Capítulo 31
DEMELZA
Demelza estaba sentada frente a su laptop en medio de su pequeña cama en la habitación del campus de la Universidad de Truro. Era la mitad de la noche, pero no podía dormir. Debería sentirse cansada luego de la actividad de los últimos días, pero extrañamente, no era así. Se sentía llena de energía. Y tenía una sonrisa tonta que no podía borrar de su rostro, aunque estuviera allí sola en la oscuridad. Aún le costaba creer lo que estaba pasando, lo que estaba viviendo. Era algo absurdo, en realidad, y si alguien se lo hubiera contado ella hubiera puesto los ojos en blanco e internamente hubiera pensado que eran puras patrañas. Pero como le estaba pasando a ella no podía más que aceptar la realidad. Se sentía diferente, como si su corazón hubiera cambiado el ritmo de su palpitar, como si ahora latiera de verdad. Cuando era niña, Demelza había crecido protegida de los pecados del mundo exterior. Su padre, pastor y en extremo religioso, no la dejaba juntarse con otros niños de su edad. Solo iba a la escuela, pero si alguno de sus compañeritos la invitaba a un cumpleaños, no la dejaba ir. No es que fuera una niña solitaria, tenía a su mamá y cantidad de hermanos que Demelza ahora se daba cuenta eran fruto de las creencias anticuadas de su padre acerca de las relaciones. Su madre era distinta, una persona angelical, pero que no podía hacer nada frente a la voluntad de su marido que se olvidaba de su religión y los sagrados mandamientos cuando bebía unas copas de más. Su madre había sido miserable en su matrimonio, Demelza se había dado cuenta a medida que crecía y veía el mundo exterior. Pero Tom Carne no podía encerrar a su hija para toda la vida. En su adolescencia era curiosa como todas las demás, comenzó a comprender ciertas cosas, a conocer a otras personas que eran completamente diferentes a lo que ella conocía. Así que había decidido construir una vida en la que ella fuera libre y feliz, y no dependiera de nadie. Su padre puso el grito en el cielo cuando le dijo que iría a la Universidad. Le dijo cosas horribles, obscenas, si por él fuera ella se hubiera tenido que quedar a servirle durante toda la vida. "El lugar de la mujer es en la casa." – solía decir. Al final la había echado, y Demelza solo lo había vuelto a ver en contadas ocasiones, cuando iba a ver a sus hermanos. Aún no la había perdonado. Pero ella había sido libre, había hecho amigos que la alentaban a perseguir sus sueños, y estaba conforme con su vida. No era una vida llena de emociones, aventuras y contratiempos. Hasta hace unos meses lo más remarcable que le había sucedido era que había encontrado a su novio besándose con otra en un shopping, pero eso había cambiado la noche de Año Nuevo.
Si bien Demelza se había alejado de su hogar y de esas costumbres arcaicas allí impuestas y había crecido para ser una chica igual que las otras, siempre había mantenido dentro de ella cierto recato que la hacía algo más distante que a las demás. Fría, le había dicho Malcolm alguna vez. ¡Judas! De verdad era un idiota, ¿cómo podía haber salido con él durante un año…? Todo lo que le interesaba era tener sexo con ella, para eso la llamaba, para eso eran las citas. Y no es que fuera el mejor amante del mundo, aunque eso creía él. Supuestamente tendría que haber estado agradecida. Pero a pesar de eso había aprendido ciertas cosas, fue un crecimiento también. Aprender a conocerse, saber lo que le gustaba y que no. No le gustaba que a Malcolm lo único que le interesaba era su propia satisfacción. No era algo fuera de lo común, le había dicho Caroline alguna vez, aunque sabía que a ella no le caía bien su "novio". No, ella quería que se divirtiera, o que saliera con su primo Hugh, que era más bueno que el pan.
Por eso estaba sorprendida por cómo se sentía. Por cómo se comportaba. Primero estuvo aquella noche de Año Nuevo que por tantos meses creyó que exageraba lo increíble que había sido. Pero resulta que no, que había sido real. Su hombre misterioso, y ella, una mujer sensual y desinhibida. Que sabía lo que quería. Había descubierto una parte nueva en ella, que su padre seguramente mandaría a quemar en la hoguera, pero de la que ella no podía renegar ni avergonzarse. La chica de los labios rojos, le decía Ross. Bueno, él decía "mi chica de los labios rojos", pero era verdad. Porque esa mujer solo existía con él. Y ella la estaba conociendo y conociéndolo a él. Ross era completamente diferente a cualquier otro hombre con el que hubiera estado antes. Dominante y seductor, pero tierno a la vez. Sabía lo que hacía, como tocarla, pero también dejaba que ella tomara el mando y explorara, buscara lo que le gustara. Y por Dios que lo encontraba. "No puedo creer que seas real..."– le había susurrado un par de veces. Pues ella no podía creer que él fuera real, que ellos fueran reales, después de todo lo que había sucedido. Y sabía que estaba jugando con fuego - aunque ya estaba ardiendo - porque ellos se irían, tenían que volver a su casa, pero Demelza prefería no pensar en ello. Habían decidido que pasarían las últimas semanas de vacaciones juntos, y uno tiene vacaciones para disfrutarlas, para no pensar en los problemas de la vida real, aunque ella no hubiera tenido unas vacaciones de verdad en toda su vida.
