Capítulo 28
Al caer la tarde la casa ya era al menos habitable a excepción de algunos esenciales, o sea todos los electrodomésticos. Zacky le había ofrecido acompañarlo al día siguiente con un amigo que tenía una camioneta a comprar lo que necesitara, y Jinny llamaría a primera hora a la compañía telefónica y de tv para que fueran a instalar el servicio. Mientras tanto, le dijo a Jeremy, podían utilizar su WiFi. Y para terminar el día y coronarse como los mejores vecinos del mundo, los Martins los invitaron a cenar. No tenían muchas opciones en un domingo por la noche y sin poder hacer nada en su casa aún. Aunque Ross no estaba muy seguro de quien cocinaría aunque tuvieran una cocina; tal vez debería contratar a la Señora Martin como cocinera.
"No seas tan formal. Solo pídele que te ayude y lo hará." – le había susurrado Demelza cuando estaban en la mesa.
La cena estuvo excelente, los niños comieron hasta las migajas del plato. Demelza comentó al pasar que Clowie era alérgica al pescado, para que la mujer ya estuviera al tanto. A pesar de que había sido un día largo y laborioso, Ross se sentía muy satisfecho. Distendido, como si todo hubiera encajado en su lugar. Había miles de cosas de las que tenía que encargarse por supuesto, pero tendrían que esperar. Le complacía estar allí, en el ocaso del domingo, con sus hijos contentos y conversando alegremente, seguros de que él cuidaría de ellos. El día previo se había sentido confundido aun, no muy seguro de lo que había hecho. Ross era, después de todo, un Poldark. Había dado su palabra, había hecho un compromiso con Elizabeth y su familia y con la suya, y con las muchas personas que trabajaban en ambas empresas que esperaban tener nuevas oportunidades de crecer en su empleo y trabajar en nuevos proyectos. Y ahora él había arruinado eso, y le pesaba en la conciencia. También lo que le había hecho a Elizabeth particularmente. Pero más le hubiera pesado que sus hijos fueran infelices, e hizo lo que hizo pensando en ellos. Aunque su decisión tuviera otras repercusiones… No le pasó desapercibido la forma en que Demelza lo miraba, cuando estuvieron en la playa o cuando salió de la ducha. Él ya conocía esa chispa en sus ojos, pero antes era más disimulada, como si ella se controlara para no mirarlo así. Se preguntaba que pensarían de ellos los Martins, ¿que creían que eran? porque a él le gustaría saberlo.
El cielo estaba repleto de estrellas cuando caminaron calle arriba después de la cena. Él cargaba a Clowie y Demelza las sábanas que la Señora Martin había lavado. Jeremy les iba contando que los Martins eran amigos de su abuela, y que la mujer a veces los cuidaba cuando tenía que salir. Zacky le contó que había perdido su trabajo cuando la fábrica en la que trabajaba cerró, y desde entonces se encontraba desempleado. Parecía un hombre muy inteligente y capaz, Ross le había ofrecido que hiciera las reparaciones que fueran necesarias en la casa. Ya había notado algunos huecos en el techo que había que reparar. Ya pensaría en que otras cosas lo podría ayudar.
Demelza y Jeremy hicieron las camas en la habitación de los niños. Era pequeña, mucho más pequeña de la que tenían en Nampara pero ninguno de los dos se quejó, solo mencionaron que faltaba la televisión. Se había hecho tarde. Demelza se sentó junto a Clowie que había abierto un ojo y le había pedido que le cante una canción, ella le susurró una melodía cerca del oído y acariciando sus cabellos. Ross apagó la luz, la noche era tan clara que entraba un tenue resplandor por la ventana que daba a la calle. De pronto hubo tanto silencio que podía escuchar el murmullo del mar no muy lejos. Una sonrisa tímida se dibujó en los labios de Demelza cuando los dos salieron al pasillo. Caminando lado a lado, no era como en Londres en donde podía escabullirse. Ross bajó la angosta escalera tras ella. Aún vestía su short y se había cambiado la remera cuando volvieron de la playa, le colgaba holgada desde sus hombros.
