Capítulo 11
El señor y la señora White se hallaban consternados: su hija les acababa de contar su plan y si bien adoraban a la pequeña Laura y se sentían dispuestos a hacer cualquier cosa por ayudarla, no creían, ni por asomo, que el duque accediera a prestarle el dinero que necesitaban para costear el tratamiento de la niña. A pesar de que Candy les había pedido expresamente que jamás le hablaran de él ellos habían notado el enorme cambio que se había producido en Terry desde aquel aciago día en que expulsó a su hija de Grandchester: había pasado una semana encerrado en su habitación sin querer ver a nadie, sin apenas comer y bebiendo sin parar. Sólo los lloros y el miedo del pequeño Charles habían conseguido que saliera de su encierro pero su comportamiento había cambiado drásticamente, apenas se dirigía a nadie que no fuese su hijo y sólo hablaba lo mínimo con la servidumbre. Asimismo sus visitas a Londres se habían intensificado, prolongándose más de lo habitual; era imposible no saber que fuese lo que fuese lo que le había hecho tratar de esa forma tan cruel a Candy a él también le había afectado profundamente. A pesar de la rabia que sentían por la forma injusta en que había sido tratada su hija no podían evitar sentir lástima por el duque pues su amargura era obvia para todos: sólo con el pequeño Charles volvía a vislumbrarse un reflejo del antiguo Lord.
—Hija mía—su padre cogió cariñosamente su mano a la vez que le hablaba— ¿has pensado bien lo que estás diciendo?
—Por supuesto que sí, papá. No tengo otra opción.
—Pero cariño —su madre retorcía nerviosamente sus manos— tal y como el duque te echó de Grandchester no puedes presentarte allí como si nada a pedirle trescientas libras…
—Entonces, ¿que me sugerís? —su voz era dura al dirigirse a sus padres — ¿qué me siente tranquilamente a ver como mi hija se muere?
—¡Oh Dios mío! ¡Por supuesto que no!
Su padre tomó la palabra y con la serenidad y el aplomo que le caracterizaban manifestó:
—Te apoyaremos hija mía y haremos todo lo que esté en nuestra mano para ayudarte.
—Muchas gracias papá; por ahora sólo os pido que os mantengáis al margen.
Esa tarde Candy habló con la señora Buttercup y con su hija; la primera conocía el motivo de su viaje a Grandchester aunque no sabía nada de lo sucedido allí tres años antes; a la pequeña Laura le explicó que necesitaba hacer un viaje con los abuelos y que trataría de volver cuanto antes. La pequeña se quedó triste pero como había vivido junto a la señora Buttercup desde su nacimiento no supuso ninguna extrañeza quedarse a solas con ella. Candy daba ánimos a todos y procuraba lucir en todo momento una sonrisa para no preocupar a su hija pero la verdad era que se sentía enormemente angustiada: por una parte temía una nueva repetición de la crisis de Laura mientras ella estuviera fuera, por otra, el volver a ver a Lord Terrence la llenaba de una inquietud que hacía que su pulso se acelerase sin remedio, aunque se decía a sí misma que todo era por el bien de Laura: no quería ni imaginar lo que sucedería si él se negaba a prestarle el dinero que le pedía, aunque esta posibilidad teniendo en cuenta cómo la había tratado era más que real ella pensaba apelar a su sentido de la decencia y el honor si es que le quedaba algo de eso, ya que sin ningún motivo ni razón aparente él había arruinado su vida no dándole ni siquiera referencias que le permitieran encontrar un buen empleo. Ella sentía que tenía derecho a ese préstamo, además Laura también era hija suya, aunque eso él no debía saberlo jamás. No confiaba absolutamente nada en el duque de Grandchester y temía que si conocía la existencia de la niña insistiera en quitársela aunque sólo fuera por hacerle daño y antes prefería estar muerta que perder a su pequeña.
Iba reflexionando sobre todo esto en la pequeña carreta que la llevaba de vuelta a Grandchester junto con sus padres; la presencia de estos la reconfortaba aunque sabía que bien poco podían hacer para ayudarla. Ni siquiera se había parado a pensar qué le diría a Lord Terrence ni cómo plantearía la cuestión; sabía que las cosas no iban a salir como ella las planeara. Sólo esperaba—y rezaba fervientemente para que así fuera— que no se le notara en la cara el enorme odio que sentía hacia él.
Terry se hallaba en la biblioteca repasando los últimos informes que le había proporcionado su secretario de Londres cuando el señor White le anunció que tenía una visita.
—¿Una visita? ¿Ha dicho de quién se trata?
