Capítulo 2
Terry miraba pensativo el dosel de la cama, Susana dormía a su lado y su suave y rítmica respiración le indicaba que lo hacía profundamente. Habían hecho el amor y, como siempre, la experiencia había sido satisfactoria. Eran amantes desde hacía algo más de un año y el arreglo entre ellos les resultaba muy conveniente: ambos eran viudos —ella desde hacía más tiempo que él— y frecuentaban los mismos círculos sociales de Londres; ahora que él pasaba más tiempo en Grandchester iba al menos una vez a la semana a la ciudad y pasaba la noche con ella. Siempre le había parecido lamentable la persecución a la que muchos lores sometían a las criadas y prefería un arreglo claro con una mujer experimentada que supiera lo que se esperaba de ella. Susana era en realidad su primera amante "oficial", hasta conocerla a ella había recurrido a viudas complacientes y casadas lujuriosas, nunca había faltado una mujer en su cama cuando la había necesitado, sabía que las mujeres hacían apuestas sobre él y que más de algún marido se estremecía de aprensión cuando lo veían conversar con sus esposas. Exceptuando a su esposa, a la que profesó un amable afecto, Susana era la mujer que más lo había interesado jamás. Era inteligente y sensata, no pedía más de lo que él estaba dispuesto a dar, de hecho sospechaba que no deseaba más de él que lo que tenían, no se mostraba posesiva ni celosa ni le exigía caros regalos aunque agradecía todos y cada uno de los que le había hecho; sabía que podía considerarse un hombre afortunado: muchos hombres habían deseado estar en su lugar pues Susana además de inteligente era francamente hermosa. A Terry le estaba costando mucho conciliar el sueño porque había un pensamiento que le molestaba y la culpa la tenía su nueva empleada: Candice White. Durante todo el camino hacia Londres no había dejado de recordar el momento de su encuentro en la biblioteca y cuanto más pensaba en ella más inquieto se sentía pues, si era sincero consigo mismo, debía reconocer que ella había despertado un interés en él que no recordaba haber sentido jamás. A pesar de que era bastante atractiva y tenía un hermoso cuerpo había visto muchas mujeres igual o más atractivas que ella, sin ir más lejos la que dormía a su lado, pero había una luz en su mirada, una transparencia que lo atraía como la llama atrae a una polilla. Estos pensamientos le incomodaban y le sorprendía la evidencia de su ingobernable lujuria, ya que no era posible darle satisfacción: ella nunca se convertiría en su amante, era demasiado convencional para ello, por otra parte él no quería como amante a ninguna de sus empleadas; debería reprimir sus pensamientos y sus instintos y mantenerse lo más alejado posible de la señorita Candice White. Suspiró profundamente y Susana se movió, dejando al descubierto uno de sus hermosos pechos: eso es en lo que debía concentrarse —se dijo—, se inclinó sobre ella y pasó lentamente la lengua por el pezón; al ver que no reaccionaba comenzó a succionarlo suavemente. Susana gimió y entreabrió los ojos.
—¡Uhmmm! Aquí hay alguien que todavía tiene ganas de…jugar —mientras decía esto lo rodeó con sus brazos y lo apretó contra ella— ¡Ah! Sigue así cariño, me estás poniendo muy caliente…
Terry comenzó a acariciar todo el cuerpo femenino y sintió la humedad entre las piernas de Susana, de una sola embestida la penetró profundamente, provocando un placentero gemido en ambos; mientras se movía contra su amante se obligó a mirarla fijamente a los ojos para recordar quién era la mujer a la que estaba haciendo el amor.