"¿Tuviste alguna novedad de Londres?" - le preguntó cuando estuvieron en la sala. Ross movió la cabeza de un lado a otro en un gesto de cobardía.
"Aún no encendí el teléfono. Ni la laptop. Además, como Jeremy dice, no hay WiFi, así que no se puede hacer nada." – ella volvió a sonreír.
"Si no contestas vendrán a buscarte."
"No le dije a nadie adonde iba. Ni a Jud ni a Prudie, de modo que si les preguntan no tendrán que mentir."
"¿De quién te escondes? ¿De Elizabeth?"
"Mmm… ven, vamos afuera." Ross le hizo señas para que salieran al jardín.
"Oh. Ya… ya me tendría que ir." – dijo ella, aunque no sonaba muy segura.
"¿No te vas a quedar?" – se le escapó a él, junto con una media sonrisa y un nudo en la garganta. No se iría ahora, ¿verdad? – "Te ofrecería algo de tomar, pero no tenemos nada. Salvo que la buena mujer que vivía aquí antes tuviera algún whisky escondido en alguno de los armarios."
Eso le causó gracia.
Al final Demelza aceptó salir al patio trasero. Se sentaron en unos escalones, una ligera brisa de mar rozaba su rostro y movía los cabellos de Demelza, pero la noche era tibia. La luna se reflejaba a lo lejos. Ross hizo una nota mental de comprar un juego de jardín para poder sentarse en el patio por las noches. Había pasado todo el día haciendo una lista de todo lo que necesitaban…
"¿Entonces…?" – se había distraído.
"¿Entonces? Ahh… no me estoy escondiendo. Bueno, tal vez sí. Pero solo será por unos días. Hasta que las cosas se calmen…"
"¿Es muy grave? Digo, dejar a plantada a la novia en el altar es bastante malo, pero ¿lo del acuerdo? ¿lo que estaban por firmar después de que se casaran?"
"Bastante. Con esa fusión nos pensábamos hacer con una lista de clientes potenciales. Ya estábamos trabajando con algunos de ellos… estimábamos un crecimiento de varios millones de libras en los próximos años."
Demelza pareció sorprendida.
"¡Judas! Y ahora… ¿perderán todo ese dinero? ¿No pueden seguir adelante sin tu casamiento?"
"En teoría, pero no creo que el padre de Elizabeth quiera seguir adelante…"
"No, supongo que no… ¿es por eso que estabas con ella? Quiero decir, me dijiste que no la amabas, ¿eran esos clientes todo lo que querías?"
"¿De verdad me crees tan manipulador?" – él sonrió, para indicarle que no se había ofendido. Ella dio un empujoncito a su brazo con el suyo. – "No. Elizabeth y yo… nuestra historia se remonta a mucho tiempo atrás. A cuando Regina estaba viva…"
Casi que pudo leer en sus ojos lo que ella pensaba.
"No es lo que piensas. Yo nunca… bueno. Elizabeth había comenzado a trabajar con nosotros como pasante luego de graduarse. La compañía de mi familia y la de ella ya tenían negocios en común, y ella quería adquirir experiencia fuera de la empresa de su padre. Pasábamos mucho tiempo juntos, y mi matrimonio con Regina… no estaba muy bien. Nada sucedió entre nosotros, aunque Regina…" – Ross vaciló un momento.
"Ross, no tienes que contarme si no quieres…"
"No. Es solo que… soy un estúpido. Fui un estúpido. Ya te conté que su muerte fue mi culpa…"
"Ross, no…" – intentó contradecirlo ella.
"Ella sospechaba de nosotros. Y yo… no le di importancia. Dejé que creyera algo que no era cierto. Pero al final si lo era ¿no es así?... Apenas unos meses después de que ella se fuera empezamos a salir. Haciendo realidad sus sospechas… Elizabeth estaba allí, estuvo trabajando a mi lado durante todo ese tiempo. Todo el mundo sentía pena por mí, pobre Ross… pero nadie sabía lo que yo realmente sentía. Elizabeth era la única que parecía no sentir lástima por mí. Ella me siguió tratando de la misma forma. Y no negaré que me había sentido atraído por ella durante mucho tiempo."