White vaciló lo que hizo que un sorprendido Terry levantara la cabeza; jamás había visto a su mayordomo titubear o dudar sobre alguna cuestión relativa a la casa o al funcionamiento de la misma. Notó que White estaba visiblemente incómodo y esto le hizo arquear las cejas con sorpresa; a pesar de saber que no era santo de su devoción desde que había echado de Grandchester a su hija jamás había habido nada reprobable en la conducta de su mayordomo por eso le sorprendía su actual actitud.
—¿Y bien? —inquirió impaciente.
—Se trata de la señorita White, milord.
Por un terrible momento Terry creyó que no había oído bien pero en seguida el acelerado latir de su corazón y la amarga bilis que sintió subir por su boca le hicieron comprender que a su oído no le pasaba nada, que realmente ella se había atrevido a desobedecer su orden y se había presentado allí, en su propia casa. Pensó decirle a White que la echara sin contemplaciones pero la furia que hervía en su pecho era tan grande que necesitaba una salida y por Dios que iba a ser ella la que se la proporcionara.
—Dile que pase.
White no se inmutó al oír el frío permiso de Lord Terrence; sabía que lo que se proponía su hija era una locura entendible sólo por el dolor y la impotencia que sentía por la situación de la pequeña Laura; dio un pequeño suspiro mientras salía al recibidor a comunicarle la respuesta del duque.
Candy recibió un breve gesto de asentimiento por parte de su padre y soltó el aire, que sin saberlo, había estado conteniendo: la primera parte de su misión estaba cumplida al menos no se había negado a recibirla. Llenando el pecho de aire y haciendo oídos sordos al loco retumbar de su corazón avanzó hacia la biblioteca pasando con la cabeza erguida a través de la puerta que su padre mantenía abierta mientras la anunciaba. En un principio no pudo verlo debido a la penumbra que reinaba en el lugar pero un movimiento a su derecha le advirtió su presencia. Él se volvió y ella sintió que se le paraba el corazón; por unos estremecedores segundos fue como si los tres años que habían pasado desde la última vez que lo vio no hubiesen existido tan angustioso fue el anhelo que experimentó al volver a ver su rostro; por un loco instante quiso dar media vuelta y huir sorprendida y horrorizada por lo que acababa de sentir.
Terry no esperaba sentir el golpe que notó en el pecho cuando la vio allí, parada, con un sencillo vestido oscuro….¡Dios! ¡Estaba preciosa! más bella incluso de lo que la recordaba. Se obligó a sí mismo a apartar estos pensamientos de su mente y se concentró en el profundo rencor que sentía hacia ella.
—¿Cómo te atreves a presentarte aquí en mi casa cuando te prohibí expresamente que volvieras?
Al escuchar el frío tono del duque Candy tragó saliva pero haciendo un esfuerzo de voluntad levantó la barbilla: a pesar de la actitud de Lord Terrence era ella la agraviada, no él. Debía recordarlo para que la furia del duque no la amedrentara.
—Créame, no habría venido si no fuese absolutamente necesario.
—No hay nada lo suficientemente importante que justifique tu presencia aquí —la voz del duque destilaba tal cantidad de desprecio que Candy sintió un estremecimiento.
—Creo que su ira hacia mí no está justificada, si bien es cierto que me permití soñar con que….—en ese momento Lord Terrence la interrumpió, agarrándola violentamente por los brazos y haciendo que ella sofocara un grito dolorido. Sus ojos quedaron a pocos centímetros porque ella se negó a bajar la vista y lo miró desafiante.
—¡De todas las furcias que he conocido sin duda eres la peor!
—¿Cómo te atreves a hablarme así? —diciendo esto se desasió violentamente, ni siquiera fue consciente de que había empezado a tutearle tan grande era su enfado.
—Te hablaré como me dé la gana….. —él se pasó la mano por el pelo con frustración; sentía unas enormes ganas de estrujarla, de sacarle una disculpa aunque fuese a empujones pero la falta de arrepentimiento de ella era como un puñal que se le clavaba en el pecho. Para que ella no notara su dolor le dio la espalda— Vete ahora mismo antes de que olvide que soy un caballero.
—¡Ja! ¿Un caballero? —una risa histérica brotó de su garganta sin poder evitarlo— el porquerizo más miserable que exista tiene más de caballero que tú.
—¡¡Maldita seas!! —de nuevo se acercó a ella ya incapaz de dominar su furia. Volvió a agarrarla y la besó aunque fue un beso totalmente distinto de los que habían compartido hacía ya tres años: fue un beso cuya finalidad era humillarla, hacerle daño ya que tuvo que morder sus labios para obligarla a abrirlos. Ella forcejeaba salvajemente y él de repente la soltó.
