¡Hola de nuevo!
Este capítulo ha sido tan largo de escribir que he terminado partiéndolo a la mitad. Probablemente publique en breve la segunda parte.
Muchas gracias a La Dama de las Estrellas por los ánimos y a todos los lectores silenciosos que están siguiendo la historia. Espero que os guste.
Capítulo 3: Dos bestias
Cuando Kanon y él eran pequeños en ocasiones solían escaparse a la playa en Rodorio, donde jugaban, entre otras muchas cosas, a competir por ver quién podía contener más tiempo la respiración bajo el agua. La reunión había sido tan tortuosamente asfixiante como aquellos últimos instantes sumergido en los que sus pulmones gritaban por oxígeno, mientras contaba los segundos que quedaban por superar a su hermano.
El momento en el cuál había considerado seguro retirarse, no había esperado para darse la vuelta y volver por la misma puerta por la que había entrado.
Kanon no estaba. Aioros tampoco.
La presión que se había instalado en su pecho, se acrecentó. Por Athena, ¿de qué servía una segunda oportunidad sin ellos? Los dioses sabían que Saga no había hecho nada para merecerla. La mirada acusadora de Aioria no había hecho más que recordárselo.
Necesitaba salir y poder coger aire. Ya.
La sensación de la palma de una mano sobre su biceps lo devolvió a la realidad.
-¿Estás bien? -Shura preguntó discretamente, procurando no alzar la voz para no llamar la atención de Ángelo y Afrodita, que se habían retirado junto a ellos, ni de los nuevos caballeros de Leo y Capricornio, que los habían seguido.
Tras la expresión de culpa del español, Saga pudo distinguir una preocupación genuina. Su estómago se retorció ¡Él era el causante de los problemas de Shura, maldita sea! Sabía bien que la mortificación de su compañero tenía unas raíces similares a las suyas: la ausencia de Aioros de Sagitario. Si no fuera porque él le había ordenado matarlo, Shura no estaría pasando por nada de eso. Sin embargo, en lugar de recriminarselo, se preocupaba por él.
A su la lado, Camus se acercó con una expresión de cautela similar.
-Quizás podríamos buscar un lugar más tranquilo -aportó.
Saga se obligó a sí mismo a tomar aire lentamente. En la reunión habían mencionado que podrían instalarse temporalmente en los templos que quedaban en pie o en alguna de las habitaciones que quedaban habitables en el templo principal.
Saga conocía esas habitaciones. Las había recorrido cuando era un hombre diferente, bajo una túnica elegante y una máscara que ocultaba su rostro, con un cuerpo que debería haber sido suyo pero que caminaba los pasos de otro ser...
-El templo principal no es una opción -dijo con firmeza, al tiempo que intentaba apartar los recuerdos y reprimir la sensación de náusea en el estómago. Alarmado, se dio cuenta de que sus manos estaban temblando y apretó los puños con fuerza.
Shura y Camus asintieron, sin hacer amago de intentar cuestionarlo.
-En ese caso, ¿crees que el templo de Capricornio siga en pie? Por Athena, se me olvidó preguntarlo... -el hecho de que Shura no dudara en ofrecerse a compartir su templo inmediatamente fue un acto de generosidad que conmovió a Saga. Sin embargo, existía un pequeño problema.
-Esto... -comenzó la amazona de Capricornio, que hasta entonces se había mantenido educadamente al margen. Tras los ojos generalmente serios de la mujer, Saga pudo apreciar el atisbo de un cortocircuito- Uhm -finalizó elocuentemente.
-Creo que lo que la amazona intenta aportar -intervino Camus- es que el templo de Capricornio ahora mismo está ocupado.
Los ojos de Shura se abrieron de par en par.
-Oh. Claro, no era mi intención autoinvitarme. No había, esto... -Evidentemente, Shura había estado tan sumido en su propia culpa y posteriormente, en su preocupación por Saga, que había fallado a la hora de relacionar que la nueva amazona de Capricornio ahora vivía en lo que él siempre había considerado que era su casa- no había pensado que... -tartamudeó.
Ambos caballeros de Capricornio se miraron en un silencio incómodo, acentuado por sus miradas mortificadas. Al parecer, la falta de dotes de comunicación era un rasgo que se heredaba junto con la armadura y quizás en otro contexto, Saga lo hubiera encontrado divertido.
-No pasa nada -aseveró torpemente la mujer, alzando su mano en un gesto conciliador. Varios metros más lejos, el nuevo caballero de Leo soltó una risita que intentó disimular malamente con una tos cuando su compañera le lanzó una mirada asesina.
- Si no es mucha molestia, los tres ocuparemos el templo de Acuario. ¿Sigue siendo habitable? -internamente, Saga agradeció a los dioses que Camus no hubiera perdido su capacidad para mantener la calma ni sus dotes diplomáticas. El hecho de que él tampoco tuviera dudas en ofrecerse compartir su templo no se le pasó desapercibido, y la gratitud invadió su pecho apartando temporalmente la presión que lo estaba acosando.
La amazona asintió.
- Oh, vamos Shura. No tienes que disculparte por pedir acceso a lo que por derecho es tuyo -las miradas se desviaron hacia el caballero de Cáncer, quien apoyado contra una columna cercana esbozaba una sonrisa desagradable. Saga apretó los dientes, a sabiendas de que lo que fuera a decir Ángelo no iba a ser grato. "Justo cuando parecía que podía respirar tranquilo" pensó para sí. Shura se revolvió incómodo.
-¿Necesita algo, caballero? - preguntó la mujer, que había vuelto a su usual seriedad inmediatamente.
-Corta el rollo, bonita. Da igual lo bien que te siente, la armadura que llevas no es tuya, ni tampoco el templo. No sé cómo es que la orden de Athena ha llegado a este punto, pero tampoco me importa. Para mi una mujer no es un auténtico caballero de oro, y no te pienso tratar como tal -la voz de Ángelo era ponzoñoza, e impregnó el aire de la habitación con su veneno. Saga se encontró a sí mismo mirando al caballero de cáncer con incredulidad, y se sorprendió al ver que incluso Afrodita observaba a su amigo con mala cara. Shura, por su parte, había desviado la vista y no parecía querer tener nada que ver con las palabras del caballero de Cáncer.
La amazona de Capricornio posó brevemente su vista sobre Deathmask. Sus ojos grises eran un telón de acero inexcrutable, su cara no denotaba más que un ligero aburrimiento.
-En ese caso, menos mal que no necesito tu opinión ni tu permiso. Mientras Athena me lo permita, seguiré portando mi armadura y haciendo mi trabajo -respondió, tras lo cuál retomó su atención en Saga, Camus y Shura, ignorando completamente al caballero de Cáncer. Saga reprimió un bufido frustrado. Tenía suficientes problemas como para que además Ángelo se dedicara a crear tensiones innecesarias. Al menos Capricornio no se había dejado arrastrar, pero quizás la próxima vez no tendrían tanta suerte. Sin embargo, no había tenido tiempo de relajarse cuando por el rabillo del ojo vio algo que lo hizo tragar saliva. Si bien todavía no tenía conexión con su cosmos, no le hacía falta para ver el aura que rodeaba al caballero de Leo, quien había elevado el suyo hasta hacerlo claramente visible.
-Escucha una cosa, mierdecilla -en el rostro del caballero de Leo había desaparecido todo rastro de diversión y ahora miraba a Ángelo con una sonrisa amenazante-. Puede que Rhea sea demasiado honorable para decirte esto, ¿pero yo? Yo soy un capullo -su sonrisa se amplió aún más, pero su único ojo transmitía otra cosa muy distinta-. Sé quién eres. Todos vosotros pasasteis a la historia, ¿y tú? Tú eres el imbécil al que le abandonó su propia armadura y que fue derrotado por un caballero de bronce. Rhea es una superviviente de la Guerra Santa. Así que cierra la boca, porque si acaso, deberías estar besando el puto suelo por donde pisa -gruñó.
-Jericho. Suficiente -el discurso fue interrumpido por la amazona de Capricornio con un ladrido cortante.
"Todos vosotros pasasteis a la historia" Las palabras se hundieron en su estómago y la aprehensión que había estado sintiendo antes, regresó para asentarse junto a ellas. Otro recordatorio de que ni siquiera en otro tiempo, Saga podría escapar de sus acciones. Sin embargo, venirse abajo era un lujo que no podía permitirse, no cuando la situación en la que estaban era tan frágil.
-Estoy de acuerdo con que ya es suficiente. Nos encontramos en el templo principal de Atenea, ¿y lo profanamos insultándonos como chiquillos? - pronunció con voz gélida. Todas las miradas se centraron en él, excepto Angelo, quien desvió la vista al suelo y el caballero de Leo, que tuvo la decencia de parecer medianamente avergonzado- Todos somos caballeros dorados, y es nuestro deber estar a la altura de las circunstancias. Las faltas de respeto y las puyas infantiles no tienen cabida aquí.
El silencio inundó la sala. Saga se volvió hacia la amazona de Capricornio. Si pasaba un sólo minuto más en aquel lugar, iba a matar a alguien, o quizás a sí mismo otra vez. Probablemente, incluso ambas.
-¿Habíamos quedado en que podríamos mudarnos al templo de Acuario? -Esta asintió.
-Por supuesto, aunque antes tendremos que ayudaros a adecentarlo. No tardaremos mucho.
-¿Y el templo de Piscis? -Saga se giró con irritación, pero esta vez para variar las palabras de Afrodita carecían de segundas intenciones.
-La entrada está dañada y hubo un derrumbe en la parte externa, pero las estancias privadas parecen estar intactas. Le pediré al caballero de Géminis que os acompañe a revisarlo y si resultan ser habitables, él os ayudará a acomodaros.
Ante la mención del nuevo caballero de Géminis, una expresión de incomodidad atravesó fugazmante los ojos de Ángelo y Afrodita. Por Athena, ¿con cuántos caballeros se las habían arreglado ese par para buscar problemas en tan breve tiempo?
-¿Sería posible trasladarnos de inmediato? -Camus parecía haber sentido su incomodidad. O quizás, tenía tantas ganas como él de abandonar aquella atmósfera cargada.
-No será ningún problema.
Internamente, Saga suspiró aliviado. Nada deseaba más que tener un momento de paz lejos del templo principal. Lo dioses sabían que lo necesitaba.
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En el mismo momento que Zeki de Géminis salió por la puerta del templo de Piscis, Ángelo estaba quejándose de la situación.
-¿Has escuchado lo que dijo ese maldito bastardo? Te lo juro, Dita, si no fuera porque ahora mismo no tenemos nuestros cosmos, le habría partido la cara al muy desgraciado -dijo, y sus puños temblaban a causa de la ira.
Cualquiera que fuera la respuesta que esperaba, no fue la mirada furibunda que le dirigió su amigo.
-¿Se puede saber dónde narices tienes la cabeza? -estalló el sueco.
-¿Dita? -el italiano parpadeó.
-¿Qué se supone que estás tratando de conseguir?¿Que nos maten? Por si no te acuerdas, ahora mismo ellos tienen armaduras doradas y su cosmos. Nosotros no tenemosnada ¿Quieres dejar de buscar peleas que no podemos ganar? -las mejillas del sueco estaban rojas y su bello rostro se había contraído por la ira.
-Afrodita, en serio, estás sobrerreaccionando. No ha pasado nada -Ángelo agitó la mano, quitándole importancia, pero Afrodita no estaba por la labor de dejarlo pasar.
-¿Y se puede saber a qué ha venido ese comentario? ¿Cómo puedes ser tan... tan retrógrado? -finalizó, inyectando en veneno cada una de sus palabras.
-¿Eh? ¿Acaso a ti también te ha molestado? -Ángelo estaba genuinamente confuso.
-Creía que tú serías el último en juzgar a la gente por su apariencia, Ángelo -al escuchar sus palabras, las facciones del italiano se suavizaron inmediatamente.
-Vamos, Dita, no es lo mismo. Lo tuyo no tiene nada que ver. No se trata de apariencia, se trata de que si no han habido amazonas entre los dorados en más de dos milenios, por algo será. No se lo merecen. Tú te has ganado tu puesto de sobra -respondió, intentando apaciguarlo.
Afrodita frunció el ceño. Él era el primero que sabía lo que suponía que la gente asumiera constantemente que eras débil y que te juzgara por algo que no podías evitar. Los años que había pasado en el santuario no había sido ajeno a los comentarios que hacía la gente a sus espaldas -porque nadie era lo suficientemente suicida como para decírselo a la cara- a causa de su aspecto y su forma de ser.
-No vamos a discutir por esta chorrada y menos ahora. En medio de esta locura, sólo podemos contar el uno en el otro y lo sabes -prosiguió Ángelo. Y lo peor era que Afrodita sabía que tenía razón. Nadie entre sus compañeros se iba a preocupar por ellos; ni siquiera Saga, Shura o Camus, en quien había puesto sus esperanzas. Estaban solos. Afrodita se mordió el labio.
-Vale -concedió, conocedor de que su amigo había ganado-. Tienes razón.
Ángelo sonrió. De normal, la sonrisa de Ángelo traía consigo una chispa de malicia. La sonrisa sincera del caballero era una que probablemente sólo conocía él.
-¿Qué vamos a hacer ahora? -preguntó, y fue una muestra de confianza absoluta en el italiano que Afrodita dejara ver en su voz la vulnerabilidad que estaba sintiendo.
-Es obvio, ¿no? Las armaduras de Cáncer y Piscis no tienen dueño. Si los dioses están palmando, esta gente va a necesitar ayuda y no van sobrados de candidatos precisamente. Volvemos a ser caballeros, como hemos sido siempre-respondió sin dudarlo. Afrodita no pudo evitar envidiarlo.
-Has... ¿has pensado en lo que dijo la mujer? La Matriarca -aclaró, y la palabra se le hizo extraña en la boca, aunque no de una forma negativa. Ángelo en cambio, puso mala cara al escucharla.
-¿A qué te refieres? Se dijeron muchas cosas en la puñetera reunión -Afrodita bufó para sus adentros. Ángelo iba a obligarlo a decirlo en voz alta, ¿verdad?
