¡Hola de nuevo!
En referencia a los comentarios del último capítulo, quería decir que sí, Kanon está destinado a reaparecer... eventualmente. Dadle tiempo. Y respecto a los bronces, irán cayendo migajas de información acerca lo que pasó con ellos, si bien no llegarán a aparecer como tal.
Muchísimas gracias a M.G por su comentario, de veras que leer cosas así me motivan a seguir escribiendo. Y Sun y Dama, simplemente sois maravillosas.
Noticia importante: ¡Este fic tiene arte oficial! Podeis verla si hacéis click en el enlace mágico que hay en mi perfil. O podéis buscar "de entre las cenizas" en tumblr.
De qué me sirve tener la carrera de Bellas Artes si no puedo hacer ilustraciones de mis propios personajes, ¿eh? De momento tengo publicados los diseños de Sera, Thalissa y Zeki. En breve subiré también lo de Makoto, Rhea y Jericho. Que oye, las descripciones están muy bien, pero una ayudita visual nunca viene mal.
Ahora sí, el capítulo. Este mes ha sido un maldito caos, así que si se me ha colado alguna errata apreciaría muchísimo que me lo dijerais.
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Vínculos.
-La conexión que Aioros tenía con la vida era demasiado débil como para despertar completamente. Así que le di parte de la mía -las palabras temblorosas de Lena resonaron en la entrada de la vivienda de Aries. Su rostro pálido y consumido contrastaba con su mirada desafiante.
El silencio cayó sobre la sala como un cubo de agua fría. Por un momento, nadie dijo nada, intentando asimilar lo que había dicho la joven.
-¿Exactamente -comenzó a preguntar Milo con un cuidado inusual- qué significa eso?
-Significa que he le he dado varios años de mi vida, nada más. Mi esperanza de vida no tendría que verse demasiado afectada, o al menos no más de dos décadas -contestó Lena con rapidez, tratando de zanjar el tema. Aldebarán tragó saliva. Por mucho que se alegrara por Aioros, no podía evitar preocuparse por la chica. A su lado, Makoto estaba lívido y Lena debió de notarlo porque se apresuró a esquivar su mirada, pero este no parecía querer dejar ir el tema.
-¿Decidiste hacer eso por un extraño? Dime una cosa, Lena, ¿a partir de ahora piensas ir sacrificando años de tu vida por todos tus pacientes?
-Oye, sucede que ese extraño es uno de mis compañeros -increpó Milo.
-Ninguno de vosotros tiene derecho a darme lecciones acerca de sacrificarse por los demás, y tú menos que nadie, Makoto -replicó con rabia al ver los rostros que la miraban con expresiones que iban desde la preocupación a la pena. El chico respingó como si le hubiera mordido y Aldebarán no pudo evitar desviar la vista hacia el costado donde debería haber reposado el brazo ausente del muchacho. Sin embargo, este no estaba dispuesto a darse por vencido.
-Y dime, ¿se lo has contado ya a tu hermana? ¿qué crees que te va a decir ella? -contraatacó.
-Mi hermana no tiene nada que ver con esto -musitó Lena. Aldebarán y Milo se miraron con sorpresa. Había algo en el tono de la joven, aún más allá de lo que acababa de contar. Al margen de amazonas y un par de sanadoras, no habían visto mujeres en el santuario, así que las candidatas eran escasas.
-¿Tu hermana? -preguntó Milo con curiosidad. Por un momento nadie respondió, hasta que Lena suspiró y apartó la mirada.
-Sera. Ella es mi hermana mayor -admitió a regañadientes.
-¿La Matriarca? -preguntó, con los ojos abiertos de par en par. Sin embargo, ahora que lo pensaba, las similitudes estaban ahí. Lena tenía el cabello castaño y la piel pálida, los ojos más grandes y una suavidad en la curva de las mejillas que la Matriarca carecía. Sin embargo nadie podría negar el parecido de las dos hermanas.
La chica asintió con la cabeza. Milo miró a Aldebarán, que se encogió de hombros en el gesto universal de "a mi no me mires, estoy igual de sorprendido que tú".
- Aún así, Lena, es una locura. No podías saber a ciencia cierta cómo te iba a afectar. Podrías haber perdido la mitad de tu vida ¡O más! ¿Se puede en qué estabas pensando? -Makoto alzó la voz.
Había una parte de Lena que sabía que su amigo estaba actuando así porque estaba preocupado por ella. Había otra que sólo quería que dejara de presionarla.
- ¡Porque estoy harta de no poder hacer nada! -gritó y cuando alzó el rostro, tenía lágrimas en los ojos- Había algo que podía hacer y lo hice, ya está -zanjó, y la coraza que había estado resquebrajándose durante toda la conversación terminó de caer.
En ocasiones era sencillo olvidar que los caballeros no eran los únicos afectados por el ciclo de muerte que era la guerra santa. Sin embargo, ¿cómo no iba a traer ese caos de muertes sin sentido sufrimiento para todos?
"La chica es sanadora" pensó Aldebarán con tristeza "me pregunto a cuántos vio caer durante la guerra. A cuántos no pudo ayudar". Por un momento le invadió el impulso de consolar a la joven, pero se mantuvo firme en su sitio pues sabía que no tenía la confianza suficiente. Además, lo último que quería era asustarla. En su lugar, decidió intervenir.
-Bueno, lo hecho, hecho está -suspiró. Las miradas se giraron hacia él, pues había permanecido en silencio durante la conversación-. Lo que está claro es que la jovencita no está en condiciones de marcharse sola y menos teniendo en cuenta que ya es de noche.
-De veras, no es nada. Lo único que quiero es llegar a mi casa y darme una ducha caliente. No he tocado mi cama en semanas -insistió la chica. Aldebarán frunció el ceño.
-Seguramente eso pueda esperar hasta mañana, o como mínimo, deja que alguno de nosotros te acompañe -insistió con cautela.
-De eso nada, esta noche Lena se queda a dormir aquí -resonó la voz de Thalissa a sus espaldas. La mujer se abrió espacio con paso firme hasta la sanadora, cubierta por una gigantesca camiseta de pijama que le cubría hasta los muslos y una expresión en el rostro que dejaba claro que su estancia no iba a ser negociable. Debía haber espectado toda la escena, se dio cuenta Aldebarán.
-Thalissa -Lena intentó sostener la mirada de la mujer.
-Lena -interrumpió esta con dulzura antes de que la chica pudiera protestar- Al margen de todo esto, ¿cuándo fue la última vez que tuviste una comida caliente? ¿O que dormiste en una cama de verdad?
-Eso... eso no es... -empezó a protestar Lena, pero Thalissa simplemente se quedó mirándola mientras se cruzaba de brazos en silencio.
Lena abrió la boca, pero después exhaló, consciente de que había perdido, y se dejó atraer dócilmente hacia el pecho de la otra joven en un abrazo. Aldebarán suspiró, aliviado para sus adentros de que Thalissa hubiera zanjado el asunto con tanta facilidad, y esta le lanzó una sonrisa cómplice por encima del hombro de Lena.
-Bueno, supongo que tendremos que hacer cena para cinco -aportó con una sonrisa. Si había algo que sabía, era que las penas se llevaban mejor con el estómago lleno. Y Lena tenía pinta de necesitar un buen plato de comida caliente. O dos.
-En vista de que la chica está en buenas manos supongo que puedo irme tranquilo -suspiró Milo, negando con la cabeza-. Y tú, ten más cuidado, no sea que la próxima vez tenga que bajarte en brazos -añadió, guiñando un ojo a Lena. Esta desvió la mirada, de tal manera que su expresión quedó oculta por varios mechones de cabello castaño, pero Aldebarán pudo ver cómo un ligero sonrojo invadía su rostro cansado.
Aldebarán sonrió a su compañero mientras se despedía y después se adentró hacia la cocina dispuesto a ponerse manos a la obra. Un plato de estofado, una cama mullida y una sonrisa no solucionarían los problemas de la chica, pero como mínimo, aportaban las energías necesarias para empezar a trabajar en ellos. Y en ocasiones, eso era lo importante.
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Reencontrarse con su hermano era lo mejor que le había sucedido desde que había despertado. Tenían tantas cosas que contarse, tanto que explicar, que habían terminado pasando la noche entera hablando. Quedarse dormido en la cama con su Aioros le había resultado tan natural como cuando eran niños, y en parte Aioria agradecía haberlo hecho, pues estaba seguro de que si hubiera despertado sólo -o peor, acompañado por el rostro babeante de Milo- en el templo de Escorpio, habría pensado que todo era un sueño.
Ponerse al día había tomado tiempo. Aioria había tenido que explicarle muchísimas cosas: los tortuosos años de su infancia y adolescencia en los que la palabra "traidor" le había perseguido como un segundo nombre, cómo Saori Kido y los caballeros de bronce habían irrumpido en el Santuario para revelar la verdad acerca de Saga y su posterior suicidio, lo sucedido durante la guerra contra Hades y finalmente su extraño despertar.
La expresión de dolor de su hermano al hablarle de la soledad y el rechazo que había experimentado en el santuario tras su muerte le había partido el alma, y tampoco se le había pasado por alto cómo había respingado al escuchar los nombres de sus asesinos.
Una vez más, Aioria maldijo por dentro los nombres de las personas que tanto daño les habían hecho.
