Capítulo 42
"Ross… Ross…" – Ross escuchó el murmullo de su voz entre sueños, pero lo que lo despertó en realidad fue la ligera sacudida que Demelza dio a su hombro. Se despabiló rápidamente, al menos por un momento. Lo primero que dijo fue: "¿Es Jeremy?"
"Él está bien. Los dos duermen todavía."
Ross espió en dirección a la ventana, no había amanecido del todo aún, aunque había un tenue resplandor que indicaba que el sol saldría pronto.
"¿Qué hora es?" – preguntó, apoyando su cuerpo sobre un codo y enfocando sus ojos en Demelza, que estaba sentada en el borde de la cama vestida con la misma ropa que llevaba el día anterior.
"Casi las seis. Siento despertarte, pero pensé que te haría bien salir a correr. ¿Quieres venir?"
Quince minutos después y estaba bostezando sobre la arena de la playa detrás de la casa. Demelza trotaba en el lugar cerca suyo para entrar en calor. Él miró sobre su hombro en dirección a la casita, hacia los niños.
"Estarán bien, aún falta un rato para que se despierten. Vamos, te hará bien correr… relajar los músculos..." – afirmó y comenzó a trotar sobre la parte húmeda. Por inercia, él la siguió. Aún no tenía muy acomodados sus pensamientos, pero Demelza tenía razón. El aire fresco contra su rostro pronto lo despabiló. Sus piernas se estiraron pisando fuerte sobre la arena. Ross movió sus brazos mientras corría, los músculos de su espalda que habían estado contraídos por varios días comenzaron a estirarse. Su mente vagó también a lo que había sucedido en las últimas horas. A Jeremy. Se había asomado a su habitación antes de salir. Estaba de costado, durmiendo con la boca entreabierta como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. El brazo con el yeso hacia arriba. Se había asustado tanto, el miedo lo había dejado paralizado, sintiendo temor y, más que nada, culpa. O eso había pensado hasta que Demelza le dijo que había hecho lo correcto, lo que un padre tenía que hacer. Su corazón se había quedado petrificado, pero al parecer había actuado de forma apropiada y ahora su hijo descansaba plácidamente en su cama. Quizás ella tenía razón, tal vez podría hacer esto… Al fin y al cabo, la decisión ya estaba tomada. Eventualmente, Ross aprendería que la paternidad era vivir permanentemente preocupado y había tenido una dura primera prueba, pero la había superado. También había mirado a Clowie... Jesús. Iba a tener que hablar con ella apenas se despertara. ¿Qué habrá pensado su hijita al verlo en la cama con Demelza?
¿Qué iba a decir Demelza?
Tendría que pensar en una buena explicación, de seguro su hija lo llenaría de preguntas. ¿Estaría contenta? De seguro que sí. Clowance la adoraba, se alegraría al saber que ellos… que ellos... Pero ellos técnicamente no eran nada. Ross volvió su mirada hacia Demelza, que corría unos metros por delante. Tenía que hablar con ella. Debía preguntarle si quería… no estaba seguro... ¿Qué diría ella si le decía que la quería? ¿Qué la amaba? No quería asustarla y que saliera huyendo lejos de él otra vez. Todo era una locura, pero una locura que le hacía arder el pecho de una forma que no conocía hasta entonces… o quizás era por correr.
Por fortuna el pitido de una alarma sonó en el teléfono de Demelza y ella disminuyó la velocidad.
"¿Cómo estás?" - le preguntó esperándolo, pero sin dejar de moverse.
"Fuera de forma." – Ella curvó los labios.
"Fueron quince minutos nada más. Mejor volvamos. No sea cosa que los niños se despierten." Demelza se dio la vuelta para desandar el camino. No había mucho más adónde ir, a menos que quisieran subir por el acantilado y ese día no estaba en condiciones.
Ella comenzó a trotar de nuevo. Había sido una buena idea salir a correr, en efecto sus músculos contracturados se habían relajado, y él se había despertado del todo. El cielo era de un tenue color azulado, pero aún no llegaban a ver el sol que seguramente asomaba del otro lado de la península. No muy seguro de lo que iba a decir, Ross la detuvo.
"Espera. Volvamos caminando." – ella lo observó con un dejo de preocupación.
"¿De verdad te cansaste?"
"Un poco, pero ya que estamos podríamos… hablar."
