5

Raditz sonríe a medias.

— ¿Tú? ¿Luchar contra mí? — ríe— ¡No seas ridículo, Kakarot! Ni con la ayuda de tus... mascotas — Raditz abarca la isla con una mano, mirándoles con desprecio— conseguirías hacerme un arañazo. Moriríais en vano. Y créeme — dice, frunciendo el ceño— que sus vidas me dan igual. Pero preferiría no tener que matar a mi hermano.

La palabra "hermano" recorre los oídos de los demás guerreros como una descarga eléctrica. Algunos ojos se abren de par en par. Hay espinas dorsales, antebrazos, erizándose. Los puños de Son Goku se aflojan sólo por unos momentos. Pero entonces vuelven a apretarse, decididos a luchar.

— No me reconoces — dice Raditz, torciendo la boca—, ni tampoco sabes quién eres. Ha debido de pasarte algo... o quizá te han hecho algo.

Dice esto clavando la vista en los terrícolas. Mira al viejo Roshi, y a Krillin, junto a él... se detiene unos momentos en Tien. A todos los mira con la misma intensidad. Como si estuviera a punto de volarlos por los aires... porque eso es exactamente lo que tiene en mente.

Pero no, aún no. Ya habrá tiempo para eso.

— Sea lo que sea, lo sabré — dice tras una tensa pausa—. Primero voy a refrescarte la memoria. Mi nombre es Raditz y soy tu hermano. No eres uno de estos... terrícolas — Raditz ríe por lo bajo, como si la palabra fuese algún tipo de broma— aunque eso ya lo habrás notado, ¿verdad? Al vivir con ellos. Al combatir con ellos — y, con un brillo especial en la mirada:— en las noches de luna llena.

» No, tú no eres un terrícola. Eres un saiyajin como yo: ¡miembros de una orgullosa raza guerrera! Escúchame, Kakarot, puede que no me creas, pero es cierto. Tú no perteneces a este lugar, ¡vienes del planeta Vegeta! Y la razón por la que estás en la Tierra — Raditz se acerca unos pasos, y todos retroceden, excepto Son Goku— es para conquistarla en nombre de tu raza.

Hay un momento en el que Raditz y Goku se miran el uno al otro. Ahora están cerca, tanto que podrían tocarse. Raditz lo hace. Estira un brazo y lo apoya en el hombro de Goku, quien se tensa primero, pero luego se relaja, y baja la guardia.

— Eres la viva imagen de padre — dice Raditz— aunque este planeta te ha hecho débil. Eso hay que arreglarlo. No puedes ser débil con ese rostro: me molesta sólo pensarlo.

» Ahora ven conmigo. Tenemos mucho de lo que hablar y mucho que hacer. Habrá que compensar todos esos años en los que no has hecho ningún trabajo... pero entre todos acabaremos rápido. A lo mejor incluso antes de que lleguen los demás.

— ¿Los demás? — dice alguien. Podría haber sido cualquiera: todos piensan lo mismo.

Raditz se eleva unos metros en el cielo.

— ¿A qué esperas, Kakarot? Dile adiós a tus terrícolas. Nos vamos.

Le sigue un silencio. Todos miran a Goku y él observa a su hermano flotar con una expresión complicada en el rostro. Es extraño verle pensativo. Goku no es de los que dudan. Su respuesta se hace esperar, pero cuando llega, lo hace con contundencia. Dice:

— No — y continúa:— tú eres el que te vas. Alguien como tú... no tiene lugar en la Tierra.

Una sombra cruza la expresión de Raditz, quien vuelve a descender hasta plantarse, aún levitando, frente a Goku.

— Creo que no lo entiendes, Kakarot — dice en voz baja— si crees que tienes elección, estás muy equivocado.

Raditz levanta su mano derecha y dispara. Un haz de luz púrpura enciende toda la isla y va a parar al pecho de Tienshinhan, impactándole de lleno con tanta fuerza que su ropa se deshace, sus tres ojos se vuelven blancos, y su cuerpo, ahora repleto de quemaduras, deja de moverse.

6

— He sido amable — gruñe Raditz— porque eres mi hermano. Pero mi paciencia se ha acabado.

— ¡Tienshinhan! — grita alguien.

— ¡Serás...!

— ¡Maldito!

— ¡No! — El chillido de Chiaotzu se eleva por encima de todos los demás — ¡Tien!

Y mientras el hombrecillo vuela hacia su amigo caído, el resto de los guerreros se prepara para luchar. Hay tristeza e ira a partes iguales y también miedo, uno terrible, pero que se esfuerzan por ignorar. El mismo temor anida en todos sus corazones, excepto en el de Son Goku. No es que sea el más valiente, ni tampoco es incapaz de sentir miedo. Lo que pasa es que está furioso.

