir que la estrategia había sido efectiva: antes de él, más de uno parecía dispuesto a pedir su cabeza, pero ahora les estaban ofreciendo un nuevo propósito y un enemigo común.
-¿A qué te refieres con "los que quieran ayudar"? -preguntó Afrodita- ¿Acaso sugieres que es voluntario?.
La mirada de la mujer se clavó en su rostro antes de responder.
-Lo es. Aquellos que quieran abandonar el Santuario podrán hacerlo, e incluso si alguien quisiera empezar su vida desde cero, estaríamos dispuestos a borrarle la memoria.
Las exclamaciones recorrieron la sala.
-¿Qué? - preguntó Aioria.
-Imposible -susurró Aldebarán.
-Señora, esto jamás se había hecho en el santuario -intercedió Dohko, con voz alta y clara.
Sera no titubeó al responder.
-Tampoco nos habíamos encontrado jamás en esta situación. Si vais a tener una segunda oportunidad, voy a hacer todo lo posible porque sea justa.
Una segunda oportunidad para vivir, aunque fuera de la más extraña de las formas. Y al alcance de su mano, la libertad.
La pregunta era, ¿qué estaban dispuestos a hacer con ella?
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* Geras, Keto (o Ceto) y Aristeo eran dioses menores de la vejez, los monstruos marinos y la agricultura y apicultura respectivamente.
Hola, si has leído hasta aquí, quiero darte las gracias :)
Soy consciente de que estos capítulos introductorios pueden haber sido algo lentos, pero por fortuna ahora que el contexto está aclarado en breve la cosa comenzará a animarse.
Tengo que decir que no tengo nada en contra de Máscara de la Muerte ni Afrodita, ni tengo intención de que sean las villanos de esta historia. Simplemente, todos los dorados tienen un camino que recorrer y cada uno va a empezar en un punto distinto. Dadles tiempo.
Por otro lado, teniendo en cuenta que la historia original se ambienta en los años ochenta y que en el santuario nunca ha habido mujeres entre los santos de oro, veo normal que a más de uno eso le tome de sorpresa. Algunos lo van a gestionar mejor que otros, pero eso no quiere decir que sea mi plan vilificar a los santos dorados como machistas irredimibles. Solo significa que son seres humanos, haciendo las cosas lo mejor que pueden.
¡Hasta la próxima!
