Capítulo 5
No notó que alguien se acercaba hasta que le pusieron su capa gris marengo sobre los hombros; al alzar la vista vio que se trataba de su madre y rompió a llorar de nuevo. Su madre se limitó a abrazarla.
—¿Cómo sabías que estaba aquí?
—Os vi entrar en el laberinto por la ventana de la galería….
Candy no dijo nada más aunque había reparado en el plural que había utilizado su madre. Se levantó del suelo y cogida de su brazo anduvieron hacia la casa.
Poco más tarde, sentada en la habitación que compartían sus padres y frente a una reconfortante taza de té esperó a que su madre hablase primero; esta se limitaba a mirarla con expresión seria pero no había rastro de enfado ni reproche en su mirada. Al rato preguntó quedamente:
—Hija mía, ¿ha sucedido algo irreparable?
Candy no tenía más experiencia con los hombres que la que le había proporcionado el duque pero aún así sabía perfectamente a lo que se refería su madre, no era una señorita de la nobleza, se había criado entre gente común mucho más francos a la hora de hablar y actuar que los pertenecientes a la clase alta, había visto bestias pariendo y copulando, e intuía que entre los seres humanos las cosas sucedían de forma muy parecida.
—No lo que tú temes, pero sí, ha ocurrido algo irreparable —alzó la vista de su taza de té, miró a los ojos a su madre y valientemente añadió: — me he enamorado de Lord Terrence—. Poner nombre a sus sentimientos fue tan liberador como aterrador, Candy sospechaba la profundidad de sus sentimientos pero hasta el momento en que había comprobado cómo su cuerpo había reaccionado al contacto del duque no vio con claridad lo que sentía hacia él.
—Eso ya lo suponía como supongo también que eres consciente de que debes olvidar esos sentimientos…..
—Lo sé madre, y créeme, lucho contra ellos cada segundo de mi vida, pero parece que cuanto más intento no pensar en el duque, más presente lo tengo….
—Deberás evitarlo todo lo que puedas.
Su madre no hacía más que expresar en voz alta lo que ella ya sabía: los duques no se casaban con institutrices que no tenían nada que ofrecer, ni siquiera una mísera gota de sangre azul corriendo por sus venas, la otra opción que tenía, convertirse en su amante, se le antojaba intolerable.
Los días que siguieron al desgraciado episodio del laberinto supusieron un respiro para Candy ya que no volvió a encontrarse a solas con el duque. Con sorpresa constató que él también parecía evitarla, quizá porque era igual de consciente que ella de lo inapropiado de la situación; al menos le quedaba el consuelo de que él no pretendía abusar de su posición para lograr sus objetivos.
Estaba tumbada en la cama, a oscuras; ya hacía un buen rato que todos se habían ido a dormir, pero a ella últimamente le costaba muchísimo conciliar el sueño: el anhelo que sentía hacia el duque le impedía descansar y apenas concentrarse; andaba por la casa como un fantasma: pensativa y triste; su madre la miraba con silenciosa compasión y su padre mantenía la misma actitud de siempre aunque había preguntado extrañado si se sentía enferma, hacía varios días que no buscaba la compañía de Archie, se sentía indiferente a todo y sólo la presencia del duque lograba que volviese a sentirse viva, aunque sus emociones eran más de temor por sus propios sentimientos que de verdadero placer. De repente oyó unos extraños sonidos procedentes de la habitación de Charles; rápidamente se puso una bata sobre el recatado camisón y se encaminó hacia la habitación de al lado mientras se anudaba la bata a la cintura. Al entrar vio a Charles inclinado sobre la cama y vomitando; se sentó a su lado y le acarició la frente: estaba ardiendo. En cuanto al niño se le hubieron pasado las arcadas fue a avisar a Jane que rápidamente acudió y se hizo cargo de la limpieza de la habitación. Charles gemía suavemente con los ojos cerrados, de vez en cuando se quejaba y se llevaba las manos al estómago. Candy estaba muy preocupada, la fiebre del niño era muy alta.
—Debería verlo el doctor —comentó para sí misma, olvidándose incluso de la presencia de Jane
—Ahora mismo le digo a Thomas que vaya a buscarlo.
—Alguien debería avisar al duque también.
Jane la miró horrorizada.
—¿Quién crees tú que se va a atrever a despertarlo a estas horas? Esperemos a ver lo que dice el doctor.
