Se dejaba llevar, se dejaba llevar con la música e se movía por todo el salón de baile, dando vueltas y mirando a su alrededor. Disfrutaba de la vista, de estar en un lugar tan grande y decorado de una magnífica manera, con diseños en el techo y paredes, abundantes colores dorados y riquísimas comidas que de seguro probaría dentro de un rato más.
Por ahora solo quería bailar, dejar vagar su mente y olvidar. Quería ser alguien diferente, quería poder divertirse libremente.
Misa danzó, danzó al ritmo de la música clásica con movimientos lentos y delicados, viendo a cada hermosa pareja abrazarse y girar con genuinas sonrisas en sus rostros, algunas más cansadas que otras.
Ninguna Sayu para arruinar su noche, ninguna cara como la de Light para recordarle que nunca fueron nada más que momentos aislados, que de seguro tenía otra chica de su misma clase a la que sí quería otorgarle obsequios, cortejarla y decirle mil veces al día lo mucho que la amaba.
Misa, con su amplio vestido azul y rosa que hacía girar y levantar, con su rubio cabello a los hombros que volaba junto con la brisa, con su sonrisa viva y relajada que embellecía aún más su rostro... Misa siguió bailando, queriendo la eternidad, queriendo que el cansancio fuera inimaginable, imposible.
Bailó, pero no siempre sola. Dejó que un par de hombres la guiaran, incluso ella intentó ser la guía. Cuánto que se rió en el intento de hacer algo que en ninguno de los minutos de su vida había considerado practicar.
Invitó a varias mujeres a bailar: simplemente se agarraban las manos, daban un par de vueltas y danzaban tranquilas hasta llegar a los brazos de alguien más.
Así fue como Misa, casualmente, llegó a los brazos del príncipe, a quien ni siquiera le había dedicado una mirada. Solo dio giros y siguió los pasos con una suave sonrisa: se le notaba algo cansada por los muchos bailes realizados durante la noche.
Fue cuando finalmente alzó su cabeza que vislumbró al príncipe L Lawliet bailar concentrado, con movimientos algo rígidos y cabello algo despeinado, mirándola de reojo con sus grandes ojos enmarcados por... ¿Era maquillaje?
Sonreía, casi como si esperara algo, agarraba su cintura con su mano derecha y entrelazaba los dedos de su otra mano con la suya.
Misa, olvidando bailar por mirar al príncipe (¡al mismísimo príncipe!) y darse cuenta de que realmente estaba en brazos de él, quien bailaba con ella y no con alguien más, que hallaban extrañamente a centímetros del otro: Misa dio un paso en falso y tropezó.
¿Quién la habría estabilizado?
oOo
Además de "perdón", cualquier palabra salía de los labios de Misa. Y casi no se le entendía.
Ella y el príncipe se hallaban en otro lugar, aparentemente habían llegado bailando sin darse cuenta. L Lawliet la mantenía entre sus brazos y Misa apoyaba sus manos en los hombros más altos, ocultando su rostro en el pecho del príncipe y amortiguando sus numerosas disculpas.
Al de nuevo procesar lo que hacía, se alejó un par de pasos de manera brusca, desenredando sus cuerpos y cruzando sus brazos con nerviosismo. Miraba firmemente el suelo, con sus mejillas sonrosadas y mechones rubios cayendo delante de su cara.
—Ja, ja, ja... —Y empezó a reír, lo que hizo que Misa se pusiera aún más roja. Ya quería que la campana de las doce la salvara.
—¿De... de qué te...? —Encontró las fuerzas para mirarlo; mas inconscientemente se interrumpió al observarlo de forma más detenida.
Su altura, el estado de su cabello, su postura un poco más relajada que antes, sus brazos inquietos, sin saber qué hacer, su rostro sonriente, casi lloroso o burlón pero nunca malicioso.
—¿Sa... sabías que hoy no quería bailar? —El príncipe continuaba jadeando por la pérdida de aire—. Estaba de lo más bien, escondido en una esquina y...
—Y yo te saqué —Las mejillas de Misa enrojecieron más, si eso era posible.
oOo
Fue… lindo, fue simplemente lindo. Ambos no supieron a dónde se había ido el tiempo, pero era de esperarse. Bailaron, acompañados de las estrellas cada vez más brillantes en la noche tan oscura. Sus pies se deslizaban tan elegantemente por el pasto húmedo; el vestido de Misa apenas lo rozaba con cada movimiento.
Incluso tuvieron una torpe charla en la cual una ruborizada Misa comentaba que la había pasado bien y que no había esperado bailar con L, que habían sido todos tan simpáticos...
Estaban en medio de otra danza, una más suelta por parte del príncipe, y silenciosa por que la orquesta estuviera tan lejos, cuando la campana sonó.
La alarma apareció de repente en el rostro de Misa, ensanchando sus ojos y haciendo temblar de nerviosismo a sus labios sonrientes.
—Me tengo que ir —El momento, tan mágico y lleno de dicha y rara paz, tan eterno, se rasgó, se pinchó con la amarga comprensión de la de cabellos dorados. Cuando se deshizo de los brazos del príncipe, una sombra pareció deprimirlos a ambos, y presionarlos, presionarlos para que se decidieran.
Sin embargo, el pálido rostro de L Lawliet fue llenado con la seguridad.
—Nos volveremos a ver, señorita…
Aunque asintió para acompañar sus palabras, una pizca de curiosidad adornó sus grandes ojos, esa que desencadenaría algo tan maravilloso y osado...
—Am... —Otro toque de la campana la sobresaltó.
Misa echó a correr, dejando atrás a un contemplativo L Lawliet.
