9

Aparece del humo como un demonio. El saiyajin Raditz sigue vivo y tiene la muerte escrita en la cara. Sus ojos, inyectados en sangre, se agitan frenéticos buscando un objetivo, uno cualquiera: lo encuentra. Hay un borrón de color negro y cinco dedos se cierran alrededor de la garganta de uno de los terrícolas. Esta vez no hay espera, no hay drama, no hay oportunidad. Los dedos aprietan. El cuello hace crac. «¡Krillin!», grita alguien, pero ya no importa. No queda vida en él. El cadáver cae a los pies del saiyajin mientras la isla, cruzada de profundas grietas, se hunde poco a poco en el mar.

Ahora, gritos. Ira. El mar, astillando la madera de la Kame House. La espuma de las olas barre la costa y oculta el cuerpo de Krillin, llevándoselo consigo.

Son unos segundos de pausa mientras todo se viene abajo. Las grietas se ensanchan y las olas se vuelven más violentas. Bulma chilla algo desde dentro de la casa, y Son Gohan lloriquea, asustado, entre sus brazos.

Raditz jadea como un animal. Tiene la armadura destrozada y quemaduras por todas partes. Sólo eso. Es todo lo que han podido hacerle. Y todos los terrícolas piensan lo mismo. Piensan cómo demonios puede seguir en pie cuando le han dado con todo lo que tenían. No sólo ellos, también Son Goku. También Piccolo. ¿Y ni siquiera pudieron derribarle?

¿Cómo de fuerte es ese saiyajin?

La respuesta es clara, y no tardarán en descubrirla.

Pero primero, viene el caos. Los terrícolas cargan y Yamcha está cerca, llega el primero. Pega con todo lo que tiene. «¡Me las pagarás...!», grita. Sólo son palabras. Yamcha desata una tormenta de golpes contra el pecho de Raditz y él ni siquiera se ha movido. Los colmillos del lobo no hacen mella en él. Sus dedos vuelven a estirarse y se cierran. Pero esta vez sólo atrapan el aire. No ha sido habilidad. Yamcha ha tenido suerte. Ahora aterriza varios metros detrás de donde estaba hace un momento, y piensa, sabe, que ha estado a punto de morir como Krillin. Como Tien.

Yamcha traga saliva. «No puedo dudar ahora». Y vuelve a ponerse en guardia. Pero:

— ¡YAMCHA! ¡ES MÍO!

Nunca antes Son Goku había gritado de esa manera. No: el hombre que cae del cielo como un meteoro azul, entre humo y tormenta y olas que rompen entre ellas, ¡ese hombre no puede ser Son Goku...! El puño que se estrella contra la nariz de Raditz no es el de un terrícola. Esta vez el golpe duele. Esta vez hay sangre. Cae en un hilillo, lento.

Su hermano mayor sonríe. Con dientes manchados de rojo.

— Así me gustas más, Kakarot — dice. Pero la sonrisa no le llega a los ojos. Esos son como hielo. — ¡Empiezas a parecer un saiyajin!

Entonces le devuelve el golpe, y es terrible. Es un gancho en el estómago y ahora Goku cuelga de su puño, doblado, sin aliento, luchando por mantener la conciencia... ¡y lográndolo! ¡De alguna manera resiste el golpe! Aunque le tiemblen hasta los huesos...

— Al menos no mueres tan deprisa como ellos. — Raditz agarra a Goku por el pelo y lo lanza a alguna parte—. Quédate por ahí mientras limpio la basura.

Dice esto al tiempo que Yamcha cae sobre él de nuevo. Es una patada en la sien, inútil. Una voltereta evasiva, demasiado lenta. Raditz le agarra del tobillo, que cruje bajo su mano, roto. Y lo estrella contra el suelo como si no pesase nada en absoluto. Esto está a punto de matarlo. Pero no lo hace. Yamcha resiste, gira sobre sí mismo, espalda contra el suelo. Es ahora o nunca. Reúne todo su ki:

— ¡Kamehameha!

Una ráfaga de ki a bocajarro. Fuerte, desesperada.

Raditz la detiene con una mano.

— Vamos, adelante. Retuércete.

Ni siquiera tiene que esforzarse. Sólo camina hacia Yamcha, quien lo pone todo en su técnica, todo su poder y su dolor y su miedo... para nada. Raditz sigue avanzando. El Kamehameha se acumula y se hace más corto en la palma de su mano, sale por todas partes, se derrama... ahora sólo hay un metro entre ellos.

— ¡No, no, no!

