Disclaimer: The story doesn't belong to us, the characters are property of S. Meyer and the plot belongs to iambeagle. We just translate with her permission.
Disclaimer: La historia no nos pertenece, los personajes son de S. Meyer y la trama de iambeagle, solo nos adjudicamos la traducción.
Here's To Now
Autora: iambeagle
Traducción: Yanina Barboza
Corrección: Melina Aragón
Capítulo nueve
Día 4
Algún lugar entre Ixtapa y Acapulco
Así que navegar apesta.
O al menos los primeros días de mi experiencia lo hacen.
Es claustrofóbico, a pesar de que estoy rodeada de océano. Estar confinada a un espacio limitado es debilitante, especialmente cuando lo compartes con otras cinco personas. Junto con Edward, Marcus y Carmen, están los otros dos miembros de la tripulación, Jasper y Ben. Combina el espacio confinado con la cinetosis* el segundo día de navegación y comienzas a cuestionar tus elecciones. Empiezas a preguntarte por qué tu cuerpo rechaza la idea de la aventura.
Después de una hora entera de que todos buscaran medicamentos contra las náuseas mientras yo sufría de sudores fríos, Edward confirma que, sea cual sea la bolsa en la que estaban, no llegó al barco. Se dispara mi ansiedad. Esta fue una idea terrible. ¿Qué estaba pensando? Necesito ir a casa. Encontrar tierra. Abrazar a mi gata.
En un débil intento por mantener algo de mi orgullo, me encierro en mi cabina para sufrir sola. Esto no va tan bien, porque sentir el movimiento sin ver el agua hace que todo sea mucho peor.
Finalmente, Marcus me lleva arriba, deja mi trasero enfermo en la cubierta con una toalla y una cubeta, y me dice que lo deje salir todo. Su amor duro funciona un poco. El parche contra las náuseas que encuentra Carmen de alguna manera, y coloca detrás de mi oreja, funciona mejor.
XXX
Me despierto en una habitación oscura y con alguien llamando a mi puerta.
—Adelante —murmuro, sentándome para encender la lámpara de concha sobre la cama.
Edward asoma la cabeza adentro.
—¿Quieres compañía? Traje algunas provisiones en caso de que todavía te sientas mal.
—Menos nauseosa, más somnolienta. ¿Pero qué tienes?
—Coca Cola sin marca y galletas saladas rancias.
—Tú... no deberías haberlo hecho —le digo rotundamente, frotándome los ojos mientras me adapto a la luz—. ¿Qué hora es?
—Casi medianoche. Has estado dormida por un tiempo. —Se desliza sobre la cama, dirigiéndose a la parte superior del colchón, a mi lado—. Créeme. Este dúo funciona para asentar los estómagos todo el tiempo.
La coca sisea cuando la abro.
—¿Te mareas en el mar?
—Yo no, pero Jasper sí. Solía pasar viajes enteros con la cabeza sobre la barandilla.
—Suena horrible —digo con la boca llena de galletas saladas.
Se ríe, como si estuviera pensando en un recuerdo, pero no comparte.
—Sí. Está mejor ahora.
—¿Cuánto tiempo hace que lo conoces?
—¿Tal vez trece años? Es buena gente. Lo encontré patinando afuera de la tienda de comestibles en la que trabajaba. Patinaba con él en mis descansos.
—¿Cuántos años tienes?
—Treinta y cuatro.
—Hm. —Tomo un sorbo de coca, dejándolo quemar su camino por mi garganta—. Tengo veintisiete.
—Eres un alma vieja.
—¿Crees en la reencarnación? —No sé por qué pregunto porque ni siquiera conozco mi propia postura. Simplemente hay algo tan tentador en escucharlo hablar sobre el tema.
—Claro, creo en ello. He conocido a personas con las que me he sentido profundamente conectado sin haberlas conocido antes. —Se mueve para recostarse, rodando de costado, mirándome—. Tal vez solo sea una coincidencia. Tal vez no lo sea. Pero no puedo descartar que no los haya conocido antes en una vida diferente. No puedo descartar lo que no sé.
Yo también me recuesto, apoyando la lata de refresco en mi estómago, pensando en lo que ha dicho.
—¿Alguna vez has conocido a alguien con quien te sintieras conectado inmediatamente? —pregunta.
A ti.
—No sé si presto tanta atención.