"¿Y tus hijos? ¿Dónde estaban los niños en todo esto?"
"Aquí. A salvo, con alguien que los cuidaba y los protegía, porque yo no podía hacerlo."
Demelza miró en dirección del mar. Sabía que ella no podía comprenderlo, que no entendía como había podido alejar a sus hijos en el momento en que más lo necesitaban. Pero ya no era así. Eso no volvería a ocurrir, y necesitaba que ella estuviera segura de ello.
"Estaba equivocado, ahora lo veo. Pero entonces me pareció lo mejor. No volverá a ocurrir, no volveré a dejarlos. Demelza…"
"¿Sí?" – susurró. Volviendo sus ojos hacia él de nuevo.
"¿En qué piensas?..."
"En que hay dos versiones de ti…"
Ross frunció el ceño sin comprender.
"Está este Ross, el que quiere a sus hijos y pasa tiempo con ellos y es un buen padre. Y después está este otro del que hablas. El que conocí cuando llegué a Nampara. Frío y distante… Los dos están en ti. Y el segundo no me gusta mucho."
"¿Te gusta el primero?" – se apresuró a preguntar. Ella levantó una ceja y él se rio.
"El primero tiene muchas complicaciones también… pero en general, sí."
Fue una coincidencia que justo entonces llegara una brisa algo más fresca que hizo tiritar a Demelza. Ross notó la piel de gallina en sus brazos y aprovechó la excusa para acercarse a ella. Primero acarició su espalda, de un lado a otro con la palma de su mano, y luego rodeó sus hombros con su brazo, para abrigarla.
"Hay un tercero…" – agregó ella, mirándolo desde debajo de sus pestañas. – "Un hombre misterioso."
"¿Qué?"
"El hombre que conocí en Año Nuevo. Así es como te llamaba, hombre misterioso…"
Ross la vio sonrojarse con solo decirlo. Y el ambiente pareció cargarse en solo un segundo.
"¿Y qué opinas de él? ¿Él también te gusta?" – Ross había cambiado su voz también, ahora era más grave, más seductora. Con su mano libre tomó su muñeca suavemente, adonde Demelza tenía la pulsera que él y los niños le habían regalado.
"Si." – murmuró – "Yo nunca…" pero Demelza no terminó su frase, pues él había llevado su mano a su boca, besó sus nudillos y ahora estaba acariciando sus dedos con sus labios.
"¿Nunca…?"
"… Nunca había tenido una noche tan apasionada como esa..."
Jesús. Sus palabras parecían haber tenido una directa reacción en su entrepierna. Todavía no podía creer que hubiera pasado tanto tiempo sin darse cuenta de que era ella. Su chica de los labios rojos. Cuando levantó la vista ella estaba allí de nuevo. Él acarició su mejilla suavemente con un dedo, podría hundirse en su mirada. Tomó su mentón entre su pulgar y el dedo índice y se acercó lentamente…
"¿Y a ti… que te pareció esa noche?" – la oyó preguntar cuando estuvo a milímetros de su boca. Tan cerca que sintió su aliento rozar sus labios. La besó antes de contestar. Sólo un roce casto, apenas un ligero contacto, pero que sólo era el comienzo. No había escusas ahora. Los niños dormían, él había roto su compromiso, y ambos sabían quién era el otro… "No la recuerdas ¿verdad?" – insistió.