—¿Ves? ¿De qué me serviría comportarme como un caballero con una….zorra como tú?
—¡Eres despreciable! ¡¡Te odio!! —A la vez que le escupía estas palabras se limpiaba la boca con la manga de su vestido.
—Bueno "querida", te puedo asegurar que el sentimiento es mutuo.
Candy se sentía totalmente desconcertada, no esperaba que el duque la recibiera con los brazos abiertos pero esperaba que después de tres años hubiese recapacitado y se sintiera algo culpable por la forma egoísta en que la había tratado; evidentemente no era así y ella no podía comprender tanta animosidad por parte de él, Candy pensó que tal vez estuviera loco. Las frágiles esperanzas que la habían conducido hasta allí empezaron a desvanecerse. Sin volver a dirigirle la palabra se dio media vuelta y se dispuso a salir de la biblioteca.
Terry nunca supo que fue lo que le hizo detenerla pero si era sincero consigo mismo debía admitir que no deseaba que se fuera; algo perverso dentro de él, morboso tal vez, encontraba un gran placer en tenerla allí, en poner de manifiesto su desprecio, en humillarla…además sentía verdadera curiosidad por saber qué motivo la había llevado de nuevo a Grandchester.
—Espera —ella se detuvo pero no se volvió— Di lo que hayas venido a decir, considéralo un "favor" por los servicios que me proporcionaste.
Ella apretó los labios a la vez que se volvía lentamente. Por un momento consideró marcharse sin más pero el recuerdo de su hija le impedía irse sin siquiera intentarlo: era su única posibilidad.
—Necesito una cantidad de dinero que sólo usted me puede prestar.
De todas las respuestas que podía darle esta es la que más sorprendió a Terry.
—¿Y qué te ha hecho pensar que te dejaría ese dinero?
—Tal vez en consideración a los "servicios" que le proporcioné —ella le arrojó sus propias palabras como si fueran un puñal.
Él no pudo evitar admirar su valentía; cualquier otra mujer hacía ya rato que habría salido de allí llorando, o peor aún, se habría desmayado, pero ahí estaba Candy pidiéndole dinero como si fuera lo más normal del mundo después de traicionarlo con la crueldad que lo había hecho.
—Y ¿para qué necesitas el dinero, si puede saberse?
Ella titubeó debería haber inventado una excusa creíble ya que era lógico que el duque le hiciese esa pregunta.
—No puedo decírselo pero créame, es un asunto de vital importancia, ninguna otra cosa podría hacer que me acercase a usted.
—¿Nadie te ha dicho que cuando pretendes un favor debes ser humilde?
Por toda respuesta ella lo miró con todo el desprecio que sentía aunque Terry se limitó a sonreír burlonamente….¿cómo había podido estar tan ciega y creer alguna vez que ese monstruo era alguien digno de su amor?
—Supongamos que decido darte ese dinero….
—Trescientas libras.
—Bueno, supongamos que te doy esas trescientas libras, ¿qué estarías dispuesta a ofrecer a cambio?
—Eres un cerdo.
—Puede ser, pero si te doy ese dinero espero poder amortizarlo y puesto que dudo que estés en condiciones de devolverlo quiero garantías de recibir algo a cambio.
Por un momento la rabia amenazó con ahogarla pero luego cayó en la cuenta de que él no se negaba a prestarle el dinero: ahí tenía la solución para Laura. Si para salvar a su hija tenía que acostarse con ese hombre lo haría ya que si su hija moría ella nunca podría perdonárselo.
—¿Y qué querría "su excelencia" a cambio de darme el dinero?
Sintiendo que por fin había ganado en lo que a ella concernía Terry meditó su respuesta durante unos segundos:
—Quiero que estés a mi servicio absoluto digamos….durante un par de meses.
—¿A su servicio absoluto? ¿Qué significa eso?
—Significa que tú me asistirás cuando me levante, me traerás el desayuno, limpiarás mis botas, me secarás la comisura de los labios si así te lo pido….
Al menos él no le había pedido explícitamente que fuese su amante y aunque sabía que él no perdería ninguna ocasión de humillarla sólo tendría que aguantar un mes.
—De acuerdo, pero yo también tengo algo que pedir.
—¿Más todavía?
Ignorando su sarcasmo respondió:
—Debo tener los domingos libres, es absolutamente necesario.
Tras meditarlo unos instantes el duque asintió con la cabeza y murmuró: — Está bien.
