Capítulo 3

Candy tenía cogido de la mano a Charles, se encontraban ambos en el vestíbulo esperando a Lord Terrence. El nudo de aprensión que parecía acompañarla siempre que se encontraba con el duque le dificultaba la respiración, debía concentrarse en respirar tranquila y profundamente, pues si no lo hacía así se encontraba tomando aire como si este se fuera a acabar. El pequeño Charles la miró extrañado y dijo, quejándose:

—¡Ay! ¡Me haces pupa!

Candy aflojó la mano a la vez que se inclinaba y depositaba un beso sobre la coronilla del niño. Se regañó a si misma, su nerviosismo era totalmente injustificado, sólo iba a pasar una tarde de pesca con su pupilo, eso era lo que tenía que pensar y lo que se repetía constantemente, pero para Candy todo lo que concernía al duque le afectaba de una manera muy extraña: cuando lo veía su pulso se disparaba, si este le hablaba le daba la sensación de que se volvía torpe y tonta pues no era capaz de seguir su conversación con naturalidad, cuando alguien comentaba algo sobre él, por nimio que fuera, toda su atención se volvía hacia sus palabras….Ella trataba de no pensar mucho en el porqué de estas reacciones y lo atribuía a la natural curiosidad, aunque en realidad era consciente de que nada en su actitud hacia él era natural, sólo esperaba con fervor que él no notase nada extraño en su forma de comportarse.

Su madre les había preparado una cesta con algunas viandas por si les daba hambre; a ella toda la situación se le antojaba irreal: la institutriz iba a pasar un alegre día de pesca con su pupilo y con nada más y nada menos que un duque, pero nadie más que ella pareció ver extraña la situación, bueno ella y la duquesa viuda. Cuando poco antes Charles había hecho la habitual visita matutina a su abuela ésta había notado en el pequeño una gran inquietud; al hacérselo notar a Charles, éste con todo su candor infantil había respondido:

—Es que mi papá nos está esperando porque vamos a pescar.

La duquesa la miró con la barbilla baja y levantando exageradamente la vista, como si la mirara por encima de unas lentes imaginarias.

—¿Tú también vas, muchacha?

—Así es milady.

La duquesa no añadió nada más pero Candy había adivinado que la idea no le parecía demasiado adecuada; había buscado la mirada de Annie que se encontraba tras la duquesa, como casi siempre, y no pudo deducir nada por su expresión ya que esta permanecía tan seria como acostumbraba. A decir verdad Candy sólo había visto relajarse el semblante de la joven cuando miraba o hablaba con Archie, entonces parecía transformarse y una gran alegría invadía su mirada. Era una chica extraña y Candy desconfiaba un poco de ella pero si era sincera consigo misma tenía que admitir que tal vez se trataran de celos ya que jamás había tenido que compartir el cariño de Archie con nadie.

Escucharon los fuertes pasos de Lord Terrence y Charles se soltó de su mano y salió corriendo al encuentro de su padre:

—¡¡Papá, papá!! ¡Vámonos ya!

Terry revolvió cariñosamente el oscuro pelo de su hijo. Llevaba en la mano dos cañas, una de ellas muy pequeña.

—No seas impaciente, no tardaremos nada en llegar.

Candy permanecía en silencio, tratando de dominar sus emociones. Al verla de pie en el vestíbulo el duque inclinó levemente la cabeza y murmuró:

—Buenos días señorita White.

—Buenos días Lord Terrence.

—¿Está usted lista para pasar un día de pesca con un experto pescador de tres años?

—Yo diría que sólo cabe decir sí, si no quiero enfrentarme a las iras del pequeño Charles.

El duque le sonrió abiertamente y a ella el corazón le dio un vuelco: si generalmente era un hombre de un atractivo imponente cuando sonreía podía provocar que cualquier corazón femenino se detuviera dentro del pecho.

El camino hasta el recodo del lago era precioso: tenían que cruzarlo casi completamente y adentrarse un poco hacia el oeste, allí vieron una pequeña ensenada y a sus espaldas como mudos centinelas altos y frondosos álamos plateados movían sus hojas al compás de la suave brisa. El camino lo hicieron en total armonía, ambos cogiendo de la mano a Charles y respondiendo a las infinitas preguntas que les formulaba el pequeño; cuando llegaron al lugar en el que iban a pescar Candy eligió el pie de un gran álamo para soltar la cesta y se acercó hacia padre e hijo para observar como preparaban las cañas.

