Capítulo 4
—¡¡Vamos Archie!! ¿Y qué dijo ella?
—Ya te he dicho que nada Candy, no insistas.
Candy se estaba divirtiendo mucho aunque le exasperaba un poco la actitud reticente de Archie a la hora de contarle los últimos progresos realizados con Annie.
—¡Oh, Archie! Lo que haces no está nada bien— a la vez que decía esto frunció el ceño e hizo un mohín de disgusto— no puedes ponerme el caramelo en la boca y luego quitármelo.
—De verdad que no dijo nada se limitó a mirarme y yo no sé qué pensar —se levantó del banco circular en el que estaban sentados, el mismo al que solía ir el duque con su hijo y se puso a dar vueltas nerviosamente.
—Bueno, yo creo que ella alberga sentimientos profundos hacia ti.
—¿De veras? —Archie detuvo su paseo y se dirigió hacia el banco, tomando asiento de nuevo a su lado — ¿te ha dicho algo?
—No, no me ha dicho nada, pero resulta evidente por la forma en que te mira: su mirada se ilumina cada vez que te ve, se nota que eres su sol, su luna y sus estrellas, todo en uno.
Archie rió y le cogió ambas manos, apretándoselas cariñosamente:
—Ojalá tengas razón.
Ninguno de los dos se dio cuenta de que alguien se alejaba rápida y silenciosamente. Annie no había podido oír lo que hablaban pero no le hacía falta, podía suponerlo perfectamente. Sintió que le acometían unas terribles ganas de llorar pero pronto su tristeza se vio sustituida por la rabia, ¿a qué estaba jugando Archie? Aunque tal vez se sintiera atraído por las dos y no supiese por cuál decidirse. Claro, eso era; tal vez Candy había sido su primer amor y Archie estaba indeciso; pues bien, ella no pensaba tirar la toalla, no renunciaría así como así al único hombre al que había amado en su vida.
Terry acababa de recibir la visita del vizconde Alistair Cornwell, compañero de Cambridge y su mejor amigo, por añadidura. Ambos habían luchado juntos en Waterloo, habían compartido secretos y algunas mujeres también. Terry había dejado de lado esa vida licenciosa al volver de la contienda; algo se rompió allí para él pues jamás había estado tan en contacto con la miseria humana. A pesar de que habían pasado seis años desde la victoria del duque Wellington sobre las tropas de Napoleón aún lo despertaban atroces pesadillas en las que podía oír el grito de los moribundos y sentir el hedor de la carne quemada y putrefacta; se sentía humildemente agradecido de haber salido vivo e ileso de esa terrible experiencia, no compartía la fascinación por los honores de guerra que estaban tan de moda en esa época; había hecho lo que tenía que hacer: servir a su país luchando con valentía. Su padre tuvo sobrados motivos para sentirse orgulloso de él pero él no se sentía así, pues sabía que lo que más lo había ayudado a seguir adelante era su miedo a verse lisiado para toda la vida. A los dos años de volver de la guerra su padre le planteó la necesidad de asegurarse un heredero, puesto que era su único hijo y fue entonces cuando, muy a pesar de Alistair, empezó a buscar entre las jóvenes debutantes una que le pareciese adecuada para engendrar al futuro duque de Grandchester. No pedía demasiado, sólo que tuviese sangre noble y que no fuese repulsiva a la vista ni de carácter histérico o caprichoso. Su joven esposa había sido una mujer tranquila y educada, apenas había llegado a conocerla pero la había apreciado y había lamentado profundamente lo injusto de su muerte.
—Bueno querido amigo, te hemos echado de menos últimamente en el club, ¿qué te retiene tanto tiempo en el campo? — Lord Alistair se hallaba repantigado en un sillón frente a Terry, con una copa en una mano y un puro en la otra. Encarnaba a la perfección todo lo que un dandy debería ser: atractivo, bribón e incapaz de tomarse nada demasiado en serio, pero Terry sabía que cuando hacía falta era el amigo más leal que se podía desear.
—Ya sabes que no me gusta dejar demasiado tiempo a Charles, disfruto mucho de su compañía, además el pobre no tiene madre y tampoco tiene perspectivas de tener hermanos ¡que menos que sienta que tiene un padre!
—Tiene abuela, que yo sepa la duquesa viuda de Grandchester aún se cuenta entre los vivos.
Terry miró a su amigo socarronamente
—Vamos Alistair, cualquier parecido de mi madre con la imagen habitual de una abuela es pura coincidencia.
Alistair rió entre dientes y a continuación dio una larga calada a su puro.
—¿Y qué piensa la encantadora Lady Marlow de tus cada vez más frecuentes ausencias?
La mención de su amante provocó una ligera incomodidad en Terry ya que automáticamente su mente voló hacia la mujer a la que realmente deseaba: la encantadora, sincera y virginal señorita White.