Lo primero que hizo Candy tras despertar a la mañana siguiente fue dirigirse a las caballerías, ya había desayunado y aún tenía una hora de margen antes de que se despertase el pequeño Charles. La noche anterior se había quedado un buen rato con él en su habitación, tratando de ganarse su confianza, aún era pronto para afirmar nada pero parecía que había realizado un gran adelanto con el pequeño; sonrió al recordarlo, la verdad es que era un niño encantador, abierto y sociable y ¡tan gracioso con su media lengua! Tenía la sensación de que se habían separado como buenos amigos: les había acompañado a cenar a él y a Jane, su niñera y después de que Jane lo preparara para ir a la cama le contó una historia mientras lo arropaba en la cama, en aquel momento había aparecido el duque; sin poder evitarlo había sentido que su estómago se encogía y unos extraños escalofríos le recorrían la nuca. El duque apenas la miró, se había cambiado de ropa y parecía que se disponía a salir, le dio un cariñoso beso a su hijo y les deseó las buenas noches a los dos; al marcharse en el aire quedó flotando el aroma de su perfume y sin saber por qué ese olor le produjo un extraño desasosiego. Desechó de su mente los recuerdos del duque, si era sincera consigo misma debía admitir que no había dejado de pensar en él desde que lo había conocido, le parecía un hombre fascinante, tan tierno con su hijo pero a la vez tan…inaccesible. Esa misma mañana, mientras desayunaba, había preguntado discretamente a su madre sobre la difunta duquesa, la madre de Charles; se le había ocurrido que tal vez ese halo de misterio y oscuridad que lo rodeaba se debía a la tristeza por haber perdido a su mujer tras el parto pero por lo que le había contado su madre el matrimonio entre ambos había sido un matrimonio concertado: ella era una mujer muy joven y correcta, la hija mayor de un baronet, con sangre azul pero poseedor de una fortuna más que modesta. El duque necesitaba un heredero y para el baronet había sido todo un triunfo el matrimonio de su hija: nada menos que con el duque Grandchester, el matrimonio se veía bien avenido pero no apasionado según su madre, además sólo había durado un año. Por supuesto, le dijo su madre, a todos les entristeció mucho la muerte de la joven señora y a Lord Terrence al que más, pero como le confió su madre bajando la voz, ya había encontrado una "distracción" en Londres. Candy se había turbado intensamente al oír esto último y no supo muy bien el motivo.
Había llegado a las cuadras, justo cuando sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad oyó a Archie:
—¡¡Candy!! ¿De verdad eres tú?
—¡¡Archie!!!
Los dos jóvenes se abrazaron riendo, Archie apenas le llevaba dos o tres años, ninguno de los dos lo sabía con seguridad pues el joven desconocía su verdadera edad, se habían criado juntos ya que él era huérfano y los padres de ella siempre le habían tenido una consideración especial, desde que siendo apenas un niño había llegado acompañado por el reverendo Taylor a solicitar trabajo en la gran casa del duque; lo sabían todo el uno del otro, era difícil creer que realmente no fueran hermanos, tan grande e inocente era el cariño que se profesaban. Archie la separó de su cuerpo para mirarla y lanzó un silbido de admiración:
—Candy estás preciosa, cómo has cambiado en estos últimos meses….
—Tú tampoco estás mal —y decía la verdad pues Archie era un joven atractivo, con su melena castaña clara y los sonrientes ojos ambar.
—Vamos, cuéntame qué tal tu nuevo trabajo.
—Ahora no puedo Archie, debo entrar pues el pequeño Charles debe estar a punto de despertarse.
En ese momento se oyó el ruido de un carruaje que paraba en la entrada y Archie la miró con expresión extrañada; al instante escucharon unos pasos que se acercaban y Lord Terrence se asomó al establo con el sombrero de copa alta en la mano. Por un momento todos se quedaron paralizados, o al menos eso le pareció a Candy, pero Archie, con absoluta normalidad dijo:
—Buenos días milord, ¿quiere usted que prepare a Teodora?
Terry miraba a Candy, que sólo había atinado a hacer una tímida inclinación de cabeza, daba la sensación de que le costaba trabajo apartar su mirada de ella. Lentamente miró a Archie y su ceño se frunció levemente:
—No, venía a decirte que hoy no montaré —luego se dirigió hacia ella y con dureza le preguntó: —¿No sería conveniente que fuese a la habitación de mi hijo? Sin duda estará a punto de despertarse.
Candy sintió que sus mejillas enrojecían violentamente y se odió por sentirse así, ella no había hecho nada malo y él no tenía derecho a suponer que descuidaba su trabajo.
—Precisamente le decía a Archie que ya me iba —salió haciendo una leve inclinación con la cabeza y sin apenas despedirse de Archie. No pudo ver la expresión de sorpresa del duque al oírla dirigirse con tanta familiaridad al joven encargado de los establos.
