Capítulo 7

ROSS

Eran las cuatro en la madrugada, no podía dormir. Ross yacía quieto en la cama observando una pared. Esa noche se había quedado a dormir en el departamento de Elizabeth, rara vez se quedaban en su casa. Se había hecho una costumbre, no sabía porqué realmente. Quizás porque su casa estaba más cerca de la oficina, tal vez porque allí estaban más tranquilos. No es que les molestaran los niños, no. ¿Porqué pensaba eso? Los niños estaban bien. Elizabeth siempre lo decía. Tenían todo lo que necesitaban, mucho más que cualquier otro niño. Muchos niños pierden a sus madres de pequeños, había dicho también. El mismo había crecido sin una madre. Y pronto eso estaría resuelto también. El se casaría con Elizabeth, ella sería su madrastra y se encargaría de su educación y de criarlos. Asunto resuelto.

Pero lo que le había dicho la nueva niñera esa tarde le quitaba el sueño. ¿Debería despedirla? Después de todo, solo hacía una semana que estaba con ellos. ¿Cómo se había atrevido a acusarlo de no ser un buen padre? Ninguna de las niñeras anteriores se había atrevido a siquiera dirigirle la palabra… claro que así les había ido también. Para controlar a sus hijos había que tener algo de carácter.

Regina, su difunta esposa, era una madre excelente. Había dejado su carrera para cuidar de ellos. De Jeremy, principalmente. Con Clowance había compartido poco tiempo, demasiado poco. Luego su abuela materna se había hecho cargo de ellos. Ross pensó que era lo mejor. Después de todo ¿qué sabía él de niños? Eran sus hijos, si, y los quería. Pero la realidad era que su esposa se encargaba de criarlos mientras él trabajaba en la empresa de su familia que estaba en expansión luego que Trenwith Co. hubiera absorbido a la empresa de la familia de Regina. Algo similar a lo que ocurriría cuando se casara con Elizabeth, aunque su próxima boda era la unión de dos imperios. No había sido tanto así en la primera.

Ross se levantó de la cama tratando de no hacer ruido. Necesitaba moverse, era evidente ya que no se iba a poder dormir. Y necesitaba despejar su mente también. Tenía ropa en el departamento de Elizabeth, así que su puso unos pantalones y un hoodie deportivo y decidió salir a correr.

Aún era de noche y estaba fresco, aunque el verano estaba por comenzar. Pero no era el único que salió a hacer ejercicio a esa hora. Londres tenía cierto encanto cuando el día estaba por nacer, y era la única hora en que se podía disfrutar del silencio en una ciudad que siempre estaba abarrotada de gente. Con la capucha puesta, se dirigió hacia el río.

Era culpa de su abuela que los niños fueran malcriados. La mujer les había dado todos los gustos. Era lógico, había pensando Ross, tras perder a su hija tan de repente y él no se atrevió a decirle nada. Los niños vivieron con ella en la casa que tenían en Cornwall, y venían a visitarlo los fines de semana o a veces iba él, cuando no tenía ningún compromiso en la ciudad. Cosa que era rara. Pensó que era lo mejor. A ellos les faltaba una madre, y a su abuela una hija. Y sí, tal vez se desligó de esa responsabilidad. Delegó, delegó la responsabilidad en alguien que sabía lo que hacía. Hasta que su suegra comenzó a tener problemas de salud, y el año anterior también había muerto. Los niños no habían tenido más remedio que venir a quedarse con él. Y entonces el desfile de niñeras comenzó. Le tenían algo de respeto a Prudie, pero la volvían loca también y la mujer se quejaba de que no era su trabajo cuidar de sus hijos, para eso no la había contratado su difunto padre. Pero afortunadamente lo que si era su trabajo era contratar el personal de la casa, así que era su misión conseguir una niñera dispuesta a quedarse más de un par de semanas. Más de una vez había hablado con Elizabeth al respecto. Pero su prometida estaba siempre ocupada trabajando en la empresa de su familia. Cuando se casaran, ella se convertiría en vicepresidenta ejecutiva de Trenwith también, y era la encargada de llevar a cabo la fusión de la forma más ordenada posible, así que últimamente no tenía respiro.

Correr le hacía bien, ya le estaban comenzando a arder los muslos. Había llegado a orillas de Thames. A su derecha podía ver al gran Ojo de Londres, iluminado con los colores de la bandera inglesa. Los niños habían estado allí la semana anterior. Se los veía muy contentos. A decir verdad, no recordaba haberlos visto tan sonrientes en años. No, de seguro estaba exagerando… Pero, aunque no fuera así, si había notado una diferencia. En general los niños no salían más que para ir a la escuela, las otras niñeras no se animaban a sacarlos. Así que le había parecido una buena idea por parte de la Señorita Carne haberlos llevado a pasear. Y él había querido incentivar esa actitud al darle una tarjeta para que pagara cualquier gasto que pudieran tener. No era justo que pagara con su sueldo los gastos de sus hijos. Pero al parecer no habían gastado ni un céntimo durante esa semana. A pesar de que Jeremy le enviaba fotos cada día, tomando helado, o dándole de comer a las aves, o simplemente en el parque adonde al parecer iban cada tarde después del colegio.