Es Chiaotzu. Su telequinesis no es suficiente para mover a Raditz pero sí para sacar a Yamcha de ahí: de un tirón lo arranca del suelo y lo lanza hacia el mar, ¡lo ha conseguido...! Raditz sigue teniendo la energía del Kamehameha en la mano, contenida en la forma de una esfera que se deshace por momentos. Una energía que aprovecha. La desvía hacia otra parte. A lo lejos, Yamcha emerge del mar, aturdido, agotado, pero vivo. De modo que Chiaotzu no siente arrepentimientos cuando Raditz lo vaporiza con el Kamehameha de su amigo.

10

Yamcha vuela sobre la superficie del mar, dividiéndola con su ki. «¡También Chiaotzu...! ¡Piensa, Yamcha, piensa!» Tiene escasos instantes para pensar una estrategia, una idea, algo que pueda hacer... ¡no! ¡No hay manera! ¡Alguien como él es demasiado débil para...!

Una ráfaga de ki está a punto de matarle. Pero falla y sólo revienta la superficie del mar. Por tercera vez ese día, la suerte salva la vida de Yamcha. Su vuelo se desvía hacia la Kame House. Entonces lo entiende.

«Hay algo que aún puedo hacer». Y atraviesa la pared de la casa.

Escasos segundos después sale por el otro lado, con Bulma y Son Gohan en los brazos, volando a toda velocidad. Volando lejos de allí. Eso pretende. Eso intenta.

El distintivo sonido de una ráfaga de ki silba detrás de él. Yamcha ve de reojo cómo el ataque le come terreno, deprisa... ya está aquí. De nuevo, tiene un instante para decidir. Sólo uno.

Yamcha mira a Bulma en sus brazos. A Son Gohan.

Es igual que antes. Hay algo que aún puede hacer.

Con todas sus fuerzas lanza a los dos hacia el mar, justo a tiempo para salvarles de la ráfaga de ki. Justo a tiempo para que sólo le alcance a él.

Se acabó la suerte.

Hay un momento en el que Bulma le mira desde abajo, cayendo a toda velocidad, y cree verle sonreír. Es una fracción de segundo antes de que se lo trague el ki del saiyajin y estalle. Una de sus sonrisas de donjuán.

«¡No! ¡Yamcha!»

Supone que eso es lo que vio en él en su momento. Es un pensamiento extraño. Fuera de lugar para alguien que se hunde en el mar abierto. Pero así son las cosas.

Algo no va bien. El agua se agita a su alrededor. Una mano envuelve la suya. Es la de Son Gohan. El crío ha cambiado. Ya no parece asustado, ya no llora, sino que mira al infinito, como si estuviera en algún tipo de trance. Sólo dura un momento. Entonces se enciende su aura de ki, y es como nada que Bulma hubiera visto antes.

Él echa a volar. Y ella grita burbujas de camino a la superficie, mientras el mar, y todo el mundo a su alrededor, se emborrona de velocidad.

11

Son Gohan vuela rompiendo el agua y a doscientos metros el saiyajin está de espaldas a él. Con algo entre los brazos. Ese algo es Son Goku. Los musculosos brazos de Raditz le aprietan las costillas y cada una de ellas se siente como si fuera a saltar en mil astillas, en cualquier momento, quizá ahora... pero eso ya le da igual. Ahora sólo puede pensar en su hijo, que brilla de ki sobre el mar, mirándole con los ojos muy abiertos y Bulma colgando de la mano.

Quiere advertirle. Decirle que se vaya, que se vaya muy lejos, que este hombre le matará. Pero es imposible hablar cuando el abrazo de oso de su oponente está haciéndole puré por dentro.

— ¡No...! ¡Son...!

Su hermano aprieta más fuerte, cortándole el aliento.

— Si abres la boca, que sea para pedir clemencia — le dice entre dientes—. Aunque no te aseguro que te vaya a escuchar.

No se da cuenta de lo que sucede detrás de él.

Suena un chapoteo cuando Son Gohan suelta a Bulma sobre el mar y su vuelo es tan veloz que todo sucede en apenas unos segundos. Él carga. El rastreador de Raditz muestra una lectura.

Hay cuatro cifras en ella.

— ¿Pero qué demonios es...? — grita, mirando hacia atrás. Aflojando su presa.

Eso era lo que esperaba Goku. Un error. Una apertura. No pierde el tiempo: toma una gran bocanada de aire y reúne todas, todas sus fuerzas. No es que le queden muchas pero son suficientes para estirar su dedo índice, apuntarlo contra uno de los ojos de Raditz, y disparar. Es ki perforante, similar al Dodonpa de Tien.

«¡Por muy fuerte que seas, no puedes entrenar tus ojos!», piensa, deseando no equivocarse...

No lo hace. Un terrible dolor recorre el cráneo de Raditz, que le suelta para agarrarse la cabeza, gritando incoherencias, maldiciéndole. Al mismo tiempo llega Son Gohan. Vuela con los puños estirados al frente y va realmente rápido, el choque es tremendo, impacta contra la espalda del saiyajin como una jabalina, como un misil, ¡y no sólo se lo lleva a él por delante, sino también a su padre! ¡Los tres caen de golpe al mar!