"Si que eres exasperante…" – le dijo como un cumplido, y por el brillo en sus ojos y la ligera sonrisa que se dibujó en sus labios supo que así lo había interpretado. Ross la besó de nuevo. Sentados uno junto al otro en el patio trasero de la casa de su exsuegra, Ross inhaló su perfume. Sus labios se desplazaron lentamente de la comisura de su boca a un punto de su cuello, besando cada centímetro entre medio del camino. – "Si que te recuerdo." – susurró en su oído y la sintió estremecerse. – "Recuerdo la suavidad de tu piel y tus caricias en mi cuerpo. Recuerdo tu perfume, y tu sabor en mis labios…" continuó, mientras alternaba besos en su cuello y mordisqueaba delicadamente su oreja. Ella había ladeado un poco la cabeza, sentía sus manos sujetándose de sus brazos, el dulce movimiento de sus dedos en su piel… - "Recuerdo tus gemidos cuando estaba adentro tuyo… se repitió como una melodía en mi mente durante meses. Tanto, que pensé que no podía haber sido real, que había sido todo un sueño…"
Demelza enderezó su cuerpo entonces y tomó sus mejillas con ambas manos. Sus ojos recorrieron todo su rostro por un momento, como si estuviera buscando algo que él no sabía que era. Sus dedos acariciaron su barba crecida que luego de casi dos días ya era abundante, y lo besó. Apasionadamente. Sus lenguas se encontraron entre sus labios abiertos y comenzaron una danza llena de pasión. Ross la rodeó con ambos brazos casi levantándola en su regazo y ella lo abrazó también, pasando sus dedos entre su cabello y masajeando sensualmente su cabeza. No quedó rincón de su boca sin explorar, y Ross comenzó a escuchar esa melodía de nuevo entremezclada con sus propios gemidos inconscientes. La apretó un poco más contra su pecho, quería sentirla, quería sentirse invadido por ella… y de repente Demelza se apartó.
Se puso de pie de un salto, dejando sus brazos y sus labios vacíos. Él la miró hacia arriba, de pie frente a él sin comprender. Por un momento un temor lo invadió de que ella quisiera irse, que se le escapara una vez más. Pero Demelza se apiadó de él y no lo hizo sufrir por mucho tiempo.
"¿Vamos a hacer esto en el jardín?" – le preguntó. Su mirada estaba cargada de deseo y su sonrisa era pura sensualidad. Y él tuvo una visión, o algo le vino a la memoria como un deja-vu de aquella noche. La chica de los labios rojos le había dicho algo parecido cuando se estaban besando en la pista de baile… y aquí estaba de nuevo. Ross tomó su mano extendida y se puso de pie. Demelza dio media vuelta y se dirigió adentro, y luego a las escaleras que él subió sujetándose de su cintura y apenas llegaron a la cima se le acercó por detrás posando sus labios de nuevo ese lugar debajo de su oreja.
Entraron a la habitación caminando con torpeza y chocándose el uno con el otro. Ross la rodeó por la mitad del cuerpo, era tan esbelta... Una mano encontró su camino por debajo de su remera y acarició la piel de su abdomen. Ella levantó la mano de nuevo a su cabeza y giró su rostro para que besara sus labios, mientras con la otra guio su mano sobre uno de sus pechos.
Dios. Ella era real, después de todo.
Ahora era a él a quien se le escapaban los gemidos. Demelza estaba frotando su trasero contra el frente de sus shorts. ¡Judas!
Ross abrió los ojos, no había notado que había apretado tanto los párpados, y vio la cama.
"Espera…" – murmuró. Su voz sonó áspera, su miembro más que en alerta.
"¿Mmm? ¿Qué ocurre?" – Demelza preguntó, volviéndose hacia él. Sus labios casi rojos por sus besos. Era muy tentadora, no podía resistirse. La besó otra vez, pero tenía que hacer algo antes…
"La cama…" – susurró entre sus labios. – "hay que hacer la cama." La Señora Martin había limpiado toda la casa, incluida la habitación principal. Pero faltaba la ropa de cama. "¿adónde dejaste las sábanas?"
Le tomó un momento a ella contestar, no estaba muy concentrada en lo que le decía. "Oh, uhm… en la habitación de los niños. Sobre la cajonera."