Aioros había vuelto, pero no como el adolescente que era cuando había muerto... ni tampoco como el hombre adulto que habría sido de haber sobrevivido hasta la guerra contra Hades. Era un joven perdido a mitad de dos mundos, con características de ambos pero sin terminar de pertenecer a ninguno. Su rostro bronceado era el de un hombre a mediados de los veinte, similar al del propio Aioria, y sus ojos no habían perdido la inocencia que habían tenido antes de morir.
A pesar de que se trataba de su propio hermano, había una parte de él que seguía siendo una incógnita. Tras ser designado como traidor, Aioria había asimilado que, simplemente, su hermano no era la persona que él había creído conocer. Al revivir, había pensado que podría retomar su relación donde la dejaron, pero aparentemente las cosas no eran tan sencillas.
-Aioria -la voz de su hermano lo sacó de sus cavilaciones.
-Dime -respondió con presteza.
-¿Crees que podrías presentarme a los caballeros que has mencionado? A tus amigos -especificó- Puedo recordar más o menos cómo eran de pequeños, pero quiero conocer a las personas que son cercanas a ti -sonrió.
¿Sus amigos? Aioria titubeó un momento antes de corregir a su hermano. ¿Acaso había dado esa impresión al hablar de sus compañeros? De los caballeros de oro, el único con el que realmente era cercano era Milo, a pesar de su pasada rivalidad. Su relación con Mu había estado marcada por altibajos, debido principalmente a lo diferente de sus personalidades, y en el caso de Aldebarán, se había tratado de simple cordialidad. Respecto al resto, no había tenido relación -y en el caso del algunos, prefería que así se mantuviera la situación.
Aún así, Mu había estado con él y con Milo durante la guerra de Hades. Habían luchado y caído juntos, y el lemuriano había sido el primero en alzar su cosmos durante la exclamación de Athena. Al fin y alcabo, habían cosas que no se podían vivir juntos sin forjar un vínculo. Recordó el rostro afable de Aldebarán cuando despertaron y el enorme abrazo en el que los había envuelto a todos. Incluso Shaka, aunque fuera principalmente debido a la proximidad en la que los habían encerrado sus circunstancias, había terminado significando algo para él, tal y como había terminado descubriendo al presenciar su muerte.
Sí, era posible que nunca antes se hubiera parado a pensarlo, pero su hermano tenía razón. Aioria tenía amigos en los que no había reparado.
Había un lado egoísta de su alma que quería retener a Aioros con él en aquella pequeña habitación de piedra por la que no parecía pasar el tiempo, exprimiendo esos últimos instantes antes de tener que enfrentarse a la realidad que los rodeaba. Pero sabía que eso sería injusto hacia su hermano, y al fin y al cabo, había otra parte que no podía reprimir la ilusión de presentarle finalmente a sus compañeros.
-Vamos -dijo finalmente.
Y así se encaminaron escaleras abajo.
Juntos.
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Cuando Aldebarán se adentró en la cocina de Aries en busca de un tentempié, pudo ver a través de la puerta que daba a la salita a Rhea y Thalissa charlando recostadas en el sofá. Ambas llevaban ropa informal y veraniega, y al fijarse en Capricornio Aldebarán tuvo que reprimir un escalofrío al ver la telaraña de cicatrices de distintos grados de antigüedad que surcaban su piel. Cada una estaba apoyada en un lado opuesto y sus piernas estaban casualmente entrelazadas.
-No necesito que me defiendan, eso es todo. No quiero que parezca que soy... débil -escuchó quejarse frustrada a la amazona de Capricornio. Thalissa asintió.
-Como amazona, no sabes lo bien que te entiendo, Rhea. Pero si alguien se piensa que eres débil, eso es problema suyo. Todos los que te conocemos de verdad sabemos que eres increíble y no tienes por qué demostrarle nada a nadie -dijo con calidez.
Al escuchar el intercambio, Aldebarán se sintió ligeramente culpable. Sin embargo, en ningún momento había sido su intención herir los sentimientos de las chicas, y era natural que simplemente se sientiera... bueno, preocupado por ellas, ¿verdad? La tarea de los caballeros era, ni más ni menos, proteger la existencia de la humanidad. No era algo que se pudiera dejar en manos de cualquiera.
Rhea bufó, hundiéndose en el sofá, y Thalissa extendió la mano para tomar la de su amiga.
Los nuevos caballeros parecían ser extraordinariamente táctiles entre ellos. Conviviendo con Makoto y Thalissa se había dado cuenta de que ambos solían intercambiar constantemente muestras de afecto casual, pero parecía que esa costumbre era algo que se extendía a toda su generación. Por el contrario, sus compañeros por lo general no habían tenido la confianza necesaria para mostrarse grandes muestras de cariño y cuando, por algún motivo, se daban, casi siempre estaban envueltas en brusquedad. Manotazos en la espalda, golpecitos en el hombro y abrazos que podrían haber arreglado los problemas de espalda de un oso pardo cualquiera eran la norma. La excepción era Mu, con quien Aldebarán había tenido que aprender a moderarse, porque si le saludara con una de sus habituales palmadas en la espalda, el lemuriano terminaría volando al otro extremo de la habitación luciendo más bien irritado. No, si bien su amigo era una persona reservada, sus muestras de afecto hacia las pocas personas que consideraba cercanas siempre iban envueltas en suavidad y calidez.
En comparación, la escena que alcanzaba a ver estaba envuelta en una calidez entrañable. Sin embargo, la conversación parecía personal, así que Aldebarán se aclaró la garganta educadamente para hacerles saber que estaba en la habitación contigua. Por un momento, la amazona de Capricornio se quedó paralizada, como si se sintiera insegura de cómo actuar tras ser descubierta en un extraño momento de vulnerabilidad. Por el contrario, Thalissa se limitó a girarse y sonreirle con naturalidad.
-Como amazona, quiero que sepas que estamos juntas en esto -finalizó Thalissa, mirando de vuelta a Rhea y dándole un apretoncito entre los dedos-. Pero como amiga, tengo que decirte que aunque sé que no necesitas ayuda, si en algún momento me pidieras que le partiera las piernas a alguien, lo haría -bromeó, y Aldebarán estuvo a punto de atragantarse con su vaso de agua.
-Oh no, por Athena, no. Ya tenemos de sobra con Zeki y Jericho -respondió rodando los ojos. Thalissa se enderezó instantáneamente.
-¿Zeki? -preguntó extrañada. Rhea titubeó.
-Ayer hubo un altercado y Zeki atacó al caballero de Piscis. Pensé que estaríais al tanto. Ya que no es así, querría disculparme en nombre de mis compañeros -respondió seriamente, mirando a Aldebarán.
Por un momento se quedó en la puerta paralizado, parpadeando estúpidamente.
-¿Afrodita está bien? -preguntó al final. Rhea asintió.
-Ayer estuvo inconsciente, pero hoy ya ha despertado y no ha sufrido más daños.
El alivio le acarició como una suave ola, sin embargo, por mucho que le avergonzara reconocerlo, al escuchar la noticia no se había preocupado tanto como quizás debería. Nunca había tenido una relación cercana con el caballero de Piscis, pues la moralidad -o falta de ella- de Afrodita, iba en contra de todos sus principios. Eso sin contar con que, bueno, en ocasiones simplemente uno no congeniaba con la otra persona. Y el caballero de Piscis siempre había destilado un aire, más allá del olor a rosas, que directamente le echaba para atrás.
-¿Que Zeki lo atacó? -preguntó Thalissa extrañada. Al instante apareció por la puerta Makoto con el ceño fruncido, pero este no dijo nada- Eso no es propio de él.
-Al parecer el caballero de Piscis hizo un... comentario desafortunado -aclaró Rhea. Thalissa frunció el ceño y se levantó del sofá.
-No, sigue sin justificarlo, eso no pega nada con él. En todo caso, de los nuestros es Jericho el que tiende a saltar.
-Tali tiene razón. Eso no es propio de Zeki -anunció Makoto con seriedad. Tenía la vista clavada en algún punto del suelo y su actitud era extrañamente distante- ¿qué tipo de comentario fue?
-Eso no tiene importancia -titubeó Rhea.
-Sí que la tiene -cortó el lemuriano.
-Fue un comentario sobre ti, Makoto. Dejemoslo ahí -dijo Rhea. Thalissa cerró los ojos en un gesto de rabia y Makoto se giró maldiciendo por lo bajo. Cuando Aldebarán se fijó, el chico tenía los nudillos blancos.
-Aún así, él no... -empezó, pero luego paró en seco- Joder -maldijo, negando con la cabeza.
-Lleva raro desde que volvió. Pensamos que necesitaría tiempo para pensar, así que no quisimos presionarlo -dijo Thalissa, con la preocupación plasmada en el rostro.
-Sí, él nunca ha tenido problemas para pedir ayuda hasta... mierda. No, obviamente no va a pedir ayuda aunque la necesite, no después de eso -añadió Makoto con amargura.
Aldebarán tenía la incómoda sensación de que había algo que se estaba perdiendo. Thalissa y Makoto intercambiaron una mirada y parecieron llegar a la misma conclusión.
-Vamos a hablar con él -dijo Thalissa mientras se dirigía hacia la puerta. Makoto la siguió cojeando, tal y como sucedía cuando intentaba apresurarse.
