Disclaimer: The story doesn't belong to us, the characters are property of S. Meyer and the plot belongs to iambeagle. We just translate with her permission.
Disclaimer: La historia no nos pertenece, los personajes son de S. Meyer y la trama de iambeagle, solo nos adjudicamos la traducción.
Here's To Now
Autora: iambeagle
Traducción: Yanina Barboza
Corrección: Melina Aragón
Capítulo diez
Día 4.5
Acapulco
Cuando me despierto horas más tarde, todo se siente diferente. Se necesita un minuto para reconocer lo que sucedió, y me doy cuenta de que estamos detenidos. Me levanto, mirando por la pequeña ventana de mi camarote y veo que estamos rodeados de otros barcos en el puerto deportivo.
Enciendo la luz de la habitación, hurgando en mi bolsa de lona. He pasado los últimos dos días usando la misma ropa, de lo que no estoy orgullosa. Simplemente no tenía ninguna motivación para cuidar mi apariencia, porque después de enfermarme, mi energía se agotó por completo.
Antes de quitarme la camiseta, miro hacia abajo y veo una mancha. ¿Podría ser vómito, podría ser la sopa enlatada que me trajo Carmen? Es deprimente que no pueda notar la diferencia. Aún más deprimente es saber que Edward estuvo aquí, hace horas, y yo me veía… así.
Después de que se fue, me tomó un tiempo conciliar el sueño. Repetí nuestra conversación, muchas veces. No esperaba que él reconociera la atracción entre nosotros. Pensé que simplemente coquetearíamos y dilataríamos las cosas. Pero ese no es el tipo de persona que él es, es abierto y honesto, y hay una chispa. No estoy segura de si es prudente hacer algo al respecto.
De todas formas, quiero lucir... decente. No por Edward, sino por mi propia cordura.
Tomo la ducha más rápida y fría. Decido no lavarme el pelo, ya que el barco solo tiene un tanque de veinte galones y me han dicho que ahorre agua. En cambio, rocío una generosa cantidad de champú seco en mi cabeza, me cepillo el cabello y luego los dientes. Me pongo mi camiseta más favorecedora sin mangas y unos pantalones cortos cómodos y sandalias.
Es asombroso lo poco que se necesita para sentirse humana.
Cuando estoy tan presentable como puedo, salgo de la cocineta y subo a la cabina. Marcus está sentado detrás del timón, leyendo un libro.
—Buenos días, cariño —dice arrastrando las palabras—. ¿Café?
—Claro —le digo, y me entrega una taza vacía—. Gracias. ¿Qué hora es?
—Casi las siete.
—¿Dónde están todos?
—Carmen caminó hasta la tienda, Ben se ha ido y no volverá, solo quería un aventón hasta aquí. Y nunca puedo seguir la pista de Edward y Jasper, pero estoy bastante seguro de que saltaron por la borda. —No está bromeando. Tampoco parece preocupado, así que yo tampoco—. La taza es de Edward, pero tengo la sensación de que no le importará. —Sonríe, agarrando la cafetera francesa y llenando la taza—. ¿Cómo dormiste?
—No terrible. Carmen es un ángel por encontrarme ese parche contra las náuseas. Honestamente, me ayudó mucho. ¿Sabes dónde puedo encontrar más?
—Una vez que tengas tu equilibrio de barco, deberías estar lista.
Frunzo el ceño con confusión.
—¿Se… se supone que debo saber lo que eso significa?
Marcus se ríe.
—Tener tu equilibrio de barco solo significa que tu cerebro necesita adaptarse al balanceo del mar y al cabeceo del barco. Una vez que puedas compensar todo eso, las cosas empezarán a sentirse normales. Sin embargo, Carmen está comprando más, por las dudas.
—Les agradezco a todos. —Sonrío—. Voy a beber esto por allí, te dejaré volver a tu libro.
Él asiente con la cabeza mientras doy la vuelta a la esquina, dejando la cabina. Parada en la parte trasera del bote, miro hacia el horizonte, el sol aún escondido detrás del agua. El cielo es de un rosa sutil, y observo pacientemente hasta que finalmente sale el sol, convirtiendo los rosas en rojos. El cielo brilla y estoy abrumada por la increíble suerte que tengo de estar aquí.