—No he traído una caña para usted pero he pensado que podríamos compartir la mía.

—Oh, bueno, no se preocupe, a mí ya me resulta encantador observar este paisaje y me divertiré mucho viendo como pescan usted y Charles.

—Seguro que yo cojo más "pescados" que mi papá.

Por una vez Candy se adelantó al duque a la hora de corregir al pequeño:

—Se dice peces, Charles. La palabra "pescado" se utiliza cuando el pez ya está muerto y listo para ser cocinado— Terry la miró brevemente aunque no dijo nada.

Mientras padre e hijo buscaban posiciones para colocarse y comenzar a pescar, ella decidió dar un paseo por los alrededores.

La mañana trascurrió de una forma realmente encantadora; ninguno de los dos pescó nada pero eso no influyó en el buen humor general ya que estuvieron bromeando todos y riéndose de las ocurrencias del pequeño Charles. Ambos, padre e hijo, hicieron un alto para comer algo, Candy extendió el mantel y sacó las viandas que su madre les había preparado: empanadas de trucha, bollos rellenos, dos tipos de queso, fruta y una botella de vino. Durante la comida el pequeño no dejó de parlotear provocando en más de una ocasión francas carcajadas en su padre, Candy hubiera querido imitarlo pero no estaba bien visto que una señorita riese tan abiertamente así que más de una vez tuvo que taparse la boca con la mano para evitar romper las reglas del decoro riendo a carcajadas. A su pesar no pudo dejar de observar los largos y firmes tendones del cuello de Lord Terrence cada vez que este echaba la cabeza hacia atrás para reírse, haciendo que se preguntara qué sentiría si posase allí sus labios; este pensamiento hizo que se sonrojase como si lo hubiera expresado en voz alta, en ese momento se levantó aturulladamente y se alejó unos pasos, murmurando algo sobre el calor que hacía. El duque la miró fijamente haciendo que la joven temiese que pudiese haberle leído el pensamiento; ella se acercó hasta la orilla del lago y se arrodilló junto al agua, mojándose la punta de los dedos y pasándolos por su frente y cuello. Terry miraba con avidez cada uno de sus gestos olvidada totalmente su intención de mantenerse a distancia de la joven: desde que la había visto parada en el vestíbulo seria y visiblemente nerviosa había sabido que iba a ser imposible ignorarla, lo que no había previsto es que iba a ser tan dolorosamente consciente de cada un de sus gestos, de sus sonrisas, de sus palabras, bebiendo cada pequeño pedazo de información que recibía de ella como un hombre sediento bebería el agua de un manantial. Lo sacó de su ensimismamiento el súbito silencio y la rítmica respiración de su hijo: Charles se había quedado dormido. Lo tapó con su chaqueta y se tumbó junto a su hijo con los brazos bajo la cabeza mirando a Candy en silencio. Para ocultar la incomodidad que su escrutinio le producía la joven pidió permiso al duque para intentar pescar con su caña.

—Por supuesto señorita White, será un placer ver si tiene usted éxito con estos peces tan inteligentes y esquivos.

Tras decir esto se incorporó y se quedó mirándola, ella se acercó, cogió la caña, diestramente metió el gusano en el anzuelo y lanzó el sedal al agua. Terry la miraba fascinado, era obvio que no era la primera vez que pescaba y al poco rato comenzó a tirar de la caña y sacó un hermoso ejemplar. Terry no daba crédito a la pericia de Candy; levantándose y acercándose a ella exclamó:

—¡Qué sorpresa señorita White! ¿Cuándo aprendió a pescar?

—Oh, solía venir al lago con Archie —se sentía ligeramente complacida por la admiración que notaba en la voz del duque— él me enseñó a pescar, es muy diestro

Terry se preguntó si Archie también sería diestro en otros asuntos, en tres largas zancadas se colocó junto a la joven, observando como ella sacaba el pez del anzuelo y lo dejaba en la hierba.

— Es una pena que Charles esté dormido y no pueda ver su captura…y dígame señorita White, ¿frecuenta usted mucho la compañía del joven Archie?

—Ahora menos que antes pues nuestras respectivas obligaciones nos dejan menos tiempo libre pero solíamos estar siempre juntos. Él me enseñó no sólo a pescar, si no también a nadar, trepar a los árboles e incluso una vez salimos a cazar conejos….

