Capítulo 1
Candy miraba por la ventanilla del carruaje, el paisaje le fascinaba a pesar de que no era la primera vez que recorría el camino que llevaba de la residencia para señoritas de la Señora Pony a Grandchester House, la imponente residencia de campo de Lord Terrence, duque de Grandchester y lugar donde ella misma había nacido y se había criado.
Extensos prados salpicados de pequeñas arboledas suponían un agradable descanso para la visión tras los largos meses pasados en Londres, donde el humo de las chimeneas y los oscuros edificios componían una imagen de lo más deprimente, en cambio desde que habían entrado en el condado de Essex el familiar paisaje había contribuido a levantar enormemente el ánimo de la joven, a pesar de las nubes que cubrían el cielo y el ligero pero húmedo viento que hacía aletear la cortinilla que cubría la ventana de su carruaje. Pero nada podía empañar el buen ánimo de Candy que volvía a su hogar para quedarse ya que ahora sería empleada de la casa: gracias a la generosidad y el aprecio que el difunto duque Grandchester profesaba a su ama de llaves y mayordomo, a la sazón padres de Candy, ésta había podido estudiar en la prestigiosa escuela para señoritas de la señora Pony.
Ingresó allí a los quince años, ya habían pasado cuatro y su formación se había completado, sólo había vuelto a casa desde su ingreso en la escuela unos días cada navidad y durante las vacaciones de verano. El año anterior había fallecido el anciano duque y el título había pasado a Lord Terrence, su único hijo, del que apenas tenía recuerdos, ya que éste siempre estaba viajando y además pasaba la mayor parte del año en Londres, o al menos así había sido hasta que había contraído matrimonio.
Recordaba una figura alta y oscura, entrevista en los pasillos o a través de la ventana mientras se alejaba o acercaba al galope en su bella yegua, pero realmente era al único miembro de la familia del duque al que no reconocería si lo viera por la calle. Eso iba a cambiar, por supuesto, ahora volvía a su hogar, pero ya no como hija del ama de llaves y el mayordomo, si no como una nueva empleada del duque de Grandchester: este la requería como institutriz de su pequeño hijo de apenas tres años, Candy estaba segura de que sus padres habían hablado por ella, ya que dudaba que el actual duque supiera siquiera de su existencia, no obstante al duque le urgía contar con sus servicios: la madre del niño había muerto poco después de su nacimiento y Lord Terrence no había vuelto a casarse.
Candy se sentía pletórica, una nueva vida empezaba en ese momento, volvía al hogar pero con un nuevo estatus y se veía completamente capaz de llevar a cabo con suficiencia la tarea para la que se le contrataba, además contaba con una enorme ventaja sobre muchas de sus compañeras que también debían trabajar para sustentarse y es que ella conocía ampliamente a todos los habitantes de su nuevo hogar, exceptuando a su patrón, del que apenas se acordaba y a su pequeño pupilo. De repente sintió que el carruaje reducía el ritmo de la marcha ya que estaban subiendo una ligera pendiente; sonrió quedamente, eso significaba que se acercaban a Grandchester.
Sacó la cabeza por la ventanilla y, efectivamente, a lo lejos divisó la gran mansión de los duques de Grandchester sobre la colina que le daba nombre, una hermosa mansión de piedra gris y blancas balaustradas, rodeada por un enorme jardín de forma circular en el que destacaba un gran lago sobre el que pasaba un romántico puente; por unos segundos se perdió en ensoñaciones de su infancia correteando por esos mismos jardines y mirando fascinada hacia el lago desde el viejo puente. Era maravilloso volver a casa, y sobre todo volver para quedarse; Candy se atusó el peinado, colocando tras la oreja derecha un rebelde mechón de pelo que había escapado del moño que llevaba peinado en la nuca, arregló las cintas de su pequeño sombrero de viaje y trató de alisar las pequeñas arrugas que se habían formado en la falda de su sencillo vestido color añil. Notó con sorpresa que se sentía un poco nerviosa pero era una inquietud en la que había más de expectación que de inseguridad.