—Ya sabes que Susana es muy comprensiva, no tiene nada que ver con la bailarina esa con la que estuviste el año pasado —Alistair resopló al oír a su amigo nombrar a Lidia, bailarina del teatro Drury Lane. Encandiló a la inmensa mayoría de la nobleza londinense pero fue él quien se quedó con el premio. Al mes ya no sabía cómo deshacerse de ella, su estupidez era comparable a su belleza y sus exigencias estaban totalmente fuera de lugar en una amante. Resolvió el problema marchándose una larga temporada a su residencia campestre alegando melancolía. Cuando volvió Lidia ya había encontrado un nuevo benefactor.
—Bueno, pero tendrás alguna linda amiga aquí en el campo, una rolliza viuda de mejillas sonrosadas….
—No, de vez en cuando voy a Londres, no he dejado de ver a Susana.
—Sí, pero ya no acudes con la asiduidad de antes…..—de repente puso una expresión horrorizada y añadió— ¿no tendrás problemas con….ya sabes? —a la vez que hacía la pregunta señaló los atributos viriles de su amigo.
—No seas absurdo. A mi verga no le pasa nada…es quizá que ahora estoy algo confuso…—casi al momento de decirlo se arrepintió. No porque no confiase en su amigo, si no porque no quería expresar en voz alta lo que estaba sintiendo; eso sería hacerlo real, plantear un problema que él realmente quería olvidar.
Alistair no iba a dejar que el asunto quedara así; dejó la copa en la mesilla que había a su lado y se inclinó hacia delante mirando inquisitivamente a su amigo y esperando que continuara. Incómodo Terry siguió hablando:
—Se trata de la institutriz de Charles….me siento inusualmente atraído hacia ella, más bien obsesionado, diría yo.
—Bueno ¿y porqué no te la llevas a la cama? Que yo sepa siempre has resultado atractivo a las mujeres, casi tanto como yo, me atrevería a añadir —esto último lo dijo con una enorme sonrisa de autosuficiencia.
—No es mi estilo desvirgar doncellas y ella tampoco parece loca por caer en mis brazos…y aún suponiendo que quisiera…¿lo haríamos aquí, en mi propia casa?
—Si sois discretos no veo dónde está el problema, no serías el primero.
—Yo te voy a decir dónde está el problema….¿recuerdas a mi mayordomo, White?
—Sí, por supuesto, acabo de verlo cuando he llegado.
—Bien, pues la institutriz es la señorita White.
—Vaya, eso sí que es un problema; todo el mundo sabe que los criados siempre se enteran de todo y no sería agradable que tu mayordomo descubra que estás pervirtiendo a su hija…
Terry miró a su amigo a la vez que asentía.
—De todas formas esto es hablar por hablar ya te he dicho que ella no parece deseosa de compartir mi cama, de hecho me evita todo lo que puede….
Candy, totalmente ajena a esta conversación sobre su persona ayudaba a Charles a elegir los cubiertos adecuados entre una gran muestra. Había conseguido mantenerse alejada del duque los últimos días, sólo lo había visto brevemente cuando acudía a dar las buenas noches a su hijo y entonces ella ni lo miraba, pues sabía que en su cara se vería el deseo que sentía hacia él. Sus padres la habían notado más retraída pero ella lo había negado; también Archie le había echado en cara su falta de atención mientras le contaba su último encuentro a solas con Annie, pero tampoco a él le había dicho nada….era tan absurdo, ¿qué iba a decir? ¿Qué se sentía totalmente fascinada y atraída hacia Lord Terrence? ¿Qué él ocupaba todos sus sueños, los que tenía dormida y los que tenía despierta? No se atrevía a poner nombre a estas sensaciones, era la primera vez que las experimentaba y le causaban gran sufrimiento y desazón. Aprovechando la llegada de Jane que iba a bañar a Charles decidió salir fuera a tomar el aire y aclarar sus ideas, tarea imposible, pues cuanto más vueltas daba sobre el tema más confundida se sentía. Al bajar la escalinata vio que la puerta de la biblioteca se abría y de ella salía un apuesto desconocido seguido de Lord Terrence; rápidamente inclinó la cabeza a modo de saludo y siguió su camino hacia la puerta trasera, la que usaba el servicio; no vio, por tanto, la apreciativa mirada que Lord Alistair le dirigió. Este, en cuanto Candy hubo desaparecido del vestíbulo se volvió hacia Terry y levantando una ceja exclamó:
—Déjame adivinar…..acabo de ver a la fascinante señorita White.
—Efectivamente, ¿cómo has sabido que era ella?