Candy sacudió la cabeza:
—No, no, Jane. Tú, al igual que yo sabes la devoción que el duque siente por su hijo. No le gustará que le hagamos esperar.
—Muy bien entonces, ve tú misma y díselo. No perdamos más tiempo; yo avisaré a Thomas.
Candy estuvo a punto de protestar, seguramente cualquier criado podía desempeñar esa tarea, pero calculó el tiempo que perderían y el consuelo que a Charles le daría contar con su padre y sin querer meditarlo más se dirigió hacia las habitaciones del duque situadas en la misma planta pero en distinta ala de la casa. Tocó suavemente en la puerta y enseguida oyó la voz del duque autorizando el paso: o bien tenía un sueño muy ligero o bien estaba despierto. Al abrir la puerta apenas pudo distinguirlo; alzó la vela que llevaba justo cuando Lord Terry se incorporaba. Sintió cómo se quedaba sin aliento: la camisa de dormir que llevaba estaba abierta hasta la mitad del pecho, revelando una musculatura no demasiado abultada pero sí muy marcada, cubierta con un rizado vello negro. La sorpresa del duque también fue memorable, sintió que sus sueños se materializaban: mil veces la había imaginado en su dormitorio, aunque en sus ensoñaciones ella aparecía tumbada en su cama y desnuda. Candy fue la primera en apartar la vista y murmurar:
—Charles se encuentra enfermo, creo que quizá usted quiera verlo.— Sabía que era cobarde, que el duque querría saber más detalles y probablemente se quedaría preocupado, pero no añadió nada más y salió rápidamente de la habitación.
El duque no tardó nada en aparecer en la habitación de su hijo, se había puesto un batín sobre su camisa de dormir y llevaba unas zapatillas de aspecto mullido. El doctor aún no había llegado, Jane se hallaba de pie, retorciendo sus manos y Candy estaba sentada al lado de Charles, en su cama; al ver entrar al duque se levantó.
Terry miró a su hijo, estaba muy pálido y respiraba agitadamente.
—¿Qué le pasa? —preguntó sin apartar la vista de Charles.
Le explicaron brevemente los síntomas que presentaba el niño y le informaron también de que Thomas había ido a buscar al doctor. Él se sentó al lado de su hijo y puso la mano sobre su frente; su ceño se arrugó con preocupación, pues notó que la temperatura era muy elevada. El pequeño se quejó débilmente y Terry lo tranquilizó y acarició. Candy sintió encogerse su corazón ante la ternura del gesto; sabía que la forma que tenía el duque de tratar a su hijo era en parte responsable, junto a su gran atractivo, de los sentimientos que experimentaba hacia él. En ese momento oyeron voces en el vestíbulo; pudo distinguir la voz de su padre y otra que no le era familiar, sin duda se trataba de la voz del doctor. Al momento éste, acompañado por su padre, apareció en la habitación. Todos se apartaron para dejar sitio al médico, un hombre ya mayor de aspecto tranquilo y eficiente, quién tras preguntar por los síntomas del pequeño le tomó la temperatura, el pulso y le palpó el vientre. También quiso mirarle las pupilas y por fin se volvió hacia los rostros que, preocupados, esperaban el diagnóstico.
—El señorito Charles sufre un trastorno estomacal, ¿comió algo que le pudiera sentar mal?
Fue Jane la que respondió:
—No creo doctor, él come lo mismo que el duque, sólo que en menor cantidad.
—Yo no he notado ningún síntoma extraño —intervino el duque.
—Bueno, creo que ahora, para bajar la temperatura corporal será conveniente aplicar paños de agua fría en la frente. Su dieta consistirá sólo en caldos de ave y ternera hasta que veamos mejoría y mañana enviaré un tónico a base de manzanilla y camomila para calmar los dolores abdominales.
—¿Cuándo volverá a ver a mi hijo?
—Mañana por la tarde, si no hay novedad.
—Muy bien doctor, seguiremos sus recomendaciones —Lord Terrence estaba realmente serio; Candy se preguntó si desconfiaba de las bondades del tratamiento del doctor.
Jane ya había ido a preparar los paños con agua fría y el doctor salió, dejando la puerta de la habitación abierta. El duque se volvió hacia Candy y le dijo:
—Señorita White, puede ir a descansar. Yo me quedaré con mi hijo hasta que le baje la fiebre.
