Capítulo 1
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Los últimos años el insomnio había sido su fiel acompañante, aunque fastidioso e insistente, pero cuando la madrugada la encontró con la mirada clavada en el techo de su habitación, el rostro tenso y los dientes bien apretados, no era por el fastidio de encontrarse despierta. Tragó saliva con dificultad, sintiendo lo apretada que se encontraba su lengua contra sus dientes, en la periferia podía ver unas figuras humanoides y temía bajar, aunque fuera un poco, la mirada para encontrarse con el tormento de aquella parálisis de sueño.
Sus párpados temblaron, al igual que los músculos tensos de su rostro. Intentó gritar, pero sus labios estaban sellados y de su cuerpo solo escapó un sonido lamentable que no escucharía alguien que no se encontrara dentro de la habitación con ella. Sus inútiles intentos por reaccionar la hicieron olvidarse por completo de mantener la calma, para poder salir de aquel trance en el que su cuerpo aún dormido la mantenía.
Lo único que pudo hacer fue intentar moverse, a pesar de saber que aquellas visiones no duraban mucho tiempo.
Aun en contra de sus propios instintos y la lógica, su mirada se encontró con su verdugo. Inspiró con fuerza y se tensó aún más, frente a ella se encontraba una terrible oscuridad en la que resaltaban personas vestidas de blanco. Sus rostros oscurecidos carecían de facciones, pero podía escucharlos susurrar algo.
Apretó los párpados con fuerza y fue capaz de agitar un poco la cabeza, un sonido de alivio escapó de sus labios y se arrastró por la cama, cayendo pesadamente al suelo. Se cubrió el rostro con las manos durante unos momentos, mientras respiraba profundo, y a través de las perlillas saladas que adornaban sus pestañas pudo ver su habitación.
Vacía.
Se quedó en silencio, observando el sitio que habían ocupado las figuras, mientras su cuerpo terminaba de reaccionar. No lloró como otras veces… y aunque la idea de comenzar a acostumbrarse le pareció deprimente, pronto su pánico fue evidente en sus manos que temblaban y los latidos erráticos de su corazón.
Se levantó del suelo y se sentó en la orilla de la cama, abrió el cajón de la mesita de noche y un frasquito rodó, golpeando contra la madera. Lo observó en completo silencio y con su mano, aún temblorosa, lo tomó y le quitó la tapa, escuchando el traqueteo de las pastillas dentro. Tomó una de las pastillas y se la llevó a la boca, pasándola sin necesidad de tomar agua.
Volvió a observar la habitación y al asegurarse al fin de encontrarse sola, se llevó una mano al pecho y recargó la cabeza en la pared, respirando alivio al fin.
—… solo fue la parálisis de sueño —susurró.
Estaba harta.
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Cuando volvió a abrir los ojos pasaba de medio día. Se sentó en la cama, desorientada, y observó alrededor… los fantasmas de la madrugada habían desaparecido gracias al sopor que siempre le dejaban las pastillas para dormir.
Luego de lo que le pareció una eternidad, pudo racionalizar lo que estaba sucediendo. Comprendió que había perdido la mañana y con ella algunas de sus actividades, pero con algo de esfuerzo estaría a tiempo de salvar su día laboral, aunque no tuviera demasiados ánimos de trabajar aquel día.
Se levantó a regañadientes.
Cruzó la ciudad en su habitual silencio, pero completamente distraída, sin poder evitar hacer pausas en el camino… no sabía a qué se debía la renuencia de aquel día, se partía entre dejarlo al usual desánimo que la atacaba cuando diciembre se acercaba o a aquella extraña visión durante su parálisis de sueño, que por alguna razón no dejaba de saltarle al recuerdo cada que se descuidaba y dejaba de concentrarse en mantenerlo alejado.
Recordó al hombre que había encabezado a los demás… no había podido ver su rostro ensombrecido, pero no olvidada su cabello largo, liso y oscuro, y esas sus ropas blancas e inmaculadas.