-¿No te planteas empezar de nuevo? Sabes perfectamente que tanto tú como yo hemos cometido muchos errores ¿No hay... cosas que querrías olvidar? -Y ahí estaba, se había arrancado la tirita del tirón.
-¿Lo dices en serio? -Ángelo negó con la cabeza y cruzó las brazos sobre su pecho- Es posible que haya cometido muchas cagadas, pero esta vida, este camino... todo esto me hace ser yo. Si me borraran la memoria, no sería Ángelo, ni sería Máscara de la Muerte, el caballero de Cáncer. Sería un pobre diablo que ni siquiera sabría quién es en verdad. No voy a decir que no me arrepienta de muchas de las cosas que he hecho, pero no por eso voy a tratar de borrarlas, Dita. Tenemos que seguir adelante, nos guste o no -finalizó, clavando la mirada en su amigo.
Afrodita tragó saliva. Realmente quería creerle.
-Está bien -concedió. Aunque había una parte de sí que no se sentía totalmente seguro, luchó con todas sus fuerzas para intentar dejarla de lado.
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Al final, instalarse en Acuario fue bastante más tedioso de lo que habría cabido esperar. Hubo que revisar el templo en busca de los enseres personales del antiguo caballero, comprobar que la infraestructura no tuviera daños que hubieran pasado desapercibidos y habilitar el templo con camas para todos. Cuando terminaron, la amazona se retiró educadamente, asegurando que en breve volvería junto con alguno de sus compañeros en caso de que encontraran más trastos que no fueran a necesitar. Shura no se sorprendió cuando Saga se excusó en el momento en el que estuvieron solos, pero sí cuando, antes de desaparecer en su habitación, hizo gala de un extraño momento de vulnerabilidad.
-¿Por qué habéis hecho todo esto por mi? -preguntó con una expresión que Shura no supo cómo interpretar, haciendo un gesto con el brazo indicando hacia el templo de Acuario. Ante aquello, él simplemente le había mirado.
-Saga, estuviste con nosotros en el peor momento de nuestras vidas. Sé que hablo por los dos cuando digo que eso cuenta para algo -le respondió simplemente. Por un momento, Saga pareció inusualmente turbado, pero luego retomó su semblante serio antes de desaparecer en su estancia.
-Dioses -Shura exhaló.
-Bueno. Está claro que esa reunión ha sido algo -asintió Camus.
-¿Algo? Estamos de vuelta por el capricho de un Dios. Esto es peor de lo que podría haber imaginado - musitó Shura amargamente. Y pesar de ello, lo peor de todo había sido la mirada de Aioria. Shura estaba seguro de que si no fuera porque estaban rodeados de gente, el León se le habría tirado encima. Y lo habría tenido bien merecido.
Camus asintió en silencio.
-Si me disculpas, creo que yo también preferiría tener un momento a solas. Querría adecentar mi estancia y además, necesito procesar todo esto.
Cuando el francés se hubo marchado, Shura no tuvo más remedio que quedarse en el salón sentado a a solas con sus pensamientos. Si algo había marcado su vuelta a la vida era un terrible sentimiento de vergüenza. Vergüenza por sus acciones en la guerra contra Hades, vergüenza por la traición que había cometido contra el que era su mejor amigo, vergüenza por el hombre que había sido en vida.
La mayor parte de su vida había sido una mentira. No sólo eso, tendría que lidiar con el conocimiento de que le había destrozado la vida a dos personas y que su actuación había ayudado a condenar al santuario a una era de oscuridad que podría haber evitado simplemente de escuchar a Aioros. ¿Cómo se suponía que debía mirar a la cara a sus compañeros después de aquello? Mortificado, enterró el rostro entre sus brazos, rezando una silenciosa plegaria a Athena en busca de consejo, porque el español no tenía ni idea de qué iba a hacer con su nueva vida.
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Para Milo, el resto del día tras la reunión pasó en una especie de neblina. Todos habían estado demasiado anonadados por lo sucedido, intentando procesar la nueva información. Por eso al día siguiente, mientras desayunaban, Milo había dejado saber a sus compañeros su opinión sobre el asunto: la más absoluta confusión.
-Es que no me lo puedo creer -había dicho por enésima vez al tiempo que se metía en la boca una generosa cucharada de leche con cereales que habían encontrado en la alacena.
La información que habían recibido condensada en apenas una hora había sido demasiado. Y luego estaba el asunto de reencontrarse con el resto de sus compañeros. Ver a Saga había sido una cuchillada en el estómago. Después de lo sucedido en la guerra contra Hades, Milo no sabía si quería darle un abrazo y pedirle perdón, o sujetarlo de los hombros y sacudirlo exigiendo explicaciones por todo lo sucedido en el santuario durante su vida. Y luego estaba Camus, que ni siquiera se había dignado a mirarle. El cuchillo se hundió y retorció sin piedad en su vientre. Milo había esperado con creces el momento de encontrarse con su amigo, pero este no parecía sentir lo mismo. ¿Estaría enfadado porque Milo hubiera dudado de él cuando fue resucitado por Hades? Si era así, tendría que disculparse de inmediato, suplicaría si hacía falta -por mucho que odiara la idea. Ahora que tenía una segunda oportunidad, haría lo que hiciera falta para recuperar a su mejor amigo. La idea de perderlo una segunda vez era insoportable, y más si resultaba ser por su propia culpa.
-Yo tampoco -las miradas se dirigieron hacia Dohko, que hasta entonces había estado lavando los platos en un malhumorado silencio- ¿Renunciar a ser santos? ¿Borrarnos la memoria? -el chino negó con la cabeza mientras colocaba una taza sobre el escurridor- No está bien.
-Oh -de todo lo que habían escuchado, eso era lo que menos había impactado a Milo-. Pero eso da igual, ¿no? Quiero decir, nadie va a escoger esa opción -dijo, como si fuera una obviedad.
El chino se encogió de hombros mientras secaba el último plato con un paño.
- Te sorprenderían las cosas que son capaces de hacer algunos de nuestros compañeros -musitó Aioria, que se había hundido en su silla. Apenas había comido nada.
Milo tragó saliva. Estaba bastante seguro de que el único motivo por el que el caballero de Leo no había agredido físicamente a Saga ni a Shura durante la reunión era porque habría tenido que hacerlo delante de todo el mundo y, por fortuna, a la salida habían tomado caminos opuestos. Sin embargo, no había forma de saber cuánto duraría esa frágil paz.
-De todos modos, ¿qué más da? Estamos vivos por puro capricho de un dios. Por todo lo que sabemos, Hades puede estar ahora mismo carcajeándose en el inframundo. No hay un motivo para que estemos aquí -dijo, jugueteando con la última de las bolitas de chocolate.
Y era verdad. De sólo pensarlo, podía sentir la ansiedad existencial invadiéndole, un sentimiento con el que no estaba familiarizado. Decidió apartar de su mente el pensamiento cuanto antes.
-Eso da igual. Un caballero dorado es siempre un caballero dorado -zanjó Dohko, cruzándose de brazos y apoyando su espalda contra la repisa.
-A mi no me importa por qué estemos aquí si puedo ver a mi hermano -admitió Aioria. Dos pares de ojos se volvieron hacia él. Lo cierto era que ellos también empezaban a sentirse preocupados por la tardanza de Aioros en despertar. Su ausencia había pesado como una losa sobre la reunión, al igual que la de Kanon.
-No te preocupes, seguro que en nada estará entre nosotros -intentó animarle Milo, posando una palma amistosa sobre su espalda. Aioria desvió la mirada, no muy convencido.
-Eso espero. Se supone que debería haber despertado ya.
-Hagamos una cosa, ¿por qué no vamos a dar una vuelta por el santuario? Después de todo, sólo hemos visto varias de las doce casas. Ni siquiera sabemos cómo son los campos de entrenamiento, o cómo ha cambiado Rodorio -dijo incorporándose con energía.
Dohko frunció el ceño. En realidad, era una buena idea. Si iban a quedarse a vivir en el santuario, cuanto antes se adaptaran a este, mejor. Y sobre todo, vendría bien distraer a Aioria de la situación de Aioros. A su lado, Milo le lanzó una sonrisa conocedora.
-Me parece una buena idea. Habrá que ver cómo han cambiado las cosas, muchachos -sonrió Dohko. Aioria abrió la boca para empezar a protestar, pero la cerró cuando Milo y Dohko lo agarraron cada uno de un brazo y tiraron de él levantándolo de la silla.
-Nada de protestas, gato, está terminantemente prohibido quedarse en el templo sintiéndose miserable -zanjó Milo.
Decidieron parar en el templo de Aries para saludar a sus amigos. A pesar de que la distribución del templo seguía siendo la misma, gran parte del mobiliario había cambiado. Ahora, la sala de estar de Aries era una mezcolanza de muebles pertenecientes a distintas épocas y de distintos estilos. Sin embargo, la excéntrica combinación funcionaba, y daba lugar a una habitación vibrante y llena de personalidad. Sobre un enorme sofá blanco, Thalissa y Makoto descansaban recostados, el más joven con la cabeza apoyada sobre los muslos de la mujer. Al verlos entrar, se incorporaron para saludar y en breves momentos Aldebarán se asomó desde la cocina. Al reconocerlos, saludó con una sonrisa cálida.
-¿Qué os trae por aquí? -sonrió Aldebarán.
-Pasábamos a saludar. ¿Qué tal os va a vosotros?
-Supongo que todo lo bien que se puede -respondió Aldebarán encogiéndose de hombros, pero Milo pudo sentir la preocupación del gigante. Después de todo, la información que habían recibido difícilmente habría dejado a nadie indiferente.
A Milo no le sorprendió el silencio reticente de Aioria dado su turbio estado de humor. Lo que sí le pilló por sorpresa fue ver que el antiguo maestro llevaba con el ceño fruncido desde que había entrado. La amazona también pareció darse cuenta, porque se giró hacia él con una sonrisa amable.
-¿Todo bien? Hace un calor horrible, tenemos agua en la cocina si queréis.
Dohko negó en silencio.
-Lo cierto es que ayer con las prisas no tuve tiempo de pensarlo, pero ¿no resulta inapropiado que tres hombres estén conviviendo con una jovencita soltera?
Y ahí estaba. Thalissa le sostuvo la mirada al maestro antes de responder.
-Bueno, la verdad es que ahora mismo no hay muchos más templos disponibles, y ninguno cerca de Tauro -dijo con voz educada pero firme.
-¿Y vuestra Matriarca lo permite? ¿Acaso no le preocupa que lo que la gente pueda pensar? -insistió Dohko con tono reprobador, ignorando las palabras de la chica.
-No pensé que mi presencia en este templo fuera a ser un problema, pero si a alguna de las personas que se están quedando aquí le preocupa lo que puedan decir de él, puede decírmelo y me buscaré otro lugar en el que quedarme -respondió, y Milo no creía estar imaginándose el matiz desafiante detrás de su voz calmada. La joven miró a su alrededor, invitando a que alguien dijera algo. Cuando su mirada se posó en Aldebarán, este se quedó congelado, con una expresión que indicaba que nada le gustaría más que desaparecer de la escena. Como poco, resultaba divertido ver a alguien tan enorme luchar tan desesperadamente por pasar desapercibido. La voz de Makoto interrumpió el silencio.
-¿Esto es en serio? ¿De verdad esto os parece un problema? -preguntó el chico, con voz incrédula, mientras su mirada pasaba de Thalissa a Dohko y luego al resto de los caballeros- Porque Thalissa compartiendo templo con nosotros no es un problema, es una chorrada ¿Sabe lo que es un problema de verdad? Perder un brazo, eso sí que es un problema -zanjó, evidentemente molesto.
El silencio inundó el templo. Dohko se quedó mirando al chico con la boca entrebierta, y su expresión denotaba que claramente no esperaba esa respuesta. "Qué demonios" pensó Milo "probablemente nadie le ha hablado así desde hace más de doscientos años. Y quizás tampoco le venga mal". Obviamente, el maestro no era el único que no se lo esperaba, porque Aldebarán tenía los ojos como platos e incluso Aioria, que había mantenido una desinteresada actitud taciturna durante toda la conversación, parecía incrédulo.
-Entiendo que quieras defender a la jovencita, dada vuestra relación -intentó argumentar Dohko, luchando por recuperar la compostura, pero fue cortado en seguida por Thalissa.
-No es ese tipo de relación -aclaró con calma.
-Espera, ¿qué tipo de relación? -Makoto miró a los presentes en busca de respuestas, confuso, para luego cambiar a una expresión del más absoluto hastío- !Pero por todos los dioses, si yo soy gay! -estalló.
La mandíbula de Dohko terminó de descolgarse y e incluso Aioria se llevó lentamente una mano al rostro. Antes de que la situación pudiera seguir escalando, Milo intervino.
-Con su permiso, Maestro, el chico tiene razón ¿A quién le importa? Nos hemos despertado ochenta y seis años en el futuro por un capricho de Hades, los dioses están muriendo, ha habido una guerra santa. ¿No le parece que este es el último de nuestros problemas?
-En realidad es verdad -musitó Aioria, casi para sus adentros.
Dohko abrió y cerró la boca, se encogió de hombros y suspiró.
-¿Sabéis qué? Tenéis razón. Estoy chocho, no me hagáis caso. A veces uno se olvida de que en más de doscientos años las cosas cambian. Aunque con todo este jaleo supongo que ya son más de trescientos, qué sé yo -dijo, deshinchándose. Había algo extremadamente cómico en escuchar a un joven de dieciocho años decir eso y Milo no puedo contenerse.
-Vaya Maestro, jamás pensé que iba a escucharle admitir que chochea -bromeó. Funcionó como un hechizo: la tensión en la habitación desapareció en seguida. Casi valió la pena el codazo que Dohko le pegó en las costillas, dejándolo sin aire.
-Es muy impactante ver cómo sus compañeros llaman a alguien tan joven Maestro -sonrió Makoto, evidentemente más relajado- ¿cuántos años exactamente tenía usted exactamente?