-Ahora mismo no vais a poder hablar con él -intervino Rhea. Thalissa se giró hacia ella.
-Zeki me conoce lo suficientemente bien como para saber que estoy dispuesta a tirar abajo la puñetera puerta de la habitación del Templo Principal en la que se está escondiendo si hace falta -dijo lentamente mientras entrecerraba los ojos, y por su tono, Aldebarán comprobó asustado, no tenía ninguna duda de que la mujer era perfectamente capaz.
-No. Lo digo porque anoche dejó el Santuario -explicó Rhea con tranquilidad-. Sera lo ha mandado fuera en una misión mientras se calma la cosa. El dúo de Aries y Tauro paró en seco frente a la salida de la estancia.
-¿Qué? ¿Es en serio?
-Mierda. Fijo que el muy cabrón se fue de noche para no tener que hablar con nosotros -masculló Makoto.
Inicialmente, el comportamiento tímido y amable del caballero de Aries le había llevado a pensar que tenía una personalidad similar a la de su predecesor. Los dos últimos días estaban llevando a Aldebarán a descubrir rápidamente lo equivocado que estaba.
Fue ese el momento que Milo eligió para anunciar su presencia en la estancia de Aries.
-Buenos días, espero que estéis disponibles, porque hay cosas que tenemos que hablar -resonó su voz desde la entrada. Poco después, pudieron sentir anunciándose el cosmos del viejo maestro-. Por cierto, ¿cómo sigue la sanadora?
-Lena está en mi habitación, descansando. Todavía sigue dormida -Milo desvió la vista hacia Thalissa y suspiró.
-Escuchad, puede que Afrodita no sea mi persona favorita del mundo mundial, pero aún así sigue siendo uno de los nuestros. Que haya sido atacado es algo grave, y ahora mismo no me gustaría cruzarme con el bastardo que lo hizo.
-Milo -lo amonestó Dohko-. Precisamente ese tipo de comportamiento es el que tenemos que evitar. La Matriarca me convocó esta mañana en representación del resto de caballeros de oro. Estamos todos de acuerdo en que es importante que la convivencia sea lo más respetuosa posible, puesto que la situación en la que nos encontramos es crítica y lo último que necesitamos una guerra de mil días -aportó Dohko con seriedad mientras entraba por la puerta.
-Estoy totalmente de acuerdo y querría ofrecer de nuevo mis más sinceras disculpas en nombre de mis compañeros. Os prometo que nada así volverá a suceder por nuestra parte -respondió Rhea con seriedad.
Los ojos de Milo se abrieron como platos al reparar en la presencia de la amazona de Capricornio y en un parpadeo había cruzado la habitación para posicionarse ante ella.
-Buenas. Creo que no habíamos coincidido hasta ahora, mi nombre es Milo. Soy el caballero de Escorpio -se presentó con una sonrisa encantadora.
-Oh, esto... Rhea. Rhea de Capricornio -parpadeó la mujer, anonadada como tendían a estarlo la mayoría de personas que se enfrentaban sin previo aviso a la energía desbordante de Milo. Sobre todo cuando la persona en cuestión era una mujer joven y de atractivo aceptable.
-Podéis llamarme Dohko de Libra -se presentó seriamente el susodicho-. Por desgracia creo que el tema va para rato -suspiró.
Milo pasó su mirada desde Thalissa hasta Rhea.
-Exacto, espero que no sea una molestia tener que quedarnos aquí hablando -sonrió-. Después de todo, ahora más que nunca es una prioridad que estrechemos lazos.
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Cuando Aioria bajó las escaleras hacia Escorpio el cielo amarillento, casi verdoso que los recibió y el calor sofocante que plagaba las ruinas le resultaron igual de extraños que el primer día. Aún así, suspiró aliviado al no cruzarse a nadie en su camino. Lo último que quería era que alguna de esas personas interfiriera en aquel momento de felicidad junto a su hermano.
Sin embargo, al llegar al octavo templo se llevaron la sorpresa de encontrarlo vacío. El templo de libra estaba igual de deshabitado y todo lo que quedaba hasta llegar a Aries eran ruinas.
El sonido de voces conocidas y nuevas por igual emergía de la zona habitable y rebotaba por el primer templo cuando llegaron.
Aioria elevó su cosmos con cuidado antes de llamar a la puerta. Cuando se adentró, se sorprendió al ver a media docena de pares de ojos clavándose en su rostro, pero la mitad de las miradas expectantes se tiñeron de asombro al ver avanzar junto a él a su hermano.
-¡Aioros!
Aldebarán y Milo se lo quedaron mirando con la boca abierta, anonadados al tener ante sí a la leyenda hecha carne y Aioria sintió cómo su pecho se hinchaba con orgullo. Dohko por el contrario sonrió con dulzura.
-Bienvenido de vuelta, hijo.
Aioros le devolvió la sonrisa.
-Cuando Aioria me dijo que había usted rejuvenecido, no podía creérmelo. Pero ahora que lo veo, me doy cuenta de que en el fondo no ha cambiado nada.
-¿Oh? Debes ser el único que piensa eso, chiquillo -respondió Dohko divertido.
-Es usted el único que nos habla así. Nadie más nos trata como a sus niños -explicó Aioros con calidez. Su mirada saltó hacia Milo y Aldebarán.
-Tú debes de ser Tauro. Recuerdo que de pequeño ya eras grande, pero aún así se me hace raro tener que mirar hacia arriba para poder hablar contigo -Aldebarán se rascó la nuca, sorprendido de que el caballero de Sagitario se acordara siquiera de su nombre-. E imagino que tú eres Escorpio, jamás podría olvidar los líos que montaste cuando eras un crío. Tengo que darte las gracias por cuidar de mi hermano mientras yo no estuve -dijo Aioros con dolorosa sinceridad.
-Aioros -masculló Aioria, sonrojado, que estaba empezando a comprender que no iba a ser inmune a la experiencia universal de todo hermano menor de ser avergonzado por su hermano mayor delante de sus amigos. Milo esbozó una sonrisa lobuna que dejaba ver que que pensaba guardarse ese comentario para echárselo en cara más tarde.
-¿Escorpio? Puedes llamarme por mi nombre -rió Milo- La verdad es que la mayor parte del tiempo lo pasamos chinchándonos el uno al otro. Lo de cuidar de él fue más bien algo de última hora -respondió con un brillo travieso en los ojos. Aioria soltó un quejido molesto.
-Milo.
-Y me temo que a vosotros no os conozco, imagino que debéis de ser los nuevos. Me había dicho Aioria que habían amazonas entre los caballeros dorados. Es un gran cambio, pero seguro que será para bien -finalizó Aioros con optimismo. Su intervención fue recogida con sonrisas amables.
La calidez del Santo de Sagitario parecía ser contagiosa, siguiéndole allí donde iba. En unos momentos, habían aparecido dos sillas más y estaban todos apiñados cómodamente alrededor del sofá.
-Espero que no hayamos interrumpido nada -dijo Aioros cortesmente tomando asiento. Una expresión de incomodidad surcó rápidamente los rostros de los presentes, pero Aioros no pareció darse cuenta.
-¡Para nada! -intervino rápidamente Aldebarán con una sonrisa nerviosa- Estábamos hablando de... esto... -dijo, mirando hacia su alrededor en busca de ayuda.
-La necesidad de mantener una relación cordial entre los caballeros de ambas generaciones -aportó Thalissa con total seriedad.
-Sí, eso mismo -coreó Milo.
Aioria le dirigió una mirada de extrañeza a su amigo, que le respondió usando su cosmos.
"Hubo jaleo con Afrodita y Deathmask. Luego te cuento". Aioria asintió para sus adentros, mejor no arruinar el ambiente distendido que reinaba en ese momento.
-Cuéntame -empezó Milo, que con la excusa de de escasez de hueco había conseguido quedar apretujado contra Thalissa en el sofá- ¿Qué más te ha dicho tu hermano de nosotros? Concretamente, de mi -añadió con una sonrisa pícara que indicaba que se estaba divirtiendo de lo lindo.
-Oh, todo cosas buenas -sonrió Aioros. Cuando Milo arqueó las cejas, incrédulo, tuvo que dar marcha atrás-. Bueno, principalmente cosas buenas. Pero yo sé que las malas no las dice en serio.
-Aioros, por favor.
-Yo no le daría tanto crédito a tu hermano -rió Milo.
-Dime, ¿y ya sabes dónde vas a instalarte? -Aioria agradeció a todos los dioses la intervención de Dohko, que le daría al menos un respiro momentáneo. Aioros se lo quedó mirando, sorprendido.
-Pues la verdad es que todavía no lo había pensado. Al pasar había visto que el templo de Sagitario seguía en pie, así que espero que no haya ningún problema con que me quede allí.
Rhea se incorporó de golpe, como si acabara de recordar algo.
-Casi lo olvido. Lo lamento mucho, con todo lo de antes, se me había pasado por alto el motivo por el que había bajado hasta aquí. Sera me pidió esta mañana que recogiera las cosas que faltaban del templo de Sagitario y se las llevara al Templo Principal, pero quería que te entregara esto a ti, Thalissa -dijo,estirándose para alcanzar una bolsa que había quedado olvidada junto al sofá.
La joven la cogió, extrañada, para luego suavizar su expresión al sacar de ella una cámara de fotos.