Unos veinte minutos después sintió como el carruaje se detenía; el cochero se bajó y diligentemente abrió la puerta del carruaje; Candy le lanzó una sonrisa, conocía a Thomas de toda la vida, a pesar de lo cual él se había empeñado en tratarla de acuerdo a su nuevo rango, en fin, pensó, el viejo Thomas siempre había sido de lo más ceremonioso. Nada más bajar del carruaje vio a sus padres de pie ante los escalones que llevaban a la inmensa puerta lateral que utilizaban los empleados, sin duda habían estado vigilando su llegada. Una gran sonrisa escapó de sus labios y le costó mucho mantener la compostura y no salir corriendo para abrazarlos; su madre no fue tan comedida y dando un gritito de alegría corrió a estrecharla entre sus amorosos brazos, su padre observaba la escena con una discreta sonrisa de satisfacción: tantos años como mayordomo manteniendo un semblante impasible en todo momento y circunstancias le habían ayudado mucho con el control de sus emociones. Candy se volvió hacia él y le dio un cariñoso beso en la mejilla.
—¡Oh papá! No puedo creer que esté aquí —a la vez que decía esto aprovechó para estirar discretamente los brazos y mover las piernas; se sentía entumecida tras el viaje.
—Bueno, ya verás que aquí todo sigue igual, exceptuando a tu madre, que está más vieja y más gruñona —esto último lo dijo bajando la voz y lanzando un guiño amistoso a su hija.
—Vamos hija —intervino su madre— no hagas caso a nada de lo que diga tu padre, ya sabes como es.
Candy rió alegremente, era maravilloso volver a estar con sus queridos padres, siempre tan cariñosos y de buen humor. Era casi una tradición que se lanzasen pullas el uno al otro pero los unía un cariño y una lealtad sinceros e inquebrantables y en ese marco de amor y confianza habían educado a Candy.
—Discúlpeme señor White —el cochero les interrumpió— ¿dónde puedo dejar el equipaje de la señorita?
—No se preocupe Thomas, déjelo aquí y ahora lo subiremos a su habitación.
—¿Subirlo padre? ¿No me quedaré en el piso de abajo con vosotros?
Su madre le dirigió una sonrisa orgullosa antes de responder:
—Hija mía, ahora te alojarás al lado de la habitación del señorito Charles.
Terrence, el actual duque Grandchester, contemplaba pensativo la gran mansión de su propiedad. Había salido con su yegua, Teodora, a pasear por el bosquecillo que se extendía hacia el oeste de la colina y acababa de ver llegar un carruaje que reconoció como de su propiedad pero en un principio no recordó si esperaban visitas en Grandchester, frunció el ceño tratando de hacer memoria; aún le costaba un poco acostumbrarse a la responsabilidad de ostentar el título de duque aunque debía reconocer que sentía una poderosa atracción hacia la tranquila y apacible vida rural: había decidido trasladarse a Grandchester tras la muerte de su padre ya que ahora debía hacerse cargo de las tierras y los asuntos de sus arrendatarios, además el ambiente campestre sin duda beneficiaría mucho más a su hijo que el insano aire que se respiraba en Londres; al pensar en Charles de repente cayó en la cuenta de quién acababa de llegar en el carruaje, recordó que hoy llegaba la hija de White, la institutriz de Charles. Frunció el ceño y pensó que eso sin duda iba a retrasar la visita que tenía pensado hacer a Susana; no obstante era importante que hablase con la nueva empleada y le dejase muy claro que se esperaba de ella. Su hijo Charles era lo más importante del mundo para él y sólo admitiría a la joven si demostraba ser capaz de darle una buena educación y el cariño que se merecía, le importaba bien poco si era la hija de los White, aunque debía reconocer que los dos sirvientes nunca habían demostrado más que una gran honradez y lealtad hacia su familia y que su padre tenía a la joven de los White en gran estima, pero él debía comprobar primero que era digna de su confianza y para ello quería dejarle las cosas claras desde un principio.
Decidió acortar su paseo y volver a la casa, tendría que asearse deprisa y mantener la entrevista con la señorita White con gran rapidez si quería ir a Londres a pasar la noche; a pesar de su creciente interés por la vida tranquila y sosegada seguía teniendo apetitos e intereses que atender en Londres. Palmeando el cuello de Teodora puso rumbo hacia la mansión deseando que la joven White realmente fuera tan competente y adecuada como sus padres habían asegurado en cuanto comentó la necesidad de contratar una institutriz.