No. Los tres no.

Él ha logrado frenarse a medio vuelo. Flota boca abajo sobre el mar y se endereza despacio. La sangre cae a ríos por la cara de Raditz. Uno de sus ojos es ahora un agujero carmesí; el otro es rojo donde debería ser blanco, y su pupila sana brilla, arde, con una furia que desata ahora.

— ¡Se acabó! ¡Ahora MUERES! — ¡Y estira el brazo hacia atrás, preparando una técnica! El ki es púrpura y tan intenso, tan concentrado, que parece electricidad... Raditz va a volarlos por los aires. A ellos, a la isla, todo.

Pero Kakarot ya no está bajo el mar. Está encima de él, cargando con los puños apretados y sudor en la frente...

— ¡Aquí, payaso! ¡Imbécil! — chilla con una voz algo distinta a la real. Su aspecto también es algo distinto. Pero todo sucede lo suficientemente rápido. Raditz está lo suficientemente furioso.

El plan de Oolong funciona. La terrible onda de ki no va hacia el mar, sino hacia el cielo. Hacia él. Rugiendo como mil demonios.

«Al final he sido útil, después de todo».

12

— ¡Kamehameha!

El ataque de Mutenroshi vuela inofensivo hacia el saiyajin, quien lo desvía de un manotazo. Como si apartara una mosca.

— Viejo patético... — dice Raditz— supongo que estás harto de vivir.

No es que sea el caso, pero necesita distraerle. Para que Goku —que ahora vuela rápido bajo el agua— saque a su hijo de ahí. Para que Piccolo termine con lo que sea que esté haciendo. El namekiano se ha mantenido alejado de la pelea y debe de haber una razón para ello. Tiene dos dedos apretados contra la frente y las venas del cuerpo marcadas mientras su ki sube lentamente, pero sin pausa...

Pero eso Raditz no lo sabe. Como tampoco sabe que su rastreador ha empezado a fallar. De hecho, lleva haciéndolo desde que recibió la combinación de ráfagas de ki. El último ataque de Goku no ha hecho más que empeorar las cosas y ahora el trasto funciona, sí, pero mal y a ratos. Capta señales que luego desaparecen. Es desquiciante. A medio vuelo aparece una lectura preocupante: 987, al este. Pero cuando Raditz mira hacia allí (alarmado), no ve a nadie. De modo que vuelve a centrarse en el viejo.

Roshi suspira y deja caer algo al suelo junto a él. Un pequeño jarrón de cerámica.

«Supongo que es la hora».

Espera hasta el último momento. Para no fallar.

— ¡Mafūba!

El Kamehameha de antes no sólo era para llamar su atención. También quería enseñarle la diferencia entre ambos. Raditz no se molesta en bloquear, sólo sigue volando a través del extraño haz de ki.

Eso es lo que intenta hacer. Lo que sucede es otra cosa.

Una fuerza que es casi mágica le atrapa en un torrente de colores, ¡y no puede moverse, no puede... hacer nada para salir de él! ¿Qué es lo que le está pasando? ¿Es esto ki, o magia? ¡Maldición! ¡Ese viejo...! ¡Cuando se libere, porque lo hará, lo destrozará con sus propias manos...!

Es el tipo de cosas que piensa Raditz mientras el viejo maestro dirige su técnica hacia el pequeño jarrón, metiendo todo el ki dentro.

13

El jarrón estalla.

Raditz aparece en su lugar, a cuatro patas, jadeando, pálido. Nunca había experimentado algo así en su vida. Ha sido aterrador. Una técnica tan poderosa... ¿en manos de un mísero terrícola? ¿Cómo puede ser...?

Espera. El terrícola.

La confusión desaparece. Reemplazada por la ira.

— Tú... voy a matarte... lentamente.

— No será necesario — responde Roshi, que ahora está sentado en el suelo, agotado—. Ya puedo morirme... yo solo.

No fue culpa del Mafūba. La técnica de Mutaito es perfecta. El error ha sido suyo. Tratar de encerrar a alguien tan poderoso... el cansancio que ya sentía. ¡Por Kami! ¡Si hubiera mantenido la cabeza fría, quizá...! Pero no tiene sentido pensar en eso ahora. Ya es tarde.

«Al parecer, yo no soy capaz de hacerlo...»

Hay una rafága de ki, púrpura, que vuela hacia él. Iluminándolo todo.

«... pero tú, Son Goku... ¡tú me superaste hace tiempo!»

Quien usa el Mafūba pierde la vida. Pero Raditz se adelanta a la técnica. Hay un poderosísimo destello. Y la explosión lo borra todo. A la Kame House, a la isla, y a Roshi con ellas.