-Es su cámara -explicó Rhea-. Ella sabía que te encanta la fotografía y como ya no la va a poder usar, quería que la tuvieras tú.
Thalissa introdujo el brazo dentro de la bolsa para seguir sacando una serie de fotografías. Por un momento, se quedó mirándolas.
-No puedo aceptarlas. Este tipo de recuerdos son importantes, por mucho que se mude al Templo Principal.
-No te preocupes. Se las ha llevado casi todas, pero esas las seleccionó para ti.
Lentamente, Thalissa bajó las fotos de forma que quedaron a la vista de todos. En una, alguien la había capturado de espaldas pasando sus brazos por encima de los hombros de Aries y Géminis, todos portando sus respectivas armaduras, con quieres charlaba con naturalidad. En otra, salía junto a la propia Matriarca, sonriendo juntas a la cámara. Y en otra...
-¡Santa Afrodita! ¿Esesa la Matriarca? Porque definitivamente no me importaría arrodillarme ante ella y...
-Ni se te ocurra terminar esa frase -siseó el viejo maestro.
En la última foto, aparecían tres mujeres riendo sobre una toalla en la playa. Aioria se sonrojó hasta las orejas al ver que la primera era Sera, con un bikini rojo, mirando seductora a la cámara. La segunda era Thalissa, con el pelo suelto cayendo en una cascada de salvajes rizos sobre su espalda y un bañador de color amarillo, y la tercera una chica morena y de pelo corto que se tapaba el pecho con una mano, pues a excepción de la parte de abajo del bikini no llevaba nada puesto.
-¿Quién es la chica... err... bajita? -preguntó Aldebarán mortificado. Había algo en sus cerebros que les decían que definitivamente era inapropiado ver a una amazona -y más a una de oro- en ese estado. Y eso sin pensar en la Matriarca. La joven que sonreía con picardía mostraba una faceta de la líder actual del Santuario que no terminaba de sentirse cómodo conociendo.
- Aiyana. Ella era la amazona de Virgo -respondió Thalissa con una calidez teñida de tristeza.
Aioria se obligó a mirar la foto de nuevo. Por un momento, comparó a la joven que se reía a carcajadas en topless con el siempre estoico Shaka y estuvo a punto de sufrir una aneurisma. Milo pareció pensar lo mismo, porque por su cara parecía estar reprimiendo con todas sus ganas un nuevo comentario.
-La verdad es que nunca lo habría imaginado -dijo Aldebarán. "No eres el único" pensó Aioria-. No se parece mucho al caballero de Virgo de nuestra generación -"Por decirlo de alguna manera".
-Ella era una persona maravillosa -sonrió Thalissa-. Tan... humana, tan llena de vida. Era una de mis mejores amigas.
-Suena como alguien increíble -respondió Aioros con calidez-. Es una pena que no pudiéramos llegar a conocerla.
-Lo era.
Un silencio melancólico invadió la habitación. Aioria conocía a la perfección el dolor sentido al perder a un ser querido, pero aún así, no tenía ni idea de qué decir en ese momento. ¿Qué decir que no sonara vacío y repetitivo? ¿Cómo encapsular en unas pocas palabras las condolencias por perder a un amigo?
-Mi maestro solía decir que nadie muere de verdad hasta que es olvidado, es por eso que solía hablarnos de vosotros -intervino Makoto con cuidado, y por un momento su mirada se clavó significativamente sobre Aldebarán-. Y creo que a mis compañeros les gustaría que os habláramos de ellos.
-Tu maestro suena como un hombre sabio- sonrió Aioros, y Aioria cayó en la cuenta de que su hermano nunca había llegado a conocer a Kiki.
-Oh, no te haces una idea -respondió el lemuriano con una sonrisa divertida.
-El maestro de Aries fue a su vez el alumno de Mu -explicó Aldebarán. Aioros abrió los ojos con sorpresa.
-La verdad es que tengo curiosidad por saber quién terminó llevando mi armadura -intervino Milo.
-Yo también querría saber qué fue de la armadura de Libra. Quiero pensar que Shiryu hizo un buen trabajo y se la encargó a alguien merecedor de ella, pero con esos niños nunca se sabe.
Thalissa se incorporó rápidamente.
-Dadme un segundo -dijo, antes de desaparecer sigilosamente en su cuarto y salir brevemente después de puntillas sosteniendo algo que parecía ser un gran album de fotos, para luego volver a encajarse entre Milo y Rhea.
-A ver -dijo Milo con curiosidad y Aioria no pudo evitar inclinarse sobre el sofá para intentar ver mejor.
El album era una colección de momentos robados. La mayoría de las fotos habían sido tomadas a escondidas, mostrando extraños instantes de vulnerabilidad en los que los caballeros dorados no estaban de servicio y que mostraban una suerte de intimidad casual entre ellos.
Aioria no pudo evitar sentir un pinchazo en su pecho al pensar que conseguir una recopilación así junto con sus compañeros habría sido imposible. El único momento en el que había existido ese compañerismo inocente entre ellos había sido cuando eran pequeños, antes de que Saga asesinara al Patriarca. Durante años, había apartado de su memoria ese periodo de su infancia, pues pensar en lo que había perdido -Aioros, su amistad con el resto de caballeros dorados- le resultaba demasiado doloroso. Era mejor actuar como si nunca hubiera sido cercano al resto de aprendices de oro, pues eso hacía más fácil el lidiar con su soledad, pero ahora que se obligaba a enfrentarlo no podía evitar sentir un pinchazo de tristeza ¿Cómo habría sido todo de no haber sido por la traición de Saga?
En una de las primeras fotos pudo ver a Rhea, Jericho y Sera jugando a las cartas junto con un joven alto y ancho de espaldas de rasgos vagamente asiáticos que le hacían pensar en el antiguo caballero del dragón.
-Ese era Libra, ¿no? Ahora que lo veo con más calma, se da un aire con tu discípulo -dijo, mirando a Dohko.
-Daichi era nieto del caballero de Dragón de vuestra era -explicó Thalissa-. De hecho, una vez hace unos años llegó a presentarme a su abuela Shunrei antes de que fallecieran, una mujer encantadora.
-¿En serio? ¿Me estás diciendo que en el momento en el que yo ya no estuve ese pequeño oportunista de mi alumno estaba dejando embarazada a mi hija adoptiva? -preguntó Dohko con una cómica expresión de indignación. Milo soltó una carcajada.
-Bueno maestro, ya sabe, la sangre es joven. Nada como sobrevivir a una guerra como para que te entren ganas de disfrutar de la vida.
-Además, los caballeros de bronce eran apenas unos críos. Seguro que esperaron un tiempo antes de... eh.. sabe qué, da igual -intentó ayudar Aioria, pero desistió ante la mirada asesina del viejo maestro.
-En el fondo imagino que debí de vérmelo venir. Es más, puedo decir sinceramente que me alegro de que fueran felices y estoy seguro de que Shiryu cuidó bien de Shunrei en mi ausencia -suspiró Dohko-. Aunque me hubiera gustado mucho poder llegar a conocer a mi bisnieto.
-Daichi era todo lo que un caballero de oro debe de ser. Era bueno, honrado y noble; y siempre actuó como un ejemplo para todos nosotros. Él estaba allí para echarnos la bronca cuando hacía falta -sonrió Thalissa.
-Dioses, ¿te acuerdas de aquella vez que Zeki y yo íbamos a llegar tarde a nuestra guardia porque teníamos una resaca brutal y el muy sádico nos despertó poniéndonos la canción de la piña colada a todo volumen? -dijo Makoto con una risa triste. Dohko asintió con aprobación.
-Piña colada... espera, ¿te refieres a Escape? ¡Esa canción es de nuestra época! -sonrió Milo.
-Espera a que te la taladren en los oídos cuando tengas una migraña y no te hará tanta ilusión escucharla.
En la siguiente foto salían Thalissa, Makoto, la santa de Virgo y para su sorpresa, Lena. Estaban en una habitación cubierta por una gran alfombra y cojines de aspecto cómodo, riendo sentados en el suelo mientras compartían un té. Con mucho esfuerzo, Aioria pudo identificar que se trataba de las estancias privadas de Virgo, pues tanto el suelo como las paredes estaban cubiertos por mil y un objetos de decoración: incontables piezas de artesanía nativo americana, quemadores de incienso, atrapasueños e incluso una shisha de tamaño considerable.
-Me pregunto qué pensaría Shaka si entrara en su templo ahora y se lo encontrara así, él que predicaba la sencillez y todas esas cosas. O mejor, si se encontrara la foto de la playa. Creo que le daría un infarto -sonrió Milo. Aioria no pudo más que estar de acuerdo con él.
En un gran número de ellas aparecían Makoto y Thalissa junto al caballero de Géminis, siempre abrazados o riendo. En una de ellas, ambos chicos estaban abrazando a Thalissa y el caballero de Géminis le daba un beso cariñoso en la mejilla. Los tres parecían haber estado riendo a carcajadas y transmitían una sensación de felicidad tan pura que deslumbraba. Makoto desvió la mirada a un punto vacío en la sala con una expresión ausente y Aioria se preguntó qué habría sucedido.
-Se parece a Saga -dijo Aioros, con un extraño tono de voz que Aioria no supo cómo interpretar. Era la primera vez que lo nombraba desde que habían revivido.