Terry sintió el aguijonazo de los celos y eso le sorprendió muchísimo; no le gustaba la familiaridad con la que Candy hablaba del joven y la estrecha relación que era evidente que mantenían, seguramente por eso no pudo evitar que su voz sonara áspera y mordaz al exclamar:

—Parece que tiene usted muchos talentos ocultos, señorita White —a la vez que decía esto alargó la mano y acomodó tras su oreja el habitual y rebelde mechón rubio que siempre escapaba de su moño.

Ese contacto les sorprendió a ambos: a ella porque jamás hubiera imaginado un gesto tan tierno del duque hacia ella, a él porque a pesar de ser el que lo había realizado no fue consciente de que quería tocarla hasta que sus dedos rozaron su firme mentón. Terry pudo constatar que su pelo era tan suave como parecía y ella sintió que un escalofrío recorría toda su columna; se apartó bruscamente de él y al hacerlo tropezó con una piedra y cayó al suelo. A causa de los nervios y de lo extraño de la situación rompió a reír a la vez que el duque le daba la mano y la ayudaba a levantarse pero la risa se le cortó en seco al darse cuenta de que Lord Terrence no le soltaba la mano y la miraba con gran intensidad: en ese momento él la acercó a su cuerpo y la sujetó por la cintura a la vez que agachaba la cabeza y la besaba. Candy se quedó totalmente aturdida, tanto que en un primer momento no fue consciente de lo que estaba pasando, pero pronto la suave presión de los labios del duque que le daba pequeños besos en la comisura de los labios hicieron que con un suspiro empezara a responderle, besándolo a su vez y pasando los brazos tras su cuello. Sintió como Lord Terrence metía suavemente la lengua en su boca y notó un extraño calor en su interior a la vez que se le escapaba un gemido; este sonido pareció despertar algo salvaje en el duque pues su beso se tornó más profundo, más íntimo, más apasionado….en ese momento oyeron la voz de Charles:

—¿Papá?

Se separaron bruscamente y mientras él se dirigía hacia donde su hijo se había sentado frotándose los ojos ella se volvió hacia el lago, intentando tranquilizarse sin conseguirlo. Le parecía imposible poder afrontar la situación después de lo que acababa de suceder, así que cogió la cesta y sin mirarlo dijo:

—Iré adelantándome si no le importa, Lord.

Él se limitó a asentir mientras ayudaba a su hijo a levantarse y se dirigía hacia la orilla a recoger las cañas. Candy esperaba que le diese tiempo a alejarse antes de emprender ellos el regreso, sinceramente no se veía capaz de volver a mirar al duque a la cara, ¿qué le había pasado? ¿Cómo había permitido que él la besara? Y no sólo lo había permitido, no, había colaborado y había disfrutado, ¡cómo había disfrutado! Lo que había sentido había sido….¡oh Dios! Jamás había experimentado tanta excitación, tanto deseo por alguien: había deseado ese beso, había querido prolongarlo, no acabar jamás, sentir los labios del duque por todo su cuerpo…Esos pensamientos le produjeron gran vergüenza, debía acabar con ellos de inmediato ya que sólo la conducirían al desastre. Mientras caminaba como si la persiguiese una manada de lobos pensó que no podría huir siempre del duque y que su actitud debería ser normal, como si ese beso jamás hubiese sucedido, para no dar pie a que pudiese suceder de nuevo…por más que lo desease.

Al día siguiente era domingo y Candy estaba terminando de colocarse el sombrero; iba a acudir a la iglesia con sus padres como solía hacer cada semana. Desde el incidente de la mañana anterior no había vuelto a ver al duque, ni siquiera cuando acostaba al pequeño Charles, se preguntó si él también deseaba evitarla a ella pero pronto desechó este pensamiento: él era un duque, si le apetecía algo lo cogía y ya está, dudaba que ni siquiera le hubiese dedicado un segundo pensamiento a ese beso que para ella había sido tan devastador. Aún no se sentía preparada para enfrentarse al duque así que deseaba con todo su corazón no verlo y si bien era cierto que el duque, junto con la duquesa viuda y Charles acudía también a la iglesia, ellos se sentaban en los bancos delanteros mientras el resto del pueblo y los sirvientes lo hacían atrás, no tenían apenas ocasión de verse. Otra cosa distinta iba a ser evitarlo cuando acudiese a jugar o a acostar al pequeño Charles; si bien el domingo era su día libre, solía jugar un rato con él por la tarde o paseaban juntos y siempre lo acompañaba a la hora de acostarse; era entonces cuando solía coincidir con el duque, que acudía a darle las buenas noches a su hijo. Ella no quería renunciar a pasar estos momentos con Charles pues realmente le reconfortaba la compañía del pequeño y había llegado a cogerle un cariño inmenso.