Pero había más que eso. Ya lo sospechaba desde hacía tiempo, pero aún se rehusaba siquiera a pensarlo. Piensa en tu madre, piensa en ti… Así que Demelza prefería guardar esos sentimientos en una cajita dentro de su corazón y esconder la llave. Tenía miedo, miedo a la incertidumbre de lo que sucedería en tan solo unas semanas, o tal vez miedo a lo que podría suceder después. Así que no quería pensar en ello, aunque se le hacía muy difícil. Principalmente cuando Ross la miraba de cierta manera, con sus ojos color avellanas clavados en ella. O cuando se reían durante el día y la miraba con complicidad, sabiendo que no podía tocarla pero que los dos se morían de ganas de hacerlo. Y por las noches, cuando se quedaban solos, antes o después de hacer el amor y solo conversaban... Demelza nunca había vivido algo así con nadie. Él le contó de nuevo sobre cómo había sucedido su relación con Elizabeth. Como ambos sabían que no estaban juntos por amor, si no por algo más práctico y confiable. Como él había pensado que al volver los niños necesitarían una madre, y como se dio cuenta de que estaba equivocado. Ella lo escuchó con atención, de la misma forma que él a ella cuando le habló de su infancia. No era un tema del que hablara muy seguido. No creía recordar habérselo contado a Caroline en detalle siquiera, pero por algún motivo le había contado su historia a él. Desnuda, con la sábana alrededor de su pecho, los dos de costado para mirarse a los ojos. Ross había besado su frente, pero no con lástima. No era para que sintiera pena por ella por lo que se lo contaba, de la misma forma que él no le hablaba de Elizabeth para que ella lo juzgara. Simplemente se estaban conociendo, en todo sentido.
Demelza miró su teléfono. Eran casi las tres de la madrugada. Cuando llegó le había enviado un mensaje a Caroline, era tarde, pero quizás estaría despierta. Pero su amiga no le había contestado aún. Quería hablar con ella, preguntarle como iban las cosas con Dwight. Habían intercambiado algunos mensajes, pero no habían hablado desde el domingo, y Demelza quería escuchar su voz. Casi al momento de que apoyó el celular en la cama, este sonó. Era un mensaje de Ross.
"¿Qué haces todavía despierta?"
Demelza tipeó la respuesta, la luz de la pantalla iluminaba su sonrisa.
"Estoy trabajando en mi currículum."
El teléfono sonó de nuevo en sus manos, pero esta vez era una llamada.
"¿Currículum?" – dijo una voz grave del otro lado de la línea. – "¿Quieres cambiar de trabajo?"
"Eventualmente." – aclaró ella aun sonriendo. – "Supongo que me darás una buena referencia, aunque quizás deba preguntarle a Jer o a Clowie." Lo escuchó reír bajito. – "¿Y qué haces tú despierto todavía?"
"Tenía hambre, así que bajé a buscar una porción de pizza." – Esa noche, después de que volvieran de pasear, Demelza y Jeremy habían preparado unas pizzas para cenar y probar el horno de la cocina. El niño la había ayudado a amasar. Clowie lo intentó también pero todo lo que consiguió fue ensuciarse toda con harina así que Ross la bañó mientras ellos cocinaban. – "Y luego agarré el teléfono para ver unos mails y vi que estabas conectada."
"¿Acaso me está espiando, Señor Poldark?" – su voz sonó juguetona, justo como era su intención.
Ross se tomó un segundo para confesar… "En realidad… estaba mirando tu foto de perfil. ¿Adónde la tomaste?"
"Uhmmm… ¡Ah! El año pasado. En un fin de semana que fuimos a acampar con Caroline y Hugh. Lo hacemos todos los años cuando comienzan las clases."
"Ahh… ¿Caroline conoce a tu amigo?" – "¿Sabes algo de Dwight?" Los dos hablaron al mismo tiempo, así que la pregunta de Ross quedó sin responder.
"No, ¿Por qué?"
