Capítulo 7
Habían pasado ya dos semanas y Candy y Terry vivían en una nube de felicidad. Salían juntos con Charles, daban largos paseos mientras el pequeño saltaba delante de ellos o iban a pescar al apartado remanso del lago donde él la había besado por primera vez. Las noches las pasaban siempre juntos, uno en brazos del otro, bien en la habitación de ella bien en la de él. Hasta el momento no se habían planteado nada más allá de la inmensa felicidad que los embargaba. Él hacía sus preparativos en secreto para casarse con ella, anulando cada inconveniente que surgía; ella vivía el amor que sentía por él entregándose totalmente, sin ningún temor por lo que pudiera perder; ambos se hallaban profundamente enamorados por primera vez en sus vidas y se sentían atónitos ante la maravilla de lo que los unía.
Una tarde Candy estaba tomando té con su madre, ignoraba que por toda la casa corrían rumores sobre su posible relación con el duque, pero la voz de su madre la hizo tomar conciencia de la desagradable realidad:
—Hija mía, ¿es verdad lo que dicen sobre ti y Lord Terrence?
Candy notó que su pulso se paraba pero tratando de ganar tiempo contestó con otra pregunta:
—¿Y qué dicen, mamá?
—Pues que sois amantes y no me extrañaría nada viendo la cantidad de tiempo que pasáis juntos últimamente.
—Pasamos tiempo juntos por Charles…
—Vamos cariño —su madre, impaciente, tomó su mano— sabes que puedes confiar en mí, aunque sé que no me va a gustar lo que vas a decirme.
—Mamá…— a su pesar su voz sonó titubeante — no es lo que parece, entre nosotros existe un afecto…sincero.
—Por tu parte estoy segura que sí —fue la dura respuesta de su madre— pero… ¿por parte de Lord Terrence?
Candy recordó los frecuentes paseos que compartían en los que él la tomaba tiernamente de la mano o la cintura, sin que Charles, en su inocencia, manifestase la más mínima extrañeza; entonces él le hablaba de sus inquietudes, de sus gestiones para invertir en la nueva línea de ferrocarril, de las expectativas que tenía puestas en su hijo y siempre la incluía a ella en sus planes de futuro; recordó también las ardientes noches que compartían cuando se unían con una mezcla sublime de ternura y pasión, entonces él murmuraba que la amaba.
—También mamá: él me lo ha dicho.
Su madre movió la cabeza con pesadumbre
—Aún así, hija mía, ¿adónde crees que os llevará esta situación? Los duques no se casan con las hijas de sus mayordomos…
—Mamá sé que él me ama y yo lo amo a él y por ahora eso es todo lo que me importa — sin dar tiempo a su madre a que le respondiera se levantó de la mesa y salió, pero la profunda sensatez que siempre la había caracterizado le decía que en las palabras de su madre había una verdad innegable. Sabía que su actitud la consternaba profundamente: lo que para ella era tan simple y tan natural como dejarse llevar por el amor que compartía con Terry, era visto como un escándalo por todos los demás, pero era incapaz de arrepentirse y ni siquiera su parte más juiciosa encontraba razones para rechazar algo que la hacía tan feliz.
Hacía varios días que no veía a Archie ya que estaba totalmente absorta en su relación con el duque, así que, presa de la inquietud que la conversación con su madre había provocado en ella, decidió hacerle una visita a su gran amigo. Él no sabía nada de los sentimientos que experimentaba por Lord Terrence y eso hacía que sintiera una desagradable punzada de culpabilidad ya que Archie sí confiaba totalmente en ella y le contaba de forma detallada los considerables progresos en su relación con Annie.
Por su parte, Terry se hallaba en la biblioteca con su amigo Alistair. Le estaba mostrando un precioso anillo de oro con una gran esmeralda engarzada; lo había adquirido en su última visita a Londres y el color de la piedra le había recordado el color de los ojos de Candy.
— Sin duda le va a encantar… ¿cómo podría ser de otra forma? —dando una profunda calada a su puro continuó: —seguro que jamás habría imaginado lucir semejante alhaja y mucho menos atrapar a un duque.