Cuando volvió a mirar la foto, lo invadió una sensación innata de incomodidad. ¿Es que acaso hacían a todos los caballeros de Géminis con el mismo molde?
-No quiero ser yo quien lo diga, pero ¿estamos seguros de que no es su tataranieto o algo? O su tatarasobrino, si es que eso existe. Quiero decir, por todo lo que sabemos de su vida personal, Kanon pudo haber dejado unos cuantos bastardos esparcidos por Grecia -dijo Milo arqueando las cejas.
-Ya. Bueno, tú mejor no le des muchas vueltas a eso -dijo Thalissa pasando la página.
La siguiente fotografía era la de un joven alto y de cabello oscuro recogido en una coleta que miraba a la cámara haciendo un puchero y con la cabeza atorada en... ¿una percha?
La imagen lanzó a Makoto y Thalissa en un ataque de risa.
-Ay, el pobre Lev era tan tontito...- suspiró la amazona con una sonrisa triste, y cuando Aioria la miró se dio cuenta alarmado de que las lágrimas habían empezado a deslizarse por sus mejillas- Mierda. No me puedo creer que haya sobrevivido a reorganizar el templo de Libra sólo para ponerme a llorar ahora por este idiota -dijo mordiéndose el labio mientras se apresuraba a limpiarse la cara.
-Su estupidez nos perseguirá desde la tumba- rió Makoto, cuando levantó el rostro también estaba llorando.
De forma instintiva, Milo posó la palma de la mano sobre el hombro de la joven que tenía a su lado en un gesto de apoyo, y Dohko y Aldebarán reaccionaron de forma similar respecto al otro chico. Había emociones que trascendían sobre la diferencia generacional.
-Un momento -dijo Aioria, recordando una de sus conversaciones el primer día- ¿Lev no era el nombre del caballero de Escorpio?
-Así es -confirmó Makoto limpiándose las lágrimas.
-Vaya Milo, no imaginé que tendrías tantas cosas en común con tu heredero -añadió con una sonrisa sádica.
-Se nota que la armadura tiende a elegir a personas similares -asintió Aldebarán.
-La verdad es que yo no os noto ninguna diferencia -aportó Dohko.
Milo se limitó a mirarlos a todos con expresión indignada.
-Sois unos malditos traidores. No me puedo creer que te hayas unido incluso tú, Aldebarán.
-No sé a qué te refieres, Milo. Se nota que ambos sois caballeros ejemplares -respondió este con expresión beatífica.
La siguiente foto que llamó su atención era una en la que aparecían junto con un joven negro con el cabello trenzado y la amazona de Virgo, en unos riscos familiares.
-Este era Cáncer -aclaró Thalissa con voz nostálgica.
-¿Ese lugar no está cerca del santuario? Los aprendices suelen ir porque puedes saltar al mar desde allí -recordó Aioria.
-Sí, eso es. Es uno de los pocos sitios en los que el agua está lo suficientemente limpia como para que puedas bañarte sin peligro actualmente. Recuerdo que le prometimos a Lev llevarlo un día, pero al final no... -dijo Makoto mordiéndose el labio.
-Es curioso. Saga, Kanon y yo también habíamos dicho de ir juntos, pero siempre parecía que no era el momento adecuado y nunca lo hicimos -dijo Aioros con una sonrisa triste. El estómago de Aioria se retorció al escuchar nombrar a los gemelos.
El ceño de la amazona de Tauro se frunció como si acabara de llegar a alguna clase de conclusión.
-Dime -dijo lentamente- ¿te apetecería ir ahora?
-¿Ahora? -Aioros la miró sorprendido. Cuando la chica alzó el rostro, tenía una expresión de fiera determinación a pesar de los ojos rojos.
-¿Tienes algo mejor que hacer? Porque personalmente, Mu todavía sigue reparando mi armadura y yo, sin ella, no puedo hacer gran cosa -zanjó con decisión-. Tenéis una segunda oportunidad, y lo cierto es que nosotros también estamos vivos de puro milagro. Sabemos que esta paz no va a durar mucho así que al menosyo pienso aprovechar el momento -finalizo levantándose con energía del sofá- Rhea, ¿tú te vienes?
Aioria había pensado que, dada su actitud seria y estoica, la amazona de Capricornio se negaría, pero esta simplemente se encogió de hombros.
-Sí, por qué no.
-Pues hecho, nosotras nos vamos. Quien quiera venir, que se una.
-¿Sabes qué? Yo me apunto también -aportó Milo, saltando del sillón.
-Bueno, supongo que un bañito no puede hacer daño -dijo Dohko. Aioria, Milo y Aldebarán lo miraron sorprendidos.
-¿Usted también, maestro? -preguntó este último. Dohko lo miró fijamente a los ojos.
-Me he pasado doscientos años sentado en una maldita roca. Lo único que podría impedir ahora mismo que vaya a darme un baño con un par de jovencitas es que el mismísimo Hades invadiera el santuario y eso no va a ocurrir -dijo, con la fiereza de un hombre que ha tenido que pasar dos siglos mirando a una cascada.
- Aioria -cuando lo miró, los ojos de su hermano brillaban con emoción- La verdad es que me haría mucha ilusión ir contigo. Quiero que tengamos ese recuerdo juntos.
Aioria suspiró, sabiendo que no había forma en la que pudiera negarse a su hermano. Sin embargo, Aioros tenía razón. Era posible que ellos no contaran con un álbum de recuerdos como el de los caballeros de la nueva generación, pero a cambio, tenían la oportunidad de crear memorias nuevas. Y esta vez, pensó mirando a sus compañeros, junto a sus amigos.
-Vamos -accedió con una sonrisa. Milo sonrió de oreja a oreja.
-¿Vas a llevar bañador o así mismo? -preguntó Rhea a su amiga casualmente. Thalissa separó unos centímetros la cinturilla del pantalón de su cadera.
-Así mismo. Total, estas no son de las que se transparentan, así que me da igual -dijo, tras comprobar su ropa interior. Rhea asintió.
Aldebarán se los quedó mirando, indeciso y ligeramente sonrojado. Makoto le sonrió.
-Ve, de todos modos, yo tengo que bajar ahora a ayudar a Mu en la forja -dijo, dándole un suave empujoncito en la espalda antes de que el hombretón pudiera negarse.
Y así, antes de que nadie pudiera acobardarse o cambiar de opinión se embarcaron escaleras abajo.
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La tensión era palpable en el templo de Acuario. Desde el incidente con Afrodita, Saga se había mantenido en estado de alarma. Desde el momento en el cuál había recuperado parte de su cosmos -por muy inestable que fuera- aquella mañana, lo había usado para escanear sus alrededores en busca de posibles alertas. No había sido una decisión consciente, su cuerpo había actuado por sí solo.
Por otro lado, Shura había pasado los últimos días principalmente oscilando entre hundirse en la culpa en su estancia y recorrer el templo en estado de ansiedad. La segunda opción parecía ser la elegida para el día de hoy, pues el haber recuperado parte de su cosmos parecía haberle aportado aún más energía reprimida.
-Si sigues así vas a dejar un surco en la cocina -dijo Camus con suavidad y Shura paró, avergonzado. Saga se lo agradeció para sus adentros, porque los vaivenes del español estaban empezando a irritarlo.
-Disculpa -respondió, negando con la cabeza. Saga suspiró y volvió a dirigir la mirada al manual de Alexa que estaba intentando descifrar, pero al momento Shura volvió a distraerle - Necesito liberar tensión -suspiró.
- ¿Y por qué no bajas a entrenar? -respondió Camus, y Saga pudo recordar entre los fragmentos neblinosos que eran sus memorias de los años bajo la influencia de Ares que Shura siempre había sido uno de los caballeros más apegados al ejercicio físico.
Shura se quedó mirando a Camus en silencio y Saga pudo adivinar fácilmente la respuesta, que era el mismo motivo por el cuál él tampoco se había aventurado a bajar más allá de Capricornio: ninguno sabía cómo iba a reaccionar al ver a sus antiguos compañeros. Camus debió de leerles la mente, porque añadió:
-Quedaros aquí indefinidamente no os será de ayuda a ninguno, caballeros. Si realmente os apetece salir del templo, sería impropio de vosotros que os quedarais por cobardía.
Ambos se quedaron mirando al francés. A pesar de que Camus tenía razón -o quizás precisamente por ello- a Saga no le hacía demasiada gracia su crítica.
-Quizás visite los campos de entrenamiento, aunque apreciaría tener un compañero con el que practicar algo de cuerpo a cuerpo -dijo Shura con cautela. Camus le dirigió una mirada significativa a Saga.
-Disculpa -intervino, mirando de vuelta molesto al francés- ¿Cómo es que no te ofreces tú, si tanto predicas que quedarnos aquí no nos será de ayuda?
-Ignoras la parte en la que he especificado que deberíais salir si os apetece. Y teniendo en cuenta el calor del verano griego, yo no pienso poner un pie fuera del templo hasta bien entrada la tarde, como pronto -replicó Camus con parsimonia.
"Y exactamente qué te hace pensar que a mí sí me apetece salir" -pensó Saga, pero se mordió la lengua. Durante trece años, había sido el espectador de cómo Ares había reinado el Santuario. Había sido su hogar, su prisión... y su dominio. Y mentiría si no dijera que, en cierto modo, tenía curiosidad por saber cómo había cambiado.
