Capítulo 8

Terry se hallaba desayunando solo en el enorme salón; ese sería el día en que pediría a Candy que se casara con él. Sonrió pensando en la sorpresa que iba a recibir la joven, para él sería el segundo matrimonio aunque este nada tendría que ver con el primero; por un instante su mente voló al pasado, al momento de su boda con Sara, la madre de Charles. Había intentado ser un buen esposo, la había tratado con cortesía y ternura, pero no la había amado: eso no impidió que sintiera profundamente la muerte sin sentido de su joven esposa. Debía admitir que no había comparación posible entre los pálidos sentimientos que había experimentado por Sara y la turbulenta pasión que sentía por Candy, una pasión que hacía que la añorara cada segundo que pasaba alejado de ella; no era solamente que la unión de sus cuerpos fuese perfecta, que lo era; además había descubierto en ella a una persona con la que compartir sus pensamientos, que tenía opiniones inteligentes sobre casi todo, una persona sincera, leal y divertida. Le costaba imaginar un futuro en el que ella no estuviera presente, pero eso no sucedería ya que ese mismo día oficializarían su unión.

En ese momento la llegada de su madre interrumpió sus pensamientos; él se levantó cortésmente y esperó a que ella tomara asiento para volver a sentarse. White se acercó para servir el té a su madre y ella le pidió que los dejara solos. Esa noche la duquesa no había podido conciliar el sueño: la impotencia y la incredulidad no le habían dejado pegar ojo. Demasiado tarde se acordó de lo que su doncella le había comentado, el día anterior cuando su hijo le había manifestado la absurda intención de desposarse con la institutriz se había sentido demasiado indignada como para hacer nada más que salir furiosamente de la biblioteca pero esa mañana había tomado la determinación de hablar con su hijo sin falta; rezó porque las sospechas de Annie fueran ciertas, conocía perfectamente el carácter de su hijo y sabía que su orgullo era con diferencia el mayor de sus defectos y jamás perdonaría una traición, por mínima que fuese.

Terry observó la dura línea del mentón de su madre tan parecida a la suya propia y temió un nuevo intento por parte de esta de disuadirlo de sus planes respecto a Candy. La miró a los ojos fijamente y esperó a que empezara a hablar. Esta no tardó mucho:

—Hijo mío, hay algo que no te conté ayer.

—Adelante.

En pocas palabras su madre le habló de las visitas diarias de Candy a Archie, la estrecha relación que parecía unirlos y los paseos solitarios que a veces daban por los jardines y el cercano bosque. Él escuchó en silencio.

—¿Eso es todo madre?

—¿Te parece poco? —La duquesa levantó ligeramente la voz — ¿No se te ha ocurrido pensar que estás haciendo el papel de tonto y pelele en manos de esa jovencita? —esta última palabra sonó a los oídos de Terry como si de un insulto se tratase.

—Lo único que se me ocurre es que sus intentos de hacerme cambiar de opinión son cada vez más patéticos y ahora —añadió levantándose de la mesa — si no tiene nada más que añadir, tengo cosas importantes que hacer.

La duquesa lo vio alejarse con la mandíbula tensa y las manos agarradas fuertemente al bastón. Pensó en ir a hablar con la joven e intentar intimidarla pero sabía que si ella se lo contaba a su hijo tendría problemas. Lo conocía lo suficiente como para saber que no permitiría ese tipo de interferencias en sus asuntos.