Cierro los ojos, concentrándome en el movimiento del barco mientras está anclado. Es lento, casi fácil, ya que golpea suavemente contra el muelle. Es lindo así. Tranquilo. Espero que Marcus tenga razón y pueda disfrutar de la navegación una vez que tenga mi equilibrio de barco.
XXX
No mucho después de terminar mi café, hay conmoción al otro lado del barco. Miro hacia atrás para ver a Edward y Jasper subiendo a bordo, empapados. Están absortos en una conversación hasta que Edward me ve y se acerca.
—Buenos días —me dice, pasando una mano por su cabello mojado. Lleva bermudas y nada más. Nada más que una sonrisa—. ¿Esa es mi taza?
Le doy una sonrisa pícara.
—Puede ser. ¿Dónde estaban? —pregunto casualmente.
Jasper le arroja una toalla, luego desaparece de nuevo, dejándonos solos. Edward medio se seca el cuerpo antes de frotarse la cabeza, secándose el cabello.
—Jas y yo fuimos a darnos un chapuzón —dice, colocando la toalla sobre la barandilla—. El agua se siente increíble esta mañana.
—Se ve increíble —señalo, mirando al horizonte de nuevo.
Cuando lo miro, sus ojos ya están en mí, detenidos. Como si estuviera tratando de identificar algo.
—Pareces diferente… ¿más relajada?
—Creo que el estar anclados ha bajado mi ansiedad —digo honestamente—. Y ya sabes, no vomitar y sentirte como una mierda puede hacer maravillas por una persona.
—Es un buen look para ti —reflexiona, con los ojos brillantes—. Entonces, ¿qué dices si compramos algo de comida después de que me vista?
—Yo diría, ¿es demasiado temprano para el tequila?
Su sonrisa es amplia.
—Yo diría que conozco el lugar.
XXX
Después de que Edward se viste, decidimos que es un poco temprano para el tequila. Solo porque la cantina a la que Edward quiere ir, la que asegura que tiene el mejor ceviche, no abre hasta las diez.
Así que deambulamos.
Paseamos por el puerto deportivo hasta llegar a la carretera principal, caminando en un cómodo silencio, esperando que algo aparezca, algo que parezca divertido o interesante. Es fácil estar con él así. El ritmo entre nosotros es constante y yo diría que anhelo más su compañía cada día. Su energía. Su actitud contagiosa.
Entramos y salimos de algunas tiendas, pero no es hasta que pasamos por un mercado al aire libre que los ojos de Edward bailan de emoción.
—Ven aquí —dice, agarrando mi mano, tirándome detrás de él hacia la tienda—. Quiero que pruebes algo.
—¿Qué?
Suelta mi mano, agarra una fruta de aspecto extraño y me la da.
—Es una chirimoya —me informa.
La miro. Tiene casi forma de corazón, es verde y la piel parece como escamas superpuestas.
—Parece un reptil —digo inexpresiva.
La cajera, a solo unos metros de distancia, me escucha.
—¿No te gusta? —pregunta, mirándome. Ella es mayor, tal vez en sus cincuenta. Su mirada se vuelve hacia Edward, luego de vuelta a mí. Y luego su sonrisa se ensancha—. ¿No te gusta? —pregunta de nuevo.
—Todavía no sé si me gusta. No la he probado. Se ve un poco extraña —admito, mirándola luego a Edward, esperando que lo traduzca. Lo que él hace.
Ella responde en español, su sonrisa cálida y amable. Edward se ríe un poco, me mira rápidamente antes de responderle. No puedo entender su conversación, pero lo que sea que él dice, a ella no le gusta, porque su rostro decae y niega con la cabeza, casi mirándome con furia.
—¿Qué hiciste? —acuso.
—Preguntó si eres mi esposa.
—¿Y qué dijiste?
—Dije que te lo he propuesto muchas veces y que sigues rechazándome porque estás enamorada de mi hermano.
—Oh, Dios mío —murmuro, deseando poder recordar más de un puñado de palabras en español—. Um... lo siento —le digo—. Dónde está…
—Está bien, ahora te estás avergonzando —dice, llevándome a un lado después de dejar algo de dinero—. Gracias —grita mientras salimos a la calle a trompicones.