"Oh, por nada. Creo que a Caroline le gusta de verdad. Sólo quería asegurarme de que está vivo, eso es todo… no le digas que te dije eso."
"Dwight sabe cuidarse…"
"No la conoces a Caroline."
"No creo que este peor que yo. Levantándose a mitad de la noche porque tanto sexo le dio hambre."
Demelza flexionó los dedos de sus pies. Cerró la pantalla de la laptop y la hizo a un lado, dejando caer su cabeza sobre la almohada y desperezando todo su cuerpo bajo la sábana.
"¿Te gusto, no es así?"
"Mmm…" Ross hizo un sonido apreciativo desde el fondo de su garganta, que Demelza escuchó como si estuviera junto a él.
"Estoy hablando de la pizza."
"¿En qué creías que estaba pensando?" - Demelza rio.
La alarma sonó casi en su oreja. Se había quedado dormida hablando con Ross.
"De verdad no sé porque no te quedas a dormir aquí." – le dijo más tarde cuando ella bostezaba mientras preparaba tostadas para el desayuno de los niños que aún estaban en la cama, así que Ross la abrazaba desde atrás y daba besos en su cuello.
Eso era distinto también. Jamás había tenido una conexión así con nadie. O los pocos hombres con los que había salido no se comportaban de esa manera. Abrazándola y besándola todo el tiempo. ¿Sería Ross así siempre? ¿Habría sido así en sus relaciones anteriores? Jamás lo había visto comportarse así con Elizabeth…
"Ya. Deja que yo terminó esto. Ve y acuéstate un rato." – le ordenó cuando ella bostezó de nuevo cuando quiso besarla en los labios. – "En la habitación de aquí abajo o con los niños, pero duerme un rato. Yo le daré de desayunar a los niños…"
"¿No querías llevarlos al Proyecto Edén?"
"Podemos ir después del mediodía…"
Había sido un día largo. Ross los había hecho madrugar pues quería llevar a los niños al Mount St. Michael, un castillo medieval que estaba cerca de la costa y en medio del agua al que había que llegar temprano para poder cruzar a pie con la marea baja. A Clowie le había encantado, le parecía como el castillo de una princesa. Y a Jeremy también, le gustó la aventura de llegar por ese camino rocoso, húmedo y lleno de musgo y tener que volver en bote pues por la tarde el agua había cubierto el camino. Y Ross había estado igual de entusiasmado que sus hijos. Lo notaba feliz y orgulloso de que les hubiera gustado tanto. Ross se encargaba de organizar salidas para todos los días. En parte, sospechaba Demelza, era para que los niños volvieran cansados y se fueran a dormir temprano, pero ese día había sido especial. Durante el día les había contado que su madre lo había llevado cuando era pequeño y que tenía un hermoso recuerdo de aquella salida. Ella les había contado que su mamá la había llevado también, fue uno de los pocos lugares a donde habían ido. "Y ahora papá los trajo a ustedes." – Demelza había sonreído a los niños, pues Clowie había apretado su mano mientras ellos hablaban de sus madres y se le había formado un nudo en el estómago. Y no porque le diera lástima que hubieran perdido a su madre siendo tan pequeños, sino porque ella era la que estaba allí con ellos en esa excursión que probablemente recordarían durante toda su vida.
El plan de Ross había funcionado y los niños habían caído rendidos y directamente a la cama. Así que la noche había sido larga también. Como era temprano, decidieron ver una película que no fuera infantil. Estuvieron un rato buscando que ver y luego charlando acerca de sus películas favoritas.
Más tarde, cuando ya estaban desnudos y sudados, siguieron conversando. Sobre sus madres, sobre los niños, sobre sus momentos favoritos de películas. Demelza con su cabeza apoyada perezosamente sobre su pecho y él enrollando mechones de pelo en sus dedos. Se había quedado dormida de a ratos. A veces despertaba y él parecía dormir también, pero solo un ligero movimiento y el abría los ojos con sus labios dispuestos. Otras veces se encontraba con sus ojos mirándola hipnotizado. Esta vez se despertó porque el acarició su espalda, la yema de sus dedos apenas la tocaban, pero igual dejaban escalofríos a su paso. Ella se estiró, besó sus labios y frotó su nariz con la suya y siguió acariciando con sus labios y su nariz, sus mejillas, sobre su barba. Y bajó a su cuello, lamiendo de tanto en tanto su piel. Lo sintió moverse debajo suyo, acomodar las piernas. Su miembro se apoyó en su muslo cuando de ella posó su boca en uno de sus pezones y lo atrapó entre sus labios. El gimió, estirando sus brazos hasta apretar su trasero.
"¿Qué te gusta?" – susurró ella en la quietud de la noche.
Ross la miró embelesado por un momento.