Detuvo su andar una vez más y observó la ciudad en silencio, a pesar de que el sol se ocultaba más temprano, seguía brillando de manera indiscriminada sobre los autos y los vidrios a esa hora del día; una súbita sensación de tensión la obligó a cubrirse los ojos y apartarse de la vía. Presionó su mano durante unos segundos y cuando aquella incomodidad la abandonó alejó su palma y la observó, asegurándose de no encontrarse a punto de sufrir una migraña antes de volver a mirar la luz.
Discretamente miró a su alrededor, esperando haber sido ignorada, cuando comprendió lo que sus ojos veían su corazón se saltó un latido.
Frente a ella había una escena en pausa, como si estuviese en casa frente al televisor viendo una película, las personas se encontraban suspendidas en el tiempo, aún había pasos en el aire y alas a medio batir, incluso los destellos sobre los capotes de los autos parecían decididos a mantenerse eternamente entre la vida y la muerte… y el silencio que la rodeaba era indescriptible.
Separó los labios y jaló aire y sus sentidos recibieron un golpe al mismo tiempo, la gente volvía a moverse, los brillos que nacían se intensificaron frente a ella y otros desaparecieron para no volver a ser vistos jamás; escuchó la marcha de aquellos pasos que habían esperado pacientes poder ser dados y el viento que se colaba entre los transeúntes y edificios y los autos, y los motores, las llantas sobre la graba, las voces.
Desorientada, pegó la espalda al muro al que se había acercado durante su malestar y observó la ciudad en silencio, incapaz de controlar su corazón y obligando a su respiración a mantenerse tranquila.
—… quizá sigo dormida —murmuró, culpando a la pastilla que había tomado en la madrugada de aquel extraño episodio.
—¡Hanabi-senpai!
Bajó la mano de inmediato y se irguió, quizá demasiado, al tiempo que giraba en la dirección de la que provenía aquella voz y se encontraba con una muchacha sonriente, que agitaba la mano y se acercaba corriendo a ella.
—No me llames así, no estamos en el dojo —la regañó con dulzura y en un tono de voz bajo.
Una risa escapó de los labios de la muchacha, que no dudó en enredar sus brazos y retomar el camino al dojo.
—¿Qué hacías ahí parada? —inquirió, sin dejar de sonreír.
La alegría que encontró en aquellos ojos logró tranquilizarla lo suficiente para poder actuar con mayor normalidad y, a pesar del sonrojo que le coloreó las mejillas, dejó que una sonrisa pequeña se acomodara en sus labios.
—Nada, estoy algo cansada… y pensaba si sería buena idea llegar un poco tarde.
—Hm… ahora que lo dices, estás ojerosa y pálida —resaltó, luego de inclinarse ligeramente para poder mirarle mejor el rostro.
Alejó el rostro de inmediato y aunque una sonrisa se formó en sus labios, el gesto no se deshizo de la incomodidad que sintió con aquel atrevimiento, al cual ya debería de estar acostumbrada.
—¿Estás bien?
Apretó los labios y asintió, extendiendo después la sonrisa un poco más que antes.
—¿Segura? —insistió.
—Sí, es solo… —desvió la mirada y se mordió el interior del labio unos momentos. —… no dormí bien…
—… si tú lo dices —murmuró, volviendo la mirada al frente. —¿Quieres ir a cenar después del trabajo? Puede ser solo comprar taiyaki de camino a casa o dango…
No tenía ánimo para socializar, pero sabía que no debía mantenerse encerrada, dándole vueltas a sinsentidos. Su gesto no reflejó su rechazo a aquellas palabras y sus ojos comenzaron a vagar, lejos de la muchacha.
—… quizá, si no termino aún más cansada.
—¡Ok!
La muchacha echó a correr hacia el dojo y ella detuvo su andar unos segundos, observando aquella escena en completo silencio, y mirando alrededor, esperando que aquella extraña situación de momentos antes volviera a repetirse, pero no lo hizo, y pasó el resto del día consumiéndose en ansiedades sin explicación aparente y que parecían deberse a alucinaciones que no eran bienvenidas en su vida.
A pesar de su anticipación, el tiempo no volvió a detenerse.
Sábado, 01 de enero de 2022