-Vamos -accedió, para alivio de Shura.
Estaban saliendo del templo cuando un cosmos se elevó en forma de saludo a sus espaldas. Por un momento Saga se tensó y en un acto reflejo se preparó para elevar el suyo, pero se tranquilizó relativamente al ver que se trataba de Jericho, esta vez portando su armadura dorada con un unusual rostro serio y acompañando en su camino a la Matriarca.
Saga se tomó unos instantes para analizar el cosmos del caballero. Este desprendía un aura caótica, casi explosiva, que no le sorprendió. El hombre le dirigió una sonrisa arrepentida antes de recuperar nuevamente la compostura, y Saga recordó cómo había intentado suavizar la actuación del caballero de Géminis ante la Matriarca.
-Buenos días, caballeros -los saludó la mujer una vez los hubieron alcanzado-. Me alegra ver que habéis decidido abandonar el templo.
-El placer es nuestro, señora -respondió Saga con educación. Shura parecía haberse quedado sin palabras, pero atinó una inclinación de cabeza cortés.
-¿Os dirigíais a algún lugar en concreto? ¿O sólo estáis dando un paseo? -preguntó con una sonrisa encantadora.
-Nos encaminábamos hacia los campos de entrenamiento. No hemos podido ver los terrenos del santuario hasta ahora -respondió Saga.
-Comprendo. Yo tengo unos asuntos que resolver en el campamento de las amazonas y también tendré que pasarme a hablar con varios santos de plata, así que supongo que os acompañaremos en el descenso. Y si es explorar los terrenos del santuario lo que queréis, sois más que bienvenidos en uniros a nosotros.
Con las hombreras doradas abrazando su cuello y la larga capa que había lucido en la reunión con el resto de los caballeros dorados, la imagen de la Matriarca era la de la viva elegancia. No quedaba en su actitud ni un rastro de la leve informalidad que había mostrado en sus encuentros previos a solas, así que Saga decidió responderle de igual manera.
-Sería descortés por nuestra parte rechazar una oferta así -aceptó. La mujer volvió la mirada hacia su compañero.
-Shura de Capricornio, ¿verdad? -este se quedó paralizado por un momento, sorprendido de que la Matriarca recordara si quiera su nombre.
-Si, señora -asintió.
-Espero que vuestro regreso esté siendo lo más cómodo dadas las circunstancias y que la convivencia se os esté haciendo lo más sencilla posible -sonrió la mujer. Shura parpadeó rápidamente, inseguro acerca de cómo responder.
-Sí, señora -terminó repitiendo.
Una vez reanudaron el descenso por las escaleras, Jericho extendió su brazo para que Sera pudiera tomarlo.
Por primera vez Saga se dio cuenta de que la Matriarca exhibía la más leve de las cojeras. Apenas era perceptible, y cuando lo era, se trataba de momentos puntuales, pero ahí estaba. No solamente eso, sino que ahora que la veía de cerca y sin estar consumido por el cansancio se daba cuenta de que Sera era una mujer, bueno, bajita. Y sin embargo, de buenas a primeras, nadie habría dicho que lo era. Había algo acerca de cómo su presencia ocupaba el espacio que la rodeaba que hacía que la gente no se cuestionara que la Matriarca era en realidad una mujer bastante pequeña.
El poder, esencialmente, funcionaba como una ilusión, y Saga sabía bastante sobre ambas. Era increíble lo que podías lograr si mostrabas la suficiente seguridad en ti mismo y actuabas con autoridad. Para empezar, podía conseguir que pasaras trece años suplantando a un gobernante legítimo sin que apenas nadie hiciera preguntas, pensó con amargura.
El descenso a través de los fue ocupado por una charla trivial y educada. Sera era una mujer carismática y a Saga no le resultaba complicado seguirle la corriente. Shura, de naturaleza más bien parca en palabras, era harina de otro costal. Saga no sabría decir si su compañero se sentía intimidado por la mujer o confuso acerca de qué protocolo seguir con la nueva Matriarca.
Por lo general, las mujeres con las que habían interactuado durante su vida caían en tres categorías: doncellas, amazonas y civiles ajenas al santuario. La Matriarca pertenecía a una categoría nueva y en cierto sentido, incómoda, pues Sera tenía un rango superior al suyo. Lo mismo sucedían las amazonas doradas, que eran ahora sus iguales, y Saga no tenía duda de que muchos de sus compañeros iban a tener problemas a la hora de interactuar con ellas, probablemente no por malicia sino por torpeza.
Un nuevo problema de índole femenino se presentó cuando llegaron al campamento de las amazonas.
La infraestructura del mismo había cambiado poco o nada. La arquitectura del santuario parecía ser atemporal, sobreviviendo inmutable siglo tras siglo. Sin embargo, eso parecía ser lo único que se había mantenido igual.
La primera pista de que algo había cambiado fue el ruido. Generalmente, en el campamento de las amazonas había reinado un silencio hostil. Sin embargo, actualmente era capaz de apreciar el bullicio desde la entrada. No se trataba de que estuvieran haciendo escándalo, sino del simple sonido de la gente conviviendo en un lugar.
Al ver al grupo la amazona que estaba guardando la entrada frunció el ceño, pero su rostro se iluminó al identificar a los recién llegados.
Saga pudo escucharla gritar cuando se asomó a avisar a sus compañeras.
-¡Abrid la puerta chicas, es Sera! -anunció animadamente.
Saga frunció el ceño. Ningún santo de plata se habría atrevido a llamar a los anteriores Patriarcas por su nombre de pila. Pero por otro lado, nadie tampoco se habría alegrado tanto de verlos.
Entrar en el campamento supuso encontrarse con un corrillo de rostros curiosos analizándoles. Anteriormente, las caras de las amazonas habían estado ocultas por máscaras. Ahora podía ver sus expresiones, que decían que si bien Sera era una presencia apreciada y Jericho resultaba, como poco, familiar, Saga y Shura eran dos desconocidos. Rodeado por las mujeres, Saga experimentó la desagradable sensación que en su mente asociaba con las gacelas que son acorraladas por una manada de leonas. Sólo que, a diferencia de las gacelas, no podía huir ni atacar, sino que se esperaba de él que se quedara ahí con su mejor cara.
El corrillo de depredadoras se separó para dejar paso a una amazona de larga trenza negra y máscara de plata que se arrodilló frente a la Matriarca.
-Señora -saludó.
-Esha -sonrió Sera al tiempo que extendía una mano y ayudaba a la otra mujer a levantarse-. Me alegro de verte totalmente recuperada.
El simbolismo del gesto no se le pasó a Saga, pero al parecer, tampoco al resto de las amazonas, que murmuraron con tono de aprobación.
-Gracias Sera, es bueno verte aquí a ti también. ¿Hay algo que necesites de nosotras?
-En realidad, necesitaré hablar contigo en privado, si no te importa -dijo esta con una sonrisa. La amazona asintió.
-En ese caso, pasa -dijo, señalando con el brazo en dirección a una de las cabañas. La Matriarca se adentró junto a ella.
Saga había pasado los últimos trece años observando cómo otro hombre reinaba en el Santuario, pero el hecho de que no hubiera sido él quien tenía el control no significaba que no hubiera aprendido nada. No, Saga sabía leer las corrientes del poder y ahora mismo podía percibir cómo la Matriarca nadaba en el campamento de las amazonas como si fuera el pez más gordo del estanque.
"Es una de las nuestras" exclamaba la actitud de las amazonas. Si algo había demostrado la incursión de los santos de bronce en el santuario tantos años atrás era que la lealtad te llevaría mucho más lejos que el miedo. Después de todo, la mayor parte de sus caballeros había preferido dejar pasar a los chiquillos antes que morir por Ares. Las excepciones habían sido Ángelo, Afrodita, Shura y Camus. Todo para que, finalmente, pudiera reunir el valor suficiente como para recuperar el control y encontrar el descanso.
Una sensación horrible de náusea se asentó en su estómago sólo de recordarlo y Saga tuvo que obligarse a respirar profundamente para apartarlo. Angustiado, miró a su alrededor en busca de algo que lo distrajera. Una amazona de cabello platino rizado y máscara plateada que portaba un vestido negro encima de su ropa de entrenamiento le hizo el favor de intervenir en ese momento. De todo el campamento, era la segunda mujer que cubría su rostro y Saga se preguntó a sí mismo por qué alguien eligiría hacer eso de forma voluntaria.
-Jericho, querido, ¿qué haces tú por aquí? Apenas sueles venir a visitarnos -saludó al caballero de Leo con una voz acaramelada que hizo saltar a la vez todas las alarmas en el cerebro de Saga. Había algo en la pulcritud de sus rizos y la delicadeza del vestido que la hacía parecer una muñeca, pero una particularmente espeluznante.
-Las labores de un caballero de oro son muchas y prácticamente interminables, Camille -respondió este con una sonrisa incómoda- ¿Dónde está Mina?
-Oh, ya la conoces. Con ella nunca se sabe -respondió esta con gesto casual de su mano. Sin embargo, su tono era de todo menos tranquilizador.
-Ya, por eso mismo lo digo -respondió Jericho con algo parecido a la resignación.