— ¡Tú...! — es todo lo que alcanza a decir antes de lanzarse contra su hermano.

El puñetazo libera un círculo de aire que agita las ropas, los cabellos de los demás. Un golpe capaz de triturar la piedra y atravesar el metal, convertido en algo inútil contra la dura palma de Raditz. Los dedos del saiyajin se envuelven alrededor del puño de Son Goku y por unos instantes, siente deseos de aplastarlo. De convertirle los huesos en astillas. Pero Raditz recuerda las palabras de su madre, Gine, hace tantos años. La dulce voz en su rastreador:

— Hemos enviado a Kakarot a un planeta lejano. Se llama Tierra.

— ¿Y a mí qué?

— Es tu hermano, Raditz. Los habitantes de la Tierra son de nivel bajo; Kakarot acabará pronto. Cuando lo haga, quiero que vayas a buscarlo. Te he enviado las coordenadas...

— Ya las he visto. ¡Está lejos...! Ve tú. O que vaya padre. ¡Yo estoy ocupado!

En aquel entonces él estaba de misión con el príncipe Vegeta. Era un gran honor para un guerrero de bajo rango como él. Demostrar su valía, hacerse más fuerte... no le importaba otra cosa. Pero su madre, Gine, era especial. Resultaba difícil negarle algo.

— No podremos... — Gine sonaba alterada— tienes que ser tú.

— ¡Estoy ocupado, madre!

— ¡Mocoso! — la voz de Bardock, su padre, hizo temblar su rastreador— ¡Hazle caso a tu madre! ¡O te parto en dos!

— Raditz — dijo Gine— prométemelo, por favor.

— ¡Sí, sí, vale! ¡Lo prometo! ¡Pero dejadme en paz de una vez!

Esa fue la última vez que habló con sus padres. Ese mismo día, el planeta Vegeta dejó de existir... y con él, casi toda su especie fue enviada al olvido. Pero él se acordaría de sus palabras. Año tras año le molestarían, zumbando en alguna parte de su cabeza. Y ahora, esa promesa que tan descuidadamente había hecho de niño, se convertía en un deber para su yo adulto. Para un saiyajin no hay nada más importante que su orgullo. Y ese mismo orgullo es lo que le ha traído hasta aquí. «Hice una promesa y la he de cumplir. Ahora, si Kakarot se resiste... eso ya no es mi problema».

Raditz aprieta el puño de Goku y asciende, llevándoselo por el aire.

— Última oportunidad. ¿Qué será, Kakarot? ¿Vendrás conmigo, o morirás junto a estos terrícolas?

— ¡Les matarás haga lo que haga!

— Nunca he dicho lo contrario.

— ¡Entonces esta es mi respuesta! — y el puño libre de Goku se estrella contra la nariz de Raditz. Haciéndole nada en absoluto.

— Muy bien — dice calmadamente—. Supongo que eres de los que aprenden por las malas.

Dice esto mientras aprieta su mano derecha en un puño que es como un martillo al estrellarse, con una fuerza increíble, en la nariz de su hermano pequeño. El impacto retumba por todo el lugar. Goku sale volando contra el mar y con gran estruendo revienta el lecho marino hasta que un cráter, grande como un campo de béisbol, aparece a su alrededor. En la superficie el agua se agita. Las olas rompen contra la isla, grandes, violentas. Raditz baja la mirada hacia los terrícolas, la malicia brillando en sus ojos negros.

— Vosotros — dice, elevando la voz— insectos, ratas, ¡basura! ¡La culpa es vuestra! Habéis contagiado a Kakarot con vuestra debilidad. Pero eso lo voy a arreglar. Os mataré uno a uno. Y entonces Kakarot entenderá, ¡que no valéis na...!

Una lectura. 425.

— ¡Makōsen! — ruge una voz que ha oído antes.

El ataque de energía le alcanza de lleno en la espalda. Por supuesto, no le hace nada. Pero le enfurece. Raditz ha tenido suficiente. Ha aguantado suficiente. Su sangre saiyajin comienza a hervir mientras el namekiano de antes, flotando a decenas de metros de él, prepara otro ataque. Su nivel de poder comienza a acercarse a 400 de nuevo.

— ¡Voy a hacerte polvo! — grita Piccolo— ¡Trágate esto!

500. 530. 550... la cifra en el rastreador sigue aumentando.

— Parece ser que vuestras técnicas — dice Raditz, extendiendo una mano frente a él— aumentan vuestro nivel de poder. Interesante. Pero es inútil.

— ¡Makōsen!

