Capítulo 12
Cuando Candy salió de la biblioteca Terry se dejó caer pesadamente en el sillón; se sentía como si acabase de sobrevivir a un tornado: sus emociones vapuleadas y oscilando entre la euforia y la amargura. No estaba del todo satisfecho con el trato al que habían llegado porque era consciente de que este evidenciaba que no la había olvidado del todo….¡a quién pretendía engañar! Había pensado en ella todos y cada uno de los días de su vida desde que la había conocido, alimentando su rabia, su desesperación….por eso cuando había entrevisto la posibilidad de tenerla en su poder no había tenido la fuerza de voluntad necesaria para echarla sin más. Pero esta vez él no saldría perjudicado, no sería su corazón el que se rompiese, se protegería de ella como quien se protege de una epidemia. Un incómodo recuerdo vino a turbar sus pensamientos: el beso que le había dado hacía unos minutos y que a pesar de estar destinado a humillarla había conseguido calentar su sangre y hacer que sintiera una excitación que hacía tres años que no sentía.
Por su parte Candy salió a los jardines buscando aire fresco, no podía comunicarles a sus padres la buena noticia hasta que consiguiese tranquilizarse; por supuesto no pensaba contarles las condiciones del trato al que habían llegado pues sufrirían innecesariamente. Buscó refugio en el laberinto de setos y se sentó sobre el mullido césped para evitar que pudiesen verla desde la casa tal y como había sucedido tres años atrás cuando su madre la descubrió junto al duque. El corazón aún le latía con desesperación y se odió a sí misma por reaccionar tan intensamente a la presencia de Terry. Era el odio y no otro sentimiento más perturbador el que hacía que se sintiese tan agitada, se lo repitió una y otra vez ¿cómo iba a ser de otra manera después de la forma abominable en que él la había tratado? Sin ninguna duda debía estar loco; nunca había escuchado que ninguno de los duques de Grandchester padeciese delirios mentales, tal vez Lord Terrence fuese el primero. Al cabo de casi una hora decidió volver a entrar en la casa tenía que contárselo todo a sus padres y quería mandar un mensaje a la señora Buttercup para tranquilizarla. Ese domingo acompañaría a su hija a la residencia y soportaría con gusto la cercanía y las humillaciones de Lord Terrence sabiendo que de esa forma aseguraba la salud de Laura.
Sus padres se alegraron mucho cuando les contó que tendría el dinero para la cura de Laura; por supuesto se sorprendieron de que el duque sólo hubiese pedido que ella trabajara allí durante un mes pero ella los convenció asegurándoles que sin duda se sentía culpable por la forma injusta en que la había tratado con anterioridad, evidentemente no les explicó los detalles del acuerdo. Candy temía el momento de ver a sus antiguos compañeros ya que imaginaba la cantidad de rumores y habladurías que su extraña marcha habría propiciado pero sólo recibió muestras de simpatía y preocupación sinceras por su estado. No le contó a nadie que tenía una hija, todos atarían cabos y comprenderían que era hija del duque, simplemente les explicó que volvía a trabajar pero en calidad de criada y aunque este hecho suscitó miradas de extrañeza nadie quiso hacerle más preguntas. Candy no podía imaginar cómo la relación con ella había afectado al duque pero el resto de los habitantes de Grandchester sí lo sabían e intuían que entre ellos había cosas que aún no estaban resueltas.
Esa noche decidió cenar a solas con sus padres, estaba cansada del viaje y la terrible tensión emocional que le había producido su encuentro con Lord Terrence la había dejado exhausta. Mientras cenaban se acordó de Archie y entonces su madre le contó que se había casado hacía dos años con Annie y que ella estaba encinta de su primer hijo. Candy se alegró mucho: finalmente su querido Archie había conseguido casarse con la mujer de sus sueños…¡de qué formas tan distintas habían acabado sus historias de amor! También le dijeron que la duquesa viuda se hallaba en el continente, en Francia e Italia con su amiga la marquesa de Westerley; esta noticia la alegró pues sabía que a la perspicaz duquesa no la engañaría tan fácilmente como al resto de habitantes de la casa. Candy se retiró pronto a dormir; ahora ya no tenía un dormitorio para ella sola en el piso superior si no que dormía junto con Jane y otras sirvientas en una habitación al lado de las cocinas. Antes de quedarse dormida pensó en Charles, aún no lo había visto y tenía muchas ganas de comprobar cómo había crecido, también pensó en su hijita…era la primera vez desde que esta nació que dormían separadas y este pensamiento hizo que dos silenciosas lágrimas rodaran por sus mejillas.