-Y dime, ¿no me presentas a tus amigos? -el caramelo de la voz pareció llegar a su punto de ebullición y Saga rechinó los dientes, pues lo último que quería era ser objeto de la atención de nadie.
-¿No se supone que tu especialidad es saber cosas? Estoy seguro de que hay poco que yo pueda aportar de lo que tú no estés ya enterada -respondió Jericho dirigiéndole una sonrisa forzosa-. De todos modos, te aseguro que pueden hablar por sí solos.
-Oh, últimamente nunca se sabe, hay tanta gente nueva. Anteayer mismo llegó un mensajero al que no había visto nunca, tenía pinta de venir del norte -dijo la amazona con un tono que pretendía ser casual. A Saga no se le pasó desapercibido y por sus rostros, a Shura y Jericho tampoco.
-Vaya, qué cosas. ¿De los exploradores has sabido algo? -preguntó el caballero de Leo, repentinamente tenso.
-Oh, ¿así que ignoras mis preguntas y ahora quieres respuestas? Eso está muy feo, cielito -respondió la mujer, pero Saga ya se había cansado de su juego.
-Si tanto te interesa, mi nombre es Saga, y el suyo, Shura. ¿Ahora que ya tienes lo que quieres podrías responder a la pregunta del caballero?
La amazona se giró hacia él y Saga pudo sentir cómo, a través de la máscara, la mujer le clavaba la mirada. Él se la devolvió.
-El grupo de Sagitta salió ayer por la mañana y por la tarde reportaron haber llegado a su destino. Deberían haberse puesto en contacto hoy también, pero no han dicho nada. Es todo lo que sé -dijo con seriedad-. Ten cuidado, Jericho. No creo que la paz dure mucho -añadió antes de despedirse con un gesto de su mano, y en su tono Saga pudo advertir preocupación genuina.
-Gracias por información, Camille -suspiró Jericho-. Y por la advertencia.
-¿Eso es normal? -susurró Shura- ¿Desde cuándo una amazona de plata se permite hablar así a un caballero de oro?
-No sé cómo serían las amazonas de tus tiempos, pero de las que yo he conocido no podría decir que ninguna fuera modosita, precisamente. Además, Camille es un caso especial. Es una de Las Furias -añadió, dándose unos golpecitos con el dedo en el rostro haciendo alusión a la máscara.
Saga frunció el ceño.
-¿Las Furias? ¿Como las Erinias*?
-Eso mismito, aunque yo prefiero llamarlas El consultorio sentimental. Al anterior Patriarca se le ocurrió la idea de formar varios comandos pequeños con los santos de plata más poderosos. Las Furias son un grupo de amazonas que actúan como espías, y de los que hubo, era el más fuerte. Su rango es más alto que el del resto de los caballeros de plata y están justo por debajo que nosotros. La amazona que estaba hablando con Sera, Esha, es su líder. Y si quieres mi consejo, jamás te metas en líos con ninguna de ellas.
-¿Experiencia propia? -bufó Saga. La idea de meterse en líos con amazonas era probablemente una de las últimas prioridades en su lista. Jericho rió por lo bajo.
-No, no soy ese tipo de capullo. De hecho me llevo bastante bien con Esha, es simpática. E incluso con Mina cuando le da por dejarse ver -sonrió, pero su rostro se volvió inusualmente serio antes de proseguir-. De todos modos, y volviendo a lo de antes, Camille tiene razón. Si algo me ha aportado la experiencia de vivir una Guerra Santa es que puedo oler la mierda a kilómetros, y esta nariz dice que se aproximan problemas -dijo, y Saga pudo ver el cansancio reflejado en sus ojos.
Unos metros más atrás, Sera emergió de la cabaña charlando tranquilamente con Esha, de la cuál se despidió para reencontrarse con ellos.
-Muchas gracias por vuestra espera -agradeció.
A sus espaldas, Esha había llamado a varias amazonas y estas habían empezado a organizarse en torno a ella.
-No sabía que ahora las amazonas ahora tuvieran líder -comentó Saga casualmente una vez hubieron dejado el campamento de las amazones.
-Las amazonas no tienen líder. Esha solo se encarga de Las Furias -Saga arqueó las cejas incrédulo y Sera sonrió-. Pero aún así, Esha es la mejor de las líderes que nunca han tenido ¿Habéis encontrado esto muy cambiado?
-Es... diferente. El ambiente -carraspeó Shura, nervioso-. Ahora se nota un compañerismo que antes no estaba. Además de lo de las máscaras, claro -Aclaró cuando la Matriarca clavó en él una mirada inquisitiva.
-Es curioso que hayas mencionado el compañerismo antes que las máscaras, ¿tanto se nota?
Shura consideró la pregunta antes de responder.
-Hmm... bueno, ¿alguna vez ha escuchado la expresión "como un cubo de cangrejos"?
Sera enarcó las cejas con sorpresa.
-No puedo decir que la conozca, no -Shura se revolvió, incómodo.
-Hace muchos años, en una misión terminé viajando en la barca de un pescador. Me sorprendió ver que mantenía a los cangrejos en un cubo sin tapa, pero cuando le pregunté, me aseguró que jamás serían capaces de escaparse. La razón es que si pones a un solo cangrejo en el cubo, trepará para huir, pero si pones a varios, atraparán con sus pinzas y arrastrarán al fondo a todo el que intente escapar -explicó.
Sera permaneció un momento en silencio, sopesando sus palabras.
-¿El campamento de las amazonas, un cubo de cangrejos? Puedo decir que me lo imagino, sí. Es una metáfora acertada. Sin emgargo... -la mujer sonrió y Saga y Shura la observaron con curiosidad- Los cangrejos no aparecen en un cubo de forma natural. Alguien tuvo que crear esa situación -explicó, con un extraño brillo en sus ojos verdes.
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Milo atravesó los parajes del Santuario con un extraño nerviosismo burbujeando en su estómago. Podía ver la misma emoción flotando entre sus compañeros, como si de electricidad estática se tratara. Atravesaron el bosquecillo cercano bromeando, pero Milo podía sentir la anticipación en el aire y en la forma en la que cada detalle parecía grabarse en su mente.
La forma e la que la luz penetraba entre las hojas de los árboles dibujando filigranas doradas en el suelo, el crujir de las hojas, el olor de la hierba. Todo parecía añadir a la sensación de irrealidad y expectación.
¿Cuánto tiempo hacía que no hacían algo así? Dejar de lado su papel de santos y permitirse ser humanos. Sumergirse en la frivolidad de divertirse. Quizás algunos ya habían olvidado cómo se hacía.
En el caso de Milo, sus escapadas habían sido siempre acompañadas por Camus, con la más minúscula de las sonrisas esbozada en el rostro, pero que para él contaba como si se riera a carcajadas. Camus, cubriendo su espalda y actuando de la voz de la consciencia que a él le faltaba. Camus, que a pesar de sus quejas siempre terminaba cediendo a los caprichos de Milo, por extravagantes que estos fueran. O así había sido hasta que el francés había tenido que partir a Siberia.
Ahora, a excepción de Aioria, el resto de personas que le rodeaban eran prácticamente extraños o camaradas, como mucho. Quizás ellos también sentían las mismas dudas y por eso bromeaban y reían para acallarlas.
-¿Nervioso? -la amazona de Tauro -no, Thalissa, se recordó- pareció leer sus preocupaciones.
-¿Yo? Nunca, preciosa -mintió Milo rápidamente. Sin embargo, la amazona no pareció ofenderse por su respuesta, sino que le devolvió una mirada tranquila que atravesó su fachada de arrogancia con facilidad hasta llegar a un núcleo desnudo y vulnerable. Sorprendido, Milo apartó la vista, sintiéndose como un niño al que han atrapado haciendo una travesura.
-Bien, porque ya estamos llegando -sonrió.
Rhea y Thalissa se detuvieron en la linde del otro extremo del bosque, tras la cuál se extendía una explanada de hierba verde que daba al borde de un risco. Y tras el risco, el mar. La amazona de Capricornio fue la primera en empezar a desvestirse, sin ningún tipo de rastro de pudor.
-Nosotros solemos dejar aquí nuestras cosas -explicó Thalissa mientras se quitaba los zapatos.
Por un segundo, Milo titubeó. Pero sólo por un segundo.
-¿Ah, sí? ¿Venís mucho por aquí? -preguntó con curiosidad mientras se quitaba la camiseta.
-No demasiado. De hecho no lo hacíamos desde antes de la guerra -respondió esta con naturalidad mientras se desabrochaba los pantalones. A su lado, Rhea se quitó la camiseta, dejando a la vista varias runas tatuadas que cubrían su espalda.
-Bonitos tatuajes -sonrió Milo. La amazona clavo en él sus ojos grises antes de responder con un rostro totalmente neutral.
-Gracias -dijo volviéndose hacia él sin hacer el más mínimo esfuerzo por tapar su torso, que estaba únicamente cubierto por un sencillo sujetador negro- ¿Vosotros no vais al agua? -preguntó ladeando la cabeza en dirección a los hermanos y Aldebarán.
Más atrás, Aioros se había quedado mirando la piel blanca y marcada por las batallas de la amazona, pero en cuanto esta se volvió en su dirección desvió la vista, sonrojado. Dohko se había despojado ya de su camiseta y calzado, pero Aldebarán y Aioria parecían titubear.