Candy acompañó a Charles mientras este tomaba su desayuno, luego, aprovechando el cálido día de primavera, salieron a pasear por los jardines de la mansión, cogidos de la mano. Charles sentía una curiosidad natural por todo lo que le rodeaba y a Candy le complacía mucho responderle, aunque a veces no tenía respuestas para todo lo que el pequeño preguntaba; también habló mucho de su padre, se notaba que sentía adoración por él y le contó las veces que lo llevaba al río a pescar y cuando lo subía en "Teododa" para pasear; le preguntó si no sentía miedo de montar en un yegua tan grande y el niño le contestó: —"No, voy con mi papá", como si eso fuese garantía suficiente de que no podía pasarle nada.
Unas semanas después Candy se había habituado totalmente a su nueva vida como institutriz. Cada día trascurría en medio de una agradable rutina, sólo interrumpida por las inquisidoras conversaciones que la duquesa viuda sostenía con ella una vez a la semana respecto a los avances del pequeño Charles o los breves encuentros con el duque; entonces él la saludaba cordialmente y le hacía alguna pregunta amable sobre los progresos de Charles, nada que justificara el apretado nudo que se formaba en las entrañas femeninas aunque siempre la miraba con una intensidad desconcertante y más de una vez lo había sorprendido mirándola fijamente, con una expresión de hosca concentración que la ponía francamente nerviosa. A Candy le costaba trabajo conciliar la imagen dura y distante del duque que tenía ella con la que le presentaba el niño, pero tenía que ser sincera con ella misma y reconocer que a través de los ojos de Charles encontraba en el duque cualidades a admirar: no era común encontrar un noble tan entregado a su hijo como Lord Terrence lo estaba al pequeño Charles, lo normal es que los progenitores mostraran un educado interés por las actividades de los hijos durante unos breves minutos diarios y el resto del tiempo confiaran su cuidado a niñeras e institutrices. Ahora precisamente estaban juntos y ella tenía la tarde libre, ya que hasta la hora de la cena no debía volver junto al pequeño por expreso deseo de su padre. Estuvo ayudando a su madre a elaborar la lista de provisiones que Thomas tenía que recoger del pueblo, ella escribía mientras su madre dictaba ya que su vista era mucho mejor. Luego salió a pasear por los jardines, le encantaban los olores y la paz que se respiraban en el lugar; mientras vagaba sin rumbo fijo pasando la mano sobre los setos iba pensando en lo feliz que se sentía allí, si no fuese por la incomodidad que le provocaba el duque su estancia en Grandchester sería perfecta: adoraba al pequeño Charles, tenía a sus padres, a Archie; también estaba Annie, la única de las sirvientas de la casa que tenía aproximadamente su edad y con la que podía trabar amistad. Debía reconocer que era algo taciturna y reservada pero Candy había notado que solía mirarla fijamente siempre que coincidían —generalmente cuando llevaba a Charles a visitar a la duquesa o bien durante el desayuno— y creía que la joven deseaba ser su amiga pero su timidez se lo impedía. Su madre le había comentado que Annie había llevado una vida muy dura: por lo visto su padre bebía más de la cuenta y cuando esto ocurría solía maltratarlas a ella y a su madre. Eso explicaría su reticencia y reserva, pensó Candy, trataría de ser aún más amable con ella. Por otra parte, la duquesa le resultaba demasiado distante pero ella sabía comportarse de acuerdo al lugar que ocupaba como empleada de la casa y no le provocaba la incertidumbre que el duque despertaba en ella, no podía comprender porqué se alteraba tanto en su presencia, incluso tenía la sensación de que podía presentir cuando entraba en la misma habitación en la que ella se encontraba ya que aunque no lo viese un extraño cosquilleo en su nuca le avisaba de su llegada; debía admitir que se sentía fascinada por él: su aspecto físico, el trato con su hijo, su apostura y seguridad…En ese momento oyó la risa de Charles seguida de la voz profunda del duque; seguramente estaban tras los setos de los rosales, donde había un pequeño refugio semicircular con un banco. Intentó alejarse sin molestarles y sin hacer notar su presencia y justo cuando se daba la vuelta escuchó la vocecita de Charles llamándola. Tragando saliva y obligando a sus tensos músculos faciales a esbozar una sonrisa se volvió y vio al pequeño sobre los anchos hombros de su padre, sintió un vacío en el estómago ya que visto así parecía tan accesible, tan cercano….
— ¡Vaya Charles! ¡Sí que has crecido! —se alegró al comprobar que su voz sonaba tranquila.