Al día siguiente antes de que amaneciera ya estaba en pie, había desayunado y se disponía a esperar órdenes. Estas no tardaron en llegar, Crowley, el ayuda de cámara de Lord Terrence, le comunicó que éste deseaba que le subieran el desayuno a su habitación. Candy apretó los dientes; sabía que el duque generalmente bajaba al salón a desayunar pero estaba claro que él no iba a desaprovechar ninguna de las posibilidades que se le presentaran de humillarla. Tras preparar la bandeja con el desayuno que le informaron solía tomar el duque subió cuidadosamente las escaleras. Al llegar a la puerta se vio obligada a tocar con el hombro pues no confiaba en poder sujetar la enorme bandeja con una sola mano. La profunda voz del duque le autorizó la entrada.
Candy no pudo evitar un estremecimiento cuando vio a Lord Terrence recostado en la cama con un batín de seda y el pelo ligeramente revuelto; también la enorme cama trajo hasta ella recuerdos que la perturbaron profundamente; tratando de evitar que el duque notara su consternación apartó rápidamente la mirada pero él había notado la turbación femenina y su cuerpo había reaccionado al instante…trató de convencerse a sí mismo de que era una reacción normal: hacía muchísimo tiempo que no estaba con una mujer, ni siquiera quería recordar la última vez, con una puta londinense: él estaba borracho y al terminar la había llamado Candy. Cada vez que lo recordaba sentía que volvía a enrojecer de vergüenza; y ahí estaba la culpable de sus desvelos, de su sufrimiento, con esa apariencia tan inocente…verdaderamente era la más astuta de las zorras que había conocido. Se concentró en su animadversión hacia ella para ocultar la respuesta de su cuerpo traidor.
—¿Qué te pasa Candy? ¿Acaso recuerdas lo bien que lo pasábamos entre estas sábanas?
Ella se tragó la colérica respuesta que pugnaba por salir de su boca y se limitó a preguntar dónde dejaba la bandeja. Lord Terrence con un gesto le señaló la mesita que tenia al lado; se disponía a salir cuando él le dijo:
—Ahora puedes limpiar la habitación.
Ella se volvió hacia él lanzando llamas por los ojos pero mordiéndose el labio asintió y murmuró que volvía en un momento. Él comenzó a comer lentamente reflexionando sobre el extraño placer que sentía por tenerla tan cerca; al momento ella volvió con un barreño donde se veían trapos y un tarro que olía a ceras. Sin dedicarle siquiera una mirada comenzó a limpiar bajo la escrutadora mirada de Lord Terrence; si conseguía olvidar que estaba allí podría actuar con naturalidad; el problema es que era totalmente consciente de cómo la miraba y además sabía que lo hacía para molestarla, "serán sólo un par de meses" se dijo para darse ánimos.