-Doscientos sesenta y uno, ni más ni menos -respondió Dohko devolviéndole la sonrisa.
-¿Y vosotros? -preguntó Milo con curiosidad.
-Yo tengo veintitrés, y Mako veintiuno. Él era uno de los más jóvenes de nuestra generación, y el más joven de los que quedamos -añadió Thalissa afectuosamente, mientras su amigo rodaba los ojos.
-Y nunca pararéis de recordarmelo -suspiró.
-¡Entonces no nos llevamos casi nada! Yo tengo veinticuatro -sonrió Milo. Era sencillo llevarse bien con los nuevos caballeros- Aldebarán, Aioria y Mu, también.
-Hablando de Mu, ¿dónde está? -la voz de Aioria le sorprendió y Milo arrugó el entrecejo.
-Oh, está en el taller, quería aprovechar para ir organizando las cosas a su gusto -aclaró Makoto. A sus espaldas Aldebarán bufó, claramente molesto, pero no añadió nada más.
-¿Hay algún problema con Mu? -preguntó Dohko, preocupado. Aldebarán gruñó.
-Está pensándose volver a Jamir -admitió, tras una pausa.
-¿Qué?
-¿Por qué? -preguntaron Milo y Aioria, casi a la vez. Dohko frunció el ceño.
-No puede ser -dijo con gravedad.
-Eso le he dicho yo, pero no ha querido razonar conmigo -respondió Aldebarán, resignado.
Había algo en el tono de Aldebarán y Dohko que implicaba que sabían algo que ellos no. Aún así, Aioria no se pudo contener.
-Maestro, tiene que dejarnos hablar con él. Irse sólo a Jamir sin motivo alguno es una completa locura -Aldebarán se encogió de hombros.
-Ahora mismo, se ha atrincherado en la herrería y no va a haber quién lo saque.
-Mejor darle un par de días para ver si cambia de idea. Si no, tendremos que hablar con él -acuñó Dohko con el ceño fruncido.
Milo tragó saliva. La pesadez había vuelto a caer sobre el ambiente, y la magia y el compañerismo que habían flotado apenas instantes antes, se había desvanecido tan rápido como vino.
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-¿Sabes? Estaba casi seguro de que Aries y Tauro están liados -comentó Milo casualmente mientras bajaban por la escalinata de Aries. Aioria se volvió hacia él con una expresión de abyecto horror plasmada en la cara.
-Milo, por todos los dioses, ni se te ocurra volver a decir algo así. Sé que te refieres a los nuevos, pero mi cerebro todavía no ha registrado el cambio. No quiero tener esa imagen mental de nuestros compañeros.
Milo sonrió con la expresión de un niño que ha descubierto un juguete nuevo, o en su caso, un arma nueva con la que torturar a su amigo.
-¿En serio?¿Entonces no puedo preguntarte si te tirarías a Tauro? -preguntó con falsa inocencia.
-¡Milo! -la cara de dolor de Aioria le confirmó que había triunfado en su intención de conjurar en su mente el rostro de Aldebarán.
-Oye, es una chica muy guapa -rió.
En las afueras, el contorno de un gran edificio que antes no existía se dibujaba a lo lejos pasado el coliseo, pero al margen de eso todo parecía igual. Los terrenos de entrenamiento y el campamento de los santos de plata no parecían haber cambiado demasiado, quitando los daños recibidos durante la guerra. Sin embargo, al no haber ni un alma, se veían extrañamente desolados. El campamento de las amazonas era una historia diferente.
Si bien por fuera parecía prácticamente idéntico al lugar hostil que Aioria, Dohko y Milo habían conocido, era imposible ignorar el hervidero de actividad que parecía rodear al lugar. Aunque su número se había visto mermado debido a las que habían caído en batalla, quienes quedaban estaban montando suficiente escándalo para compensar por ello. El olor del humo se escapaba del campamento y Milo, antes de que Dohko pudiera recriminarselo, ya había decidido seguirlo.
Cuando llegaron a la entrada, se sorprendieron al ver no sólo a amazonas y aprendizas, sino también a santos de plata y bronce, varios guardias e incluso unas jovencitas con túnica que parecían ser sanadoras o doncellas. Antes de que Dohko alcanzara a reprender a Milo por haberse adelantado sin esperar a los demás, este ya se había animado a hablar con una adolescente con pinta de aprendiza que estaba saliendo del campamento.
-¿Pasa algo hoy o es habitual que haya tanto jaleo? -si a la chica le sorprendió que un hombre desconocido le preguntara, no lo demostró
- ¿Es que no te has enterado? Hoy sacaron a Esha del hospital. Estamos organizando una fiesta para celebrarlo esta noche, antes de que se vuelva a ir el grupo de Niccolo y sus exploradores -respondió con entusiasmo juvenil.
Una fiesta. En el campamento de las amazonas. Eran dos conceptos que no parecían encajar, o al menos, que no lo habían hecho en el mundo que había conocido Milo. A excepción de sus fantasías adolescentes más imaginativas, claro. El tiempo parecía haber cambiado bastantes cosas en el santuario.
-Una fiesta -repitió, procesando la información.
-Sí, claro, ¿es que no piensas entrar?
-¿Entrar?
-¿Vas a repetir todo lo que digo?
Anonadado, Milo negó con la cabeza. Definitivamente esa era una oportunidad que no podía dejar pasar.
El interior del campamento era casi idéntico a cómo lo recordaban. En el ambiente reinaba el salvajismo y la anarquía que todos habían llegado a relacionar con las amazonas, pero de alguna forma, era como mirar a la otra cara de la moneda. La hostilidad y frialdad que invadían el sitio antiguamente habían desaparecido y el caos que reinaba en el interior era, en cierta forma, un caos relativamente amigable. Varias jovencitas estaban encendiendo una hoguera, una amazona y un enorme caballero de plata se encargaban de colocar las mesas y con la ayuda de varios guardias, estaban apilando ingentes cantidades de comida que parecían haber ido trayendo de distintos lados. A su alrededor, los gritos y las risas invadían el aire.
-¿Qué haces aquí, rubito? No te había visto antes. No te habrás colado, ¿verdad? -una jovencita de cabello platino rizado preguntó con un ronroneo. Al contrario que el resto de amazonas, ella sí llevaba una elegante máscara plateada. A su lado una doncella -o quizás una sanadora- de larga túnica blanca rió, y Milo se dio cuenta de que iban cogidas de la mano. Antes de poder responder, se había formado un pequeño corrillo de amazonas a su alrededor, de una forma no muy diferente a un grupo de tiburones rodeando a una presa sangrante.
-¿No puedo simplemente unirme a celebrar los festejos? Me han dicho que podía entrar -sonrió, y rezó para sus adentros por que fuera una respuesta aceptable. A su alrededor, los cuchicheos aumentaron su volumen.
-Puedes unirte sí, pero a medianoche tendrás que largarte, igual que todo aquel que no pertenezca al campamento. Lo que pasa después es sólo para amazonas -respondió la chica, y aunque su voz sonaba como el caramelo al derramarse, había algo en su tono que si bien no podía ser llamado amenazante, se acercaba muchísimo.
-No pensábamos quedarnos, tranquila -interrumpió Dohko, al tiempo que lanzaba un pisotón poco amigable a Milo y lo tomaba del brazo para llevarselo arrastras de allí. Definitivamente, se estaba acostumbrando demasiado a tomarse ese tipo de confianzas, pensó el escorpión para sí.
-Por los dioses Aioria, todo esto parece sacado de un sueño erótico del Milo de quince años. No quiero ni imaginarme qué pasará cuando empiece su "evento privado"... o sí, de hecho sí que quiero. Tengo muchas fantasías y no dejaré que nadie me las rompa -bromeó en voz baja en cuanto estuvo seguro de que no podría ser escuchado por el corrillo de depredadoras. Cuando se dio la vuelta, el griego parecía haber visto un fantasma- ¿Aioria?
Este simplemente se giró sobre sus talones y cruzó a zancadas el trayecto hacia la salida del campamento. Milo corrió detrás de él.
-¡Aioria! ¿Se puede saber qué narices te pasa?
-Milo, déjame solo.
-¿Cómo? -Si algo no se esperaba, era la acidez en las palabras de su amigo. Milo parpadeó, confuso- ¿Se te han contagiado los remilgos del Maestro? ¿O simplemente te molesta no poder quedarte a la fiesta?
-Para ti todo se reduce a eso, ¿no? A chicas con las que ligar y fiestas.
-¿Por qué no? -Milo parpadeó. Sentía que había algo que se le estaba pasando, pero no alcanzaba a ubicar el qué. Aioria apretó los puños.
-¿Se te ha ocurrido pensar -dijo entre dientes- que quizás algunos teníamos gente en ese campamento a la que ya no vamos a volver a ver?
La comprensión brilló en su cerebro. "Mierda", pensó. Desesperado, buscó algo que decir para animar a su amigo. Probablemente fuera porque esos últimos días de tormenta emocional lo habían dejado exhausto, pero Milo cometió una estupidez:
-Bueno, míralo por el lado positivo. Si un clavo saca a otro clavo, seguro que encuentras candidatas de sobra que estén interesadas en tu aguja -bromeó, desesperado por quitarle hierro al asunto. Se dio cuenta de su error el mismo momento en el que las palabras abandonaron su boca, pero el daño ya estaba hecho.
Las manos de Aioria salieron disparadas hacia el cuello de su camisa.
-¿Eso es todo lo que crees que era ella para mi? ¿Una... una cara bonita? ¿Alguien con quien acostarme? -gritó, tirando de la tela.
Milo alzó las manos tratando de aflojar el agarre. Entonces cometió la segunda estupidez.
Hay gente que, cuando se ve presa de los nervios, responderá irremediablemente de la forma más inapropiada posible aún sin pretenderlo. Milo pertenecía, indudablemente, a ese selecto grupo de personas.
-Bueno, la cara tampoco creo que llegaras a vérsela mucho -balbuceó. Cuando el puño de Aioria impactó contra su mandíbula, no se sorprendió en lo más mínimo.
-¡Aioria! -resonó la voz de Dohko en sus oídos desde la lejanía.
-Déjelo, maestro. Ha sido culpa mía -resolló, mientras se masajeba el rostro con la mano. La figura de Aioria se perdió entre los árboles del bosque cercano.
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El desayuno en el templo de Acuario había sido extrañamente incómodo. Si bien Saga apreciaba lo que Camus y Shura estaban haciendo por él, nada en su vida lo había preparado para la extraña domesticidad que implicaba el compartir piso. Es decir, que jamás se habría imaginado que un día llegaría a la cocina para encontrarse con un Camus en pijama y a Shura con el pelo revuelto de después de levantarse.
Y eso era dejando de lado el desagradable hecho de que la última vez que Saga tuvo un desayuno normal siendo él mismo, tenía dieciocho años. Por primera vez era libre para tomar sus propias decisiones en la vida cotidiana y Saga no tenía ni idea de cómo hacerlo.
Al final, se vistió con lo primero que encontró -pues Rhea había pasado el día anterior a dejarles ropa de entrenamiento, ya que eso era lo que tenían a mano en el santuario- y salió disparado hacia la cocina. Cuando llegó, por un momento, se quedó paralizado al darse cuenta de que ni siquiera tenía una idea de qué le apetecía. ¿Qué cosas le gustaban? Los últimos recuerdos que tenía que estaba seguro de que eran completamente suyos eran de cuando era un adolescente. Al final, decidió servirse una taza de café idéntica a la que se habían puesto Shura y Camus y la bebida le supo amarga.
Era casi mediodía cuando escuchó a alguien llamando a la puerta de las estancias privadas de Acuario. A pesar de que a lo largo del día varios guardias y mensajeros habían atravesado al templo, ninguno se había atrevido a acercarse siquiera a su área personal. Extrañado, se acercó a abrir la puerta con la tensión presionando su estómago, pues no imaginaba quién podía querer hablar con ello, y menos sus antiguos compañ embargo, Shura se le adelantó y su sorpresa se acrecentó cuando se encontró con el nuevo caballero de Leo recostado contra el portal, con su molesta sonrisa ladeada esculpida en el rostro.
-¿Puedo ayudaros en algo? -preguntó Shura.
-Nah, en realidad era yo el que el que venía a haceros una oferta -respondió el hombre con voz casual, y su mirada tomó un cariz divertido al ver la expresión de confusión de Shura.
-En ese caso, podríais decirlo directamente -replicó Saga, sin molestarse en impedir que su molestia se filtrara en su voz. No estaba de humor para lidiar con sandeces.
-Vale, comprendo que la escenita de ayer no ha sido mi mejor momento -respondió el hombre alzando las manos en gesto conciliador-. Pero como vamos a ser vecinos y me gustaría empezar con buen pie, si queréis, podéis pasaros mañana a la tarde por Capricornio a tomar algo. Hay una botella de vino que se está muriendo de ganas de ser estrenada.
-¿Así que tú estás viviendo en Capricornio? -preguntó Camus. Saga no se sorprendió cuando el francés llegó a la entrada.
-Yep. No sé si lo habéis visto, pero el templo de Leo es un cráter, así que Rhea me ha hecho un huequecito.
Shura frunció el ceño.
-Hay bastantes templos desocupados. -Jericho se giró hacia él.
-Ya, bueno. Como comprenderás, la idea de quedarme a dormir en las casas de mis amigos muertos no es que me haga salir corriendo a saltar de alegría -respondió el hombre lentamente, pero no había acritud en su rostro. El español estuvo apunto de atragantarse con su propia saliva.
-Gracias por la invitación, pensaremos en ello -aportó Camus.
-No pido más. Aunque creo que deberíais pasaros. A fin de cuentas -su mirada se centró en Shura- ¿no sientes ni un poquito de curiosidad por conocer a la persona que lleva ahora tu armadura? Tu heredera y todo eso.
Saga le sostuvo la mirada mientras el hombre se despedía, inseguro acerca de qué responder. Según el caballero de Leo se hubo retirado, Shura se dio la vuelta para mirar a sus compañeros.
-Bueno. ¿Y ahora qué hacemos?