Terry lo miró con desagrado.
—Alistair, no sigas por ese camino. La estás juzgando mal, jamás he conocido a una persona más noble y sincera que ella.
Alistair rió sardónicamente.
—Tranquilo amigo, te creo, es sólo que la sorpresa de verte enamorado me tiene bastante desorientado —se apoyó sobre los codos para acercarse a su amigo y prosiguió: — ¿cuándo piensas declararte a tu amada?
—Bueno, primero se lo comunicaré a mi madre, quiero que todo sea perfecto cuando le pida a Candy que sea mi esposa….
—Y primero debes calmar al dragón, ¿no es eso?
—Exactamente.
Alistair soltó un silbido especulativo.
—Puedo asegurarte que no te envidio nada.
La duquesa viuda se hallaba, como casi siempre, en la sala verde, pero a diferencia de la mayoría de las tardes no tomaba su té tranquilamente con alguna de sus más distinguidas vecinas si no que daba vueltas de un lado a otro. A sus oídos había llegado un rumor de lo más inquietante y a pesar de lo inapropiado que resultaba el recurrir a su doncella, decidió olvidar las convenciones a favor de su tranquilidad.
—Annie.
—¿Sí milady?
—¿Qué sabes tú de esos rumores que corren sobre mi hijo y la institutriz?
Annie sintió como el sudor mojaba las palmas de sus manos. Como casi todos, había visto cómo se estrechaba la relación entre Lord Terrence y Candy y había oído los rumores que afirmaban que eran amantes, pero no sabía si darles crédito o no, ya que, si bien era cierto que últimamente Candy frecuentaba menos la compañía de Archie, aún seguía habiendo un estrecho contacto entre ellos y ella no sabía qué pensar al respecto. ¿Estaría la institutriz jugando con ambos? ¿O quizá aprovechaba el evidente interés del duque para su propio beneficio? No sabía qué estaba sucediendo realmente pero había algo que no cuadraba; a pesar de que Archie manifestaba un evidente interés por ella, aún veía amenazada su posición. Con cautela decidió responder a la duquesa con la verdad:
—Es notorio el interés del duque hacia ella, pero no sé si la señorita White le corresponde totalmente.
Y ante la mirada inquisitiva de la duquesa le habló de todas sus sospechas, de los encuentros entre Candy y Archie y de las veces que él le había hablado de ella con un cariño evidente. Tras estas confidencias, la duquesa echó a Annie con un gesto; necesitaba meditar sobre todo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Podría entender que su hijo quisiera tener a la joven como amante, ella era atractiva y él, al fin y al cabo, era un hombre joven y por lo que sabía, con un sano apetito sexual; pero le extrañaba mucho el tiempo que pasaba con ella, el brillo que veía en su mirada y la cantidad de veces que lo oía reír sin motivo aparente. No temía que su hijo tuviese alguna idea inapropiada, ella lo había educado para que adoptase el papel que le correspondía, que no era otro que el de séptimo duque de Grandchester, y si bien ya había proporcionado un heredero al título, no estaría de más que asegurase su descendencia y para ello sólo sería válida una unión con una mujer perteneciente a la nobleza. A pesar de que estaba segura de que su hijo pensaba lo mismo que ella, había algo que la intranquilizaba. Decidió observar mejor a su alrededor, tanto a su hijo como a la señorita White.
Esa noche cuando Terry se deslizó sigilosamente en la habitación de Candy, la encontró totalmente vestida y mirando absorta por la ventana, ni siquiera se volvió cuando escuchó la puerta. Él se acercó y la abrazó por detrás depositando un tierno beso en su nuca; ella se estremeció y sonrió pero Terry notó que estaba a miles de kilómetros de allí. Suavemente la volvió entre sus brazos hasta que sus ojos se encontraron a un palmo de los de ella.
—¿Qué te pasa? —su voz sonó más dura de lo que pretendía pero un extraño escalofrío le había recorrido la columna y no pudo evitarlo. Siempre la había encontrado receptiva y ansiosa, jamás tan distante.