"Oh…" – Demelza disminuyó el paso a una lenta caminata y desvió sus ojos al mar. Ross aprovechó para alcanzarla y quiso tomar su mano. Le pareció extraño que se soltara, escurriendo sus dedos rápidamente lejos de los suyos cuando acababan de pasar la noche acurrucados en la misma cama. Era la primera vez que dormían juntos sin tener relaciones, solo abrazados, compartiendo solo su compañía, entendiendo lo que el otro quería, lo que necesitaba. O tal vez ella lo entendía a él. Demelza siempre parecía ser la que anticipaba cada una de sus necesidades, la que sabía lo que él quería incluso antes de que lo supiera él, quien le indicaba cual era el camino correcto. Pero quizás él no la comprendía a ella. Había estado tan ciego durante años, solo preocupado por sí mismo y por su trabajo, que ahora le costaba ver las necesidades de los demás. Pero no quería que fuera así. Quería ser un buen padre, y quería ser… lo que sea que Demelza quisiera que él fuera. Quería que ella fuera feliz. En lo posible feliz con él.
"Uhmm… lo siento. Yo…" – se disculpó cuando quitó su mano de la suya.
"Está bien. No tienes por qué disculparte. Soy yo quien debe hacerlo…" – comenzó. Ella giró su rostro mara mirarlo, iban caminando lado a lado.
"¿Porqué? Ya te has disculpado por todo."
"No lo suficiente. No por haber irrumpido en tu vida y haberla puesto de cabeza." – dijo haciéndose el simpático. Ella sonrió, como él esperaba que hiciera.
"Ego. Un ego muy grande."
"¿No es así? Porque tú hiciste eso en mi vida. Solo que en vez de ponerla patas arriba, la pusiste en orden…" – Demelza se puso seria de nuevo, y llevó sus manos a los bolsillos de su chaqueta de algodón. Apenas caminaban.
"Haber dejado a tu prometida. Haber arruinado el negocio de tu familia. Haber tenido que huir aquí, ¿eso es orden?" – preguntó. El chistó e hizo una mueca.
"La empresa no va a quebrar por perder la fusión. Y… creo – creo que estuve huyendo durante años y ahora dejé de hacerlo. Ahora encontré algo que vale la pena. A mis hijos… y a ti."
"Ross…" – dijo ella deteniéndose del todo.
"¿Tú… tú no quieres…"
"¡¿Querer qué?!" – Exclamó – "Hasta el viernes pensaba que te irías, que volverías a Londres con los niños. Aún no termino de procesar que se vayan a quedar aquí…"
"Pero lo haremos…"
"¿Qué hay de tu trabajo? ¿No te necesitan allí?"
"Puedo ayudar desde aquí. Quizás tenga que ir de vez en cuando, más que nada a ver el Hotel. Pero renuncié a mi cargo como vicepresidente de Trenwith. Es lo correcto después de lo que hice."
"Pero… podrías volver a Londres igualmente ¿Por qué quedarte aquí?"
"Por ti." – dijo sin más. – "Esa es la verdad. Por supuesto diré que es por los niños. Porque ellos quieren quedarse, porque fueron y son felices en el hogar adonde crecieron y quiero que crezcan en un lugar tranquilo, lejos de la locura de la ciudad. Lo que es cierto, es verdad. Y es verdad que rompí mi compromiso por ellos. Pero esta vez, mi decisión de quedarme aquí es porque tú estás aquí, y porque no quiero alejarme de ti… Demelza… ¿no te alegra que nos quedemos?"
"¿Alegrarme? Por supuesto que sí... y también me aterroriza. Yo… no puedo simplemente dejar todo por ti." – dijo casi en un susurro.
"No te estoy pidiendo eso…"
"¿Y qué me estas pidiendo? Tampoco seguiré siendo tu niñera, no quiero que me sigas depositando el sueldo…"
Ross se pasó una mano por el pelo. No había pensado en eso. "Está bien, lo entiendo. Discúlpame si te hice sentir mal por eso. Yo… no me di cuenta. Cuando te pedí que fueras la niñera de los niños al llegar a Cornwall, y nosotros estábamos…"
"En la cama…"
"Sí. Solo… necesitaba ayuda. Y quería asegurarme de que estuvieras allí."
"Siempre estaré allí para los niños, Ross. Lo sabes."