— No he crecido "Candy", me ha cogido mi papá…¡¡mira!! —dijo señalándolo alegremente.
— ¡Oh, ya veo!
Lord Terrence bajó a Charles de los hombros sin apartar la vista de ella, por más que lo había intentado no lograba sacarla de su mente, era consciente de su presencia con todos los poros de su cuerpo, ansiaba comprobar si su pelo era tan suave como parecía, si era tan apasionada como sus ojos y la terquedad de su barbilla sugerían; sabía que era absurdo sentirse así pero no era capaz de evitarlo, el deseo que ella le despertaba parecía tener voluntad propia y cada vez le costaba más mantenerse alejado. Era una experiencia nueva para él, jamás sus emociones habían gobernado su voluntad, solía reírse de las manifestaciones grandilocuentes y apasionadas y estaba absolutamente convencido de que ninguna mujer sería capaz de captar su interés hasta el punto de colarse sin permiso en sus pensamientos. Charles interrumpió sus cavilaciones intentando bajarse y corriendo hacia Candy una vez que lo consiguió, ella lo alzó en sus brazos y acercó su nariz a la suya a la vez que ambos reían; esta imagen hizo que se le acelerase el pulso; se sentía contento de ver cómo su hijo se había encariñado tan pronto con ella y el sentimiento parecía mutuo, daba la impresión de que los Grandchester no podían resistirse a Candy, primero su padre y ahora su hijo y él.
—"Candy" papá me ha dicho que mañana vamos a pescar, tú te vienes ¿vale?
—Bueno cariño, creo que yo sería una molestia, seguramente tu papá quiere estar contigo y…—el duque la interrumpió:
—Por supuesto que vendrá Charles, seguramente lo pasaremos mejor cuantos más seamos.
—¡¡¡Sí, sí!!! —chilló Charles con entusiasmo.
Candy se sintió indignada por la forma en que el duque imponía su voluntad, no pudo ni quiso evitar dirigirle una mirada furiosa; lejos de mostrarse sorprendido o enfadado pareció divertido ya que levantó la comisura de los labios y la miró sardónicamente. Ignorando totalmente la ardiente mirada de Candy dijo, dirigiéndose a su hijo:
—Charles, vuelve con Candy, yo tengo una reunión con el señor Sheetdown y debo irme ya.
El señor Sheetdown era el administrador de la extensa finca de los duques de Grandchester y solía reunirse tres veces por semana con el duque; el resto de los días el duque salía a supervisar personalmente el trabajo en la finca de los campesinos y los ganaderos y los fines de semana los pasaba en Londres, seguramente con su amante. Este pensamiento la perturbó, pues imágenes confusas de Lord Terrence con su amante invadían su mente sin poder evitarlo.
Él pasó a su lado inclinando levemente la cabeza y se dirigió hacia la mansión; ella se quedó allí, con Charles en brazos y siguiéndole con la vista, hasta que, enfadada consigo misma, se obligó a retirarla.
Un poco más tarde se hallaba con Archie, mirando como daba de comer a los caballos y limpiaba el establo; a pesar de que todos los sirvientes comían juntos en la cocina, esos momentos que ella iba al establo eran los únicos que tenían para hablar realmente. En ese momento Archie le sorprendió preguntando:
—¿Qué te parece Annie? —a pesar de que no había dejado de realizar sus tareas Candy notó en su tono de voz que la respuesta de ella era importante para él.
—Pues…., no la conozco muy bien, parece algo tímida, pero supongo que es buena chica, ¿por qué me haces esa pregunta?
—Bueno, últimamente la he acompañado un par de veces a la iglesia y…—sin poder creérselo Candy observó que Archie enrojecía violentamente y ella rompió a reír.
—¡¿Estás enamorado de Annie?!
—Oh, no, enamorado no —Archie parecía francamente incómodo—pero…siento que me atrae, me gusta estar con ella.
—Eso es fantástico, Archie —Candy se sentía encantada— ¿desde cuándo te sientes así?
—No sabría decirte —la incomodidad del joven era evidente, pero aún era mayor su deseo de compartir con Candy unos sentimientos que nunca antes había expresado en voz alta— al principio me llamó la atención por su belleza… luego me sentí intrigado por su reserva y la tristeza de sus ojos…..