Saga se preciaba de ser un hombre lógico. Por eso, aunque lo cierto era que la idea de tener que relacionarse con los nuevos caballeros no le resultaba especialmente apasionante, sabía interpretar la oferta de Leo como lo que realmente era: una mano extendida.
-La proposición de Leo es una oferta de paz. Athena sabe que ahora mismo no es que vayamos sobrados de ellas -razonó.
-Además, el templo de Capricornio es, junto a Piscis, el más cercano. Tarde o temprano tendremos que socializar -dijo Camus con amargura. Había algo extrañamente encantador en cómo el francés pronunciaba la palabra "socializar" con el mismo grado de descontento que otras personas reservaban para expresiones como "homicidio múltiple".
-Comprendo -tras una pausa, Shura añadió-. ¿Qué pensáis de ellos?
Saga frunció el ceño. Los únicos con los que había cruzado palabra eran, de hecho, Capricornio y Leo. A Géminis lo había visto brevemente y de hecho había hecho su mejor esfuerzo por evitar prestarle atención. Aries y Tauro eran dos rostros que flotaban entre la maraña de información que le había proporcionado la maldita reunión.
Sin embargo, Camus tenía razón: eventualmente tendrían que integrarse con los nuevos habitantes del santuario. Además, conocerlos mejor les ayudaría a comprender el mundo en el que estaban y la situación actual del santuario.
El rostro serio de la amazona de Capricornio se apareció en su mente.
-Capricornio parece... competente. Capaz -aportó con cuidado-. Leo la describió como honorable. No creo que tengamos ningún problema con ella -Camus asintió, de acuerdo con el análisis.
Shura frunció el ceño. Lo cierto era que, tal y como había dicho Jericho, era importante para él asegurarse de que su armadura había ido a caer en buenas manos. Si bien Capricornio era más alta que otras amazonas, seguía siendo casi un palmo más baja que él y mucho más delgada. En comparación con él parecía pequeña, e incluso casi... frágil.
-¿Y Leo?
-Un bocazas. No tiene ningún tipo de profesionalidad. Pero puede que no sea mal tipo, y al fin y al cabo, ha sobrevivido a una Guerra Santa.
-Nosotros conocimos el primer día a Géminis -dijo Camus, intentando medir sus palabras. Saga no cambió su expresión.
-¿Y?
-Un bastardo -respondió Camus, sorprendiendo a Saga con su franqueza. Las horas que habían pasado con el caballero de Géminis habían sido terriblemente incómodas y la sonrisa sádica y mirada fría del hombre no habían ayudado en absoluto. Aún así, su parecido físico con Saga era inquietante-. Pero sabe lo que hace.
-¿Pasó algo?
Rápidamente, Shura y Camus le explicaron lo que había sucedido cuando ellos despertaron. Saga frunció el ceño.
-Ángelo siempre ha sido el tipo de persona que no respeta a nadie que no sepa a ciencia cierta que es tan fuerte o más que él. A los nuevos no los conoce, y nunca, jamás han habido mujeres entre los caballeros dorados. Va a seguir abriendo la boca hasta que alguien se la parta o lo maten. Y Piscis nunca hace nada por pararle los pies.
-Deberías hablar con él -dijo Camus con una tranquilidad casi enervante.
-Disculpa ¿En qué momento empezó a ser la estupidez de Cáncer responsabilidad mía? -Saga tenía ya suficientes preocupaciones y Ángelo era un hombre adulto. No tenía por qué gestionar los problemas de nadie.
-Tú mismo lo has dicho, él no va a escuchar a nadie que no le haya demostrado su poder. A ti te respeta. Además, lo de ayer ha tenido que herir su orgullo, así que ahora mismo será una bomba de relojería y si no hacemos nada, nos terminará explotando en la cara -explicó Camus sin perder la calma.
A Saga le sorprendió lo acertado del análisis de Camus, aunque bien pensado el francés siempre había sido una persona lógica y meticulosa. Tomó nota de este dato, pues podía serle útil en un futuro.
-Está bien. Hablaré con él, aunque no esperes que sea de inmediato -accedió a regañadientes. Dioses, esperaba que tener que interceder por sus compañeros no empezara a convertirse en una costumbre.
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Después de un largo paseo por el bosque en el que tuvo tiempo de sobra para calmar sus ánimos, Aioria suspiró. En el fondo era consciente de que Milo no había tenido malas intenciones, sino que simplemente había intentado quitarle hierro a la situación a su torpe manera. Pero había un límite de las emociones que Aioria podía llegar a contener y simplemente en ese momento todo había sido demasiado.
La ilusión de poder volver a ver a Aioros, ahogada por la preocupación por el estado del mismo. Reencontrarse con los asesinos de su hermano. Marin.
Marin, a la que nunca le había confesado sus sentimientos y ahora ya nunca podría.
¿Qué se suponía que podía hacer con todo eso? Aioria se sentía perdido.
Antes de darse cuenta, sus pasos lo habían llevado al cementerio. Había más gente de la que cabría esperar, pero claro, teniendo en cuenta lo reciente de la guerra tampoco era del todo inusual. Antes de que pudiera pensarlo dos veces, se adentró.
El cementerio estaba plagado de tumbas nuevas con nombres que Aioria no conocía. Quizás incluso pudiera encontrar algún tipo de memorial dedicado a sus compañeros y él, pero eso le resultaba tan chocante que prefería evitar pensar en ello. ¿Qué se suponía que estaba haciendo? se dijo, después de dar varias vueltas sin rumbo fijo. Pero había una parte de él que lo sabía. Necesitaba una confirmación, una despedida. Finalmente, reunió el valor para acercarse a una mujer que se encontraba colocando unas flores en una tumba cercana.
-Disculpa -empezó, y cuando esta se dio la vuelta se sobresaltó al ver que tenía una máscara plateada ocultando su rostro. Como la mujer llevaba ropas de civil -una camiseta holgada y unos pantalones cortos- no se había esperado que se tratara de una amazona. Una de sus piernas llevaba un vendaje flexible en el tobillo, y lo mismo sucedía con uno de sus hombros. Una larga trenza negra le llegaba casi hasta las caderas.
-¿Necesitas algo? -la voz tras la máscara preguntó serena.
-Esto... pensaba que ya no llevábais máscara -balbuceó torpemente, recordando a la otra joven con la que había hablado Milo en el campamento. La mujer lo observó en silencio por un momento y Aioria tuvo la incómoda sensación de ser juzgado.
-¿No eres de por aquí, no?
-¿Eh? -respondió Aioria, confuso por su respuesta.
-Déjalo, no importa. Yo sí la llevo -un silencio incómodo invadió la conversación. Aioria decidió lanzar la pregunta por la que se había acercado a la amazona.
-¿Sabes algo de Marin de Águila? -dijo. Posiblemente le parecería extraño, ver a un desconocido preguntando por una mujer que había vivido en el santuario hace años. La mujer simplemente se lo quedó mirando.
-Sí -pronunció lentamente- La conocí.
El corazón de Aioria dio un vuelco.
-¿Podrías decirme qué fue de ella?
-Murió hace varios años, me temo. Era ya una anciana -a pesar de que era la respuesta esperada, Aioria tuvo que morderse el labio con fuerza para contener las lágrimas.
-Comprendo. Sabes sí... -gesticuló señalando a su alrededor vagamente, porque las palabras se habían atascado en su garganta- ¿Puedo verla? -preguntó al final. La amazona asintió en silencio.
-Sígueme -dijo simplemente-. De todos modos pensaba pasar por allí.
Aioria la siguió en silencio, zigzagueando entre tumbas. Finalmente la mujer señaló a una lápida que no se distinguía mucho del resto. Al ver el nombre de Marin, no pudo evitar caer de rodillas.
-No diré que mejora. Pero aprendes a vivir con ello -sobresaltado, Aioria se dio la vuelta-. Si quieres hablar más de ella, pregunta por Esha en el campamento de las amazonas. Te dejarán pasar si dices que vienes de mi parte.
La mujer se retiró, dejando a Aioria sólo frente a la lápida. Incapaz de contenerse, las lágrimas cayeron por su rostro.
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En una pequeña habitación de piedra, sentada junto a la cama donde reposaba Aioros de Sagitario, la sanadora suspiró. Lena ya no sabía qué más hacer, pero el hombre parecía no querer despertar.
Su cuerpo no era el problema. Sus latidos eran estables y respiraba con total normalidad. Era su mente la que parecía estar perdida, y ella no conseguía enseñarle el camino de vuelta.
Y sin embargo, no estaba dispuesta a darse por vencida. Su orgullo no se lo permitía. Como sanadora, tenía un deber respecto a la persona que tenía tendida frente así. No podía abandonarlo. Pero ya lo había probado todo... ¿o no?
No, había algo más. Pero tenía un precio. Todo lo tenía, siempre.
Lena tomó aire, cerró los ojos y posó sus manos sobre el pecho del hombre.
Más tarde, cuando el caballero de Sagitario abrió los ojos, lo primero que vio fue el rostro de una mujer. No la conocía, pero aún así, le resultaba familiar. Por primera vez en casi un siglo, Aioros sonrió.
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Cuando atardeció, Saga se encontró a sí mismo caminando junto con Shura y Camus hacia el templo de Capricornio. Ninguno parecía particularmente entusiasmado con la idea, pero aún así, habían decido ir porque ninguno había encontrado argumentos lo suficientemente convincentes como para escaquearse.
Quien les abrió la puerta fue Rhea. Probablemente no deberían haberse sorprendido al verla sin armadura, ya que estaban en la parte privada de su templo. Verla en la ropa cómoda que usaba para andar por su casa -unas mallas negras y una simple camiseta sin mangas- era en cierta forma una muestra de cercanía: estaban hablando con Rhea, la mujer, no la amazona. Lo que sí los sobresaltó con un buen motivo fue la red de cicatrices que cubría la piel visible de la mujer. Tenía varias en lo que se veía de su torso y en su brazo izquierdo, pero su brazo derecho estaba absolutamente cubierto por el fantasma de cortes e incluso alguna pequeña quemadura.
Al verlos, sus comisuras se curvaron en una sutil sonrisa y se apartó, invitándolos a pasar.
Dentro estaban Jericho, tal y como era de esperar, y el caballero de Géminis, ambos en vestimenta informal charlando sentados en la mesa del comedor. Al verlos llegar interrumpieron su conversación para saludar.
-Caballeros. Me alegro de veros -saludó Jericho con una sonrisa perezosa. Géminis les dirigió una inclinación de cabeza.
-El honor es nuestro -respondió Saga, pero su voz sonó con mayor frialdad de lo que había pretendido en un principio.
-Me temo que se me ha hecho más tarde de lo que pretendía, Jericho, no quiero molestar -se excusó Géminis, y Saga se dio cuenta de que desde que había llegado, el joven había estado tratando de esquivar su mirada.
-Bah, no te preocupes. Sabes que siempre puedes quedarte.
-Tengo que hablar de unos asuntos importantes con la Matriarca esta noche. No quiero llegar tarde a mis obligaciones -negó con la cabeza. Después centró su mirada en Camus y Shura- Caballeros. Lamento que hayamos tenido que conocernos en tan desafortunadas circunstancias.
-Fue una situación complicada -respondió Camus con diplomacia. El joven asintió silenciosamente.
-Bueno, si no os importa, acompaño a Zeki hasta la puerta y en breve estoy con ustedes -sonrió Jericho, y se propuso a incorporarse. Al levantarse su espalda crujió.
Shura parpadeó e incluso Saga no pudo evitar arquear una ceja.
-¿Se encuentra bien, caballero? -preguntó.
-¿Estás viejo, Leo? -bufó Géminis prácticamente a la vez.
-Estoy divinamente, considerando que hace dos semanas Wyvern me estaba reventando la espalda contra el pavimento.
Al escuchar mencionar al espectro, ni siquiera Camus pudo reprimir la mueca de desagrado. ç
-Confío en que el otro quedara peor -dijo Shura.
-Oh sí. Lo que quedó de él, sí -respondió Jericho con una sonrisa macabra-. Pero ya tendremos tiempo para batallitas.
Tras acompañar a Géminis a la puerta, Rhea se despidió de él con una leve sonrisa y un abrazo rápido, mientras que Jericho le dio una palmada entusiasta en el hombro. Géminis palideció y se llevó la mano rápidamente al hombro afectado con un gruñido. Jericho parpadeó.
-Júrame que no se te acaba de salir el hombro.
-Estoy bien -dijo entre dientes.
Pero era obvio que no lo estaba. Las lesiones en articulaciones como el hombro eran terriblemente complicadas: una vez que resultaban dañadas jamás volvían a curarse completamente. Probablemente el joven se había dañado el hombro durante la guerra y aún cargaba con las secuelas más recientes.
-Y una mierda. Ven, que te lo coloco -se ofreció Jericho.
-¿Acaso alguna vez has colocado un hombro?
-Nah, pero he visto a Tali hacerlo.
-Ni se te ocurra acercarte -siseó Géminis.
Saga, Camus y Shura observaban la escena anonadados ante el intercambio. Finalmente, el español intervino.
-Caballero, tuve la mala suerte de sufrir más de una vez alguna lesión similar. Si me dejáis, puedo ayudaros.
A través del dolor, el caballero de Géminis intentó esbozar una sonrisa cortés y sobre todo, mantener su orgullo intacto. No funcionó.
-Os lo agradezco, pero creo que podré aguantar hasta encontrar a un sanador.
Al escuchar esto, Rhea, que estaba al otro lado de Zeki, rodó los ojos. Antes de que este pudiera decir nada, lo agarró del hombro y empujó.
-¡¿Por todos los dioses Rhea, estás loca?! -exclamó este, mandando al diablo la compostura. La mujer le devolvió la mirada, impávida.
-¿Puedes mover el brazo?
-¡Sí, pero podrías haber avisado!
-Pues entonces deja de quejarte.
¿Era demasiado tarde para abandonar el templo? Se preguntó Saga. Probablemente debería de haber seguido su instinto y haberse quedado en Acuario haciendo... bueno, sintiéndose miserable. Pero cualquier cosa parecía mejor que contemplar aquella escena esperpéntica. Ante ellos, Jericho sonrió.