"Lo sé. No era mi intención hacerte sentir que eras solo una empleada con quien dormía. No lo eres. Eres mucho más que eso, para todos nosotros…" – Ella se dio la vuelta, incapaz de leer lo que pasaba por su mente y de sostener su mirada. ¿Debería decirle que la amaba? De seguro lo acusaría de irracional, de siempre precipitarse y tomar decisiones drásticas. Dio un paso, alejándose, pero Ross la volvió a tomar de la mano y la volvió hacia él. Esta vez, no dejó que se escabullera y atrapó su cintura, atrayéndola hacia su cuerpo. Las manos de Demelza acabaron sobre su pecho, pero no intentó alejarlo. "Demelza… dime lo que piensas. ¿Qué es lo que te da miedo?" – preguntó buscando su mirada. Cuando no respondió, llevó una mano a su mejilla, a su frente. Corrió un mechón de pelo y levantó su rostro para que lo mirara.
"Esto… tú. Nosotros. Yo… no quiero que mi vida gire alrededor de ti. Y sin embargo, ya lo hace. Eres… como un tren a toda marcha que va en dirección opuesta adonde yo quiero ir, y yo ya estoy arriba. Incapaz de bajarme. Tengo que estudiar y terminar mi carrera…"
"Nunca te pediría que no lo hagas…"
"No, pero lo que hiciste la semana pasada…"
"No volverá a ocurrir. Lo prometo."
"Sé que quieres que sea así, pero no sabes lo que puede ocurrir. Tal vez te llamen y tengas que salir volando a Londres y… amo a los niños, pero tengo responsabilidades también, y odio esa sensación de que los estoy descuidando por ocuparme de mis cosas…"
"Yo estaré aquí. Quiero - quiero hacer las cosas bien a partir de ahora. Por ellos y por ti también. Sé que nuestra relación no empezó de la manera correcta, y que te di por sentado. Pero no será así a partir de ahora. Podemos comenzar de nuevo, acostumbrarnos a esta nueva rutina. No te mentiré, yo estoy aterrado también, como te habrás dado cuenta ayer. Nunca tuve a los niños conmigo solo…"
"Lo harás bien. Pero creo que te hará bien estar solo con ellos durante un tiempo…" - ¿Qué quería decir? ¿Ella no estaría con ellos? Como si leyera sus pensamientos, Demelza arrastró sus manos desde su pecho hasta detrás de su cintura. Pegando su cuerpo más al suyo. Sus ojos verdes lo miraban con intensidad. Ross se agachó para besarla, pero ella se hizo apenas para atrás. – "También tengo miedo de ti… Ross Poldark." – dijo – "De que me lastimes. Cuando te aburras de mí, y vuelvas a buscar mujeres en fiestas por ahí…" – Él sonrió, esa sonrisa traviesa que hacía brillar sus ojos.
"Y tú me aterrorizas. Tengo miedo de que hagas un hombre honesto de mí." – Demelza se rio y el intentó besarla de nuevo pero se volvió a alejar, un dedo volando sobre sus labios.
"Y otra cosa. En algún momento deberás hablar con tus hijos sobre su madre. Ellos necesitan saber de ella por ti. No tiene que ser ahora, pero en algún momento… cuando estés listo, tienes que hacerlo. Y tienes… tienes que perdonarla y perdonarte a ti. Si no lo haces, si no dejas atrás el pasado, no podrás vivir el presente…" – dijo ella. Y Ross, por un instante, por un segundo estuvo a punto de decirle. Que no era tan fácil perdonar a alguien quien había plantado una duda tan grande, a alguien que le había mentido de esa forma. Pero no dijo nada. Ya suficiente cargaba en ella como para decirle eso también. Así que solo asintió. Sabía que tenía razón respecto a los niños. Lo que le hizo a él, no quitaba que ella fue su madre y ellos la extrañaban. Como Jeremy se lo había demostrado el día anterior. Tal vez podría hacer el esfuerzo de háblales de aquella joven de quien se había enamorado.
Mientras estaba distraído en sus pensamientos, Demelza lo besó, apoyó sus labios rápidamente en los suyos y se alejó. Volviendo a retomar el camino hacia la casa. Pero Ross alcanzó su mano otra vez, y como antes la estrechó contra su cuerpo. Sólo que esta vez no dejó que dijera una palabra. Tomó sus mejillas y descendió sobre ella, su boca estrellándose en sus labios y besándola casi con desesperación. Demelza rio en su boca y él se separó para mirarla a los ojos. Ella le dio pequeños besos, una, dos, tres veces, hasta que fijó sus ojos en el también. La sintió temblar entre sus brazos y él tembló también. Así era como quería estar, con ella, siempre así.