"Me gustas tú." – dijo antes de acercarla de nuevo a su boca, pero ella se detuvo a un centímetro de su rostro.
"No. ¿Qué te gusta… en la cama?" – insistió. Sentía curiosidad, quería que él estuviera tan satisfecho como lo estaba ella.
"Tú estás en mi cama…" - dijo él de nuevo, burlándose de ella. Demelza dejó que la besara, pero fue ella quien lo exploro con su lengua. Ya lo sentía duro, pero ella quería una respuesta.
"Dime." Él sonrió, una mirada pícara brilló en sus ojos.
"Te digo si tú también me dices…" ofreció. ¡Judas! Debió haber previsto que diría eso. Sintió arder sus mejillas, pero sabía que lo averiguaría tarde o temprano. Asintió. – "Mmm… no soy un hombre muy original." Dijo, y llevó un dedo a su boca. – "Me gustan tus labios…" ella entendió de inmediato. "Pero en verdad me gusta todo contigo… Ahora es tu turno."
Demelza mordisqueó delicadamente su dedo antes de contestarle. Cerró sus labios a su alrededor y lo chupo, su legua masajeándolo mientras ella subía y bajaba su cabeza. Una muestra deliberada de lo que él recién le había confesado. Sintió en su rostro su aliento cuando exhaló casi gimiendo, mirando hipnotizado como ella succionaba su dedo. Le encantaba esa mirada, puro deseo y solo para ella. De repente la estaba besando, con una mano detrás de su cabeza sosteniéndola contra él. Su erección clavándose al costado de su abdomen.
"Dímelo ya, te daré todo lo que quieras." - Sonaba desesperado.
"A mí me gustan tus labios también… pero… aquí." Demelza apoyó sus senos con fuerza contra su pecho. ¡Judas!
Un segundo después se encontró de espaldas sobre el colchón con Ross cerniéndose sobre ella como un león hambriento. Debería ser un pecado lucir tan sexy. Se lamió los labios antes de descender sobre ella y Demelza se sintió más mujer de lo que se había sentido nunca.
Ross la miró como un hombre borracho de pasión, como si estuviera reprimiendo físicamente el impulso de abalanzarse completamente sobre ella, pero primero tenía que cumplir con su pedido. Y vaya que lo hizo.
"¿Aquí?" preguntó, sus ojos fijos en la extensión de su pecho. Ella apenas pudo asentir.
Sus dedos apenas la rozaron y Demelza sintió que sus pezones se endurecían al instante.
Debería haberse sentido avergonzada, pero ver la expresión de pura satisfacción en su rostro le daba toda la confianza que necesitaba y más. Nunca antes se había sentido con más control, más femenina o más sexy.
Ross se tomó su tiempo, su lengua adorando cada uno de pechos. Mordisqueando sus pezones. Succionando, chupando, lamiendo mientras ella se retorcía y gemía su nombre una y otra vez.
Estaba tan cerca. Podía sentirlo, ese delicioso dolor palpitante en lo profundo de su vientre. Sus muslos se apretaron juntos alrededor de sus dedos que habían econtrado su camino bajo la sábana que aun tenía enrrollada en la cintura mientras sus dientes se cerraban suavemente en la punta de su pezón, y luego chupaba. Duro.
"¡Judas!" - Exclamó. Sentía cosquillas en todo su cuerpo cuando finalmente llegó al orgasmo. Él sonrió triunfante.
Después de dos orgasmos alucinantes, estaba empapada de sudor. Otra vez desparramada sobre él, pero esta vez si ya no tenía fuerzas. Trató de hablar, pero solo salieron murmullos inentendibles. Le había quitado el habla, que bien. Eso le pasaba por preguntar. No podía levantar la cabeza, pero seguro él sonreía vanagloriándose. Y allí estaba de nuevo. Esa sensación de que estar allí con él era más necesario que el mismo aire en sus pulmones.
Cuando abrió los ojos de nuevo ya no estaba sobre su pecho. Estaba de costado, con Ross acurrucado tras ella y un brazo rodeando su cintura. Su aliento en la parte posterior de cuello y su barba rozando su hombro. Ella mirando para el lado del pequeño balcón, ya estaba aclarando del otro lado de la ventana.
Demelza levantó la cabeza de golpe y se apoyó sobre un codo. Ross gruñó a su lado. ¿Qué hora era? ¿Dónde estaba su celular?
"Mhmmm…"
"Ross, nos quedamos dormidos. Ya está amaneciendo." - Susurró sacudiéndolo ligeramente para que se despertara. Él apenas si abrió un ojo.
"Shhh… vuelve a dormir, cariño. ¿Qué sentido tiene que te vayas ahora?"
