Capítulo 6
Afortunadamente al día siguiente Charles se encontraba mucho mejor, al parecer su enfermedad había sido una indisposición pasajera; no obstante y por precaución continuaron suministrándole caldos y no le dejaron salir fuera de la casa. Después de más de un mes trabajando, Candy conocía en qué momentos el duque iba a visitar a su hijo e hizo todo lo posible por evitarlo. Afortunadamente lo consiguió. Sabía que tarde o temprano debería enfrentarse no sólo al duque si no también a sus imperdonables acciones, pero se sentía tan conmocionada que no podía pensar con claridad. Esa mañana, al despertar, se había encontrado sola y desnuda y al momento todo lo que había sucedido la noche anterior había acudido de nuevo a su mente; a pesar de que realmente estaba consternada no podía sentirse culpable del todo y tenía que admitir que había sido maravilloso y que la alegría y felicidad que había sentido en los brazos de Lord Terrence le impedían arrepentirse totalmente de lo que había sucedido entre ellos. Pero siempre había sido sensata y sabía que no podía esperar nada bueno de aquello que fuera lo que se estaba gestando entre ellos, exceptuando esos momentos que el duque la tenía entre sus brazos, y el precio a pagar por la gloria de sus besos y su cuerpo era demasiado alto: la vergüenza, la deshonra, el acabar engendrando al bastardo del duque y el verse obligada a irse de allí con el desprecio de todos a los que conocía y quería. Desgraciadamente, la única solución que se le ocurría para evitar que volviese a suceder lo que preveía inevitable era irse ya que no tenía ninguna defensa contra los sentimientos tan profundos que le inspiraba el duque. No dijo nada a nadie, pero la idea fue madurando en su cabeza durante todo el día. A solas, en su habitación, lloró amargamente ya que una vez que tomó la decisión de buscar trabajo en otro lugar fue consciente de cuanto le iba a doler dejar el que consideraba su hogar, a sus padres, a Charles, a Archie y, sobre todo a Lord Terrence, pero era la única opción correcta que se le ocurría. Decidió ser fuerte: al día siguiente iría a hablar con el duque y le comunicaría su decisión; después y tras haber anulado las posibilidades de que la convencieran de lo contrario, hablaría con su familia. La mañana siguiente se levantó nerviosa, había decidido hablar con Lord Terrence y por más que le costara no se iba a echar atrás: ese día lo vería y hablaría con él; seguro que no le pondría pegas: él ya había conseguido lo único que podía desear de la institutriz de su hijo.
Terry se encontraba en la biblioteca, sentado en un sillón y bebiendo lentamente una copa del licor francés que tanto le gustaba. Pensaba en Candy, como cada uno de los días que habían trascurrido desde que la había visto por primera vez. Los detalles de la noche que la había tenido entre sus brazos aún daban vueltas en su cabeza; él, que había tenido incontables mujeres en su cama, algunas de ellas de las más experimentadas y atractivas cortesanas de su tiempo, se sentía totalmente cautivado por los encantos de una inocente institutriz, por los besos y las caricias de una joven a la que aventajaba varios siglos en experiencia. No sabía muy bien cómo manejar la nueva situación que se había establecido entre ellos, pero era muy consciente de que algo debía cambiar: desde luego él no estaba dispuesto a renunciar al éxtasis que había encontrado entre sus brazos, todas sus reservas iniciales de no enredarse con una empleada habían desaparecido tras esa gloriosa noche de pasión, no era tanto cuestión de que no quería renunciar a ella, era plenamente consciente, aunque eso lo incomodara en cierta manera, de que realmente no podía prescindir de la presencia de la joven: ocupaba su mente, llenaba sus sentidos, necesitaba sus besos y caricias. En ese momento oyó un leve golpe en la puerta; sintió un escalofrío de anticipación y supo que se trataba de ella.
Al pasar a la biblioteca Candy lo vio, observándola fijamente, le hizo un leve movimiento con la cabeza invitándola a que tomara asiento frente a él. A ella le temblaban las manos, era consciente de que al verlo había enrojecido profundamente pues las imágenes de lo que había ocurrido entre ellos ocuparon su mente al observar su atractivo rostro…¿de verdad él había besado cada rincón de su cuerpo? Ahora parecía un sueño pero ella sabía que todo había sido muy real.
—Lord Terrence…—comenzó con voz titubeante. A continuación inspiró hondo y prosiguió con firmeza: —he tomado la decisión de cambiar de trabajo y me gustaría que me proporcionara referencias para facilitarme la tarea….
—No —él había observado su pálido rostro y sus profundas ojeras, sabía que ella estaría arrepentida pero lo último que imaginaba es que querría irse, ¡por Dios!, esa había sido siempre su casa.
—¿Perdón, milord?
Él a su vez le contestó con otra pregunta, que sonó exasperada:
—¿No es ridículo que sigas llamándome milord después de lo que ha pasado entre nosotros?