Ese día le había enviado una foto de Clowance parada de cabeza sobre el césped de High Park. Ross sonrió al ver a su hija, y luego enfocó su mirada en la joven que estaba al lado, la Señorita Carne, igualmente de cabeza, con la remera caída sobre so abdomen y mostrando el ombligo. "Están haciendo yoga " – era el comentario que acompañaba a la foto. "¿Y tu no haces?" le preguntó a su hijo. A lo que respondió que no, que el estaba jugando a la pelota con un amigo. ¿Desde cuándo Jeremy tenía amigos?

No había vuelto a ver a la Señorita Carne desde ese día más que de refilón en alguna foto que Jeremy le enviaba. Le parecía que lo estaba evitando. A los niños los vio algunas veces cuando llegaba a saludarlos o cuando ellos escuchaban que estaba en casa e iban a la oficina a contarle lo que habían hecho ese día. Estaban más charlatanes que nunca, pero se los veía contentos y Jeremy hacía mucho que había dejado de insistir con despedir a la niñera. Así que, despedirla no era una opción. Mientras ella se mantuviera a raya con él.

Ross seguía corriendo por la orilla del río. Ya no tenía sentido volver al departamento de Elizabeth, estaba más cerca de su propia casa que de la ella. Además, Elizabeth se levantaría pronto para ir al gimnasio antes de ir a la oficina. Y no se preocuparía al no encontrarlo allí, no era la primera vez que se iba a esa hora. "Tienes muchas cosas en la cabeza, cariño." – le decía. Lo cual era verdad. Entre Trenwith, la administración de su hotel, la boda y los cambios que vendrían. "Y tus hijos." – una vocecita muy parecida a la de la niñera dijo en su cabeza. "Tiene que pasar más tiempo con sus hijos."

Ross empezó a correr con más velocidad. A veces le parecía que era un malabarista, intentando sostener muchas bolas en el aire y que no se le cayera ninguna, pero nadie se daba cuenta cuanto le costaba mantener ese equilibrio. Se suponía que debía estar feliz, todo el mundo se lo decía. Elizabeth era "un gran partido". Era hermosa, educada, de buena familia, había estado con él en momentos muy duros. Quizás demasiado cerca… Ross borró ese pensamiento al instante. Ya le había causado mucho dolor. No, él no había engañado a su esposa con Elizabeth, no. Aunque habían estado cerca en ese último tiempo. Pero él o había engañado a Regina…

Si la había engañado a Elizabeth. Pero eso se había terminado también. Esa chica, lo había arruinado para siempre. La chica de labios rojos. A veces creía que no había sido real, que se había emborrachado tanto en la noche de Año Nuevo, que lo había soñado todo. No le había dicho a nadie, pero era desde entonces que comenzó su problema de insomnio. Era absurdo. Ridículo, se había dicho en todos esos meses. Pero no podía olvidar lo que fue el mejor sexo de su vida.

La había buscado durante las semanas siguientes. ¿Para qué? No sabía. Para acostarse con ella de nuevo, seguramente. Había vuelto al bar de aquel hotel a ver si se la cruzaba, había preguntado disimuladamente a su amigo, el dueño, a ver si la conocía. Pero nada. Ni un nombre ni siquiera tenía. Así que se había convencido de que era un invento, solo un sueño de una noche que no se iba a repetir. Pero la chica seguía apareciendo de tanto en tanto en sus pensamientos, tanto dormido como despierto.

Como lo había hecho ahora.

Ross llegó a la puerta de Nampara sin aliento. Desde las ventanas vidriadas que daban al comedor notó que la cocina ya estaba en movimiento, preparando el desayuno para los huéspedes más madrugadores. El recepcionista del turno noche lo saludó con un "Buenos días, Señor Poldark." Y un cortés movimiento de cabeza. El alzó su mano para saludarlo. Subió al ascensor, estaba todo transpirado. Cuando las puertas se abrieron, las luces de la sala estaban apagadas, pero la gran habitación estaba igualmente bañada de la luz naranja del amanecer Londinense. Le encantaba esa vista. Fue hasta la heladera de la cocina a tomar una botella de agua y luego subió a la planta de arriba. Pero antes de ir a su habitación, pasó por la de los niños.

Jeremy y Clowie dormían pacíficamente. El niño enterrado bajo las mantas, Clowance con sus dos bracitos estirados más allá de su cabeza, las mantas enrolladas en la cintura. Con mucho sigilo, Ross se acercó y la cubrió con las mantas. Clowance se parecía mucho a su madre, especialmente cuando dormía. Le dio un beso en la frente, e hizo lo mismo a Jeremy.

Tal vez, tal vez podría hacer un lugar en su agenda para pasar un rato con ellos.