El barco se tambalea de repente y respiro hondo.
—¿Cómo manejas esto? Me acostumbro al ritmo del balanceo, y luego cambia.
—Se necesita tiempo, pero definitivamente tienes que estar de acuerdo con no tener el control —ofrece, luego me quita el refresco—. ¿Terminaste con esto? —Asiento y él se lo termina, dejando la lata vacía en el suelo.
Se siente como si el bote se tambaleara de nuevo y mi estómago da un vuelco.
—Háblame —digo en voz baja, cerrando los ojos mientras me giro para mirarlo—. Distráeme.
—¿De qué quieres hablar? —pregunta, igual de bajito.
—No sé. De lo que sea.
Su risa es cálida, relajada.
—Redúcelo.
Bostezo.
—Háblame de tu papá.
—¿Otra vez?
—Sí. ¿Cuál es su nombre?
—Carl.
—¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
—Hace unos años.
—¿Dónde estaban?
—¿Me estás entrevistando? —Su tono es burlón y abro los ojos para encontrarlo mirándome.
—No es una entrevista —murmuro—. Solo siento curiosidad por ti. Y tu voz es... tranquilizadora.
Lo veo sonreír, pero casi me lo pierdo porque es muy rápido y está escondido debajo de su barba.
—Estaba viviendo en California cuando lo vi por última vez.
—¿Como si tuvieras una dirección permanente?
—Como si viviera en mi camioneta durante un mes junto al océano. Un día estaba surfeando con un par de amigos, y ahí estaba mi viejo, caminando por la playa hacia nosotros, cargando una tabla de surf. Simplemente se me acercó como si hubiéramos planeado reunirnos. Supongo que había hablado con alguien que conocía a uno de mis amigos y le habían mencionado dónde estaríamos.
—¿No podría haberte llamado?
—Necesitaría un teléfono para eso. Pasamos la tarde juntos, y estuvo bien. Hicimos planes para encontrarnos al día siguiente y nunca apareció.
—Eso es una mierda.
—Sí. —La cara de Edward no revela nada, y quiero saber más, pero no quiero presionar—. Es mi papá y todo, pero hace que sea difícil conectarse con él.
—Tú no tienes ese problema.
Sonríe.
—¿No?
—Para nada. Probablemente te conectas demasiado bien con la gente.
—¿Qué se supone que significa eso?
Le doy una mirada.
—Con certeza eres una persona sociable.
—Pero ese no es el punto que estabas tratando de hacer, ¿verdad?
Estoy medio molesta de que me esté desafiando, y medio molesta conmigo misma por siquiera haberme molestado por una mujer que Carmen mencionó la otra noche. Su nombre era María, Edward la conoció en Monterrey y antes de que pudiera conseguir más chisme, Edward terminó la conversación.
—Solo quiero decir que probablemente no tengas dificultades para conectarte con mujeres.
—¿Mujeres como tú?
—Todas las mujeres.
—Tengo necesidades, sí. Todos las tienen. Pero yo soy exigente. No elijo a cualquiera.
—Interesante.
—¿Lo es?
—Hablemos de otra cosa —digo finalmente.
—Está bien. Tengo una pregunta para ti esta vez. —Su expresión se vuelve seria y nuestros ojos permanecen fijos. No tengo idea de lo que va a preguntar, pero la vibra persistente es… diferente. Hay una sensación densa y eléctrica en el aire, y mi corazón se acelera.
—¿Por qué usas esa vieja grabadora de voz en lugar de tu iPhone cuando estás entrevistando?
Me río, aliviando algo de la tensión.
—Pensé que me ibas a preguntar otra cosa.
—¿Como qué?
Mi corazón se ralentiza, pero mi estómago se agita.
—No lo sé. La vibra era… —Hago una pausa, dándome cuenta de cómo estoy a punto de sonar—. Nada. Olvídalo.
Con las cejas levantadas y una sonrisa descarada, dice:
—La grabadora. Escúpelo.
—¿Por qué quieres saber sobre eso? Honestamente, es la historia más aburrida de todos los tiempos.
—Porque tengo curiosidad por ti. Por la vieja grabadora de voz.
Jadeo, moviéndome para sentarme.