-Caballeros -dijo extendiendo el brazo- os presento a la flora y la nata del ejército de Athena.
Y se suponía que esta era la gente que tenía la responsabilidad de impedir que los dioses siguieran muriendo. "Que las estrellas nos amparen" pensó Saga "No queda ni uno que esté entero".
Al final, la velada resultó ser tolerable. Había vino blanco, hummus y tzatziki, e incluso un queso de cabra que Saga descubrió que le gustaba tanto como creía recordar.
Jericho, al parecer, podía llegar a ser incluso simpático y Rhea tenía un lado amable bajo su seriedad. Antes de lo esperado, Shura e incluso Camus estaban compartiendo con ellos batallitas y anécdotas de sus entrenamiento; probablemente ayudados por el vino. Al fin y al cabo, todos eran caballeros que habían luchado, caído y sangrado defendiendo a Athena.
Si se esforzaba, casi podía fingir ser un hombre corriente, pasando una tarde normal. Casi.
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Llorar frente la tumba de Marin había sido como abrir la compuerta de todos esos sentimientos que llevaba días intentando contener en su pecho. Había una parte de él que, sin saberlo, estaba en duelo por la vida y el pasado que había perdido. Obviamente, no lo había solucionado todo: el rencor hacia Saga y Shura seguía ahí, al igual que la preocupación por su hermano. Pero se sentía mejor.
La idea de volver a ver a Aioros era un ancla en el mar de confusión que había supuesto despertar de nuevo. Sin él, nada tendría sentido y Aioria estaría tan desvalido como... como los demás.
Aioria se mordió el labio sintiéndose culpable. Sus compañeros, sobre todo Milo, se habia preocupado por él desde que había regresado. Probablemente fuera hora de volver y pedir disculpas al escorpión. Cabizbajo, emprendió el camino de vuelta hacia el santuario.
Cuando llegó ya estaba comenzando a anochecer. Los gritos de Milo, que se acercaba corriendo, resonaron desde la distancia.
-¡Aioria!¡Por fin te encontramos! -gritó mientras se acercaba.
-Milo, te debo una disculpa...-comenzó, con la vista en el suelo, pero Milo lo cortó agarrándolo por los hombros y obligándolo a mirarlo a la cara. Sus ojos eran enormes y tenía una expresión agitada adornada por el nacimiento de un morado que hizo sentir a Aioria terriblemente culpable.
-No te lo vas a creer -empezó entre jadeos, mientras retomaba el aire tras la carrera- pero Aioros ha despertado.
Aioros.
Por primera vez desde que revivió días atrás, sentió que el mundo tenía color de nuevo.
Aioria subió corriendo hasta el templo principal. Cómo consiguió llegar sin que sus pulmones cedieran por el camino era un logro que jamás lograría explicarse, aunque probablemente fuera una mezcla de toda una vida de ejercicio atlético y loca motivación por ver a su hermano.
Cuando llegó al templo principal, casi sin resuello, se encontró de bruces en la entrada con el caballero de Géminis y la Matriarca, quien le dirigió una mirada divertida.
-Veo que ya has recibido las buenas noticias -le dijo, antes de volver a dirigir su atención a unos informes que compartía junto con el caballero y unos santos de plata a quien Aioria no conocía. Él se excusó y se dirigió hacia la habitación donde había visto por última vez a su hermano.
Y ahí estaba.
Nunca tendría palabras suficientes para explicar el momento en el que cruzó la mirada con su hermano. Ni siquiera tuvo tiempo de hablar, antes de poder pensarlo se había lanzado y estaba abrazándolo.
El primer abrazo por primera vez desde que tenía diez años.
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Cuando Saga despertó acosado por las pesadillas, pensó por un momento que se encontraba otra vez en la sala privada del Gran Patriarca. Durante unos instantes el terror caló su pecho, pero poco a poco fue dándose cuenta de que el tacto de las sábanas era diferente y la habitación, más pequeña. Las paredes no eran de piedra desnuda sino que estaban pintadas de blanco y unos muebles de sobria madera oscura sustituían al recargado mobiliario al que se había acostumbrado durante trece años.
"El templo de Acuario" pensó, recordando lo sucedido aquel día.
La cena en Capricornio había sido agradable. Un atisbo de normalidad en la locura de su vida. Pero ahora, solo en su estancia, las pesadillas regresaban.
No recordaba bien qué es lo que había soñado, sólo que se había levantado empapado en sudor. ¿Ares? ¿El asesinato de Shaka? ¿El de Aioros? Tenía material de sobra para elegir. Cuando la angustia que apretaba su garganta amenazó con empezar a asfixiarlo de nuevo, se arrancó las sábanas y se levantó de la cama.
Abandonó la habitación descalzo, con cuidado de no despertar a Camus o Shura. Lo último que quería era dar explicaciones. Al final, terminó caminando hacia el exterior del templo, donde podría respirar tranquilo sin miedo a molestar a nadie. La infinidad del cielo estrellado lo recibió con los brazos abiertos y Saga se sintió libre, más de lo que había sido durante muchos años.
Había algo ligeramente irreal en recorrer el santuario de noche sin su armadura. Por motivos obvios, cuando había estado pretendiendo ser el Patriarca nunca lo había hecho y ahora, sentado en la escalinata entre Acuario y Piscis, la enormidad del Santuario se expandía ante él, iluminado por las estrellas. Incluso en ruinas como estaba, el espectáculo era hermoso. Le llamó la atención ver que a lo lejos, donde sabía que estaba el campamento de las amazonas, habían varias fogatas encendidas. Hipnotizado por la visión, perdió la noción del tiempo hasta que escuchó pasos a su espalda.
Cuando identificó de quién era la figura que se le acercaba, los ojos estuvieron a punto de salírsele de las órbitas. Antes de que pudiera decir nada, la otra persona se adelantó:
-En mi defensa, tengo que decir que no mentía cuando dije que soy una sanadora decente -dijo Sera. Saga frunció el ceño.
-Disculpe, ¿tiene acaso la Matriarca la costumbre de dar paseos nocturnos por el santuario? -para su sorpresa, la mujer rió por lo bajo.
-Por lo general, no. Zeki estaba de los nervios cuando vio que había alguien rondando de noche en las escalinatas, pero pude convencerle de que no pasaba nada. Este es mi descanso de treinta minutos antes de volver a revisar informes.
-¿Y no es imprudente que esté paseando sola por aquí? -preguntó Saga con acritud. La mujer alzó la ceja y el inicio de una sonrisa torcida se deslizó en su rostro mientras se sentaba en la escalera al lado de saga.
-Lo dices como si Zeki no pudiera estar aquí en un pestañeo a la velocidad de la luz y Capricornio no estuviera un par de templos más adelante. Además, se te olvida un pequeño detalle.
-¿Cuál?
-Hasta hace un par de semanas yo también estaba luchando una maldita Guerra Santa -dijo la mujer, con la seguridad que posee la persona que sabe con certeza que si alguien estará en peligro esa noche, no será ella. Saga guardó silencio, pero había una pregunta que llevaba rondando su cabeza desde el día anterior.
-¿A qué vino la conversación que tuvimos cuando desperté?
Ella no le respondió directamente, sino que rebuscó entre los pliegues de su ropa para sacar una cajetilla de cigarros de Athena sabía dónde y un mechero. Le ofreció uno a Saga y él, tras dudarlo un momento, aceptó.
-Se dicen muchas cosas de ti, Saga de Géminis. Quería conocer al hombre por mí misma para saber a qué me enfrentaba, sin la parafernalia Patriarcal de por medio... o Matriarcal, todavía estamos trabajando en el título -dijo agitando la mano, restándole importancia. Saga arqueó las cejas. Así que probablemente lo de Matriarca era reciente, si aún no había tenido tiempo de acostumbrarse. La mujer prendió ambos cigarrillos y se llevó el suyo a los labios.
-¿Y bien? ¿Fue el análisis satisfactorio? -preguntó, no sin sarcasmo. Las comisuras de la Matriarca se curvaron en torno a su cigarro.
-Bueno, estás caminando por Acuario esta noche, así que siéntete afortunado -respondió casualmente, pero sus palabras tenían filo. Un sudor frío caló por su espalda y estuvo a punto de atragantarse con el humo.
Así que eso era. Como le había dicho Leo el día anterior, habían pasado a la historia. Aquella mujer se encontraba en una posición de poder y tenía el deber de velar por el santuario. ¿Estaría Saga caminando a sus anchas si ella hubiera decidido que él era un peligro? ¿Seguiría vivo siquiera? Una idea lo asaltó de inmediato: ¿sería ese el motivo por el que no había visto a Kanon?
Su mirada se desvió hacia el paisaje nocturno del santuario y algo llamó su atención de nuevo.
-¿Es eso habitual? -preguntó, señalando al campamento de las amazonas.
-Oh, eso. Tiene pinta de que se están pegando una buena fiesta. No las culpo, han sobrevivido a una guerra. Tienen motivos de sobra para celebrar.
Saga arqueó las cejas. La idea de las amazonas tal y como él las conocía, celebrando una fiesta, era algo que no terminaba de casar en su mente; ni tampoco el concepto del Santuario viéndolo con buenos ojos.
-¿Y usted lo permite? -preguntó. Por un instante, tuvo la sensación de que la mujer estaba intentando contener la risa.
-Oh cielos, creo que si no lo hiciera, jamás me dejarían vivir esa hipocresía. Las llevan celebrando desde que llegó al poder el anterior Patriarca y no negaré que más de una vez me uní a ellas -dijo casualmente. Saga frunció el ceño. Tenía curiosidad por saber quién era la persona que había estado al mando anteriormente y cómo había llegado ella al poder. ¿Habría sido durante la guerra? Pero antes de poder seguir preguntando, la mujer se incorporó.
-Bueno, hasta aquí llega mi descanso. Hay mapas que me esperan. Es un placer hablar contigo, Saga -dijo, acomodando la falda de su túnica. Saga se levantó junto a ella.
-Antes de que se marche, hay algo que quería preguntarle. ¿Habéis sabido algo de mi hermano? -las voz que salió de su garganta sonó más ronca de lo que pretendía. Por un momento, le pareció ver un atisbo de compasión tras los ojos verdes de la mujer.
-No. Lo siento - espondió. A pesar de que Saga intuía la respuesta, esta le golpeó como un puñetazo, cortándole la respiración. La mirada de la mujer parecía sincera, pero ¿acaso podía Saga creerla? No tenía duda de que la respuesta hubiera sido idéntica incluso si estuviera ocultándole algo. Aún así, si segúia dándole vueltas al tema, terminaría volviéndose loco.
Saga obeservó a la mujer marchar y luego dirigió su vista hacia las estrellas, apurando las últimas cenizas del cigarro. Y, si en algún momento lloró por su hermano, no hubo nadie para verlo.
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Milo se sentía solo y confuso en un mundo que apenas entendía. La ausencia de Camus, dolía. La ausencia de Aioria, por más que la comprendiera, dolía. El puñetero morado que le estaba saliendo en la mejilla dolía como el demonio también.
Gracias a Aioria había conseguido sobrellevar el hecho de que el francés no hubiera mostrado el más mínimo interés por hablar con él y además le había ayudado a distraerse de de la situación general, pero ahora que este se había reencontrado con Aioros, no había nada que le impidiera hundirse en sus cavilaciones. Además, no podía negar que la discusión del día anterior le había sentado mal. En resumen, Milo se sentía abandonado.
Por eso cuando despertó y descubrió con entusiasmo que ya podía sentir su cosmos de nuevo, se aferró a aquella pequeña chispa de alegría. No tardó en cruzar la estancia en pijama para ir a buscar a Dohko. Este le devolvió una mirada cansada por encima de su té.
-Buenos días Milo, veo que ya estás despierto.
-¡Maestro, ya siento mi cosmos de vuelta! -exclamó. Dohko le sonrió enternecido por su entusiasmo y apoyó la taza lentamente sobre la mesa.
-Ya somos dos, entonces.
-¿Cree que el resto lo haya recuperado también?
-Es posible, podemos pasar después a preguntárselo. Aunque si te soy sincero, antes que nada quería hablar con alguien para ver si podemos despejar ya el templo de Libra. El sofá cama está destrozando mi espalda y yo ya no tengo edad para este tipo de cosas.
"Pero si tiene dieciocho años" pensó Milo, mordiéndose la lengua. Aún así, aceptó.
El caballero dorado disponible más cercano resultó ser Jericho, quien puso una extraña cara de dolor cuando le preguntaron si podía ayudarles a acondicionar Libra. A pesar de ello, accedió.
-De acuerdo, simplemente dejadme avisar a Tali. Ella también quería venir.
La amazona de Tauro no tardó en subir a Libra con una expresión seria en el rostro y así terminaron los cuatro agrupados frente a la entrada.
-Bueno, ¿entramos? -dijo Milo. Jericho y Thalissa intercambiaron una mirada de consternación.
-Vamos- dijo Jericho.
El templo de Libra permanecía prácticamente igual que en los recuerdos de Milo. A pesar de que habían algunas paredes agrietadas y un par de desprendimientos en la entrada, el templo parecía entero y habitable. Avanzaron hasta llegar casi al final del templo, donde oculta en un lateral se encontraba la entrada a la zona habitable. Entre las últimas columnas reposaba la armadura de Libra, solitaria y rota.
-Veo que Mako todavía no se la ha llevado a Aries -comentó Jericho, y su voz sonó extrañamente inestable.
-Ahora mismo quien se está ocupando de la reparación es Mu -dejó caer Thalissa-. Supongo que eventualmente se encargará de ella.
-Bueno, míralo por el lado positivo. No creo que necesite pedirle a nadie que se corte, esa puñetera armadura estaba cubierta de sangre hasta arriba cuando lo encontramos -respondió Jericho con una risa amarga. Cuando Milo lo miró, estaba increíblemente pálido. Thalissa le ignoró, con la vista fija en la puerta de la estancia.