Ella sintió cómo un vivo sonrojo se apoderaba de sus mejillas; levantando la barbilla con gesto obstinado replicó:
— Por mi parte estoy dispuesta a olvidarlo todo, por eso he tomado la decisión de irme; pienso que es lo mejor.
El duque se levantó rápidamente de su sillón y se acercó, sobresaltándola y haciendo que retrocediera un paso, se cernió sobre ella, agarrándola por ambos brazos y se apoderó de su boca, besándola ferozmente. En un primer momento Candy intentó resistirse, pero a la vez que la boca del duque se hacía más persuasiva ella fue respondiendo al beso, acariciando con su lengua la lengua del duque, gozando del poder que le otorgaba el gemido profundo que sus caricias arrancaban de los labios de él, sintiendo que se derretía, que era incapaz de pensar, sólo podía sentir y anhelar la intimidad que habían compartido con anterioridad. Terry se separó de ella, sin dejar de acariciarle la nuca con sus dedos, la miró a los ojos y le dijo:
—¿De verdad crees que puedes olvidar esto?
Candy sintió que se empañaban sus ojos, mordiéndose los labios apartó sus ojos de los penetrantes ojos masculinos y susurró:
—Debo intentarlo.
—No voy a dejarte ir, quítate esa idea de la cabeza. —Y sin darle tiempo a responder volvió a besarla.
La idea de resistirse al beso del duque pasó brevemente por su cabeza, pero no ahondó, era imposible luchar contra el amor, el deseo, la gloria de sentirse de nuevo entre sus brazos. Sin dejar de besarla, la empujó suavemente sobre el diván. Allí, sin pensar que alguien podía entrar y sorprenderlos, comenzó a besarla por todo el rostro y el cuello, mientras sus dedos pellizcaban suavemente sus pezones, haciendo que la cabeza le diera vueltas. Mientras la besaba iba desabrochando lentamente los botones de su recatado vestido, marcando con sus besos su ardiente piel; cuando dejó al descubierto sus pechos los acarició con sus dedos y sus labios, ella se arqueó ronroneando como una gatita y él metió su mano bajo su falda, buscando el cierre de sus calzones. Una vez que consiguió su objetivo empezó a acariciar el punto más sensible entre sus rizos y se sintió muy satisfecho al notar que ella ya estaba húmeda, dispuesta para recibirlo; no pudo aguantar más, abrió sus pantalones, lo suficiente para dejar salir su miembro, ya muy hinchado y palpitante. Ella se incorporó un poco sobre sus codos, quería contemplar esa parte de él que tanto placer le había proporcionado la noche anterior; él notó su interés y la dejó mirarlo, sintiendo como eso lo excitaba aún más. Ella adelantó tímidamente la mano y acarició suavemente la punta redondeada y brillante, él cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás disfrutando de las caricias de sus dedos; Candy se volvió más audaz, excitada por la respuesta masculina y comenzó a acariciar el largo miembro desde la base hasta la punta roma; Terry no pudo aguantar más tiempo y apartando su mano suavemente levantó sus faldas colocándose entre sus piernas, cuando la penetró sintió que un rayo de placer le recorría toda la espalda, comenzó a moverse, gozando al ver que ella le seguía con entusiasmo y los ojos entrecerrados. Ninguno de los dos pensó que en cualquier momento podrían interrumpirlos, en ese momento ni siquiera eran conscientes del lugar en el que se encontraban, sólo existían ellos.
—¡Oh, Candy! Me vuelves loco….
Esas palabras la abocaron al abismo, sintió como unos deliciosos espasmos se apoderaban de su cuerpo y murmurando el nombre de él llegó al clímax. Enseguida él se unió a ella y cuando se derrumbó sobre su cuerpo besó su sien con gran ternura; ella le acarició la espalda y sin poder evitarlo murmuró:
—Te quiero.
En vano se quedó esperando una respuesta por parte de él, no la hubo. Se limitó a ayudarla a vestirse y a arreglarse él mismo. Candy, repentinamente triste le pidió permiso para marcharse: no quería que él la viese llorar.
Al día siguiente Terry fue a Londres; tenía que hablar con Susana. No temía la reacción de ella cuando él pusiese punto y final a su relación, era una mujer madura y sensata y entre ellos, sobre todo, había un gran cariño y una gran amistad. Iba dispuesto a sincerarse completamente con ella; una idea iba tomando forma en su mente y quería conocer la opinión, siempre bienintencionada y pragmática de Susana. Cuando llegó a la bonita casa de Susana, esta se sorprendió de verlo tan temprano, pero lo conocía muy bien y sabía que su visita se debía a un asunto muy distinto del que habitualmente lo llevaba a su casa. Lo recibió en un coqueto saloncito decorado en tonos rosados y le sirvió un jerez. Él le contó brevemente su aventura con Candy.
Susana lo miraba entre sorprendida y divertida.
—Nunca hubiese pensado que te vería enamorado.
—Bueno Susana —a pesar de la confianza que había ente ellos, la voz de Terry sonaba azorada— decir enamorado…es un poco exagerado.