Ross fue de prisa hacia la habitación de sus hijos a buscar las sábanas. Verificó qué dormían, entornó la puerta y regreso rápidamente cerrando tras él la puerta de la habitación principal también. Buscó la llave, pero lo que encontró para cerrarla era un simple gancho que cerró con manos temblorosas. Encontró a Demelza en el mismo lugar en donde la había dejado. Con sus zapatillas deportivas, shorts de jean y una remera gris amplia, el pelo medio revuelto y sus ojos verdes que lo seguían a cada paso que daba centelleando bajo la luz de la luna que entraba por la ventana. Le parecía la mujer más hermosa que jamás hubiera visto.
Ross se apresuró con las sábanas. Solo tenía tiempo de colocar la de abajo, tan apurado estaba. Con algo de torpeza metió la sábana bajo un lado del colchón, y rodeó la cama para hacer lo mismo del otro lado. Demelza seguía sin moverse. "Lo haría más rápido si me ayudas…" – Bromeó.
"Oh, no. Yo estoy disfrutando del paisaje, gracias." – él rio también. Cuando terminó y se volvió hacia ella, Demelza se acercó lentamente. Ross podía escuchar el latir de su propio corazón, su erección crecía con cada paso que ella daba. Ella estaba afectada también, su pecho subía y bajaba con cada respiración que daba. Cuando estuvo frente a él llevó sus manos a su cintura, sus dedos colándose por debajo de su remera, rozando con sus uñas su piel, desde los costados hacia su abdomen. Cerca, muy cerca del borde de su pantalón y luego hacia arriba.
"¿Te gustaría ver más?" – ella asintió, mordiéndose el labio inferior mientras él se quitaba la remera por sobre la cabeza. Sus manos que no se habían despegado de él ahora eran libres para explorar. Cosa que hizo tortuosamente despacio, arrastrando sus uñas por sus costillas y luego enterrando sus dedos entre sus vellos.
"Tienes mucho pelo." – dijo con una sonrisa bailando en sus labios y llevando sus manos de un lado a otro de su pecho.
"¿Te molesta?" – le preguntó. Sabía que no a todas las mujeres les gustaba. Ella sacudió la cabeza.
"No. Te hace ver…" - dijo, pero se detuvo a mitad de la frase, sonrojándose un poco. Él sentía sus mejillas arder también. Más cuando Demelza pasó sus dedos sobre sus pezones.
"¿Cómo me hace ver?" – siseó.
"Te hace ver muy… masculino."
Ella pasó deliberadamente sus pulgares sobre sus pezones otra vez, y él ya no pudo aguantar más las ganas de tocarla. Cuando acercó su boca sus labios ya lo esperaban abiertos. Esto era reciente, pero sus lenguas ya danzaban con un ritmo propio, como si besarse fuera algo que hubieran hecho durante años. Ross llevó las manos a su trasero, apretando entre sus dedos sus redondas mejillas, acercándose a su centro. Demelza gimió entre sus labios, y mordió delicadamente su labio inferior, él le devolvió la gentileza. Sus manos tocando y apretando cada parte de su cuerpo que alcanzaban, mientras que sus dedos paseaban por su espalda. Él quería verla también.
Demelza pareció leer sus pensamientos, porque en el instante en que él se apartó ella tomó el borde de su remera con ambas manos y se la sacó por la encima de la cabeza desarreglando aún más sus cabellos. Luego desabrochó y bajó el cierre de sus shorts y en un momento estuvo tan solo en ropa interior. Él la observaba encandilado, intentado recorrer cada rincón de su piel con su mirada. Era exquisita. Quería besarla entera, tocarla, lamer cada centímetro de su cuerpo de pies a cabeza… No perdió mucho tiempo.
Pronto la encontró rodeada por sus brazos, arqueada hacia atrás mientras él la sostenía y lamía y succionaba de sus pechos como un niño hambriento. Demelza gemía, con una pierna alrededor de su muslo frotando sus otros labios contra el bulto en su entrepierna. Ya estaba duro, ya estaba listo. Y al parecer por los gemidos que escapaban del fondo de su garganta, ella también. Ross los giró a ambos hacia la cama, ella se sentó en el borde y se movió hacia el centro mientras él pateaba los shorts y calzoncillos fuera de sus pies. Pero en el momento en que puso una rodilla sobre la cama, esta hizo un chirrido.