-Bueno, vamos a dentro.
La vivienda de Libra era... bueno, increíblemente normal. Quien quiera que hubiera vivido ahí era una persona de gustos simples que no se había preocupado demasiado por la decoración. La excepción eran varios portaretratos que mostraban a un joven corpulento que Milo asumió sería el antiguo santo de libra riendo junto con varias personas. En una de ellas salía envolviendo a Jericho y Thalissa en un abrazo.
-Mierda -escuchó decir a su lado, y cuando se giró, la palidez de Jericho había llegado a tal punto que su rostro estaba de un color casi grisáceo-. No puedo hacer esto, mierda. Un momento -dijo, antes de darse la vuelta y desaparecer por la puerta del templo.
Milo se volvió para mirar a Dohko y Thalissa en busca de sus reacciones, pero la joven simplemente se había quedado mirando a un punto blanco en la pared. Thalissa se estaba mordiendo el labio inferior con tal fuerza que por un momento Milo pensó que iba a empezar a sangrar, pero la joven parpadeó rápidamente para contener las lágrimas, exhaló aire y su postura se relajó.
-Bien -dijo, y su tono sonó inusualmente oscuro, pero decidido- terminemos con esto.
-¿No deberías ir a ver cómo está tu compañero? -preguntó Milo, indeciso. La joven apretó los puños hasta que sus nudillos se volvieron blancos, pero no respondió.
-Creo que la señorita preferiría dejar zanjado esto ahora que ya ha llegado hasta aquí -intervino Dohko con gentileza. Thalissa asintió en silencio.
-En ese caso, creo que esperaré fuera, Maestro. Creo que alguien debería ir a echarle un ojo a Leo -aportó Milo. La escena le resultaba resultando deprimente incluso a él.
-Gracias -respondió Thalissa.
Cuando salió, le extrañó no encontrar a nadie a simple vista pero tras una segunda exploración, se dio cuenta de que Jericho estaba oculto tras uno de los laterales del templo. El hombre estaba apoyado contra la pared y al acercarse el desagradable olor del vómito llegó a sus fosas nasales.
-Te agradecería mucho que no me tomaras esto en cuenta -empezo el hombre, que se impió la boca con el dorso de la mano-. Dioses, vaya imagen estoy dando de la élite del ejército de Athena- terminó con una risa amarga mientras se incorporaba.
Por primera vez desde que los habían resucitado, se paró a pensar en cómo se veía la situación desde el punto de vista de los nuevos caballeros. Esos desconocidos que ahora llevaban las armaduras que siempre habían considerado suyas, que habían luchado en una guerra y al igual que ellos habían llorado y sangrado.
Hades les había prometido traer de vuelta a sus compañeros, se dio cuenta Milo, probablemente en algún punto habían tenido la esperanza de volver a ver a sus amigos. En cambio, se habían encontrado con ellos y aún así, estaban haciendo todo lo posible por ayudarlos a ajustarse.
Milo tomó una decisión.
-No te preocupes por ello. Cuando murió Camus... mi mejor amigo -explicó y una punzada de dolor invadió su pecho al mencionarlo-, necesité tres intentos sólo para poder entrar en su templo y terminé llorando en los brazos de Aioria y estallando su juego de porcelanas contra la pared de mi templo -explicó alzando las manos en son de paz. El caballero de Leo enarcó una ceja al escuchar aquello-. Todos somos caballeros, sabemos lo que se siente al perder a un compañero -finalizó con una sonrisa triste. No podía evitar sentir empatía por el otro hombre. Milo había estado en su lugar y sabía lo que se sentía.
-Vaya, eso sí que es un consuelo. Saber que hay algo que nos une entre generaciones y todo el rollo -respondió Jericho con una débil sonrisa.
-¿La absoluta mierda que es ver morir a tus amigos? -sonrió Milo con sarcasmo.
-Exacto -rió Jericho débilmente-. Por el culo de Zeus, como no limpie esto, Sera va a pedir mi cabeza en una puta pica. Tendré que pedirle a Thalissa que traiga una fregona cuando vaya a salir del templo.
-¿Os comunicáis vía cosmos, no? Antes cuando la fuiste a avisar para que subiera, también lo hicisteis -preguntó.
-Claro, ¿vosotros no lo hacéis? -Jericho pareció perplejo.
-Desde que hemos despertado, no. No sé si mi cosmos es todavía lo suficientemente estable como para hacerlo ahora mismo. Espera un momento -dijo, mientras una sonrisa empezaba a nacer en su rostro.
"¿Maestro?" preguntó. Tras unos segundos, obtuvo su respuesta.
"Por Athena, Milo, no me esperaba que me hablaras tan de repente. Dime, ¿ha pasado algo?" El viejo maestro sonó sorprendido.
"No, sólo saludaba" respondió simplemente.
"Milo" era increíble cómo incluso telepáticamente Dohko era capaz de imbuir su mensaje de un tono ligeramente exhasperado.
-Sí, sí que funciona -respondió con una sonrisa traviesa.
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Cuando Mu le pidió a la Matriarca permiso para empezar de inmediato con la reparación de armaduras, había esperado una mayor resistencia. Teniendo en cuenta que la mujer había insistido en que se tomaran un tiempo para poder acostumbrarse antes de hacer nada, se había preparado para tener que insistir. Sin embargo, ella simplemente le miró impasible y respondió:
-Perfecto, en ese caso, empieza por Tauro. Quiero a Thalissa de vuelta a su puesto cuanto antes. Consulta con Makoto qué armaduras necesitan reparaciones y dónde están. Creo que algunas aún están en los templos de sus antiguos dueños.
Y eso fue todo.
Una vez Mu sintió que parte de su cosmos estaba de vuelta, tuvo muy claro lo que quería hacer. Para él, el trabajo manual siempre había sido un refugio. En sus momentos más oscuros, cuando la soledad en Jamir había parecido inaguantable, la reparación de armaduras lo había mantenido centrado. El calor de la fragua y el tacto de las herramientas eran sensaciones familiares que lo anclaban en la realidad. En mitad del caos de la situación, necesitaba ampararse en algo conocido.
Todo parecía demasiado. La resurrección, el encontrarse en un mundo extraño rodeado de gente que no conocía. Por las estrellas, si apenas sabía cómo tratar a la mayoría de sus compañeros.
La noticia de que Kiki ya no estaba.
Lo que la mayor parte de la gente ignoraba era que cuando encontró a Kiki siendo poco más que un adolescente, el niño había salvado a Mu tanto o más de lo que él había salvado al pequeño huérfano. Tras años de abrumadora soledad, el hecho de tener que cuidar a alguien le dio motivos para seguir adelante aún cuando parecía que Athena nunca iba a aparecer y su futuro era incierto; y las infantiles travesuras del pequeño terminaron alegrando sus días. Lo había visto crecer desde que era un infante y verlo sonreír vistiendo la armadura de Aries lo llenaba de un orgullo inmenso. Mu se alegraba de que su discípulo hubiera tenido una vida relativamente larga -pues los lemurianos eran excepcionalmente longevos- y feliz, rodeado de personas que le querían, pero había una parte de él que no podía evitar llorar su pérdida.
Ese era otro de los muchos motivos por los que llevaba volcando sus esfuerzos y su atención en aislarse haciendo de la herrería un caos habitable. Para el ojo no entrenado, cualquiera que entrara pensaría que el taller estaba igual de desorganizado que antes, pero Mu sabía exactamente dónde tenía cada cosa. No estaba desordenado, estaba ordenado a su gusto.
Mientras bajaba se encontró a Thalissa conversando con Jericho frente al templo de Capricornio. La joven tenía los brazos cruzados sobre el pecho y parecía estar regañando cariñosamente al caballero.
-Pues probablemente si no fueras un capullo y fueras por ahí montando numeritos, Rhea no se enfadaría contigo. Ella ya está mayorcita como para defenderse sola. Pero me alegro de que lo hayáis solucionado -la escuchó decir.
Mu carraspeó ligeramente al acercarse, pues no pretendía inmiscuirse en una conversación privada. Al verlo acercarse, Thalissa le dirigió una sonrisa triste y se despidió de Jericho con un cariñoso apretón en el brazo para luego acortar la distancia y unirse a él en su bajada.
-¿Qué tal? ¿Te ha dado permiso?
Mu asintió.
-La Matriarca quiere que empiece reparando tu armadura. Cuando puedas, querría echarle un vistazo para poder evaluar el estado de los daños.
El rostro de la joven se iluminó.
-Genial, echaba de menos estar activa. Cuando lleguemos el templo, podemos ir al taller si quieres ¿Ya has terminado de acondicionarlo a tu gusto?
-Sí. Podremos empezar hoy sin problemas -respondió.
A Mu le sorprendía la naturalidad con la que la chica entablaba conversación con él. Thalissa solía desprender un aura de calidez y seguridad que hacía que la gente se sintiera a gusto con ella y Mu no era la excepción.
Tanto ella como Makoto eran eran increíblemente amigables, pero él no tenía ni idea de cómo interactuar con ellos. Aunque los jóvenes parecían deseosos de conocerlo, no se le daba bien acercarse a la gente o forjar amistades más allá de las relaciones formales. Aldebarán y a Dohko eran una excepción porque los había conocido de toda la vida.
Y aún así, había estado tan sumido en la confusión y el dolor que había pasado los últimos días ignorando casi completamente a su mejor amigo, pensó con amargura.
-Oye... -la voz de Thalissa lo sacó de sus pensamientos- Cuando necesites sangre, avísame a mi, ¿vale? -dijo con inusual seriedad.
-Es protocolo que el dueño de la armadura ofrezca su sangre por la reparación, a menos que un amigo o acompañante decida sacrificarse. Al ser tu armadura, te correspondería a ti de todos modos -respondió automáticamente, aunque por dentro sintió curiosidad. Había algo en la insistencia detrás del tono firme de la amazona. Thalissa negó con la cabeza.
-No me refiero a eso. Mako y yo teníamos un acuerdo. A mi no me salen cicatrices, así que prefiero hacerlo yo siempre que puedo.
Durante una milésima de segundo, tuvo el impulso de reajustarse los vendajes que cubrían sus antebrazos. Desde el momento en el que despertó, había encontrado la forma de tapárselos. Sin embargo, después se relajó y centró su mente en interpretar la respuesta de la chica.
De la nueva generación de caballeros, todos estaban cubiertos en cicatrices menos Thalissa. Incluso portando la armadura -que sólo dejaba ver la piel del rostro y parte del brazo- los daños que habían sufrido el resto de supervivientes de la nueva Guerra Santa eran visibles. Sin embargo a pesar de que Thalissa solía vestir túnicas y pantalones cortos, parecía haber sobrevivido milagrosamente intacta a la guerra santa. Y la enigmática respuesta de la joven levantaba más preguntas que respuestas. Su mirada se desvió hacia las líneas blancas que surcaban las mejillas y hombros de la joven. A pesar de que en un principio habia pensado que se trataría de tatuajes o pintura, al verla de cerca se veía que la piel había perdido la pigmentación en esas zonas. Al darse cuenta de que la estaba mirando, desvió la vista rápidamente.
-Aún así, el proceso para entregar sangre a la armadura es peligroso. No deberías excederte -explicó con calma. La chica pareció estar a punto de replicar.
-Creo que será mejor que lo hablemos cuando reparemos la armadura de Tauro -respondió simplemente.
Cuando llegaron a la herrería, Thalissa no tardó en ponerse cómoda mientras él inspeccionaba la armadura, sentándose sobre una de las mesas que había en la sala y apoyando su espalda contra la pared. Lo hizo con una naturalidad que transmitía la sensación de que pertenecía en el lugar, o que como mínimo había pasado en él incontables horas. Viendo lo cercano que era su vínculo con el otro chico, lo más probable era que así fuera. Mu sonrió para sus adentros.
Lo cierto era que el nuevo caballero de Leo no había exagerado cuando dijo que la armadura de Tauro había quedado hecha migas. En su larga experiencia, Mu había visto pocas armaduras que llegaran a tal grado de destrucción y jamás se había tratado de una armadura de oro. Los brazos y piernas habían sufrido daños medios, pero el torso había quedado totalmente destrozado. Algo había desgarrado el pecho y atravesado la espalda. Era uno de los extraños casos en los que habría que fundir oro para reemplazar el material que faltaba.
-¿Puedo preguntarte cómo resultó dañada la armadura? -dijo dándose la vuelta con cuidado.
-Lo cierto es que preferiría no hablar de ello ahora mismo -respondió Thalissa desviando la mirada mientras abrazaba una de sus rodillas. El rostro de la amazona se había oscurecido y Mu prefirió no presionar, así que centró su atención de nuevo en la armadura de Tauro.
Siendo claros, por mucho que repasara las posibilidades existentes, no había una sola forma en la que a Mu se le ocurriera cómo una persona podía haber recibido ese tipo de daño y sobrevivido. Y mucho menos, que saliera caminando.
Por otra parte, tenía un problema. Tal y como había dicho Makoto, la armadura de Tauro había sido reforjada por completo. A través de las partes que quedaban, podía hacerse una idea de los cambios, pero aún así las partes destrozadas estaban demasiado dañadas como para hacerse una imagen concreta. Si se esforzaba, podía intentar imaginar cómo se amoldaban los pedazos que quedaban al cuerpo de Thalissa para tratar de reconstruir el resto, pero lo mejor sería pedirle ayuda al joven Aries.
-Tendré que pedirle ayuda a Makoto después. Necesito revisar el diseño original. Además de lo dañada que está, no he trabajado nunca en una armadura femenina tan completa, así que tardaré bastante -dijo con seriedad.
-¿Puedo hacerte una pregunta? -la voz de Thalissa lo distrajo.
-Yo acabo de hacerte una, así que sería injusto por mi parte negarme -respondió con una pequeña sonrisa. El rostro de la amazona estaba inusualmente serio.
-¿Te molesta que una mujer esté llevando la armadura de Tauro? -Mu se atragantó ante la franqueza de su pregunta. Mientras se recuperaba, Thalissa se explicó- Hay compañeros tuyos que ven inapropiado que una mujer sea caballero dorado, o que yo misma esté compartiendo piso con vosotros.