Ella estuvo a punto de protestar, pero la perspectiva de encontrarse a menos de un metro de él no le apetecía nada, así que acariciando por última vez la cabeza de Charles y besar suavemente su mejilla salió y se dirigió a su habitación.
No habían pasado aún dos horas cuando Candy se levantó de la cama y salió para dirigirse a la habitación de Charles. La preocupación no la dejaba descansar, tenía que comprobar que el pequeño estaba bien; seguramente el duque ya se había ido a su habitación y aunque no fuera así Jane estaría con ellos. Justo cuando se disponía a llamar suavemente a la puerta, esta se abrió y el duque apareció ante sus ojos; no le dio tiempo a reaccionar pues antes de que pudiera decir nada él volvió a cerrar, le hizo un gesto pidiéndole silencio, la cogió del brazo suavemente y la apartó de la puerta.
—Candy, no le he dado las gracias por venir a avisarme, imagino lo que le habrá costado tomar esa decisión….
—No es nada —se sentía turbada por la cercanía del duque y el susurro bajo de su voz tan cerca de su rostro —lo he hecho pensando en Charles. Ahora mismo iba a verlo, no podía dormir….
—Ahora está tranquilo, la fiebre le ha bajado y no ha vuelto a vomitar. Se ha quedado dormido…Jane está con él.
—¡Ah! Tal vez quiera que la releve para descansar —no sabía cómo escapar de la cercanía del duque.
—No creo que nada pueda hacer que Jane se separe de la habitación de Charles.
—Siendo así, iré a dormir —y tratando de escabullirse añadió: — buenas noches.
—Espera….—Terry no sabía lo que iba a decir, ni siquiera fue consciente de haberla detenido hasta que la palabra salió de su boca y su mano la agarró suavemente del brazo. Su proximidad, su pelo apenas recogido, la curva de su cuello, de sus labios….lo tenían totalmente hipnotizado, y sin poder evitarlo bajó la cabeza y la besó: lo hizo con toda el ansia que sentía por ella, la besó diciéndole con sus labios lo que no podía decirle con palabras, porque no conocía las palabras que pusiesen nombre a esos sentimientos.
En un primer instante ella se quedó paralizada pero luego sus manos se aferraron a su cuello y respondió a su beso, como si él le diese el aire que necesitaba para respirar. Notó como la empujaba con su cuerpo hasta acercarla a su propia habitación, justo al lado de donde se encontraban y abría la puerta. Siguió besándola, atormentándola con sus labios y sus manos, que la acariciaban por todas las partes de su cuerpo y en ese momento la tumbó sobre la cama y la cubrió con su cuerpo. La besaba por toda la cara, por el cuello, los párpados y….¡oh Dios! metía la lengua en su oreja, haciendo que la sangre le zumbara de tal manera en los oídos que se sentía mareada. Terry había desatado su bata y ahora desabotonaba los pequeños botones de su camisón, besando y lamiendo cada trozo de piel que descubría. Ella, a su vez, le acariciaba frenéticamente el pelo, la espalda, todo lo que estuviera a su alcance y pequeños gemidos se escapaban de sus labios. Algo muy lejano quería advertirle, infundirle sensatez, pero las sensaciones que la dominaban eran demasiado poderosas para que pudiese resistirlas, ni siquiera podía pensar. En ese momento el duque dejó al descubierto sus pechos y se apartó para mirarlos; ella sintió cómo enrojecía de vergüenza ante la intensidad de la mirada del duque.
—¡Dios santo! ¡Eres preciosa! —su voz, tan ronca, le resultó extraña a él mismo.