La otra rodilla, otro chirrido. Un ruido agudo a metal oxidado que despertaría seguro hasta a la Señora Martin.
Ross la miró a Demelza y ella no pudo evitar soltar una carcajada. Ambos se rieron con ganas, y la cama hizo ruido de nuevo bajo su peso así que él termino riendo de rodillas en el piso.
Demelza se acercó al borde donde estaba moviéndose con cuidado sobre el colchón. "Supongo que esta cama no ha visto sexo en mucho tiempo." – dijo, aún divertida.
"Nop. No lo creo." E intentó no pensar en su exsuegra en ese momento. No cuando Demelza lo volvía a besar con una sonrisa y estiró su mano hacia abajo de la cama y rozó su verga con la punta de sus dedos.
No creía poder olvidar nunca la imagen de Demelza casi desnuda y extendida en la cama, con su trasero al aire, sus piernas infinitas y su cabello suelto, con su cabeza subiendo y bajando mientras lo chupaba. El de rodillas en el borde, acariciando la piel de su espalda, sujetando a un lado su pelo para que no estorbara y para poder ver esos labios rojos que lo habían vuelto loco alrededor de su miembro. Casi que agradecía que hubieran esperado todo este tiempo. Que ella no tuviera reparos, ni él arrepentimientos. Aunque dudaba que alguna vez se pudiera haber arrepentido de esto.
Con una gran prueba de su fuerza de voluntad, Ross apretó ligeramente su hombro para que se detuviera, rozó delicadamente sus mejillas y se agachó para besarla. Un beso más dulce de lo que creía posible en ese momento. "Te necesito." – susurró cuando se separaron. Ross la ayudó a ponerse de pie, de vuelta los dos en la orilla de la cama. La habitación iluminada por la luz de las estrellas que se colaba por la ventana si cortinas. Ella rodeó sus hombros y él su cintura, fundidos el uno con el otro de nuevo, su erección clavándose en su abdomen.
Demelza gimoteó cuando sus dedos la tocaron por sobre las bragas, estaba completamente mojada. La única prenda de ropa interior que le quedaba pronto estuvo en sus tobillos. Ella abrió un poco las piernas para que él pudiera trazar círculos con sus dedos, tembló cuando su dedo índice encontró su clítoris y frotó sobre él. Se tuvo que separar de su boca para respirar, pero no apartó los ojos de los suyos. De pie, pegados, sus narices se rozaban mientras el movía su mano frenéticamente entre sus piernas.
"Ahhh…" – gimió y se mordió los labios a punto de llegar al clímax. La necesitaba, la necesitaba ahora. Y en esa habitación no había ni una maldita silla. Se tendrían que tirar al piso. – "¡Rossss!" – Demelza apretó las piernas cuando se vino. Sus ojos cerrados y tirando su cabeza hacia atrás. Ofreciendo su cuello para que la besara. Pero no tenían mucho tiempo.
Cuando Demelza bajó del éxtasis y pareció que podría mantenerse de pie por sus propios medios, Ross la soltó. Iba a ir por la otra sábana para ponerla en el piso, pero ella lo detuvo.
"Creo que así no hará tanto ruido." Le dijo con voz temblorosa y empujó ligeramente su pecho para que se sentara en el borde de la cama. Ella se dio la vuelta, dándole la espalda. Oh, ya entendía lo que pretendía. Ross colocó sus manos en sus caderas guiándola hacia él, pero Demelza se detuvo de golpe, colocando sus manos sobre las suyas. "Ross… ¿tienes… tienes protección?"
Oh no... Maldita sea.
"Uhmm… No." – Demelza intentó girar su cabeza para mirarlo. – "Lo siento, Demelza. No… empaque de prisa…" dijo por decir. – "¿Quieres… quieres que nos detengamos?"
Por favor, no digas que sí. Por favor. Por favor.
"… no. Solo, solo no te corras adentro mío."