Candy se encontraba con su madre en su nueva habitación, ambas guardaban las escasas pertenencias de la joven mientras charlaban animadamente contándose lo que había acontecido en sus vidas desde la última vez que se vieron. En ese momento llamaron a la puerta.
—Adelante.
Fue su madre la que contestó, a Candy aún se le hacía raro sentir esa espaciosa habitación como suya; había estado tomando el té en la cocina con sus padres y algunos sirvientes y todos parecían tan orgullosos de ella que había transcurrido la mayor parte del tiempo sonrojándose como una niña. Candy se había sentido algo abrumada pero a la vez muy querida por todos ellos: no cesaban de hacerle preguntas sobre su vida en la residencia de la señora Pony y sobre Londres, todos querían saber si había visto alguna vez al rey Jorge III, cómo vestían en la gran ciudad, si había ido alguna vez al teatro…Candy respondió pacientemente a sus preguntas aunque estaba deseando tener un momento libre y escapar a la caballerizas para ver a su querido Archie.
La puerta se abrió y asomó Annie, la joven doncella de la duquesa viuda; a pesar de tener aproximadamente la misma edad que ella, Candy apenas la conocía pues entró al servicio de los Grandchester cuando ella se encontraba en la residencia. Annie miró con interés a Candy, la había visto algunas veces aunque nunca habían hablado demasiado, sólo los saludos de cortesía y rigor, a pesar de eso sabía bastantes cosas de ella, pensó con amargura: lo inteligente qué era, lo extraordinariamente bien que subía a los árboles cuando era pequeña, la vez que se cayó y se dislocó la muñeca…..Archie hablaba de ella a menudo y no tenía ningún reparo en admitir cuánto la añoraba; para Annie, que estaba profundamente enamorada de él desde el primer día que pisó Grandchester House, era duro escucharlo hablar de la muchacha. Ahora ella estaba aquí y venía para quedarse. Tragó saliva, se la veía radiante, alegre y segura: todo lo que ella creía que no era.
—La señora duquesa desea ver a la nueva institutriz— anunció, mientras echaba rápidas y curiosas miradas a toda la habitación.
—Gracias Annie, ahora mismo voy.
—Le está esperando en la salita verde …—como si no se le hubiese ocurrido antes añadió: — me alegro mucho de verla nuevamente aquí, señorita Candy.
Candy sonrió en respuesta a sus palabras a la vez que Annie salía. Le había extrañado mucho el diminutivo que ésta había usado para llamarla, ya que la única persona que la llamaba así era Archie pero el saber que la duquesa viuda la estaba esperando hizo que todos sus pensamientos se olvidaran, apoderándose de ella una gran aprensión. Se volvió hacia su madre y preguntó algo insegura:
—¿Estoy bien mamá?
—No podrías estar mejor, cariño. Anda ve, no hagas esperar a la señora duquesa, yo terminaré de colocar tus cosas.
Candy bajó a la planta baja; al lado de la biblioteca estaba la sala verde. Se trataba de un espacioso salón con grandes vidrieras que daban a la parte lateral de la casa. Se llamaba así porque el empapelado era de un suave color verde, aunque ese era el único detalle de ese color en toda la sala, los muebles eran de color marfil y dorado y las cortinas que cubrían las grandes ventanas eran de un extraño color cobrizo; allí era donde la familia solía recibir a las visitas y donde con mayor facilidad se podía encontrar a la duquesa durante la mayor parte del día. Candy había tenido poco trato con ella; a diferencia de su marido, el difunto Lord Grandchester, la duquesa era distante y fría y exigía de sus sirvientes una obediencia total, jamás había tenido una confidencia con ninguno de ellos, nunca un criado o doncella la había sorprendido llorando o con la guardia baja, ni siquiera el año anterior cuando el duque falleció. Sabiendo esto era lógico que Candy sintiera un poco de aprensión por su encuentro con la duquesa.
Una vez en la sala llamó suavemente a la puerta, un solo golpe con los nudillos como había visto hacer miles de veces a su padre y esperó hasta que escuchó el permiso para entrar. Entró, hizo una ligera reverencia y se quedó parada con la mirada baja, como correspondía a su estatus de subordinada.