Cuando hubo terminado su arreglo personal bajó a las dependencias del resto de los sirvientes y vio que sólo faltaba ella, sin duda se le había pasado el tiempo pensando en Lord Terry: parecía que últimamente no podía hacer otra cosa, él ocupaba todos sus pensamientos. Vio con regocijo como Archie ofrecía su brazo a Annie que lo aceptaba obviamente encantada, aunque no se le escapó una extraña mirada de reojo que le dirigió al hacerlo pero resolvió no darle mayor importancia, tal vez todo se debía al estado de susceptibilidad en el que se encontraba. Una vez en la iglesia todo sucedió como había supuesto: pudo ver a los Grandchester en el banco delantero pero exceptuando la reverencia que realizaron todos los sirvientes cuando pasaron a su lado no tuvo más contacto con él. Más tarde, por su madre, supo que el duque había ido a Londres, así que pasó todo el día con Charles, aunque ni siquiera el constante parloteo del pequeño consiguió que su pensamiento se apartara ni un segundo del duque.

Esa misma tarde Annie paseaba por los jardines con Archie, cogida de su brazo. Se sentía enormemente feliz: llevaba tres años trabajando en la casa y sólo uno como doncella personal de la duquesa viuda que la había tomado a su servicio cuando su predecesora había fallecido de una repentina embolia cerebral. Antes de unirse al servicio de Grandchester House vivía en el cercano pueblo; con su sueldo le daba para ahorrar un poco y ayudar a su madre, que había quedado viuda hacía un año, aunque a decir verdad ninguna de las dos lamentó la muerte del hombre que las había tratado peor que a animales. Desde que llegó al servicio de la casa se había sentido fascinada por el apuesto y alegre Archie aunque sólo coincidían durante las comidas y la visita dominical a la iglesia; él siempre la había tratado con amabilidad y respeto, haciéndola sentir importante y apreciada. Era el primer hombre con el que se sentía cómoda: Archie carecía de ademanes bruscos e impacientes, jamás levantaba la voz y además era capaz de acelerar su pulso con solo una mirada. Para Annie encontrar a Archie había sido cómo ver aparecer el sol tras varios días de oscura tormenta, él había aportado una calidez y una esperanza en su vida que nunca antes había experimentado. En ese último año él parecía haber reparado cada vez más en su presencia y solía pedirle a menudo que le acompañase a dar un paseo. En esos momentos que pasaban a solas disfrutaba enormemente de la conversación de Archie pero sobre todo disfrutaba al contar con toda su atención: sabía que desde la llegada de Candy ambos pasaban mucho tiempo juntos, ella los veía a veces paseando por los jardines de la mansión o salir de los establos. Sentía que Archie se interesaba por ella, sabía además que resultaba atractiva a la mayoría de los hombres ya que tenía un físico muy de moda con su pelo castaño y Liso y sus cándidos ojos grises, por no hablar de un cuerpo lleno de generosas curvas, pero a pesar de esto no podía evitar sentir unos tremendos celos hacia Candy, como la llamaba Archie. A veces se sentía mal y mezquina por esos sentimientos que experimentaba, sobre todo cuando era consciente de los esfuerzos que hacía la joven por ganarse su amistad, pero le resultaba muy difícil abrirse y confiarse a ella, pues no podía dejar de verla como una rival y era demasiado honesta para no actuar de acuerdo a sus sentimientos. Mientras iba pensando todo esto Archie había estado hablando del nuevo caballo que el duque había adquirido para cruzarlo con Teodora, pero de repente se había quedado callado. Sorprendida Annie alzó la mirada hacia él y lo sorprendió mirándola fijamente.

—¿Archie? ¿Pasa algo?

El joven apartó la vista, algo azorado, pero luego, armándose de valor, volvió a mirarla y exclamó:

—Nada, estaba pensando que eres preciosa.