"Ross… tenme paciencia, ¿sí?"- susurró, apretando sus brazos que rodeaban sus hombros.
"Siempre, cariño. Siempre."
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Se quedaron así por un momento, solo abrazados mientras el cielo se transformaba definitivamente en día. Ross enterrado en el hueco de su cuello, le encantaba su perfume. Ya se había acostumbrado a él, como si ese fuera el aroma de la felicidad misma. La sintió reír cuando rozó su barbilla con su barba crecida contra su delicada piel. Y el sonido de su risa parecía hacer eco en su pecho, quería hacerla feliz. ¿Cómo? no estaba seguro. Pero quería hacerlo.
Ross ya había llegado a la conclusión de que Demelza no era como ninguna mujer con la que hubiera estado antes. Con Regina, los dos eran jóvenes, con sus vidas por delante y cometieron un error. No, no fue un error, jamás pensaría en sus hijos de esa manera. Pero Jeremy fue el motivo por el que se aceleraron las cosas entre ellos. Debieron casarse. Con Elizabeth, siempre fue consciente de lo que le atraía de él. Su apellido, su dinero, su empresa. Quizás el sexo, tal vez las invitaciones a eventos sociales. El estilo de vida que él podía darle. Y las demás, quizás también un poco de lo mismo. Pero no Demelza. Incluso en Año Nuevo ella sabía lo que quería, solo una noche de diversión. Y luego no había hecho más que repetir hasta el cansancio que su principal objetivo era terminar sus estudios. Sin tiempo para novios. ¿Y ahora? ¿Querría algo más de él? Unos momentos antes le dijo que su vida no podía girar alrededor suyo, pero ¿Qué si su vida giraba alrededor de ella? ¿Sería eso tan malo? Se quedarían aquí por ella, así que eso ya era un hecho. Como lo era que las cosas cambiarían de aquí en más también. Le parecía que no habían dejado de cambiar desde que la había conocido, pero para bien. Como debían ser.
Demelza rio de nuevo cuando continuó frotándose en su cuello como un gato. Bajó sus manos de sus hombros, y se apartó. Pero él fue rápido y la tomó de la mano, llevándola a su boca para besar sus nudillos. Ella sonrió de nuevo.
"Será mejor que volvamos. No sea cosa que se despierten." – dijo. Y comenzaron a caminar en dirección a la casa de nuevo.
Su mente ya estaba vagando, pensando que si se quedaban allí deberían hacer varios arreglos a la casita. Eso le daría trabajo a Zacky Martin. Lo primero sería instalar los aires acondicionados que habían comprado, controlar todo el sistema de calefacción. Arreglar el techo, pintar todas las paredes. Comprar muebles nuevos… en eso pensaba cuando Demelza soltó su mano. Él la miró.
"Ya se puede ver la casa desde aquí." – le dijo apuntando con el dedo. Efectivamente, la casita de su suegra, su casa, ya estaba a la vista y si alguien se asomaba a la ventana de su habitación o miraba la playa desde el patio trasero, podrían verlos.
Tenía que hablar con Clowie…
Esperó a que estuvieran en la cocina, la casa estaba en silencio, parecía que nadie se había despertado aún, para apoyar las manos en su cintura y darle un beso que aterrizó en el borde de su mejilla por detrás.
"¡Ross!" – Exclamó ella sorprendida, y luego frunció los labios porque podría haber despertado a los niños con su gritito. Él sonrió divertido, aunque sin hacer ruido. – "No hagas eso."
"¿Qué cosa?" – preguntó haciéndose el inocente.
"Eso… Tenemos, tenemos que seguir siendo cuidadosos."
Ay, Dios. Clowie. Demelza lo mataría.
El asintió sin decir más.
Pero luego de espiar por la puerta de la cocina para asegurarse de que no había moros en la costa, ella se volvió a acercar y en puntas de pie beso su nariz, y luego su mejilla. Ross permaneció inmóvil mientras ella lo miraba a los ojos un instante y luego volvió a posar los labios en los suyos.
"Ross… el otro día cuando inscribiste a los niños en el colegio, compraste los uniformes también, ¿verdad?"