-Creo que ni mi opinión ni la de mis compañeros debería de afectarte -respondió con calma. La chica frunció el ceño.
-No lo pregunto porque me afecte, lo pregunto porque vivimos juntos y quiero saber lo que piensas. Me gusta tener las cosas claras- dijo con calma. Definitivamente la chica tenía la franqueza propia de los Tauro, pensó Mu.
-No puedo negar que me sorprenda -dijo con cuidado-. Pero creo que dejarme llevar por los prejuicios sería ignorante de mi parte. Además, las armaduras doradas no visten a nadie que no consideren digno. Yo no soy quien para contradecir eso. En cuanto a la convivencia, Makoto y tú habéis sido más que amables. No puedo quejarme -finalizó con una pequeña sonrisa.
La amazona asintió y Mu pudo ver cómo su rostro se relajaba de nuevo.
-Por curiosidad, ¿le vas a preguntar lo mismo a Aldebarán? -añadió. La mujer le sonrió.
-No necesito preguntarle a Aldebarán para saber lo que piensa -respondió, y había un punto de diversión en su voz. Mu recordó lo impactado que había estado su amigo cuando descubrió que Thalissa era la amazona de Tauro-. Se nota que le cuesta, pero lo está intentando y eso es lo importante. Él es fácil de leer, tú no -finalizó.
Mu parpadeó. En ocasiones se pasaba tanto tiempo analizando el mundo a su alrededor que se olvidaba de que, a veces, la gente también se interesaba en observarlo a él.
-¿Eso te molesta? -preguntó.
-Eso no es ni bueno ni malo, simplemente es tu forma de ser -respondió con calidez. Mu se dio la vuelta de inmediato, turbado.
-Si lo prefieres, para no hacerte perder más el tiempo, puedes ofrecer tu sangre ahora. El proceso va a ser largo y empezaré encargándome de las partes menos dañadas -añadió, obligándose a mirar las herramientas que estaba colocando con cuidado sobre la mesa que iba a emplear.
-No me molesta estar aquí. Estoy acostumbrada a hacerle compañía a Mako cuando trabaja. Pero si quieres empezar ya, en algún lugar del taller tiene que haber un escalpelo curvado.
Mu asintió. Recordaba haber visto el instrumento mientras estaba organizando el taller y en unos instantes lo tenía en las manos.
-Dejame tu antebrazo, por favor -solicitó.
-Si no te importa, prefiero hacerlo yo misma. Simplemente, avisa cuando sea suficiente -dijo, extendiendo la mano. Mu le entregó el escalpelo. Si eso hacía que se sintiera cómoda, él no tenía ningún problema,
La amazona tomó la herramienta y cortó su muñeca sin dudarlo un momento. Para su sorpresa, mantuvo el escalpelo clavado en su carne, forzando la herida a mantenerse abierta hasta que hubo derramado la cantidad de sangre necesaria. El motivo de ello se descubrió en el instante en el que lo retiró, pues el corte empezó a cerrarse y en apenas unos segundos se había curado en su totalidad como si nunca hubiera estado allí.
-Bueno, pues ya estaría -la amazona sonrió. En su rostro no había ni el más mínimo indicador de palidez. Mu desvió la mirada a su antebrazo de nuevo.
-Esto.. no es usual -se decidió a responder, al tiempo que bajaba los vendajes que había preparado inútilmente- ¿Necesitas sentarte a descansar? -preguntó, solamente por si acaso. Aunque el corte se hubiera cerrado, la pérdida de sangre no era despreciable. La amazona negó con la cabeza, pero no hizo ademán de levantarse de la mesa.
Mu pasó un par de minutos callado, considerando lo que acababa de ver. Sus pensamientos volaron de la armadura rota a cómo la chica se había curado en apenas segundos. "Por las estrellas" se dijo, tragando saliva. Con la mitigación del daño que ofrecía una armadura dorada, si podía curarse así de rápido en batalla y sobrevivir a heridas como las que dejaban intuir su armadura rota, tenía que ser una oponente aterradora. Nuevamente, recordó las reacciones de sus compañeros al conocerla y la conversación que había tenido el día anterior con Aldebarán brevemente antes de irse a dormir en la que le había contado acerca de la discusión con Dohko.
-Hay otros caballeros dorados que habrían matado por ofensas menores a las que has vivido tú en estos días -titubeó, pues no era ajeno al orgullo de muchos de sus compañeros.
-Es posible -coincidió Thalissa, y Mu se dio cuenta de que tras su aparente calma ardía una chispa de rabia-. Pero si yo reaccionara con violencia o con amenazas, ¿a quién ayudaría? Mis compañeros y Sera están haciendo todo lo posible por gestionar esta situación lo mejor que pueden. Con los dioses muriendo y ahora doce nuevos caballeros dorados a los que no conocemos y cuya ayuda necesitamos, mis sentimientos personales son irrelevantes.
El encuentro de las dos generaciones de caballeros era como el de dos enormes depredadores que de repente se habían visto obligados a compartir territorio y ahora se olisqueaban mutuamente con cierta reticencia. Pocos seres existían que tuvieran una combinación de orgullo y poder mayor que la de los caballeros dorados, a excepción de los dioses, y eso era una mezcla que podía resultar peligrosa. Mu entendía perfectamente la decisión de la mujer. No se trataba de falta de orgullo personal, sino de madurez, se dio cuenta. Hasta ahora, había visto a Thalissa simplemente como una joven amable y sensata, pero a través de la chispa que ardía en sus ojos podía vislumbrar además a la amazona imponente que debía ser.
-Haré todo lo posible por tener tu armadura reparada lo antes posible -le prometió. Era lo mínimo que podía hacer.
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Estaba atardeciendo cuando el templo de Piscis pareció volverse loco. O al menos, eso le pareció a Ángelo. De golpe, varios aparatos que hasta entonces había ignorado parecieron cobrar vida y se encendieron con un pitido, iluminándose en un tenue color azul.
-Por las bragas de Hera -musitó Ángelo- ¿Dita, has visto esto? -preguntó, alzando la mirada desde el sofá en el que estaba tumbado hacia la puerta del baño en el que Afrodita se estaba lavando las manos de tierra. Según se habían instalado en el templo de Piscis, había hecho su misión devolver los jardines a su antigua gloria. Este se asomó y abrió los ojos al ver la batería de lucecitas que habían decidido encenderse de golpe.
-Acaba de pasar algo similar también en el baño -dijo lentamente, tras inspeccionar el salón-. Creo que probablemente deberíamos de ir a preguntar a alguien, hay una cosa que no para de pitar- dijo con una mueca de dolor, señalando hacia algo que tenía pinta de ser un electrodoméstico. Ángelo bufó.
-Maldita la gracia que me hace tener que pedirle ayuda a alguno de estos capullos.
-Ya, probablemente sería más fácil si no hubieras conseguido enemistarte con todos los integrantes del santuario actuales más cercanos -respondió Afrodita con sarcasmo. Ángelo le devolvió una mirada de reproche.
-No seas rencoroso, eso ya está hablado -se quejó, tirándole uno de los cojines del sofá y fallando miserablemente. Afrodita lo miró aburrido desde la puerta.
-Creo que por el bien de nuestra supervivencia será lo más óptimo que me encargue yo de hablar. Al margen de la pifia con la sanadora, no creo que nadie tenga nada contra mi, de momento.
-¿No has escuchado al de la cara quemada? Saben quienes somos, Dita y ni tú ni yo hemos pasado a la historia como caballeros ejemplares -bufó Ángelo. Afrodita se mordió el labio.
-Aún así. Si quieres, puedo ir yo solo -se ofreció, aunque la idea no lo entusiasmaba precisamente. Ángelo debió de intuirlo, pues se levantó del sofá a regañadientes.
-Nah, no soy tan bastardo. Vamos, pues ¿a quién prefieres preguntarle? -preguntó mientras se estiraba perezosamente.
Afrodita suspiró intentando considerar sus opciones. Los más cercanos eran Saga, Shura y Camus; pero si algo habían dejado claro sus miradas el primer día era que no eran plato de buen gusto para ellos. Además, existía la probabilidad de que ellos tampoco entendieran qué estaba pasando en el templo. Los siguientes era el templo de Capricornio, con la amazona y el tipo de la cara quemada. Con mucha suerte y si Afrodita conseguía ser diplomático, la mujer estaría dispuesta a ayudarlos. Además, estaba el detalle de que un rechazo de sus compañeros sería infinitamente más doloroso que el de unos desconocidos.
-Vamos a Capricornio. Ellos tienen que entender esta tecnología y con suerte, no la habrás cagado definitivamente -se decidió, encaminándose hacia la puerta. Ángelo gimió a sus espaldas.
-¿De verdad tiene que ser Capricorio? Sabes lo que pienso de esa mujer -protestó mientras bajaban la escalinata hacia Acuario. Afrodita bufó molesto.
-No sé si te has dado cuenta, pero estoy bastante seguro de que esta tecnología no existía en nuestra época. Leo y Géminis tenían pinta de que si alguien les diera la oportunidad, estarían contentos de te arrancarían la tráquea de cuajo. Y por desgracia, Aries y Tauro nos quedan un poquito lejos- finalizó con sarcasmo.
-¿Aries y Tauro? Así que esos eran la mujer y el lisiado. Dioses, así que a eso se ha visto reducida la orden de Athena -ladró Ángelo con una risa amarga.
-Es difícil juzgar a alguien sin haberlo visto en combate -le cortó Afrodita-. Pero es una pena lo del chico de Aries. Probablemente habría sido más piadoso para él morir en combate que quedarse lisiado. Es humillante ver a un caballero en ese estado.
Afrodita paró de hablar cuando vio la mueca de incomodidad de Ángelo. Por un momento se sintió confuso hasta que siguió su mirada y vio a Saga y los caballeros de Leo y Géminis saliendo del templo de Acuario.
Lo siguiente que sintió fue un dolor paralizante en el pecho. Afrodita boqueó en busca de oxígeno, pero fue en vano. Algo estaba oprimiendo su torso desde dentro, no podía respirar y cada latido suponía una agonía. La última vez que había experimentado un dolor similar, había muerto.
-¿Qué se supone que era eso que estabas diciendo? -gruñó el caballero de Géminis en su oído.
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El problema, tal y como Saga sabía bien, es que al universo le da absolutamente igual lo destrozado que estés o lo perdido que te sientas, la vida sigue estés preparado para ella o no. Por eso había tenido que levantarse de la cama una vez más para hacer frente a un nuevo día, por mucho que lo único que le apeteciera fuera quedarse en ella intentando ahogar sus penas. Y probablemente lo habría hecho, de no ser porque Shura había tocado educadamente en la puerta de su habitación para preguntarle si quería algo de desayunar. Era casi mediodía y Saga tenía la ligera sorpresa de que Camus y él se estaban turnando para echarle un ojo de vez en cuando, así que se había obligado a sí mismo a actuar como si todo estuviera bien, pues si había algo que no estaba dispuesto a tolerar era el ser objeto de la compasión de sus compañeros.
Por esa misma razón había decidido tener una charla con Camus , ya que no podía evitar preocuparse por el hecho de que el francés no hubiera hecho amagos de contactar con Milo.
-No me siento capaz de hacerlo -había confesado este-. No todavía. No sé cómo va a reaccionar después de lo de Hades y si todavía me guarda rencor por ello... No podría afrontarlo.
El hecho de que Camus fuera capaz de abrirse así era una muestra de lo mucho que le importaba la amistad de Milo. A pesar de que Saga se sentía inclinado a pensar que Milo echaba tanto de menos a Camus como este a él, nadie podía asegurarle al francés que todo iba a ir bien, así que se limitó a poner una mano en el hombro de su amigo y asegurarse de que si lo necesitaba, tenía todo su apoyo. Camus se lo había quedado mirando por un momento y luego había asentido con una pequeña sonrisa, lo cuál para el francés era casi como si le hubiera dado un abrazo.
Shura por su parte parecía estar mejor gestionando sus sentimientos de culpa respecto a Aioros en soledad y lo cierto era que Saga tampoco podía ayudarlo porque se encontraba prácticamente en la misma situación.
En eso estaba pensando cuando varios muebles con los que Saga no había interactuado nunca y cuyo propósito ignoraba, se habían encendido y una amable voz femenina que estuvo a punto de matarlo de un infarto, enunció el día y la hora a la perfección.
-Creo -empezó Shura, cuya cara de asombro era aún más pintoresca que la suya propia- que deberíamos de preguntarle a alguien qué narices está pasando.
-Por favor, repita su pregunta -enunció la robótica voz femenina. Saga y Shura intercambiaron sendas miradas de pánico.
Estaban de camino a Capricornio cuando se habían cruzado con Zeki y Jericho, subiendo al templo principal vestidos con sus respectivas armaduras. Zeki se había mantenido tan distante durante la conversación como siempre, pero Jericho parecía inusualmente apagado. Aún así no dudaron en pararse un momento a explicarles la situación.
-Oh, eso -había dicho Jericho rascándose la nuca-. Creo que escuché que iban a reactivar hoy el generador solar del santuario, pero no creí que fuera tan pronto. Todos los templos tienen cocina y luces de gas para que sigan funcionando si estamos bajo ataque, pero el resto de cosas van conectadas a una red general.
-¿A qué te refieres -había enunciado Saga con desconfianza- con el resto de cosas?
-Oh, eso. Lavavajillas, reproductores de música, televisores, ordenadores. Probablemente se vean un poco diferentes a los de vuestra época. Puedo entrar un momento a enseñaros lo básico y ya me pasaré más tarde a explicar el resto -ofreció Jericho con una sonrisa apagada.
Y así lo había hecho. Mientras Jericho describía por encima los usos y funciones de los aparatos que tenían a su alrededor -y a Saga se le había atragantado particularmente el concepto de inteligencia artificial-, Zeki se dedicaba a lanzarle miradas de reojo que no sabía cómo interpretar. En un principio había supuesto que el joven caballero de Géminis simplemente no se fiaba de él dados sus antecedentes, pero por otro lado, algo en su actitud transmitía la sensación de que Saga le había hecho una afrenta personal. Ante esto, Saga había decidido ignorarlo. Tenía suficientes problemas y no le convenía buscarse más. De hecho, hablando de problemas...