—Acércate joven —la fría voz de la duquesa casi hizo que se estremeciera. Candy dio un par de pasos hacia delante.
—Así que tú eres la pequeña Candice White.
—Si, milady.
—Has crecido mucho desde la última vez que te vi…—la duquesa la examinaba de arriba abajo, aunque ella sólo podía observarla a hurtadillas. Parecía que por ella no pasaba el tiempo, el mismo e imponente moño gris sobre su cabeza, los mismos impertinentes de montura dorada y el mismo gesto adusto que recordaba.
—Sí señora, creo que la última vez que la vi fue durante el funeral de su esposo.
—Uhmmm, puede ser, y de eso hace ya un año. Mírame, quiero ver a quien te pareces.
Candy levantó la vista y se quedó mirando a la duquesa, tratando de fijarse en pequeños detalles de su vestimenta y su peinado para evitar mirarla con demasiado descaro: era algo que siempre le había recriminado la señora Pony, su tendencia a mirar de frente a las personas, impropio de una buena dama y una buena institutriz. La duquesa en cambio la escrutaba a placer, con el ceño y la boca fruncidos.
—Bueno, tienes los ojos y la altura de tu padre y el semblante de tu madre —dijo finalmente—. Espero que al igual que ellos sepas cuáles son tus obligaciones.
Candy volvió a bajar la mirada.
—Si, milady, estoy segura de que no tendrá quejas de mi comportamiento.
—Jovencita no seas tan descarada…—tras una breve pausa en la que pareció pensar lo que iba a decir la duquesa continuó hablando, sin reparar en el sonrojo que su amonestación había provocado en Candy—. Mi marido sentía un gran aprecio por tus padres, también por tus abuelos, ya lo sabes. Espero que tú no traiciones esa confianza y demuestres ser digna de las expectativas que se han depositado en ti.
—Por supuesto milady.
—Dentro de poco mi hijo, Lord Terrence, llegará de su paseo. Entonces te presentará al señorito Charles, tu pupilo, y te hablará de lo que se espera de ti —la duquesa dio un profundo suspiro y añadió: —Dios sabe porqué es tan puntilloso en lo que respecta a su hijo, pero ya comprobarás que es un padre totalmente entregado al pequeño.
—Oh milady eso es tan poco habitual que resulta fascinante.
La duquesa echó una mirada severa sobre los impertinentes y Candy deseó poder volver atrás y borrar sus palabras…¡cómo se le ocurría dar su opinión sin que se la pidieran! Era otra de las cosas sobre las que a menudo la reprendía la señora Pony: afirmaba que era una joven educada y correcta pero demasiado impetuosa y en ese sentido dirigió todos sus esfuerzos, en proporcionar a sus maneras serenidad y mesura.
La duquesa hizo un gesto vago con la mano, como si eliminase invisibles motas de polvo y Candy comprendió que la estaba despidiendo. Hizo otra ligera reverencia y salió, cerrando suavemente la puerta tras de sí; no le dio tiempo a dar más de tres pasos cuando su padre la interceptó:
—Hija mía, Lord Terrence te espera en la biblioteca.
Candy suspiró y trató de tranquilizarse, todo estaba ocurriendo demasiado deprisa: apenas hacía un par de horas que había llegado, aún se sentía acalorada y agitada por su entrevista con la duquesa, y sin tiempo para recuperarse y tranquilizarse tenía que afrontar una nueva entrevista. Cerró brevemente los ojos, deseando que Lord Terrence se pareciera más a su padre que a su madre.
—¿Está el señorito Charles con él? —tenía muchas ganas de conocer a su pequeño pupilo aunque suponía que un niño de tres años tendría poco que decir ; a pesar de que su experiencia con niños era francamente limitada siempre le habían gustado ya que le parecían seres deliciosos, llenos de inocencia y espontaneidad.
—En este momento no está —la voz de su padre sonaba algo impaciente— vamos hija, no hagas esperar al duque.