Tras salir del comedor, Terry se dirigió con fuertes zancadas hacia el establo. Tenía intención de cabalgar por sus terrenos como casi todas las mañanas pero debía reconocer que había algo que le molestaba, una inquietud que antes no estaba allí ; a su pesar las palabras de su madre le daban vueltas en la cabeza, también él se había preguntado alguna vez por la relación que unía a Candy con el mozo de cuadras pero siempre había ocurrido algo que le distraía de la cuestión, sonrió irónicamente, ese "algo" solía ser la simple presencia de Candy: ella tenía tal poder sobre su voluntad que a veces se preguntaba si se encontraba bajo el influjo de algún extraño hechizo. Mientras Archie le ensillaba a Teodora él lo observaba descaradamente: debía admitir que el joven era atractivo, de semblante y trato agradable; no sería descabellado suponer que podía atraer la atención de cualquier mujer; intentó desechar este pensamientos pero el veneno de la sospecha había hecho mella en él y horribles imágenes de Candy en brazos de Archie atormentaron su pensamiento. Sabía que él había sido el primer hombre para ella, las manchas rosadas de sus muslos se lo habían confirmado, pero eso era lo único que tenía seguro y un sentimiento terrible y desconocido iba apoderándose de él: los celos. Cuanto más lo pensaba más factible le parecía; no vio otra solución para disipar sus miedos que espiar esa tarde a la joven y ver si realmente ella se reunía con Archie y si era así qué hacían. Apretó los labios y montó, saliendo del establo sin dirigirle ni una palabra al sorprendido Archie. Ese paseo fue el más turbulento que él había dado jamás, las ideas se contradecían en su mente, en un momento le parecía posible que realmente entre Candy, su Candy, y Archie hubiese una profunda relación afectuosa, en otro le venían imágenes de la forma en que la joven se entregaba a él, en cuerpo y alma, sin reservas….no, no era posible que esos momentos fuesen fingidos, pero a pesar de esta convicción rezaba porque su madre estuviera equivocada ya que él, sin saber muy bien cuándo ni cómo había caído total y profundamente enamorado de Candy; sonrió para sus adentros, desde luego parecía una broma del destino, él, que se había cansado de jurar que el amor no existía estaba absolutamente cautivado y sabía que era más que el deseo lo que le impulsaba hacia ella: lo volvía loco con su forma de ser, su cuerpo, sus ojos, había en Candy una mezcla imposible de inocencia, pureza y seducción que no había visto antes en otra mujer. Su ceño se frunció, debía reconocer que la conocía desde hacía poco y aunque podría describir con los ojos cerrados cada detalle de su cuerpo, hasta el último lunar, la forma en que sus ojos se achinaban al reír, las distintas inflexiones de su voz según su estado de ánimo, reconocía asimismo que eran otras muchas cosas de su vida las que no conocía: detalles de su infancia, de su estancia en la escuela de señoritas donde había pasado los últimos cuatro años…suspiró, era el paseo más insatisfactorio que había dado jamás así que puso rumbo a la mansión y con semblante serio volvió.

Esa tarde, sin saberlo, Candy selló su destino. Durante todo el día se había sentido nerviosa y expectante, todo por un comentario susurrado al oído por Terry esa mañana se encontraba en la habitación con Charles, mostrándole la manera adecuada de dirigirse a las personas según su rango. El duque había llegado, los había observado un rato, animando a su hijo cada vez que este daba la respuesta correcta y luego, posando una mano en su nuca y acercándose al oído le había susurrado haciendo que todos sus nervios reaccionaran: "hoy se disiparán todos tus temores, amor mío", ella no pudo preguntarle a qué se refería pues enseguida se marchó, pero a pesar de las palabras esperanzadoras de su amado había algo que la inquietaba, que la mantenía en tensión; suponía que su relación con el duque, a pesar de ser lo más maravilloso que le había pasado en la vida le pasaría factura de una u otra forma ya que era consciente de que cada vez más gente estaba al corriente de lo que sucedía entre ambos…pero…¿le importaba acaso? La magia que sentía cuando estaba con él era algo a lo que no pensaba renunciar: había descubierto en el duque, que antaño le pareciera tan hermético e inasequible a un hombre admirable, divertido, profundamente responsable con sus deberes e inteligente, capaz de adorar a su hijo y por lo que le había demostrado, a ella misma; se sonrojó pensando como él pasaba horas contemplándola, acariciándola, besándola en cada rincón de su cuerpo hasta que ella le suplicaba que acabara con su tormento, que la hiciese suya. No podía haber nada malo en lo que ambos compartían y decidió de una vez por todas desechar sus temores y tal y como le había pedido, confiar plenamente en él.

