Había una prenda que era hermosa: su difunta madre la había usado para dormir y Misa la había convertido en un celeste vestido con finos lazos y largos guantes rosas.
El vestido había sido hermoso hasta que a Sayu-san se le había dado por destruirlo en un arrebato de ira, ya que no podía ir al baile por su gripe, y Misa, una sirvienta, sí.
Su madre de inmediato había ido a calmar a su berrinchuda hija luego de mirar con desaprobación a Misa, como si ella hubiera sido la causante del malestar de Sayu cuando solo les había mostrado el vestido que usaría en el baile del príncipe.
Light, que era su acompañante, no siguió a Misa para ver cómo se encontraba cuando ella salió corriendo para caer en medio del grande y espacioso jardín y soltar lágrimas llenas de furia y lamento.
Seguramente se quedó a consolar a la idiota de su hermana, pensó Misa con un deje de amargura mientras veía el desgarrado y sucio vestido que llevaba puesto.
Parte de él había sido de su madre, y Yagami Sayu lo había despreciado y destruido sin reparos, con crueldad y por inmadurez.
Era de mi madre, se decía mientras continuaba el proceso de destrucción de la prenda, ya sin interesarle el baile al que ya no asistiría y el vestido que jamás podría volver a usar.
Era de mi madre, se repetía mientras las lágrimas saladas salían de sus marrones ojos y aterrizaban en su vestido sucio, formando barro que por supuesto que tendría que limpiar más tarde.
Cuánto odiaba a Sayu y Sachiko-san... Y ahora a Light.
¿Cómo pudo?
Fue sorprendentemente fácil recordar que su física relación no significaba nada.
¿Cómo esperaba que él también sintiera en secreto algo más que deseo por ella?
Ilusa, pensaba al mismo tiempo que su garganta parecía partirse a la mitad por sus sollozos finalmente liberados.
—Ni siquiera lo voy a negar.
La simple frase la confundió. ¿A quién se lo decía?
Fue la voz y sombra que se cernía sobre ella las que la sobresaltaron. Hicieron que alzara su cabeza y buscara a quien parecía haberle hablado.
Era alto, el doble de alto que un humano y lo sería aún más si no se encorvara. Sus grandes y negras alas se estaban metiendo en su espalda o simplemente doblándose. La piel que no estaba cubierta de prendas era de un blanco grisáceo casi crema.
No obstante no llegó distinguir más debido a la oscuridad que la rodeaba y a su visión borrosa provocada por sus lágrimas, cuya cantidad empezaba a menguar.
—¿Qué...? ¿Quién...? —Sus hipidos interrumpían sus preguntas.
—Soy tu hada madrina —dijo él, con un tono aburrido y una mueca ya millones de veces hecha.
Su... rostro... se iluminó ante lo que diría antes de avanzar la conversación como quisiese.
—Pero, por favor —Pareció suplicar—: llamame Ryuk.
—¿Hada madrina? —Misa no escuchó nada después de eso.
—¡No! ¡"Ryuk"!
—Entonces... ¿A qué se supone que viniste, hada madrina?
Ryuk se rindió tan fácilmente: estaba resignado a que siempre lo llamaran así... Quizá debería dejar de presentarse como "hada madrina"...
Perdido en sus pensamientos, Ryuk olvidó contestar la pregunta de Misa.
—¿Hada madrina? —llamó.
No obtuvo ninguna respuesta...
—Hada madrina —canturreó.
Ninguna reacción...
—¡Hada madrina! —Ya empezaba a hartarse y a creer que era sordo.
Misa suspiró.
—¿"Ryoku"? —La cabeza del hada se alzó inmediatamente. La curiosa expresión en sus ojos era tan inquietante y peculiar, que perseguiría a Misa en sus sueños.
—Dijiste... Intentaste decir mi nombre.
Misa bufó, casi parecía una conmovedora escena.
—Al parecer...