—¿Vieja? ¡No seas tan cruel! Ha sido un dispositivo muy confiable —me defiendo—. Si debes saberlo, fue un regalo de mi abuelo cuando cumplí diecisiete años y se enteró de que quería estudiar periodismo. Antes era suya, pero no creo que la haya usado para nada realmente. Tal vez para grabar algunos riffs espantosos en su guitarra. —Edward se ríe de esto, así que continúo—: La grabadora no fue lo último que me dio mi abuelo antes de morir, pero fue lo más significativo. El sentimiento por sí solo es suficiente para evitar que use una mierda cara.
Edward inclina la cabeza hacia un lado.
—¿Por qué hiciste eso?
Me recuesto, menos entusiasmada.
—¿Hacer qué?
—Presentar la historia diciendo que es aburrida.
—Porque… —me detengo. No tengo una buena razón.
—Creo que eres una narradora cautivadora y disfruté escuchar sobre tu abuelo —dice en voz baja—. Y me gusta que sigas usando la grabadora en lugar de una mierda cara. Es una de las partes más atractivas de ti.
Me arden las mejillas.
—Atractivas, ¿eh?
—Eso, y la forma en que tus mejillas se ponen rosadas.
—Cállate —me río, y no puedo evitar preguntarme si está coqueteando conmigo. O tal vez solo se está conectando conmigo. Es difícil saber su motivo cuando es un encantador natural—. Tienes suerte de que yo sea agradable, de lo contrario me burlaría de ti también.
—No me estoy burlando de ti. Todas son cosas buenas —admite—. Cosas realmente buenas.
Mi cuerpo hormiguea. Está coqueteando.
La boca de Edward se abre, como si fuera a decir algo más, pero un golpe en la puerta lo interrumpe.
Parece tan decepcionado como yo.
—¡Adelante! —grita.
—Oye, ¿tú y Ben quieren hacer la vigilancia nocturna? —pregunta Jasper, mirando a Edward.
—¿Qué hora es? —pregunta Edward—. Además, pensé que Marcus y Ben estaban programados para esta noche.
—Es casi la una de la madrugada, y no, Marcus está desvanecido.
—Es curioso, porque cuando pasé de camino hacia aquí, te pillé durmiendo en el trabajo.
—Oye, no me veo así de bien por saltarme mi descanso de belleza —responde Jasper—. Podrías aprender un par de cosas de mí.
Edward se ríe, enseñándole el dedo medio mientras él sale.
Con la interrupción, la vibra se pierde, el hormigueo desaparece. Edward se mueve hasta el final de la cama y estira ambos brazos por encima de su cabeza, bostezando. Incluso con una camisa puesta, puedo decir que su espalda y hombros son musculosos, brazos increíblemente tonificados.
—Supongo que debería ir a ser útil —murmura.
—También fuiste útil aquí abajo —ofrezco, sentándome.
Su sonrisa es gentil.
—¿Vas a estar bien?
—Eso creo. Gracias por hablar conmigo.
—Estaremos en Acapulco en unas horas. Creo que vamos a pasar la noche y tratar de abastecernos de algunos medicamentos para ti.
—Eso sería increíble.
Edward se dirige a la puerta, pero va lento, como si estuviera retrasándolo.
—Yo también lo sentí —admite—. Esa atracción. Entre nosotros.
Trago.
—¿Sí?
—Un poco difícil de ignorar.
—Solo estoy... —No estoy segura de estar lista para todo lo que tienes que ofrecer. Eres emocionante, aterrador y amable conmigo, como nadie lo ha sido nunca. Y no puedo volver a salir lastimada. No ahora. No cuando estoy tan fuera de mi zona de confort.
—No estoy tratando de coquetear contigo —aclara—. Solo quería que lo supieras. Solo quería ser honesto.
Antes de que pueda responder, se va y me quedo sola, deseando haber sido honesta también.
*Cinetosis: Enfermedad ocasionada por el movimiento al viajar.
¡Hola!
¿Nos cuentan qué les pareció el capítulo?
Muchas gracias por los comentarios en el capítulo anterior: Lady Grigori, EmilyChase, Car Cullen Stewart Pattinson, Adriu, tocayaloquis, gesykag, Noriitha, BereB, Adyel, somas, Vianey Cullen (x2), angryc, tulgarita, Isis Janet, saraipineda44, Franciscab25, Tata XOXO, alejandra1987, Jade HSos, Cinti77, Cassandra Cantu y jupy.
¡Hasta el próximo capítulo!