Candy se acercó a la biblioteca y como una repetición de la escena que acababa de vivir en la salita verde llamó a la puerta suavemente. Le respondió una voz profunda y grave con un quedo "adelante". Ella pasó, cerró la puerta tras de sí y se quedó con la mirada baja, esperando que el duque se dirigiera a ella. Durante unos segundos que a ella se le hicieron eternos no se oyó nada en la biblioteca; luego oyó los suaves pasos del duque sobre la gruesa alfombra que cubría el suelo y alcanzó a ver sus relucientes botas negras. Su voz, tan cercana, la sobresaltó:
—Señorita White, ¿tan interesantes le parecen mis botas?
Candy levantó bruscamente la cabeza, mitad avergonzada, mitad indignada. Tuvo que alzar la mirada casi sin darse cuenta para poder mirar a Lord Terrence a la cara y supo que la indignación se reflejaba en su cara cuando vio que el duque alzaba una ceja en un gesto burlón. Por un momento se quedó sin palabras; se trataba del hombre más fascinante que había visto en su vida: su silueta era atlética, de anchos hombros, su cabello era negro, lo llevaba un poco largo por detrás ya que le cubría casi todo el cuello y tenía unas patillas bien recortadas que le llegaban a la mitad del mentón. Sus ojos eran azules profundos y muy penetrantes, parecía que podían atravesar paredes y personas. Desde luego no era como lo había imaginado por los recuerdos que tenía de él, pero siempre lo había visto fugazmente y de lejos. Tragó saliva y se obligó a hablar.
—Discúlpeme lord Terrence, pero la señora Pony se tomó muchas molestias para recordarme constantemente que nunca debía mirar a la cara a mis superiores, y eso es lo que he hecho —terminó la frase con una ligera elevación de la barbilla e imprimiendo a su voz un tonillo de suficiencia que lord Terrence encontró sumamente divertido.
—Señorita White —en su voz se notaba aún la diversión que la actitud de la joven le había causado, hecho que hizo que Candy frunciera el ceño— le ruego que cuando esté en mi presencia olvide esa enseñanza en concreto de la señora Pony, me gusta mirar a la cara a las personas a las que hablo y que me hablan.
—No se preocupe Lord Terrence, no lo olvidaré.
—Bien —Terry se acercó hacia la gran mesa de roble que presidía la biblioteca y se sentó en un enorme sillón que había tras ésta. Hizo un gesto a Candy para que se acercara: —siéntese por favor —dijo señalando una gran silla que había frente a él.
Candy así lo hizo, a la vez que se colocaba nerviosamente un mechón de cabello detrás de la oreja. Terry miró el gesto fascinado, el cabello de la joven era rubio, de un color habitual, pero parecía más brillante, fino y sedoso que ninguno que él hubiese visto antes. La joven había despertado un gran interés masculino en él y esto le resultó algo incómodo: a sus treinta y dos años se consideraba un hombre con temple, capaz de controlar sus impulsos, mantenía una amante en Londres, Susana, Lady Marlow, una joven viuda experimentada y sensual que cubría perfectamente sus necesidades y con la que se entendía muy bien y hacía mucho tiempo que no sentía la necesidad de corretear tras las faldas de ninguna mujer. Pero ahora, observando los grandes y expresivos ojos verdes de Candice White, la curva grácil de su cuello y la forma en que la tela de su sencillo vestido añil se ceñía a sus generosos pechos y se estrechaba en su cintura, sintió que un apetito muy primitivo se apoderaba de él. Carraspeó ligeramente.
—Señorita White —trató de centrarse en lo que iba a decir con todas sus fuerzas— le diré claramente lo que espero de usted…como institutriz de mi hijo Charles.
—Sí, por supuesto —Candy estaba algo turbada, como si el pulso le latiese más fuerte y deprisa de lo normal. Le costaba trabajo mantener la mirada de Lord Terrence pero se forzó a hacerlo porque no quería que él notase su confusión.
—Como ya sabrá —prosiguió el duque— mi hijo sólo tiene tres años, no pretendo que comience su instrucción académica de forma muy severa, aún es pequeño, así que por ahora su cometido será ser su acompañante e iniciarlo de manera gradual en las formas de la buena sociedad, más adelante se ocupará usted de su formación académica hasta que llegue el momento de que acuda a una escuela.
Candy se preguntó cómo sería la relación del duque con su hijo…la duquesa le había dicho que era un padre entregado pero a ella le costaba imaginarse al imponente hombre que tenía delante como un padre afectuoso.