-Alguien debería ir a hablar con vuestros compañeros de allá arriba -había dicho Jericho con una mal disimulada mueca de desagrado. Evidentemente, no había olvidado las palabras de Ángelo hacia Rhea- y siendo sinceros, preferiría no ser yo.
Desde la pared en la que estaba apoyado, Zeki soltó un bufido que indicaba claramente que estaba de acuerdo con el caballero de Leo.
"Me voy a arrepentir de esto" había pensado Saga. Pero al fin y al cabo, le había prometido a Camus que hablaría con Ángelo.
-De eso puedo encargarme yo, caballeros. Tengo que subir de todas maneras -respondió. Así que se había encaminado escaleras arriba junto con Jericho y Zeki.
Estaba saliendo del templo cuando justamente había escuchado las voces de Ángelo y Afrodita acercándose.
-...chico de Aries. Probablemente habría sido más piadoso para él morir en combate que quedarse lisiado. Es humillante ver a un caballero en ese estado -escuchó decir a Afrodita. "Por Athena" pensó Saga, exhalando "ya estamos otra vez".
Lo siguiente que pasó fue tan rápido que apenas tuvo tiempo de procesarlo. Saga miró de reojo para investigar las reacciones de sus acompañantes y palideció al ver la mueca asesina de Zeki y el rostro teñido de alarma de Jericho, que gritó e intentó agarrar a su compañero en vano.
En menos de un segundo el caballero de Géminis había recortado los metros que lo separaban y Saga vio con horror que tenía el brazo hundido en el pecho de Afrodita.
-¿Qué se supone que era eso que estabas diciendo?- le escuchó gruñir.
-Zeki suéltalo, por Athena, déjalo ir -Jericho apareció al lado de Zeki y le imploró mientras lo agarraba del codo, pero no tiró de él.
-¡Saga! -el grito implorante de Ángelo le revolvió el estómago, pero sin su cosmo no había nada que él pudiera hacer en esa situación.
Tras unos segundos que parecieron una eternidad, Zeki se separó de Afrodita y este cayó al suelo, inconsciente. Saga se había preparado para ver sangre, pero para su sorpresa ese no era el caso. En el instante siguiente, Ángelo y Jericho se habían interpuesto entre el cuerpo inconsciente de Afrodita y el caballero de Géminis. Desesperado, Ángelo tanteó el cuello de su amigo en busca de su pulso y suspiró aliviado al encontrarlo. Lleno de ira, alzó los ojos.
-Te vas a arrepentir de esto -siseó al caballero de Géminis.
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-Quiero explicaciones de lo sucedido en este mismo instante -comandó la voz de la Matriarca. Frente a ella estaban arrodillados Zeki y Jericho, ambos con la vista clavada en el suelo y tras ellos, Ángelo y Saga de pie. Afrodita seguía en cama, aún inconsciente. Jericho alzó la vista y Sera asintió, dándole permiso para hablar.
-Estábamos saliendo del templo de Acuario cuando nos encontramos con los antiguos caballeros de Cáncer y Piscis. Ellos hicieron un... comentario irrespetuoso acerca de uno de nuestros compañeros y al escucharlo, Zeki se avalanzó a amenazar a Piscis, pero se separó de inmediato y el caballero no ha sufrido daños graves -narró con seriedad. Su aire de diversión usual se había desvanecido completamente.
-¿Amenazar? ¿A eso lo llamas tú amenazar? Tenía casi medio puto antebrazo metido en su pecho y tú te quedaste mirando -gritó Ángelo. Saga apretó los dientes. A pesar de que comprendía su enfado, lo último que necesitaban era escalar aún más la situación con faltas de respeto. La matriarca le dirigió una mirada impasible.
-No voy a tolerar ese tipo de lenguaje en el templo principal -declaró. Después clavó sus ojos en Saga- ¿es eso cierto?
-Ciertamente el caballero de Géminis atacó a Afrodita. El caballero de Leo trató de intervenir y le pidió que se alejara, pero no trató de separarlos físicamente -respondió Saga, eligiendo cada palabra con cuidado. Detestaba estar metido en esa situación, pero entendía que era lo más similar a un testigo neutral de lo sucedido. Aún así, en ese momento, odiaba a cada una de las personas que lo habían puesto en ese lugar, empezando por el caballero de Géminis y pasando por Ángelo y Afrodita, que no habían dejado de causar problemas desde su despertar.
-Si llego a intentar separarlos, me habría llevado a Zeki con el corazón de vuestro amigo en la mano -masculló Jericho con la vista clavada en el suelo.
-Jericho, conozco de sobra las habilidades de Zeki, así que esa aclaración es completamente innecesaria. Entiendo lo sucedido y creo que actuaste bien -lo cortó la Matriarca. Su vista volvió a centrarse en Saga -¿Hay algo más de relevancia que deba saber?
Saga negó en silencio. Sera suspiró.
-En ese caso, podéis retiraros todos menos Zeki -el caballero de géminis había pasado toda la conversación con la vista clavada en el suelo, sin hacer el menor atisbo de defenderse.
-¿Esto es en serio? ¿Eso es todo? -protestó Ángelo. La Matriarca clavó en él su mirada.
-El castigo del caballero de géminis es asunto mío. Pero por otro lado, ha llegado a mis oídos que esta no es la primera vez que mis caballeros sufren alguna falta de respeto en los últimos días. Espero que no haya ningún tipo de confusión cuando digo que este tipo de comportamientos no va a ser tolerado y que la próxima vez que suceda algo similar habrá consecuencias para todos los involucrados. ¿Queda claro? -La Matriarca no necesitaba alzar la voz. Había algo en su voz casual y la frialdad de sus ojos que resultaba muchísimo más aterrador que cualquier muestra de enfado e incluso Ángelo asintió en silencio antes de irse.
En el momento en el cuál Jericho desapareció y llegaron al templo de piscis, Ángelo no tardó en volverse hacia Saga. Antes de que pudiera abrir la boca, Saga le cortó.
-Ángelo, no quiero saber nada más de esta situación -dijo entre dientes.
Afrodita podría haber muerto en un parpadeo. La agradable velada del día anterior en Capricornio había hecho que Saga se relajara, pero el ataque era un recordatorio de que ni si quiera en este nuevo mundo podría permitirse el lujo de bajar la guardia
-Saga, no es posible que todo esto te de igual. Afrodita es de los nuestros -respondió Ángelo, impactado. Saga tensó la mandíbula.
-Os habéis dedicado desde el primer momento a atacar a cualquiera que se os ponía en frente y crear conflictos hasta que os ha estallado en la cara. A mi no me metas -siseó, apartando la mirada.
-¿Tú también? ¡Ese tipo le atacó cuando Afrodita no tenía su cosmos! ¡No podía ni defenderse! -gritó Ángelo, y el matiz implorante de sus palabras se hundió en su estómago como una cuchilla.
-¿No érais vosotros los que os dedicabais a predicar la importancia de la ley del más fuerte? Concretamente tú, Ángelo, te has dedicado a excusar cada maldita cosa que hacías diciendo que aquel que era débil se merecía lo que le pasara si no podía cuidar de sí mismo. ¿Qué pasa, que ahora que os lo hacen a vosotros ya no os parece divertido? -replicó amargamente mientras apretaba los puños.
-¿Pero qué demonios? Saga, ¿se puede saber qué cojones te hemos hecho? -preguntó Ángelo, llevándose una mano al pecho como si las palabras lo hubieran herido físicamente y Saga pudo ver en el brillo de los ojos rojizos del italiano lo traicionado que se sentía.
-¿Qué no hicisteis? Perdí trece malditos años de mi vida siendo la marioneta de un dios, viendo cómo usaban mi cuerpo para hacer cosas que jamás podré borrar. Vosotros os disteis cuenta y no hicisteis nada, ¡Nada! Erais los únicos que podríais haberme ayudado y me condenasteis -explotó. Y ahí estaba, el motivo por el cuál no podía ni sostener la mirada de Ángelo o de Afrodita, el motivo por el cuál llevaba días evitándolos como si fueran la peste. La violencia de su reacción le sorprendió hasta a él y se dio cuenta de que todas y cada una de las cosas que había dicho era verdades que tenía incrustadas en el pecho y que había evitado enfrentar hasta entonces.
Ángelo se le quedo mirando, sorprendido, y Saga pudo ver que a pesar de lo dolido que estaba el italiano, la comprensión empezaba a brillar detrás de sus ojos.
"De los nuestros" pensó Saga mientras se marchaba. Lo peor era que Ángelo, en cierta forma, tenía razón. Aunque quisiera pretender que no, el ataque a Afrodita lo había dejado lívido y no podía evitar sentir una callada rabia hacia el nuevo caballero de géminis burbujeando en el pecho. Quizás lo que más le dolía era que, a pesar de todo, había una pequeña parte de su corazón que todavía recordaba haber cuidado de Ángelo y Afrodita de pequeños, que los había visto crecer en el santuario bajo el mandato de Ares. Fueran unos bastardos o no, en el fondo seguían siendo sus compañeros.
Probablemente todo sería más sencillo para él si simplemente le diera igual, pero por desgracia nunca había sido tan indiferente como aparentaba. Antes de que Ángelo pudiera detenerlo, Saga se dio la vuelta y abandonó el templo de Piscis.
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Era casi de noche cuando Lena se dispuso a bajar por los doce templos. Ahora que el último de los caballeros había despertado, su tarea en el templo principal había terminado y era libre de volver a su casa. Había asumido que un día de reposo habría sido suficiente tras despertar a Aioros y aunque todavía se sentía algo débil, había rezado para que la sensación se fuera pasando durante la bajada por las doce casas.
Obviamente había sido demasiado optimista.
En Piscis reinaba un silencio sepulcral, pero aún así cruzó todo lo rápido que su estado le permitió, amparada por las sombras. El templo de Acuario desprendía un aire de calmada actividad en su interior, pero nadie salió a su paso. Por un momento, rezó por encontrarse con algún rostro conocido en Capricornio, pero sus plegarias fueron ignoradas. Al atravesar el templo de Sagitario sintió una punzada de nostalgia, pues sabía bien que ahí nadie saldría a su encuentro.
Su suerte cambió al llegar a Escorpio.
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En el templo de Aries, Aldebarán observaba a Makoto fregar la vajilla. O más bien, observaba cómo la vajilla se fregaba sola. Ante sus ojos, un plato se elevó hasta quedar bajo el chorro de agua, para luego ser limpiado a consciencia por un estropajo flotante, ser enjuagado de nuevo y después flotar hasta un escurreplatos donde se posó ordenadamente entre una fila de enseres de cocina. Una vez el plato estuvo asegurado en su sitio, un vaso se elevó para seguir el mismo proceso.
-La verdad es que parece práctico -admitió al chico, que estaba sentado junto a él en una de las sillas de la cocina.
-¿Verdad? Thalissa siempre decía que era un vago, pero yo lo llamo eficiencia -dijo mientras llevaba la mano al cuenco de aceitunas que Aldebarán y él estaban compartiendo.
Era una escena reconfortantemente cotidiana. Aldebarán sabía que había tenido suerte de tener unos anfitriones tan hospitalarios. Aún así, no podía evitar echar de menos a su mejor amigo. Mu siempre había sido un hombre peculiar y Aldebarán había terminado acostumbrándose a ello con los años, pero no podía evitar sentirse dolido ante la evidente reclusión de este.
En eso estaba pensando cuando sintió el cosmos de Milo anunciándose en la entrada. Aldebarán se levantó, extrañado, pues no esperaba una visita tan tarde. Sus preguntas no hicieron más que aumentar cuando al ir a recibirlo lo encontró sosteniendo a una jovencita menuda que caminaba tambaleándose. Por un momento, rebuscó en los confines de su cerebro para recordar dónde había visto antes ese rostro cuando cayó en que se trataba de la sanadora que los había atendido el primer día.
-¡Milo! -exclamó, preocupado- ¿Qué ha pasado?
Al escucharle, Makoto se acercó a la entrada y al ver a la chica, abrió los ojos como platos.
-Tuvo suerte de que me la encontrara a la salida del templo de Escorpio, porque parecía a punto de desmayarse. Al principio insistía en que no pasaba nada, pero al final terminó pidiéndome que la acompañara al templo de Aries -explicó Milo con gravedad mientras la chica desviaba la mirada.
-Por todos los dioses Lena, ¿qué te ha pasado? ¿no se supone que todavía estabas cuidando del caballero de sagitario? -regañó Makoto, pasando el brazo por la cintura de la chica mientras Milo la soltaba con cuidado. La chica negó con la cabeza.
-El caballero de sagitario despertó ayer por la noche -musitó la chica. Aldebarán no pudo evitar sonreir, pues sabía lo importante que era su hermano para Aioria y se alegraba de pensar en lo feliz que estaría este, pero Makoto frunció el ceño.
-No puede ser, lo vi después de que subiéramos al templo para la reunión y su mente apenas reaccionaba -al escuchar eso, Milo se quedó mirando al joven con extrañeza. El rostro de Makoto se contorsionó con preocupación, como si se acabara de dar cuenta de algo que el resto ignoraba- Lena, ¿qué has hecho?
Finalmente, Lena alzó la mirada.
-La conexión que Aioros tenía con la vida era demasiado débil como para despertar completamente. Así que le di parte la mía.
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Holi, si has llegado hasta aquí, muchas gracias de nuevo.
Con vosotros, el resumen del capítulo, que es Saga gritando exhasperado:
"¿Podría intentar rehacer mi vida y mi salud mental sin que la liéis parda... DURANTE CINCO MINUTOS?"
Como siempre, el feedback es apreciado, y si veis cualquier error o fallito, agradeceré que me lo digais. Y si queréis compartir vuestros headcanons, sois más que bienvenidos en mi inbox.