Jamás había estado tan encendido, tan fuera de control, sólo sabía que la deseaba, la deseaba, la deseaba….y si no la tenía, moriría. Su sabor, su olor a jabón, la suavidad de su piel, la rotundidad de sus pechos, plenos, redondos y coronados por enhiestos pezones marrones lo habían vuelto literalmente loco. Bajó la boca y lamió un pezón, mientras con sus dedos acariciaba el otro. Ella se arqueó, acercando inconscientemente sus pechos a la boca ardiente que la estaba atormentando; Terry siguió deslizándole el camisón, sin dejar de lamer y chupar sus pezones…a la vez que el camisón iba descendiendo él dejaba al descubierto sus caderas, el centro de su feminidad, sus largos muslos, sus bien torneadas pantorrillas…sintió que ella, presa de la pasión, torpemente le desataba el batín y metía las manos en su camisa de dormir, acariciando su pecho, enredando suavemente sus dedos en el vello que lo cubría. Él empezó a notar que su control se tambaleaba, no podría aguantar mucho más, ¿cómo había podido caer tan profundamente en la seducción de una virgen, él, que había compartido la cama con algunas de las mujeres más experimentadas de su época? A la vez que saboreaba sus pechos con la lengua, acarició lentamente el lugar secreto entre sus muslos y ella dio un respingo. De repente Candy se retrajo, no se sentía preparada para responder a tanta pasión, no sabía lo que se esperaba de ella. El duque notó la reticencia femenina y sintió que el corazón se le encogía dentro del pecho; trató de tranquilizarla:
—Candy, cariño, confía en mí, no tengas miedo…—a la vez que decía esto la besaba y acariciaba lentamente en los párpados, el cuello, la frente, los labios…
Ella se rindió, la ternura de sus gestos, de sus palabras, ese "cariño" que se le había clavado en el alma acabaron por derribar sus últimos miedos y la hicieron responder apasionadamente a sus besos. Él, reconociendo la victoria y temiendo una nueva retirada femenina se despojó rápidamente de la camisa de dormir y se acopló sobre ella. Ambos sintieron la misma descarga cuando sus pieles desnudas se tocaron; él se moría por lamerla entera, pero tenía miedo de asustarla. A pesar de su apasionada respuesta se notaba la inocencia en todos sus gestos, en la sorpresa de sus ojos ante las nuevas sensaciones que estaba experimentando, en su entrega desinteresada…era deliciosa. Así que siguió besándola, bebiendo de su boca, mientras sus dedos volvían a deslizarse entre sus piernas, pasando el dedo lentamente por el suave montículo que se escondía entre sus húmedos rizos…ella empezó a jadear como si le faltara el aire y el sonido de su voz, de sus gemidos lo enardecieron más allá de cualquier razón.
—Di mi nombre Candy….—murmuró en voz baja y ronca.
Ella se limitó a mirarlo con los ojos nublados por la pasión, sin apenas entender lo que él le estaba pidiendo. Él volvió a repetírselo con la voz enronquecida por la pasión que lo devoraba.
—Terry…
Él ya no pudo aguantar más, le abrió las piernas con la mano y lentamente empezó a empujar con su miembro, totalmente duro y palpitante. En un principio ella pareció no darse cuenta de la nueva intromisión; seguía aturdida por sus besos, por el calor de su piel, por ese peso en su vientre que parecía volverse líquido y derramarse por sus muslos…pero de repente, un nuevo movimiento hizo que lanzara un fuerte gemido de dolor. Miró al duque y lo vio con los ojos cerrados y los labios apretados como si fuese presa de un gran sufrimiento; sin comprender bien lo que pasaba y temiendo que algo fuera mal se movió tratando de apartarse. Terry abrió los ojos y la miró intensamente.
—No te muevas —como si le costase un gran esfuerzo continuó hablando— estoy tratando de que te acostumbres a mi cuerpo…
—Ya no me duele …
Sintiendo un gran alivio él empezó a moverse otra vez, primero lentamente, pero conforme notaba que el cuerpo femenino se amoldaba a sus embestidas fue aumentando el ritmo, colocando las piernas de ella alrededor de su cintura. Candy movía frenéticamente la cabeza de un lado a otro, gimiendo mientras lágrimas de incredulidad y felicidad resbalaban por sus mejillas y de pronto sintió un apremio en sus entrañas, una conmoción que la hizo quedarse sorda y ciega a todo lo que no fuera esa nueva sensación que la atravesaba como un rayo. A la vez que ella alcanzaba el orgasmo él había llegado al suyo, experimentando la unión más perfecta y trascendental de su vida. La abrazó fuertemente y se desplomó sobre ella, besando su cuello y sintiéndose el más humilde de los mortales por haber sido agraciado con ese momento único. Se sentía eufórico, alegre más allá de cualquier razón, optimista y feliz como nunca lo había sido antes; no quiso pararse a analizar sus sentimientos, sólo podía disfrutar de la sensación de tener a Candy entre sus brazos. A la vez que la acunaba suavemente besó sus cabellos, la joven permanecía con los ojos cerrados pero él sabía que no dormía pues un ligero temblor sacudía su cuerpo.
— Candy…—suavemente la abrazó y comenzó a besarla de nuevo, sorprendido por necesitarla tanto.