—Vamos Terry, sólo hay que oírte cuando hablas de ella, eso por no decir que últimamente no parecías tú mismo. Me preguntaba qué te estaba pasando, ahora lo sé.
Terry sintió su orgullo herido.
—¿Acaso no has quedado satisfecha con nuestros encuentros?
—Sabes muy bien que sí, pero una mujer nota esas cosas —Susana se acercó a él y le acarició suavemente la mejilla—. Cariño, voy a echarte mucho de menos, pero espero al menos no perder tu amistad.
—Por supuesto que no, Susana —él besó la palma de su mano — siempre tendrás mi amistad y mi respeto.
Ambos se miraron a los ojos y sonrieron, recordando tantos buenos momentos que habían compartido. Él rompió el silencio, carraspeó y volvió a hablar:
—Verás Susana, me gustaría conocer tu opinión…he pensado mucho sobre esto y creo que es lo único que puedo hacer.
—Adelante.
—He pensado casarme con Candy.
Ella lo miró con los ojos muy abiertos:
— No imaginaba que te había dado tan fuerte.
—¿Qué otra cosa puedo hacer? Ella era virgen, ahora puede llevar un hijo mío ….y además no puedo perderla y es lo único que ella aceptará.
—¿Cómo lo sabes? Tal vez le parezca bien ser tu amante…
—Oh no, noto que no está a gusto con esta situación y es sólo cuestión de tiempo que se marche sin más, no pienso arriesgarme a que eso suceda….
—Tienes razón, pero no será fácil.
—Eso no me importa.
—Ya te importará cuando tengas que lidiar con tu madre.
Él sonrió y dio un bufido.
—A mi madre no le gustará pero eso no va impedir que acabe casándome con ella.
Ella, tras un breve momento de reflexión, añadió:
—Bueno, no vas a ser el primero, recuerda a Lord Pembroke…¡es tan típico eso de liarse con la institutriz!
—Sé que al principio será un escándalo, pero eso durará hasta que suceda otra cosa, y te aseguro, querida, que aquí en Londres eso será más pronto que tarde.
Candy por su parte, se enteró esa misma tarde de la "escapada" a Londres de Lord Terry; se lo dijo Archie cuando fue a visitarlo como hacía habitualmente mientras Charles dormía su siesta. El impacto de la noticia la hizo palidecer de una forma tan ostensible que Archie le preguntó si se encontraba mal. Murmuró una respuesta evasiva y se fue; necesitaba estar sola y asimilar lo que acababa de saber…¡qué idiota se sentía! ¿qué esperaba? ¿Qué el duque le declarara su amor eterno y le pidiera que se casara con él? Eso no sucedía en la vida real, él había conseguido de ella lo que quería y por lo visto no había quedado muy satisfecho pues no había tardado ni veinticuatro horas en ir a ver a su amante.
Ese mismo día, ya de noche, Terry se acercó a ver a su hijo; el pequeño dormía ya profundamente, acarició suavemente su cabeza y salió silenciosamente de la habitación. Al pasar al lado de la habitación de Candy titubeó ante la puerta, él había llegado tarde y todos en la casa dormían, sabía que se arriesgaría mucho si entraba pero ya echaba de menos el tacto y el sabor de su cuerpo y las palabras que ella había susurrado en su oído burbujeaban en sus venas y ansiaba volver a escucharlas. Sin dar ocasión a la prudencia a poner objeciones, decidió entrar.
Candy se volvió asustada al oír un ruido a su espalda; estaba sentada frente a la mesa que hacía las veces de escritorio, vestida con el camisón y escribiendo algo a la luz de un candil. Al verlo se levantó bruscamente.
—¿Qué hace aquí? ¿Está loco?
—Sí —dijo él acercándose— estoy loco por ti.
—¿Qué pasa? ¿No has podido ver a tu amante hoy? — ella sabía que los celos y el resentimiento se notaban en su voz pero no le importaba. El descaro del hombre le parecía increíble.
Por toda respuesta él sonrió, se acercó y le dijo:
—Sí, ciertamente la he visto —y alargó el brazo para acariciarla.
Ella se apartó como si le ofreciese veneno mientras susurraba entre dientes: —¡No me toques! ¿cómo te atreves?
Él, sin hacer caso a sus protestas la abrazó por la cintura.
—¡Shhh!, ya está pequeña, no es lo que tú piensas.
Ella forcejeaba entre sus brazos, temiendo que él intentara un acercamiento más profundo. Terry siguió hablando:
—Mi "amistad" con Lady Susana se ha convertido sólo en eso, en una amistad. Además, hay otros asuntos que debo resolver en Londres, al menos dos veces al año debo acudir a ocupar mi escaño en el parlamento y tengo negocios con varias navieras que requieren mi presencia de vez en cuando.
Candy lo miró sin poder creerlo. Él prosiguió:
—No puedo pensar en otra persona que no seas tú, ¿es que no te has dado cuenta, tontita?
Ella quería creer en sus palabras pero ya no pudo pensar en nada más porque él bajó la cabeza y la besó, y todo lo que no fuese la dureza aterciopelada de esos labios se borró de su mente.