—Pues está claro que no es una invitada, pero tampoco lleva el uniforme de las criadas…además por lo poco que he podido ver tiene todo lo necesario para justificar tu ….¿cómo habías dicho? —Alistair fingió pensar durante unos breves segundos— ¡ah, si! Inusual atracción hacia ella…
—¡Oh, por favor, Alistair!— exclamó Terry con fastidio—. Olvida todo lo que te he dicho.
—Lo siento amigo mío, es demasiado jugoso ver al imperturbable duque de Grandchester confundido por una jovencita.
Candy llevaba casi una hora deambulando por los jardines, empezaba a anochecer y la temperatura había descendido bastante. Al sentir el helor de la tarde decidió volver a la casa; salía del pequeño laberinto cuando se topó de frente con Lord Terrence. Este la había visto paseando por los jardines cuando despedía a Alistair y desde el momento en que la vio no había podido apartar la vista de ella, de regreso a la casa se sorprendió a si mismo ya que, como si sus pies tuvieran voluntad propia, se dirigió hacia donde había divisado a la joven.
—¡Oh, disculpe milord! —a pesar de lo que él le había pedido el primer día que se conocieron no levantó la mirada del suelo, no se atrevía, ya que era consciente de que un revelador sonrojo se había apoderado de su rostro.
Él levantó suavemente su barbilla:
—Candy ….
La sorpresa al oír que él se dirigía a ella por el diminutivo de su nombre hizo que lo mirara directamente a los ojos. Le dio la impresión de que se hundía en una noche de tormenta. Apartó bruscamente la cabeza:
—Lo siento, debo volver dentro.
—¿Tienes miedo Candy?
"¡¡Sí!!" habría deseado gritar, "tengo miedo de que me mires, de que me toques, porque sé que en tus manos seré como cera blanda…..", en cambio murmuró:
—Por supuesto que no, milord.
—Pues deberías.
Sorprendida lo miró con algo muy parecido al temor reflejado en su rostro:
—¿Por qué dice eso, milord?
—Porque mis pensamientos hacia ti no son los pensamientos que debería inspirarme la institutriz, porque cada vez me cuesta más trabajo no tocarte, no volver a besarte….
—Le ruego por favor que no vuelva a expresar esos pensamientos en voz alta, —le interrumpió ella bruscamente— no soy de las que van buscando un sitio en la cama de los nobles y me ofende…
—¿De verdad te ofendo? ¿No será que tú sientes lo mismo que yo?
"¡Dios mío! ¡Lo había notado!"
—Por supuesto que no, me confunde usted con alguna de sus…meretrices —nada más decir esto se tapó horrorizada la boca y dio un paso atrás, ¿qué perverso pensamiento le había hecho decir estas palabras?
El duque, furioso, la atrajo contra su pecho y con los dientes apretados sólo dijo una palabra:
—Demuéstramelo.
Mientras la boca del duque se cernía sobre la suya supo que estaba perdida, aún así intentó mostrarse firme, resistir el empuje de su lengua que le exigía el acceso a su boca. Entonces él cambió de táctica y deslizó sus labios por su cuello; el contacto de su boca justo donde le latía el pulso le hizo suspirar momento que aprovechó el duque para apoderarse de su boca y abrazarla más fuerte contra su pecho. Ella ya no sentía el frío del atardecer, sólo sentía la dureza del pecho masculino contra sus senos, la tirantez de sus propios pezones al tensarse contra la tela de su vestido, la calidez y humedad de la boca del duque que acariciaba el interior de la suya y su propia humedad que le hacía sentir un vacío en el vientre que no había experimentado nunca. No percibió cómo el duque la empujaba suavemente con su cuerpo para resguardarse en el laberinto, ni siquiera notó cómo le desabrochaba los botones de su vestido y se lo bajaba hasta casi la cintura, todo esto sin dejar de besarla. Ella respondía frenéticamente a sus besos y caricias, lo agarraba del pelo para acercarlo, suspiraba, gemía…. luego, más tarde se avergonzaría, pero eso sería luego. De pronto contuvo bruscamente el aliento: sobre la camisola sintió la húmeda boca del duque, que besaba y succionaba suavemente su pezón; sintió que las piernas le temblaban, que si no fuese por las manos del duque que la sujetaban fuertemente se desplomaría al instante. Comenzó a acariciar su espalda mientras él atormentaba deliciosamente sus sensibles pezones, entonces de repente él se separó de ella. Candy aturdida lo miraba sin apenas verlo, con la respiración jadeante y sin ser apenas consciente apretó la parte delantera del vestido contra su pecho. Él parecía igual de confundido que ella, se pasó nerviosamente la mano por el despeinado cabello y murmurando: —"¡Dios mío!" se dio la vuelta y se fue.
Candy se dejó resbalar lentamente hasta el suelo, escondió la cara entre las manos y rompió a llorar.