Como hacía a menudo se dirigió hacia el establo dispuesta a pasar un rato con su querido Archie, que en un aparte en las cocinas le había dicho que tenía algo importante que contarle. Al llegar allí se lo encontró inusualmente inquieto y eso hizo que se preocupara ¿iría a preguntarle él también por los rumores que la vinculaban con Lord Terrence? Hasta el momento el joven parecía no haber notado nada extraño en la cada vez más evidente intimidad que compartía con el duque aunque ella sabía que Archie siempre había sido un hombre ajeno a cotilleos y rumores, pero en cuanto Archie empezó a hablar sus temores se disiparon, de hecho dudaba que hubiese oído los rumores siquiera, tan absorto estaba en su relación con Annie.

—Candy, he decidido pedirle a Annie que se case conmigo.

Ella lo miró estupefacta y al momento lo abrazó mientras gritaba de alegría:

—¡Oh Archie!¡Eso es maravilloso! —en ese momento se separó de él y frunció el ceño— ¿tienes suficientes motivos para creer que ella aceptará? —la actitud introvertida de la joven doncella le hacía dudar.

Él la miró algo inseguro, pero cuando le contestó su voz sonó vehemente:

—Candy, hay miradas, gestos, que son muy difíciles de malinterpretar …sinceramente creo que ella siente por mí lo mismo que yo y si no es así al menos lo sabré y dejaré de atormentarme.

—Tienes razón Archie, además yo también estoy segura que ella te ama profundamente … ¿cómo podría ser de otra manera?

Ante el halago de su gran amiga Archie se sonrojó ligeramente.

—Vamos Candy —murmuró algo incómodo— no todo el mundo piensa como tú.

—Todos los que te conocemos, sí.

El joven decidido a cambiar de tema metió la mano en su bolsillo y sacó una pequeña cajita. Se la tendió a Candy.

—Ábrela y dime qué te parece.

Mientras la joven obedecía él la miraba esperando su reacción con ansiedad. Se trataba de un sencillo aro de oro, con un delicado arabesco grabado. Era una joya modesta pero seguro que a él le había costado muchos años de sus ahorros.

—¡Oh Archie! —se sentía emocionada por el paso trascendental que el joven se disponía a dar— es preciosa, estoy segura que le encantará —y volvió a abrazarlo mientras lágrimas de alegría rodaban por sus mejillas; Archie era lo más parecido a un hermano que tenía.

Ninguno de los dos se había percatado de que alguien había seguido toda la escena: Terry, casi sin ver, se alejó del establo, andando como si estuviera borracho. Había estado mirando a través de un pequeño ventanuco bastante alejado del lugar donde los dos jóvenes hablaban y aunque no había podido distinguir sus palabras con claridad lo que acababa de suceder estaba muy claro. No podía conciliar lo que sabía de Candy con la traición que acababa de presenciar y en consecuencia sentía que le costaba respirar, le dolía el pecho y su visión se había vuelto borrosa, se dio cuenta de que era a causa de las lágrimas y furiosamente se las secó con la manga. Una vez en la biblioteca trató de asimilar lo que había visto…eran demasiadas las preguntas que quedaban sin respuesta, las cosas que no encajaban, ¿porqué se había entregado a él si amaba a otro? Y ella no había fingido mientras la tenía entre sus brazos de eso estaba totalmente seguro: su pasión había sido tan real como la suya propia; la única explicación posible es que tratara de conseguir algún beneficio económico: sin duda sería muy provechoso para ella ser la amante de un duque. Se sintió asqueado y de pronto la imagen de Candy desnuda en los brazos de Archie fue demasiado como para soportarla, de un manotazo arrasó con todos los objetos que había en el amplio escritorio; éstos cayeron al suelo desparramándose tinta, hojas y cristales por toda la alfombra. Debía expulsarla de allí ¿cómo podría seguir mirándola después de su engaño? Quería causarle daño, que sufriera tanto como él estaba sufriendo; respecto a Archie….sentía ganas de retorcerle el cuello con sus propias manos aunque realmente el joven no tenía porqué conocer la perfidia de Candy, tal vez ella los había engañado a ambos además le resultaba humillante ver al duque de Grandchester destrozado, hundido y total y absolutamente celoso de un simple mozo de cuadras. Si era sincero consigo mismo no quería tampoco favorecer el que ambos se fueran de rositas y se rieran de él; no, a Archie no le diría nada, la echaría sólo a ella, la dejaría en la calle sin referencias y si a sus padres no les parecía bien, que se fueran también, eso sí, sin una sola palabra a su favor. Las sienes empezaron a latirle furiosamente y unas terribles náuseas se apoderaron de él; sin darse cuenta de lo que hacía agarró un precioso jarrón de porcelana de Sêvres que había sobre la repisa de la chimenea y lo estrelló contra la pared. Al oír el estruendo White asomó la cabeza y en su semblante, siempre impasible, se reflejó el estupor al ver el estado de la biblioteca.