—Conviérteme en una verdadera puta de telenovelas, ¿quieres? —digo arrastrando las palabras, empujando juguetonamente su hombro.
—Admítelo, fue divertido.
Intento no sonreír, pero no dura mucho.
—Bien. Fue un poco divertido. Pero tengo una pregunta seria, y es ¿por qué diablos compraste esto?
Sacando su navaja, me quita la fruta, la corta por la mitad y me entrega una parte. La pulpa es blanca, de aspecto casi cremoso. No se ve tan mal como el exterior.
—La compré porque Mark Twain la llamó la fruta más deliciosa conocida por los hombres —recuerda, concentrándose en pelar la piel y quitar las semillas—. Por lo tanto, debes probarla.
—¿Desde cuándo Mark Twain es crítico gastronómico? —bromeo.
Echa un vistazo y se ríe, las comisuras de sus ojos se arrugan. Eso le hace algo a mi corazón, pero lo alejo.
Cortando un pedazo de la fruta, lo levanta hasta que está cerca de mis labios. Hago una pausa, sin saber si debería tomarlo de su mano.
—Abre —murmura, y esta vez mi estómago se revuelve.
Me inclino un poco hacia adelante, encuentro su mano y me llevo la fruta a la boca. Un poco de jugo corre por mi labio hasta mi barbilla, y él usa su pulgar para quitarlo.
—¿Entonces? —Sus cejas se levantan—. ¿Qué opinas?
—Definitivamente no es la fruta más atractiva —comento, tratando de no parecer afectada por él—. Dulce y un poco picante. No es lo que esperaba en absoluto. Le doy un sólido ocho.
—Me parece justo —concede, comiendo un poco—. ¿La bajamos con un poco de tequila?
—Deberíamos.
XXX
Veinte minutos más tarde, estamos sentados en una pequeña mesa afuera del frente de la cantina, debajo de una sombrilla roja. Pido una margarita, él pide una cerveza.
Está agradable afuera, pero abrasador. La humedad permanece en el aire y se me pega. Y ni siquiera es mediodía. El sudor gotea por el puente de mi nariz y me pongo las gafas de sol en la cabeza.
Sin pensarlo, agarro la parte inferior de mi camiseta sin mangas para secar el sudor de mi cara.
Cuando vuelvo a mirar, Edward me está mirando fijamente.
—Te acabo de mostrar accidentalmente los senos, ¿no? —Me doy cuenta como una ocurrencia tardía.
—Solo a mí y a las diez personas pasando. —Se ríe—. No te preocupes. No creo que nadie estuviera mirando —promete, tomando un trago más largo de lo necesario de su cerveza—. Entonces, ¿qué quieres hacer hoy?
Meto una papa frita en un poco de guacamole, ignorando el momento incómodo.
—Honestamente, estoy lista para lo que sea.
—Veamos... hay una reserva natural en la que no he estado antes, pero podría estar en una playa privada... —dice, callándose—. Podríamos ir a ver a los clavadistas en La Quebrada.
Me encojo de hombros.
—Quizás.
—No pareces intrigada.
—No es tan interesante —digo honestamente, tomando un sorbo de mi margarita—. Quiero hacer algo. No solo sentarme y ver a alguien más hacerlo.
—Quieres saltar de un acantilado —dice secamente.
—No. Al menos todavía no. Solo quiero hacer algo que normalmente no haría. ¿Me entiendes?
Sonríe.
—Te entiendo. Los clavadistas son un poco turísticos, de todos modos. Podemos encontrar mejores formas de pasar nuestro tiempo.
—Pensándolo bien —digo, tocándome la barbilla—, tal vez quiero pasar la tarde mirando hombres en zunga.
—Si eso es lo tuyo, podría ponerme la mía.
—¿En serio? —No soy particularmente fanática de los trajes de baño diminutos, por lo general los encuentro un poco vulgares y no tan atractivos. Pero la idea de Edward en uno es algo que no podía dejar pasar—. ¿Tienes una zunga?
—No. Pero por la forma en que tu rostro se iluminó, puede que necesite conseguir una.
—Cállate. —Le tiro una papa frita, esperando que piense que mis mejillas sonrojadas son por el tequila—. ¿Podríamos surfear? —sugiero, cambiando de tema.