Lord Terrence pareció leerle el pensamiento, pues continuó diciendo:
—Por supuesto yo le dedico todo el tiempo del que dispongo, pero creo que necesita alguna influencia femenina ya que como sin duda sabrá, su madre, la difunta duquesa de Grandchester murió de fiebres tras el parto y mi madre, la duquesa viuda, no tiene suficiente energía para aguantar el ritmo de mi hijo —esto último lo dijo con un ligero toque de orgullo en la voz.— ¿Ha comprendido usted cuáles serán sus obligaciones?
—Perfectamente, Lord Terrence… ¿podría conocer ya al señorito Charles?
—Sí, por supuesto —él pareció complacido por su petición, aún así añadió: —no obstante me gustaría que la relación que se establezca entre usted y mi hijo sea lo más cordial y natural posible. Ese es uno de los motivos por los que su habitación está al lado de la de Charles, usted deberá atenderlo por la noche si se desvela o se asusta y mi hijo debe tener en usted la suficiente confianza como para llamarla en cualquier circunstancia ¡Ah! Me olvidaba, el domingo será su día libre, ¿le parece a usted bien?
—Sí milord.
—Por último, su salario ha sido acordado con sus padres, supongo que le habrán informado al respecto.
—Si, lo han hecho milord.
—¿Y está usted de acuerdo con esas condiciones?
—Por supuesto milord, el simple hecho de tener la oportunidad de trabajar junto a mi familia y en la casa en la que he crecido ya sería para mi pago más que suficiente…
Terry la miró fijamente durante unos segundos, haciendo que la joven se pusiera aún más nerviosa y se preguntase si había dicho algo inadecuado, luego se levantó del sillón que ocupaba y pareció llenar todo su campo visual con su cuerpo. Era un hombre impresionante, de una presencia quizá demasiado viril. —Iré a por mi hijo, puede esperarnos aquí.
Candy se levantó también y se quedó allí esperando y aprovechando su momentánea soledad para tranquilizarse y recuperar el ritmo normal de su respiración, que notaba levemente alterada. Al cabo de unos minutos oyó la profunda voz del duque entremezclada con un soniquete ininteligible e infantil, una sonrisa asomó a su rostro, el contraste entre ambas voces era, cuanto menos, pintoresco. La puerta de la biblioteca se abrió y Candy vio como el duque bajaba a su hijo, al que traía en brazos, hasta el suelo; el pequeño se aferró a la mano de su padre y se quedó semi escondido tras sus piernas, mirándola muy serio con unos ojos enormes y curiosos. Candy se acercó a la vez que le sonreía; el niño era francamente guapo: tenía el pelo igual de oscuro que su padre pero su blanca piel y los grandes ojos color celeste difuminaban un poco el parecido entre ambos.
—Hola señorito Charles —el niño la miraba fascinado— mi nombre es Candy.
—Hola "Candy" —la voz del niño la hizo sonreír.
—Sabes que vamos a estar mucho tiempo juntos ¿verdad?
—Sí, me lo ha "decío" mi papá.
—Cariño, no se dice así —el duque corregía cariñosamente a su hijo— "me lo ha dicho"
—¿Te parece buena idea si me enseñas tu habitación? —Candy estaba deseando quedarse a solas con el niño, la presencia de Lord Terrence era demasiado perturbadora para ella. El niño por toda respuesta miró a su padre, que asintió y se dispuso a cogerlo en hombros.
—Aún necesita un poco de ayuda con las escaleras.
—Es que soy pequeño.
Candy no pudo evitar reír alegremente; el candor del niño era francamente encantador. Los siguió por la escalinata, mientras el niño la miraba con abierta curiosidad; el duque parecía serio, ella se preguntó si quizá habría dicho algo que le había molestado. Llegaron a la habitación del niño que tal y como le habían dicho sus padres se encontraba al lado de la suya, entraron y el pequeño la miró expectante, esperando sin duda que ella diera el primer paso; ella no podía evitar sentirse abrumada por la presencia del duque, sus rodillas temblaron de alivio cuando lo oyó decir:
—Bueno, os dejo solos —le revolvió cariñosamente el pelo a su hijo y añadió— luego vendré a darte las buenas noches.