Una ráfaga de ki. La misma de antes. Raditz sonríe.

— No necesito una técnica para alguien como tú — y dispara un ataque de energía como el que acabó con el tipo de los tres ojos.

O eso es lo que Raditz cree. Hay otro grito, a sus espaldas. Ruge:

— ¡Kikōhō!

Y esta vez, la lectura de su rastreador no es de 300, ni tampoco de 400. Es de 842.

Su ráfaga de energía se traga a la del namekiano y se lo lleva por delante. La otra, disparada por el terrícola de los tres ojos, impacta brutalmente contra su espalda. Y por primera vez en ese día, Raditz siente dolor.

7

— Os mataré.

Una de sus hombreras está rota. Algunos de sus cabellos, chamuscados. Tiene una quemadura sobre el codo, superficial. Eso es todo lo que la técnica más poderosa de Tienshinhan ha podido hacerle. El mismo Tien que ahora cae de rodillas porque no puede más. El Kikōhō drena la energía vital de su usuario. Y a él no le quedaba mucha para empezar. Así que se derrumba. Simplemente cae sobre la arena de la isla.

— ¡Una senzu, rápido!

No hay tiempo. Raditz es mucho más veloz que ellos. En un momento está flotando en el aire y en el otro zumba a través de él hasta Tienshinhan. Una mano que aprieta como una prensa hidráulica hunde las puntas de los dedos en el hombro del artista marcial, lo levantan hasta que sus pies abandonan el suelo. Lo dejan colgando como un monigote. Indefenso. Moribundo.

— ¡Suéltalo! ¡Te he dicho que...!

Es Krillin. Pero su patada ni siquiera mueve al saiyajin, quien le mira de reojo y ríe antes de desenrollar su cola contra la sien del pequeño terrícola. El latigazo suena como un disparo y está a punto de hacerle perder la conciencia. Krillin es afortunado: sobrevive al golpe. Tienshinhan no tiene tanta suerte. Siente un dolor intenso. Su estómago le arde como si le hubieran prendido fuego desde dentro, pero el resto de su cuerpo se siente frío, tan frío, que sólo puede significar —piensa, un instante antes de que ocurra— que todo se ha acabado.

El último pensamiento de Tienshinhan es para su amigo. «No hagas ninguna tontería, ¡huye, Chiaotzu!» Y entonces se lo traga la oscuridad. Su cuerpo cuelga de los brazos de Raditz: uno de ellos agarrándole el hombro, y el otro, estirado como una lanza, atraviesa su estómago de lado a lado.

— No sé cómo podéis manteneros vivos — Raditz se ríe por lo bajo— con unos cuerpos tan blandos. ¿Esto es todo lo que se necesita...? — su risa se convierte en una sonora carcajada— ¿... para romperos?

— ¡Tú! ¡Te voy a...! — es Yamcha. Está a punto de lanzarse contra el saiyajin, pero el brazo de Roshi se le cruza, impidiéndole el paso.

— Cálmate — gruñe el viejo— sólo lograrás que te maten. Necesitamos ganar tiempo para que...

— ¡Dodonpa!

No todos tenemos la sangre fría de un maestro. Menos alguien que acaba de ver morir a su mejor amigo. El ki de Chiaotzu se eleva hasta más allá de su máximo natural cuando dispara el Dodonpa más poderoso de su vida. Nunca se había sentido tan furioso como ahora. «¡Ese hombre malvado... lo voy a matar!»

Chiaotzu abre mucho los ojos cuando algo interrumpe la trayectoria de su técnica. No, no es algo. Es él. Es el cuerpo de Tienshinhan, muerto, pero surcando el aire. Raditz acaba de lanzarlo contra el Dodonpa. Y cuando la ráfaga de ki estalla contra el cadáver, la escena es horrible.

— ¡No...! — grita Chiaotzu.

— Monstruo... — murmura Yamcha, apretando los dientes.

— ¡Ja, ja, ja! — ríe Raditz— ¡Esa ha sido muy buena!

Lo que queda de Tienshinhan enrojece la arena de la isla. Todos observan la escena con asco y horror. Bulma, dentro de la casa, tapa los ojos de Son Gohan. «Tenemos que salir de aquí», susurra. «¿Sabes volar?» El niño le responde que no.

Las botas de Raditz crujen en medio del silencio. Lo que hará será tomarse su tiempo. Matarlos calmadamente. Hacer que Kakarot comprenda. Sí: Kakarot acabará entendiéndolo.

Lo diferentes que son de esos insectos.