—¿Milord?

Sin apenas mirarlo Terry dijo:

—Diga a su hija que venga.

White preocupado vaciló un momento antes de disponerse a cumplir la orden de su señor pero la salvaje mirada que este le dedicó y, sobre todo, sus treinta años de leal servicio a los duques de Grandchester le hicieron reaccionar, aunque una gran inquietud se había apoderado de él. Al igual que casi todo el personal de la mansión estaba al tanto de los rumores que vinculaban a su hija con el duque pero hasta ese mismo momento no les dio verdadero crédito. Rezó porque no hubiera sucedido algo irreparable.

No habían pasado ni un par de minutos cuando Terry sintió un leve golpe en la puerta, dio su permiso y Candy pasó. ¡Dios mío! ¡Qué hermosa era! Se despreció a sí mismo por el violento latir de su corazón al mirarla ¿cómo había podido equivocarse tanto? La odiaba ¡cuánto la odiaba!: por lo que le había hecho ya que se había permitido creer en el amor por primera vez en su vida y ella había pisoteado sin piedad sus sentimientos, la odiaba porque aún después de saber hasta que punto ella había actuado con perfidia seguía deseándola. Debía dejar de mirarla, debía alejarla rápidamente de allí antes de cometer la indignidad de suplicarle una explicación de rogarle que desmintiese lo que sus propios ojos habían visto; por ello le dio la espalda y con voz dura dijo:

—Quiero que hoy mismo salgas de mi casa y no vuelvas jamás.

—¿Terry?

Al oír como ella murmuraba su nombre con voz lastimosa se volvió con los ojos inyectados en sangre, se acercó y la agarró cruelmente por los brazos:

—Jamás vuelvas a dirigirte a mí por mi nombre ¿me oyes? —ella empezó a llorar, no sólo porque le hacía daño si no porque se sentía aterrada ante las palabras que él estaba diciendo.

—Pero, pero…¿qué ha pasado? —sus palabras fueron un grito desgarrado, ella buscaba sus ojos tratando de entender su reacción.

Por toda respuesta él la apartó dándole un empujón que la estrelló contra la puerta, ¡Dios! ¿Porqué sus ojos seguían pareciendo tan inocentes como siempre? Desde luego era una actriz de primera porque él sentía cómo su voluntad flaqueaba; para evitarlo respiró hondo y con voz contenida exclamó:

—Vete ahora mismo y no quieras conocer las consecuencias si vuelvo a verte.

Ella lo miró horrorizada, incapaz de hablar; la imagen de él se le volvió borrosa y supo que las lágrimas inundaban sus ojos; cuando pudo reaccionar dio media vuelta y salió. Entonces él sintió que algo se rompía en su interior, se dejó caer de rodillas y por primera vez desde que había dejado de ser niño lloró amargamente con la cara entre las manos.