Ella intentó esquivar su mirada, pero él le sujetó firmemente la barbilla y se lo impidió.
—Terry… ¿adónde nos lleva esto?
Él sonrió y posó suavemente sus labios sobre los de ella, luego los separó y la miró. Todo el amor que sentía por ella se reflejaba en sus ojos.
—Cariño, ¿confías en mí?
Candy lo miró titubeante, intentó leer en las profundidades de los ojos azules y masculinos y todo lo que pudo ver le instaba a confiar en él. Era imposible que todo lo que compartían estuviese sólo en su imaginación.
—Sí, Terry, en realidad confío en ti, pero….
—Shhhh, no digas nada más, bésame.
Su respuesta lo llenó de satisfacción, si en algún momento había albergado la más mínima duda sobre el paso que se disponía a dar, se disipó en ese mismo instante. Jamás había sentido nada parecido a lo que sentía por ella y sabía que jamás volvería a sentirlo.
Al día siguiente Terry citó a su madre en la biblioteca. Estaba decidido a no demorar más su compromiso con Candy y quería comunicárselo cuanto antes a la duquesa viuda para neutralizar la férrea oposición que esperaba por su parte. Luego hablaría con el señor y la señora White; sonrió para sí ya que iba a ser una situación muy peculiar el dirigirse humildemente a su mayordomo y a su ama de llaves para solicitarles la mano de su hija. Se le ocurrió que, una vez que se formalizase el compromiso debería buscar nuevo personal ya que no sería demasiado ortodoxo que sus futuros suegros fuesen asalariados suyos. En ese momento oyó cómo se abría la puerta y su madre apareció acompañada de su joven doncella.
—Si no le importa Annie, me gustaría hablar con mi madre a solas.
Su madre se limitó a hacer un gesto con la mano y Annie, haciendo una profunda reverencia salió silenciosamente. La duquesa viuda se arrellanó cómodamente en el diván y miró fijamente a su hijo, esperando a que este comenzase a hablar. Él se levantó, se apoyó en el enorme escritorio y rompió el silencio diciendo:
—Madre, he tomado la decisión de volver a casarme.
La duquesa cerró los ojos mientras un desagradable presentimiento se apoderaba de ella.
—Veo, por la expresión de su cara, que no le ha tomado por sorpresa la noticia.
Ella lo miró fijamente mientras unas duras palabras salían de sus labios:
—No puede decirse que hayas sido un ejemplo de discreción precisamente —se adelantó en el diván y le dijo: — Continúa con lo que sea que quieres decirme.
Terry no pudo dejar de admirar la fría compostura de su madre; la expresión de su cara le había revelado que sabía quién era la elegida para ser la nueva duquesa de Grandchester y a pesar de eso se mantenía sentada conservando toda la dignidad de su rango.
—Bien, el que tenga una idea de lo que voy a comunicarle hará que sea más fácil: voy a solicitar la mano de la señorita White.
—¡Ja! ¿Qué broma es esa? ¡¡¿Solicitar su mano dices?!! —la duquesa no sólo levantó ostensiblemente la voz, si no que ella misma se incorporó del diván y se acercó a su hijo: — ¿Acaso crees que cuando el duque de Grandchester les otorgue semejante honor a unos sirvientes ellos van a tener algo que considerar?
—Pienso hacerlo todo como se debe y desde este mismo momento voy a ofrecer todos mis respetos a los que en breve pretendo que sean mi familia.
—Jamás consentiré que mi único hijo deshonre su título casándose tan por debajo de su posición.
—Madre, me temo que no está en posición de decidir ni impedir nada.
—Eso ya lo veremos —a la vez que soltaba estas furiosas palabras, la duquesa viuda salió de la biblioteca dando un portazo.
Terry encendió un puro y se sentó tras el enorme escritorio que coronaba la biblioteca a fumárselo tranquilamente. Lo peor ya estaba hecho: su madre debía saber que su oposición sólo iba a ser en forma de pataleta, él no le iba a permitir nada más.