Gracias, Dios mío.
"No, no te preocupes." – Respondió agradecido y dio un beso en medio de su espalda antes de ayudarla a sentarse sobre él.
Prácticamente gruñó cuando por fin se introdujo en ella. Se tuvo que morder una mejilla y apretó sus manos en sus caderas cuando ella movió su trasero para acomodarlo dentro de sus paredes. Se sentía húmeda, y estrecha. Se sentía celestial. Se sentía como aquella noche solo que mil veces mejor porque él estaba completamente consciente ahora y ya no eran extraños.
"¡Oh, Judas!" – murmuró ella cuando el apretó sus senos y rodó sus pezones entre sus dedos. Era tan sexy. Cada uno de sus movimientos lo encendía más. Sus piernas estaban abiertas y las de ella juntas en medio de las de él, Demelza se sostenía de sus rodillas para mantener el equilibrio mientras subía y bajaba, deslizándose en su miembro. Y él se suponía que se tenía que quedar quieto, pero no podía evitar mover sus caderas cada vez que ella se clavaba en él. La abrazó, acercándola más a su pecho, besando su cuello apretando más fuerte sus senos, y la podía sentir escalando al clímax de nuevo. Ya no se movía tanto, pero él necesitaba tomarla con más fuerza, hundirse más en ella.
Con un solo movimiento se recostó de espaldas sobre la cama llevándola con él sobre su pecho y apoyando un pie en el borde los levantó a los dos en el aire y aterrizaron en el medio de cama que se quejó con un fuerte ruido.
"¿Ross?" – ella intentó levantarse, pero él la sujeto para que no se fuera.
"Yo tengo una idea también. Recuéstate sobre mí."- ordenó y ella lo hizo. Su cuerpo completamente cubierto por el de ella. El mordisqueó su hombro, lamió su oreja, susurró su nombre como una plegaria cuando ella frotó sus labios contra su pene. Y esta vez él se podía mover también. Estimulándola aún más con el roce de su miembro entre sus piernas, la cabeza de su verga enterrándose entre sus labios y frotando su capullo con un movimiento lento y deliberado. Pronto la sintió estremecerse otra vez.
"Apoya tus pies en el colchón." – le susurró al oído. Y él hizo lo mismo para darse impulso, levantando sus caderas lo más que podía de la cama que temblaba con la misma intensidad que él bombeaba dentro de ella. Su rostro enterrado entre su pelo, sus manos entrelazadas sobre sus pechos.
"¡Oh, Judas! ¡Judas!" - gimió cuando sus paredes se contrajeron a su alrededor. Él continuó bombeando por un momento más y con un gruñido salió de ella.
"¡Demelza!" – exclamó cuando su semen salió disparado desparramándose sobre su abdomen. Los dos respirando agitados, ella aún desparramada de espalda sobre él sin fuerza para moverse. Pero Ross no quería que se moviera, quería seguir abrazándola y dando adormilados besos detrás de su oreja.
La sintió reírse al cabo de un rato. Él con una mano abierta sobre su abdomen y con un brazo cubriendo sus pechos. Los dos mirando al techo.
"Tu barba me hace cosquillas." – le dijo risueña. Y el rozó su hombro con su barbilla ocasionando que ella se retorciera sobre él, hasta quedar de panza sobre el colchón y mirándolo de lado.
"Creo que ahora sí, ya debo irme." – dijo con algo de timidez, Ross frunció el ceño.
"¿Porqué?"
"Mañana tengo que ir al pub por la mañana." – le dijo. Él se puso de costado, no quería que se fuera aún. Y sobre todo no quería que trabajase en el pub, quería que se quedara con él, con ellos. Ausentemente comenzó a acariciar su cuerpo. Sus dedos deslizándose desde su espalda, por su columna y sobre su trasero, arriba y abajo, una y otra vez. Ella lo observaba con una sonrisa seductora y una ceja levantada.
"Pensé… Pensé que te podrías quedar con nosotros y ser la niñera de los niños de nuevo."