El rostro de Ryuk se iluminó.
—¿A qué viniste?
—Es "Ryuk" por cierto, y mi trabajo es... Ni yo entiendo mi trabajo, pero se supone que tengo que darte mágicamente un vestido, una carroza y advertirte que a media noche todo eso desaparecerá.
La información se dijo tan rápido, y por lo tanto, impactó más.
—Me... ¿me estás diciendo que al final sí voy al baile?
—¿Eh? —Ryuk empezó a mover sus largas manos exageradamente, apuntando a un pequeño tomate que había convenientemente a unos metros—. Sí, sí. Solo deja que haga la magia.
Y así, brillitos plateados se juntaron hasta formar una figura de una extraña anciana que cargaba una varita a diferencia de Ryuk. Ella sí lucía como una hada madrina, porque apuntó a la fruta y la convirtió en un carruaje grandísimo.
Nadie, ni Misa lo sabría, pero de la silueta plateada salían hilos invisibles de magia con pizcas buenas y malas, que provenían del mismo Ryuk, y que controlaban a la anciana.
Pero aquello tan oscuro y siniestro no venía al cuento ahora. Prosigamos con la historia de la bella cinderella, con el impresionante carruaje que ayudaría a cambiar su vida. Si realmente lo hubiera hecho Ryuk, en menos de cinco minutos sería reemplazado por infinidades de ratas como las que él estaba ordenando a la anciana a crear.
Misa miraba con asombro el carruaje grande y con detalles y bordes dorados que la transportaría al castillo. Era de un color rojo manzana, rojo oscuro como la sangre carmesí, rojo vino, rojo bordó.
Sus ruedas eran verdes con matices dorados. Se agarraban elegantemente a lo que antes había sido un tomate pero ahora parecía una manzana, una jugosa y gigante manzana...
—¡Ryuk! ¿¡Qué estás haciendo?!
—¿Mm? —La supuesta hada madrina se alejó espantada del gigante objeto, habiéndose percatado de lo que estaba haciendo.
¿Realmente había intentado comer algo solo porque lucía como una manzana?
Halló distracción en el proceso de reparación del vestido de Misa, incluso ordenó que cuando los demás lo vieran pensaran que era uno de la realeza, radiante, inolvidable y único.
Al terminar, de inmediato recordó lo sucedido anteriormente y sintió asco de sí mismo. Y para recompensarse, chasqueó los dedos y, tardando más de lo que le gustaría, se materializó una roja manzana del tamaño de una mansión.
—¿De qué va a servir otro... carruaje?
—Ese es para mí.
Acto seguido, se abalanzó hacia la fruta. Y comió y comió como nunca había comido una manzana, sin notar que Misa, con su arreglado y mejorado vestido, ya se iba, queriendo alejarse de la asquerosa escena.
La auténtica hada madrina aprovechó la distracción de Ryuk para tomarse el tiempo de romper los hilos que la controlaban, escapar hacia la libertad... y desvanecer lo que quedaba de la manzana como una especie de venganza. ¡Había estado encerrada por varios días!
Como Misa era ignorante de la curiosa aventura del hada madrina en las garras de quien en realidad era un Shinigami aburrido, ella solo le deseó suerte a la sirvienta de buen corazón y emprendió vuelo hacia el país de Nunca Jamás.
Allí tomaría unas merecidas vacaciones y se recordaría lo suficiente que no debía responder a todos los llamados de ayuda. Porque no todos tenían verdadera bondad en sus corazones: Ryuk, por ejemplo, era como un niño aburrido que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para obtener un poco de entretenimiento.
Con ese pensamiento, y un Bibbidi-Bobbidi-Boo, el hada aceleró su vuelo y se preparó para reecontrarse con amigas y sumergirse en las agradables aguas, sin darse cuenta de que un salvaje Shinigami, cegado por la repentina desaparición de la manzana que degustaba, prometía hacerle pagar al responsable.