—Si, yo también lo he notado, aunque cuando tú estás delante parece cobrar vida y transformarse en otra persona…
—Oh, Candy…ella es fantástica —a pesar de que lo acababa de negar, al hablar de Annie Archie ponía de manifiesto que estaba profundamente enamorado de la joven— cuando hablas con ella te das cuenta de que es una persona sincera, leal y bastante divertida….a mí me recuerda a una concha que aún siendo bonita por fuera guarda dentro lo mejor.
Candy reía con regocijo escuchando a Archie:
—Vamos no niegues que estás enamorado, sólo hay que escucharte cómo hablas de ella.
Archie no respondió pero con su sonrisa y su silencio aceptaba lo que no había querido expresar con palabras.
Esa noche mientras todos cenaban en la cocina Candy observó disimuladamente a Annie y sintió gran excitación cuando vio que ésta dirigía miradas furtivas a Archie; además, cada vez que él hablaba ella dejaba de comer y lo contemplaba embelesada; no podía asegurarlo pero parecía que había un romance a la vista y se alegró mucho por Archie. Se propuso a si misma acercarse más a Annie, hacerse amiga suya y tratar de averiguar si los sentimientos de su querido Archie eran correspondidos. Cuando la cena terminó Candy se dirigió a la habitación de Charles, seguramente ya había terminado de cenar; las comidas y cenas las solía hacer con Jane, a veces ella compartía esos momentos con ambos pero intuía que Jane agradecía pasar un rato a solas con el pequeño a quien tanto quería.
Al empujar la puerta de la habitación del pequeño se encontró allí a Lord Terrence tirado en el suelo junto a su hijo jugando ambos con un precioso caballo de madera.
—Perdón —se disculpó— no sabía que estaba usted aquí. Luego volveré.
—No —la detuvo él— no es necesario que se vaya señorita White. Quédese a jugar con nosotros.
—¡Sí, sí, Candy!¡Tú coge el otro caballo, y tú papá, el león!
Dejándose ganar por el evidente entusiasmo del pequeño, a pesar de la incomodidad que le producía la cercanía del duque se arrodilló junto a ellos e hizo lo que el pequeño le pedía: el juego consistía en hacer que los caballos fueran trotando mientras el león los perseguía. A pesar de que escuchar al duque imitar los rugidos de un león podía resultar divertido, Candy se sentía perturbada ya que debido a la proximidad sentía el aliento del duque en la nuca y esto hacía que el fino vello de sus brazos se erizara….menos mal que las mangas del vestido eran largas. Debido a su distracción, el león que manejaba el duque se echó sobre ella y él, mirándola fijamente a los ojos, dijo:
—Te atrapé.
Las miradas de ambos se quedaron prendidas una de la otra, parecían hipnotizados y por un instante de locura Candy sintió que sólo estaban ellos dos en la habitación; fue una sensación irreal, extraña. Gracias a Dios Charles rompió el hechizo exclamando:
—¡A mi no me has "trapao"!
Lentamente el duque apartó la mirada de ella y corrigió a su hijo:
—Se dice atrapado hijo —y a la vez que lo decía dio un gran salto con el león de madera y lo echó sobre el caballo de Charles, que rompió a reír: — Bueno jovencito, creo que ya es hora de irse a la cama.
Candy, que hasta ese momento había permanecido muda se levantó y asintió:
—Así es Charles, da las buenas noches a tu padre.
Un poco más tarde, en la biblioteca, Terry permanecía sentado en un sillón tomándose una copa del excelente licor francés de sus bodegas. Se sentía irritado y molesto ya que le parecía que había puesto en evidencia el enorme deseo que sentía hacia Candy, no dejaba de comportarse como un adolescente atontado: primero invitándola a acompañarlos a pescar y luego a quedarse en la habitación de Charles con ellos; menos mal que se había propuesto ignorar a la joven, pensó con ironía. La situación se le estaba escapando de las manos, pensaba en ella continuamente y la perspectiva de pasar la velada con Susana ya no le parecía tan interesante; confiaba en que la inocencia de la joven le ocultara sus verdaderos sentimientos, no quería pasar por la humillación de verse expuesto ante ella babeando y rendido a sus pies. Al día siguiente, cuando fueran a pescar la trataría como lo que era, estrictamente una empleada, de confianza, pero empleada al fin y al cabo: se acabarían las miradas de cordero degollado, o al menos, eso esperaba.