En ese momento vuelve el namekiano. El rastreador capta su nivel de poder —poco más de trescientos— acercándose a buena velocidad. No es tan lento para ser una babosa. Raditz espera unos instantes hasta que el rastreador le indica una dirección. Y dispara. Hacia atrás, sin mirar, y sin embargo da en el blanco.

Piccolo atraviesa volando la ráfaga de ki, lleno de quemaduras pero vivo. El ataque ha desintegrado su capa y su extraño sombrero. Tiene dos feas heridas en los antebrazos...

Y su nivel de poder es ahora de 408.

— ¡Vosotros, idiotas! — ruge Piccolo— ¿A qué esperáis? ¡Hacedlo, ahora!

Los malditos humanos (piensa) siempre tienen algún plan. Así es como lograron hacerle frente en su anterior vida. Desde Mutaito hasta Son Goku, todos iguales. Si tienen alguna virtud, es esa: la capacidad de arreglárselas, como las cucarachas, para seguir sobreviviendo una y otra vez...

— ¡Krillin! ¡Yamcha! — grita Roshi— ¡Conmigo! ¡Bengala y kame!

No se equivocaba. Tienen un plan. Esas dos palabras no significan nada para Raditz pero son suficientes para entenderse entre ellos; el saiyajin, por supuesto, sabe que traman algo. También sabe que será inútil. De modo que se limita a mirarles, burlón, con los brazos cruzados. Y de pronto los desenvuelve. Tiene una esfera de ki en cada mano. Sonríe. La luz púrpura ilumina su expresión cruel un momento antes de disparar.

8

El disparo falla.

¿Por qué? Raditz se da cuenta rápido. Hay algo entorpeciendo sus movimientos. Lo ha sentido antes. Es telequinesis. Sus ojos buscan veloces al culpable, y ahí está el hombrecito blanco. El mismo que había llorado al ver morir al calvo de los tres ojos. Le está apuntando con las palmas vacías y un aura azul a su alrededor. Maldito. ¿Estaba escondiendo una habilidad como aquella...? Raditz le apunta con una mano, dispuesto a volarlo en mil pedazos.

— ¡Rápido...! — chilla Chiaotzu— ¡No puedo pararle! ¡Sólo puedo hacerle... más lento!

— ¡Bien hecho, Chiaotzu! — responde Krillin, saltando en frente de Raditz— ¡Taiyōken!

Un fogonazo y la visión de Raditz se vuelve blanca. El mundo desaparece entre dos llamaradas de intenso dolor. Es como si le hubieran metido antorchas en las cuencas oculares. ¡Malditos...! ¿Acaso le han quemado los ojos?

Pero el dolor remite enseguida y su visión comienza a volver. Es un efecto temporal, piensa, aliviado, mientras trastabilla sobre la arena, su rastreador pitando como loco en su oído. El estúpido cacharro no hace más que pillar señales. «¡Calla ya, trasto! ¿No ves que estoy ocupado

Quizá debería haberle hecho más caso. Los terrícolas no pierden la oportunidad. Piccolo tampoco.

— ¡Makōsen!

Ha puesto toda su fuerza detrás de su ataque. La pantalla del rastreador (que Raditz no es capaz de ver) indica una potencia muy superior a la anterior.

Son más de ochocientas unidades de poder saliendo de la palma del namekiano.

No serán suficientes por sí mismas. Él lo sabe. Pero por una vez no lucha solo.

— ¡Todos a una! ¡Kamehameha!

Mutenroshi. Krillin. Yamcha. Los miembros de la Escuela Tortuga preparan la misma técnica, los mismos movimientos, al mismo tiempo, en perfecta sincronía. Cuatro esferas de luz se encienden azules entre las palmas de sus manos. Roshi se convierte en la misma masa de músculos que un día apagó el incendio del monte Frypan. Krillin, incluso sin transformarse, prepara una técnica que rivaliza con la de su maestro. Yamcha no se le queda atrás. Los tres rayos de luz se abalanzan contra Raditz, destelleando de tremendo azul, mientras el torrente amarillo que es el Makōsen de Piccolo viene desde la dirección contraria...

Es mucho poder. Y quizá no sea suficiente.

Pero entonces aparece. La Escuela Tortuga tiene un alumno más y ahí está ahora, rodeado de ki azul, partiendo el agua en dos con enormes salpicaduras, elevándose en el cielo... con una esfera azul entre las manos. Una mucho más poderosa que las otras. El rastreador de Raditz chilla como loco, y entre sus ojos entreabiertos, apenas capaces de ver, distingue una cifra: 950.

Son Goku grita:

— ¡KAMEHAMEHA!

Los cinco ataques de energía alcanzan al saiyajin de lleno.

Un terremoto sacude todo el lugar. Y la isla se parte en dos.