Los días que siguieron fueron agotadores: el duque la requería desde que se despertaba hasta que se acostaba y no perdía ocasión de molestarla o ruborizarla con sus comentarios. Era abiertamente maleducado, haciéndole limpiar las cenizas de sus puros a la vez que seguía fumando; sólo tenía un par de horas de respiro cuando él salía a supervisar sus terrenos y hablar con los encargados, momentos que ella aprovechaba para descansar y recuperar el tiempo perdido hablando con sus padres que se encontraban menos ajetreados ya que con la ausencia de la duquesa viuda la actividad de los sirvientes se había relajado un poco y Lord Terrence apenas recibía visitas. Candy echaba muchísimo de menos a Laura y estaba deseando que llegase el domingo para volver a ver a su hija y acompañarlas a ella y a la señora Buttercup a la residencia del doctor Lindsend. Aprovechando que Lord Terrence acababa de salir decidió acercarse a la pequeña casita cerca de los establos que ocupaban Archie y Annie; a pesar de que aún no había visto a ninguno de los dos su madre le había contado que Annie había sido relevada del servicio a la duquesa debido a su avanzado estado de gestación. Justo cuando salía de la casa para dirigirse hacia allí se encontró cara a cara con Charles que venía corriendo, seguido de cerca por su nueva institutriz, una mujer ya de edad avanzada a la que había visto brevemente mientras limpiaba la biblioteca. Aunque ya llevaba varios días en Grandchester era la primera vez que veía a Charles y sintió una enorme emoción cuando el niño se paró y la miró atentamente.
—Hola Charles —ella se agachó para mirarle directamente a la cara— ¿te acuerdas de mí?
El niño se limitó a asentir brevemente, se encontraba algo cohibido y esto era muy evidente así que Candy pensó que sería buena idea dar un paseo con el pequeño. Para ello pidió permiso a la señorita Eaglen, la nueva institutriz, contándole que ella había sido la primera institutriz del pequeño. La señorita Eaglen acogió la propuesta con agrado, sin duda contenta de poder descansar unos minutos del cuidado y atención del pequeño.
—¿Te apetece pasear por el jardín?
Charles por toda respuesta se limitó a asentir brevemente con la cabeza. Candy sonrió quedamente, el niño ya no era tan extrovertido como cuando era más pequeño así que suponía que para romper el hielo debería llevar ella el peso de la conversación. Se había sorprendido a sí misma por la oleada de afecto que había experimentado al ver a Charles; no podía evitar encontrar semejanzas con su hija, ambos compartían el mismo color y textura de pelo y la misma forma de boca y barbilla.
—Has crecido mucho.
—Sí, ya tengo seis años.
—¿Sabes? Te he echado mucho de menos.
El niño la miró de reojo y contestó tímidamente:
—Yo también —ambos se sonrieron y en ese momento fue como si los tres años que habían permanecido separados se hubiesen borrado de un plumazo.
En ese momento vieron al duque que se dirigía hacia el lugar donde estaban, la dureza de su expresión no auguraba nada bueno; al llegar revolvió cariñosamente el pelo de su hijo y le dijo que volviera a la casa. El niño así lo hizo no sin antes despedirse con un tímido "Hasta luego Candy". A Candy se le había hecho un doloroso nudo al ver la ternura con la que el duque trataba a su hijo echando de menos ese trato paternal hacia su pequeña Laura. Cuando el niño se hubo alejado lo suficiente Terry se dirigió a ella con la voz teñida por la ira:
—No quiero volver a verte hablando con mi hijo.
Ella se estremeció por la crueldad con la que el duque pretendía privarla de todo aquello que le produjera el más mínimo placer.
—No veo que daño puedo causar hablando con Charles….
—¿No lo ves? —él acercó su cara a la de ella a la vez que apretaba los dientes—. Pues déjame que te lo explique: eres mi sirvienta, no tienes más derechos que los que yo decida otorgarte y desde luego engatusar a mi hijo para luego dejarlo no es uno de los que estoy dispuesto a darte
—¡Si lo dejé no fue desde luego por voluntad propia! —la indignación hizo que levantara la voz.
—No quiero hablar más de esto: limítate a mantenerte alejada de Charles si quieres que nuestro trato siga en pie.
La tensión de lo días pasados y la injusticia de las órdenes del duque hicieron que amargas lágrimas escaparan de sus ojos sin que pudiera hacer nada por evitarlo.
—Algún día recibirá el castigo que merece por su crueldad.
Él se limitó a sonreír sardónicamente mientras ella, furiosa, se dirigía hacia la casa. Terry la miró alejarse mientras pensaba que ya llevaba tres años sufriendo el peor de los castigos y ya no deseaba sufrir más aunque para ello tuviese que destruirla a ella.