-¿Qué te pasa, gato, te da miedo mojarte? -lo provocó Milo. Funcionó tal y como era de esperar: con su amigo arrancándose la camiseta furiosamente al tiempo que le respondía.
-Sabes perfectamente que no, bicho, ¿no será que es a ti al que le dan miedo las alturas? -respondió acaloradamente. Aioros rió suavemente al ver esa faceta de su hermano.
Rhea rodó los ojos ante sus comentarios y suspiró antes de darse la vuelta y encaminarse hacia el borde del risco.
-Nosotras vamos a ir yendo ya -sonrió Thalissa, mirándolo por encima de su hombro antes de alejarse trotando hasta su amiga. Milo abrió los ojos de par en par.
-¡Eh, esperad!
Milo echó a correr, empujando sin querer a Aioria y Aioros en su trayecto.
-¡Ten cuidado por dónde vas, bicho! -exclamó Aioria, iniciando una carrera tras él. Cuando lo alcanzó, lo placó con el hombro y Milo sonrió con travesura al responderle de igual manera.
Algo en su cerebro reaccionó.
Llevaba varios días dándole vueltas a todo lo que estaba sucediendo. Su regreso a un mundo extraño, lo sucedido durante la guerra contra Hades, la tensión con sus compañeros. Camus. Había estado deprimido, ansioso y enfadado. Y estaba harto de ello.
En ese mismo instante, Milo tomó la palanca del tren de sus pensamientos y tiró de ella con todas sus ganas, apagando los procesos de golpe. De todos modos, siempre se había sentido más cómodo actuando por intuición.
Su instinto tomó el control. Cuando sintió a Aioros acercarse por su espalda, lo embistió con tantas ganas que pudo sentir cómo al pobre Sagitario se le escapaba el aire de los pulmones, pero en cuanto este se repuso le respondió juguetonamente. De repente todo lo que existía era el sentimiento de pertenecer a una manada, de correr juntos, reír juntos, empujarse, chocarse, sentirse. En algún punto alcanzaron a las chicas y Rhea se apartó para evitar el barullo, pero para Thalissa se unió a ellos entre risas. Para su sorpresa, la amazona choco su hombro contra el suyo y antes de poder pensarlo mejor, Milo hizo lo mismo. Probablemente, en cualquier otro momento jamás se habría comportado así con una mujer, por mucho que a esta no pareciera importarle, pero hacía ya muchos metros que Milo había dejado cualquier pensamiento complejo atrás.
Antes de poder darse cuenta, Milo iba el primero y los metros de hierba verde bajo sus pies se habían acortado, ante él sólo quedaba la caída al mar azul. Sólo habían dos opciones: frenar o precipitarse.
Milo saltó.
Durante unos segundos se quedó así, suspendido en el aire, y por un breve instante pudo sentir que volaba. Entonces comenzó la caída y Milo dejó escapar un grito eufórico que arañó su garganta.
El agua helada lo recibió en un abrazo que le cortó la respiración y cuando volvió a emerger sus pulmones chillaban por aire. En breve se unieron a él Aioria, Aioros, Dohko, Aldebarán, las chicas.
Por primera vez desde que habían despertado, Milo sintió de verdad que estaba vivo y rió, porque estar de vuelta era algo hermoso.
.
.
Saga había terminado de recorrer el campamento de los caballeros de plata y se acercaba a la entrada de las doce casas cuando el sonido de una risa conocida le distrajo. Al registrarla en su cerebro, giró el cuello con tal rapidez que sus vértebras se quejaron molestas. A su lado, Shura hizo lo mismo y Saga estaba completamente seguro de que pudo escuchar crujir sus cervicales. A lo lejos pudo ver un corrillo formado por Aioria, Milo, Rhea y otra amazona que creyó recordar que era Tauro. Tras ellos, Aldebarán charlaba animadamente con Dohko. Y junto a su hermano, con una sonrisa brillante, Aioros.
Su mandíbula se descolgó y se quedó mirando al grupo con la boca abierta, como un imbécil. Parecían venir de la playa, o al menos eso indicaba su cabello mojado y ropas húmedas; y si sus sonrisas servían como indicador, parecían haberselo estado pasando realmente bien.
-Saga -la voz de Shura sonó lejana, a pesar de que este estaba literalmente a su lado- Saga, es Aioros -añadió el español en shock.
-Ya sé que es Aioros -dijo, cerrando finalmente la boca. De todas las formas en las que había esperado encontrarse a su antiguo amigo,esa no era una de ellas.
-Está vivo -musitó Shura para sí mismo, boquiabierto.
Saga se quedó paralizado, tratando de procesar la información, mientras veía a la comitiva pasar a lo lejos ajena a sus predicamentos, pues sus compañeros parecían demasiado entretenidos como para haber reparado en su presencia. O eso pensaba, porque Dohko, que se había quedado unos metros rezagado respecto a sus compañeros, decidió girarse en ese preciso momento. Al reparar en Saga, pegó un codazo a Aldebarán al mismo tiempo que en su rostro se dibujaba una gran sonriza y luego alzó el brazo alegremente para saludarlos. El caballero de Tauro se giró y se quedó mirándolos sorprendido, pero tras unos excasos segundos sonrió y les dirigió un saludo amistoso. Saga pudo ver cómo el viejo maestro le susurraba algo a Aldebarán, tras lo cuál se despedía de este y se encaminaba, para su sorpresa, hacia donde estaba ellos.
-¡Niños! -lo escuchó saludar con alegría. "¿Qué está pasando?" se preguntó Saga desesperadamente -Me alegro de ver que os habéis decidido a salir del templo en el que estabais encerrados, tenía ganas de hablar con vosotros.
A su lado, pudo escuchar a Shura soltar aire como si de un acordeón roto se tratara. Saga luchó por encontrar una respuesta coherente.
-Maestro -consiguió articular-. Me alegro de verlo en tan buenas condiciones -respondió elegantemente, o como mínimo, todo lo elegantemente que pudo.
-Es mejor de lo que he estado en más de doscientos años -sonrió Dohko- ¿y vosotros, qué tal estáis?
"Qué tal estás", una pregunta tan sencilla y tan complicada de responder de forma honesta. Saga se decantó por una respuesta neutral.
-Bien. Acostumbrarse a los cambios no es fácil, pero sí necesario.
-Bien, bien. Ahora tengo que unirme a los otros, pero que sepáis que os queda pendiente una conversación conmigo, jovencitos, así que asimilad que en cuanto me quite esta maldita sal de encima pienso presentarme en el templo de Acuario -asintió el maestro satisfecho, antes de despedirse de ambos con sendos puñetazos en el hombro.
Saga no sabía qué era lo que había esperado de un reencuentro con el viejo maestro. ¿Dedos acusadores? ¿Miradas de rechazo? ¿La dolorosa pero cierta declaración de que había sido Saga quien había matado a su mejor amigo? Sin embargo, Dohko era un hombre demasiado sabio para ese tipo de rencores. ¿Era eso lo que realmente Saga creía que iba a pasar o lo que pensaba que se merecía?
-¿Pero qué...? -empezó a articular Shura, que se frotaba el brazo dolorido totalmente anonadado. Sin embargo, fue interrumpido por un enorme barullo que provenía de la misma entrada de los terrenos del santuario.
No les fue difícil atravesar la muchedumbre. Quizás producto de la costumbre, quizás de forma innata, Saga se movia con un aire de autoridad que invitaba a la gente a abrirle paso. Lo que vieron cuando llegaron les heló la sangre.
Los exploradores habían vuelto antes de lo esperado. Heridos y ensangrentados, apenas podían tenerse en pie, y varios santos que Saga desconocía corrieron inmediatamente a asistirlos.
-¡Que llamen a los sanadores! -gritó alguien.
La oleada de gente dejó camino a la figura de la Matriarca escoltada de cerca por Jericho. Este contempó el desastre y susurró algo al oído de Sera. Cuando sus miradas se cruzaron en el gentío, su expresión era de cansancio. En un punto alejado de la escena, pudo ver alejándose el brillo de una máscara de plata.
Saga intercambió una mirada con Shura, cuyo semblante expresaba lo mismo que él ya sabía.
Los días de paz habían terminado.
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Bueno chicos, una de cal y otra de arena. Ahora que hemos pasado el capítulo especial de playa, podemos sumergirnos de verdad en el drama.
*Las Furias o Erinias son personificaciones femeninas de la venganza que perseguían a los culpables de ciertos crímenes, se las representa con serpientes enroscadas en sus cabellos, portando látigos y antorchas, y con sangre manando de sus ojos en lugar de lágrimas. También se decía que tenían grandes alas de murciélago o de pájaro, o incluso el cuerpo de un perro.
Al margen de eso, la escena de Milo en la playa ha sido una de mis favoritas de escribir en todo el fic y espero haberle hecho justicia. También tenía muchas ganas de incluir a Aioros y darle algo más de protagonismo. Por otro lado, ¿podré terminar un capítulo sin darle a Saga un ataque de ansiedad? Eso está por ver. Poco a poco, irán saliendo otros caballeros dorados que hasta ahora no han tenido tanto espacio.
Con sinceridad os digo que vuestros comentarios y críticas me dan la vida. Ahora sí, muchas gracias a todos y besitos.