Él sonríe a medias, frunciendo el ceño, luciendo impresionado.
—¿Sabes surfear?
—Lo que quise decir es que podrías enseñarme a surfear —corrijo.
—Ah —se ríe—. Podríamos repasar algunos conceptos básicos, pero Acapulco tiene muchos ankle busters*…
—Voy a necesitar que no hables en jerga de surfistas.
Esta vez me lanza una papa.
—Las olas no son tan buenas. Son demasiado pequeñas para surfear. Pero supongo que ya que eres una quimby, oh, lo siento, quiero decir, principiante —aclara, divertido consigo mismo—, el tamaño de las olas realmente no importará mucho. Conozco una buena playa a la que podríamos ir después de esto, si realmente estás dispuesta a hacerlo.
Mi sonrisa refleja la suya, emocionada, achispada y abierta.
—Definitivamente estoy dispuesta a hacerlo.
—Bien.
Caemos en un tranquilo silencio, mi mente divagando.
—¿Qué estarías haciendo ahora mismo si yo no estuviera aquí? —pregunto, curiosa.
—Lo estás viendo.
—¿Estarías comiendo papas fritas y salsa, bajándolas con una cerveza, con una mujer?
Sus ojos se entrecierran juguetonamente.
—Más bien quise decir que no tendría un plan. Simplemente haría lo que surgiera. Nada de lo que hemos hecho hasta ahora fue planeado. Querías tequila, tuviste tequila. Decidiste que quieres ir surfear, así que lo hacemos.
—Así que básicamente dejas que alguien más planee por ti —sonrío, molestándolo.
—Si quieres verlo de esa manera, claro. Pero solo acepto las cosas que quiero hacer, las cosas que me hacen feliz. Que valen la pena. No hay nada peor que ser una persona que siempre dice sí. Di que no a veces —enfatiza—. Es bueno para tu alma.
Sus palabras hacen eco en mí.
—Me gusta esa filosofía.
—¿Qué estarías haciendo ahora mismo si no estuvieras aquí? —replica.
Me encojo de hombros.
—No quiero pensar en la vida en casa ahora mismo.
—¿Por qué no?
—Porque estaría haciendo lo mismo de siempre: pensar demasiado, estancarme y conformarme. No quiero repetir ese ciclo más. Por una vez, me gusta dónde estoy.
—A mí también me gusta dónde estás —murmura.
Sintiéndome envalentonada por el momento, lo miro a los ojos y admito:
—Puede que hayas notado que me atraes un poco.
Su mirada se suaviza.
—Puede que hayas notado que el sentimiento es mutuo.
—Pero me preocupa que si hacemos algo al respecto, y algo sale mal, todo el viaje se arruinará. —Hago una pausa—. Pero, por otro lado, me preocupa que si no exploramos esto, nos lo perderemos.
—Estás pensando demasiado —señala—. ¿No querías romper ese ciclo?
Mierda. Tiene razón.
Algo dentro de mí se enciende, y estoy cediendo aún más a la idea de él. No estoy segura de si es por el tequila o por la sensación general de ya no querer continuar con mi forma de ser. O tal vez sea su filosofía, que permanece en el fondo de mi mente. Porque sí, definitivamente vale la pena explorar lo que puede suceder con Edward. Incluso si no funciona.
—Bien —concedo, cambiando mi tono—. Lo que sea que pase entre nosotros, puede pasar. No voy a esforzarme para detener esto.
Con una sonrisa cálida y esperanzada, Edward se inclina hacia adelante y dice:
—Bien. Esperaba que dijeras eso.
*Los diálogos en cursiva están en español en el original.
*Ankle busters: olas pequeñas, demasiado pequeñas para surfear correctamente.
¡Hola!
¿Nos cuentan qué les pareció el capítulo?
Muchas gracias por los comentarios en el capítulo anterior: angryc, EmilyChase, Lady Grigori, Florchi C, soledadcullen, gesykag, saraipineda44, BereB, Adyel, Dama Sincera, Karen CullenPattz, Noriitha, tulgarita, Cassandra Cantu, Vianey Cullen, Isis Janet, Adriu, Jade HSos, somas, alejandra1987, Tata XOXO, Franciscab25 y Cinti77.
¡Hasta el próximo capítulo!
